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NUESTRA SEÑORA DE LOS REMEDIOS

POR: SANDRO ROMERO REY


I. LAS DOCE UVAS

ANTONIO

EN LA OSCURIDAD, SE ESCUCHAN PROLONGADOS GRITOS DE


FELIZ AÑO, HIMNOS NACIONALES, JUEGOS PIROTÉCNICOS,
LOCUTORES HISTÉRICOS, CANCIONES DESGARRADAS, BRINDIS Y
DELIRIO. POCO A POCO, VEMOS LA FIGURA DE ANTONIO,
HIERÁTICO Y EMOCIONADO, CON UN RAMO DE UVAS EN LA
MANO. COMIENZAN A SONAR LAS DOCE CAMPANADAS QUE
INDICAN LAS DOCE DE LA NOCHE. EN CÁMARA LENTA, ANTONIO
COMIENZA A COMERSE UVA POR UVA, SIGUIENDO LOS GOLPES DE
LAS CAMPANAS. AL TERMINAR, HAY GRITOS GENERALES.
ANTONIO RÍE TRIUNFANTE Y DA VUELTAS DE CELEBRACIÓN,
GIRANDO SOBRE SÍ MISMO. LUEGO, DESAPARECE EN LA
PENUMBRA.

II. LAS REFLEXIONES DE ANTONIO

ANTONIO, La mujer

HAY UNA CAMA BLANCA. UN TELEVISOR BLANCO, ENCENDIDO


PERO SIN IMAGEN, SU ESTÁTICA ILUMINA LA HABITACIÓN. HAY
UN CUERPO EN LA CAMA QUE DUERME, CUBIERTO POR UNA
SÁBANA. ANTONIO ESTÁ SENTADO FRENTE A LA MESITA DE
NOCHE BLANCA, DONDE HAY UN TELÉFONO, ADIVINEN DE QUÉ
COLOR. ANTONIO MIRA HACIA UN PUNTO FIJO.

ANTONIO.
Me llamo Antonio Lozano Lara. Me llamo Antonio Lozano Lara. Eso no lo
puedo olvidar nunca. Esta historia comenzó el primero de enero del año dos
mil a las doce en punto de la noche. No. A las doce y treinta segundos terminó,
si nos atenemos a que uno se come una uva en espacios de tres segundos, de
acuerdo con el golpe constante de las campanas. Yo estaba dispuesto a ser
feliz. Estoy dispuesto. Sigue siendo mi propósito. Había desperdiciado tantos
momentos gratos de la vida que era el momento para volver a empezar. Así de
sencillo. Como cuando uno va a los alcohólicos anónimos o se protege en una
secta religiosa. Mi mujer, que yace aún en esta cama, estaba dichosa. Ella
siempre ha sido una persona de pocas palabras, pero esa noche celebramos y
aprobó mi idea con su mirada. A la una de la madrugada, ella se quedó
dormida, como una piedra, como suele hacerlo desde hace diez años. Yo,
henchido de satisfacción, tomé mi pequeña libreta donde anoto mis
pensamientos más intensos, mis ideas irrealizables (ideas que, por lo demás,
nunca termino) y, bañado de energía por las luces del nuevo milenio, escribí
un poema. Escribí... un poema.

DUDA. LUEGO DE UNOS INSTANTES, SE PRECIPITA A LA MESITA


DE NOCHE Y TOMA UN CUADERNO. REVISA SUS NOTAS Y CITA DE
MEMORIA.

Heme aquí, único mico del infierno:


soy amo y señor de mis nuevos días.
He estado dispuesto a bailar y tocar la balalaika
mientras grazna el primer día del mundo,
mientras grazna el primer día del mundo.

Adán no tuvo las suficientes herramientas


para defenderse del tiempo.
Caminó a ciegas, rumiando su propia costilla,
hasta que sus hijos, nacidos en polos inversos,
le enseñaron las tibias flaquezas
de la condición humana.

Hoy por hoy, la realidad es muy distinta.


Hay nuevos árboles y nuevas especies animales,
hay niños que corren y nodrizas que cantan,
hay ordenadores y canciones fáciles.
Yo estoy dispuesto a remediar
los males provocados
mientras grazna el primer día del mundo,
mientras grazna el primer día del mundo.

Voy a salir, voy a buscar,


voy a luchar, voy a reír,
voy a entrar a un buen gimnasio
y comeré las tres comidas.
Cruzaré las calles por el paso cebra
y pagaré puntual todos mis impuestos.
Voy a votar por los mejores candidatos
y me pondré la ropa que me dicten las modas.
Me acostaré temprano
y comeré cereales dúctiles.
Seré un hombre fiel
y repasaré las matemáticas.
Pero, eso sí,
tendré al séptimo día mis vacaciones
mientras grazna el primer día del mundo,
mientras grazna el primer día del mundo.

SE PONE DE PIE Y MIRA AL PÚBLICO. INTIMIDADO, SE CONFIESA.


Perdónenme si se ven obligados a escuchar esta historia. Yo sé que insistí lo
suficiente para que vinieran. Les tendí una trampa, es posible. Pero no me
quedaba otra salida. Era im-pa-ja-ri-ta-ble-men-te necesario. Yo iba por muy
buen camino, el horóscopo estaba de mi lado y mi esposa me había dado su
voz de aliento. Mi edad seguía siendo la propicia. Pero... los problemas del
hombre comienzan cuando sale de su cuarto. Aquí todo estaba muy tranquilo.
Yo era un hombre cualquiera. Trabajaba (y sigo trabajando, eso espero) en una
emisora radial, como locutor de programas nocturnos. Tenía mi sueldo, mi
mujer, no perfecta, pero complaciente. Hacía el amor una vez cada dos meses
y los resultados eran aceptables. Hasta que miré las fechas del calendario y
entendí que... después del número uno y de tres nueves... íbamos a pasar al
número dos y a los tres ceros. El Y2K. Y pensé: ¿será que debo seguir yendo a
la estación de radio a cumplir con mis obligaciones hasta el día de mi muerte?
Allí fue Troya. La muerte... Oh, Dios. La muerte, esa vieja dama a la que le
venía huyendo desde hacía años como a un ave negra, de repente se instaló en
mi cabeza y comenzó a darme mazazos sin contemplaciones. Yo sé que las
personas que tienen la satisfacción del deber cumplido, no le temen a la
muerte. Yo no. Yo soy... ¿cómo decirlo?, un buen cobarde. Un espantapájaros
del destino. Así que traté de darle alguna respuesta a esta aciaga pesadilla y
encontré la solución: ante lo ineluctable, la felicidad. (Hace un gesto
triunfante. No parece muy convencido.) Mi mujer. Quiero decir, mi esposa. No
está bien usar los posesivos en estos casos. Ella no es mía, al fin y al cabo.
Ella es ella. Pero, ¿cómo llamarla?, ¿la esposa? De inmediato ustedes me
preguntarán, ¿de quién? Bueno, ella. Ella, la que siempre había amado, tenía
muy bien resueltos sus conflictos con el mundo. Iba a su oficina de abogados,
se acostaba temprano, desayunaba leche, huevos, té y café, y nunca se había
quejado ni para dar ni un sí ni un no. Esa mañana, la observé con una mirada
distinta porque estaba dispuesto a peguntarle su secreto.

REGRESA A LA CAMA Y OBSERVA EL MONTÍCULO TRAS EL QUE SE


ESCONDE SU ESPOSA.
III. LA MUJER DE ANTONIO

LA MUJER, ANTONIO

LA MUJER.
(Se despierta y se incorpora tranquila, segura.) Jugo de ruibarbo, omelette en
aceite de oliva, restos del pato laqueado de anoche, arroz integral para la
buena digestión y una pizca de desamargado para no perder los sabores del
final del año.

ANTONIO.
Lo siento. No puedo.

LA MUJER
¿Qué pasa? ¿Otra vez volvieron las pesadillas?

ANTONIO.
No. Bueno, sí o no. Es decir, sí pero no. No, pero sí.

LA MUJER.
Te estás sintiendo más viejo.

ANTONIO.
No me estoy sintiendo. Es una evidencia. Mira. Mira. Ya no alcanzo a tocar el
suelo con las manos sin doblar las rodillas. Mira. Mira.

LA MUJER.
Es la falta de ejercicio. Siempre te dije que deberíamos hacer ejercicio,
bailando ritmos tropicales. Es más divertido. Pero, igual. Nunca me hiciste
caso. No te vengas a quejar ahora.

ANTONIO.
Es que ése es el problema. Ahora es cuando he decidido quejarme. ¿Es
demasiado tarde?

LA MUJER.
No. No es demasiado tarde. Es, simplemente, inútil.

ANTONIO.
¿O sea que todo es... irremediable?

LA MUJER.
¡Ay, siempre tus expresiones concluyentes! Digamos que es... poco probable
que puedas volver atrás.

ANTONIO.
Yo no quiero volver atrás. Yo quiero corregir mis pasos de aquí en adelante.
¡Quiero ser feliz!

LA MUJER.
¿Ah, es que no lo has sido?

ANTONIO.
Claro que sí. Pero es una felicidad muy frágil. Además, no quiero sucumbir de
un momento a otro sin haber... sin haber...
LA MUJER.
¿Sin haber qué?

ANTONIO.
Sin haber... hecho las cosas con un plan, con conocimiento de causa. Uno no
debería nacer bebé, niño, adolescente. Uno no puede planificar nada en esa
época. Es un tiempo perdido. La vida comienza ahora, a los cuarenta años,
cuando ya podemos dilucidar, trazarnos metas, objetivos. Pero, al mismo
tiempo, está uno tan cansado que ya no tiene fuerzas para seguir adelante. El
mundo está muy mal diseñado. Hay que nacer... a los cuarenta años.

LA MUJER.
Es una excelente idea. ¿Por qué no se te ocurrió antes?

ANTONIO.
Estoy hablando en serio.

LA MUJER.
Yo también, Antonio, yo también. Lo que pasa es que... no te conozco. Debe
ser que las vacaciones están afectando tu cerebro. Eso siempre pasa.

ANTONIO.
No. El problema es que no estoy en vacaciones. Necesito vacaciones del alma.

LA MUJER.
Deberías volverte un poeta, Antonio. Te está aflorando tu vena lírica.

ANTONIO.
Pero... ¿es qué no me entiendes?

LA MUJER.
Claro. Te entiendo perfectamente. Estás comenzando a descubrir algo que yo
ya resolví hace mucho tiempo.

ANTONIO.
¿Qué?

LA MUJER.
Lo que vamos a comer en el almuerzo. Tus problemas son digestivos. Los
conozco muy bien. Siempre te pones de mal genio cuando tienes hambre.

ANTONIO.
¡No! ¡No quiero saber nada de comida!

LA MUJER.
¿Estás a dieta?

ANTONIO.
¡No! ¡Pero... pero sí! ¡Voy a estarlo! ¡Voy a hacer todas las dietas del universo!

LA MUJER.
¿Te revisarás el ácido úrico?

ANTONIO.
¡Sí!

LA MUJER.
¿Y el colesterol?

ANTONIO.
¡Te lo juro!

LA MUJER.
¿Y los triglicéridos?

ANTONIO.
No sé lo que son, pero te lo prometo.

LA MUJER.
Estás jodido, Antonio. Te estás empezando a volver viejo. Uno siempre tiene
que tener algo en desorden. Hay que desconfiar siempre de alguien que no
tiene vicios.

ANTONIO.
Pero... ¿qué son estos consejos? Tú, la rozagante, tú, la impecable, tú, la de la
eterna juventud, deberías darme una voz de aliento, una voz de apoyo.
LA MUJER.
No, Antonio. Es tu problema. Te metiste en él. Y de él tienes que salir solo.
Nadie puede vivir la vida de otro.

ANTONIO.
Entonces... ¿tengo el permiso?

LA MUJER.
No puedo hacer nada. No me queda más remedio.

ANTONIO.
Pero... ¿por dónde empezar?

LA MUJER.
Empieza, por ejemplo, ordenando tu colección de discos.

ANTONIO.
Están organizados.

LA MUJER.
¿Estás seguro?

ANTONIO.
Claro. Bueno, creo que sí. Además, eso no me ayuda en nada. Es demasiado
banal.

LA MUJER.
Entonces... descubre América. Inventa la pólvora. Ponte a descifrar el genoma
humano.

ANTONIO.
No te burles.

LA MUJER.
Arregla los discos entonces. Te aseguro que te hace falta alguna grabación
pirata de Los Silver. (Una pausa. ANTONIO la mira dubitativo.) Me voy. Te
espero a la hora del almuerzo. Ahórrate el desayuno. Recuerda: desayuna
como un mendigo, almuerza como un príncipe y cena como un rey. Es el régi-
men perfecto para comenzar el siglo. (Se va.)
ANTONIO.
(Mira al público, tratando de dar una explicación.) Ella tiene la razón. Ella,
como mi madre, siempre ha tenido la razón. Tengo que aclararles algo. Soy un
coleccionista. Quiero decir, soy un afiebrado coleccionista. Soy un obsesivo
coleccionista. Soy un maniático coleccionista. El sueño de mi vida es poseer la
discoteca de Alejandría, acaparar todos los discos existentes. Hace algunos
años me di cuenta que esto era imposible y decidí especializarme. Y me
especialicé en mi banda de música moderna favorita... Los Silver. ¡Pero, qué
música moderna! Fueron modernos entre 1960 y 1969, cuando yo apenas
gateaba, cuando yo vivía esa inútil y reaccionaria época de la infancia. Pero
los sigo amando, ¿qué le vamos a hacer? Es la condena de mi especialización.
Yo debería tener un norte en mis pasiones y el norte, el punto de fuga era...
Los Silver. Lo sé, lo he sabido todo acerca de Los Silver. Las fechas de
nacimiento de sus miembros, sus primeras pasiones sonoras, las marcas de sus
instrumentos, sus aventuras con las drogas, el número de sus orgasmos y,
sobre todo, sus canciones. Todas sus canciones. Y cuando digo todas, son
TODAS, absolutamente todas. Los placeres de allá abajo, Invierno verde,
Amor en las enredaderas, El suplicio de tu látigo, El lamento de los
dromedarios tristes, El clítoris de la inmigrante, El esmegma de mi chica,
La...! Bueno. No todas. Mi esposa. Bueno. "La" esposa mía, como quieran,
siempre tiene la razón. Falta una. Falta la bendita canción pirata. Por eso no
quiero volver a ordenar mis discos, mis acetatos. Han oído la palabra, ¿no? A-
ce-ta-tos. Llevo cerca de veinte años buscándola pero, ¡paf!, se esfumó, la
esfumaron en las disqueras. He recorrido muchos sitios, de París a Nueva
York, de Londres a La Habana, buscando la bendita canción pirata, pero nadie
da razón de ella. Es como si nunca la hubieran compuesto. Pero, ¡claro que la
compusieron! Lo he leído todo. Lo sé TODO acerca de Los Silver. Y la
canción pirata es el último peldaño, es el paso a la perfección, es el centro del
Mándala, es el orgasmo final. Pero... todo ha sido inútil. Todo había sido
inútil. Hasta ese día. Ocho de la mañana. Yo terminaba de bañarme y cantaba
una de las más hermosas y felices canciones de Los Silver.

IV. ANTONIO CANTA SU CANCIÓN


FAVORITA DE LOS SlLVER

ANTONIO
ANTONIO
Oh, sí, que la lluvia es dura,
ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé.
Oh, sí, que perdí la altura,
¿a mí qué, a mí qué, a mí qué?

Hoy yo tengo pararrayos,


hoy me caigo de un avión,
hoy los jueces dictan fallos
y yo no encuentro a mi amor.

Oh, oh, oh.

En mi casa me desprecian,
yo no lo puedo evitar,
a mi hermana sí la aprecian,
la quieren defenestrar.

Oh, sí, que la lluvia es dura,


ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé.
Oh, sí, que perdí la altura,
¿a mí qué, a mí qué, a mí qué?

Oh, oh, oh.

Los relojes tienen prisa,


esto ya se va a acabar,
por eso muero de la risa,
vámonos a celebrar.

Y, sin embargo, me pongo a pensar


que falta algo, que debo cambiar,
me da igual, me da igual.

Oh, oh, oh.

SUENA EL TELÉFONO BLANCO. ANTONIO SALE DE LA DUCHA Y SE


DISPONE A CONTESTAR.
V. LA LLAMADA FATAL

ANTONIO, LA MUJER, Susana

ANTONIO.
(Habla por teléfono.) ¿Cementerio central?... ¿Aló? ¿Quién habla? (El rostro
se le descompone de la felicidad.) ¿Susana? ... ¿Susana Monsalve? ¿Estoy
vivo o estoy soñando? ¿De dónde, de qué lugar del mundo has regresado?
Susana, justo hoy. Esto es, de verdad, un milagro. ¿Por qué me estás
llamando? (Prolongado silencio donde escucha desconcertado.) ¿Hoy?
¿Ahora? ¿Después de veinte años? (Bajando la voz.) Pero... pero, Susana,
entiéndeme. Estoy casado. Mi mujer. Digo, la esposa mía me quiere, me
necesita. Tenemos un hijo fascinante. No puedo echarlo todo por la borda.
(Silencio en el que queda convencido.) Lo sé, Susana. Es ahora o nunca. Lo
que no entiendo es porqué tomaste la decisión ahora y no antes. Sí. Me
imagino. Ese tipo de reacciones no tienen explicación. Pero. Pero, ¡me has
debido advertir! He debido prepararme, montar en bicicleta estática, salir a
trotar en las mañanas, no sé. (Se descompone ante las razones del otro lado.)
¿Cómo? ¿La canción pirata de Los Silver? Pero... pero, ¿desde cuándo estás
interesada en el mundo de la música? Ese privilegio con el mal gusto sólo me
es permitido a mí. ¿Desde cuándo?... ¿Por mí? Espera, espera, Susana. Esto no
tiene sentido. No. No, Susana. Dame un tiempo. Tengo que estar listo. Uno no
se va a encontrar con el mejor fantasma de la adolescencia que posee la
canción más buscada del universo, así como así, sin anestesia, sin ejercicios de
relajación. Está bien. Está bien. ¿Dónde te encuentro? Otranto, número 69.
Seis de la tarde. Voy a tratar. No. No es seguro. Entiende mi situación. ¿Aló?
¿Aló?

CUELGA DESCONCERTADO. APARECE LA MUJER DE ANTONIO.

LA MUJER.
¿Quién era?
ANTONIO.
Eh... un fantasma.

LA MUJER.
Susana.

ANTONIO.
¿Cómo lo sabes?

LA MUJER.
Es el único fantasma que no has podido matar en tu vida.

ANTONIO.
Quiere que nos veamos.

LA MUJER.
Y vas a ir, por supuesto.

ANTONIO.
Por supuesto que no. No voy a hacerte daño.

LA MUJER.
No seas ridículo. Más daño me vas a hacer si no vas y te quedas con ese
remordimiento de conciencia por el resto de tus días.

ANTONIO.
Voy. Pero contigo.

LA MUJER.
No me gustan los tríos. Prefiero cantar sola.

ANTONIO.
¿Pero no te das cuenta? Ella me está tendiendo una trampa. Se burló de mí
durante toda la adolescencia y ahora quiere darme la estocada final quién sabe
con qué juego siniestro.

LA MUJER.
Eso te encanta, Antonio. Allá tienes que ir. Si quieres descubrir la felicidad,
tienes que hacerlo con algo concreto. Y tu ángel de la guarda te acaba de
enviar ese regalito del cielo. Tienes que tomarlo. De lo contrario, vas a estar
en pecado por el resto de tus días.
ANTONIO.
¿Tengo el permiso entonces?

LA MUJER.
No te repitas, Antonio. Nunca te he negado un permiso para nada. Ve y sacia
tu curiosidad. Aquí tienes algunas provisiones para el camino. Regresa pronto.
Yo voy a estar esperándote. No te preocupes.

ANTONIO.
Eres tan buena. No puedo hacerte esto.

LA MUJER.
No. No lo hago por bondad. Lo hago para que se te quite esa cara de imbécil
que has cogido desde que cambió el almanaque. Ve, cambia de tema y
compara. Si te va mejor en aquellas tierras, lo único que te pido es que me lo
comuniques con tiempo.

LE DA UN BESO EN LA FRENTE Y DESAPARECE.

ANTONIO.
(Habla con el público.) Yo no he estado solo en esta empresa. Si algo me ha
ayudado a sobrevivir a lo largo de estos años es Lo Mejor de Mí. Lo Mejor de
Mí es un sabio consejero para las peores batallas. Cada que tengo una duda,
recurro a Lo Mejor de Mí y él siempre la resuelve. Por eso, lo mejor en este
momento es acudir a mi sabio consejero. Al que nunca se equivoca.

VI. LO MEJOR DE MÍ

LO MEJOR DE MÍ, ANTONIO

LO MEJOR DE MÍ, UN ADUSTO GALÁN DE PITILLERA Y GOMINA,


HACE SU ENTRADA COMO UNA APARICIÓN DE CUENTO
INFANTIL.

LO MEJOR DE MÍ.
No tengo nada que decirte, Antonio. La decisión ya está tomada. Tienes que ir.
ANTONIO.
¿No te parece que es un abuso con mi esposa, con la esposa, con la esposa
mía?

LO MEJOR DE MÍ.
Estás autorizado. Y es la mejor manera de salir de este enredo ridículo en el
que te encuentras.

ANTONIO.
No soy capaz.

LO MEJOR DE MÍ.
Nunca has sido capaz de grandes cosas. Por lo menos enfréntate a éstas, a las
pequeñas.

ANTONIO.
Pero esto no es pequeño para mí. Es... es algo terrible y definitivo. Quizás no
para el resto de los mortales pero sí para mí.

LO MEJOR DE MÍ.
Es una simple aventurilla sin trascendencia. Una vez que la mires a los ojos, te
darás cuenta de la banalidad de la situación.

ANTONIO.
Pero... ¿cómo debo comportarme?

LO MEJOR DE MÍ.
Lo primero que debes hacer es mejorar tu figura. Calentar la palma de tus
manos. Utilizar un buen perfume. Estirar el cuello. Usar un enjuague bucal
embriagante. Sonreír sin prisa y prepararte para lo que la vida te depare.

ANTONIO.
Suena tan fácil en tus labios.

LO MEJOR DE MÍ.
Vamos. Vamos. Calienta esos músculos. Levanta la quijada. Ensaya algunos
pasos de baile. Esto no tiene ninguna ciencia. Peor sería que te enfrentases sin
armas a una banda de asaltantes.
ANTONIO.
Voy a morirme, amigo. Las fuerzas se me escapan.

LO MEJOR DE MÍ.
Lo sabía. Eres un pobre cobarde.

ANTONIO.
¡No me insultes! No tengo paciencia para los reproches de lo mejor de mí.

LO MEJOR DE MÍ.
Entonces, párame bolas. Para eso me tienes.
ANTONIO.
Dame algún truco, alguna clave.

LO MEJOR DE MÍ.
Ya te lo dije. Todo comienza por la apariencia. Levanta la mirada. Eso es.
Ahora. Lanza las orejas hacia atrás, como si te las estuvieran estirando. Ahora
ríe con confianza. Eso. Así. Así. Camina decidido. Uno, dos. Uno, dos. Uno,
dos.

ANTONIO.
(Sigue las instrucciones de LO MEJOR DE MÍ. De repente, se detiene
paralizado.) ¡Espera! ¡No puedo moverme!

LO MEJOR DE MÍ.
¿Qué pasa?

ANTONIO.
¡Mi cuello! No me responde.

LO MEJOR DE MÍ.
Mueve la cabeza. Como si fueras a decir no.

ANTONIO.
No puedo.

LO MEJOR DE MÍ.
Pero, ¿qué es esto?
ANTONIO.
Creo que es... una tortícolis.

LO MEJOR DE MÍ.
Eso tiene remedio, Antonio. Es sólo una tensión producto de la mala posición
al dormir. El boticario te lo solucionará en segundos.

ANTONIO.
¿Debo ir... al boticario? ¿Como cualquier enfermo?

LO MEJOR DE MÍ.
No hay tiempo que perder. El viaje comienza, Antonio. El boticario te dará
todo lo que requieres para tu aventura. No te preocupes. Yo estaré a tu lado
cada vez que me necesites. Es tan solo un viaje sentimental. Y para eso tengo
todos los remedios. Pero acude primero al boticario. Los males del cuerpo se
solucionan con drogas. Ah, y escríbele un poema. En estos casos, lo único que
remedia el deterioro es la invención de un buen poema.

DESAPARECE.

ANTONIO.
(Permanece desconcertado y con tortícolis.) ¡Espera! ¡Espera! Se ha ido. Así
son todos los ángeles de la guarda, desaparecen en los momentos en que más
los necesitamos. Pero, bueno. Estoy dispuesto a lo que sea. Aunque... ¡Cómo
me duele mi cuello! Siento poleas que templan mi externocleidomastoideo. De
repente, Lo Mejor de Mí tiene razón. Debo tomar impulso y... acudir al
boticario. Mens sana in corpore sano. Pero... ¿será que me queda tiempo? Por
lo pronto, debo atender las recomendaciones de Lo Mejor de Mí. Sí. Debo
escribir un poema. Debo escribir... un poema...

ESCRIBE CON VEHEMENCIA EN UNAS HOJAS COLOR ROSA.

VII. TORTÍCOLIS

OCTOPUS PAZ, ANTONIO, Lo Mejor de Mí

EN LA DROGUERÍA, ANTONIO ES RECIBIDO POR EL BOTICARIO,


DON OCTOPUS PAZ.

OCTOPUS PAZ.
No hay duda, mi querido Antonio. Es un caso agudo de tortícolis, producto del
estrés y de su trabajo agotador. Sucede con mucha frecuencia en estos
tiempos.

ANTONIO.
Deben ser cosas del clima, don Octopus. Bogotá es una ciudad malsana. Pero
tengo que remediarlo pronto porque voy a encontrarme con la mujer de mi
vida.
OCTOPUS PAZ.
En ese caso, le recomiendo una pastilla de Robaxifen de 500 mg. combinado
con una inyección-coctel compuesta por Neurobión y Voltarén. Debe aplicarse
una pomada relajante y debe colocarse este parche tibio en la espalda durante
dos días. ¿Va a estar desnudo en esta temporada?

ANTONIO.
Eso todavía no lo sé. Aunque me sospecho que sí. ¿Por qué me lo pregunta?

OCTOPUS PAZ.
Porque el parche es demasiado evidente y, hay mentes así, podría generar en
quien lo vea ciertas dudas sobre su edad.

ANTONIO.
Nunca le he escondido mi edad a nadie.
OCTOPUS PAZ.
Eso está muy bien, pero le recomiendo que evite el viento fuerte detrás de la
nuca. Puede ser peligroso en un hombre como usted.

ANTONIO.
¿Como yo? ¿Cómo soy yo?

OCTOPUS PAZ.
Usted es... ¿Cómo le explico? Usted es uno de esos seres impredecibles que se
pueden quebrar por el lado más firme. Y no lo digo como un reproche.
Créame, por favor. Se lo dice su boticario, yo, don Octopus Paz.

ANTONIO.
Descanse en paz, don Octopus. Déjeme cancelarle lo que le debo porque me
voy. Me esperan amables y hermosas aventuras.

OCTOPUS PAZ.
Mucha suerte, mi querido Antonio. Y tenga cuidado. No sabemos nada de
cómo se comportan las mujeres en este nuevo año.

ANTONIO.
Sería muy aburrido si ya lo supiéramos, ¿no le parece?

OCTOPUS PAZ.
Son alimañas impredecibles. Créame, don Antonio.

ANTONIO.
Los hombres también lo son.

OCTOPUS PAZ.
No. Eso no es cierto. (Siniestro.) Los hombres no tenemos dientes en medio de
las piernas. ANTONIO.
¿Dientes? ¿Cómo así? (Don OCTOPUS PAZ lo mira, como si le lanzase una
advertencia. Acto seguido, desaparece como el genio de la lámpara.) Así
pues, comenzó mi día. Yo estaba sediento de bellas aventuras. Y, cuando salía
la calle, el cielo de Santa Fe de Bogotá se iluminó de un hermoso color malva.
No me cabía la menor duda: la felicidad podía encontrarse en todos los
rincones.

COMIENZA A TOMARSE LAS MEDICINAS QUE LE RECETÓ EL


BOTICARIO. LO MEJOR DE MI LE APLICA UNA INYECCIÓN Y LE
COLOCA UN PARCHE EN LA ESPALDA. MIENTRAS TANTO ANTONIO
CANTA.

Navegar, navegar,
navegar por Bogotá,
en las calles no hay un alma,
vale la pena pasear.

Lustrabotas, voceadores,
tinterillos, rencauchables,
secretarias, deambulantes,
nadie está hoy en Bogotá.

Se puede caminar, caminar,


se puede respirar, respirar,
se puede canturrear, canturrear
en la muy noble,
tierna y frágil
ciudad de Bogotá.

VIII. PRIMER ASALTO

EL RECICLABLE, ANTONIO

A LA VUELTA DE UNA ESQUINA, UN SER ENVUELTO EN COSTALES


SE APARECE DE REPENTE FRENTE A ANTONIO. ES UNA FIGURA
TEMIBLE, SIN EMBARGO, NUESTRO HÉROE PRETENDE PASAR
DESAPERCIBIDO. EL ENCOSTALADO LE CIERRA EL CAMINO: ÉL ES
EL RECICLABLE.

EL RECICLABLE.
¿Para dónde va, mono?

ANTONIO.
Lo siento. Voy de afán.

EL RECICLABLE.
¿Me regala una moneda, mono?

ANTONIO.
No tengo plata.

EL RECICLABLE.
Uy, atiza, recórcholis, albricias, parece que el caballero se olvidó de las más
elementales reglas de la cortesía.

ANTONIO.
Está bien. Está bien. Tenga una moneda de cincuenta pesos. Creo que es
suficiente.

EL RECICLABLE.
¿Cincuenta pesos, mono? Con esto no compro ni la colilla de un cigarro,
chino. ¿Qué le pasa, llavería? ¿Se le olvidaron las matemáticas o qué?
LE ARROJA LA MONEDA EN LA CARA.

ANTONIO.
(Saca un billete de su bolsillo.) Está bien. Está bien. Tenga un billete de cinco
mil pesos. Con esto podrá comprar el paquete entero de cigarros y algo más.

EL RECICLABLE.
Momento, momento, gran cabrón. Usted cree que yo sólo me la paso
consumiendo vicio, ¿o qué? Es que, claro, como no me visto como usted se
viste, como no tengo la mujercita que usted tiene, como no uso el perfumito
pirobo que usted usa, claro, lo miran a uno como rata de quinta categoría. Pero
hasta aquí llegaron los malos entendidos, mono. Se me va bajando de todos
los objetos de valor ipso facto.

ANTONIO.
¿Cómo?

EL RECICLABLE.
Como lo oye. Ni un segundo más, ni un segundo menos. ¿O es que no ha leído
a Einstein, a Mr. Hawkins, a todos lo que han desarrollado sus célebres teorías
sobre la relatividad del tiempo? Se me va quitando anillos, reloj, billetera y
tarjetas de crédito, antes de que se me agote la paciencia y le entierre este
fierro en panza, bonete, librillo y cuajar.

ANTONIO.
¡No, no, no! ¡Un momento! ¡No se me vaya a alterar! Comportémonos como
dos seres humanos civilizados.

EL RECICLABLE.
¿Civilizados? Civilizado su papá, mono, que tacó burro cuando se le ocurrió
parirlo. Se me baja del billete ya mismo, si no quiere que ponga a funcionar la
ley de la gravedad y dejo caer senda roca sobre su cabeza de retardado mental.
ANTONIO.
Está bien. Está bien. Lléveselo todo. Pero, ¡apúrese!

EL RECICLABLE.
Esta es la clase de pusilánimes que no soporto. Los que se dejan robar sin
reaccionar. Por eso es que este país está como está. Porque la gente no
reacciona, no se arma, no se autodefiende. ¡Tenga mal parido, por cobarde! ¡Y
tenga este otro rodillazo por comprensivo! ¡Y tenga este otro frentazo para que
no se olvide que en estas tierras hay que estar alerta contra la delincuencia!

ANTONIO.
¡Esto no está bien! ¡Yo entiendo porqué te comportas así, hermano! ¡Déjame
explicártelo!

EL RECICLABLE.
¡Vaya que se lo explique su puta madre! Yo me voy con mi botín. Y lo tengo
que dejar, hermano lobo, porque me esperan en la iglesia de la esquina para
que me perdonen todos mis pecados.

ANTONIO.
Hermano... al menos déjeme mi documento de identidad.

EL RECICLABLE.
Usted no tiene identidad, gentil caballero. Un ser humano que no se defiende,
no tiene derecho a portar la cédula de ciudadanía. Permítame disculparme,
hermano. ¿Cómo te llamas? (Lee la cédula de ANTONIO.) Antonio. Antonio
Lozano Lara. Como quien dice, vamos a resolver esto por lo sano. Reciba mis
disculpas, don Antonio, pero las cosas son muy duras en estas tierras. Nos
veremos en alguna otra ocasión.
DESAPARECE.

ANTONIO.
(Comienzan a temblarle las manos sin ningún control.) Bueno. Son accidentes
en el recorrido. Yo no podía dejarme amedrentar por las pruebas que me ponía
el destino. El camino a la felicidad está plagado de trampas. Y mi propósito
era seguir. Seguir. Susana y la canción pirata de Los Silver me esperaban. Un
golpe más no iba a detenerme. Ni más faltaba.
ANTONIO, LA MONJA
IX. EL ÁNGEL DE LA GUARDA

ANTONIO PERMANECE EN EL PISO, MIENTRAS LAS MANOS LE


SIGUEN TEMBLANDO. DE REPENTE, UNA MONJA LO VE Y SE
COMPADECE DE ÉL. LO AYUDA A INCORPORARSE. LA MONJA
CANTURREA UNA MELODÍA RELIGIOSA.

ANTONIO.
Gracias. Muchas gracias. No tiene porqué preocuparse.

LA MONJA.
Te veo muy mal. Estás temblando.

ANTONIO.
No. No es nada. Es mi estado natural.

LA MONJA.
¿Te golpearon?

ANTONIO.
No. Estoy practicando la lucha libre. No se preocupe.

LA MONJA.
Los problemas de un hombre comienzan cuando sale de su cuarto.

ANTONIO.
Es cierto. Ya me lo habían dicho en otra ocasión.

LA MONJA.
Pero... pero... usted está herido. Permítame llevarlo a mi celda para curarlo.
ANTONIO.
¿A su celda? Lo siento, pero detesto las prisiones.

LA MONJA.
No se haga de rogar, por favor. Esas heridas se le pueden complicar. Usted
necesita merthiolate y unas cuantas gasas con toques de agua oxigenada.

ANTONIO.
¿Le parece? ¿Así de mal estoy?

LA MONJA.
No sólo su cuerpo, mi amigo, también su alma debe estar herida. Permítame
ser la persona que lo cure. Esa es mi misión en este mundo. Sanar a los
enfermos.

ANTONIO.
Si usted insiste...

LA MONJA.
Sí. Insisto.

ANTONIO.
(Al público.) En un principio me resistí. Pero cuando le vi la cara a mi
salvadora, una ráfaga de amor se atravesó por mi cabeza. Era preciosa. Y si iba
a la caza del amor furtivo, necesitaba un poco de entrenamiento. No podía
hacerme el de la vista gorda. Era una señal, una prueba. Uno nunca se debe
hacer el difícil ante la belleza. Al menos así pensaba por aquellos días. Así es
que, sin mayores explicaciones, me dejé llevar.

EL ESPACIO HA CAMBIADO. ESTAMOS AHORA EN LA CELDA DE LA


MONJA. TODO ES MUY SOBRIO Y EN PENUMBRA. SE VISLUMBRAN
UN LECHO, UNA MESITA Y UN CRUCIFIJO. SE ESCUCHA MÚSICA
GREGORIANA.

LA MONJA.
Póngase cómodo.

ANTONIO.
¿Lo dice en serio?

LA MONJA.
Lo digo muy en serio.

ANTONIO.
¿Es aquí donde usted vive?
LA MONJA.
Es aquí donde debo permanecer para siempre. Son los designios de Dios.

ANTONIO.
O sea que usted es una persona religiosa.

LA MONJA.
Soy una sierva del Señor. Ni más ni menos.

ANTONIO.
Pero déjeme decirle, si no la ofendo, que usted es demasiado bella para esos
menesteres, para tantos sacrificios. ¿No ha sentido usted ninguna tentación por
los placeres del mundo?

LA MONJA.
Jamás.

ANTONIO.
Es una lástima. Es una verdadera lástima.

LA MONJA.
No trate de ser un seductor conmigo, por favor. Todos los que han intentado
sobrepasarse han tenido un castigo terrible. Yo estoy protegida. Estoy muy
bien protegida por los vigilantes de allá arriba.

ANTONIO.
¿Siempre ha sido así? Quiero decir, ¿nunca se ha sentido atraída por las
efímeras trampas de la carne?

LA MONJA.
No me pregunte, eso, por favor. No puedo decir mentiras.

ANTONIO.
Contésteme. Siempre he tenido esa curiosidad. ¿Se ha sentido atraída por la
mano poderosa del sexo contrario?

LA MONJA.
Yo nací para ser santa. Desde los doce años he querido ser beata, cantar en los
coros de las iglesias, vivir en un convento, entregar mi vida al Santísimo. No
trate de desviar mis deseos, que no lo conseguirá.

ANTONIO.
Pero, hermana, no me tenga miedo. Al menos... podría decirme su nombre.

LA MONJA.
Le están temblando las manos, señor. ¿Es el llamado del pecado, o todavía
mantiene sus enfermedades?

ANTONIO.
No me llame señor. Me llamo Antonio. Y me temo que soy la persona que
usted estaba anhelando desde siempre.
LA MONJA.
¿Qué está tratando de decirme?

ANTONIO.
Que usted me gusta mucho, hermana. Que usted me encanta. Es usted la
monja más deseable que he tenido frente a mí.

LA MONJA.
¡Cállese! No siga que esto puede ser fatal.

ANTONIO.
Dígame su nombre, por favor.

LA MONJA.
No tengo nombre. Lo perdí desde hace mucho tiempo.

ANTONIO.
¿Sabe usted cuáles son las únicas mujeres que no pueden ser monjas?

LA MONJA.
No.

ANTONIO.
Rita y Raimunda.

LA MONJA.
¿Rita y Raimunda? ¿Por qué?
ANTONIO.
Porque si fuesen monjas serían sor Rita y sor Raimunda. Zorrita y Zorra
inmunda.
SE RÍE DESPROPORCIONADAMENTE.
LA MONJA.
¡No! ¡No! ¡No puedo reírme!

ANTONIO.
¡Ríase! ¡Ríase, Rita! ¡Ríase, Raimunda!

LA MONJA.
¡Soy Victoria! ¡Me llamo Victoria!

ANTONIO.
¡Rita! ¡Raimunda!
TOMA EN SUS BRAZOS A LA MONJA Y LA BESA CON VEHEMENCIA.
SILENCIO.

LA MONJA.
(Lo mira desconcertada.) ¿Qué ha hecho?
ANTONIO.
Es el llamado de la sangre. El regreso a los orígenes, hermana. No tiene
porqué resistirse. Estamos usted y yo, a solas. Dios no puede vernos. Y si lo
hace, le aseguro que nos dará la razón. Para eso nos dio nuestros cuerpos. Para
eso la llenó de orificios. Para que sean llenados. Para que sean cubiertos por
mis prolongaciones. ¿Lo ve? Tengo dedos, nariz, extremidades...

LA MONJA.
¡Ya, suficiente! Esto es una blasfemia. \

ANTONIO.
Pero le suena la idea, ¿no es cierto? ¿Usted cree que ese lecho que usted tiene
se inventó tan solo para dormir?
LA MONJA.
Váyase, Antonio. Se lo suplico.
ANTONIO.
¿Es usted virgen, madre, hermana?

LA MONJA.
Soy una esclava del Señor.

ANTONIO.
¿Quiere que la azote, esclava? ¿Quiere conservar su condición?

LA MONJA.
Le advierto que voy a estallar. No se exponga.
ANTONIO.
Estalle, hermana. Estoy dispuesto.

LA MONJA.
¡Usted no sabe el túnel en el que se está metiendo!

ANTONIO.
No, no lo sé. ¡Pero quiero entrar a ese túnel! ¡No sabe cuánto lo deseo!

LA MONJA.
"Yo, pecadora, me confieso ante Dios todo poderoso...

ANTONIO.
Siga, madre, siga. ¡Me encantan sus oraciones!

LA MONJA.
¡Esto es el fin! ¡Esto es el fin!

ANTONIO.
¡Cante, sor Victoria! ¡Cante!

LA MONJA.
¡No!

ANTONIO.
¡Cante! ¡Cante!

LA MONJA.
¡Yaaa! ¡Soy la peor, la peor de todas! ¡Estoy hecha de carne putrefacta porque
nací para las cenizas! Si lo que quieres es que fluyan todos los líquidos de tu
cuerpo, para eso me hicieron, ¡para succionarte! ¡Prepárate, carroña inmunda,
serás poseído porque nací para ocultar el infierno! Pero si destapan la olla
podrida que llevo por dentro, estoy dispuesta a las peores empresas. Lo sé
todo, sí, lo confieso. ¡Te puedo enseñar todo el catecismo de los horrores del
cuerpo, te pondré a gritar, a bailar sobre la mierda, a escupir los evangelios, a
que conozcas todas las posiciones posibles: el salto del ángel, la caída de la
hoja, la felación del fraile, el sesenta y nueve en números romanos, la
postración de Sodoma y Gomorra, el regreso del tigre! ¡Todo! ¡Todo cabe en
mi cuerpo y te aseguro que no vas a ser capaz de aguantarme ni el primero de
mis suspiros porque soy el ave negra! ¡La puta grande! ¡El azote divino del
averno!

ANTONIO.
¡Socorro! ¡Dios mío! ¡Ampárame! ¡Por favor, no me defenestres!
LA MONJA RÍE TRIUNFANTE MIENTRAS DEFENESTRA A ANTONIO.
ÉSTE TERMINA POR EL SUELO. LA MONJA LO ARROJA COMO UN
PERRO A LA CALLE.

LA MONJA.
(Antes de despedirse, le lanza una última maldición.) Espero que hayas
aprendido a no meterte conmigo, polizón del infierno.
SE ALEJA. ANTONIO SE RASCA LA CABEZA Y LOS GENITALES. UN
NUEVO MAL SE HA INSTALADO EN SU CUERPO.

X. LA CAFETERÍA.
CONSEJOS DE LO MEJOR DE, MÍ

ANTONIO, LO MEJOR DE MÍ, Miranda

ANTONIO.
Mi aventura con Victoria ha debido servirme de experiencia. He debido
tomarlo como una voz de alerta. Y así lo hice en un principio. Pero los seres
humanos somos tan olvidadizos. Creo que he debido comenzar, en aquel
momento, a tomar pastillas para la memoria. Pero no quería agotar aún todas
mis reservas medicinales. Había caído en la trampa. El mundo era una gran
trampa y yo acababa de caer en ella. Pero yo no veía las cosas como una
tragedia. Por el contrario. Me levanté de este nuevo golpe y, henchido de
optimismo, me dispuse a continuar cantando mi canción.

CANCIÓN DE ANTONIO, EL OPTIMISTA


No hay porqué preocuparse:
la taza está en el plato,
el programa tiene un back-up,
mi madrina supervisa una fábrica
de preservativos.
Y ahora todos los caminos
están señalizados.
No hay porqué preocuparse:
la guerra, tarde o temprano,
ha de terminar.
Los niños crecerán
y serán más inteligentes
que nosotros.

Por eso yo canto


en las enredaderas,
para no perder la fe,
para no perder la fe.

No hay porqué preocuparse:


los pulmones resisten las tormentas
y el hígado es un órgano
listo para las batallas.
Híncate de rodillas
que el cuerpo construye
sus propias rodilleras.
Pon a prueba tu cerebro
con sustancias peligrosas,
eso no importa,
el cerebro se inventa
su exclusiva empalizada.

Por eso yo canto


en las enredaderas,
para no perder la fe,
para no perder la fe.

LO MEJOR DE MÍ INVITA A ANTONIO A TOMAR UN JUGO DE


MANDARINA EN UNA CAFETERÍA.

LO MEJOR DE MÍ.
(Aplaudiendo.) Bravo, Antonio. Eres mi héroe.

ANTONIO.
¿Te parece que obré correctamente?
LO MEJOR DE MÍ.
Como un atleta, como un gladiador, como una bestia salvaje. Como debemos
comportarnos cuando creemos que las fuerzas no nos alcanzan.

ANTONIO.
¿Tienes alguna fórmula para evitar el sentimiento de culpa?

LO MEJOR DE MÍ.
Prueba con el jugo de mandarina con hielo.

ANTONIO.
¿Podemos ayudarle... con unas gotas de ginebra?

LO MEJOR DE MÍ.
Ni se te ocurra. Ya sabes las consecuencias.

ANTONIO.
No te entiendo. No pareces lo mejor de mí.

LO MEJOR DE MÍ.
Claro que lo soy. ¿Sabes cómo me llamaba tu sicoanalista?

ANTONIO. Nunca he ido al sicoanalista.


LO MEJOR DE MÍ.
(Sin pararle bolas. Orgulloso.) Me llamaba el superyó. Soy un héroe. Estoy
por encima de los demás. Así que párame bolas. Es muy poco probable que yo
vaya a equivocarme.

ANTONIO.
Está bien, está bien. Pero volvamos al principio. Otranto. Otranto número 69.
¿No es cierto?

LO MEJOR DE MÍ.
Un momento, un momento. Me temo que todavía no estás preparado. Termina,
por lo pronto, el jugo de mandarina. Y, acto seguido, te recomendaría que
miraras a la presa que está en la mesa de enfrente, tomándose un café más
negro que sus ojos.

ANTONIO.
Lo siento. Odio las mujeres con aliento a café. Odio el café, además. Si de mí
dependiera, se acabaría la economía de este país.

LO MEJOR DE MÍ.
Bueno, cállate. Olvídate de "este país". Yo también odio cuando hablas de
"este país". No estamos en ninguna parte.

ANTONIO.
Como quieras. De todas maneras, no pienso dirigirle la mirada a esa niña de
los ojos negros como el café. No tengo, tiempo.

LO MEJOR DE MÍ.
El problema no es de tiempo. Es de entrenamiento. No estás preparado para
enfrentarte a la mujer de tus sueños. Tienes que pasar por unas pruebas, por
los doce trabajos de Hércules, si quieres que lo ponga en esos términos.

ANTONIO. ¿Más pruebas? ¿No fue suficiente con la monja siniestra?


LO MEJOR DE MÍ.
No. Eso tan solo fue el comienzo.

ANTONIO.
Me rascan los huevos. Creo que me han picado pulgas gregorianas.

LO MEJOR DE MÍ.
¡Atención, Antonio! ¡Se esculca en su bolso! ¡Págale la cuenta! ¡Págale la
cuenta!

ANTONIO. ¡Estás loco! ¡Yo no soy digno de esa niña!


LO MEJOR DE MÍ.
¡Concéntrate en una parte de su cuerpo! ¡En cualquiera, pero rápido! Estoy
seguro que algo de ella te va a gustar.

ANTONIO.
¡No quiero que me guste nada de ella! (LO MEJOR DE MÍ se pone de pie,
decidido.) ¿A dónde vas?

LO MEJOR DE MÍ.
Suerte, muchacho.

SE DIRIGE A OTRA MESA DONDE ESTÁ SENTADA MIRANDA,


TERMINANDO UN TINTO. LO MEJOR DE MI SE LE ACERCA, LE
SUSURRA ALGO AL OÍDO Y LE PAGA EL CAFÉ. MIRANDA MIRA
CON DESCONFIANZA A ANTONIO. LO MEJOR DE MÍ LE HACE
SEÑAS CÓMPLICES A ANTONIO PARA QUE SE ACERQUE A LA
MESA. ANTONIO SE VE OBLIGADO A IR. LO MEJOR DE MÍ DES-
APARECE. ANTONIO PERMANECE DE PIE FRENTE A MIRANDA SIN
SABER QUÉ DECIR.

XI. CUCHILLAS
LA JOVEN SUICIDA

MIRANDA, ANTONIO

MIRANDA.
Muchas gracias por lo del café. De hecho, lo estaba mirando desde hace rato.
Me encanta la gente que habla sola.

ANTONIO.
No estaba solo. Estaba... en fin. No lo va a entender.

MIRANDA.
Sí. Lo sé. Todo el mundo cree que yo soy una imbécil. Que no voy a entender
nada.
ANTONIO.
No es eso lo que quería decir.

MIRANDA.
¿Qué quería decir, entonces? ¿Comprarme? ¿Pagarme un café a cambio de
qué, ah? ¿Para qué quiere que comencemos algo si todo se va a terminar, ah?
Dígame. Dígame. No se quede callado. Pero igual, ¿para qué me responde? Ya
me sé las respuestas. Ya me sé todas las respuestas.

ANTONIO.
Lo siento. Yo no quiero molestar. Con permiso.

MIRANDA.
¿A usted le importa un culo, verdad?

ANTONIO.
Evítese esas palabras. Me ponen muy nervioso. Además, no me siento bien.
Tengo una grave tensión en el cuello, me tiemblan las manos y unos extraños
bichos medievales me pican en la parte más sensible de mi cuerpo.

MIRANDA.
Yo lo sabía.

ANTONIO.
¿Qué? ¿Qué sabía?

MIRANDA.
Que usted era idéntico.

ANTONIO.
¿Idéntico? ¿Idéntico a qué?

MIRANDA.
Eso no importa. Ya nada importa.

ANTONIO.
Usted tiene razón. Es mejor que no nos importe.
MIRANDA.
¿Se va, entonces?

ANTONIO.
Sí. Me voy.

MIRANDA.
Lo sabía. Usted es idéntico a la canción escondida de Los Silver.

ANTONIO.
¿Cómo?

MIRANDA SACA UNA CUCHILLA DE SU BOLSO Y, SIN PENSARLO,


SE CORTA LAS VENAS DE LA MUÑECA.
ATERRADO, ANTONIO TOMA UN PAR DE SERVILLETAS Y SE LAS
AMARRA PARA EVITAR QUE SE DESANGRE.

ANTONIO
¿Dónde vive usted? ¿Dónde vive usted?, ¡por favor!

MIRANDA.
Mazapán... conjunto residencial... Mazapán...

LA MESA DE LA CAFETERÍA ES AHORA UNA CAMA, LA CAMA DE


MIRANDA EN SU PEQUEÑO CUARTO DEL CONJUNTO RESIDENCIAL
MAZAPÁN. ANTONIO SE PASEA DE UN LADO A OTRO, MIRANDO SU
RELOJ, SIN SABER QUÉ HACER, MIENTRAS MIRANDA LO MIRA
POR EL RABITO DEL OJO.

ANTONIO.
(Al público.) No he debido dejarme llevar por Lo Mejor de Mí. Lo Mejor de
Mí es en extremo superficial, vacío, tiene estética de comercial de televisión,
le gustan los placeres del mundo y quiere que yo me codee con el lado glacial
del universo. Y miren lo que me pasa. Ahora ya no sé qué hacer. Y lo peor de
todo. Lo peor de todo es que... ella me produce... cierta curiosidad. Pero no.
Mi esposa me espera. Tengo que ir a Otranto número 69... y… y... (No puede
resistirse y se sienta al lado de MIRANDA.) Y... ¿se siente usted mejor?
¿Miranda? ¿Miranda me dijo que se llamaba?
MIRANDA.
Fito Páez... Doobie Brothers... Frank Zappa... Los Faces... Stuart Sutcliff... Fat
Boy Slim... Los Platters...

ANTONIO.
¿Qué me quiere decir? ¿La banda de la memoria de elefante? ¿Los Shakers?
¿Tequila? ¿Kaka de Luxe? ¿Los Flippers? ¿Herman's Hermits? ¿Marvin
Gaye? ¿Derek and the Dominoes? ¿La maldita vecindad?

MIRANDA.
Metro... Los amigos invisibles... Martha and the Vandellas... Robert Palmer...
Edwin Collins... Sui Generis... La máquina de hacer pájaros... Los Silver...

ANTONIO.
¿Los Silver? ¡Espere! ¿Dijo usted Los Silver?

MIRANDA.
Eran las dos de la tarde... el barrio se llamaba San Antonio... la ciudad... Cali.
Cali, Colombia. La sultana del Valle. La sonrisa de Dios sobre la tierra. La luz
de un nuevo cielo...

ANTONIO.
Espere, por favor. No se desvíe. ¿Qué sabe usted acerca, de Los Silver?

MIRANDA. (Canturreando.)
"Estoy hablando solo,
estoy tan cansado del cansancio
que ya no sé,
ya no sé si todo esto
lo merezco...".

ANTONIO.
¿Qué es eso? ¿Qué está usted cantando? ¡Despierte! ¡Despierte, por favor,
despierte!

MIRANDA.
(Abre los ojos como si hubiera regresado de un quirófano.) ¿Antonio? ¿Es así
como se llama? ¿Antonio qué?
ANTONIO.
Lozano. Antonio Lozano.

MIRANDA.
Ah. Qué bonito. Usted nació con un juego de palabras en su nombre.

ANTONIO.
¿Se siente usted mejor?

MIRANDA.
Pues... si esto se llama sentirse mejor, sí. Digamos que sí.

ANTONIO.
Muy bien. Entonces ya me puedo ir.

MIRANDA.
Usted no se quiere ir, Antonio. Eso se le ve en los ojos.

ANTONIO.
Sí. Es cierto. No me quiero ir. Pero tengo que hacerlo. Mi esposa me espera.
Además, tengo que ir a Otranto número 69 a terminar un trabajo que tengo
empezado.

MIRANDA.
Antonio... ¿usted me creería si le digo que me enamoré de usted apenas lo vi
sentado en aquella cafetería?

ANTONIO.
Eso no es posible.

MIRANDA.
Por supuesto que eso no es posible. Pero... ¿me creería?

ANTONIO.
No... Bueno, sí. Si usted lo dice. No quiero llevarle la contraria. No quiero
otra escena como la que acabo de vivir hace un buen rato.

MIRANDA.
Perdóneme, por favor. Pero de vez en cuando tengo chispazos en los que
descubro que la vida no tiene ningún sentido y me entra una necesidad
irreprimible de suicidarme.

ANTONIO.
Sí. Pero eso no se le hace al ser que se ama.

MIRANDA.
Está comenzando a admitirlo, ¿no?

ANTONIO.
En este momento, creo que ya nada me sorprende.

MIRANDA.
¿Nada?

ANTONIO.
Nada.

MIRANDA.
Muy bien. (Se pone de pie y lo besa apasionadamente en los labios. Éste, al
principio se resiste, pero luego se deja llevar.) Quiero que sea mío, Antonio.
COMIENZA A QUITARSE LA ROPA SIN MUCHA PREMURA.

ANTONIO.
(Al público.) Les juro que yo no hice nada. Por favor, explíquenselo a quien
les pida explicaciones. Yo estaba tratando de salir de un problema, de
arreglarle el problema a esa muchacha y me metí en otro. Bueno, sí. Me quería
meter. ¿Para qué voy a negarlo? No es la primera suicida que conozco. Tienen
un olor muy especial, las suicidas. Además, hacen el amor como si se
estuvieran despidiendo. Eso les da una pátina muy especial. Así que. Hacía
rato había pasado el mediodía y... tenía hambre y... una más... una menos... allí
me precipité. Sin saber en el hueco negro en el que me estaba metiendo. (Ama
a MIRANDA. En el momento en que aullan ad portas del orgasmo, ANTONIO
se interrumpe.) ¡Un momento! ¡Un momento! ¡No podemos!

MIRANDA.
¿No podemos? Pero... ¿por qué?
ANTONIO.
Hablaste de una canción.

MIRANDA.
Antonio, por favor. Estas no son horas de ponernos a cantar.

ANTONIO.
Los Silver, por favor. Necesito saber, antes que todo, de la canción perdida de
Los Silver.

MIRANDA.
¿Estás loco? La oí una noche en Cali, en una fiesta. Eso fue hace mucho
tiempo. Seguro ya no existe.

ANTONIO.
¡Existe! Claro que tiene que existir. (Tomando una decisión inaplazable.) Nos
vamos para Cali.

MIRANDA.
¿Estás loco? Tengo que pedirle permiso a mi madre.

ANTONIO.
¿A tu madre? Hace un par de horas te estabas cortando las venas y no tuviste
que pedirle permiso.

MIRANDA.
Ella sabe de mis ataques. Me estoy suicidando desde los siete años. Pero, para
montarme en un avión, es distinto. Podemos morir aplastados. Y no quiero
terminar mis días en una fosa común.

ANTONIO.
Eso no importa. Estarás muerta. No vas a darte cuenta.

MIRANDA.- Ese es otro de mis problemas, Antonio. Hace mucho tiempo que
me aterroriza la idea de pensar que cuando morimos, seguimos dándonos
cuenta de todo. Es esa sensación que alguna vez alguien llamó revelación
mesmérica. El cuerpo está inerte, pero la conciencia sigue viva. ¿Te imaginas?
A dos metros bajo tierra, con los ojos abiertos, viendo, sintiendo los gusanos,
sin poder respirar, sufriendo de la peor de las claustrofobias. Es terrible,
Antonio. No quiero ni pensarlo.

ANTONIO.
De verdad.... ¿crees... que sea... una posibilidad?

MIRANDA.
Nadie ha regresado de entre los muertos para informar lo contrario.

ANTONIO.
(Se angustia.) Creo que tengo que ir donde mi boticario.
MIRANDA.
¡No! ¡Nos vamos para Cali! ¡De un momento a otro me han dado ganas de
cantar!

TOMA DE LA MANO A ANTONIO Y LO ARRASTRA HACIA EL


AEROPUERTO.

XII. VUELO 666

ANTONIO, MIRANDA

EL AVIÓN. MIRANDA MIRA FELIZ POR LA VENTANILLA. ANTONIO


ESTÁ ATERRORIZADO, AGARRÁNDOSE DE LOS BRAZOS DE LA
SILLA.

ANTONIO.
Desde hacía mucho tiempo había evitado ir a Cali. No sé si les informé que
provengo de dicha ciudad y su recuerdo es como la peor de las pesadillas.
Desde hace muchos años había querido no volver a visitar mis recuerdos,
porque tenía el presentimiento que iba a ser como una especie de despedida.
Pero, por desgracia, todo termino haciéndolo por las mujeres.

SACUDIDA DEL AVIÓN. TEMPESTAD. MIRANDA APLAUDE FELIZ.


ANTONIO SE ENCOMIENDA A TODOS LOS SANTOS. UN RAYO LOS
ENVÍA AL CENTRO DE CALI. ANTONIO CAE DE BRUCES SOBRE EL
ASFALTO. MIRANDA HA DESAPARECIDO.

ANTONIO.
Me encontré, de un momento a otro, en las orillas siniestras del río Cali. Había
llovido torrencialmente y las aguas intentaban salirse de sus bordes. Los peces
saltaban agitados y gran cantidad de piedras y de torrentes ocres se
precipitaban sobre la ciudad. La tortícolis era insoportable. Las manos tembla-
ban como si fuera el maraquero de una orquesta tropical. Los testículos me
ardían sin clemencia. Hasta que... reapareció Miranda, flotando entre las aguas
del río.

MIRANDA.
Lo siento, Antonio. La canción está debajo de la cama de tu madre. Tienes que
ir a buscarla.

ANTONIO.
¿De mi madre? ¡Imposible! ¡Ella solo escucha óperas de Wagner! Además, me
han prohibido terminantemente que vaya a molestarla. ¡Ella vive feliz en su
casa del barrio Centenario!

MIRANDA.
Tú decides. Allá está el disco de Los Silver.

ANTONIO.
¡Miranda! ¿Qué haces flotando en esa ola?

MIRANDA.
Tengo que irme, Antonio. No me queda mucho tiempo.

ANTONIO.
Pero si yo te amo. ¡No me hagas esto!

MIRANDA.
No has debido interrumpir nuestro romance, Antonio. En la vida hay que
llevar las cosas hasta el fondo.

ANTONIO.
¡Podemos empezar de nuevo! ¡Dame una segunda oportunidad!

MIRANDA.
Lo siento, Antonio. Quiero volar. Quiero descubrir el paraíso. Y aún soy joven.
No puedo correr el riesgo de un hombre de cuarenta años. ¡Adiós! ¡Adiós!
ANTONIO.
Espera, Miranda. Yo... te amo... (La frase suena melodramática. MIRANDA
ríe a carcajadas y desaparece en medio de la borrasca. ANTONIO está ahora
completamente solo.) Antonio, por favor. No pierdas el camino. Otranto,
número 69. Regresemos al principio. Pero... ¿cómo estar en Cali y no visitar a
mi madre?

XIII. ANTONIO SALUDA


A SU MADRE

ANTONIO, MADRE

ANTONIO ESTÁ AL FRENTE DE SU MADRE. SE MIRAN EN


SILENCIO. ÉL SE ACOMODA EN SU REGAZO COMO EL CRISTO DE
LA PIEDAD DE MIGUEL ÁNGEL O LA CÉLEBRE IMAGEN DE GRITOS
Y SUSURROS DE BERGMAN.

ANTONIO.
¿Me perdonas?

MADRE.
Allea jacta est.

ANTONIO.
¿Cómo así?

MADRE
La suerte está echada, hijo mío. Ya tienes cuarenta años, ya pasaste el año
2000, vives en Bogotá. Tengo mi conciencia tranquila.

ANTONIO
Madre: ¿para qué me trajiste al mundo? Tengo miedo de morirme.

MADRE.
¡Y yo que tenía miedo de que no nacieras! ¿Te das cuenta las injusticias del
mundo?
ANTONIO.
Yo no te pedí venir.

MADRE.
Yo necesitaba tu compañía, maldito egoísta.

ANTONIO.
La egoísta es usted, madre. Ha podido concentrarse mejor en hacerle feliz la
vida a mi padre.
MADRE.
No me eches la culpa, Antonio. No tengo la culpa de nada. Me he dado cuenta
de mis errores, pero ya es demasiado tarde. Nunca he debido parir a un
cobarde.
ANTONIO.
¿Hubieras preferido un héroe, una estrella del ballet?

MADRE.
Digamos que... hubiera preferido alguien que me visitase con más frecuencia.

ANTONIO.
Pero ya estoy aquí. Y la quiero mucho, madre. Así usted no lo crea.

MADRE.
No. No lo creo. Te sirvo, nada más.

ANTONIO.
Es posible.

MADRE.
Antonio...

ANTONIO.
¿Sí, madre?

MADRE.
¿Aún amas a tu esposa?

ANTONIO.
Supongo que no me queda más remedio.

MADRE.
No digas eso. Deja de quererme a mí, pero jamás dejes de querer a tu esposa.
Es la madre de tu hijo. Y es lo más sagrado.

ANTONIO.
Te prometo que haré todo el esfuerzo por seguir queriéndola.

MADRE.
Gracias, Antonio. En medio de todo, no has perdido la cordura.

ANTONIO.
Madre... ¿es cierto que usted conserva un viejo disco de Los Silver debajo de
la cama?

MADRE.
¿Quién te lo dijo?

ANTONIO.
Una amiga.

MADRE.
¡Una amiga! ¡Una amiga! ¡Tú y tus amigas! Seguro fue una de esas mujeres
que les encanta desbaratar los matrimonios. A las mujeres jóvenes les fascinan
los hombres casados.

ANTONIO.
Seguro todos, menos yo.

MADRE.
¿Para qué quieres ese disco?

ANTONIO.
Entonces... ¿lo tienes?

MADRE.
Puede ser.
ANTONIO.
Madre... ¡Es increíble! ¡Podemos compensar el error del nacimiento! ¿Usted
ha oído hablar de la felicidad? ¡Pues si tiene ese disco, la idea de la felicidad
me será colmada!

MADRE.
¿Tanto quieres ese disco?

ANTONIO.
No lo quiero. Lo necesito. Es algo inaplazable.

MADRE.
¿Me estás hablando del disco perdido de Los Silver?

ANTONIO.
¡Sí!

MADRE.
¿Del acetato?

ANTONIO.
¡Sí! ¡Sí!

MADRE.
Pues aquí está, mi tesoro. No te has debido ir para Bogotá a buscarlo por tanto
tiempo. Tu mami lo ha tenido debajo de la cama desde siempre.

ANTONIO.
Mamá, por favor, ¡quiero verlo ya mismo!

MADRE.
Claro, mi amor. Vamos a escucharlo juntos. Mamá te va a organizar tu cuarto
de nuevo, vamos a sacar los juguetes y los vamos a poner sobre la cama. ¿Te
acuerdas de los tacos, los soldados romanos y los libros de Salgari? Todo lo
tengo aquí, corazón, para que nos sentemos muy juntos y escuchemos hasta la
saciedad el disco de Los Silver.

ANTONIO.
¡No, mamá! ¡Estás loca! ¡A Los Silver no se les escucha con la madre!

MADRE.
¿Cómo? ¿Qué estás diciendo?

ANTONIO.
Que te amo, mamá, pero a Los Silver los quiero escuchar en otro sitio.

MADRE.
¿Ah, sí? ¿Y en dónde?

ANTONIO.
En un bar, en un burdel, en cualquier lugar, menos a tu lado.
MADRE.
Al lado de otra mujer, ¿no es cierto?
ANTONIO.
Sí. Es cierto.

MADRE.
De... Susana del Valle, ¿por si acaso?

ANTONIO.
Sí. De Susana del Valle. ¿Por qué será que las mamas siempre lo saben todo?

MADRE.
(Da un grito. Toma un acetato que está debajo de su cama y lo quiebra de un
rodillazo.) ¡Mira lo que hago con tu Susana del Valle!

ANTONIO.
¡No! ¡No! ¡Mamá... el disco de Los Silver no!

XIV. ANTONIO CONTINÚA SU CAMINO

ANTONIO, LO MEJOR DE MÍ, La Mujer

ANTONIO SE DESPIERTA BRUSCAMENTE. ESTÁ EN SU CAMA. A SU


LADO, HAY UN BULTO QUE SUPONEMOS ES SU ESPOSA, CUBIERTO
POR COBIJAS.

ANTONIO.
¿Dónde estoy? Veamos. Recapitulemos. Hoy es primero de enero del año
2000. Recibí la llamada de Susana del Valle y me pidió que le diera lo que no
fui capaz de darle hace veinticinco años. Mi mujer aceptó y yo salí a buscarla.
Otranto, número 69. Pero... ¿qué hago yo aquí? Mi esposa duerme... ¿Y la
monja… el reciclable... y Miranda?... ¿Será que todo es un sueño? ¿Será que
mi esposa... es la bruja Cicorax? En fin. Así todo sea un sueño, quiero seguir
adelante. Mi esposa duerme. Nada ha cambiado. Hagamos de cuenta que todo
empieza de nuevo.

LO MEJOR DE MÍ.
(Está al frente de ANTONIO y lo aplaude.) Te confieso que yo te tenía
confianza, pero no esperaba que te comportaras tan bien.

ANTONIO.
No te burles, por favor. Estoy en un verdadero aprieto.

LO MEJOR DE MÍ.
Una monja... una suicida... tu madre... y las que vienen. ¿Qué más le puedes
pedir a la vida?
ANTONIO.
¡Por favor, esto es muy serio!

LO MEJOR DE MÍ.
(Ríe a carcajadas.) ¡Pues claro que esto es muy serio! ¡Eres... eres un asesino
en serio! A todas las arrastras, las ilusionas, las dejas lamiendo la suela de tus
zapatos.

ANTONIO.
¡No! Precisamente no es eso lo que quiero. Yo no quiero hacerle daño a nadie.

LO MEJOR DE MÍ.
Pero si no le estás haciendo daño a nadie. Ellas han tenido su pequeño instante
de felicidad. Y ese instante lo agradecen. No tenemos tiempo de complacerlas
por siempre. Para cada una existe su pequeño cuarto de hora.
ANTONIO.
Eso me parece infame.
LO MEJOR DE MÍ.
Infame me hubiese parecido que les hubieras volteado la espalda.

ANTONIO.
No puedo. No quiero ser así.
LO MEJOR DE MÍ.
¿Sabes que a veces le doy la razón a tu madre? Es muy difícil estar al lado de
un cobarde.

ANTONIO.
Yo lo único que quiero es estar un instante con Susana del Valle y luego
regresar con mi esposa, con la esposa mía, o como se diga. ¿Es mucho pedirle
a las circunstancias?

LO MEJOR DE MÍ.
Exactamente eso es lo que te estoy diciendo. Un instante con cada una y nada
más. No podemos gastarles demasiado tiempo. Además, tómalas como un
entrenamiento, como tus sparrings, nada más.

ANTONIO.
¡No te conozco! ¡No te conozco!

LO MEJOR DE MÍ.
Deberías admitirlo de una vez por todas, Antonio. Vas a morirte en cualquier
momento, llevas cuarenta años mirando formas y formas que te seducen, que
te atraen, que te obsesionan. Y no has sido capaz de tocar sino la frágil
periferia de tu esposa. ¡Por favor, Antonio! ¡Hay que ser sensatos! ¡Ayúdate un
poco!

ANTONIO.
Pero el amor...

LO MEJOR DE MÍ.
El amor no existe. El amor es una disciplina mental para contener al cuerpo.
Así hizo Dios al mundo y sus designios debemos respetarlos. ¿Has leído las
estadísticas? Por cada hombre en el mundo, hay 42 mujeres y...
ANTONIO.
¡Otra vez con tus estadísticas! No me vas a cruzar la inmoralidad con las
matemáticas.

LO MEJOR DE MÍ.
...Y eso que no estoy contando a los homosexuales que nos aumentan el
porcentaje y a los ancianos que ya no funcionan y que es un estrato al cual vas
a pertenecer dentro de muy poco.

ANTONIO.
Me voy. Tengo una cita con la que ya sabes. Nos vemos después.

LO MEJOR DE MÍ.
Pues claro que vamos a cumplir esa cita. Yo no me la quiero perder.

ANTONIO.
Voy a ir solo.

LO MEJOR DE MÍ.
Te vas a defender solo. Pero con mis recomendaciones. Y, justamente, una de
esas últimas recomendaciones me falta por hacerte, antes de que te entregue
en los brazos de Otranto 69.

ANTONIO.
No quiero más recomendaciones. Con permiso.

LO MEJOR DE MÍ.
Ni lo creas, mi querido Antonio. Falta una parte definitiva del entrenamiento.

ANTONIO.
¿Cuál es?

LO MEJOR DE MÍ.
Suzie Q.

ANTONIO.
¿Qué?
LO MEJOR DE MÍ.
Qué, no. Quién. No sabes la sorpresa que te espera.

ANTONIO.
No, espera. Espera. ¿Quieres que te diga la verdad?

LO MEJOR DE MÍ.
¿Cuál verdad?
ANTONIO.
Esto es muy serio, por favor. Escúchame. En realidad… el problema es que...
todas me gustan. A todas las amo. Es como un vicio, como una urticaria. No lo
puedo remediar. ¿Te
das cuenta de la tragedia?

LO MEJOR DE MÍ.
No seas iluso, Antonio. Es simplemente falta de ejercicio. Uno no se enamora
de veintisiete mujeres en un día.

ANTONIO.
Sí, sí, claro que sí. Y lo más triste es que todas me corresponden, todas se
quieren casar, todas quieren tener hijos conmigo. Es horrible.

LO MEJOR DE MÍ.
Estás delirando, Antonio. Necesitas un trago.

ANTONIO.
¡No! ¡No estoy delirando! ¡No quiero una tentación más en mi vida! ¡Soy
demasiado frágil! ¡Yo no nací para enfrentarme a tantos desafíos!

LO MEJOR DE MÍ.
Estás enfermo, Antonio. De verdad, me preocupas.

ANTONIO.
¿De verdad?

LO MEJOR DE MÍ.
De verdad,
ANTONIO.
Entonces...

LO MEJOR DE MÍ.
¿Todavía tienes el dolor en el cuello?

ANTONIO.
Como nunca.
LO MEJOR DE MÍ.
¿Y el temblor en las manos?

ANTONIO.
Como en la peor de las resacas.

LO MEJOR DE MÍ.
¿Y la alergia?

ANTONIO.
Avanza a pasos agigantados.

LO MEJOR DE MÍ.
No se diga más. Necesitamos una solución de emergencia.

ANTONIO.
Dime, por favor, cuál es.

LO MEJOR DE MÍ.
No puedes presentarte frente a Susana en ese estado. Fracasarías.

ANTONIO.
Eso me he temido desde el día en que la conocí.

LO MEJOR DE MÍ.
Precisamente. No puedes quedar hecho un charco de vergüenza después de
tanto tiempo.

ANTONIO.
Tanto... tiempo...
LO MEJOR DE MÍ.
Antonio... Antonio... ¿Dónde estás?

ANTONIO.
Había una brisa... magnífica. Había antejardines y chóferes que no usaban
uniforme. Había pájaros que producían sonidos como palabras y todo olía en
el aire a uniformes escolares. Entonces apareció ella, Susana, en cámara lenta.
Porque ella siempre ha caminado en cámara lenta, como en un comercial. Sus
ojos tenían el color del asesinato y su sonrisa podía detener las carcajadas de
las sirenas. Entonces se puso frente a mí y me pidió que la acompañara a
bailar a la fiesta de sus compañeras de colegio. "¿Cuál es su colegio?", le
pregunté, así, sin tutearla, porque me parecía un atentado demostrarle
confianza. "Nuestra Señora de los Remedios", me contestó. Esa noche aprendí
a bailar, mientras su cuerpo echaba chispas fosforescentes y todos los
asistentes se preguntaban, no quién era ella, porque eso era más que evidente,
sino quién era yo, el mastín que intentaba acomodarse a sus pasos
inmarcesibles.

LO MEJOR DE MÍ.
Entonces... la besaste.

ANTONIO.
No seas imbécil. En mi vida le he tocado un pelo.

LO MEJOR DE MÍ.
Con mayor razón, caballero. Tenemos que ir en busca de la medicina lo más
pronto posible.

ANTONIO.
A veces pienso que ya es demasiado tarde para ir a buscarla. Demasiado tarde
y demasiado cursi.

LO MEJOR DE MÍ.
Sí. Es demasiado tarde, demasiado cursi, pero ya casi vamos a morirnos,
Antonio. Me parece que debemos dejar una huella en este mundo. Y esa
huella, debe ser la huella del caos, la huella del desorden, la huella de lo
inaceptable.

ANTONIO.
¿Te parece?

LO MEJOR DE MÍ.
Es una obligación con ese pedacito de conciencia que nos resta.

ANTONIO.
Pero... mi esposa me espera. Me espera para que pasemos juntos los años que
nos restan.
LO MEJOR DE MÍ.
Ella no te está esperando. Nadie espera a nadie. Ella debe estar soñando ahora
con su mejor novio de la adolescencia.

ANTONIO.
¿Qué?

HERIDO POR LOS CELOS, INTENTA DESPERTAR A SU ESPOSA.

LO MEJOR DE MÍ.
(Lo detiene.) Espera, espera. Déjala descansar. Déjala que disfrute con otros
fantasmas más amables que tus ronquidos. Vámonos en busca de nuevas
aventuras.

ANTONIO.
¿Crees que todavía necesito más?

LO MEJOR DE MÍ.
Antonio, apenas estamos empezando.

XV. LA CANCIÓN DEL DESORDEN

LO MEJOR DE MÍ

LO MEJOR DE MÍ.
Una noche bebí dos botellas de mal whisky
y al día siguiente mi madre me reprochó
por estar malgastando la vida.
A la semana siguiente,
bebí dos botellas de un whisky excelente
y mi madre me regañó
por estar malgastando la vida.
Igual, en los dos casos, la cabeza me dio vueltas
y pensé que el mundo,
fatal horror,
había para mí terminado.
Pero no le paré muchas bolas al asunto
y continué mi camino.
Ahora he llegado al cuarto piso
de un edificio sin terraza
y me pregunto
si podré tomarme por fin
un vaso de whisky con mi madre.
Pero no obtendré ninguna respuesta
porque ella va a estar muy ocupada
cosiéndole cortinas a los ángeles.
Por eso yo prefiero
salir a la calle a gritarle piropos a los astros,
hacerle zancadilla a las ancianas,
asesinar a los perros de raza,
quitarle el agua al sediento,
morderle el pan al hambriento,
orinar en las pilas bautismales.
Hasta que llegue el día
en el que cundan los arrepentimientos.
Cuando el pelo se caiga,
los dientes se aflojen,
los dedos sean amarillos,
y nadie dé un peso para voltear a mirarte.
Mientras tanto, brindo por el día de mañana
que ya se acerca,
ya se acerca,
ya se acerca,
está tan cerca
que el día de mañana
parece ser el día de hoy.

XVI. UN BURDEL ABANDONADO


ANTONIO, LO MEJOR DE MÍ, SUZIE Q.

LO MEJOR DE MÍ ARRASTRA CON OPTIMISMO A ANTONIO, QUIEN


SE ENCUENTRA RETICENTE PARA ENTRAR.

ANTONIO.
¿De qué clase de medicina estás hablando?
LO MEJOR DE MÍ.
Creo que necesitas un trago.

ANTONIO.
No puedo. Estoy tomando antibióticos.

LO MEJOR DE MÍ.
Los antibióticos y el alcohol son el mejor cóctel contra la introspección.

ANTONIO.
¿Ah, sí? ¿Quién te lo dijo?

LO MEJOR DE MÍ.
No preguntes tanto y bebe. Te estás sobrepasando con tus discursos de
arrepentimiento.

ANTONIO.
Tienes razón. Necesito un nuevo impulso. Y ese nuevo impulso sólo me lo
pueden dar unas buenas gotas amargas.

LO MEJOR DE MÍ.
Pero ten cuidado, ¿no? No puedes llegar ebrio al castillo de Susana.

ANTONIO.
No te preocupes. A las cuatro de la tarde sólo bebo un solo trago.

LO MEJOR DE MÍ LE PASA UNA BOTELLA Y ANTONIO INTENTA


BEBÉRSELA DE UN SOLO SORBO. LO MEJOR DE MÍ LO DETIENE.
LO MEJOR DE MÍ.
Quieto, veneno. No comencemos a exagerar. Espera, que esto sólo es parte de
la medicina.
ANTONIO.
¿Cuál es la otra?

LO MEJOR DE MÍ.
Ya lo vas a descubrir. Es tu problema. Aquí llega.

SUZIE Q.
(Despampanante y desdentada se para, provocadora, frente a ANTONIO.)
¿Antonio?

ANTONIO.
No. Don Segundo Sombra. No conozco a nadie.

SUZIE Q.
Espera, espera. Ya lo sé todo. Y me encantan este tipo de riesgos.

ANTONIO.
Perdón... ¿Nos conocemos desde antes?

SUZIE Q.
No. Nos vamos a conocer desde este instante.

ANTONIO.
¿Y... qué clase de conocimiento?

SUZIE Q.
El de las entrañas.

ANTONIO.
Oh, no. Otra vez no.

SUZIE Q.
¿Decías?

ANTONIO.
Nada. Quiero decir... ¿qué tengo que hacer?
SUZIE Q.
¿Quieres saber las normas de esta casa?

ANTONIO.
No me queda más remedio.

SUZIE Q.
Muy bien. Son muy sencillas: primero, estar incómodo. Segundo, encender un
tabaco de humos prodigiosos. Tercero, beber líquidos que te alteren el tiempo
y la memoria. Cuarto, aprovechar el polvo de cada uno de los rincones.
Quinto...

ANTONIO.
¡No sigas, no sigas! Tengo que irme.

SUZIE Q.
Ay, Antonio, por favor. No vayas contra la corriente. Se te chorrean las babas
por defenestrarme.

ANTONIO.
Eso no es cierto.

SUZIE Q.
¿Ah, no? Entonces me voy.

ANTONIO.
¡No, no, no! ¡Espera! Sí. Es verdad. Lo quiero todo.

SUZIE Q.
¿Qué es todo?

ANTONIO.
Usted ya lo sabe.

SUZIE Q.
Suzie. Me llamo Suzie Q. y me encanta la música de Los Silver.

ANTONIO.
Me lo imaginé. Esto es un complot. Me están tejiendo una trampa.
SUZIE Q.
(Recitando de memoria.) Principio y fin, El ojo de mis nalgas, Sin calzones
llegó la desmemoriada, El beso negro, Flujo y contraflujo, Las canciones
cansadas de los catedráticos, La torre enhiesta de Babel, Penetrando en tu
oficina... ¿Quieres más?

ANTONIO.
¿Quién te enseñó todo eso? Cuando Los Silver estaban cantando, tú no habías
nacido.

SUZIE Q.
Me gestaron con música de Los Silver. Eso siempre me dijo mi madre.

ANTONIO.
Entonces también quiero conocer a tu madre.

SUZIE Q.
(Se le acerca y lo abraza.) ¿No te basta con la hija?

ANTONIO.
(Cede a sus coqueteos.) No. Necesito probar todos los aromas de esta familia.

SUZIE Q.
¿Comenzamos entonces por la de más abajo?

ANTONIO.
¿Eres la menor?

SUZIE Q.
No. Imbécil. Con ésta. (Le acerca la cabeza a su pubis. ANTONIO permanece
de rodillas, inmóvil, como si se estuviera confesando.) ¿Quieres música?

ANTONIO.
No, por favor. No mezclemos peras con manzanas.

SUZIE Q.
Entonces, vamos a mi cuarto. (ANTONIO permanece de rodillas. Cierra los
ojos y saca la lengua frente al sexo de Suzie Q., como si estuviera recibiendo
la comunión.) ¿Por qué será que cada vez que alguien comulga en mi templo
me dan ganas de contar siempre la misma historia?

ANTONIO.
¿Ah?

SUZIE Q.
En un principio, pensé que me gustaba sentirme agobiada por los hombres. Ya
desde niña quería que todos los juguetes de mi hermano me poseyeran, fuesen
mis amantes, hiciesen cola frente a mi sexo imberbe. Pero, con el correr de los
años, me he vuelto selectiva. Uno llega a construir mentiras alrededor de los
actos y comienza a jurar que es fácil eso de conseguir el placer con todos los
seres bípedos que se te atraviesen. Pero no. Una noche, llegué huyendo de mi
casa a trabajar en este sitio que, por esas cosas del destino, todavía se sigue
llamando Orificio's. Había un hombre, casi un niño, de gruesas gafas, de acné
recién instalado, que me pedía, me imploraba con la mirada que le quitara de
entre las piernas el problema ese de la incertidumbre. Yo me porté como la
mejor de las maestras y le enseñé lo que era el sencillo arte de la gimnasia del
amor. Al día siguiente, al despertar, el jovencito me confesó que era mi
hermano. Dijo, para colmo de males, llamarse Orestes. A mí me dio mucha
risa. Pero cuando me mostró sus dos ombligos, me di cuenta, felizmente, que
no mentía. Quise que se quedara conmigo para siempre, pero el muy miserable
huyó. Por allí debe estar, en algún lado, contándole la historia a todo el
mundo.

ANTONIO.
¿Los dos ombligos? ¿O sea que...?

SUZIE Q.
(Se levanta la blusa y vemos sus dos ombligos.) ¿Me crees ahora?

ANTONIO.
O sea que... ¿eres una mujer de cuatro ojos?

SUZIE Q.
De cinco, mi amor. Y me vas a cubrir ya mismo todos los órganos de la visión
hasta dejarme ciega.
ANTONIO ABRAZA A SUZIE Q. AMBOS ESTALLAN EN ÉXTASIS.

XVII. PSORIASIS

ANTONIO, SUZIE Q.

SUZIE Q. YACE DESPERNANCADA Y DORMIDA EN EL SUELO.


ANTONIO DESPIERTA PREOCUPADO, MIRA SU RELOJ Y SE
INCORPORA.

ANTONIO.
¡Las seis de la tarde! Ya. Es suficiente. No más medicinas. Creo tener en mi
cuerpo todos los antídotos. A ver. Recapitulemos. El cuello aún me duele, las
manos me tiemblan y me rasca la entrepierna. Muy bien. Podemos continuar.
Pero antes, una última mirada ante el espejo. Hay que arreglar los últimos
detalles. Una última mirada y... ¡oh, no! ¡Dioses! ¿Qué es esto? (Se mira
desconcertado a un espejo y se da cuenta que un hongo inmundo y rosado le
ha cubierto buena parte de la cara.) ¡Horror! ¿Será que tendré que pasar el
resto de mi vida visitando a don Octopus Paz? Eso ni pensarlo. Todo debe ser
culpa de mi madre. Ella se ha encargado de arrojarme enfermedades por el
camino para que yo no me encuentre con Susana. Pero no me voy a dejar
vencer. Omnia vincit amor. Así que, con el permiso
de la concurrencia, me retiro.

EN EL MOMENTO EN EL QUE SE VA A IR, SUZIE Q. SE DESPIERTA Y


LO DETIENE.

SUZIE Q.
Lo siento, Antonio. No puedes irte.

ANTONIO.
Tengo que irme.
SUZIE Q.
¿Adónde?

ANTONIO.
Adonde Susana.

SUZIE Q.
Yo soy Susana.
ANTONIO.
No. Tú eres Suzie. Suzie Q. Y no puedo quedarme a vivir contigo. De hecho,
no me puedo quedar a vivir con nadie. Soy un hombre casado.

SUZIE Q.
¿Y cómo vas a hacer para salir? Aquí tengo la llave de la puerta. Ven y tómala.

LE MUESTRA UNA LLAVE QUE COLOCA EN SU LENGUA. SE LA


TRAGA.

ANTONIO.
¡No! ¡Suzie, no! ¡Espera! ¡No hagas eso, que es peor!

SUZIE Q.
¿Peor? ¿Peor para quién? ¿Para mí? Nada puede ser peor para mí que estar
trabajando en Orificios, mi querido Antonio. Así que todo lo que venga de
aquí en adelante es ganancia.

ANTONIO.
Está bien. ¿Qué es lo que quieres?

SUZIE Q.
(Se hace un corderilla, como la peor de las víctimas.) Me da vergüenza...

ANTONIO.
Quieres que me case contigo, ¿no es así?

SUZIE Q.
No. Sólo quiero que nos escapemos, Antonio. Que vivamos en la carretera,
asaltando bancos y estaciones de gasolina. Que hagamos el amor en los
moteles y tengamos varios hijos que cuidará nuestra madre en Tijuana. Quiero
que seamos el uno para el otro y que nunca más volvamos a separarnos.

ANTONIO.
Estás viendo demasiado cine, Suzie Q. Por favor, entrégame las llaves.

SUZIE Q.
Ya no están. Me las devoré.

ANTONIO.
Por última vez, Suzie Q. Entrégame las llaves.

SUZIE Q.
Si las quieres, búscalas. (ANTONIO va hacia SUZIE Q., le da dos cachetadas
y la voltea patas arriba. La sacude hasta que las llaves salen de su boca. Ella
melodramática, telenovelesca, lo insulta.) Maldito seas, Antonio Lozano Lara.
Te vaticino que nunca podrás acostarte con Susana del Valle.

ANTONIO.
Eso me tiene sin cuidado.

SUZIE O.
¡Mírame a los ojos! ¡No huyas, cobarde! (ANTONIO ENFRENTA A SUZIE
Q. AL OBSERVAR LA AGUDA PSORIASIS QUE ADORNA EL ROSTRO
DE ANTONIO, SUZIE Q. LANZA UN AULLIDO.) ¡No! ¡Así no te puedes
ir!

ANTONIO.
(Angustiado.) ¿Cómo?

SUZIE Q.
¡Esa... no es tu cara, Antonio! ¡Nadie te va a reconocer!

ANTONIO.
¿Estás segura?

SUZIE Q.
¡Te lo digo yo que conozco tu rostro de antaño!

ANTONIO.
¡No puede ser! Entonces... ¡sí era cierto!

SUZIE Q.
Yo tengo la solución, Antonio. No te preocupes. Yo tengo la solución. ¡Tú no
te mereces esto!

ANTONIO.
¿La solución?

SUZIE Q.
Es una crema. Una crema mágica. Se llama Bepanthol. Te la aplicas todos los
días, antes de mirarte al espejo y los hongos de tu cara desaparecerán.

ANTONIO.
¿No me estás engañando?

SUZIE Q.
No tengo porqué.

LE EXTIENDE UNA CREMA A ANTONIO. ÉSTE LA RECIBE Y SE LA


APLICA EN LA CARA. ES UNA MASCARILLA BLANCA, COMO LA DE
UN MIMO.

ANTONIO.
¿Desapareció?

SUZIE Q.
Tiene que pasar un poco de tiempo. Como en todo.

ANTONIO.
Pero es que... ¡necesito estar presentable ya mismo!

SUZIE Q.
Estás presentable. Todo depende de tu actitud. Cuando llegues a tu objetivo,
tienes que estar absolutamente seguro de ti mismo, de tal manera que tu
contrincante piense que se trata de una moda extraña y original. ¿Me
comprendes?
ANTONIO.
No sé si pueda lograrlo.

SUZÍE Q.
Claro que puedes. Me has quitado la llave, me has convencido de que te vas.
¿Qué más quieres?

ANTONIO.
Quiero que todo esto se acabe pronto.

SUZÍE Q.
¡Claro que no lo quieres! Estamos en plena acción. ¡En el desfile blando! ¡The
Soft Parade! Las puertas están abiertas y tenemos que seguir adelante en
nuestro paso por el mundo, mi querido Antonio. El secreto está en mantener la
cabeza erguida, no flaquear jamás. ¡Sentarse a la ordenadora de los días y no
levantarse hasta no llenar todas las páginas como el destino lo merece! Es una
orden, Antonio.

ANTONIO.
Está bien, está bien. ¿Pero qué pasa si fracaso?

SUZÍE Q.
Ya fracasaste, Antonio. ¿Qué más puedes perder?

ANTONIO BESA CON TERNURA A SUZÍE Q. ACTO SEGUIDO LE DA


UNA CACHETADA DE APOYO. SUZÍE Q. LO MIRA CON
DESCONCIERTO.

XVIII. LAS TENTACIONES DEL BUEN ANTONIO

CAE LA TARDE. SE ESCUCHA EL RUIDO DE AUTOS, DE CLAXONS,


DE GENTE QUE CAMINA POR LAS CALLES. ANTONIO AVANZA
IMPACIENTE, TRATANDO DE LLEGAR A TIEMPO A SU CITA.

ANTONIO.
No puede ser que me pierda tanto. No puede ser que cada que encuentro una
pequeña distracción, me enrede con ella. Tengo que tener un norte. Tengo que
tener un punto de llegada. Esto no puede seguir así. Tengo que ser una persona
responsable. Tengo que empezar a cumplir con mis deberes. Y uno de mis
deberes es llegar al castillo de Susana. Tengo que empezar por algo, por algo
tan simple como esto. Pero si no empiezo por cumplir las citas, entonces,
¿cómo voy a abordar los grandes desafíos, los grandes conciertos, las grandes
noches, los grandes libros que me esperan por escribir? Por lo pronto, cumple
la cita, cumple la cita, Antonio. ¡No te puedes dejar distraer de nuevo!

EN MEDIO DE LOS TRANSEÚNTES, EMPIEZAN A CRUZAR LAS


TENTACIONES DE ANTONIO. SON FIGURAS DE PESADILLA. TODAS
VUELAN A SU ALREDEDOR, COMO ÁNGELES DE MAL AGÜERO.

LA MUJER DE ANTONIO.
¡Vas muy bien, Antonio, vas muy bien! ¡Pero no olvides regresar a casa!

ANTONIO.
Eso no lo sé. ¡No sé qué sorpresas me queden por delante!

LA MUJER.
¡No seas perezoso! ¡Yo sé que no haces las cosas simplemente por pereza!

ANTONIO.
No empieces, por favor. Tú no conoces mis razones más profundas.

LA MUJER.
Tú no tienes razones profundas, Antonio. Te estás demorando, Antonio. ¡Te
estás demorando!

ANTONIO.
No te preocupes. Estoy llegando, pero no me distraigas.

LA MUJER.
Es para que no olvides tu camino de regreso.

ANTONIO.
No lo he olvidado. No te preocupes. No lo he olvidado.

LA MUJER.
Hasta pronto, Antonio. Yo voy a estar esperándote.
DESAPARECE, EN MEDIO DE UN ESTRUENDO DE TAMBORES
TROPICALES.

ANTONIO.
(Sigue avanzando.) La pereza. Siempre con la misma historia. Si yo soy de los
hombres que más trabajan en esta ciudad. Lo que pasa es que no salgo en la
televisión, ni tengo hermosas caderas, ni me da por matar a mis enemigos.
¿Será que es eso lo que llaman trabajar? (Aparece, apurada, la sombra
celestial de LA MONJA.) Oh, no, por favor. Ahora no tengo tiempo.

LA MONJA.
¿Ya te vas a morir?

ANTONIO.
Ya casi. Por eso no puedo atenderte.

LA MONJA.
¿Llevas provisiones para el viaje?

ANTONIO.
No las necesito, no te preocupes.

LA MONJA.
¿Ni siquiera un beso en la mejilla?

ANTONIO.
Sobre todo besos, no.

LA MONJA.
Recuerda tus oraciones. ¡Recuerda lo que te enseñaron en Manresa!

ANTONIO.
He hecho todo lo posible por olvidarlo. Y tú te encargas de metérmelo en la
cabeza desde que te conozco.

LA MONJA.
Tarde o temprano, el cielo recompensará tus esfuerzos.

ANTONIO.
Eso estoy esperando desde que nací.

LA MONJA.
Hasta pronto, Antonio. Yo voy a estar esperándote. ¡No te olvides!

DESAPARECE ENTRE BRUMAS Y CANTOS GREGORIANOS.

ANTONIO.
Otranto, número 69. Otranto, número 69. ¿Será que no va a aparecer nunca
esta dirección? ¿Será que estoy en la ciudad equivocada?

MIRANDA.
(Tratando de alcanzar a ANTONIO.) Se te acabó el tiempo, Antonio. Estás
terminado. Regresa, por favor.

ANTONIO.
No. Y mucho menos a tus brazos.

MIRANDA.
Yo lo sabía. Soy un cero a la izquierda.

ANTONIO.
Piensa lo que quieras. Piensa en el agente 007. Tiene dos ceros a la izquierda y
mira lo bien que le ha ido.

MIRANDA.
No te burles, carroña. Ya te he de ver cuando salgas de la burbujita de cristal
en la que estás metido.

ANTONIO.
Yo amo mi burbuja de cristal. ¿No te das cuenta?

MIRANDA.
Te odio, bazofia. Voy a enamorarme de un enterrador, de un tramoyista, de un
operador de radio. Vas a ver de lo que soy capaz cuando se burlan de mi
derrota.

ANTONIO.
Me imagino. Me imagino que eres capaz de todo lo imaginable. ¿Por qué no
me dejas solo, quieres?

MIRANDA.
Porque no quieres. Porque estás loco porque te vuelva a besar hasta el último
testículo, ¿no es cierto?

ANTONIO.
¡No! ¡No es cierto!

MIRANDA.
¡Es cierto! ¡Es cierto!

DESAPARECE, LANZANDO UNA SINIESTRA CARCAJADA.

ANTONIO.
Sí. Es cierto. Es cierto. ¿Cuándo será que voy a aprender? Es la ruleta loca del
tiempo. Es este carrusel de caballos ebrios el que me tiene desfogado. Pero
hay que sublimar. Hay que sublimar. Que nadie se dé cuenta lo que se esconde
en mi cabeza.

APARECE LA MADRE, DÁNDOSE LATIGAZOS.

LA MADRE.
(Cantando.)
"Quiero dar media vuelta,
quiero dar vueltas enteras,
quiero que me penetres,
que busques lo que quieras...".

ANTONIO.
No, mamá, por favor. Los Silver no.

LA MADRE.
¿Por qué no? ¿Por qué me lo negaste? ¿Es que yo nunca tuve la oportunidad
de ser joven?

ANTONIO.
No, mamá. Una madre nunca es joven. Al menos que seas una madre soltera, o
la apetecible Yocasta. Pero ese no es tu caso. ¡Me haces el favor y te
comportas!

LA MADRE.
¡Yo lo sabía! ¡Yo lo sabía! ¡Siempre he sido el peor de tus estorbos!

ANTONIO.
No, mamá. Pero, entiéndeme. Ahora estoy muy ocupado. Desde que me
trajiste al mundo, me mantengo muy ocupado.

LA MADRE.
¿Pero por qué me tocó a mí tener una bestia insensible como hijo? Yo veo a
las otras madres y son felices. Los hijos cantan rancheras por ellas, matan por
ellas, van a misa por ellas. ¿Por qué nunca has tenido el más mínimo detalle
con tu madre?

ANTONIO.
No me siento capaz de ese tipo de homenajes.

LA MADRE.
¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta? ¡Eres un hijo del demonio! ¡El bebé de
Rosemary!

ANTONIO.
Siempre te dijeron en la escuela que deberías escoger muy bien a tu marido. Y
ahora vete, por favor. Me estás retrasando.

LA MADRE.
No me olvides, por favor. No me olvides, que yo no voy a olvidarte. Una
madre jamás se olvida de sus hijos. ¡No me olvides!

DESAPARECE, CANTANDO CANCIONES DE LOS SILVER, ACTO QUE


ENARDECE A ANTONIO. ESTE SIGUE SU CAMINO.

ANTONIO.
Los Silver. Los Silver. Uno no debe obsesionarse por nada. Después se vuelve
un obstáculo. Una amarga pesadilla. Ahora siento como si Los Silver fuesen
de mi más terca exclusividad. Nadie puede tocarlos. Y mucho menos la
infalible voz de mi progenitora. ¡Ah! ¡Susana del Valle! ¡Qué lejos estás!
Tanto correr para, al final, tan solo encontrarte. ¿Qué sorpresa podré tener
frente a algo que ya imagino?

SUZIE Q.
(Aparece portando un bolso ligero. Avanza, tratando de detener a ANTONIO.)
Por favor, Antonio. Se me olvidaba entregarte algo.

ANTONIO.
Suzie Q. habíamos quedado en que todo se arreglaba por las buenas. No
vuelvas a entorpecer lo que ya estaba arreglado.

SUZIE Q.
Detente, por favor. Detente. Es muy importante.

ANTONIO.
No tengo tiempo.

SUZIE Q.
Corres el riesgo de arrepentirte por el resto de la eternidad. Detente.

ANTONIO.
(Se detiene a regañadientes.) Muy bien. ¿De qué se trata?

SUZIE Q.
Esto llegó a mi buzón. (Abre su bolso y saca los restos de una calavera.)

ANTONIO.
¿Quién te lo mandó?

SUZIE Q.
No sé. Es alguien que dice llamarse... don Gonzalo.

ANTONIO.
Están tratando de intimidarme. Ese es el nombre de mi padre. Y mi padre
murió hace cuatro años.

SUZIE Q.
Es muy extraño, Antonio. Pero quédate con ella. Yo no quiero tener los restos
de un muerto en mi casa.

ANTONIO.
Estamos rodeados de muertos. Uno menos, uno más...

SUZIE Q.
¡Por favor, Antonio! Esto es muy delicado.
ANTONIO.
Entonces, no la estampilles contra el piso.

SUZIE Q.
¡Este no es el momento para tus chistes!

ANTONIO.
¿Qué quieres que te diga entonces? ¿Que vaya a la policía? ¿Que denuncie
que alguien ha desenterrado la calavera de mi padre? ¿Que me arrepienta y no
siga mi camino? Estás loca,

SUZIE Q.
No me voy a detener. Es más. Voy a detenerme para beber otro trago, el último
trago de licor, antes de continuar en mi carrera contra el destino.

SUZIE Q.
Te lo advierto, Antonio. ¡Si no me recibes estos huesos, esta cabeza va a volar
por los aires, como una pelota de fútbol!

ANTONIO.
¡Esas son cosas de mi madre! Ella está enviándome trampas para que me
arrepienta, para que no siga mi camino. Pero no. ¡No le temo a los muertos!
¡No le temo a los vivos! ¡Soy un valiente! ¡No pesan sobre mi cuerpo un
rosario de enfermedades! ¡Soy tan fuerte como un recién nacido!

BEBE UN GRUESO TRAGO DE LICOR QUE LO HACE RUBORIZAR Y


LANZAR GRITOS DE ALEGRÍA.

SUZIE Q.
Lo siento, entonces. Te lo advertí.

ANTONIO.
No sigas con tus amenazas.

SUZIE Q.
(Coloca la calavera en el piso.) ¿Es tu última palabra?

ANTONIO.
No te preocupes, Suzie Q. No hay porqué comportarse así. Volveremos a
vernos.

SUZIE Q.
Muy bien.

EN CÁMARA LENTA, PATEA LA CALAVERA. ÉSTA VUELA POR LOS


AIRES. HAY UNA TORMENTA. DESAPARECE VOLANDO. ANTONIO
CAE GRITANDO EN UN HUECO NEGRO. LLEGA LA OSCURIDAD.

XIX. EL CASTILLO DE SUSANA

ANTONIO, SUSANA

HAY UNA MESA RECTANGULAR MUY LARGA CON UN


CANDELABRO AL CENTRO Y FRUTAS. LA MESA ESTÁ DISPUESTA,
EN SUS EXTREMOS, PARA DOS PERSONAS. ANTONIO ESTÁ EN EL
CENTRO DEL SALÓN, DESCONCERTADO.

ANTONIO.
Otranto, número 69. Por fin. Ha llegado el momento. Espero que no sea muy
tarde y que Susana aún esté dispuesta a recibirme. (Intenta moverse, pero, en
ese momento, un fuerte tirón en el cuello lo devuelve a la realidad. Las manos
le tiemblan, le rasca el sexo, se mira al espejo y se corrige la mascarilla que
lo protege de la psoriasis.) Hay momentos en los cuales uno no puede seguir.
Momentos en los que el infierno se pone de nuestro lado y ninguna de las
partes de nuestro cuerpo son las nuestras. ¿Qué digo? ¿Cuál "nuestro" cuerpo?
En el caso del cuerpo no puede haber plural. El cuerpo es, seguro y por
desgracia, uno solo. Egoísta. Individual. Tan solo a uno le pertenece. ¿Cómo
será el cuerpo del otro? ¿Cómo será el dolor, la dicha del otro? ¡Diablos! ¿Qué
estoy diciendo? Cada vez que me acerco a Susana, me acerco a las preguntas
finales. Y mi visita apenas comienza. ¡Dioses! ¡Ayudadme! ¡De mi corazón a
mi cabeza debe haber un verdadero método para rozar el mundo sin hacerme
daño! No. No puedo. No puedo. No voy a poder. Me temo que tan solo podré
sobrevivir si le echo mano... a la mentira. (Exagera la mascarilla blanca hasta
quedar irreconocible. SUSANA aparece, portando un candelabro. Al público.)
Entonces, apareció ella, Susana del Valle. Se había convertido en una hermosa
y otoñal vampiresa. Pálida y sin vida, como una diva de otros tiempos. Nos
miramos largo rato y ella pareció no reconocerme. Entonces opté por la mejor
de las "estrategias: decir que yo era otro. Y claro que me dio resultado.

SUSANA.
¿Está seguro que Antonio no puede venir?

ANTONIO.
Eso le mandó a decir.

SUSANA.
Me parece increíble.

ANTONIO.
¿Por qué?

SUSANA.
Porque Antonio nunca cancelaría una cita conmigo. El siempre hizo lo que yo
le pedí.

ANTONIO.
¿Él... está enamorado... de usted?

SUSANA.
No lo sé. Lo que sí sé es que me necesita.

ANTONIO.
¿La necesita? ¿Para qué?

SUSANA.
Disculpe. ¿Cómo me dijo que se llamaba?

ANTONIO.
Me llamo... Gonzalo. Soy amigo de Antonio. Por eso estoy aquí.

SUSANA.
Y Antonio... ¿por qué no me llamó?

ANTONIO.
Es otra de las razones que le traigo. Antonio... me dijo, me pidió que le
dijera... que no quiere volver a verla nunca.

SUSANA SE RÍE A CARCAJADAS. LUEGO, COMIENZA A


CANTURREAR.

SUSANA.
(Cantando.)
"Si quieres que me vaya,
pídemelo, pídemelo.
Pero si quieres que me quede,
seré yo quien te lo pida...".

ANTONIO.
¿Esa canción es...?

SUSANA.
De Los Silver. Me extraña que Antonio se haya resistido a semejante cóctel:
Susana y Los Silver. Ya debería estar aquí.

ANTONIO.
Sí. Es muy extraño. Pero... ¿sabe? Últimamente he visto muy mal a Antonio.
Creo, de verdad, que su salud está en un estado lamentable.

SUSANA.
¿De verdad? No me estará usted exagerando...

ANTONIO.
En absoluto. Incluso, me atrevería a decir que sus días están contados.

SUSANA.
¿Cómo? ¿Usted cree que Antonio pueda?...
ANTONIO.
Todos podemos. Incluso, todos vamos a. Pero lo de Antonio, yo creo que será
pronto e irremediable.

SUSANA.
Imposible. Hay algo en este libreto que no cuadra. Antonio no puede morir
hasta que no cantemos los dos una canción juntos.

ANTONIO.
¿Una canción? ¿Qué canción?

SUSANA.
¿Le provoca una copa de vino?

ANTONIO.
¿Sería posible la botella entera?

SUSANA SE SONRÍE. SE SIRVE UNA COPA PARA ELLA Y LE


EXTIENDE EL RESTO DE LA BOTELLA A ANTONIO. AMBOS BEBEN.
SOBRE TODO ESTE ÚLTIMO, QUIEN LO HACE CON VEHEMENCIA.

SUSANA.
Siéntese.

ANTONIO.
La sigo.

SUSANA.
Ocupe, entonces, el puesto de Antonio, señor Gonzalo.

ANTONIO.
Gonzalo, a secas.

SUSANA.
Muy bien, Gonzalo-a-secas. No voy a quedarme con la comida preparada.
Además, mi marido duerme como un tronco y yo ya estaba dispuesta a
cualquier tipo de celebración.

ANTONIO.
¿A... cualquiera?

SUSANA.
Sí. Con Antonio, por supuesto. Pero ahora que Antonio no está...

ANTONIO.
Le da lo mismo con A que con B o, para ser más claros, le da lo mismo con A
que con G.

SUSANA.
(Sonríe lánguidamente.) No. De verdad, hubiera querido que Antonio
estuviera aquí. Yo sé que él me ha amado lo suficiente. Y me parece que,
después de veinticinco años, tengo que retribuírselo. Pero, parece que ya es
demasiado tarde.

ANTONIO.
Es triste, pero es así.

SUSANA.
No. No es así. Voy ya mismo a buscarlo.

ANTONIO.
No, no, no, no. Eso sería fatal. Antonio yace ahora en su cama y su esposa lo
está cuidando.

SUSANA.
Entonces, voy a llamarlo.

ANTONIO.
Tampoco. Créame, Susana, la mujer de Antonio, es uno de los seres más
celosos que existen sobre la tierra y, en especial, en lo que se refiere a usted.

SUSANA.
¿A mí?

ANTONIO.
Sí, a usted. Antonio se lo contó todo.

SUSANA.
¿Todo? Mucho imbécil. Pero si no ha pasado nada.

ANTONIO.
Precisamente. Eso la hiere más. Eso hace que ella piense que esas heridas son
más profundas y con finales mucho más impredecibles.

SUSANA.
De repente tiene razón.

ANTONIO.
Claro que tiene razón. Pero ahora... la suerte está echada.

SUSANA.
Debo confesarle que esto no deja de producirme rabia.

ANTONIO.
¿Un poco más de vino?

SUSANA.
¿Sería posible la botella entera? (Los dos ríen y beben. Silencio. Se miran a
los ojos largo rato.) ¿Puedo decirle algo, si no le ofende?

ANTONIO.
En este momento, a mí ya nada me ofende.

SUSANA.
Me gusta... quiero decir, me encanta su palidez.

ANTONIO.
Eso no tiene porqué ofenderme. Al contrario.

SUSANA.
Me gustan los hombres pálidos, altos, flacos y narigones. Y, sin embargo, me
casé con uno chiquito, grueso y de nariz chata. Pero multimillonario. A mí me
encantan los multimillonarios. Yo soy una máquina de hacer plata, ¿sabe? Soy
como una especie de esposa del rey Midas. Todo lo que toco... se convierte en
oro... (Acaricia suavemente la mejilla de antonio.) ¿Está seguro... que Antonio
no va a venir?
ANTONIO.
¿Está segura... que su esposo no se va a despertar?

SUSANA.
Yo pregunté primero.

ANTONIO.
No. No va a venir. Nunca lo había visto tan decidido.

SUSANA.
(Rompe el hechizo de la seducción.) ¡Esto no cuadra! ¡Esto no cuadra!

ANTONIO.
Como quiera. Vaya búsquelo entonces.

SUSANA.
Sí. Eso es lo que voy a hacer.

COMIENZA A ARREGLARSE. ANTONIO SACA LAS HOJAS ROSAS


ARRUGADAS DE SU BOLSILLO, LAS HOJAS DEL POEMA QUE
ESCRIBIÓ AL COMIENZO DE LA HISTORIA, Y COMIENZA A LEER.

XX. DECLARACIÓN DE AMOR


A LA QUE YA NO VUELVE

ANTONIO, SUSANA

ANTONIO
Puede que usted no quiera aceptarlo.
Esa es su decisión.
Puede, incluso, que no lo necesite porque ya otros
han sabido convencerla.
Puede, en fin, que usted no crea
porque yo no vine para esto,
porque usted no estaba preparada,
porque usted jamás iba aceptarlo.
Eso está bien. Pero me la juego.
Me la juego, porque
bien vale la pena
ese labio superior que me hace muecas,
esos ojos de danta
y esos dedos enredados.
Quiero meterme en la boca del lobo
y aturdirla a gritos
mientras soporta mis heridas.
Porque no es amor lo que le propongo.
Yo, en eso, no creo.
Le propongo un festín de sudores
y de sangre
hasta que nos lleve el viento,
hasta que nos agotemos,
hasta que cantemos canciones
que nunca antes otros han cantado.
Y usted y yo, arrepentidos,
nos preguntemos quiénes somos
y salgamos corriendo
por las calles de una madrugada ebria.
Hostigados el uno contra el otro,
detestando nuestras risotadas,
odiando la piel y la confianza del otro,
pero con la satisfacción hiriente
de la mala educación cumplida.
Usted verá.

SUSANA.
(Lo mira desconcertada. Acto seguido, lanza una sonora carcajada que hace
temblar la llama de las velas.) ¿Eso lo escribió usted?

ANTONIO.
No. Se lo compré al lotero de la esquina.

SUSANA.
¿O sea que el lánguido mensajero de Antonio también es poeta?

ANTONIO.
¿Antonio es poeta?
SUSANA.
No lo sé, pero me imagino. Si uno se demora veinticinco años en declararle su
amor a alguien es porque es un poeta, o un idiota.

ANTONIO.
O un mensajero.
SUSANA.
Dígame... Gonzalo. Ese poema... lo escribió Antonio, ¿verdad?

ANTONIO.
Pues claro que lo escribió él. Yo no tengo tanto sentido del ridículo como para
expresar mis emociones.

SUSANA.
Pues lo ha conseguido.

ANTONIO.
¿Expresar mis emociones?

SUSANA.
No. Expresar su sentido del ridículo.

ANTONIO.
Bueno, eso es un punto a favor de Antonio. ¿No le parece?

SUSANA.
Seguramente. Él siempre fue un genio para ese tipo de desgarramientos.

ANTONIO.
Ese ha sido uno de sus atributos. Deberían hacerle una estatua como
paradigma de la cursilería.

SUSANA.
¿Para qué? (Ambos ríen a carcajadas. Beben a pico de botella y continúan
riendo.)

ANTONIO.
Pobre Antonio. No sabe de lo que se salvó.
SUSANA.
Al contrario, al contrario. Todavía guardo la esperanza de volver a verlo.

ANTONIO.
En el cielo de los imbéciles nos vamos a encontrar todos.

SUSANA.
Y Antonio sentado, a la diestra de Dios Padre, como el para... ¿el para qué?
¡El pararrayos de los imbéciles!

ANTONIO.
¡Loado sea, Antonio, paradigma de los imbéciles, de los cursis y de los
enamorados!

SUSANA.
¿No dijo usted que era lo mismo?

ANTONIO.
No lo dije yo. Lo dijo Antonio.

SUSANA.
(Cantando.)
"Carpo, metacarpo y dedos,
tarso, metatarso y dedos.
De dos en dos sigo mi curso,
mientras muero en mis enredos.”

AMBOS RÍEN. LLEGA EL SILENCIO. SE MIRAN. SE BESAN. SUSANA


TIENE UNA ARCADA Y SE TIENE QUE RETIRAR A VOMITAR.
ANTONIO ESCULCA EN LOS ALREDEDORES, BUSCANDO LO QUE
NO SE LE HA PERDIDO.

ANTONIO.
(Al público.) Claro. Estaba de mi lado. Estaba a un solo paso de lo que estaba
buscando desde hacía tanto tiempo. Pero me detuve. El problema es que... no
era yo. Ella no estaba fascinada con Antonio, sino con mi propio engaño, con
mi mentira. No era, tampoco, lo mejor de mí. Era, tan solo, un mensajero, un
empleado, un aparecido, aquel que comenzaba a hipnotizarla. Así que decidí
enfrentarla. Pero el licor hizo de las suyas y enfatizó la mentira.

SUSANA.
(Regresa más pálida que de costumbre.) Lo siento, pero tiene que irse.

ANTONIO.
¿Le parece que está poco presentable cuando vomita?
SUSANA.
Al contrario. Le estoy sacando a flote mis entrañas. Eso no lo había hecho ni
con mi marido.

ANTONIO.
Hay cosas que no se ven bien con el marido, pero que le fascinan a los
extraños.

SUSANA.
Usted... no es Gonzalo, ¿verdad?

ANTONIO.
Bebamos, Susana. Cuando uno vomita, ha desocupado el cuerpo y puede
volver a empezar.

SUSANA.
Usted es Antonio.

ANTONIO
Antonio trabaja en una estación de radio en el turno de la noche. Durante años,
cada madrugada ha conversado con una buena cantidad de gente que lo
escucha y que lo atiende. Como usted sabe, Susana, toda la gente que escucha
radio está loca. Ahora bien. La gente que escucha radio a la madrugada está
completamente loca. Y la gente que escucha radio a la madrugada y llama a la
estación de radio está podrida. Antonio sólo lo supo cuando se dio cuenta que
él era el sacerdote de toda esta ceremonia del delirio. Y se dio cuenta cuando
lo llamó una de las oyentes desquiciadas que se hizo pasar por una viuda
procaz y deslenguada. Meses después de tenerla bajo su dominio, se pusieron
una cita para conocerse frente a frente. Antonio decidió ir a la casa de la mujer
de sus curiosidades. Él estaba dispuesto a todo. Cuando llegó tuvo la traviesa
sorpresa del destino de enterarse que la estaban velando. Había muerto
después de la última llamada. ¿Eso qué importa ahora, Susana? Si soy o no
soy Antonio, si soy Gonzalo o un avestruz, ¿en qué cambia las cosas? Yo estoy
jugando con usted. Usted me utiliza, yo la utilizo. Afuera ponen bombas y se
matan a mordiscos por cualquier orgullo. ¿De algo nos sirve? ¿Detendremos la
muerte? ¿Controlaremos el movimiento de los astros? ¿Sabremos por fin el
origen de su asfixiante belleza? Para nada. Yo, Gonzalo (y soy Gonzalo),
Antonio, su marido, cierra usted los ojos y seré tan solo dedos, huella digital
sin identidad ni sombras. Una hoja que cae y la humedece y la hace delirar
para luego sumirse en la tristeza siniestra del deber cumplido. ¿No se da
cuenta? No vamos para ningún lado, Susana. Lo más triste es realizar los
sueños. Una vez resuelto el problema queda en el alma una sensación de
acoso, de vacío, de obra de caridad con el espíritu que nunca más podrás
sacarte del pellejo, mi estimada desiderata. ¡Bebamos! ¡Bebamos por la
pavorosa muerte de Antonio! ¡Él sabrá sobrellevarla porque tiene entrenados
desde hace tiempo a los gusanos!

SUSANA.
¡Cállese, Antonio! ¡Usted no vino a esto!

ANTONIO.
¡Yo no soy Antonio!

SUSANA.
Y yo no soy Susana, pedazo de guiñapo. ¿Qué te has creído? ¡Mírame bien!
¡Mírame bien!

ANTONIO.
(Aterrado, guarda silencio. No se atreve a mirarla.) Otranto 69. Otranto 69.
No puede haber ningún error.

SUSANA.
"Buenas noches... Para solicitar una canción... Aquí, Leidi Di Forero del barrio
de Las Astromelias... Tú eres Antonio, ¿verdad? Ay, tan divino... ¿Sabes que
me encanta tu voz?... Tienes... Tienes ese dejo hechizado que sólo mantienen
los elegidos por los dioses. Me encanta tu programa y quiero que me com-
plazcas con una canción de Los Silver, ya que no me puedes complacer
personalmente. ¿La tienes? ¿Conoces el álbum prohibido de Los Silver? ¿Me
sigues?... ¿Aló? ¿Aló, Antonio? ¿Aló?".

ANTONIO.
Una vez... mi hijo me afirmó: "Papá... lady quiere decir señora. Die quiere
decir muerte. O sea que lady Di es la señora muerte". ¡La señora muerte!
Susana, ¿qué está pasando?

SUSANA.
Se nos acabó el tiempo, sabelotodo. Ya no te cabe una enfermedad más en tu
cuerpo. Lo saturaste. Ahora, vámonos preparando para la mejor de las camas,
para el mejor de los orgasmos. El que se hace por siempre en la oscuridad
eterna. Vienes ensayando desde hace tantos años que vas a llegar a las
profundidades con el mejor conocimiento de causa.

ANTONIO.
Pero yo no he hecho nada. ¡Tengo que regresar!

SUSANA.
Claro que vas a regresar. ¡De la nada viniste, a la nada regresas!

ANTONIO.
¡No! ¡Mi mujer me está esperando!

SUSANA.
¡Ella no es tu mujer! ¡Nadie es la mujer de nadie!

ANTONIO.
¡Aléjate, perra de los infiernos! ¡No te me acerques porque tengo una
colección de crucifijos para anularte!

SUSANA.
Esto no es una película de vampiros, mi querido Van Helsing. ¡Comienza la
cuenta regresiva!

ANTONIO.
¡Susana, por Dios, nos falta un acto! ¡Nos falta el último acto!

SUSANA.
¡Identifícate, idiota! ¿Eres o no eres Antonio? ¡De eso depende tu salvación o
tu condena!

ANTONIO.
¡Ya te lo dije! ¡Soy Gonzalo!

SUSANA.
¡Gonzalo está muerto, embustero! ¡Lo pateaste como a un balón de fútbol y
ahora pretendes suplantarlo!

ANTONIO.
¡Yo no fui! ¡Yo no fui! ¡Fue Suzie Q.! ¡Ella se empeñó en traerme la
evidencia!

SUSANA.
¡No evadas tus responsabilidades! ¡Estás perdido!

ANTONIO.
“¡Jesús mi señor y redentor! Yo me arrepiento de todos mis pecados, porque
con ellos ofendí a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a
pecar”.

SUSANA.
"Advierten los que de Dios / juzgan los castigos grandes,/ que no hay plazo
que no llegue,/ ni deuda que no se pague...".

ANTONIO.
¡Susana, por favor! ¡El álbum! ¡No he escuchado el álbum!

SUSANA.
¿No te has dado cuenta, retrasado? ¡No existe! ¡El álbum no existe!

MUERDE EL CUELLO DE ANTONIO. TODO SE TORNA ROJO


PROFUNDO. EL CASTILLO DE SUSANA DESAPARECE. LLEGA LA
OSCURIDAD.

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