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Estudios de Psicología: Studies in Psychology


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La insoportable agencialidad del ser:


condiciones de posibilidad para una psicología
del sujeto agente y de la acción significativa
a a
Jorge Castro & María-Fernanda González
a
Universidad Nacional de Educación a Distancia
Published online: 23 Jan 2014.

To cite this article: Jorge Castro & María-Fernanda González (2009) La insoportable agencialidad del ser:
condiciones de posibilidad para una psicología del sujeto agente y de la acción significativa, Estudios de
Psicología: Studies in Psychology, 30:2, 115-129

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La insoportable agencialidad del ser:


condiciones de posibilidad para una
psicología del sujeto agente y de la acción
significativa
JORGE CASTRO Y MARÍA-FERNANDA GONZÁLEZ
Universidad Nacional de Educación a Distancia

Resumen
En este artículo se reflexiona sobre las formas en que diferentes ciencias sociales y humanas han intentado
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definir las dimensiones de la agencialidad humana. Centrándose en los desarrollos de la psicología, la sociolo-
gía y la antropología se analiza el resurgimiento actual de la cuestión de la agencialidad y sus dimensiones eto-
políticas en un escenario postmoderno marcado por la globalización, las nuevas formas de ciudadanía y la mul-
ticulturalidad. Se recorren críticamente algunas de las propuestas que la psicología ha elaborado para explicar
la agencialidad: desde las propuestas socioconstruccionistas –y sus debates con otras psicologías que estabilizan
al sujeto en estructuras cognitivas y formas comportamentales–, hasta aquellas herederas de la escuela sociohis-
tórica –y sus debates internos acerca de la formas operatorias de la acción inscrita en procesos filo, onto y socioge-
néticos–. Este amplio recorrido ofrece un marco desde el cual interpretar y poner en perspectiva los diferentes artí-
culos que forman este número monográfico.
Palabras clave: Agencialidad, psicología, ciencias humanas, génesis, modernidad, posmodernidad.

The unbearable agency of being:


Conditions of possibility for a psychology
of human agency and significant action
Abstract
The paper reflects on the different theoretical approaches to “human agency” in social sciences. It focuses on
psychology, sociology, and anthropology and analyses the current revival of agency and its ethical-political
dimensions in a postmodern context marked by globalisation, new forms of citizenship, and multiculturalism.
A critical presentation is made of different proposals elaborated by psychology to explain agency; ranging from
socioconstructivist proposals –and their discussions with other psychological theories that stabilise the subject
into cognitive structures and behavioural forms– to sociocultural proposals –and their internal debates on the
action and processes of philogenesis, ontogenesis, and sociogenesis. This comprehensive review offers a framework
from which to interpret and put into perspective the different papers that make up this monographic issue.
Keywords: Agency, psychology, human sciences, genesis, modernity, postmodernity.

Correspondencia con los autores: Departamento de Psicología Básica I. Facultad de Psicología. UNED. C/ Juan del
Rosal, 10. 28040 Madrid. E-mails: Jorge.castro@psi.uned.es - fgonzalez@psi.uned.es

© 2009 Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395 Estudios de Psicología, 2009, 30 (2), 115-129
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Relatos insoportables
Es de suponer que todo el mundo ha reconocido en el título de esta introduc-
ción el juego de palabras planteado a propósito de una de las fábulas más popula-
res de los “tiempos modernos”; de los “verdaderos” tiempos modernos que son
los de la “Guerra Fría”. Nada más comenzar su famosa novela, Milan Kundera
expone su tesis sobre todo aquello que configura lo leve de la vida humana, todo
aquello que parece carecer de importancia y que adquiere un signo negativo
frente al positivo de lo pesado, de todo aquello que define hechos o eventos
memorables o constitutivos del Ser. Ahora bien, la cuestión con la que a Kunde-
ra le interesa realmente interpelarnos es ¿qué pasa cuando lo leve se convierte en
pesado?
El escenario del relato en el que Kundera explora posibles respuestas es el de
una Praga fantasmal y ocupada hace poco tiempo por los tanques rusos; un pesa-
do paisaje que seguramente es planteado como alegoría de la memoria reciente y,
a la vez, los olvidos más inconfesables del viejo occidente –el europeo–. La acción
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importante transcurre, sin embargo, en relación con las experiencias y vivencias


subjetivas e intransferibles de los personajes principales, el cirujano Tomás, la
camarera Teresa, la pintora Sabina y el profesor universitario Franz. El cuerpo o
la mente de todos ellos vaga por aquel territorio sin conseguir nunca atrapar las
motivaciones últimas y el sentido necesariamente trágico de sus vidas.
A pesar de los coqueteos nieztscheanos, experimentos literarios, dudas e ironí-
as que también convergen en la trama de Kundera, la novela es plenamente
“moderna”: no de otra manera se entiende su obsesivo interés freudiano por el
sueño como un espacio para la revelación, sentido último de la acción de sus per-
sonajes; la aparición explícita de su propia voz como autor en numerosas páginas
para ponernos al tanto de su punto de vista; o su extenso diálogo con el kitsch
como artefacto cultural diseñado para negar o velar la cruda realidad, para apaci-
guar nuestra ansiedad o mala conciencia en tanto que individuos integrados en
una sociedad civilizada.
Mencionamos sólo algunos detalles que, creemos, están en sintonía con la
invitación de la novela, sino al total desgarro existencial, sí a un profundo pesi-
mismo para con las posibilidades de las que dispone todo ser humano –incluyen-
do el de ese complejo arco occidental que se despliega desde el trabajador poco
cualificado hasta el artista excepcional, pasando por figuras tan importantes y
representativas como el médico o el académico– para escapar a las condiciones
más primarias de su propia vida; a saber, las de su socialización primaria, las de
los arquetipos familiares, las de sus propios cuerpos, etcétera.
La insoportable levedad del ser viene al caso en este monográfico porque quizá
refracta y se entreteje con algunos de los callejones sin salida a los que también
ha(n) llegado la(s) psicología(s) moderna(s) con el diseño de su(s) propio(s) perso-
naje(s) y la(s) narracion(es) de su(s) vida(s). Sí, es cierto, la modernidad de la psi-
cología ha sido muy otra y ante ella se abría más bien el horizonte optimista del
progreso y la feliz sociedad del bienestar antes que el escenario fantasmal y pesi-
mista dibujado por Kundera. Al fin y al cabo, la literatura moderna no se ha
encomendado la misión de pensar utopías socio-culturales –aunque también lo
haga– mientras que la psicología desde sus mismos orígenes decimonónicos no
pensó en otra cosa que en optimizar socialmente las “condiciones naturales” del
sujeto que ella misma definía.
Por eso, en cierto sentido, configura un reverso kitsch de esa Praga ocupada
por los tanques: es la teoría y tecnología que, idealmente, sustenta al sujeto que
habita tanto la utopía del régimen como, alternativamente, la utopía que se
opone a él. En este sentido, algunos genealogistas y psicólogos críticos han trata-
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do de convencernos con muy buenos argumentos de que el plan prioritario –y un
tanto perverso– de la psicología en occidente siempre fue el del sujeto, indivi-
dualista, feliz, autónomo y, al tiempo, fragmentado y multifrénico típico de la
democracia liberal (véase Blanco, 2002; Billig, 1995; Gergen, 2006; Rose, 1996
y 1999). El señalamiento es acertado pero no suficientemente preciso: al menos
hay tantas psicologías como proyectos ideológicos modernos (liberalismo, comu-
nismo, fascismo, socialdemocracia, neoliberalismo, etcétera); y, si se nos apura,
tantos como estados-nación1 (véase Castro y Lafuente, 2007).
Sin embargo, aún asumiendo que existiera efectivamente una única agenda o
unos rasgos básicos para toda la psicología occidental, lo que ha sucedido con su
trayectoria disciplinar a través de la modernidad es que todo aquello que tenía
que ver con su levedad, a saber, la posibilidad de un “sujeto agente”, se ha ido
transformando también en pesado. Pero, ¿exactamente en qué sentido?
A despecho de psicólogos humanistas y algunos psicoanalistas, los cognitivis-
mos y conductismos de los años 50, 60, 70 y 80 parecían haber arrinconado ofi-
cialmente y con éxito aquel sujeto en los desvanes decimonónicos de la “volun-
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tad”, el “carácter”, la “tendencia” o, incluso, el “yo”, el “espíritu” y el “alma”.


Como en la novela de Kundera, estas psicologías tenían muy presente la densi-
dad realmente importante de los mecanismos automatizadores, inconscientes,
deterministas y básicos del ser y la actividad, reduciendo la naturaleza del sujeto
humano a las pesadas maquinarias orgánicas del reflejo, el conmutador, la gené-
tica o el cerebro. Evidentemente, a diferencia del autor checo, los buenos psicólo-
gos no han vivido esto bajo resto alguno de pesimismos existencialistas, más
bien bajo la absoluta y completa convicción de que se estaba desplegando para
bien el mejor modelo científico posible: el modelo pulcramente des-animado de
la física (véase Blanco, 2002; Blanco y Castro, 1999).
Ahora bien, lo que viene sucediendo desde hace sólo unos pocos lustros es que
estamos arribando con todo ese equipaje a orillas extrañas y no previstas. Por
supuesto, nos referimos a las orillas de la postmodernidad, la globalización y, si
se quiere, el multiculturalismo. Y esto redefine necesariamente la operatividad
semántica y práctica de la propia psicología; sin duda, mucho más que la de la
novela de Kundera.
Lógicamente, por grande que sea el peso de lo moderno en su obra, el escritor
checo puede confiar en sus privilegios estéticos, en la apertura del sentido litera-
rio, para adentrarse sin demasiadas inquietudes en ese ignoto territorio –como
también sucede con Sófocles, Virgilio o Cervantes–. Pero no así la psicología dis-
ciplinar, cuya apuesta no revisada por el orden y el progreso la obliga ahora a bre-
gar con otras utopías inquietantes y polimórficas. De hecho, más bien cabría
hablar de distopías que tan pronto certifican la muerte, no ya del autor o del
actor, sino del propio “sujeto”, como increpan a esa misma y sorprendida psico-
logía oficial por ser su última valedora (véase, por ejemplo, Palti, 2005). Como
vamos a ver más adelante, habitualmente son posiciones que se yerguen ante ella
reclamando la importancia de la acción significativa y dependiente de contexto
o, alternativamente, el papel agencial de los cuerpos, los objetos y las redes y
ensamblajes que constituyen toda condición de vida o acción posible.
Y esto sólo sucede en la pulcra academia. Alternativamente, en la vida coti-
diana cada vez son más los sujetos que no tienen nada claro, quizá ni siquiera
conciencia, del sistema operativo previsto por las viejas utopías de la moderni-
dad. O peor aún: en algunas latitudes más orientales –digámoslo, en las siempre
inquietantes economías emergentes del tercer mundo– no sólo se ha asimilado
esa utopía tal cual sino que se ha puesto frenéticamente en marcha. Todavía más,
se ha hecho al nuevo ritmo marcado por el neoliberalismo, ya sin reducto posible
para los clásicos reparos humanistas (véase Latour, 2008a). Así las cosas, el sujeto
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de la postmodernidad va, viene, cambia de país, de trabajo, de opinión, de creen-


cias religiosas, de círculo social y familiar de manera acelerada. Rebasa y recom-
pone sentidos, muere y vive a través de ellos continuamente para encontrar o
agotar la lógica inminente y efímera de su actividad cotidiana… en definitiva,
hace aquellas cosas que los seres humanos pueden hacer porque son seres huma-
nos.
Ante ese panorama reciente, el mainstream de la psicología parece decidido a
encastillarse cada vez más en las neuronas y los genes, empeñándose también en
una huida tecnoasistencialista hacia delante que, en definitiva, supone un cola-
boracionismo activo y riguroso con la renovación y ajuste neoliberal del viejo
sujeto y antropotecnias de la modernidad. Para certificarlo seguramente basta
con echar un ojeada a su total alineamiento y conformidad con los enrevesadas
justificaciones político-pedagógicas del “Plan Bolonia” (véase, por ejemplo,
Blanco y Castro, 2007; Fuentes, 2007). Pero lo que es evidente es que, fuera de
las cuatro paredes de los laboratorios y aulas académicas y de los solemnes salones
de Maastricht y Bolonia, la levedad de lo que la gente hace y dice en su vida coti-
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diana ha retornado pesadamente. Saliendo de su estado de animación suspendi-


da, el sujeto predecible y mesurado de la Guerra Fría está empezando otra vez a
actuar de maneras impredecibles y desmesuradas; hace muchas cosas difíciles de
entender hasta para los psicólogos –también para el resto de profesionales de la
salud, la academia y la política–, aunque nos lo callemos o lo comentemos sólo
levemente en la intimidad de las alcobas y los cafés de Madrid, Buenos Aires y
Praga.

¿Quién ha soportado la agencialidad?


En buena medida, la empresa seguramente excesiva y fallida de este mono-
gráfico se ubica en este complejo territorio de lo que todavía pueden decir los
psicólogos sobre el sujeto leve que ha devenido en pesado; ese sujeto que hace
cosas con sentido, con algún sentido por extraño que nos parezca. La palabra
clave que hemos elegido para tematizar tal territorio es “agencialidad”, asumien-
do un neologismo reciente en castellano y, quizá, no demasiado preciso a la hora
de traducir el término anglosajón “agency”.
En un somero y poco sistemático repaso del término podemos señalar cómo
su uso disciplinar más reciente empieza a generalizarse durante los años ochenta
en el ámbito de la teoría social y política; en torno a polémicas sobre la realidad,
pertinencia u operatividad de un tipo de subjetividad propia de las sociedades
burguesas del liberalismo. Ésta se caracterizaría por cierta intimidad o privaci-
dad y su capacidad para elegir de una manera personal y libre entre la multitud
de opciones morales, comerciales, etcétera, disponibles en el mundo occidental.
En las polémicas subsiguientes a ese planteamiento concurren los nombres de
autores como Foucault (2008), Wittgenstein (1988), Rorty (1989), Bhaskar
(1991), Giddens (1979), Nagel (1979), Popper (1994), Habermas (1973), Bour-
dieu (1991), Taylor (1989) o Bauman (2000); referencias fetiche que alimentan
tomas de postura o difíciles equilibrios entre la lógica de un sobredeterminismo
sociológico y de la libre intencionalidad del agente (para un repaso de este esce-
nario argumental véase, por ejemplo, Pleasant, 1997). Formalmente, los enfren-
tamientos se han tematizado en torno a una oposición arquetípica entre estructu-
ra y agencialidad (véase, por ejemplo, Dietz y Burns, 1992; Mather, 2000; Shi-
lling, 1997; Walsh, 1998), pero en la mayoría de casos cada uno de esos polos
también se ha “cargado” ideológicamente. Casi de forma arquetípica se han
ganado para el estructuralismo sociológico las supuestas posiciones críticas,
emancipadoras y de resistencia, imputándose al agencialismo psicologicista las
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supuestas mistificaciones de la libertad, creatividad e individualidad propias de
la estrategia de dominación burguesa y capitalista.
Evidentemente, dentro de ese debate cualquier rastro psicológico quedaba
habitualmente subsumido en el último dominio. Pero lo cierto es que si excep-
tuamos algunos usos puntuales, como Lacan y su alambicada digresión sobre el
lenguaje, el deseo, la subjetividad y el otro, o Skinner y su defensa radicalmente
determinista de una sociedad basada en los principios del análisis funcional, lo
cierto es que a aquella caracterización bipolar le ha bastado con sobrevolar los
argumentos psicológicos. Realmente, ha desestimando la necesidad de entrar en
debates de fondo o calado teórico.
Esto ha sucedido muy especialmente en el caso de las aportaciones del cogni-
tivismo y la psicología del rasgo y la personalidad; tendencias que, de hecho,
desde finales de los años noventa desarrollaron sus propios estudios sobre la cues-
tión de la agencialidad. Eso sí, aunque seguramente más por desinterés que por
reciprocidad, sus recorridos argumentales también transcurrieron al margen de
las interpelaciones de sociólogos y politólogos.
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Así, en representación de la psicología de la personalidad pueden señalarse los


trabajos sobre el par agencialidad/comunión que, partiendo de las teorías clásicas
de Bakan (1966), pretenden identificar y distinguir estas dos actitudes específi-
cas en la personalidad individual y explorar su utilización en los diversos ámbitos
aplicados de la psicología (organizaciones, educación, salud, etcétera). Evidente-
mente, un rasgo agencial definiría mayores preferencias por la persecución de
objetivos individuales, con especial atención a la autodeterminación y voluntad
del actor, mientras que el rasgo de comunión orientaría a aspectos empáticos y
colectivos, cuestiones ligadas sobre todo por las redes sociales disponibles (véase
Helgeson, 1993; Leonard, 1997; Saragovi, Aubé, Koestner y Zuroff, 2002;
Wiggins, 1991). Desde el punto de vista cognitivo, destacan sobre todo los tra-
bajos de Bandura donde la preocupación por la agencialidad se conecta muy
especialmente con cuestiones de autopercepción, reflexividad y autorregulación
comportamental, aproximaciones que también han llevado al prestigioso psicó-
logo a profundizar en temas de comportamiento moral (véase Bandura, 1997,
1999). Sin embargo, son trabajos que atienden poco a la contextualización socio-
cultural de la norma y de las propias imágenes y actividades del sujeto. Importa
sobre todo el efecto del comportamiento individual respecto de las definiciones
al uso de lo moral y lo políticamente aceptable.
Como hemos señalado este tipo de aproximaciones se han mantenido tradi-
cionalmente ajenas a la polémica político-ideológica planteada desde la teoría
política y sociológica. Pero a finales de los años 90 empezaron a aparecer nuevas
contribuciones que cambiaron sustancialmente el mapa de alianzas y la partici-
pación del psicologicismo en el debate. Por un lado, desde la propia politología,
sociología y antropología se articularon estudios post-coloniales y de género que,
si no mostraban una abierta reivindicación de la agencialidad, al menos sí plan-
teaban la pertinencia de una detenida reconsideración del modelo de participa-
ción social. Al fin y al cabo, el objetivo fundamental de estas perspectivas era
construir herramientas para dotar de protagonismo a las alternativas identitarias
habitualmente olvidadas, excluidas o, incluso, silenciadas no sólo por la lógica
neoliberal sino también por los grandes debates de las Ciencias Humanas (véase,
por ejemplo, Butler, 1997a y 1997b; Lovell, 2003; Zuss, 1997)
Paralelamente, son ya posiciones propiamente psicológicas las que amplían su
reflexión sobre la agencialidad incorporando, de una u otra manera, las cuestio-
nes político-ideológicas cruciales del aparato crítico al resto de disciplinas huma-
nas (véase, a este respecto, Smith 1999). En cualquier caso, no son las posiciones
psicológicas clásicamente interesadas por la agencialidad las que se dan por alu-
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didas. Se trata en realidad de la irrupción de dos nuevos interlocutores que, aún


siendo ambos perfectamente conscientes de las implicaciones del debate, articu-
larán sus aportaciones y argumentos de maneras sensiblemente diferentes.
En primer lugar, podemos identificar las posiciones socioconstruccionistas de
autores como Gergen, Potter o Harré, forjadas al calor de la crítica epistemológi-
ca y particularmente beligerantes con los supuestos agenciales de la psicología
general y social “oficial” representada, en este caso, por autores como Kimble
(1989) o Kendler (1993). De hecho, el alineamiento de aquellas posiciones con
el discursivismo y el sociologismo tendrá como efecto una consideración anti-
ontologista y fundamentalmente relacional de la agencialidad y, con ella, del
propio sujeto moral y responsable. Ya independientemente de condicionantes
político-ideológicos, este sujeto responsable pasará a convertirse en un mero
emergente funcional de prácticas sociohistóricamente situadas, tejidas en una
red de significados culturales y sentidos discursivos dependientes de contexto
(véase, por ejemplo, Edwards y Potter, 1992, 1993; Harré, 1991; Kenwood,
1996; McName y Gergen, 1998). Una sensibilidad muy próxima se reivindica
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desde las teorías del “embodiment” –literalmente in-corporación– y la “teoría del


actor red”, si bien aquí cuerpos y objetos sustituyen cualquier rastro no sólo de
subjetividad, sino también de discursividad y contextualismo convirtiendo la
agencialidad en emergente de una red relacional de entidades polimórficas
–actantes– y continuamente mutantes (véase, por ejemplo, Knappett, 2002;
Latour, 2001 y 2008b).
Evidentemente, este tipo de perspectivas, ya consideradas como incursión en
terreno propio, moviliza a los psicólogos de signo teórico opuesto y los incorpora
al debate. La mayoría de ellos argumentará en defensa de una ontología de los
procesos psicológicos, las estructuras cognitivo-conductuales propiamente y su
papel en la definición de las formas y fines de la actividad (Ansoff, 1996; Fisher,
1995). Al tiempo se denunciarán los excesos irracionalistas, discursivos, funcio-
nalistas o pragmatistas del socioconstruccionismo (Hacking, 1999: Fisher,
1999). Entre otras cuestiones, la polémica suscitada convertirá el determinismo
en un arma arrojadiza para ambos bandos, provocando una identificación arque-
típica entre socioconstruccionismo y conductismo skinneriano, en un caso, y psi-
cologismo cartesiano y reduccionismo fisiológico, en otro.
Evidentemente, también se han elaborado alternativas conciliadoras y ten-
dentes a “superar” los dualismos arquetípicos entre la naturaleza y la cultura o el
individuo y la sociedad (véase, por ejemplo, la temprana de Oyama, 1993). Pero
no es lo habitual. Las descalificaciones y recriminaciones político-ideológicas
siguen siendo la tónica común, si bien se ha conseguido, si no erradicar, sí mati-
zar la clásica y cerrada asociación entre el liberalismo y psicología cognitivo-con-
ductual. Al menos esto ha permitido incorporar sin prejuicios a la discusión un
posible sujeto agente dotado de voluntad, racionalidad, intencionalidad y, en
último término, juicio moral. Pero lo cierto es que ni socioconstruccionistas ni
cognitivistas parecen encontrarse cómodos dentro de esa posibilidad, de tal
manera que el objetivo final del conflicto es decidir si los procesos psicológicos
genéricos del sujeto individual son sólo atribuciones externas y pragmáticas o
participan de alguna manera en el comportamiento orientado a un fin.
Al margen de las polémicas derivadas del socioconstruccionismo, un segundo
grupo de aportaciones enlaza con las posiciones herederas de la escuela socio-his-
tórica soviética. De hecho, el interés por la agencialidad y la condición necesaria-
mente significativa y socio-cultural de su ejercicio está presente en la agenda
fundacional de Vygotski, Luria y Leontiev. Quizá lo más relevante de ella sea la
puesta en juego de una orientación psicogenética y, al tiempo, culturogenética
de los procesos significadores, sean estos del tipo que sean. Esto ofrece una vía de
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entrada para tratar de inscribir la emergencia de subjetividades específicas en el
encuentro y práctica con unos mediadores definidos histórica y socio-cultural-
mente. Tales principios se proyectan sobre el difuso ámbito de la actual psicolo-
gía cultural que lideran autores como J. Bruner (1990), M. Cole (1996), J. Valsi-
ner (2000) o J. Wertsch (1991).
En lo que toca a la cuestión de la agencialidad, las opciones relevantes se des-
pliegan desde teorías operacionales y de la acción que enlazan con el programa
gibsoniano e, incluso, la teoría de sistemas (véase Costall y Leudar, 1998; Travie-
so, 2007), hasta posiciones semióticas en la mejor tradición peirceana (véase
Andacht y Michel, 2005; Rosa, 2007), pasando por perspectivas vigotskianas
ortodoxas (Stetsenko y Arievitch, 2004). Dentro de este mismo campo de juego
cabría también localizar una fuerte tendencia discursivista y narratológica que,
en no pocas ocasiones, se muestra incluso conciliadora con la crítica sociocons-
truccionista y el embodiment –incluyendo aspiraciones a superar la oposición
arquetípica entre agencialidad y estructura (véase, por ejemplo, Billet, 2003;
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Christopher y Bickhard, 2007; Quigley, 2001)–.


Dentro de estas últimas resultan especialmente relevantes los análisis relati-
vos al dialogical self –literalmente “yo dialógico–. La tesis mantenida es que la
construcción del yo y de las imágenes autorreferenciales se produce de manera
situada y a partir del encuentro dialógico e intersubjetivo, lo que, a grandes ras-
gos, define necesariamente un lugar para la identificación y la posibilidad de
“ponerse en el lugar del otro” en el decurso de la acción (véase, por ejemplo, Fal-
magne, 2004; Hermans, 2001; Valsiner, 2002). Quizá por ello este mismo tipo
de sensibilidad dialógica es la que vertebra la mayor parte de los trabajos que se
plantean ya explícitamente la relación entre agencialidad y moral (véanse ejem-
plos concretos en Rymes, 1995; Sugarman, 2005). En ellos se insiste en la condi-
ción dinámica de la personalidad o la identidad, de tal manera que el agente
moral se define por su capacidad para elaborar auto-imágenes y desplegar actos
reflexivos. En cualquier caso, conviene no perder de vista que es el encuentro
dinámico y dialógico con situaciones muy diversas lo que permitiría negociar las
tradiciones y costumbres constitutivas del campo de actuación propio y del resto
de semejantes.
Pareciera que por esta vía la psicología ya está en condiciones de entrar en
todos los aspectos, teóricos e ideológicos, del debate planteado por politólogos y
sociólogos y reactivado al ritmo creciente de la globalización y el multicultura-
lismo. Al menos, en la medida en que puede ofrecer un sujeto agente, ahora sí,
dotado con la capacidad moral de sopesar todas las consecuencias –sobre sí
mismo y sobre el otro– de las mediaciones con las que su propia cultura de refe-
rencia ha constituido su identidad y su gramáticas de vida. Sin embargo, siendo
consciente de los aspectos normativos, propositivos y morales de la actividad sig-
nificativa, la psicología socio-histórica y cultural ha pasado de puntillas por el
aspecto más enconado de aquel debate político-ideológico: la relación entre
dominación, agencialidad individual y sociedad liberal. En realidad, se sitúa en
un paso previo al advertir que por muy estratégicos, interesados y perversos que
puedan ser lo discursos sociales hay condiciones y procesos que los convierten en
operativos sobre la actividad, identidad y, en definitiva, la vida de sujetos concre-
tos. Claro, a la vista de las suspicacias de la teoría sociológica y política, ahora
cabría dirimir si con este señalamiento la psicología socio-histórica y cultural
está desplegando un ejercicio de poder o, alternativamente, una estrategia de
resistencia.
Por nuestra parte, creemos que posiblemente esté haciendo las dos cosas, pero
¿qué hace o dice el ser humano que no lo sea? Y siendo así, ¿entonces, como
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sugería Wittgenstein al final del Tractatus, no nos queda más remedio que callar-
nos cuando se trata de cuestiones éticas y políticas?
Conviene hacer un balance de todo lo que hemos venido resumiendo antes de
tratar de contestar a esa pregunta. A ese respecto, se puede afirmar que las posi-
ciones sociológicas y politológicas fundacionales colocaron el debate en torno a la
agencialidad en un territorio eminentemente discursivista y político-ideológico,
mientras las psicológicas apenas se preocuparon por cómo incorporar a sus refle-
xiones las cuestiones éticas y políticas inherentes a la propia actividad humana.
Dicho de otra manera, las primeras redujeron la cuestión de la agencialidad a un
epifenómeno de discursos y fuerzas político-sociales en conflicto –olvidando el
lugar de la experiencia y la actividad del sujeto como organismo concreto– y las
segundas lo redujeron todo a dinámicas cognitivo-conductuales localizadas en el
sujeto individual –olvidando el carácter localizado y significativo, es decir engra-
nado en prácticas, normas y costumbres socio-culturales, de su actividad–.
Cuando ha habido alternativas para hacer confluir ambas perspectivas, las discu-
siones, intercambios y precisiones teórico-epistemológicas no han cristalizado
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exactamente en un rearticulación del territorio de la agencialidad, más bien en


un nuevo episodio de las Science Wars o, como mínimo, en una Social Science Battle
(sobre estas cuestiones se puede consultar Castro, 2008; Daniel, 2001). La sensa-
ción es que las precisiones teórico-epistemológicas terminan en discusiones
bizantinas orientadas retóricamente a desautorizar no sólo las tesis del oponente
sino su propia orientación moral y personal hacia el problema. Mientras tanto,
parece que las perspectivas alineadas con la escuela socio-histórica y la psicología
cultural sólo han empezado a tomarse en serio muy recientemente las cuestiones
éticas y políticas. Por cierto, a partir de aquí nos referiremos a estas cuestiones
con el neologismo “etopolíticas”, término que nos permite reflejar la fusión
necesaria del ejercicio de poder –sea del tipo que sea– y la normativización de
una actividad socialmente reconocible.
Quizá, efectivamente, y a pesar del juicio de Wittgenstein, no haya más
remedio que posicionarse tanto en lo teórico-epistemológico como en lo etopolí-
tico toda vez que la actividad humana es necesariamente significativa y produc-
tora de sentidos, incluyendo la de los propios científicos sociales (véase Castro y
Rosa, 2007). Pero, una vez asumido esto, lo interesante es recuperar las posicio-
nes de la psicología socio-histórica y cultural y tratar de sopesar todos los argu-
mentos a la luz de la configuración de la actividad significativa y, con ella, la
emergencia de subjetividades e identidades que se articulan desde el primer
momento como organismos socio-políticos. Entiéndase, no estamos proponien-
do el enésimo giro aristotélico hacia el zoom politikon… o quizá sí, siempre y
cuando se incorpore en él la especificidad microgenética –o, incluso, morfogené-
tica– de las prácticas y operaciones constitutivas de la experiencia y la actividad
del sujeto humano (para estas cuestiones puede verse Ingold, 2008). Lo que
reclamamos es, en definitiva, todo aquel proceso psicogenético que está ausente
de las grandes marcos y tesis sociológicas, antropológicas y politológicas; las con-
diciones básicas de posibilidad previas a toda posibilidad de determinación o
indeterminación del agente o de su dependencia más o menos relativa del con-
texto. En este sentido, tan pertinente parece pensar la condición etopolítica del
sujeto natural como la condición natural del sujeto etopolítico.
Por este mismo motivo, alinearse con una perspectiva socio-histórica no debe
impedir que se tome muy en serio la crítica a uno de sus supuestos clásicos más
importantes; aquel que consideraba la filogénesis, la ontogénesis y la historio-
culturogénesis de la subjetividad como procesos “naturalmente” sucesivos en
lugar de pragmáticamente simultáneos (véase Cole, 1996). Igualmente, quizá
quepa mantener una distancia cauta respecto de la hegemonía del lenguaje –no
01. CASTRO 28/4/09 11:43 Página 123

La insoportable agencialidad del ser / J. Castro y M.-F. González 123


digamos ya de su relación con otra categoría psicológica tradicional como el
“pensamiento”– como articulador de formas de vida propiamente humanas. Y
no sólo porque existan otras prácticas que, a través de operaciones continuas de
ajuste y desajuste, in-corporen y estabilicen gramáticas de actividad en el orga-
nismo humano (véase Castro, 2008; Ingold, 2008). Lo que realmente conviene
no perder de vista, a pesar de Chomsky, es la condición primariamente artefac-
tual y externa de lo lingüístico –lo fonético y, más adelante, lo grafológico– y,
con ello, su inserción en prácticas concretas e idiosincráticas en las que, además
de resultar imposible definir un dominio ontológico y específico para el lenguaje
–ni dentro ni fuera del sujeto individual–, concurren simultáneamente, no lo
olvidemos, condiciones de posibilidad de carácter filogenético, ontogenético e
histórico-genéticas. Y aún así, lo lingüístico, con la capacidad significadora y
proléptica transportada en sus formas orales y escritas, con su operatividad a la
hora de “trocear” y “suspender” el flujo de la experiencia interna y la actividad
externa del sujeto, resulta fundamental para entender la especificidad de la expe-
riencia y la actividad humana (véase Middleton y Brown, 2005); y esto sucede
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independientemente de que pensemos que el significado dirija efectivamente la


actividad agotando las posibilidades de lo real, resuelva una operación meramen-
te pragmática de ajuste en el medio o se desenvuelva en un escenario puramente
fenomenológico habitado por la ilusión de agencialidad. De hecho, no es tanto
por las posibilidades de identificar su cualidad agencial efectiva como por su
condición mediadora y significadora que lo lingüístico sustantiviza la vida como
necesariamente etopolítica. Al “mediar”, con su hipótesis de realidad, siempre
reorganiza un estado de cosa y lo cambia, ejerce un poder o una fuerza deliberada
sobre él; aunque no controlemos nunca los efectos colaterales inherentes al cam-
bio o, ni siquiera, este produzca los resultados o el estado final previsto. Al fin y
al cabo, el mapa no es el territorio, y el tiempo y el lugar de la acción manifiesta
nunca es el de la narración que la imagina o la cuenta.
Así las cosas, seguramente la hipótesis tácita que reúne los trabajos de este
monográfico es que la inserción de una configuración vital que puede ser dotada,
potencialmente, con un instrumento y una capacidad significadora –como lo es
el organismo humano– etopolitiza necesariamente todo flujo de experiencia y
contexto de actividad. Por eso sólo los humanos podemos hablar de la política
social, de la política de los chimpancés o, incluso, de la política de los cuerpos. La
acción significadora siempre es etopolítica y etopolitizadora, tanto bajo la pesada
forma de un tanque en las calles de Praga como del leve roce del pecho de una
camarera en el hombro de un cirujano.

Leve idea psicológica de un sujeto agente y de la acción significativa


Por las propias condiciones de posibilidad que venimos comentando, los artí-
culos que configuran este monográfico aspiran posiblemente a abrir el campo de
juego psicológico de la agencialidad antes que a definir los pesados límites de un
marco de estudio. Quizá es más apropiado pensar en ellos como puntos de fuga
del sujeto agente antes que como esfuerzos de convergencia en un modelo básico,
por mínimo y poco ambicioso que fuera su contorno. Eso sí, nos parece que esos
puntos de fuga iluminan una camino de ida y vuelta fundamental donde cobra,
efectivamente, sentido nuestro sujeto leve devenido en pesado: el camino que
conecta la distancia entre configuración etopolítica e identitaria del sujeto y las
prácticas y operaciones que ofrecen las condiciones de posibilidad para ello. Y
recordémoslo una vez más: este es el sujeto que ha dejado de ser moderno para
irrumpir en los dominios, todavía poco explorados por los psicólogos, de la glo-
balización, la postmodernidad y el multiculturalismo.
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124 Estudios de Psicología, 2009, 30 (2), pp. 115-129

Atendiendo a ese camino de ida y vuelta, creemos que una organización ten-
tativa de los argumentos de los artículos que componen el monográfico puede
tener en cuenta en primer lugar, una serie de trabajos de eminente carácter teóri-
co. En ellos la agencialidad se sitúa en una perspectiva constructiva y multigené-
tica –filogénesis, ontogénesis e historiogénesis–, lo que supone además revisar y
dotar de nuevos sentidos a la idea de función en Psicología. El primero de ellos,
firmado por José Carlos Sánchez, revisa la idea de función en psicología y biolo-
gía evolucionista con el propósito de delinear una serie de problemas fundamen-
tales en psicología y contextualizar las polémicas sobre la agencialidad de un
modo amplio. Así, el autor, después de revisar críticamente el surgimiento y
deriva del concepto de función en psicología y en biología, propone una versión
de la función en clave constructivista. Teniendo en cuenta especialmente los
desarrollos de Piaget y Baldwin, defiende que las funciones tienen que ser com-
prendidas en términos de génesis, como realización de la utilidad, y esto tanto en
la ontogénesis, como la filogénesis y la historiogénesis. Así, construye un esque-
ma general de tipos de funciones que implican diferentes grados de complejidad
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en el desarrollo: función primaria, función distal, función mediada y función


proléptica.
Tal como plantea el autor, esta consideración de las funciones le permite ir
delineando una noción de sujeto constructivista en la que confluyen y se coordi-
nan la evolución y la historia. En esta noción se enfatiza el valor de las acciones
subjetivas en los procesos de adaptación y evolución y también en su doble rela-
ción con la historia: por un lado, se sitúa la constitución histórica de las funcio-
nes humanas y, por otro, se marca la importancia de esas actuaciones en la histo-
ria y en la construcción de lo real.
El artículo de José Carlos Loredo retoma algunos de estos argumentos, espe-
cialmente la perspectiva baldwiniana, y los lleva al campo del análisis de la imi-
tación animal como función. El interés del autor parece centrarse en revisar el
concepto de imitación y la distinción que algunas perspectivas psicológicas reali-
zan entre “verdadera imitación” y “pseudoimitación”. Esto le permite dilucidar
las concepciones – más o menos explícitas– que tales perspectivas mantienen
sobre las funciones psicológicas. Así, por ejemplo, encuentra que las perspectivas
basadas en la psicología evolucionista –herederas según se explica, del enfoque
de Thorndike– y las psicologías de corte cognitivo-conductual “escatiman” la
imitación y niegan que ésta sea posible en los animales, a quienes conceden, a lo
sumo, las capacidades de emulación o mímica. La imitación, según estas pers-
pectivas, es una cuestión “de todo o nada”. Diferentes son las concepciones neo-
piagetianas matizadas en algún caso con alguna noción de génesis, que entien-
den a la imitación dentro de un conjunto de otras funciones presentes en la psi-
cología animal como el ensayo y error, el condicionamiento, etcétera. Pero la
ruptura más radical la encontramos, según Loredo, en la idea de imitación vincu-
lada a reacción circular, sostenida por Baldwin, que permite re-integrar esta fun-
ción dentro la historia natural, social y cultural de los sujetos. Por no extender-
nos más en esta presentación, diremos que la imitación según Baldwin, es una
reelaboración funcional –vía reacción circular– del vínculo social y por eso no es
simplemente copiar o reproducir lo que un modelo ha hecho, sino que requiere
todo un proceso de ajustes que a su vez da lugar a la construcción mutua del
sujeto que imita y de aquel que es imitado. Dicho de otra manera, desde esta
perspectiva, la imitación nunca puede ser “a todo o nada” porque es justamente
en su puesta en marcha y en su desarrollo, cuando van constituyéndose mutua-
mente el sujeto y el mundo.
El último trabajo de esta parte del monográfico es el de Noemí Pizarroso. Si
José Carlos Loredo se preocupa por dilucidar el lugar de la imitación como fun-
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La insoportable agencialidad del ser / J. Castro y M.-F. González 125


ción psicológica dentro de la psicología comparada y la etología, Pizarroso nos
habla del lugar de la función entendida como aquello que toma su forma, que se
realiza en las obras y objetos culturales. La autora comienza su artículo discutien-
do algunas posiciones actuales aparecidas en la filosofía del espíritu, ligadas a la
filosofía de la biología y a la biología teórica, para luego dar cuenta de la hetero-
geneidad de usos que el término “función” viene teniendo dentro de diferentes
tradiciones psicológicas, en especial en la psicología francesa del siglo XX. Así,
la autora plantea un recorrido crítico por la historia de las conceptualizaciones
del término función en la frenología de Comte y en otras vertientes que se inspi-
ran en el evolucionismo spenceriano, como es el caso de Ribot o Janet. Final-
mente, arriba a la delimitación del concepto en la tradición funcionalista ameri-
cana. Pero, como anticipamos, es en las tradiciones francesas del siglo XX donde
Pizarroso encuentra una novedosa y potente idea de función, más específicamen-
te, en los desarrollos de Ignace Meyerson. Para este autor, el pensamiento y la
acción humana no existen en el vacío, no son meras formas que implican una sin-
taxis aplicable a diversos ámbitos; tanto el pensamiento como la acción, para
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Meyerson, se proyectan y tienden a consolidarse y a convertirse en objetos. Es en


ese ámbito de obras donde el autor francés propone que se estudien las funciones
psicológicas a través de una “psicología histórica”, que consistiría en el estudio
de las funciones psicológicas en su historia y concreción en diferentes tipos de
obras: las del arte, las matemáticas, las religiones, etcétera. Según la autora, lo
que distingue a Meyerson de otras perspectivas psicogenéticas y le hace aún más
interesante, es su cuestionamiento de la estabilización y universalización de las
funciones psicológicas. Tal como explica Pizarroso, Meyerson caracteriza a las
funciones psicológicas como inestables, inacabadas e inacabables.
Los tres trabajos hasta aquí presentados nos ofrecen una serie de reflexiones
teóricas que comparten, en nuestra opinión, un cierto “aire de familia” en tanto
suponen la idea de un sujeto que se construye en y por su participación en diferen-
tes contextos situacionales y temporales, esto es, en procesos de filogénesis, onto-
génesis e historiogénesis. No obstante, estos trabajos también mantienen algu-
nas diferencias o matices en la forma de considerar al sujeto psicológico, surgidas
posiblemente, de las teorías que los inspiran. Por mencionar sólo alguna de estas
diferencias, mientras que los trabajos de José Carlos Sánchez y José Carlos Loredo
parecen anclar en conceptos sólidamente psicológicos y explicativos de la génesis
y construcción progresiva del sujeto y el mundo, como son los de reacción circu-
lar e imitación, Pizarroso –inspirada en los trabajos de Meyerson– nos propone
otra versión y otra metodología para el estudio de las funciones: desandar el
camino recorrido por el sujeto en su confección de las obras para descubrir allí
unas funciones psicológicas que no están definidas a priori.
El segundo grupo de trabajos se adentra en algunos de los aspectos que seña-
lábamos al comienzo respecto de la levedad del ser. Se trata de dos trabajos que se
plantean cómo la actividad humana aparece indefectiblemente realizada en un
escenario de objetos mediadores, entre ellos, la temporalidad, los artefactos téc-
nicos, los otros humanos y el mismo sujeto como entidad que emerge en estos
escenarios. Los dos realizan aportaciones en ese sentido, aunque lo hacen desde
aproximaciones y propósitos diferentes. El trabajo de Belén Jiménez se presenta
como un estudio genealógico de la cuestión de la agencialidad, específicamente,
de las relaciones que se establecen entre temporalidad y subjetividad moderna a
finales del siglo XVIII. La autora estudia cómo en ese periodo se suceden una
serie de cambios políticos, económicos, científicos, etcétera, que llevan a los pen-
sadores europeos a construir nuevas categorías (algunas de ellas ya propiamente
psicológicas) desde las cuales conceptualizar al sujeto. Entre esas categorías se
encuentran aquellas que lo estabilizan y dotan de una cierta identidad, voluntad,
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126 Estudios de Psicología, 2009, 30 (2), pp. 115-129

autonomía, etcétera, dando lugar al surgimiento de nuevas formas de experien-


cia subjetivas; formas que se irán consolidando a lo largo del siglo XIX en el
marco de las sociedades liberales e industriales. La autora señala que todos estos
cambios permitirán el surgimiento de una idea de imputabilidad, en estos casos,
vinculada a los estados subjetivos y a la historia biográfica de los sujetos moder-
nos.
El trabajo de Tomás Sánchez-Criado y de Daniel López transita los asuntos de
la actividad humana y sus mediaciones con puntos de partida y resultados dife-
rentes. En primer lugar, se trata de un trabajo en el cual los autores utilizan un
ejemplo recogido en sus estudios empíricos para llevarnos al centro de las posi-
ciones latourianas. A partir de ellas dibujan nuevas formas de emergencia de lo
que podríamos llamar agencialidades en el seno de sistemas de actividad enten-
didos como ecologías de la acción. Los autores analizan la instalación (fallida) de
un dispositivo domiciliario de teleasistencia para personas mayores en el marco
de la teoría del actor-red apoyándose en el concepto de traducción para presentar
una concepción relacional y transformacional de estas prácticas institucionaliza-
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das del cuidado. En ese marco, el intento de instalar ese recurso tecnológico
introduce una serie de transformaciones en las relaciones (materiales y semióti-
cas) que se venían produciendo entre los actantes, entendidos éstos como entida-
des con una capacidad relacional que las compone: los humanos y también los
artefactos, tecnologías, textos, etcétera, tales como el mismo dispositivo de telea-
sistencia, los propósitos por los cuales se recomienda o solicita la instalación, los
medios físicos y tecnológicos que intervienen allí, etcétera. Al poner el acento en
el concepto de traducción –proveniente del campo de los estudios de la ciencia y
la tecnología– estos autores proponen estudiar los procesos de cambio como pro-
cesos de ensamblaje entre lo viviente y lo no viviente, excluyendo cualquier atri-
bución de agencialidad exclusivamente a lo humano. De esta forma, los autores
proponen tratar a la agencialidad como el resultado (provisorio e inestable) de un
proceso de sucesivos ensamblajes semiótico– materiales más que como una con-
dición de partida para la acción.
Si en el artículo de Belén Jiménez encontrábamos el trazado genealógico del
surgimiento del sujeto de la modernidad, que como ya se ha dicho, se trató de un
sujeto autónomo cuya acción encontraba sus motivos y orientaciones en estados
internos, en el trabajo de Sánchez-Criado y López percibimos su desmontaje. La
imagen que se nos ofrece, en este último caso, es la de un sujeto distribuido y
cuya agencialidad podría emerger sólo dentro de sistemas abiertos en desarrollo.
El tercer y último bloque de artículos presenta cuestiones centrales que van
resaltando diversos aspectos de la relación entre actuación práctica y procesos de
significación de la acción propia y de otros. Así, Ignacio Brescó elabora una com-
pleta reflexión teórica acerca de la construcción narrativa de los eventos, ilustrada
con el ejemplo de la construcción discursiva de las historias nacionales. El autor
parte de la sugerente pregunta acerca de ¿qué es un evento? y se dedica con
esmero a revisar las respuestas que desde la Historia, la Psicología, la Filosofía de
la Historia, entre otras disciplinas, se han dado a ese interrogante. En coherencia
con ello, también elabora una posición propia para definir un evento en función
de una “gramática del evento narrativo”. Esta gramática se refiere a los modos en
que las narrativas median en la conformación de aquello que será recordado (en
la historia y también en la memoria autobiográfica), lo que a su vez está vincula-
do con la acción semiótica, los posicionamientos y los propósitos (entre ellos, los
morales) de los sujetos y con las dinámicas temporales y sociales que participan
en la construcción narrativa de esos mismos eventos. La idea que defiende el
autor es que los eventos son construcciones semióticas, productos de una elabora-
ción de sentido incluidos siempre en una trama narrativa. Brescó, siguiendo a
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La insoportable agencialidad del ser / J. Castro y M.-F. González 127


Gergen, señala que los eventos no son los cambios producidos en el pasado sino
el resultado de la interpretación (semiótica y orientada) de esos cambios.
Esta misma idea aparece en el trabajo de Rosa, González y Barbato quienes
analizan las narrativas de un grupo de alumnos universitarios construidas des-
pués de participar en una situación potencialmente conflictiva en la sala de clase.
Los autores entienden las narrativas como modos de dar sentido y de construir
interpretaciones acerca de lo vivido. En este caso, los autores juegan – distin-
guiéndolos– con los dos niveles señalados por Gergen: aquello que pasó y aquello
que los alumnos narraron acerca de lo que pasó, lo que incluye alguna explica-
ción acerca de por qué pasó y su propio posicionamiento al narrar. En ese juego
–al que invitan también a los lectores– los investigadores señalan que resulta
imposible referirse “a lo que pasó” sin poner en marcha un nuevo proceso de
interpretación y de construcción de significado. De este modo, lo “vivido por los
alumnos” resulta inaprensible –para los propios participantes y para los investi-
gadores– por fuera de un proceso de significación, es decir, por fuera de un proce-
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so semiótico recursivo.
El tercer artículo de esta sección, elaborado por Marta Morgade y David
Poveda da una nueva mirada a la relación entre agencialidad, experiencia y narra-
ción a través del análisis de las diferentes ideologías y actuaciones de los cuenta-
cuentos. Estas personas son uno de los agentes sociales que, como dicen los auto-
res, socializan a los niños para y a través de la Literatura. Es decir que crean con-
textos de práctica literaria (que a su vez son contextos institucionales, sociales,
etcétera) en los cuales los niños pueden participar. Justamente, el trabajo indaga
los modos en que los cuentacuentos dan más o menos lugar a la participación
espontánea de los niños en esos contextos de contar cuentos. Los autores encuen-
tran al menos dos perfiles de cuentacuentos: aquellos que no dan lugar a la parti-
cipación espontánea de los niños o las entienden como interrupciones que deben
ser subsanadas retomando el hilo y clima de la narración y aquellos que pueden,
de un modo más flexible, dar espacio a esas participaciones e “interrupciones”, y
por tanto permiten las aportaciones y las incorporan al texto que están contando.
A su vez, estas particularidades son interpretadas por los autores del artículo
como modos distintos de entender la intersubjetividad y el objeto cultural
“texto” por parte de los cuentacuentos. Estas ideas nos parecen especialmente
sugerentes ya que ambas dimensiones no sólo pueden configurar diferentes
modos de práctica (tal como sostienen los autores) sino que también configuran
los modos en que los niños pueden acercarse –y suponemos que apropiarse– dife-
rencialmente del cuento como objeto cultural. Así, los autores cierran el artículo
haciéndonos reflexionar sobre las relaciones entre estas prácticas culturales, los
espacios otorgados a y tomados por los niños-ciudadanos y el logro de una agen-
cialidad literaria en la infancia.
Y como la trama de este artículo de introducción parece transcurrir en espira-
les de sentido regresamos, con este último apunte, a nuestro comienzo literario.
Eso sí, alcanzamos estas palabras de cierre algo cambiados y renovados: el pesado
pesimismo existencial de la literatura de Kundera ha desembocado, finalmente,
en la levedad estética, abierta y novedosa de la infancia. En ello hay algo de
moraleja final para todos los científicos sociales: exploremos y discutamos abier-
tamente los principios y sentidos posibles de la actividad de nuestros actores y
agentes. Tratemos de contar y dar coherencia conminatoria a sus biografías y
narraciones. En cualquier caso, sino queremos caer en el kitsch más frívolo y
macabro, no conviene perder de vista que, de alguna manera, nuestra propia
levedad narrativa no es independiente del trágico viaje en patera de miles de per-
sonas o del pesado traqueteo de los tanques por las calles de Praga. Al fin y al
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cabo, estas circunstancias son bastantes más insoportables que las posibles críti-
cas de nuestros colegas académicos más puristas.

Notas
1
A este respecto, es habitual manejar la idea de “tradiciones nacionales en psicología”, denominación que tratando de llamar
la atención sobre los rasgos específicos de las teorías y aplicaciones psicológicas propias de cada país sigue ajustándose a la
lógica monolítica e internalista de la historia de las ideas. Tal perspectiva supone, y, en cierto sentido, se enorgullece, de la
aportación o incorporación específica de cada nación al gran plan de progreso de la psicología científica. La necesaria imbrica-
ción socio-cultural de la psicología como discurso y práctica aparece sólo como aspecto periférico o secundario; lo cual supone
olvidar que su formalización institucional sólo cobra sentidos específicos respecto de un contexto y una realidad social con-
creta. Entendidas de aquella manera, las tradiciones nacionales en psicología podrían señalarse, nuevamente, como el reverso
kitsch de las funciones y agendas psicológicas realmente operativas en cada contexto socio-histórico o, en definitiva “estado-
nación”.

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