hístoria

PierreVilar
Economiarf)erecho,
Historia

,liiel
 gqü rl

UIL i

r{i,, tli,ti ec-o

Kh, 4sqq
 1

PROLOGO

En t9ó4 (¡pronto hard ya veinte años!), ta Editoriat Ariel,

a la que debo mi mds fiel agradecimiento, pttblicaba baio el
título de Crecimiento y desarrollo una recopilación de artícu'
u * r,rrJ'ii'""iiEüfi !'.ucrroN Ios míos, anteriores unos a 196A y offos algo Wsteriores a
"
Approche marxiste et p roblématiq ues conj oncturelles esa'Íecha; algunos de ellos dedicados a diferentes episodios
Editions du Seuil, 1982 de ta historia de España y otros a retlexiones d\e tipo meto
dotógico. En 1983 este libro se encuentra en su quínta edición.
La presente edición castellana reproduce una selección En 1982, baio el patrocinia de la Ecole des Hautes Etudes
de artítulos del título francés en Sciences Socinles, tas É,ditions Gallimard y "Le Seuila
publicaron en francés una recopilación de inspiración andlc
l.a edición: octubre 1983
ga, que comprendía la mayor parte de los artículos íttcluidos
Traducción de en Ia edición española, pera de la que se erccluían los estudios
Nunr¡ L¡co J. e lcNlclo Hrrnno específicamente hispdnicos y a le que, por el contrario, se
añadían nuet as retlex¿ones metodológicas aryrecidas alrede'
El capítulo final, "Historia marxista, historia en construcción. dor del año 1970.
Ensayo de diálogo con Althusser", se reproduce aquí Lia Editorial Aríel me ha pedido que reúna en una nuelra
gracias a la amabilidad de Editorial Anagrama recapilación en castellano los textos que nq figuraban en
(traducción de Antoni Doménech), Crecimiento y desarrollo. Permítaseme aqul dar algunas ex'
primera edición: abril 1974 plicaciones sobre los temas que se han consentado.
La primera lrarte vuehre de nuwo a tratar las nociones de
O1983: Pierre Vilar
<<estructuraD y ecoyuntura, en la elaboración de una proble-
Derechos exclusivos de edición en castellano mática histórica, Por ejemplo, con anteriorídad aI capitalis'
reservados para todo el mundo mo industrial y aI asentatwiento de sus KestructurasD, 7os
y propiedad de la traducción: hechos de *coyunture cortaD decir, las crisis agudas
@1983: Editorial Ariel, S. A. capaces de sacadir, profundamente-esa tas sociedades- estaban
Córcega, 270 - Barcelona-8 determinados por,lo qae en ocasiones se denominan <capri'
chos de la mcteorologían o, meior atin, por la relativa <regu-
ISBN: 84 344 6541 8 r Iaridad de las irregularídades> en et nit¡el de las cosechas. El
Depósito legalt B. )5157 - 1983 objetivo fundamental del primer artículo de la presente re'
Impreso en España
copilación (escr,ito en homenaie a mi maestro Ernest La.
brousse, primer analista serio de estas <crisis de tipo antt'
Ninguna parte de ésta publicación, incluido el diseño de la cúbierta, puede ser repro guov) es el de mostrar que este tipo de crisis no ha desapa-
ducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea recido; Wes par todas partes (quizd.s en la mayor parte del
eléctrico, quimico, mecánico, óptico, de grabaiión o de fotocopia, sin permiso previo
del editor.
mundo), el fenómeno del <hambre>, tan' a memudo denuncia-
do, es tnás bien un fenómeno periódico tham'
-(escasezD,
 ECONOMfA, DERECH O, HISTORIA
br3so-, algo que con frecuencia o.h¡idan señalar los orga-
filry"t oficiales, incluso los m.tis especializados (como la
FAO), reproduciendo de esta mnnera inivet mund.il algunos
errores. de apreciación, y de política, observados ya -desde
hace tiempo en la Francia o en la España det sigtó XVIII.
A m.enudo, no se ha subrayado este lazo entre economía e
historia, entre canocimiento del pasado e interpretación del
presente. Hacerlo puede ser útil.
El segundo se refiere a las palabr¿s empresa y beneficio,
cuyos sentidos, y las connotaciones de todo tipo, cambian
con la estructura material y moral d.e las sociedaáes: en las
sociedade.s precapitalistas estos términos pueden haberse vis.
to rodeados por la desconfianza, Íror la reprobación, llegando
incluso a implicar ilegalidad ( ¡hi podido éxistir un udeííto de
empresa>! ), mientras que en la sociedad capitalista, sobre
todo en los momentos de prosperidad, ola empresao ei objeto
de una rnitificación apotogética, y et benefii¡o (", d.ecir, to-
dos los <cexcedentes, que ,an rntis attd de la remuneraZión
del trabajo), ha sido exaltado como si se confundiese, sin
desord.en ni desperdicio, con una inversión creádora. pár b
tanto, hay que hacer una historia de las palabras, de los
conceptos, al mismo tiempo que de tas realidades iignifica-
tivas.-El.artículo que aquí se ieproduce anunciaba rirógio_
ma de investigación del que nó me queda ta itusión'A."7re
haya podido cumplirse. Cuando mer6s ha inspirad.i tiUiá
r ecient e_-811-trepreneurs, entreprise, histoire "i ( p a_
b'.rn" idée
rís, PUF, 1982)- en el que H¿t¿ne Verin, UrlUanle-
ha presentado eI problema de las relaciones entre er ¡lt¿iiti,
vocabu-
lario de una sociedad, sus pttÍcticas y su moral.
M!!t técnica y especialiiada puedé parecer Ia diseusión que
" planteado
he hace ya mucho'tiempó a los econo*iri"r,-ii
ocasiones demasiado pagad.os di sí mismos, ¡rr"rtoi"i
de una <historia cuantitatfua > de los productos gtoi"tii,'y á"
s.us agregados, llevada a largo plazo. Las aportáciones'db
su
intento son consid.erabres. póro'creo útil señatar dos escoflos:
1)
.el torpe rnanejo, equivocado en ocasiones, de las luentes
antiguas por los no histor-iad'ores; 2) la apticáciin d; L;;;;_
tos económicos nacidos de ra observación der mundo actuit
a sociedades de hace dos o tres siglos, diferentes de
tas nuis-
tres en sus estructurqs y en sus mecanismos. Creo que aún
es ydlida esta prevención.
, !!t ligeras.y
t:yr,!d2
superliciates son las reflexiones que me han
un día el. proyecto (todavía en fase de experimen-
tacrcn) de conseguir la penetración en Ia enseñanza-secunda-
PRóLOGO
ria por tanto, a los espíritus muy jóvenes* de
-dedicado,
elementos de educación económica, sociológica, incluso upo-
litológica,, Partiendo de ,esquemas de actualidad el riesgo es
grande. Frente a dogmas im'plícitos es importante suscitar
una actitud crítica, y únicamente el espírita histórico es
capaz de prepararnos Wra ello: ni la economía ni las socie-
dades se sitúan fuera del tiempo. Incluso cambia el sentido
de las palabras. Pero, ¿cómo formar historiadores que no sean
ignorantes en economía?, ¿cómo formar economistas, soció-
logos, habituados a pensar históricamente? Es difícil indicar
soluciones, pero'es importamte ayudar a que se vaya tomando
conciencia ante estos problemas.
Una segunda serie de artículos aborda los mismos pro-
blemas a partir de ejemplos críticos o canstructivos: en Las
palabras y las cosas, Michel Foucault ha creído poder cara.c-
terizar el pensamiento de la economía como un
<saber> cerrado, atento exclusit¡amente a"ckÍsica"
los signos e igno
rando los fenómenos de producción; confieso que me ha irri-
tado su forma brillante, pero nada científica, de utiliZar los
textos, y mi crítica estd llevada a cabo en un tono polémico
poco.habitual en mL Pido al lector que se divierta Wes no es
preciso tomar el chaflatanerismo intelectual ni muy por lo
trágico ni demasiado en serio.
Concedo mayor irnportancia a un tipo de reflexión de la
que estoy reconocido a la Unit¡ersidad de Granada, y al pro-
fesor Pérez Prendes, por haberme proporcionado la ocaiión.
Se trata del derecho como tema de reflexión para el histo-
riador. Y, claro estd, de la historia como referencia posibte
para los juristas. El derecho debería descansar erz principios
t¡tilidos por sí mismos (hay quienes creen que es ásil, pero,
esos principios, ¿son los mismos para un ímperio de la anti-
güedad., para el mundo feudal o cuando se trata del sigto XIX
europeo? En Ia Alemania del siglo pasado la <escuela histó-
rica del derecho" ha dejado planteado el problema. He inten-
tado una rdpida puesta a punto inspirada en recientes con-
quistas de la historia y en mi propia experiencia como histo-
rry!9r. En principio, he encontrado que en el joven Marx
(1.8!2), discípulo y crítico de Savigny, aparecían nociones de-
c$xvas para su.pensamiento futuro acerca de las relaciones
entre y ,<sociedad civil", entre legislación y transi-
-KEstadg"
ción de un tipo de sociedad a otra: episod,lo fundamental en
la evolución de la ciencia histórica.
Esta referencia marxista introduce en el i¡olumen eI útti-
mo tipo de reflexiones que lo forman. Se trata det papet d.e-
10 BCONOMÍA, DBRBCHO, HISTORTA

sempeñado por Marc en la elaboración de un trdtatniento

razanado de la historia de las sociedades, En un prí:mer des*
rrollo, y dedieado a un público na marxista, inténto exponer
cqn toda siwplicidad lo que es el marxisrno para un hiitoria-
dor: no se tratq. de urta <filosofía de ta histoViar, según,se ha
sestenido a menudo, sino de az instrumento de análisis, ¿¿
historia, como oualquier otra actittid.ad, del espíritu, es una
conquista continua. Pero con deseantsos. En esta conquista,
creo que Marx ha franqueadq un umbral decisivo.
¿Ha sido escuchado, comprendido? En 1g6g, una revista
francesa muy oficial ha tenido la idea de hacer-una encuesta I
entre los historiadores sobre el estado qctual de su disciplina,
ele ya no puede ser el mismo que el de hace un siglo o dos, ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS
desde el mismo tnomento en que determinadas
fármas dá
interrogar Ia realidad han queáado anticuadas. oia historia
desptés de Freud> te fue confiada a mi amigo Atphonse Di-
pront. A ml se tme encargó <La historia delpuéi de Marx>.
Este hec.ho me proporcionó la ocasión d.e hacer un esfuerzo
por distinguir, en la historiografía contemporrÍnea, lo'queá
método de Marx lu impuesto en la prdctiia corriente,'tanto
s!. se admite como,si no, al tiempo qie sería un eror eí m¡rat
únicamente las_etiqueta.s sl se pretende juzgar ta penetraclin
del mnrxisrmo. Pero el artícuro-es de 196ó. ñ"esde l"to"""i-iAn
pasado ntuchas cosas en las luchas ideotógicas (abiertas o
disimuladas) en torno ar marxisma, en torño de'la historia.
Pediría que ese artícwlo se lea cotmo una puesta a punto bien
fechada.
El volumen se cie.rra con un <Dálogo* con Althusser, qae
algunos han cons:iderad.o errónearnentí como un ataque, üna
polémica. De hecho se trata de un auténtico diáloga áo,,
actitudes det es íritu:. el espíritu filosófico (o, si-se"ntrl"
pr:fiiiii,
* y el..es piritu histórico' ormado in' ta prditl;;-
i 1 1lrico ) ; - f
ti.diana del andlbis concrete. Dos actividaar" ";
rias..por poca que se las entienda corcectament:e. ""'-pi.;;;;-
H'e dudado
de
-incluir ese artícuro en ra recopitación pues ha sido tra¡t*
cidg al castellanp en varias ocásiones, b"ro
"áiiiil";;;
todo con los demds ptanteamientos que n" ,"r"*ilíáqil.
Puede muy bien.serpir d-e. conclasión.'
Julio de 1983.
REFLEXIONES SOBRE LA UCRISIS DE TIPO ANTIGUO"
UDESIGUALDAD DE LAS COSECHAS"
Y "SUBDESARROLLO"*

Entre las nurnerosas contribuciones decisivas para la ela-

boración de la ciencia históricp de las presentadas por
Ernest Labroussg, me atreverla a colocar en primerísimo lu-
gar, como instrumento analítico, el modelo de la <crisis de
tipo antiguor, tal y como lo concibió a partir de sus estudios
sobre Francia en el siglo xvrlr, en 1830, en 1848,'y tal como
Io utilizaron para otras épocas o distintos marcos, tantos
fieles discÍpulos suyos.
Se me objetará que los historiadores
simplemente los hombres- no habían esperado -y antesalque ellos,
Esquisse
o Comrment naissent les révolutions? para saber que la huma-
nidad había conocido el hambre, rla escasezr, las *crisis de
subsistenciar, las <revueltas del hambre, y que desde tiempo
atrás, el mito de las vacas flacas tenía su aspecto cientlfico
en las teorlas de los ciclos agrícolas ligados a los movimien.
tos de Venus o a las manchas solares.
Pero lo que precisamente le dg,o_tigiF¿I-idad al análisis de
Ernest Labrousie en esta materif éü-ñiü''ü-"iá-ü"afffdé"",üiiá'
descripción empírica tomada de los contemporáneos v conta-
miriáal po¡.ius prejüiéüs de la^história írabicio-
-tramfrao matemático basado en ,¡d
nal- ni de un modelo econométrico
un_q"!¡ip"{1_e.9t.$e"S¡'gd*á-de'iü-S.e¡3-ü-o"ttChsr"¡r'o:tiá¡riiia
de cualquier investigación basada sólo en lo económico.
Incluso cuando, en este último caso, el modelo se declara
cexperimentab, cómo el de Henry Ludwell Moore,' que se
refiere tanto a Simiand como a Cournot,' nunca servirá ple.
* Contribución publicada en Conjoncture économique, structures so-
ciales. Hommage d Ernest Labrousse, Parls-La Haya, Mouton Editeur,
Parfs, Écoles des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 1974, pp, 37-58.
Reproducido con la amable autorización de los editores.
l. H. L. Moore, Economic Cycles, Their Lavrt and Cause, Nueva York,
l9ó7 (primera edición 1914), eplgrafe y p. 67.
2. Cf. n. I y Generating Economic Cycles, 1928r, reimpresión l9ó7.
r
I
t4 BCONOMÍA, DERECHO, HrsToRra ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 15

namente a la historia
_cuyas exigencias superan en gran me_
dida las de Simiand. La-*c¡isis-de tipo a-ntiguo, d;il;1 Los uonnloq PARcTALES:
Labrousse es un fenómeno histórico rün"i"rrt"-*""t"
como para ser imaginado segin un modelo; aunque ," t.ut"
,*"tiáo Alcr¡Nm rENTAcroNEs ¡r.¡Trgrsrómces
de un modelo donde s. com--binen, en una totaüáad q.r"
puede disgregarse, lo cuantitalivo y lo cualitativá,
,ro Ya se trate de investigar las (causas, o de explorar las
y lo subjetivo, lo estructural y lo cóyunturat. esi _y
i, .Él"tf". {seriesD, cualquier utilieación parcial desfigura la historia.
se define la especifrcidad dei objetó de hisfaria.
sOl;;rf_ Esta no es ni meteorología ni psicologia. La peor tentación
Sin embargo, si hasta el presente el instrumento de un historiador es aislar un fuctor o un aspecto de la
por Ernest Labrousse ha seniido magníficamente a forjado realidad.
la historia
de l9s tiempos modernos y' del Occid"rt"
está casi
totalmente ausente cual es paradójice "r.rop"o,
dé fa'fiteraturá
-lo
(no obstante abundante) que t.átu
de {as estruc.
La tentación de lo clirndtico
turas (tradicionalesr, las *economías ""-!.nerar
alrícolar" y .il;;"
sarrollo¡. "f Referir la co¡runtura general a la coyuntura agraria, y ésta
yo ¡ro quiero sugerir, al lamentarlo, que al clima, es una tentación antigua y muy natural.
,r-l:ilT"Te,
taentun.ct entre el <subdesarrollo> del siglo xx y lá *econo
exista Pero no hay que limitarse a decir, como observa sonriendo
mía. del Antiguo Régimen, áe el mismo Ernest Labrousse (Histoire économique et sociale
la literatura del subdesarroto"1r".tr*'p"íses, ni tampoco que de la France, t. Il, p. 391), .,que algunos factores climatolo
haya aeidenado gicos alternan una y otra vez, de año en año, la penuria y la
papel a la iruegularidad de las cósechas y los "orr"é¿"ri"'r,I
riestos p;;; ábundancia, cosa de la que no dudábamosu.
gados por el hambre. Hay evidenciai
sin embargo. me parece lue saltan a la vista. También sonreía Albert Demangeon cuando, para subrayar
ra evidencia de un fenómeno
-pues que
a veces desvirtúa su análiJis_ la sutileza de las relaciones entre suelo y clima bajo el cielo
el papel histór¿co ae lal de Francia, apuntaba que si el campesino francés no está
irregularidades meteorológicas ¡"-io:
ha sido sometido a un esiudio iio bastante
ciclos agrícolas, no nunca contento, es porque ntütca tiene ¿ la vez, úodos los mo-
raúo en et pa.sado recienti.li i; ;ó;; gtarte metédico y razr- tivos para estarlo.
tentar ese estudio requeriria un volu'men. No det gtobo. In Evidencia de las relaciones entre recursos humanos y cli-
más que unos bosquejos de reflexlii.----'
pfu"tiuJ"qui ma. Igual evidencia de su extremada complejidad. De la pri'
Por otro lado, la mayoría versar¡in sobre mera derivan la precocidad y el obstinado regneso de las
los distintos tipos esperanzas puestas en la recopilacién de series meteorológi-
de tratamiento aplicadó, lo, áuto* l1-1"
y sobre la distancia que los " agraria cas, y la búsqueda de sus correlaciones. De la segunda derivan
torno a la scrisis ae tipo antigrror
á" i", iñ;iü;;ü;;
""orromía
las decepciones que a menudo siguieron a esas esperanzas.
".p"rut"i y nos esforzamos
en definirla, es decir, éomo o6¡eto ae"hlstoría.
"L-o porque a este Por lo que se refiere a los economistas, es divertido ver
respecto, primero hay que hacér un todos los tratados generales y toda la literatura coyuntural
los historiadores. No- oüstairt", ,"""fái"*os ¿e conóiencia ii
examen remontarse a Herschell y citar sin falta los trabajos de los
unos casos poco dos Jevons y de Moore (incluso se le acaba de volver a edi'
de aplicación de ese *oJ"üá-"nos campos
::T:ld::
epocas que nos sean menos familiares, o unas tar) para concluir, también sin falta, en los (motivos de in-
para concluir breve. quietudr que inspiraR esas <teorías cósmicasr' cuando no su
mente con la utilidad- que tal
hístoria contemDoráned,,y por"pliññJudiera tener para la ctotal descrédito".' c'
lo.tanto'p"r" la comprensión Pero el problema está más en los fines que en los métodos.
del presente, si'fuese más sistemática.

3. H. Guitton, Les fluctuations économiques, ?arís, 1951, p. 201.

4. J. Sirol, Le R6le de l'agriculture dans les fluctuntions économi'
gaes, París, 1942, p.139.
 t6 ECONOMÍA, DERECHO, HISTORIA
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS lt
El análisis matemático puede ser irreprochable, y las series años fríos que verifica tal avance de los glaciares alpinos
numéricas pei_o
correctas. ¿qué buscamos? ¿eliás" cóirelacio. vecinos tan próximos-?' *Eso no se ponía en duda."
I nes?. ¿Regularidades perfecia_s?
¿Una ¡elacióñ causal q,-," ,uy" -aquí
Repitamos que el probfema no está en las (causas). para el
de to más alto de lás estre,a, lo-*Zrl;;;;"=IJau
economía? Unos éxitos demasiado " abultados en ese sentido u análisis histórico, la constatación de una covuntura no es un
harán siempre sospechar algún amaño A" lra* E"s un dato. El _intéié3*iésicle ¿?' 7 á i é ip!.ei,s i q _del si;tema''
-
:i*
q,re agrosocial aI desafió*rnéléglqfógico; t""" ü infóimáciO" e"¿
_+,i' Do. revele más que las leyes'de una "orrriru""iár,
distrib.r"i*-".1lJirti"u,
o la$ relaciones incluidai en las hipótesis. o"-óaur-rir*ur, ofiéE€-ésá*respuesld-'só6ré-ei rñismo sistema, sobre r,rs rire-
dios, su psicologia y sus instituciones,
lo que importa al histoTado,r
¿no eC acaso la crisis urri", q.r" Por eso, más que de la sobreabundancia de concordancias
el "ciclo>, ra irregu.raridad dei producto-a"""
ridad de las oscilaciones, fas corir""u"rr"ias ;;; i" ?"g"r"- meteorológicas, convendría ocuparse de los contrastes entre
antes'qu"uLu.rru diversas combinaciones de producción. Jean Georgelin nos
del-fe¡ómenó, sobre todo si esa causa. a"to¡a-r^=;ilil)n"¿* dice que para él era <tentador y peligroso" compaiar Vene-
nes? 'tu
-Porque er terreno del historiador es i""i"iá'áe us cia con el norte de Francia. ¿Por qué? Porque el ..cereal prin-
hombres. cipal> por ello el grano consumido por la masa
.*Dé*-¡iodo- que el empirismo histórico, que desconfía legí
-entendiendo
popular- era en un caso el centeno (o una mezcla de centeno
timamente de las causás cümáticas y trigo candeal) y en el otro el maí2. Y', al confrontar la mer-
corr simples constataciorr", "te¡anasr,-au"q.r" ,"tir- curial de Beauvais con la de Udine, se ve que Udine, como
fecho. cuanto a las causas me-
teorológicas <próximas>, tampoco"r, se acerca fo már-_i"i*o Toulouse, escapa relativarnente a las locas irregularidades que
al modelo labroussiano. en Beauvais pesan sobre las economías familiares. y escápa
Jean Georgelin, en una reciente tesis,s dedicó gracias al maí2.
tulos-prodigiosamente documentados a la unos capí-
cosechas y ros precios agrarios
fluctuación de las _ Eso significa que el maíz es una respuesta posibte 4 ciertas
fatalidades, una elección técnica a fechar y explicar, y sobre
veneciá v-rzgó.
"n
Ahí están todos los daós, en series "",r"]?io
y aáemás,
año, por año, están comentadas las
magníficas. fa que habría que elaborar vn rnodelo móarytóaao dé crisis.
cifrás, ur'urroá"Iorr". La-r<tentadoraD comparación no tenía nada de
cualitativas de los contemporáneos, y ," "peligrosar. El
ciones internacionales.
,"gi"r""'iffi"."_ pgligro más bien estaría en la obsesión por el- clima conce-
bido como referencia srrprema.
Sin embargo, a ese escrupuloso esfuerzo descriptivo,
.
mismo que al esfuerzo teórico, i" prgrrrtumos lo . Es cierto que pueden precisarse *Ias relaciones entre pre-
cios, cosechas y clima>. J. Georgelin, en un esfuerzo *"rito-
lugar: ¿qué intenta demostrar?' -- en primer
rio y original, aplicó a sus datos venecianos las fórmulas ela-
¿Que los ciclos,de Beveridge se encuentran en boradas por_ tres .agrónomos,, los señores Soubiés, Gadé y
sóto ta constaración opuesta ñ"tt";;ü;;;il.;;;i:t"r. Venecia?
14"try, para la región de Toulouse. Estas, por lo que se refierá
Que sobre ellos se-impgro * ;;ü;" nueve al maíz y al lrigo, vinculan las variaciorcei d.e reidimientos a
años, descubier-
to en 1720 por el abad Toaldo y las de las lluvias caídas en distintos meses del año. Las co_
1¡ya entonces!) reierido *apa_
sionadamente) Dor él mismo acósmico>: rrelaciones, comparaciones y verificaciones sobre casos con_
""""'i""fr" qr" el cicrolos
lunares.' Jean óeorgerin nlslecueiau ciclos
también
cretos son satisfactorias. Sabemos pues, a partir de series
existe a ojos de ta ginte udesapasion;J. pluviométricas correctas (existen désde'1725), las .pñUiii-
nios puede poner ufasión'
;; ,nJu"iái*"- dades de cosecha> de la antigua Venecia, rirejor dicho, las
éstulü"". qué-""'ir"rioñ¿rri-
mo-del grano corresponde ."",..r, u"r-o podrido, probabilidades de variación de sus rendimientós y s,rs ií*i.
a una helada
tardía o a una uoipular de esos *ir*or'pr""i";';l;;ri"
a"
7. Ibid., p. 261.
8. Ibid., p. 254.
Venise au siécte des Lumiéres, parís-r,a Haya, ,!.bid:, ?. ?75 y.notas cap. 6, 212 a 2lZ. Soubiés, Gadé y Maury,
,9.climat
i¿ p., *::-".t:1,
1226 caps. 5-2. 1978, (Le_ de la région Toulousaine et son influence sur rei récoltéé
6. "1:
Ibid., p. 257
257. de blé et_de mdis>, Comptes rendus de l,Académie a,oiiXiii"ii,-110,
pp. 185-295.
 18 BcoNoMfA, DERECHo, HrsroRrA
teg, ya sea en relación a la normal (promeüos, medias y
modos) o relacionando un año con otro.
f
I
Esto no c€ debe subestimar, pero nos gustaría conocer:
primero, el nivel de los rendimientos absolutos (para poder
estimar la carga de semilla); segundo, la variación de las su-
perficies sembradas (rendimiento no quiere decir cosecha);
tercero, el papel de los intercambios y de las instituciones
(está Venecia y su política de granos). Por:que la confronta-
ción entre precios y rendimientos calculados reserva algunas
sorpresas. Entonces se dirá: ¿no bastaban los precios (de
los que disponíamos) para establecer, en el espacio geográfico
y en el espacio social, los efectos de las oscilaciones sobre
Ia distribución de las rentas y de las cargas? Porque él pro-
-lo social- no
blema reside en el punto final del proceso y
en el punto de partida, lo climático.
Por supuesto, me refiero al historiador. De hecho, es en el
aspecto de.la prdctica agrícala donde se descubre la primera
preocupación por tomar nota de las irregularidades (o la re-
gularidad de las irregularidades) en el orden meteorológico,
para poder prever o prevenir. Preocupación que en primer
lugar toma la forma empírica y popular de los refranes, para
luego hacer un llamamiento al mundo de las regularidades
cíclicas: el de los astros.
No lo despreciemos. En 1ó18, el español Lope de Dega'o
estimaba que una astronomía ulícita, físicau podía prever los
acontecimientos clirnáticos, pues:
Como toda cosa se concibe y se conduce conforme a su
ser, puede decirse otro tanto de su conocimiento, y esa clase
de hechos, siendo necesarios y ciertos, pueden ser conocidos
y pronosticados de manera certera.
Esta será la fe cienfífica de un Toaldo, de un Moore. Y sin
embargo, sobre el ritmo treintañal de las catástrofes, Beve-
ridge no dice mucho más que algún proverbio chino. Es que
los lazos entre el cosmos, el clima y el tiempo desafían toda-
vía, en cuanto a previsiones y a intervenciones, a Ia ciencia
mejor instrumentalizada. La tierra firme, en esas materias,
sigue siendo la probabilidad. Es el método utiliza{o por los
fluviólogos para las crecidas. Y el mejor aparte hecho a los
estudios agrarios sobre el clima semiárido me parece que fue
el de aquella finca experimental aragonesa que, cultivando
10. Iope de Dega, Gobierno de agricultura, 16lS, f. 20.
BsrRUcruRAs y coyuNTURAs 19
segrln los métodos tradicionales, y ohservando sus cosechas
anuales, reveló el riesgo de trqs cosechas nulas por década.'l
!o ql" importa al historiador es la magnitud y Ia frecuencia
del riesgo, más que el sueño, aunque estuviera- justificado, de
llegar a las <causas>. Ese sueño, con demasiadas ansias de
adelantarse a la ciencia, cae a menudo en el mito, o revela
alguna ideología.
La tentacíón del largo plazo y los promedios
No obst3nte, cr¡alquier_agricultura, incluso la stradicional>
(como el !-ry-farm;irzg ibérico) ya es una conquista sobre el
clima. Y fo's señorei'S'óubiés, Cáae y Maury, cón sus cálculos
sobre la región de Toulouse, intentaban sobre todo demostrar
qüe entre 1915 y 1945 el progreso de los rendimientos estudia_
dos era debido a la técnica y no al clima, al haber sido éste
desfavorable en el conjunto de ese período. Ello implica que
los progresos técnicos, sin modificar el clima, pueá"n colm-
pe-nsar sus efedtos, y también que los grupos dé años, natu-
ralmente' favorables o desfavorables, -puhieron a largo o
medio plazo, influir sobre los resultadoj agrícolas. EntJnces
sólo se puede juzgar el progreso técnico ellminando el factor
clima, y el factor clima presuponiendo estable la técnica.
Todo esto convierte la observación a largo plazo en tan peli-
grosa como necesaria.
, Ahora bien¡ ésta fue la investigación preferida por los
historiadores, ya se trate de las prudentei tesis climáticas
de Emmanuel Le Roy Ladurie, o áe la medición de los ren_
dimientos a través de los siglos de Slicher van Bath, Toutain,
Bairoch, Michel Morineau, la conferencia de Munich o loÁ
trabajos sobre el diezrno, produciendo las discusiones testi-
rnonio suficiente de las dificultades que encontrábamos para
distinguir los movimientos naturates de los rogros t¿""i**
Sin embargo, ésa sería la distinción más importánte. El deseo
de confrontar las *fuerzas productivas, cdn hs necesidades
humanas no es en realidad una tentación antihistórica. Es
una de las razones de ser de nuestro oficio.
Pero nociones como <revolución agrícolar o <crecimiento>
no debieran tomar un lugar tal en la reflexión hasta el punto
de que releguen al olvido el rasgo más evident" a" U, u"ii-
ll.Prueba de J. Cruz
-Irryaparly, en la finca de Almudévar, para
la Confederación sindical fri¿ro-grafiá del Ebro.
 20 ECONOMÍA, DERECH O, HISTORIA EsrRUcruRAs y coyuNruRAs 2l
guas economias: la de las cosechas, mtis bien
que su ínsuficiencia. "desigualdad, Alemania, tienen un significado, lo mismo que el estancamien-
to francés; es también evidente, que los tres rendimientos
.b.I".E*: co¡runturalismo
privilegio del screcimientou no puede causár asom-
medios 13,5 y 6,5i q/ha respectivamente- caracterizan
4l de los años t respondía a una -20,
a tres agriculturas de muy distintos niveles técnicos; pero ¿no
situación conocida. Desde los años cincuenta,
"irrtu el discurso so-
(9t <desarrollismo,) refleja
se diría que es por lo menos instructivo constatar que
P:"9 9.:1lr9tt9,
se_ cree self-sustained, konjunkturlos, y puede";" ;ñá;;;";
desdeñar^ la
a partir de 1902 Alemania no conociera, en. sus cosechas de
trigo, ninguna caída de más del 4,5 por ciento, mientras que
crisis. Pero el historiador se oc.rpa, qO po,
"o "i no lmportar, á; Francia todavía tenÍa una producción en forma de dientes de
los casos, de economías cuyos sobrlesattos "i;il; *"- sierra, con la sensible caída, bien conocida, de 1910, y Rusia
nos que su continuidad. puede recordarle al económistu
más !e la- mitad, tal vez las dos terceras partes del t"u unos hundimientos que, en plena época de <crecimiento>,
mundo podían poner sus rendimientos por aéUa¡o de 5? Debía de te-
responden al mismo modeto^. ri;""
ii,yllfld:yj.".
un rntercambio de lecciones entre las dos disciplinai. ñ;-ir;b;; ner su importancia para un país agrícola en su 80 por ciento.
<El hombre no se.{igre_n1a a9
nrogr,e$.i,.9.i." esta vieja
objeéién üó hisióiiádor, -en p;rri";;, pasos de una his- Alemania Rusia
toria económica cuantitativa, 'os.óio_-i;;; una auténtica res_ '
puesta en la obra de Ernest Labrousse- Con
él il ;;;;l
medición de las desviaciones anuales en reración
d¡jó.de- perderse en la persecucián formaf del. aciclor. áli"iá 1900 39,4 18,7 88,ó 12,9 t07:7 s
\-J;
ít dest¡iación (y más preci-samente ti iisvia"¡ii alfirl""tit
La 1901 25 15,8 15,6 84,6 125 i 3,1 109,3 5l +
adquirió un sentido i.ociyt en si miima, un sentido $42 39 20,4 -+ 29,1 89,2 t3,6 + 8,8 t52É 7A + 3s
8

histórico, 1903 35,ó 98,8 15,2 + lt,7 150,2 7,1

al tomar la Revolución francesa uuió1. de síntesis -n 1904 38
19,7
19,8 - 4,5 81,5 12,5 l7,g
4,1
t69,4 7,7 -+ 8
(punta) y el trend. por eso mismo, "r, entre el ejemplo";ir;ü
ono 1905 37 te2 - 0,5 91,1.14 -+ 12 154,7 6,7
gráfico sin valor y et (promeaio nación.]"
,i*"rie"iñ;;';i tn6 39,4 20,3 -+ 3,ó
5,7 89,5 13,7 2,2 147,9 5,3 -
13

problema se ha convertido en el de la átensiónirw"il'aái lwl 34,9 19,9 103,8 15,8 -+ 15,3 1s5,2 5;I -20,9
+ 7,6
-2
+ 0,5 170,8 6,2 + 8,5
"mai ;;;;;;"
T:"9*^""o,.oor el que e-r convertirse en ca- 1908 37,7 20 862 13,2
tástrofe y la de subsist"""il" en revolución. 1909 37,6 20,5 + 2,5 97,8 14,8 -t6,5
+ lz,t 230,3 7,9 + 27 A
"revuelta
A pesar de la importancia Ae ertus leóciones, 1910 38,ó 19,9 ó8,8 10,5 226,7 7,2
caso de. que incluso para períodos antig.rás-,-;;'r;;;;; aún se da el 19ll N,7 20,6 -3
+ 3,5 87,7 13,6 -29,1
+ 29,5 ts3l 4J --
8,9
34,8
promedios quinquenales o decenales, ;1;; t9t2 43,6 n,6 + 9,7 91 13,8 + lA 218,2 6,9 + 4g,g
Crlyendo eliminar así t9l3 46,6 23,6 + 4,4 86,9 13,3 4,7 279,7 8,3 + 202
Ias variaciones (lo que conseguirían,
en réalidad;;;;;-p;;:
medios cíclicos). Eir cuanto-a los'períodos
-
más próximos A: Cosecha (M. q. m.) B = Rendimiento (q/ha) , C : Variación (%)
a nosotros, es raro o.ue se evoquen eias
cial en las presentaiiorres ;p-id;,;;;agogicas.variaci.;;r:;;Jr;
pues bien, Por eso no faltan trabajos rusos sobre la cd.esigualdad de
cabe preguntarsé cuál es las cosechas¡." El hambre ruso de 1891 conmovió a Europa.
aryo{elnizacióno de una"l "i"*"ítáfri" """""reriza mejor Tras la de l92l (¿ritmo treintañal?), la reflexión se orieñta
la
a principio de nuestro s_iglo]-"Srl""ft""".To*"*o. el ejemplo,
de r.-proa"""ión de ;h-ff;; hacia la (coyunturaD y la oscilación de los rendimientos.
tres grandes países de la E-urop" N. S. Tschetverikoff 'n calcula la desviación estdndar de los
cia y. Rusia, y anotemos, desdL rióó'r-igl¡, ¡ilmania;ts";
"o"tirr*tar: las cosechas, los rendimientos sobre el período (algo corto) lBgS-1912, hallando
rendimient-os y las variaciones ¿é máximos de un 30 por ciento en el Bajo Volga, y mínimos del
ltimos.,,
,...j: dde.lte: qu: tos promááiós- "rt",áe-us cosechas y tos
Duenos resultados obtenidos en los 13. Wl. P. Timoshenko, Agricultural Russin and the Wheat problem,
riltimos nr.iriul
12, Annuaire. statistique
"ao. "" Stanford, 1932, cap.9 y bibliografía. Cf. también A. V. Cajanov, Oeu"vrei
chois,ies,_.París-La Haya, 1967, t, I: (Introducción,, de B. Kerútay.
d.e la France,1954, parte retros¡rectiva. 14. Citado por Timoshenko, op. cit., pp. 2BO-282.

L_
 22 ECONOMfA, DERECT{O, HISTORIA
ó por ciento en las tierras negras septentrionales, y entre el
15 y_ el 20 por ciento en la mayoría de las regiones.
Obsérvese que esos cálculos se realizan so6re rendimientos
por grano sembrado, y no por unidad de superficie, para tener
en cuenta las costumbres regionales de siempre y evaluar
el peso de la semilla en la inversión que se hebíá prever:
se trata de problemas familiares a los especialistas en él Anti-
guo Régimen.
Obsérvese también que los rendimientos del centeno se
comportan como los del trigo en las regiones atrasadas, con
fuertes altibajos, siendo por el contrari,o débil el coeficlenrc
de variación en las regiones con redimientos mayores y me-
nos desiguales. No hay pues más investigación -útil que la
diferencial. Los promedios no tienen sentido en un eipacio
demasiado extenso.
Aún es más cierto en el espacio social. En lg9l, año de
Postnikov publica la Economla campesina del sur
laabre,
de Rusia; Lenin tomaná de ahí numerosos apuntes', que se
publicarán en 1923 y que inspirarán en más be un p,rito .,,
Desarrollo del capitalismo (1899). Lo principal traü de las
distinciones entre capas campesinasr et papét de las necesi-
dades monetarias entré los más desfavoróidos, la asimila-
ción-entre campesinos que no siembran y campesinos que
siembran poco (también compran gÍano, sóbre tóAo
.áo,
malos), el contraste entre los que pueden almacenar "., y los
que no, la proletarización de los más débiles al menor .iacci-
dente>, siendo la amala cosechar un <accidenter 1¡¿5iy9,
colectivo. Que todas éstas observaciones, por evidentes moti:
vos estructurales, se acerquen al análisis de E. Labrousse, no
se-pr_esta a sorpresas ni a contestación. pero,
¿qué obra gene_
ral, dedicada a la agricultura y al campesinadb ruso dél si-
glo xx ha utilizado esa aproximación? ñ ,ro ,e, especialista,
no prredo afirmar que no las haya. y por la misma-razón, nó
puedo profundizar yo mismo sobre esé acercamiento. pero el
modelo ha servido ya lo bastante ala historia pu"u qr."
no sea deseable generalizar su aplicación. "o*o
A la inversa,, en cuanto a las modernizadas>,
se olvida la regulaú*ación como"agriculturas
rásgo típico. fo*"*oi, fo"
. 15. Lenin, Oeuvres complétes,parls, t. I, Noupelles transformations
économiques dans la vie paysanne, escrito-en 1g95, publicaáo ;'-lg|2l
(pp. 1-85),_ Cf. también, a continuación, propOiiio ¿e fa
cuestión de los mercados>. "A f;;;J;
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 23
ejemplo, las conclusiones de Wilhelm Abel, en ese monumen.
to titulado Agrarkrisen und Agrarkonjunktur.'o
Comparan, por simples curvas tendenciales,tt en Alemania
e Inglaterra, el movimiento del <salario' (en general) y el de
los precios del hierro y el grano, entre 1401-1450, 1801-1850 y
1951-19ó0. Sobre estas bases (coyunturales'', ¿se puede con-
cluir otra cosa que perogrulladas?
Por otro lado, una definición de las "Agrarkrisenr" está
tomada de un tratado (Buchenberger) de 1897. SaIe de la
<gran depresión". Una <crisis> es una disminución global de
la (renta agrícolau. Pero para un libro que se remonta al
siglo xrrt, semejante definición mezcla peligrosamente el <tipo
antiguor y el <tipo nuevo>, lo estructural y lo coyuntural, lo
económico y lo social, las máximas y las medias. ¿No habría
pues, en seis siglos, más que una sola clase de kagricultores>?
Al reeditar en 1966 su libro de 1935,.W. Abel no podía, sin
embargo, ignorar lo que denomina <die Krisenlehre der'La-
brousseschule>. Sabe por David Landes, que esa
incorporó a la historiografía francesa. El mismo "lección¡ se
la bpüca,
como con sorpresa, a su siglo predilecto, el xv, al haberle
convencido un artículo de Van der Wee de que una crisis
(en el sentido de Labrousse) se introdujo ,en la <edad de
oro de los trabajadoresD. Pero, dice inmediatamente, las ven-
tas de trigo de un señorío wurtembergués dieron, ese mismo
año, su m¡iximo producto monetario. ¿Por qué ese pero? El
beneficio máximo del vendedor almacenista, en un año malo,
en contraste con la miseria máxima del campesino pobre, es
el mismÍsimo modelo de Labrousse., W. Abel lo comprendió
mal, porque le propone un (complemento)D a ese modelo: el
cuadro (cifras ficticias) elaborado con todos los cuidados en
193ó, según el cual, entre tres explotaciones de distintas di-
mensiones, el abanico de las rentas debe ser:
1.000 - 4.000 - 12.m0 en año normal
-
1200 - 3.600 9.ó00 en año de abundancia
0 - 3.ó00 - 14.4ü) en año malo te
1ó. W. Abel, Agrarkrisen und Agrarkonjunktur, l93lt; Hamburgo-Ber-
lín, 19ffi.
17. Ibid., p.268..
18. Ibid., p. 269.
19, Ibid., p. 22.
 24 EcoNoMÍa, DEREcHo, HrsroRrA
Esto no es un (complemento<. Es el esquema sin explotar
de lo que nos enseñó Ernest Labrousse, i q.r" ya decía de
forma muy pintoresca el refrán español:
De los viyos mucho d.iezmo
De los mueitos mucha oblada
En buen año buena renta
Y en mal año doblada.
La tentacíón del modelo único: <crisis> e ideotogía
De hecho,
_lo qu9 sorprende a W. Abel del esquema que
estableció es la caída de lq renta mtis alta'o en cas^o de abun-
dancia. Nos remite a Shakespeare, quien en Macbeth (obra
escrita tras una serie de buenas cósechas), muestra a un
agricultor que se ahorca ante el anuncio de'una buena cose-
cha. E invoca a Boisguilbert:r' <Cuanto más bajo está el
precio del trigo, más miserables son los pobres., irero Bois-
guilbert piensa en el largo plazo, no en ei año malo. pionero
del pensamiento mercarriil,los economista, io l;;;;-por un
precursor, porque identifica buen precio con prosperiáad ge-
neral y crisis con bajo precio, como Méline o Buóhenberger.
Es cierto que el mismo Labrousse llamó .crisis> al inter-
cjclo de bajos preqios que, bajo Luis XVt, afecié las rentas
d_e los agricultores-vendedoresl pero re dio una
L*piicacion.
Y no pretende confundir (puesto que, al contrarió, estudia
sus combinaciones) esa <crisis> con la .crisis de tipo anti_
guo), que no es una depresión a medio plazo de las (rentas
agrícolas>, sino un hundimiento brusco de los recursos
de la
capa inferior de ros campesinos (muchas veces--ii-o
si-no por debajo), con una caída inducidá del
salari,o real""ro,
aet
obrero, cuando no se llega al paro.
Los economistas pareien sér rebeldes a esas distinciones,
primero, porque una subida de las rentas más altas
difícil-
mente_evoca para ellos una idea de ocrisisu; segundo, porque
* ' lif: lff9o un modelo universat; t.t."r-l"gári iorq.r"
i.'
""
esran más interesados en ra causa económica der c-iclo !.r"
stts consecuencias sociares, en las fluctuaciones globales
producto más que en las contradicciones interna"s
",
der
de su ais-
tribución.
20. En castellano^en_el original Cf. pierre yilar, Le Catalogne
l'Es-pagne moderne, paris, 1961, t.-If,-p.
SSZ.
21. Abel, op. cit., pp.'25_26.'
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 25
Pero, para Ernest Labrousse:'
La significación humana de las fluctuaciones cortas es
muy distlnta, según éstas se refieran a la economía agrícola
o a la economía industrial, y según la clase social consi-
derada.
Podría parecer que, en un mundo donde "las etapas del
crecimiento económicou se definen por la proporción del sec-
tor industrial en su producción, y donde uno de los rasgos
reconocidos del sub"desarrollo es la creciente polarización de
las rentas elevadas y la miseria, la fórmula que acabamos
de citar tuvo que estar siempre en la mente, bien para ofrecer
un criterio del desarrollo, bien para analizar las "sociedades
tradicionales>.
Sin embargo, W. W. Rostow, en 19ó0 sólo conoce la <crisis
de tipo antiguo> por un breve artículo de Heckscher'" Aker-
man en 1954 preconiza el estudio de las sociedades preindus-
triales sin hacer referencia a Labrousse.tt Y sobre todo, se ve
a los especialistas del "subdesarrollo" desdeñar los severos
golpes de la coyuntura agraria, mientras que los especialistas
en coyuntura agraria se obstinan en buscar su efecto (gene-
racior' en el ciclo de "los negocios> del mundo desarrollado.
A lo que los mamistas ponen el grito en el cielo, sospechando
que ese llamamiento a los "ciclos naturales' está encaminado
a relevar al capitalismo de sus responsabilidades en las crisis.
Se olvidan añadir que en la misma medida en que un tipo
de crisis carecteriza un modo de producción, otro modo de
producción puede presentar un tipo de crisis distinto.
E. Labrousse observa precisamente que el modelo de crisis
de tipo antiguo, que J.-B. Say dedude de la observación de los
años 1811-1813, clasifica la "loi de débouchés" (ley .de mer-
cados) entre los conceptos antigttos." J. Sirol, usando las citas
de Labrousse,t se asombra en cambio de no ver transferidos
al mundo de los siglos xrx y xx esos esquemas concebidos en
otro mundo. La noción de "untbral>, de cambio de naturaleza
22. E, Labrousse, tra qise de l'économie frangaise i la fin de l'An-
cien Régíme et au début de la Révotution, París,
23.
19¡14, p. xv.
emiére C onf ér ence int ernationale d' hist oir e économique, Stock'
Pr
holm, l9ó0, París-L¿ Haya, 19ó0, p. 18, n. 1.
24. J. Akerman, "Le probléme du dualisme appliqué aux problémes
de la croissance et des cyclesr, Economie appliquée,7, l-2,1954, p. 19.
25. E. Labrousse, Esquisse du mout¡ement des prix et des revenus
dans
en France au XVIIIe siécle, París,1933, t. II, p. ó28.
2ó. Sirol, op. cit., p. 16.
 26
EcoNoMfa, DEREcHo, HrsroRrA
del signo coyuntural durante lo que algunos denominan las
(etapas del crecimientor y otros los (cambios de modo de pro-
ducciónr¡ (que es históricamente fundamental), p"r""" po"o
accesible a los economistas. Es de extrañar, por ejemplojque
Celso Furtado, que incluye una larga exploratión én ,u teo¡a
del subdesarrollo," califique de naccihentes) (importantes
pero no característicos) las malas cosechas y las pestes, y¡ €n
un título, reserve a la economía industrial liberaÍ el carácter
de "inestabilidad>.
Y es que el economista, por su profesión, está atento a lo
que impulsa la máquina económica. El historiador está atento
a la <significación humana, de cada instante. Elección ideo.
lógica, dirá tal vez Maurice Lévy-Leboyer.¡ pero, ¿lo es me_
nos la otra elección? Y arriesga á cegaise todavía ,irás. Errtre
los factores económicos, también Je ha de contar con la
emigración irlandesa y la <Graqde peur>.
Algunas tentaciones históricosociotó gicas
También escapa a veces al historiador la dialéctica entre
economía y política, entre corto y largo plazo.
. Charles Tilly tuvo la gran amabilidaá de hacerme partí_
grne Aq capítulo que, en la recopilacíón The Buitding á¡ tn"
States in Western Europe, iba a dedicar al tema de Ias'sub_
sistencias." A la vez que expreso mi admiración por su bri-
llantg síntesis, no puedo ocultar que estoy en c-ierto desa-
cuerdo.
No conozco nada más seductor que el principio de su
exposición: el relato condensado de tres revueltai de sub-
sistencia, el *tumulto di San Martino> (162g), fu
las harinas> (1775) y los disturbios de 1glé en "g";ir"-á"
ei e"te d"
Irrglaterra. Esta distribución enmarca perfectamente el mo-
delo. Y el que la mejor evocación ae lf,Zt sea debida a Man-
zo1! en 1820, confirma el efecto de larga duración de las
crisis de tipo antiguo sobre las estructuras mentales.
Pero si, en sus definiciones, se propone distinguir bloqueos
C.- Furtado, Développement et Sous-développement, parís, 1f)óó,
-27.
cf. cpp. 3.
...N. M. Lévy-Leboyer, <L,héritage de Simiand. prix, proñt et termes
d'échange au XIXe siécler, Revul histor¡que <e¡.iiÁiiii ino;,-;áct-
nas 77-lN.
29. -C. Tilly, sFood Supply and public Order in Modern Europe,,
te_xto.dactilogrg$ado-, Stanford, Institute for Advanced St"¿v,-""-ii"j
paración para The Building of the states in western Europá'rcoÁrni-
tee on Comparative Politics, Social Science Research Counlil). ---------
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 27
de la circulación, violencia en las tasas, ataques contra bie-
nes y personas, ¿no convendría precisar que se trata de tres
formas de un fenómeno,común? Y, si se cita una cuarta cate-
goría de revuelta, la "demostración agrariaD, en la que se
destruyen los productos, ¿bastaría con invitar a'no confun-
dirla con las otras tres? La crisi3 en que un productor se
alza contra el bajo precio (la sobreabundancia) no es sólo
<distinta> de Ia crisis de tipo antiguo. Es su antítesis. Y si
las dos formas se combinan, o se suceden, es un signo que
el análisis debe aprovechar. La diferencia de naturaleza eltre .
ambas enfrenta dos modos de producción en sus mecanis-
mos, en sus mentalidades. *)
No basta pues con condenar, con C. Tilly, el qmodelo
hidráulico> de las crisis de subsistencia. Por supuesto, la
revuelta no es un "desbordamiento> necesario y natural. Los
revoltosos no son cosas. Piensan, moral y políticamente. Pero
es tarea del historiador investigar cómo la probabilidad física
(que sí es de tipo arrastra o no la probabiliilad
del acontecimiento"hidráulico")
humano, social. Eso depende, claro está,
o";$ifftilfJr"il;'rtrado,
en un reciente trabajo sobre
ios motines españoles de 1766! cómo eran, en Madrid, polí-
ticos, en Zaragoza, antiadministrativos y antimercantiles, y
en el Pais Vasco antiseñoriales y antimunicipales, aunque en
todas partes de tipo antiguo, enla forma y en el fondo. Sólo
que, en aquel 1789 español, ¡no había Estados Generales!
Y hay una distancia de treinta y tres años entre las dos
revueltas en cadena, la española y la francesa, sobre el largo
trend modernizador que tendrá el siglo. El motín de 1766
no condujo a una revolución. Quizá sus lecciones la preven-
gan. Para comprenderlo, la pluralidad dimensional de la his-
toria comparada exige un mínimo de teoría de las estructu-
ras y de análisis de la coyuntura.
Pues bien, C. Tilly, abandonando el corto plazo, pasa en
seguida al examen empírico de una construcción multisecu-
lar del Estado, según una hipótesis de trabajo, seguramente
útil, de un nexo entre esa construcción y los problemas de
subsistencia y de orden público. Así se estudian los excedentes
demográficos, la proletarización rural, la urbanización, el nú-
30. P. Vilar, .El'motín de Esquilache y las crisis del antiguo régi-
men>, Revista de Occidente, lt[adrid (febrero ln2), pp. 199-249, versién
francesa en Historia lbérica (Madrid-Nueva York), l, 1973, Economía
y socíedad en los siglos XVIII y XIX, pp. 11-33, e Hidalgos, amotinados
y guetilleros, Crítica,,1981, pp. 93-1¡10.
T
I
28 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA
mero de improductivos, Ia multiplicación de los ejércitos, a
muy largo plazo, bajo el ángulo de las subsistencias que,
dándole al poder crecientes preocupaciones, le invitan u órr-
centrarse. No es extraño encontrar una Europa del siglo
xvlr (o xrx) aún más comprometida que la nda¿ Media con
dificultades de alimentación, una época de Smith y de Turgot
más mercantilista que el siglo xvr. Los cuatro bosqueJos
regionales (Inglaterra, Francia, España y prusia), *uy Uien
documentados, confi.rman mal las sugeiencias del erqr.e*a
global. Así que las conclusiones de C. Íitty,' están salpicadas
cie hu_mor: por un lado, uWas Mann isst, er ist> y pór otro,
no había-que esperar descubrir en <el pan> todos lós orígeneé
del Estado democrático, fascista o miiitar.
Pero, ¿quién obligaba a buscarlos alli? ¿euién obligaba
_
a basar sobre un mecanismo tan superficial cómo el ¿et
delo hidráulicou a corto plazo, unahipótesis que sólo podá "mo-
aclarar aspectos parciales? Dicho uso del iacior .revüeltao
está en las a_nlpodas del método de Ernest Labrousse.
cipntemente? Entonces, eso hubiera debido decirse.
¿Cons_
cientemente? En la deslumbrante bibliografía de ó. fiUy, ¿Iicons-
obiervo que cita a E. Labrousse como autor de Histoire
économique de la France y.\o del Esquissa, y ? Georges
Lefebvre como autor de Etide sur Ortéans y,ro á" b¿;;;d;
P.eur. Pero ¿dispensa-acaso <la última pala-bra, bibliográfi;a
de remontarse a las fuentes, a las fuentes det rnétodoí
, Louise
la -Tilly sí cita y critica el Esquisse, pero,'potítico-en
(revuelta al estudiar
alimentaria, forma ¿j coniicto
Francia>," anuncia:
La aparición y creciente importancia de las revueltas ali-
mentarias no estaban ligadas á hs oscilaciones d¿ p;;"i;;
a largo plazo, aunque lás revueltas siempre h;y""i;;id.
Iugar en momentoJ de alza temporal.33
. No_se,comprende.
sino
Si las revueltas no dependen del trend
de las alzas temporales, su estudio áebería fundarsé
sobre tales, alzas, y no sobre el trend. Sin embarg"; ñil;
trlly no sólo reprocha al Esqujsse el insistir en lis dispari-
dades regionales a corto plazó, sino que ecuentra demasiado
breve su siglo xvrrr. Desdé el slglo *ufr ," dibuja;;;r;;á;
31. Art. cit., p. 94.
3?. L. A. Tilly, <La révolte frumentaire, forme de conflit politique
en
-France', Annates ESC (mayo_juni; ifi\', li. nny.
33. Ibid., p. 733.
I
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 29
nacional donde pesa cada vez más París, y los precios tienen
tendencia a igualarse. Todo ello es plausible (aunque las ci-
fras sean poco convincentes) pero, puesto que los disturbios
se acabarán cuando el mercado sea fluido, ¿por qué se agra-
van cuando éste lo consigue? Enorme problema: la economía
comercial quiere penetrar, regentar una sociedad cuya base
la rechaza, precisamente porque los intercambios y la técni-
ca no dominan todavía ni la desigualdad de las cosechas ni
sus efectos.
Al describir por un lado la ascensión del comercio, y, por
otro, la ueconomia moralr tomada del excelente estudio de
Thompson' sobre las revuéltas inglesas, Louise Tilly parece
no advertir que repite a Labrousse mientras sigue por debajo
de é1, porque no demuestra como él los mecanismos inter-
medios que enfrentan en cada crisis a las clases. ¿Qué hu-
biera dicho el guerido Meuvret al ver atribuírsele " la pater-
nidad <reciente> del esquema según el cual el precio del cen-
teno, en un año malo, sube más que el precio del trigo, en
razón del crecimiento del consumo del cereal barato? ¿Cómo
ha podido leerse el Esquisse sin encontrar en él esa .ley de
las desviaciones sociales" ya clásica, no ignorada por los
hombres del siglo xvrrr?
Tampoco hay que perseguir falsas quimeras. Un envío de
trigo del Languedoc a Cataluña en tiempos de guerra y de
peste no es una <expansión del mercado"j, A¡adii qn" *iur"-
cidos intentos tuvieron lugar en los siglos xvrrr y xrx en los
puertos atlánticos> raya en lo absurdo. ¡Como si no se hu-
biera exportado siempre el trigo bretón! Exponer que los
disturbios de la Fronde fueron menos graves en Languedoc
porque esos años la sequía hizo
"disminuir las cosechasr,.t es
hacerle decir a Le Roy Ladurie justo lo contrario de lo que
dijo. Pequeños "fallos> que hacen menguar la autoridad de la
autora, cuando los descubre en las páginas I a 9 del Es-
quisse."
De hecho, lo que se cuestiona es un método de trabajo.
34. E. P. Thompson, <The Moral Economy of the English Crowd in
the Eighteenth Century", Past and Present (febrero l97l), pp. 76-136.
35. L. A. Tilly, art. cit., p. 742, n. 2.
36. Ibid., p. 742.
37. Ibid., p.745, y E. k Roy Ladurie, Les Paysans de Languedoc,
París, 19ó6, t. I, pp. 449450 (reed. París-La Haya, 1g74,2 vols.).
38. L. A. Tilly, art. cit., p. 742, n. 2.
30 BcoNoMfA, DEREclIo, FrrsroRrA
No se renueva un gran problerna higtórico hojeando descui
dadamente las obras fundamentales que lo trataron, yuxta.
poniendo" rBo+lelos dispares, despojando los último.s artículos
de erudición, agudizando algunas confrontaciones estadísticas.
Para,manéjár el corto y largo plazo, primero hay que tener
una teo-ría'de lgs preéios. No se descubre a Turgot en Afa-
nassiev, a santo Tomrás en De Roover, o el olaissez-fairen en
Thompson. Se vuelve a las fuentes. No se atribuye a los
*economistas teóricos y hombres de sentido común, el dpsi
cubrirniento de las ventajas de la libertad: eso siempre fue
un pensamiento de cotnerciantes. Hasta su último suspiro,
Meuvret se preguntó, cuál fue el Legendre que le dijq a
Colbert: aSeñor, dejadnos hacer.r'Y he observado qué en
España, en 1766, mientras los amotinados usaban el lenguaje
de los frailes meridicantes, los corneiciantes utilizabAn el de
Samuélson. Só1o hay que estudiar cómo lá libertad crea el
monopolio: cuando iban a ffjar el precio del pan, los amoti-
nados vascos preteudían "liberar el mercadon; t ¡y tal vez
tuvieran razón! Es Comprensible que los historiadores jóve-
nes aborden esos difícilés temas cón cierta embriaguez.-Qui-
zá comprendieran mejor las diez primeras páginas del E,s-
quisse si empezaran por las últimas veinte:
"iirfluencia del
movimiento de los precios y las rentas, sobre las doctrinas
económicas, las instituciones y los acontecimentosr.
Por supuesto, la influencia es recíproca. Pero, ¡Dios nos
libre de volver a clo polftico primero¡! Entre el precio
máximo y el conflicto polftico está Ia contradicción de las
rentas y ia lucha de claies. De aguerdo con que Iá -xrx,
ción póHtica popularr sea, a irediados del siglo"participa- uia
fsrma de cintegraciónr paralela a la integración económica
que consigue el mercado, Pero la lucha por el salario susti:
tuye a la,.lucha por el pan. Ha cambiaáo et tmodo'de pta-
ducción.
Reciente¡rrente, había aceptado Ia tarea de exponer," en
un diálogo con una epistemología manista bastante descon-
fiada para con la historia, de qué manera se integraban los
análisis de Ernest Labrousse en la teoría de los modos de
producción. Me permito repetirlo aqul, a sabiendas de gue
39. J. Meuvret, Etudes d'histoire éóonomique, París, lgl, p. 289.
¡10. Vilar, cEl motln de Esquilactrd...r, á.rt. cit., pp. N2 y 241.
41. - P. Vilar, cHistoire marxiste, histoire en constiuction. Essai de
dialogue avec Althusserr, Annales ESC, I (enerofebrero l9,7r, W, 1ó1198,
reproducido en esta recopilación, pp. 174 ss.
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 31
el esquema será discutido, pero persuadido de que vale tanto
como los que nos presenta una sociología preocupada en
realidad por justificaciolFq*ideológicas.
El cicio córto que datr*fuho a ia realidad económica y so-
cial del siglo xvrrr en Francia es el ciclo. original del modo
de produciión feudal, donde: primero, la base de la pro-
ducción es aún agrícola; segundo, la técnica productiva de
base todavía no domina el ciclo estocástico de la producción;
tercero, las exacciones sobre los productores deb'erían (en la
superestructura institucional y moral original) regularse auto-
máticamente sobre la producción; cuarto, las limosnas y la
fijación de precios, deberlan mitigar, en añós malos, las más
bochornosas miserias.
Peto ese <tempo* precapitalista co-existe, desde el siglo
xvrrr, con otros ritmos, los cuales, sin ser todavía típicos del
futuro ¡nodo de producción (como lo será el cciclo indus-
trial'), participan en él y lo preparan: en primer lugar, un
largo período de acumulación previa de capital rronetario,
de origen directa o indirectamenté colonial, que crea una
burguesía.acaudalada y aburguesa a una parte de la nobleza;
en segundo lugar, la posibilidad, a medio plazo, de depre-
siones comercinles (crisis de mercado, descenso de los pre-
cios) que afectan y descontentan a un n{rmero cieciente de
agricul:tores, de piopietarios y de empresarios, cuyos pro-
ductos, que entran desde entonces en el circuito comercial,
se han convertido en (mercanclasr: lo mismo puede decirse
de otras capas interesadas en la igualdad de derechos, la
libertad de mercado y la abolición de las estructuras feuda-
les; en tercer lugar, en fin, la exasperación,; o coito plazo,
de la, c¡isis ' de ctipo antiguo*, menos mortal que' en las
éppcas de hambre,,pero en la que la especulaci{n so-brg
artlculos escasos, menos' frenada por las tasas administrati
vas f: las redistribuciOnes eclesiástica$, empobrece y piole-
tariza más que nunca, alzando, al campesino pobre periódica-
mente y a un tiempo contra las exacciones feudales, las exac-
ciones reates y la libertad de comerclo.
La conjunóién de esas temporalidades específicas conduce
a la revolución.
rr:'
Aneurs¡croNEs Y PRoLoNcacroNBs
¿Pueden ampliarse o prolongarse las lecciones de este mG
delo?
32 EcoNoMfa, DEREcHo, HrsroRrA ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 33

El caso de México nos. El único caso realmente tratado es alenlador, incluso

clecisivo. Pero el lento trabajo de análisis concreto es evi-
E. Florescano " es sin duda alguna el más fiel discípulo de dentemente menos seductor que la psico-sociología, por la
E. Labrousse en el extranjero. Lo ha sido en todas ius exi- que habría que terminar, y nunca comenzar.
gencias. Su éxito en la historia del siglo xvur en México es
tan perfecto que no hay que lamentar el hecho de que no
haya innovado. Así verificó la universalidad del modélo. La España y la zona mediterrdnea
extraña coincidencia del ciclo mexicano del maíz y el ciclo *
europeo del trigo plantea un problema de causas. La función Mientras G. Anes, J' P. Le Flern y P. Ponsot estaban
de las consecuencias es la misrna en ambas orillas del océano. trabajando sobre las cosechas y los precios de la España
Pero el régimen de propiedad y la primacía exclusiva d,el antigúa, R. Garrabou verificaba las imperfecciones del mer-
maíz sobre los hombres y los animales agravan las crisis cadJ agrícola catalán,n'yo mismo me volcaba sobre la crisis
mexicanas- Mientras el aumento de los diezmos (de 13 a 32 de l766,nu Irene Castells y H. Moreu sobre la de 1789," J. Na-
millones de pesos entre 1770-1779 y 1790-1803) da medida del clal mostraba el lejano impacto demográfico de la terrible
enriquecimiento a latgo plazo de la clase alta; las crisis de_ crisis de 1812,* en donde coincidieron la guerra y el hambre,
sencadenan, lo mismo que en Europa, hundimientos de pe- Nicolás Sánchez Albornoz emprendía la descripción, ,en- la
y-España
queños cultivadores, despidos de peones, huidas hacia ias .dualista> del sigto xlx, del persistente papel de las
ciudades y paro. Ahora bien, su inténsidad crece más que en crisis de tipo antiguo.'
Furopa; las crisis de 1722, 1730-1731, 1759-1760, l77l-17i2 en- Todavía queda mucho por hacer sobre la primera mitad
frentan al pueblo llano con los 4gricultores-almacenistas, y del siglo, al haber sido menos escrutados los ritmos de las
a éstos con la administración espáñola ihtervencionista. bn <rebeliones primitivas> y del carlismo que su aspecto externo.
1785-1786, terrible La crisis de 1847,'o menos marcada en España que en Europa,
pero "año de hambieu, este enfrentamiento se lo está también menos en sus rnanifestaciones. Pero 185ó-1857
?grava, los tiempos son demasiado duros para una
doble revuelta; el clero organiza a lo grande la caridad y la tiene todos los rasgos de los "años malos>:5' asaltos a cara'
predicación social semirrevolucionarial La escasez Ae tiSS_
l7g0 V la sequía de i808-1809 hacen culminar los precios en ,14, G. Anes Alvarez y J. P. k Flem, "La crisis del siglo xvrl Prg
1810. La independencia vivió su primer episodio uen medio ducciones agrícolas, preóios e ingresos en tierras de Segovia", Mo.neda
de una tormenta de alza de preciós,. Blanóos, indios y *"rti- y Crédito,93 1¡unio l9ó5), pp.3-55; G. Anes Alvarez, (Las flucrll?cio-n€-s
zos aprietan filas detrás de la virgen de Guadalupe y áel cura áe los precios'del trigo, de la cebada y del aceite en España,1788180!;
Hidalgo. Los episodios posteriores seguirán otras hendiduras un coniraste regionai", Moneda y Crédito, 97 (junio l9óó), pp. ó9-103;
también, Las crisis agrarias en la España moderna, Madrid, L970' t. I;
socio-políticas, puestas- de manifiesto por las crisis. La apli- P. Ponsot uEn Andalousie occidentale. Les fluctuations de la production
cación del modelo podría prolongarse. de blé sous l'Ancien Régime,, Etudes rurales, 34 (abril-Junio 1969),
pp.97-ll2 (reproducido en Les fluctuations du produit de Ia dime, París'
.. 9"To el siglo xrx no registrá más que unos progresos
limitados en las técnicas y lós intercaorb-ios, y -n. 1972, pp. 304-320).
La Haya,
iá" ,o 45. GarráUbu, <Sobre la formació del mercat catalá en el se-
vueltas campesinas se cuentan por centenarós,., "o-o
esa upfi"á- gle ivrrru, en Recer'ques' Historia, Economla, Cultura, Barcelona, 1970,
ción podría prol.ongarse. podríá también extend.erse á los t. f, pp. 82-121.
disturbios y revoluciones del resto de Latinoamérica. Su za_ ,16. Vilar, <EI motín de Esquilachs.'.*, ¿rt' cit.
47. L Castells, uEls rebomboris del pa de 1789 a BarcelonaD, en
turaleza, ciertamente, es más importante que su ritmo. pero op. cit., pp. y E' Moreu-Rey, Revolució a
Recerques. Historia..., 51-81,
su ritmo puede revelar su naturaleza y sus mecanismos inter- Barcelona el 1789, Barcelona, 19ó7.
48. J. Nadal, Historia de la población espafiola, Barcelona, 19óó.
precios del malz y crisis agrlcolas
-_^!2r^-P. -Florescano, en México, 49, N. Sánchez Albornoz, Las crisis de subsistencias de España en
México, t9ó9.
1708-1810, eI siglo X/X, Rosario, 19ó3. También, España hace un siglo, una eco'
43._j{. X_III" Congrés international d.es Sciences Historiques, Mos_ nomla dual, Barcelona, 1968.
cou, 1970, Commission d,histoire sociale. Les Mouiimál;";;y;;;;. 50. Zas crisis de subsistencias.'., op. cit., pp. 20-25.
Rapports de synthése, Moscú, 1920. 51. Ibid., pp. 47-111.
-erel¡ eldec as ou uglsrrrlslp ese epuop
'elueru
's 'der '2961 '('ssew) eSptrq
{ne) 'a^ltxadsn¿ loalrolslH u! ssaupn.nqcog clu'touo?fl ua uoDlueqr
'sJec 'v Jod oauou 'd ep sturel sol ep seuolsncslp se'I 'Jc '09
.LEL'd'.1\r'u€ !,{II.II 'Y ''I '6S
'696I 'sárpuo'I 'gu?&s u!o\do, '?pnu 'c ¡( ru^leqsqoH 'g '89
'¿I-I 'dd 'OLt6l 'l,rolslH tolcos lo launoI uá 'ÁIITI 'tf '¿9
¿(osaJt
-ord Iep olsoc Ie u€3ed> anb so¡¡anb€ sopol ap ug¡ce-rauo¡Ee
e¡ enb ocrlglslq slsllgue 1e eled ¡¡rr] sglu 'ot-requra UIS '€¡Jes
o¡? ,'ecr:gel €zelllns eun ¡aca¡ed apand ugrcupslp e1 Á 'sa1
-ueplae sozel soun uelsrxg ¿elJlsnpq €I ep eqJJeu ue elsand
e¡ elrunad ,{ oursadruel Is BzlJsle¡ord anb err¡r¡ur¡-rd U9IJBI
-ruunJe eI ep sel e Á'¡eulsnpq ou¡s¡€l¡dec ¡ap ugloelnrunc€
e:arur.rd eI ep serurlJla sBI e e¡lo8elec etusllu eun ue asJlnlcul
uepan¿? 'áffiadsep Iep oJlurguoce olsoc Ie u?Iqtue1 ueqeted
Ieplsnpq BJe EI ap sotdrcu¡rd sol ap sopelo¡dxeeJqos soJeJqo
sol oJed '(¡sa,rens eluetuJelm¡ged uesanJ seuanJ sol 'IBIsos
€qJnI q ue !s oruoc!) <e¡cua¡or^ EI 'saIIqPp so1 ap BruJ€ Ia>
u€qezllrln'<sa¡otluoc sol ep err¡l¡padxa Á e¡aso¡3 ug¡cdecuoc>
eI ueqeAJesuoJ otuoc 'Á <¡euo¡ceu EItuouoJe sI ua oluelurlJ
-aJoU ooselueE¡8 un ep olsoc ¡a -re3ed ep u€Iqap)' s€Iclluaru
-IIe s€llen^er ssl 3p sopPullotlle sol *'ÁIIII es¡no1_u43e5
'seuorcclperluoJ ap sodrl sop sol slsuc ep sodll sop sol
orurx-Eur Ie opuele^ar 'e¡elsu1 es anb e:lo Á elslseJ anb eun
'sDtnlculsa sop aqua sep€slJqtul seuoloeleJ sel ua. uglceJleu
-ad esol¡ncgrp eI esall3ruo¡druoc ou sauolc€IaJJoJ s€I ap Bclg
-goeru aiuaüe¡n¿ ug¡ce3psarru¡ eun "rod o 'outtot e¡ rod olsnt
¡a anb eluegodtur €lras uglqruef InbV 'sISIIguB 1ep 'u97coz1t
-oa| evn BIJIp osnlsul 'uglcszputualsls uun sourglJlJeJáJd
'ued ¡ap o¡csrd Iop sezle sel elus (onE
-¡lue od¡1' ep sauolcceeJ sEI ep'uglcezlleglsnpu¡ e¡ ap sosed
soraur¡rd sol uoc sopIJBu selslJos solua¡ulloru sol ep olp
-tt1t" ¡á ¡e¡edas se anb IIJ¡JIp oI u€Jlsenru n'8uywg ulotdnS ua
gpnu ,( uA\eqsqoH 'elueura¡y BJBd .,,{¡t¡ p:eqctu 'srJrluarurJP
ugrc6npo.ra e¡ áp-io¡üq11¡e io¡ ep olueturualueru ¡ap r( e¡oc¡:Ee
uglJeruJoJsuBJl eI ep pruPuel eI ep 'eplpáIu elJeIJ ue 'uEA
-rrep ou 1ie¡ercos Á sea¡8g¡oc¡sd) uaurrSg¿ onEFuV lep sslenc
-á" tu1 rs'esielunBard aqec sgur'Eru€ula1y,( errale¡8u1 erqos
so[eqer1 sol uapuellxa es sglu oluenc ¡ 'op¡;¡nbpe JoI€A Joct
Áoq esed'o¡E¡s ap ouenJ olullF,t Ia €ls€q eIJusJd ue elqlsues
se elueultuop e¡raEe sIsrJJ €I lenc eI ur,r8as '-orquose oJeru
svunrNnr.oc,r svunrcoursa
s€
re' *
r f ep srsel) r¿6r' oo q s!7' *, "r,fii;n'.', :i";ILt 9;tL;:iZY1r,:|:;1
'orlu.teuoca otuau+ lo&uasap olgu,,oc aktlI 'e4ere¿ uradIEH 'W .9S
'¿96¡ 'opegerSoFlc€p 'oI.Ic ¡o't " lep slsal 'otuau!3/'oslv np sanbtutouoc?
sau131to sal Jns nSndv 'ualuo?Iodou luout??¿ a? 'ocr^eq 'U 'SE
'rr¡ 'd€r rap sr serou ser opor *o.r% lrit*"1iil1"?o[":^t'U:,
'sozntopuo s'u!.sadutoc sauo'!c',!,o sDt ap ouolsl*s;r;;{
¿?,T¿j.rjj ,
'zanbzgpA osoJ Dl ap sa*uol?w ue '(g9gl ap asii5 e¡ luepuáa-e¡mb1ep
-uV ue e¡oc¡rEe lel'et?Iord 1e e1e¡ru elsloeErnogD 'Ieureg 'W-'V .€S
''€I'6II 'dd "l!" 'do '"'ol?!s un acoq DuDdsg '75
-¡.rd anb assnoJqE-I ep e3pl e.I ¿(Ierrlsnpul uglsnloAar)' EI ep
edorng e¡ Á? 'o.ra¿ 'IBrr scusfip €eugJlellpaur edorng e1
an8adsap 7a I s1sltc ap sodll sop sol
:o?uoutalv (, otcuot ¿'oua 7o73u¡
'9ü8I ap erJ€l.ueluqe srsrJJ eI uo3 seuorcelal sns uoJ€J
-BIc€ aS '(Breln1€dD e¡ ep 'a1uog €rrery ep ugrJnlo^er eI erq
-os seuolJeJeplsuoc s€I uoJeloue.r "p * u.rad¡e¡¡ ue¡:Á¡4¡ ,r( gS ap
JolJrA ap sofeqa1 sol 'le3nuod s eJegeJ as enb o1 rod ¡
'eJtrsenru
¿Jop€lue¡e €un opeuolc¡odo¡d eq sou ocruge¡odeu eluotrreld
Ie eJqos ss ocr^e( eqFsou ep o.(esue ¡a anb e¡ ap 'srs¡rc e¡
ap olapou Iap epeuozeJ ug¡rec¡¡de eun e¡-relsn8 sou'sorJeJEe
solpnlse sol ueuorsede apuop retn¡'e¡¡e1l € oluenJ ufl
'¿zue8uan ep sauolJJeeJ uoo
'Jezadu¡a e JeAIoA ap Bepl €I u€Jetuol I88I ep soluelJqureq
so¡ anb ozlq Z88I ep €qcesoc euanq E'I 'opnuew € sepr¡
-a¡¡p 'selca"rlp eJunu 'seuorceleJ sefa¡duroc ,,'1e.lo¡¡¡ 1ep ze]q
ur,rtes 'ueuell (ugrsa-rdar Á ug¡ceconord ug¡quel) el¡enlar
f a.rqrueg '(eJAeN ouery> €I ep otrunsu olqJnl ¡u apaca"rd
(eJqtueq ep ogs> Ie 'I8BI ug ,r'(¡eu:ag 'W 'V) elueru€Jsruq
s9l1€ ue^Ien,r as *esenSrnq ugIcnIoAeJD eI ¡€ruelce e solsand
-slp 'so¡Jele¡dord so¡ anb '¡ercos u9¡ce1¡Ee EI €luel se BJcnIep
-uV ug 'o¡E¡s ¡ap soge sa.road sol ep oun se 898I retueureclJ
-g:Souraq .r'e¡oc¡rEe slsr"rc €clsglc ap opuoJ un aJqos ecp;¡od
ugpnloleJ €I €fielsa 'sgndsap sog€ zelp eluerueputurxo"rdy.
'eseru ue solueFu€IlsnJ uoo ueqsJe 'eu¡sadurec e¡¡r:.rant e¡ Á
seleu€nc e senbele sol 'elsnlepuv ug '<seJopecolord> ep
BI SOJIo Á (SelSrl€IcOS soID ep oustu €I ue^ soun anb sol ua
ipIIopBII€A ua so.rafe¡¡uJ solqJn1slp 'euapec ue seullotu 'ssu€A
vruorsrH 'oHcgtflo 'v¡woltocu nt,
36 EcoNoMfA, DEREcT{o, HrsroRrA
¿Y rt. srclo xx?
Todos:sabemos que nuestro mundo, en enorrnes extensio-
un mundo de hambre. Tal vez no sea ya
nes,- sigue siendo
el de las rcrisis' de subsistencia*. ¿Es silo un mun¿o áe
promedios alimenticios insuficientes, de malnutrtciones laten-
tes? ¿Habrá desaparecido el fenómeno cíclico?
Basta con consultar las relaciones anuales de la FAO para
saber qué. las angustia$. y satisfacciones (por otra parte^, di
drversos órdenes) se alternan; eso es algo de lo que, una
vez más, sno dudábamos¡r. ya es más extraño qt.r" orro, té"_
nicos que deberían estar prevenidos interpretén cualquier
mala cosecha co.mo una amenaza a largo -plazo, o inciluso
como característica de una organización politica o social en
e-l naís afectado, y cualquier buena cosecha como un anuncio
de una revolución decisiva. ¡y no porque se hayan olvidado
de usar los promedios! Pero'r"rrr r"""i nos preguntamos so_
bre el prof-undo efecto de tos altibajos; aunque -no desembo_
quen *hambrer, V-
-en
hacerlo,
!a\ vez precisamente iuando dejan de
_las,<desigualdades dé las cosechas, revelan óioUi"_
mas de fondo.
Al término de la _superabundante campaña agrícola de
1969 l970,los srocfts de irigo del cariadá v'roi nri.lo, u"i-
dos ascendían a 66 millonei de toneladas; ia pre"ia ;;rl;;_
na, la de la CEE e incluso-la e_spañola, no haühban ;á;-q;
de subvenciones del Estado, de- limitaciones de
Y la FAO escribía:o' ;il;;"¿;.
- Puesto que las.continuas mejoras tecnológicas de la pro-
ducción alimentaria parecen estár ilamadu, u ¡á"t"";;;;
lo rnenos a medio plazo,la actual tendencia hacia
to dl l? producción de numerosos producto. *á, "";ú;
que la demanda gue son objeto, el-problema
ñiá;
quer;Éu*
{e política
tel en el plano de la internacio"af
palmente en sabe¡ cómo debe ser repartid.o "á"i1ist";iñi-
"iilliir-;;i;;,
el costo del ajuste de la producciói a la demanda,
¡De nuevo, y siempre, enfrentadas las dos nociones de
y de <ciclo"! Apenas detectado un éxito ; ;fpl";;
<-crisis>
de la innovacíón prodrictiv-a, que répartirse -- áirp"_
tarse- el costo del ajuste de -hay
la proáucción a u Aemanáa.-nf
61. ONUFAO, Ia situation mondiale de l,alimentation et de l,agri_
p. 13:
culture,1970,
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 37
presente *año malor de la agricultura rusa y ch_ina tal vez
iesuelvan la cuestión momentáneamente, porque China y Ru'
sia, en vías de desarrollo, :üienen medios'para pagar. Pero,
¿y si la crisis meteorológica recae en un país insolvente?
Cbmo máximo, esta situación creará en Rusia o en China
problemas internos, que deberán resolverse en el marco de
un nuevo modo de prodtrcción; pero puede crearlos en otras
partes, y dentro de los marcos más antiguos.
En su Géopolitique de la faim,u'Josué de Castro aborda
sólo raras veces el problema de la "desigualdad de las cose-
chas>. Lo hace a propósito de Egipto y Marruecos.u' Y precL
samente, encontramos que se agravan los efectos de la desi-
gualdad de las cosechas cuando se pasa de un sistema tr:adi'
cional de regadío o de comunidad agrícola, a la agricultura
capitalista, al acaparamiento de tierras y medios de almacena-
miento. Y J. de Castro, según Nouvel,* describe el proceso de
periódicas" como un factor de disgregación socio-
"hambres
econórnica de desaparición de las explotaciones pequeñas, de
creación de un proletariado urbano inactivo. Y añade: "dis'
puesto a la revueltar. Ya sé lo que se objetará: proceso lento,
de larga duración, y sólo interesa eso. Pero ¿acaso se cree
que, para el estudio de esas sociedades y sus metamorfosis,
no es.el tiempo de crisis lo que interesa al' historiador? Un
proceso con tirones no presenta los misrnos rasgos, ni las
mismas probabilidades que una formación regular y lenta
(y
- por otro lado, ¿acaso existen éstas?). tan alejados de los
Pero, incluso én Europa ¿estamos
tiempos de escasez? ¿No dependía de ella la historia más
inmediata de nuestros vecinos más próximos? Josué de Cas-
tro recuerda que para Europa la toma de conciencia decisiva
ante sus propios problemas de hambre data de los 'años
treinta.ot Yo mismo' recuerdo, no sin cierto escalofrío
hombre, aunque también de historiador- haber oído en -de
un
pueblo español contestar a mi pregunta:" <¿Qué tal?" "Ham-
bre, mucho hambre.r Y esto en los años ciúcuenta. En Anda-
lucía, el último <año de hambre" fue 1946; en 1945 la cose-
cha de la provincia de Córdoba descendió de 3 a I y en 1946
62. J. de Castro, Géopolitique de.ta faim, Farís, l97ll
63. Cf., ibid., pp.3563@.
&. cf.., ibid., p.3@.
ó5. Cf,, ibid., pp,.386387; referencias sobre las encuestas de 1935-
193ó.
óó. Encuesta en La Alberca; no se trataba sólo del hambre endé
mica de Las Hurdes.
38 EcoNoMfA, DERBCHo, HrsroRrA BSTRUCTURAS Y COYUNTURAS 39

el índice de mortalidad subió de 12 a 17; diez años después, continuó investigando- sobre las sacudidas que podría
todavía se les decía a los niños que tiraban el pan:o'c¡Acuér-
-y
registrar el sistema (o los sistemas sucesivos) por el hecho
date del año del hambre!> La <imputación a lo políticoD ga. ds la sucesión de años buenos y años malos.
naba tereno. <Después de mí, la sequla', se ponía en boca de Al lado de los ,"6¡sulosreilobales y de las monografías re-
Franco;6 o también: gionales, de pueblos y de categorías sociales, haría falta un
imodelo Labrousseo aplicado sistemáticamente -incluso en
Virgen de la Magdolena la cimpuúación a lo políticon:, cuando el naciente Estado
Anda y le dices al Caudillo socialiita atribuye ciertas caídas al sabotaje, pero también
Que nos quiten los cardillos sus adversarios atribuyen todas lás dificultades al naciente
Y nos traigan habichuelas.$ Estado secialista.
En particular en la historia de la colectivización, habría
Recordemos también que, en casos semejantes, es el gana- que seguir una cronologia estricta para estudiar eI papel del
do el que sufre, y durante años. En 1971 fue la primerá vez iaño rnalou 1932, que no fue (malo' sólo para la URSS."
que alimentos artificiales importados pudieron salvar al ga-
nado mayor español de uua destrucción masiva. Pero, en
l9ó8, no ocurrió lo mismo en Chile. Producción de trigo en millones de quintales
Aunque la revolución de 1917 (imagino que la de marzo)
sea la única que cite de pasada Charles Tilly, sonriendo, como
Rumanía Yugoslavia
salida de una agitación de subsistencia,, yo no creo que se
pueda repetir, en las revoluciones rusa o china, la aplicación 1930 2692 22,4 35,ó 2t9
del modelo de 1789. Pero, lo mismo que la histoiia de la t93r 205 n2 3ó,8 26,9
Revolución francesa, y la del Terror, se han renovado desde 1932 202,5 13,1 15,1 14,5
que, al estudio de las condiciones bbjetivas en los <años rna- 1933 304,1 20,8. 20,8 18ó
lssr, s€ le unió el de las condiciones políticas y mentales,
alrededor de los años 1921-1922, 193I-1932, la hiitoria de la ¿Son discutibles las estadísticas soviéticas? Consultemos
transformación de la sociedad rusa no podrá, corno hace aún las de los países vecinos. No hay rnás historia que Ia com-
demasiado a ¡nenudo (y por otra parte, en cualquier versión) parada.
desdeñar por completo, o contentarse con señalár, el proble- Claro que algunas reacciones siguen siendo específicas.
ma de la <desigualdad de las cosechasr, Este plantea i la vez Por eso hay que establecer las condiciones que no lo son,
los de alimentación, autoconsumo campesino, los de las dis- En Espala, con una economía dirigida, el miedo a la escasez
ponibilidades para el comercig exterior, que pueden dominar deterñina muchas decisiones hasta después del año 19ó0."
las posibilidades de industrialización y los de las relaciones Los años malos t950, 1952 y L954 tuvieron repercusiones'gra'
entre la ciudad y el campo, donde hay que pasar de un siste- ves en Yugoslavia, donde las importaciones alimenticias cre-
ma tradicional y simultáneamente muy irnplicado en el co cieron como la espuma (1952: 120 millones de dólares) mien-
mercio internacional, a un sistema de eiacción sobre el tras las exportaciones agrícolas descendían al 38 por ciento
producto agrario, que puede ir desde la pura y'simple .re-
quisa hasta el juego de fijación de ptecios, Jiempie más o me- de su valor de antes de la guerra. Tito, en un discurso (27 de
nos completado por un mercado libre. Todo ello se sabe, al septiembre de 1953) se niega a aceptar la explicación por la
menos de forma relativa. Pero no he hallado información sequía, y transforma la legislación agraria; en Hungría se

. 6!. l.lvlqtínez
(tesis de
Alier, La estabitidad det tatifundismo, parls, 196g
pxfo$, 1966; encuestas
71. Antuaire statistique de la France,1954, parte retrospectiva.
de pp.
1964), f-98.
-personal 72. I. L. Leal, Zes mécanismes de financement de l'indusftie par
68. Chiste habitual en lW. Observación del autor. l'agriculture dans la croissance économique de l'Espagne, 1939-1963' tesis
ó9. En castellano en el original; cf. fUariinez Alier, oj- á1., p. gA. del 3,e¡ ciclo, dactilografiado, pp. 4 23, etc.
70. Tilly, art. cir., p. 8.
;tt'r

40 EcoNoMfA, DEREcT{o, HrsroRrA

ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 4I
plantea el mismo problema.', Habr:ía pues que completar el
es!u{io, evidentgrnente necesario, de lós, efecios de ta tegista_ en el s/ock priblico (400:000 unidades), Palermo alertado con-
ción.sociel.ista sobre la agricultur4¡ GoD la de los etectos áe U tra el blogueo de 25 vagones de harina en Nápoles; ¿a quién
<desigualdad de las cosechas> $ebre esa leglslación. Sería un benefrciará ésa agitación?¡,lp*bgunta el periodista; ¿al MSI?
ouen tema de estudio histórico.
' Le Mande,26 de agosto'de 1973: (Cfisis en "la mayor de-
mocracia del mundo">, titula el periódico. Se trata de la
. .He qrotestado contra lo que Josué de Castro llama *el
viejo caballo de batalla del climao,'. No es por buscar en el India.
<año malo> la clave de la historiá. pero si lá estructura _ei uHace cinco años, afi¡maba orgullosarnente la señora
Gandhi el aflo pasado, los más emirtentes expertos nos pre-
ryodo de producción- es el concepto que nos ofrece esa decían hambre; ahora, nos autoabastecemos.r
clave, la coyuntura nos obliga p"rü. d.intra det tieijo.- El
Pero una sequía seguida por lluvias torrenciales sumió en
largo plazo transforma.
lll có.to" btazo, a veces, también: y e;
cualquier caso, es revelador. la miseria en 1973 a cien ¡nillones de indios; el Estado'tomó
en sus manos el comercio de cereales, pero las ventas (para-
.t,
lelas> hicieron aurnentár el precio del trigp un 20 por cierfto
A uooo or coNclusróN en un año; niños andrajosos asedian a 'la señora Gandhi;
hay revueltas (Qhopal, 8 muertos); se grita (como en Madrid
Este artículo llevaba ya escrito algún tiempo (30 de no- en tiempos de Esquilache) "raciones y no palabras". Se ri-
viembre de I97I) cuando apareció en iu pr"rrr., diculiza el eslogan uabajo laipobreza*: se lo cambia irónica-
Le Figaro, 22 de marzo de l9Z3: <Según la FAO... varios mente por "ábajo los pobres"
millones de personas pueden morir de hámbre... Hacía tiem_ Le Mpnde,22 de noviembre de 1973: Título: "El jt+ego de
po que semejante azote no se abatía sobre Africa... Cierta- la caridad,con las vfctimas del hambre.D:,Dos francéSes, han
visto en el país Wollo (Etiopía), aparte de la vieja mendici-
lnelte, en 1789, en sus cuadernos de quejas... los ciuda¿anos dad,, <a familias campesinas enteras huyendo de Sus tlerras
de San Luis del Senegal-ya se que¡aban de una q""
atribuían a una crisis cíclica 1¡siit¡.:. Sus quejas ü;á, para refugiarse en los pueblos que atraviesa la carretera... Se
mugho eco. Hoy ya no;puede oeunir lo misrno.". "oi""í"io" trata de una civilización rural bloqueada en un sistema feu-
Le Monde, 22.23 de..julio de 1973: cpor muy anacrónica dal de otro siglo>.
que pueda parecer, la vieja revindicación ,,euerJmo. pun;; Sí. Pero los viajeros (comerciantes, funcionarios, estudian-
I
frá tes, cooperadores) desayunaron en un restaurante y compra-
reso41$o e1 Nápoles...-;-corte;igs de mujeres det pueüto,
con ron sacos llenos de paneclllos,. que eehaban a los mendigos
llevan gritánd-olo d-esde hace"tres días por íodas
:::,llir:,
partes; han levantado barricadas, incendiadas rápidamen_ desde las ventanillas del autocar a toda velocidad. Pues bien
(Le Monde, I de diciembre de 1973), e¡ rnayo último, por ha-
l?.::l Er rriso ha pasado ae o.zoo i'to.óño rirarTq"i";;iiit-sri-'
la harina d9^9-2 a 150 liras/kg, huélgas de pana_
ber despreciado este tipo de caridad, unos estudiantes <fueron
ir^1119?,9y.ro), colgados por los pies y azotados" como <delincuentesD y tras
el,pan a 300 (contra la fijaiión a1g}, y ir"rtu
Í",f"r^"lig,t:ndo
r.iuu en eI mercado negro), peticiones de lo que se mántiene enfrentarse con la policía, dejaron a seis de los suyos sobre
el terreno, según datos oficiales que desautorizan la cifra de
73. .Cf,.en particular
diecisiete muertos,
{endg, Logique de l,économie centralisée: un Así pues, todas las formas de la vieja crisis están presen-
yuernpte,
!!!o-t1, .Hongrie,.
parís,
ta Hongrte, pafis,
,a ren.-óñ;;;-l;-;;";;ffi;á';
lgó4. observémos la generalidad de las
caídas para las cosechas de- üiigo ("4 ü;
*iri;;;;
a" .i"rriiiürT'¿,ii.oíl tes. Pero, ¿y el fondo? ¿No es acaso, trasladado a escala mun-
dial, el viejo conflicto entre .el temor fisiocrático a los precios
Turquía Yugoslapia Canadd de la abundancia, y las llamaradas, localizadas aunque inso"
1953 81,3 25,1 't7 portables para las capas humildes, de los precios de escasez?
19v 60 13,8 g'2 La FAO lanza, <por unanimidad> (Le Monde, 18-19 de no-
(Rendimientos: Yugoslavia, calda de 13,3 a7,5; viembre de 1973) llamamientos de ayuda, ya escuchados (tre
74. Op. cit., pp. ' Canadá, de 1ó,2 a gJ.) Monde,25-26 de marzo de 1973); es la forma más elevada del
369-nB. :

"juego de la caridad' de lanzar panecillos a las masas. Pero

42 ECONOMÍA, DERECHO, HISTORTA
la relación de 1972-1973 de la FAO plantea siempre el proble-
ma en lenguaje de mercado, sin empacho (p. 4) en emplear
dos veces en cinco lineas la palabra
a las <ingresos por exportaciónu de los"beneficiador, respecto
países desarrollados
(acrecentados en 4.170 millones de dólares), en trn <<crecimien-
to espectacular del comercio mundial", Es cierto que la ex-
presión en dólares perjudica un poco la <visibilidad econó-
mica, querida por Ernest Labrousse. Pero la FAO que se pre-
guntaba, en 1970, qué países soportarían (el costo del ajuste
de la producción a la demanda> no se pregunta, en I9j3, ni
geogrdfica ni socialmente iquién soporta el costo del ajuste
de la demanda a la producción! Al contrario, le inquieta un
hipótetico futuro en que China, la India y la URSS 1ét 40 por
ciento del consumo mundial de cereales) hubieran superádo
definitivamente la udesigualdad de las cosechas> (p. 7ó). ¿eué
sería de los vendedores? Y esto le confrere todo su sabor a
otra visión del hecho coyuntural, la expresada hoy por Alfred
Fabre-Luce:
"El pueblo americano pagó con eI alza de sus
precios alimenticios
el suministro de cereales a los países
comunistas defi.citarios. ¡También hay unos límites pára el
sacrificio!" (Le Monde,l de diciembre de 1973) (sic\.
¿Por qué no? Cualquier <pueblo> paga con un alza d.e
precios la exportación de los s/ocks acumulados en tiempos
'le abundancia. ¿Quién lo sabía mejor que las masas del
siglo xvrrr? Frecios altos y precios bajos, óonsumidores y co-
merciantes, <crisis) a distintos plazos y en los dos seniidos
del término, <imputación a lo polÍticou y luchas de clases,
penetración de la ideología en la teoría: el mundo todavía no
está regido por las armonías fisiocráticas; el <año malo> con-
tinúa siendo una fuente de lecciones para nosotros.
EMPRESA Y BENEFICIO
INTRODUCCIÓN A UN ESTUDIO HISTÓRICO *
\'
El tema de la "empresa>, no sólo en economía, sino inclu- '
s<¡ en historia, es desde hace tiempo un tema banal, y no
sc trata de emular (ni de reflejar) los esfuerzos de excelentes
centros de investigación y de publicaciones que, sobre todo
cn los países anglosajones, han estudiado y siguen estudiando
<la historia de las empresasD. Un ensayo francés en ese sen-
tido podría justificarse en la medida en que dispusiéramos
cn particular sobre la empresa francesa, de abundantes fuen-
tes monográficas. Vemos que, por el momento, los archivos
abiertos y utilizables son limitados; lo confirma el fracaso de
una revista especializada hace algunos años.
En el Instituto de Historia Económica y Social orienta-
mos con un espíritu totalmente distinto nuestras investiga-
ciones de seminario sobre la noción de empresa. La histo-
ria económica no tiene interés a nuestros ojos más que si
aclara y critica la teoría recurriendo a 10 concreto; pero esto
exige que lo concreto sea examinado con un mínimo de rigor
teórico. Y si, según Colin Clark, la historia es una ciencia
<más elevada> que la economía, porque su mateiia engloba
a lo económico en un complejo más amplio, el oficio de his-
toriador consiste precisamente en elevar los instrumentos
teórices del- econo¡nista al rangó'rié .iostrumentos teóricos
para la histbria, o sea, para el análisis global de las socie-
deaés:-*" ^ --
Nuestra elección de la noción de empresa como tema de
investigación tuvo por punto de partida reflexiones de muy
diversos órdenes, en apariencia dispares y, por eso mism<1,
su convergencia nos pareció significativa. Unas cuantas se
apoyaban en constat'aciones de actualidad. Otras estaban su-
* Artículo aparecido en el Bulletin de I'Institut d'histoire écono-
mique de l'Université de Paris. I, 1972, pp. 2-14, y publicado aquí con
la amable cooperación de sus editores.
44 EcoNoMfa, DERECHo, HrsroRra
geridas por la historia del pensamiento econóndco en sus
diversos es.tadios. Finalmente, un buen número de ellas nos
resultaban fainiliares desde tiempo atrás por la naturaleza de
nuestros propios trabajos persónales y los campos que nos
habian permitido abordar.
Actualmente, tras una época de dudas y eclipses, corres-
pondiendo a tiempos de crisis y tiémpos de gueria, la noción
y palabra misrna-, empresa recobra en la vida económi-
ca,-la
e incluso en la vida cotidiana, una presencia insistente,
casi obsesiva, no desprovista de una tendencia a la mitifica-
ción, tanto en la publicidad y en las <ofertas de empleo¡r d.e
los periódices como'en los títulos deslumbrantes. dé hs re-
vistas, tanto en la peor de las vulgarizaciones como ;; ,;-
flexiones teóricas del más alto nivel, o incluso en ensayos de
síntesis a medio hacer, como los tres volúmenes de púf pu-
blicados bajo la dirección de Bloch-Lainéry Frangois perroux.'
En un sentido, el .boom¡¡ capitalista de los áños sesenta
parecía susceptible de renovar el <poder de sugestiónn de la
teoría schumpeteriana del empresario; de la que Frangois
Perroux dijo un día, en un resumen que quería asociai al
triunfalismo del historiador de antaño át ,igor del economis-
ta de nuestros días: <.Esta fórmula de económía pura es una
sublimación de la epopeya de la empresa moderná.r Además,
e.l hgcho de que.Frangois perroux, én la misma presentación
de la'Theorie der wirtschaftlichen Entwicklung (1912), no
dudara en aproximarse a los péríodes de l,histoile sociaie du
capitalismc de Henri Pirenne, de 1913, nos incitaba también,
tanto a asociar una vez más las coyunturas intelectuales a
las c_oyunturas económicasn como a ámpliar las consideracio-
nes histéricas ss!¡6 <la empresau, mucho más'allá de los
horizontes del capitalisrno industrial. En fin. Schumpeter v
Pirenne habían hablado menos de <empresaD que ¿e .em-
presarior; en la actualidad, en, cambio, se pone to-do el acento
en (la_ empresaD. ¿Se trata de una despeisonalización? pero
está el <managerD, el <PDG>, el (promdtorr. y precisamente
Schumpeter, dándole al término -innovación su más ;;ii;
sent-ido (tanto descubrimiento como invención, novedad' en
los intercambios y en la financiación, tanto coÁo en las t¿o
nicas de producción), autonzaba toda extensión de su teoría.
en el sentido de la
"Führerschafto, !t las más diversas formas
de iniciativa en materia económica. Sin ;;t;;eál ¿-J;;" ;i
..lr L Blcch.I¿iné y F. Perroux, L'Entreprise et l,Economie du XXe
siécle, París, 1967 -1968.
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 45
tuar, y a qué nivel exactamente, la libertad, la posibilidad.y
iu iárpontiuUilidad de combinar los factores de producción
y ¡"gur el juego del mercqd#? No es fácil captar, en la prác-
íiJu j' ta rióriá del capita$smo contempQráneo, con qué cri-
terioi se decide la designación, e4pleando la pal4bra uem-
presa), unas veces de una mera uiridad fécnica de explota-
1r otras, de enormes pirámides económico-financieras'
¿onáe se complican y se velan, en distintas escalas, las
"iótt,
relaciones entré propiedad y disposición del capital, entre
poder de decisiói (éconómico o técnico) y adecuació4 del
producto. Ahora bien, si la uformación de capital> está reco
nocida hoy comg motor principal del crecimiello de las eco'
nomías, y-habitualrnente sale a la luz enr los cálculos macro-
económióos de las diversas contabilidades naoional€s,''rto €s'
menos útil el mismo fenór-neno .en la ernpresSr (aspecto- con'
creto de idéntica relación social\, para etr conocimento de los
mecanismos de base; señala pues, Por lo menos tanto y tal
vez más todavía que las constataciones globales, el esfuerzo
de análisis y de observación del historiadpr
Sienpri rientro de las sugerencias de gctualidad,' desde
los años. 19ó0'19ó5, se plantean otros grandes problemas err
torno a la noción de etnpresa, Pqr !1 ,(reformat de la econo'
mía en los paÍses socialistas;,esa (reforma> llama la atención
de los gbservadores occidentales, hasta el punto de que algu'
nos de sus, trabajos parece que hacen datar en su aparición
el interés que presenta, el funcionamiento de las economías
socialistas; pero se trata.del funcionamiento de <la ernpresa',
con reservai sobre la validez de las equivalencias semá'nticas;
¿hay que entender por esto también aquí la unidad de pro'
áucti¿n (o de venta) exclusivar.nente como se entiende en ge-
neral? ¿Y quién decide. las crgaciones¡ las transformaciones?
Como máximo, en una planificación centralizada, el (empr:e'
sario', individual o colectivo, es el único respo:rsable de"la
planificación. La eventualidad no es tan paradójica como_ po-
d4a parecer: la economía,albanesa, después de todo, no debe
de sei una empresa más desmesurada que la General Motors.
Estas evocaciones de actualidad muestran en primer térmi-
no la frampa de las pala,bras. Y en consecuencia sus leccio-
nes: lecciones en el espacio, lecciones en el tiempo. ¿No haría
falta, para cada país . sgcialista, lo mismo que antaño para
cada invención burguesa, seguir las pautas de elección del
vocabulario antiguo a la hora de designar unas cosas Ial vez
r
46 rcoNoufe, DEREcHo, FrrsroRrA
nuevas? Y ¿estamos seguros de haber tenido en cuenta, en
nuestras traducciones, el sentido real de esa elección? ¿No es
acaso divertido, a la vez que <management> se convierte en
un término francés, ver a los anglosajories apasionarse por
la historia <<entrepreneuriate"? Cuando Charles Morazé, al
final de sus Bourgeois conquérants,, concluyó: <Los empre-
sarios... derriban la vieja sociedad..." ¿hay que entender que
identifica al <empresario' con el <burgués"? En su
"índice
de conceptos)r, no se descubre ni uno ni otro, pero el hallazgo
no es fortuito. Sólo que la historia de la Empresa no pueáe
ser ulra suma de historias de Empresarios.
Habría pues que hacer una historia de la palabra, de las
palabros. Porque, claro, <empresarios> precede a (empresa)
y (empresa), en su ingenuo primer sentido de acción de em-
prender, es a la vez menos concreto que empresa en sentido
de fábrica o de tienda, y menos abstracto que la empresa
(conceptoD en vías de convertirse en una ideología. Sería im-
portante seguir los pasos, el deslizamiento de la acepción se-
gún la función de su empleo, los hechos que relegan al olvi-
do el núcleo semántico original, en particular del sentido de
iniciativa al sentido de gestión. ¡y al revés! Es cierto, por
,,.,,ejemplo, que la teoría de Schumpeter es una reacciór, corrjru
la tendencia del siglo xrx a llamár (empresarior a todo pro-
i,'- . pietario o todo gerénte de una unidad tÉcnica á" ;r;d;;j;",
y no únicamente al innovador; mientras la asoóiación, tan
natural hoy día,'dé los dos abstractos gestión-empresa deja
enten{er, y no con inocencia, que la gestión de toda unidád
económica, cualquiera que sea, es uná iniciativa continua de
creación o de transformación. ¡Apologética implicación!
Todo ello incita a remontarse a las fuentei, a los oprimi_
tivoso. Por lo menos hasta Cantillon, en quien se dibuji pri-
mero la sacrosanta tripartición tierra-trabajo-capital, r"ntir-
ta-asalariado-empresario : .
Sólo el Príncipe y los propietarios de tierras viven con
independencia; todos los demás órdenes y todos los habit,¿n_
tes están a sueldo o son empresarios...,
El campesino es empresario; el cojmerciante, el artesano
y el que hace paños son empresarios; pero lo son también
2-. th,Morazé, Bourgeois conquérants, parís, 1957,
R. Cantillon, Essai sur la nature du commerce en général, ed.
--_1._
INED, París, 1952, p. 33 (1.¡ edición lZ55; redactado co' a'nt.¡áii¿a¿
a 1734).
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 47
(quienes se encargan de las minas, los espectáculos, las cons-
trucciones, etc., los negociantes de mar y tierra, etc., los asa-
dores, los pasteleros, los cabareteros, etc.>. Los et ceetera
son de Cantillon, que subraya, por ese procedimiento, como
por el voluntario acercamiento entre las minas y los espec-
iáculos, los negociantes y los asadores, la extensión y hete'
rogeneidad que quiere darle a la noción empresa, para llegar
a lo que, en su mente, es el criterio principal: (emolumentos
inciertos" en contraste con (emolumentos fijos". Tienen
(emolumentos fijos":
el general que tiene una paga, el cortesano que tiene una
pensión, y él criado que tiene un sueldo' Todos los demds
son empresarios, ya se hayan establecido con un fondo para
llevar su empresa, ya sean empresarios de su propio traba'
lo, sin fondo alguno, y entonces se puede considerar que
viven en la incertidumbre; incluso los mendigos y ladrones
son empresarios de esta clase...
No se podría ser más amplio ni más claro' Y el primer
intento de juzgar una industria según la relación numérica
entre sus exigencias de capital y sus exigencias de trabajo es,
para Cantillon, el ejemplo del aguador, sus dos cubos y su
jornada.
La observación de una sociedad subdesarrollada sugiere
pues, tanto para la (empresa) como para la <industri¿>, url
sentido simultáneamente extenso y vago, y que algunas veces
sobrevivirá mucho tiempo; un clía, un limpiabotas español
me rnostró, con un guiño de ironía, su carnet de "industrial".
De hecho, lo que Cantillon define históricamente, es la visión
de un asalariado del Antiguo Régimen *paga del general,
pensión del cortesano, sueldo del criado- frente a una pro-
liferación de uempresarios de su propio trabajo>, incluidos
todos los oficios menores. ¿Se cita lo suficiente en las des-
cripciones de la sociedad precapitalista? El genio de Canti-
llon me parece estar menos en esa *lucidez>, en esa (penetra-
ción incomparable" ante <la función económica y sociológica
del empresario>, que le atribuye una nota de M. Salleron,'
que en la presciencia del futuro papel de esa función. En la
sociedad observada por Cantillon olvidemos que es la
-no del
sociedad contemporánea a la redacción Essai (1733) y no
la de su publicación (1756)-, el empresario, al igual que el
asalariado, sigue <dependiendo>, nos dice, de la realidad aún
4. Ibid., p. 33.
48 BcoNoMfa, DEREcrro, HrsroRrA
dominante; o sea, de la tierra. Pero al cdnsiderar a todos los
que cviven de lo incierto)', se'observa ya que ctodo el true-
que y la circürle4ón del Estado se producen por [su] con-
ducton. Esa es la verdadera previsión del futuro de la em-
presa.
Ahora bien, la evolución debió apresuiarse, porque, desde
176ó, Türgot, en sus Réflexions iur la formation et la ciicu-
latiwt des tichesses, enfrenta, en el campo industrial, a <los
empresarios de manúfacturas, maestros fabricantes, todos
ellos dueños de grandes capitales, que revalorizan haciendo
trabajar por medio de sus-adelantosr, con los <simples arte-
sanos, gue no tienen'más bienes que sus propias minos, qu"
no adelantan más que su propio trabajo-diario, y no tieien
mds beneficio que su salario>, mientras lamenta la insuficien-
gia e¡ el campo agrícola" cde hombres' ricos ,que tengan
grandes capitales para emplear en las et presas agilcolas .L ,n.
Así pues, de Cantillon a Turgot, a través cle ias palabras
y sus asociaciones, se capta la evolución de las nociones de
empresa y de salario. También se podría intentar el análisis
de beneficio y capital. Otros tantoi conceptos (recogidos in-
genuamente>. Resulta que sóIo la historía-
y textos en unión- puede criticar la <ingenuidad.*
-aconteiimientos
dg gs¿
<recogidan.
Ilasta ahora no hemos hecho más que seguir ilústies ejem.
plos, los'de Henri Hauser sobre la iaraUla t
*industria>, los" de Lucien Febvre sobie <civilizaciOnr'y-.ca-
""""áp¿ó-á"
pitali'smor*. Hu6iésemos deseado llegar md leñ;i;;;n;;
coicepto de empresa (lo hemos heótro más bíén en torno al
de beneficio), por medio de una confrontación de io, i"*tó,
con los
.conc.eptos teóricos elaborados sucesivamente por la
economía clásica, por el marxismo, y las distintas formas de
pen_s_amiento económico contemporáneo.
.. Y por otro l1do, hoy p-árecé que es urgente someter el
discurso económico a tódos los niveles
ta ionu"rsa-
cjón y la gorqespondenciá hasta el teorema-désde
cie4tlfico, pasan-
do por todos los estilos de periodismo-l, al andlisis d.á ástruc-
tura que proponen los lingüistas para otra clase de *discur_
sos), en particular el discurso político.
Desgraciadamente, en ese esfuerzo colectivo tropezamos
con dos obstáculos: la débil formación económica de base de
los estudiantes de historia a nivel de erudición, y la ¿incuitaá
ESTR,UCTURAS Y COYUNT'T'RAS 49
pará. encoÍrtrar colaboradores, capaces de rnanejar varios
idiomas, para una encuesta que debería ser internacional.
El último (y'más alejapr$ origen de esta encuesta sobre
(empresa y beneficio> se Sit& justamente fuera de Francia,
en efecto, pues se trata,de'rnis propias refle*iones sobre la
formación de capital ,en la Cataluña española, desde atlrede-
dor'de 1700 hasta más o menos el'año 1800.' Iias formas me
parecieron lo bastante distintas de lo'que normalmente re-
cuerda la historia económica, por ejemplo de,Francia en
Inglaterra, como para que haya que imaginar uRos procesos
distirttos al inicio de la revolución económica del siglo xvrrr.
Tanto en el espacio como en el tieinpo, se puede constatar
la ,alternancia, ,e la coexistencia de cristalizaciones masivas
de capital monetario, y floraciones <liliputienses¡ de inicia-
tivas econémicas, sin que, pueda adelantarse querlas primeras
serán invertidas de forma productiva y las últimas progre-
sarán,sólo a <paso de tortuga>.
"El empresario de su propio
trabajo>, tal como lo vio Cantillon, puede per.fectamente es-
tar en los orígenes de una acumulación produetiva; ptreden
existir (grandes capitalesr, los deseados pór Turgot o Young,
sin ser creadores. Veremos que la enorme constitución de
fortunas en manos de los arrendadores de impue5tóia, en
Francia (<fer:rriers genéraux>), por ejemplo, seguramente me-
rece el nombre de primititta al no tener nada en común con
la reproducción capitalista, aunque no rnerece en absoluto
el de previ¿,r porque no prellldió nada nuevo.6 Al contrario,
los arrendatnientos de derechos señoriales y reales en Cata-
luña, aunque de la misma naturaleza que la *Ferme généraler
francesa, son realmente una,forma de acumulación previa,
porque,: dispersas entre las rnanos de comerciantes o maes.
tros-artesanos,. consiguieron introducir su producto en los
circuitos del capltal comercial y ñnalmente industrial, sin
olvidar los de la modernización agrícola. Lo que importa,
pues, son menos las dimensiones de l¿5r ganancias eh la
crlspide que el mecanismo, de .su empleo <en lá base>. De
ahí el interés, y la neeesidad, de la microobsei-vación.
Ello revela también que no existe identidad entre el nivel
del empresario y el de la empresa: la empresa del siglo xvrrr
puede perfectamente no ser más que una realidad (o, si se
quierei una ficción) co.ntable; pero, en la proliferación de
5. P. Vilar, La. Catatogné d.ans I'Espagne moderne, París, l9ó2, 3 vols.
ó. J.-F. Gama, La nature de I'entreprise économique de la Ferme
Générale au XVIIIe siécle. Accumulation et emploi du capital par les
fermiers généraqx, Memoria de maestría, París I, l9ó9.
50 ECONOMfA, DERECHO, HIST.ORIA
{compañíasD, ¿dónde se coloca el rempresarion? ¿Es e1 "h9q-
bre d-e negoqi&$?, cuyo poder de enriquecimiento y de deci-
sión depeñdu¿del ttú*"ro y de la irnportancia de las coI4pa'
ñías en- tas qrre está *interesadou, por haberse conformado
con.invertir éapital en el'las'o simplemente controlarlas? ¿Es
al. contrario el'gerente efectivo de la unidad de intercambio
o de produceióñ (üenda, buque, fábrica... ), subordinado,e-n
aparióncia al aapital qu€ no le pertenece, Pero responsable
réal de su reproducción, de su ampliación?
Esa cornileja relación entre capital financiero y célula
económica de' 6ase sugiere una proxiulidad un'parecido en-
tre log sig,los xvr, xvrri'y xx, mientras que en ql xrx:Y-eui;
zá9 tnrnblén el xvn- sé manifestó r¡na preferencia hacia. el
capital individual,,o más bien familiar, en torno a su gestión
y. iu reproducción po¡ autofrnanciación, Pero los lugares ylos
rro¡nentos eR que triunfag esas tendencias, ésas preferencias,
pueden revelar, gracias a una encuesta sistemática, los fac-
tores'de los que depend.ieron.
Las tendéncias coyunturales seguramente favorecieron
una sucesión de diversos fdpos de ganancics. Me permito re-
cordar que en l9ó0, en Estocolmo, habla señalado la historia
del movimiento de los beneficios como una de las tareas po'
sibles; .tal vez la principal, a asumir poi :el historiador-econo'
mista.? Y ha sido exactamente una tarea de ese tipo la que
ha,realizado desde entonces, respecto.a unos episodios con-
cretos, la New Ecsnomic, History. ¡Pero tal vez, se pudiera
ampliar más todavía el, sentido de ese intentol El estudio
estádístico de los juegos de la rentabilidad sobre'la hipótesis
de la inúgstigación espontánea de las rentabilidades máximas
pomo una cáracterística de la empresa, no adquiere verda'
dero valor más que si se aplica a.unos fenómenos estructu-
rales, como relr €l caso de la abolición de lF esclavitud, o -a
tendencias de larga duración, como el caso del dcscenso de
los fletes marftimos.
Nos encontramos ante una sugerencia del mlsmo género,
que ho llega al élculo, pero hace desear quc 8€ lntcnte, cuan-
do Vitoriño Magatl.ráes Godino, en P.rix et monnalcs au Por'
tugal,'aflrma que crisis y la deptesión comcrc¿ales domi'
"la
7. P. Vilaf;, économique et;analyse hhloúquc:,^Prcmiéte
"Croissance
Conférence iniernationale d'histoire économique, Estocol,mo, /9ó0, ?arls'
L¿t iTaya, 1960, reproducido en Crecimientq, y. Dccarrollo, Arlel, Barce'
lona, 1974, pp.. 17-105.
A. V. iVügalháes Godinho, Prix et Monnales au Porlugal, 175A'1850'
París, 1955.
ESTRUCTII'RAS Y CoYUNTURAS 51
nan el d.esarrollo industrial>, paradoja que significa soliamen-
te: cuando los índices del beneficio se derrumban en el seno
del capitalismo comercia\ * busca compensación en las in-
versiones industriales, a nivtü individual o a nivel estatal. Es
inútil añadir que semejante hipótesis de trabajo, nacida de
la observación del Portugal de Pombal, no ailararía real-
mente el fenómeno y. su teoría más que si se verificase masi-
vamente por medio de, la historia comparada. Pero la crisis
de 1929, con los bosquejos de industrialización que provoca
en América Latina, y los intentos,de aautarquía> en la misrna
Europa,'podría ser reexaminada desde ese prisma.
Sin embargo, la investigación sería arln más interesante a
largo plazo. De los Descubrimientos a la Revolución indus-
trial, lia historia, de los beneficios en el gran comercio es una
regulariTación y urna disminución de los riesgo.s, pero también
un descenso tendencial, de los lndices,medios de benefióio,
que está en la lógica de un aumento, de la,competencia en los
mercados lejanos, antaño reservados. Muy probablemente
ese descenso tendencial de las tasasrde beneficio comeróiales
y col,oniales de finales del siglo xvru (aunque.debería demos-
trarse mejor) tuvo que hacer resaltar más la enorrnidad -+n
sentido etimológico- de los primeros beneficios industriales
cuando las innovaciones técnicas inauguraban una prodtrc-
ción en masa. En un sentido, nla'auentur¿x cambiabá de te-
rreno.
Por fin, en una fase más próxima a nosotros, el descenso
tendencial de esas mismas tasas de beneficio industrial anun-
giado lor Ma'm; se.verificó realmente a finales:del siglo xrx.
Pero habría qüe,observar, en cuanto al xx, la interiención
y. la función, según los lugares y las épocas, de la otra previ-
sión de'Manc, <las infltrencias ópuestásu: superpoblacién re-
latir¡a, comercio exterior y priviiegios coloniáles, parte redu-
cida de los diyidendos distribuidos, concentración, monopo-
lios y, finalmente,. intervencionismo estatal. Así se, justific&;
la proximiddd entre algunos rasgos del siglo xx"y
otros del xvr, o del xv-ir¡ lexpaniión del ópital ñ"u"-"iiuo¡
"fgu"ó"
mercantilismo,,imperialis-ó).'la historia, mas general está
vinculada esoq vaivenes de los caracteres de -la ,empresa,
entendiendo -a
empresa en el sentido más amplio. fero nb nay
historia de la empresa sin historia de las taias de beneficiol
de ahí la vertiente doble doble- de nuestro pro_
yecto dg encuésta: <Empresa -y elytítulo
beneficio.o -
 1:2 ECONOMfA, DERECHO, HISTORIA EsrRUcruRAs Y coYUNTURAs 53

Queda por decir que la segunda palabra'

lo mismo que la itet beneficio> reivindicada por J. Ullmo, en realidad defensa
orimera. tienetEus misterios. de Ia plusvalía o, más bien, de la inversión o, mejor aún, del
""";;;f;l;,i*ñi.*o puede tener tanto el sentido más am- capitai. :Del capital, en el"'ffirtido en que lo entendió Marx,
"ul¡¿['-"ein'Plug machen,- que t:i1q:^"^:."11 que no es, como a veces se cree, la condena de una categoría
pd;;á" "ty péroidaso
It. -¿t p."clto, en la columna nbeneficios .9e necesaria, sino, al contrario, el reconocimiento de una condi-
í"-"."i"uÍiááa-á" empresa 'séria' Pero''entre e19s {os ción fundamental de la reproducción ampliada, por la prio-
lLiá-.t--i"i*"tas """ áefiniciones posibles, y cuánt* di,flt:i ridad atribuida a los medios de producción. Lo que Marx
des para escribir unos números detfás de un concepto! trn
-e*p"Aición ataca es la aproplación del capital existente que arrastra la
u"á marltima y comercial ¿a qué capital .huy.q¡r" de toda la plusvalla. Ahora bien, el examen de esa apropia''
t l"¡t-"f-beneficio? Y en eI tiempo, ¿en cuántos ejercicios ción lleva a ;I. Ullmo a la dicotomía empresario-empresa:
ái.ttiü"i;rói lo.ti¿u ha calculado- alguna vez el <beneficio
empresa¡afo áel campesino, o del cirujano, según el trabajo ' El'empresario, peisona física; pérbibe el beneñciorenta,
y ei
" = b;capital?..'
^evidente que Quesnay
-y Marx
intentaron captat 8lo'
qué'pohe en entredicho los principios morales de la distri-
bución de las rentas. La empfesá, persorlá rmoral, utiliza
ialmente el secréto ait *próaucto
.
neto, y de la "plusvalía"' I el benefieio.para fines diversos, cuyo valor debe serjulgado
distinguir-la plusva'
Pero Marx se proponía p:rincipalmente
forrna bajo el rángulo de la eficacia econórnica y el interés' na-
ii. á"i benefició, óuyos inaices pueden vpriar de- con' , ''., , c.ional-.:. ¡9 , ..
;"d;ie;ñ-Su"'advLrsarios también hacían la distinción' ya 'l
q;;;;-ú;ponían imputar el producto a diversos factores' Pero precisamente, ¿se emplea siempre el beneficio (en
iespectivamente r.etriüuidos por el salario, la renta, el -inte-
^la
noción de (excedenter global cuanto es renta y renta de una o varias (personas físicas")
;¿;';-;i-b;;;fr"io. Pers
-i"tioducirse hov,
de manera inmejorable? ¿Se invierte automáticatnente al
t en la lteorla bajo .formas diversas y he
"".f""
aouí oue se Dropone llamarlo pura y simplemente abeneficior'
máximo de posibilidades? Dejando a un tado toda'polémica,
Bir fg6g J. ÚUmo, tras exponer lo que denomina *una teorla
y toda< morálo ¿basta acaso el paso d.e lo concreto a lo abs-
-eirá*i"}" iántabte y Ñ eso mismo poco contestableb del tracto, del empresaris a la empresa, tr)ara exorcisar la con-
Lenefigio, .otserva: tradicción' entre lo individúal y lo social,'entre el cálculo (o
ia intuición) microeconómica y el'crecimiento global y arrho-
que cbnfirma la intuició¡ (sic) fundarnental de Marx: -el nico? ¿Volveríamos a Bastiat? Indudablemente, J. Ullmo no
i"t.r ¿" ro, u""encios es en sentido estricto una plusvalía deja de enfrentar la época de prolongadas holganzas y gastos
ptü"¿iau por el plustrabajo-q¡re los productores 9¡t!i1-9n (surltuariosr de las clases altas del Anti$uo Régimen con la
ieatizar poi encima dé lo suficieqtg para asegurar €l collsü: austeridad victoriana, y los sutiles cálculos económicos de la
_'--..
mo habiiual .'.' más avanzada de las empresas actuales. Pero ei historiador
desearía uiias sugestiones más'orilinales. En cuanto al pe-
Matx, en realidad, hubiera escrito: sz consumo y no -el ríodo actual, si el cálculo económico fuese llevado por cada
habitual,lpótqt estimaba que el consumo de los
"o*ornó "
no p¡oductotes esübi ineluido en 11 plusvalfa; pero' en empresa al máiimo'de su racionalidad, ¿cuál sería su dina-
estirnaba despreeiable'la posibilidad de ahorro de mivno? ¿Reagrupación en una sola empresa? Pero ¿a través
"u*üio, de qué etapas; a qué nivel, y dónde encontraría la incitación
ios trabajadores, qué Éoy forma paite, b.ajo la indeterminada
pará desarrollarse?' Hdllámos de nuevo los problemas {ue nos
rrlbrica *áhorro familiaro,'de'la "folmación de capitaln' - planteábámos al principio respecto a la uempresa socialistá".
No obstante, lo {ue transforma el dlhero én capital'- ¿es
efectivarriente esa fórrnación, es-ese origen, o es más bien Mientras tanto, en el capitálibmo las eliminaciones, sin duda
si empleo? Es la costumbre de considerar- queesa todo Jo nada irracionales, pero anárquicas, parece que se llevan la
peimite hoy -que
<¿letensa
no se consume se invierte fo que
rbid., p. 2to.
9. J. Ullmo, Le protit, Parls, l9ó9' p. 51.

5-
54 EcoNoMfA, DERECI¡o, rlrsroRra
palma. Y no está rnuy claro (en eualquier ctrSo; lo sugería
uno de nuestr6,estudiss) si las empresas corl:üIl mayor dina-
mlsmo no obe&oen rnás a la coyuntura que al cálculo, tantas
veces inexistente.
.Desde entonces la esperanza de un futuro racional más o
menos lejano no nos exime de la preocupación de estudiar
un presente, un pasado reciente, un pasado lejano donde el
juego empresa.beneficie-crecimiento aparece,al mismo tiempo
como determinante y determinado, en constante relación con
la historia más general. Los resultados globales de las uem-
Fres?sr individuales o colectivas, en sentido m{s amplio, se
ilamaron crecimíe-nto y cambios de modas de ptoducción.
Tarnbién se llernaron cri;is y factores de subdesartolla. Por
eso es importante el estudio histórico: t la vez a nivel global
y a nivel de los micromecanismos de la acumulación, no para
enfrentar los scasos concretosD a los *modelost, sino para
sortear los, dos escollos en los que la historia económica ha
naufragado tantas veces: la hagiografía del empresario, y el
mito de l4 egrpresa abstracta. Algunos de los estudios hechos
bajo nuestra mirada precisaron los rasgos $e t{ ! cuat
novador: un Montgolfier, hablando con propiedad, inu.enta
el salariado, lo que es más importante que la ¡tlctntgoltiére.
Los maestros de forja, hacia 1800, saben ya practicar el
cálculo de previsiones a medio plazo. Pero en cambio, cuán-
tos ,productores .l9l siglo xrx en la industria textil no se
fijan en el benefrcio máximo, sino en el medio, €nllna ver-
dadera obsesión por la superproducción y la crisis. Es, pues,
importante siluarse siempre dentro de una coJruntura y 4t2
sector. La misma actitud para con el beneñcio la prác-
ticar'en la teoría, en la ideología dominante- -en
revela a me-
nudo profundos fenómenos.
En particular, sería tentador relacionar las fases de ex-
pansión y contracción del capitalismo con las corrientes ideo
lógicas y las direcciones teóricas (menos alejadas, de lo que
pudiera creerse) que sucesivamente exaltan, o rninimizan, las
nociones de producto neto,. de plusvalía, de excedentes, ais'
ladas o no de la noción de beneñcio.
Mam podría pasar muy bien, en esa perspectiva, por el
teórico socialmente irítico, pero económicamente deslumbra-
do, de una fase de desarrollo; mientras que Bóhm'Bawerk,
que defendió en su contra el interés (aunque no el beneficio),
BSTRUCTURAS Y COYUNTURAS 55
o los marginal,istag, que eliminaron el beneficio de las ecua-
ciones de equilibrio;. corresponden a una época de inquietud
y estabilización, much*;'Ieces de malthusianisrno. Se pue-
de advertir un contrastb del mismo tipo entre Schumpeter
y Hicks. Después de 1950, la vuelta a una concepción del be-
nefi.cio global, confundido con la inversión, marca una fase de
vivo crecimiento y buena conejenci¿ del capitalismo. Fero
desde 197012,los s-ignos han sufrido un cambio.
Y pe¡a el historiador, esas alternancias ,de, sbuenar'V
<rmala> conciencia en torno al beneficio,,no son un tema de
reflexión infructuoso en aquellos que hacen profesión de
investigador en relación con la carga peyorativa, siempre
persistente, que,la palabra no ha dejado de llevar. cEspíritu
de empresar gs noble, (espíritu de beneficior vulgar. Los que
cviven de modo inseguror, ponen sus riesgos por delañte
para,"llegado el caso, exigir muqho; pero ese
"muchoD choca
cgn la irnaginación, y prorrto parece escandaloso para aque-
qps que <viven de folma fijm una, segurldad generalmente
mediocre, a rnenudo miserable, y a veces amenazada (el paro
existe). Beneficios de especulación, beneficios de innovación,
beneficios corrientes de empresa, renta de,la tierra o interés
del dinero: Marx, al unirlós ,.,nu sola categoría, se ha
surnado de hecho a la opinión"ncomún, que apenas los dis-
tingue.
Ciertamente, todos saben que la Edad Media condenó
cualqüier clase de interés del dinero, por temor a la usura,
cruel experiencia; se puso en el punto de vista del consu-
rnidor; fue, según Pirenne, menos (acapitalista> que <antica-
pitalistain. Pero no sería difícil demostrar que se idmitió un
interés corriente, moderado, en todo tipo de-operaciones: hay
.beneficio', y por ello escándalo sólo por encima de un ciertó
interés admitido comúnmente; el siglo xvr lo pone en evi-
dencia a través de la reflexión que inspira á los teólogos el
nuevo comercio. Un usurero del Franco Condado, contémpo-
ráneo suyo, persegqid.o por haber retenido, por encima lel
8 por ciento declarado, un 4 por ciento adicional sobre uno
de sus anticipos, se defi.ende porque <bien tenía que dpru
vecharle su dinero para algo>. Los españoles de la misma
época, que vivían gustosamente de rentas, detestaban a los
genoveses que ganaban el <chento per chento> al introducirse
en el circuito Europa-metal americano. Los beneficios muy
grandes atraen, pero también indignan: Una de las últimas
memorias de máestría de nuestró Instituto, la del señor

5ó ECONOMÍA, DERECHO, HISTORIA
Christophe Charle " muestra estupendamente que en los rllti-
mos años del siglo xrx, Zola, el banquero especulador y el
ingeniero saint-simoniano, dudaba entre la condena y la ad-
miración, porque sus nociones sobre .el Dinerot, el crédito,
el beneficio, el capital, la banca y la bolsa, seguían confusas,
como seguían confusas (es correlativo) sus nociones sobre la
aportación y el proyecto de Marx.
En cuanto a este último, pudo, muy conscientemente, pro-
poner un análisis no <intuitivo)r sino perfectamente elabo-
rado, de todas esas categorías del capitalismo, y al mismo
tiempo hacer de ese análisis un arma ideológica, que plantea-
se los problemas de la propiedad y de la eficacia real del
capital. De hecho, su teoría sólo se convirtió en un arma a
nivel de las masas, al combinarse con la carga pasional nega-
tiva que habían comportado, sucesiva o conjuntamente, las
palabras interés, renta, beneficio, especulación o acumulación.
<Empresa' es menos compromeddb y puede servir, pues,
por la "sublimación" adivinada por Frangois Perroux, a la
contraofensiva ideológica del capitalismo. Un portavoz de
la patronal francesa, en una entrevista concedida el 12 de
junio de 1972, cita una frase de Jean Ullmo posterior a su
libro sobre .,el beneficiou:
La ernpresa tiene por finalidad superior, aunque muchas
',i veces inconscientemente, contribuir al surgimiento de una
nueva forma de organización social ...
Bajo esta prudente fórmula (inconsciencia y simple contri-
bución), esta definición de la función de la empresa que quie-
re ser anunciadora de futuro parecería utilizable para
pasado, en la definición de nuestras líneas de investigación,
a condición de tomar .la empresa> en su acepción más gene-
ral: un sentido en el que Colón apareciera como el mayor
empresario de los tiempos modernos y Lenin de la
firma URSS- como el mayor empresario de-creador
los siglos con-
temporáneos. Pero estos devaneos mentales de poco servirán
si no estudiamos, antes que a Colón, a sus predecesores por-
tugueses, y después de Colón, la combinación de las dos
<compañías" que iban con los descubridores: compañía mi-
11. Ch. Charle, La Vision capitaliste dans "L'Anlenvr" de zola. Litté'
rature, idéologie et société. Memoria de maestría, Parts I, 1972.
EsrRUcruRAs y coyuNTURAs 57
litar ycompañía financiera. Y lo mismo se puede decir con
respecto a Lenin, el papel de los conceptos descubiertos por
Man y su aplicación concreta en la planificación, esa nueva
forma de cempresa>.
La cuestión fundamental (á¿Qué parte del producto será
invertida?>) se decide a nivel de empresa. Pero no se aleja
mucho de las cuestiones: "¿Quién posee o adquiere los me-
dios de inversión? ¿Quién decide su empleo? ¿Y con qué fi
nes?> Frailes roturadores, príncipes navegantes, <labradores>
emprendedores, capitanes de industria, planificadores socia-
listas. Cuesta creer que esos distintos tipos de inversores ha-
yan obedecido a móviles idénticos, y que la sociedad que los
rodeaba los considerase de la misma manera; cualquier salto
cuantitativo del índice de inversión tiene un significado cua,
litativo, un sentido de estructura. Estas son las cuestiones
que había planteado en 1960 en la Primera Conferencia inter-
nacional de historiadores economistas, para pasar, esencial-
mente, de la historia económica a la historia general. Por
ello, en nuestras discusiones de seminario, no hemos dejado
de abordarlaS. Desgraciadamente, los trabajos que inspiraron
siguen dispersos, puntuales, elegidos a tenor de las posibili-
dades individuales y las fuentes existentes. Sólo deseamos
que un mismo espíritu, una misma problemática permitan
algún día reunirlos en un conjunto."
el
12 Señalemos la tesis de Estado, sostenida en junio de 1990, de
Mme Héléne Yét'tn, L'Entreprise et I'Entrepreneur au début du XVIIP
siécle (de hecho, estudio de la noción empresa desde la Edad Media
pajo el ángulo epistemológico y filosófico, pero muy bien informado
históricamente). Recientemente sintetizado ei L'entreprise-Historie d,une
ideé, PUF, París, 1982.

PARA UNA MEJOR COMPRENSIÓN
ENTRE ECONOMISTAS E HISTORIADORES:
¿ "HISTORIA CUANTITATIVA,
O ECONOMETRfA RETROSPECTIVA? *
Desde hace algunos años, un grupo de economistas ha
puesto manos a la obra para elaborar (una historia cuanti'
lativa de la economía frances¿'. Se han publicado resultados.
Y encabezando el primer Cuaderno, en una especie de mani-
fiesto, el promotor de la obra, Jean Marczewski, define lo que
entiende él por <historia cuantitativa".'
Tal promesa había de interesar por fuerza a los historia'
dores, y en particular a los historiadores de la economía. La
acogieron con respeto por el rigor científico anunciado. Con
l asombro y admiración, ante la rapidez de sus resultados.'
Con esperanza, por anunciar los datos ya recogidos tan am-
plia y próxinm cosecha.
I Si ese recibimiento pudo ir acompañado de ciertas reser-
',,i vas, no fue tanto a causa del desdén manifestado cortés-
-y hacia
mente justiflcado- por la joven escuela <cuantitativa>
Io que denomina "la historia económica clásicau. Fue a causa
de las consecuencias de ese desdén en las primeras raaliza'
ciones que han visto la luz.
Ignorar a sus predecesores es a la vez ganar y perder
tiempo. Descuidar las advertencias clásicas ya es correr un
peligro más grave; referirse sin críticas a fuentes üspares es
levantar en el historiador una desconfianza insuperable, por-
que sabe que en un retroceso de un siglo o dos, las palabras
* Artículo aparecido en la Revue historique (abril 1965), pp' 293-312.
Publicado con la amable autorización de los editores.
l. J. Marczewski, <Histoire quantitative. Buts et méthodesr, en
Histoire cuantitatí)e de l'économie frangaise. Cahiers de I'Institut de
science économique appliquée, 115 (julio 19ól), pp. III-LIV.
2. Ibid., J.-C. Toutain, I. <Le produit de I'agriculture frangaise de
1700 á 1858", pp. l-216; II. Suplemento al mismo Cahier (iulio 196l):
III. "La population de France de 1700 á 1959", Suplemento al Cahier
130 (enero l9ó3).
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 59
y las cifras cambian de sentido. Después de todo, en <historia
cuantitativaD existe la palabra (cuantitativo>, pero también
<historia". No hay esfuerzo interdisciplinario si cada disci-
plina, dispuesta a impartir lecciones, no acepta recibirlas.
Por lo tanto, se imponía una diseusión. Afortunadamente
la inició Pierre Chaunu, a buen seguro el historiador de la
nueva generación que ha manejado la mayor cantidad de
datos históricos en cifras. No digamos (cuantitativosD. El
prefigre }fa¡4ar-log fse{i3lgsD. E indudablemente, tiene'fázón
desde este primer momento, porque la historia económica
pocas veces consigue "cantidades> absolutas, mientras que
ha elaborado ya muchas series útiles.
Los Cahiers Vilfredo Pareto publicaron esta crítica de
P. Chaunu entre una respuesta de J. Marczewski y una nueva
edición de su *manifiestou.'Y ya entonces su respuesta con-
duce a un deseo de verdadera colaboración, lo que en un
principio parecía ofrecerse como sustitución. Con estas refe-
rencias, el debate se revela útil. No puede dejar indiferentes
a los lectores de la Revue historique,
Y es que no se trata de una guerra de palabras, de un
control de etiquetas. Como diqe Pierre.Chaunu en una frase
precisa; ul-a confusión es.tá, por e",nci¡¡a de las palabras, en
los métodos, ll un poco también en las mentes.>
Tampoco es una guerra entre escuelas. Hace ya mucho
tiempo que el Methodenstreit entre teoría e historia se zanjó
para los economistas. Hoy todos ellos declaran más o menos
ser teóricos e historiadores al mismo tiempo. ¿Y puede re-
procharse a los historiadores, en 1964 en Francia, el hecho de
no estar atentos a la economía?
Como cabía esperar, el peligro ha cambiado de dirección.
Otra vez lo advierte P. Chaunu con unos términos excelentes: ,
<El historiador no gana forzosamente nada imitando al eco-
nomista, ni el economista improvisándose historiadorr.' Di-
gamos que ha llegado el momento, para unos y otros, no de
sustituirse, ni siquiera de rodearse de barreras, ni tampoco
de prestarse las técnicas (podrían prestarse técnicos), sino
3.
Cahiers Vilfredo Pareto, Ginebra, 3 (19$); J. Marczewski, qButs
et méthodes de I'histoire quantitativeD, pp, 125-l$; P. Chaune, aHis-
toire quantitative et histoire sérielle>, pp. ló5-175; J. Marczewski, oQuel-
ques observations sur l'article de M. Chaunur, pp. 177-190.
4. Art. cit., p. 1óó.
 60 EcoNoMfA, DERBCHo,;'HtrsroRra
de asimilar pacientemente.las exigencias, actitudes y hábitos
cultura-*,complementarios, que' irnpidan a; los unos
-una
mov€rse con'tor¡reza en el espacio ecónómico;. y a los otros
perderse cuando,retroceden en el tiempo
Pero tal vez este modesto consejo ao convenga a la crisis
de crecitniento (y por lo tanto'de impacieñcia) que atraviesá
el conjunto de'las ciencias humánas. F¿tscinadas por'los éxi-
tos de las'ciencias ffsicas, por los progresos de la teoría y de
'los instrumentos de'lnformación, por las 'nuevas 'mátemáti-
cas, ponen en el CálCulO Sus'€speranzas (lo cual está bien), y
a veces su orgullo:(lo cual e5'prematuro!'
Las cienciás económicas, las rnáis. avanzadas con mucho
en la formulación rnaternática de sus problemas, se creen con
base ¡rara proponer tnodelos (en los dos sentidos de las dos
palabras). La sociología quiere ser son'deoi éstadístico, trama
de, estructuras. La estrategia¡ y pronto tarrlbién la polÍtica,
que dice ser au forma más elevada, trabajan en la conceptua-
lización de sus fines y la codificación de sus medios.
Fero la historia, que para bada espacio'de tiernpo y cada
parcela de terreno, se esfuerza por reconstruir una economía,
una"sociología, una política, una estrategia'-con las moda-
lidades de.pensamiento que se derivan y que las dirigen-, se
siente tímida ante tantas,técnicas por''ihtegrar, dudando de
póder conjugar.las. Nota 'con satisfacción' el reconocimiento
implícito áei carácter,.cientlfico de su objeto¡, que le fue
contestado,durante tanto tiernpo. Desearía salirse del estado
de descripción'impresionista y de upobre y pequeña ciencia
co5runtural*. .Pero'' sospecha que su vocació:r-r-g1rB-¡g*e5- análj-
', . y sincronía,- siñó-rot?ifiaci:61i" i-diá!.fgnÍtu *edgrge-_r¡ria
"
t' sis
-.,
infg¡frqgíon,menói,_frygmqnpri4.. {tr¡q .!a. sqya,. y sin*duda
(poeo I se"" üiéñi'f
'éñ'
i,ilü6)i-uñá" iñátei¡¿tica renovada uná vez
más. Se permite éncontrar : üáó:fáiiiélr*iíiiÉiíléSTls pi¿bGiéio-
néf-que le llegan desde fuera: la cuantificación del fenómeno
guerra por Sorokin, o la aplica.ción, por Fierre Vendryés¡ de.{
cálculo de probabilidades a la campaña de Egipto.
Entonces, ¿vamos a desmoralizarnos? No faltan peticiones
de una historia anecdótica. Véanse los concursos de la televi-
sión y las bibliotecas de estación. Los grupos humanos (y la
hurnanidad), !é'mismu eue los individuos, prefieren acordarse
que cotnprender. Después de todcj, si el,historiador les ayuda
a recordar, no estaría tan mal.
Y si tenemos miras más elevadas, ¿por qué no confor-
EsTRUcruRAs Y coYUNTüRAs 6l
marinos,con, las alegrías dela historia corno ,inteligencia, la
de Lucien Febv-re y Michelet, la, gre encuentra la:u¡¡¡¿"¿ 6"
Io hurnano gracias a'un cieffi genio',específico? Frecisamente-
Jean Marczewski O'o" u*1¿ftr.t(.dispuesto a. reconocer>.que un\
genio de ese,tipo puede alcanzar:un'<gfado inigualable ,de
fidelidad históricar, lncluso con.malos'instrumentosi Fero
su condena de esos instrumentos sitúa al histor:iador: rnedio
al margen de Ia ciencia, pues no es seguro que todo el rnundo
pueda tener genio¡ '.:t . ¡ : ,
Naturalmente, J. Marczewski, en su crítica de 'los;<¿instru.
mentos' no piensa más quB en los historiadores,de la econo'
mía. Es a ellos a quienes se ha pedido qu€ realicen un,exa-
men de conciencia. Al escuchar a Er4g-g;,fabroussg, habían
creído poder entregarse a una arribición accesible a la vezr.¡*
que exaltante: darle a esa historia inteligente tan difícil dé"
alcanzat, o más'sencil.lamente, aun a esa ¿historia. razonada',
cuya in?ención atribuía Schumpeter a Matx, una sólida in-
fraestructura objetiva, que permitiera, por un acercamiento
sin lentitud ¡ri precipitaciones, reantidar los lazos entre eco-
iromÍa, sciciedad, vida política y espiritual, páia unos lugaies y
momentos determinados, en prudentes' síqtesis. Al llamar ;
<historia económica clábic¿o a ese esfuerzo lque paqece co- i
nocer poco), y aI ver apqnlar, en un congr"to d*g, ecbnomistas {,
en 1953, una <histofia cuantitatiüau, única'digna de ser lla- i
mada cíencia, ¿no ;;"t" l;;-M;;;kt,;-;;;;r#;i;; \
guntárselo, unas cuantas confusiones sobre los fines, las de- i
finiciones y las posibilidades de la historia económica, si ./
euiere ser ante toda h¿storia? ,
Ahora, Pierre Chaunu va a reprocharme que me meta en
el terreno de ra epistemologl:i; "esa mórbida Capúar, cuyas
i
peligrosas tentaeionos'denuncia.u' ,
Pero el debatE es epistemológico. ¿Qué brlscamos los his-
toriadores? ¿Y qué podemos, buscar? Prirnero hay que con-
testar a esas-dos preguntas. i.l
Pierre Chaunr¡' duda entre' dos respuestás. Al principio
admite, corno había hecho ya,'que hay que celevar, la histo-
ria al rango de, auxiliar de lo económico, lo que significaría
5. Marczewski, "Histoire quantitative. Buts et méthodesr, prólogo
citado, p. V. (E¡ las notas siguientes, citaremos este artículo sólo poi
su págiha en números romanos.) :
6, Chaunu, art. cit., p, 1ó6, recuerdo de "Dynamique conjor¡cturelle
et histoire sérielle', Induitries, Bruselas (junio l9ó0), p. 371.
rf
62 EcoNoMfA, DERECHo, HrsroRrA
upromocionarla*.' Se encargaría de proporcionar al econo'
mista largas series de números donde él buscaria sus leyes.
¿No sería eso olvidar que el tema de la historia hombre
en sociedad- desborda infinitamente el tema-el económico?
Ciertamente, el todo puede aclarar las partes, que a su vez
ayudan a captarlo. Pero, ¿puede ponerse el todo "al seryicio>
de las par.tes?
Me quedo también más tranquilo al ver a P. Chaunu, pro-
poner poco después la ayuda de la historia a todas las cien'
cias huruanas, a condición de reciprocidad. Porque en ese
caso hallaremos la gran unidad que predicó Lucien Febvre.
Pero; para suscribir de todo corazón las concl,usiones de
P- Chaunu:
i La historia, ciencia auxiliar, ofrece a las ciencias del
r''¡, hombre del presente esa distancia en el tiempo que, cuando
está verdaderamente integrada, constituye el sustituto más
seguro de una experimentación imposible...'
me gHstaría poder sustituir auxiliar por fundamental.
No por vanidad de oñcio. Sino porque una ciencia que da
al hecho humano su dimensión en el tiempo no puede verse
reducido a una técnica de la información, de la reconstitu-
ción, de lo que P. Chaunu, en un arranque de pesimismo,
llama el (arte de recomponer los restosn.'
Como técnica, la historia es "auxiliarbt ! cottTo técnica
está inviálida, por su dependencia respecto al documento.
Pero como método de anáIisis de la materia social y humana
desde sus orígenes, como (sustituto de una experimentación>,
no sé qué podría reemplazarla. Entonces sl es fundamental.
Hablo dentro del tiempo en que vivimos, Porque existie-
ron (y pueden existir aún) grupos humanos cuyas leyes de
reproducción y de a{aptación a la naturaleza derivan de la
biología. Y existirá (es menos evidente, aunque cada vez más
concebible) una humanidad cuya estructura interna y adap-
tación a la naturaleza serán fn:i.o del cálculo, En el intervalo
(que todavla durará mucho tiernpo, sin lugar a dudas) se
sitúa la humanidad histórica, dividida, desigualmente desa-
rrollada, constantemente en lucha contra sf misma, donde
nada es totalmente voluntario o racional, y sometida a unos
7. Ibid., p. ló8, recuerdo de Séville et l'Atlantlque, Parfs, l9ó0, t.
VlIl, 2 bis, p. 1.957.
8. Ibid., p. l7l.
9. Ibid., p. 169.
I
EsrRUcruRAs y coyUNTURAS 63
cambios de estructura relativamente veloces, incluso en el
campo de la mente. Esta huraanidad histórica puede y debe
ser objeto de una ciencia histórica, que no se defina simple-
mEnte por una técnica de investigación, sino por un método
de pensamiento.
Lo que denominé <crisis de crecimentoD, para las ciencias
humanas consiste precisamente en la tentación que hoy tie-
nen de evadirse de esa realidad específica historia-
-la
tomando prestados modelos a la física o la biología, atribu-
yendo a los hechos humanos unas estructuras eternas, o
inventando unas técnicas de intervención que se adelanten a
las posibilidades históricas del momento en que se les pide
intervención.
La ciencia económica se está librando poco a poco de
esas tentaciones. Algunas sociologías aún caen en ellas. ¿Aca-
so se hace avanzar a la
"polemologíar (ciencia que merecería
nacer) al calificar una campaña de Du Guesclin de <estrate-
gia operacional defensivau?'o Me permito ponerlo en duda.
Me parece que el historiador está bien situado para distin-
guir, entre la proliferación de investigaciones y de proble-
máticas nuevas, lo que, en las ciencias humanas, deriva de
un auténtico espíritu científico y lo que no es más que for-
malismo y falsa (conceptualización>.
No se piense que quiero poner a la joven <historia cuan-
titativa> entre los intentos pseudocientíficos. Todo lo contra-
rio. El modelo de contabilidad nacional que pretende utilizar
es uno de los instrumentos rnejor experimentados del análisis
económico. Ni siquiera añado del análisis (modernoD, porqud
su promotor nos avisa de que el pensamiento humano está
s_9b¡e la pista de este modelo desde hace tres siglos, y yo
diría que incluso desde hace cuatro, para rendir fromóna¡e
a un.' viejo amigo, el (contador de Castilla> Luis Ortiz, qúe
escribía en 1558." Esto no es un simple juego. Al aplicar una
fórmula al pasado, es útil cornprobar si era, si no conocida
(entonces no habría progreso), al menos coneebible en el mo-
l0; J.-P. Charnay, <Elaboration ei stratégie de la sGrande Guerre,'
avant_ l'ére industrieller, Stratégie, Repue de l,Institut frangais il,études
stratégiqu*, 2, 1964, p. 8.
^ ll.. P.. Vilar, et
Quantitativisme
"Tes ,primitifs espagnols de la pensée économique.
bullionisme', en: Hoinmage á Marcel natl¡iton,
número especial del Bulletin hispanique, l%2, lp. 26l-194, donde buscó
el germen de los dos tipos fundarnentales de análisis econOmico iháy
trad. cast. Crecimiento y desarrollo, Ariel, Barcelona, lgl4z, pp. t¡fiOZl".

64 EcoNoMÍA, DERECHo, HrsroRrA
mento en que se la observa. Lo contrario sería mala señal en
cuanto a la legitimidad de esa utilización.
Si se remonta sólo hasta 1700, la <historia cuantitativa de
la economía francesan no se arriesga a ningún contrasentido
de este tipo. Lo que me parece más discutible es el privile-
gio exorbitante que reclama para sus propósitos. Habrían
fracasado dos (encuentrosD entre economía e historia. Sólo
ella anunciaría el encuentro decisivo. En cambio yo diría que
eI modelo de contabilidad nacional es uno de los instrumen-
tos entre otros de una de las aproximaciones entre otras de
la historia humana que querríamos captar. Cuestión de defi-
niciones, de objetivos. Pierre Chaunu bien tuvo que recono-
cerlo. Los historiadores, economistas o no, tienen derecho a
preguntarle a Jean Marczewski cómo les define, cómo se de-
fine y si lo hace con suficiente claridad.
<El objeto tradicional de la historia
es el
estudioy la explicación de acontecimientos-escribe-,
localizados en el
tiempo y el espaciorr,t' y la fórmula se nos recordará varias
veces.t'
I
Ahora bien, ¿puede un (acontecimento localizado" ser ob-
jeto de <explicación> y <estudio>? Caemos en la vieja defi-
nición positivista que confundió tanto tiempo la técnica de
la historia con su objeto, el establecimiento de un hecho
con la investigación del fenómeno. Diríase que las palabras
<heEhos>, (acontecimientos>, <<relatosn, <descripciones> vie-
nen así a conjurar, en los umbrales de la <rhistoria cuantita-
tiva>, los manes de la difunta historia <tradicional¡n, a la
manera en que ciertos jóvenes historiadores glorifican a los
jóvenes dioses de lo Económico alabando el arrálisis factorial
y los ciclos Kitchin.
_ 9ir embargo, la historia, aplicada a un cierto tipo de
hechos (la palabra <aplicada> confirma aqul su calidád de
instrumento), extiende de pronto sus ambicioncs:
I,a historia, aplicada a los hechos económicos, sc empeña
en dar explicación de la evolubión de lus eritructuras, des-
cribir los modos de producción, apreciar los resultados ob-
tenidos desde el punto de vista del blcncstur rrratcrial de
Ia población y del poder político y militar clel Estuclo.'.
12. Marczewski, p. rrr.
-. 13. Ibid., p. xxvrrr: qui, jusqu'á ces clor¡rle¡.r leurps, faisait
l'essence de l'histoire: la "Ce
fait unique lócalisé avec prt{ellkrrr.,
14. Ibid., pp. rrr y rv.
J1
úr ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS ó5
t,
{t El programa no me asusta, ni tampoco los recuerdos
marxistas de su vocabulario. ¿Pero puede definirse una in-
vestigación por unos objetivos no definidos? Pues bien, las
(estructuras> no lo están. Ni tampoco los <modos de pro-
ducciónr¡.tt
En cuanto a lo de (apreciar los resultados obtenidos>, la
historia coyuntural prefiere observar los niveles alcanzados.
Sabe que, en el encuentro de las coyunturas, la toma de con-
ciencia y los acontecimientos, es decisiva <la imputación a lo
pollticor.'u Pero un historiador debe qriticar. Desconfía del
vocabulario voluntarista, del palmaréJ o del acta de acusa-
ción redactados al final de un ministerio o de un reinado.
¿Han olvidado los partidarios del análisis global el entusias-
mo de los años treinta por la co)runtura, hasta el extremo de
cerrar los ojos a las lecciones fundamentales que sugirió para
rectificar la historia?
En cualquier caso, J. Marczewski no concede a los histo-
riadores, a pesar de los méritos que les reconoce, más que
un éxito mínimo en la modificación de los métodos <tradi-
cionales>. Su poder de análisis habría progresado poco, y
menos aún su capacidad de síntesis" Para asegurar ese pro.
greso, no cuenta más que con una historia cuantitativa, co4
métodos ent erament e cuamtit ativo s, e ínt egr ament e cuantito-
tiva en la expresión {e sus resultados.t'
¿Pero pueden ser udescritosu o "apreciadosD unos <mo-
dos de producción" (que abarcan una técnica y una psicolo-
gía), un (poder político y militar" de forma <íntegramente
cuantitativa>?
Nos parece que, una de dos, o la historia íntegramente
cuantitativa es la única forma científica de la historia econó-
mica, y ésta renuncia a sus objetivos, o esos objetivos se
mantienen, y la historia íntegramente cuantitativa, al ser
históricamente parcial, aumentará nuestro poder de análisis
lo mismo que los instrumentos anteriores.
15. Ei término es marxista. Pero J. Marczewski no cuenta EI Capital
entre los encuentros entre historia y teoría económica. ieué sentido
conferir entonces a .modos de producción"? La noción es fundamental
aunque difícil.
ló, E. Labrousse, "1848, 1830, 1789. Comment naissent les révolu-
tions?D, en Actes du Congrés historique du centenaire de la Réuolution
de 1848, París, 1948, pp.
9-12.
17. Marczewski, pp. rv y v, para el desarrollo completo.
 66 EcoNoMfA, DERECHo, HrsroRrA
Parece que J. Marczewski adopta la fórmula limitativa:
Se puede considerar que toda narración histórica se
refiere a un universo de acontecimientos definidos en el
tiempo y el espacio por cierto número de características
que les distingue de todos los demás acóntecimientos. Asi,
Ia historia económica de Francia en el siglo Xrx se refiere
al universo de acontecimientos que tienen por característi.
ca común: l, ser económicos; 2, interesar directa o indi-
rectamente a Francia; 3, haber tenido lugar en el siglo xrx.tl
Ahora, dejémonos llevar, provisionalm:ente, por la reac-
ción espontánea del historiador formado en la escuela de Ios
*-'.'-" Annales de los años treinta, a
eujggg.g*Lucien Febqe y Marc
.-":,,,"Bloctr inculcaron. un .prirnei pfidEipiü ; o ii'¡aii'e,ll,!!g4n
'' pre9i9,..eficeff,?r en un uunir¡erso>. para, ti el univeisó-délos
hechos econéñiCóiil itáia ti el <ie los hechos políticos. para
el otro el de los hechos artísticos. ¿Y si la historia fuese
totalización? ¿Y si todo acontecimiento llevara en sí, de
alguna manera, algo económico? ¿Y si todo acontecimiento
económico estuviera formado por mil decisiones que no lo
fuesen? ¿Y si el destino económico de Francia se jugase (ain-
directamente>) en California? ¿Y si la fecha más importante
del siglo. xrx fuese ...1789? pero he dicho que la ieacción
seria prwisional.
\:
No nos autoriza a despreciar la operación intelectual que
delimita, para el análisis, un campo que no sea un caos.
A esto se le llama investigar un coniuito de datos homogé-
neos, no un <universo de acontecimientosr.
Ahora bien, *el espacio histórico" propuesto, <fracción de
un universo de acontecimientos históricóso está (csmpuss¡o
por magnitudes aditivas" y ligado a los demás <por igual-
dades contables>." ¿Hay que entender que el espácio h-isto-
rico y el económico coinciden? ¿O que todo lo ñistórico es
contable?
El historiador no admite ni lo uno ni lo otro. Su universo
también es una estructura, un conjunto de conjuntos que se
ordenan recíprocamente. Espera poaer hacerlo pensabló, aun_
que por el momento, ningún modelo contable podrfa sobre:
ponerse.
18. Ibid., p. v.
19" Ibid., p. ü, p. vrr y n. 3 de la p. vrr.
ESTRUcTUBAS y coyuNTURAs 67
<La historia cuantitativa> reconoce esto, pero ¿bajo qué
forma?
La historia cuantitativa es una historia de las masas
consideradas en su evolución fundamental y continua de
larga duración.
_ Ignora a los hombres y los acontecimientos excepciona-
les. Puede servir para localizar las discontinuidades princi-
pales provocadas por cambios cualitativos, pero, por sÍ
misma, es incapaz de descubrir sus origenes. -
Al existir esas lagunas, la historia cuantitativa no podría
ofre.:er una explicación cornpleta de la evolución que relata.
Los hombrel y los hechos excepcionales, las phncipales
rupturas en, la continuidad son para ella variaciones eióge_
nas, que debe de tomar de la historia cualitativa. Si no-lo
hace, desemboca en una masa de datos numéricos y en una
serie de esbozos explicativos coherentes en sí mismos, pero
casi inutilizables por la carencia de un lazo explicativo-con
el verdadero origen de toda historia: la aparióión de ideas
y hechos inéditos.r
Así, de un universo mecánico donde todo se puede orde_
nar,'pero donde cualquier cambio sdlo puede provenir det
ex,terior, por este último golpe pasamos (o mejór dicho vol_
vemos), a la concepción de la historia más ..tradicional>:
aquella en que los
"verdaderosD motores son los héroes, las
ideas y el azar. Ya no es un (encuentro, entre economía e
historia. Parece una escisión. precisamente aquello a lo que
no estamos dispuestos a resignarnos.
. .Sin embargo, tres párrafos de la presentación de la joven
<historia cuantitativa' nos conducen a un útil campo d" ;
laboración:
1, Entre la especificidad absoluta del hecho histórico y
la generalidad del hecho económico se crea una categoríá
intermedia de conjuntos específicos de hechos g""érifi"._
bles, que derivan a un tiempb de h historia y fu óo"o*iá.,'
Efectivamente, es posible que una de las tareas comunes
al- economista y al historiadoi sea la determinación de esa
categoría: los hechos de masas objetivamente mensurables.
20. Ibid., p. xrfivt.'
21. Ibid., p. xxxvur.
 ó8 EcoNoMÍA, DEREcHo, HrsroRrA
Pero es natural que, en su evolución, el economista busque
conclusiones para la teoría, y el historiador conclusiones para
la historia.
2. La uhistoria cuantitativa' es una invención reciente
, de los economistas, (ya que se trataba más de colmar las
'-'.' t, '' insuficiencias del análisis económico que de venir en ayuda
" '1,'.'de la historia".'
' Entonces todo se aclara. ¿Pero no sería mejor, e4 lugar de
hablar de <historia cuantitativa>, decir econometría ietros-
pectiva, al servicio del análisis económico y que utiliza la
técnica histórica para su construcción?
3. En cambio, la definición que da Jean Marczewski de
los "histeriadores economistas como Ernest Labrousse y sus
alumnos> es muy aceptable, a condición de que no suene a
reproche:
Se nos dice que no intentan enriquecer la teoría econó
mica aportándole los datos de que carecía, pero se esfuer-
zan, en cambio, en aumentar los medios de investigación de
la historia utilizando la teoría económica y sus áuxiliares
cuantitativos. A pesar de su indiscutible competencia en
materia económica, son ante todo historiadoresit
,{
No quisiera hablar aquí indebidamente en nombre de na-
die. Y no osaría concederme un certificado de competencia
que temo no merecer. También podría sostenerse que una
escuela cuya primera contribución fue la definición ¿e la
(crisis de tipo antiguo> ha ofrecido a la teoría eco'ómica
<algunos datos de los que iarecíau y que apenas tuvo en
cuenta. Pero hay un punto en el que mé extiañaría mucho
no estar de acuerdo con Ernest Labrousse y todos aquellos
que lo eligieron por maestro; el orgullo dé ser, antés que
nada, historiadores.
_ Me parece <iüe eisi está más claro el camino. puede, debe
haber una econometría retrospectiva, al servicio del análisis
*:'.' econó*i9o, y de la que la hisioria
es, por el establecimiento
. . y la .crítica_de las fuentes, en el sentido de pierre Chaunu,
'' ''i "auxilíar>- Puede y debe existir una historia económica, al
servicio de la historia, y cuyo <auxiliar> es la ciencia econó-
mica, en el sentido en que le enseña los procedimientos, le
sugiere razonamientos, le precisa los conieptos y le ofrece
máximo- ungs modelos.
-como
22. Ibid.
23. Ibid, pp. xxvrrr-xxrx.
fl
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 69
Una vez establecido esto, ¿qué aporta lá historia cuanti-
I
tativa basada en el modelo de contabilidad nacional? El his-
toriador no tiene competencia suficiente para saber lo que
aquella promete a la teoría. Cree que pSede aportar mucho,
aungue*.nada. ql+gvo o esencial, al análisis histórico. Final-
mente, teme que páiá'él períódo (preestadístico" no haya
respetado, en los lrrimeros resultados ofrecidos al público, las
reglas técnicas, las reglas críticas, las que derivan no de la
vocación, sino del oficio de historiador.
La ventaja de los métodos cuantitativos J. Marc-
zewski-, se reduce, en suma, a que desplazan-escribe
el momento
en que juega la elección del observador: en vez de inter-
venir duranúe la observación de la realidad por describir,
se manifiestan principalmente en el momento de la cons-
trucción del sistema de referencias que servirá para enume-
rar los hechos convertidos así en conceptualmente homo-
géneos. Ahora bien, la construcción de un sistema de refe-
rencias puede hacerse independientemente de cualquier preo
cupación que concierna a una narración histórica deter-
minada. Incluso puede hacerse bajo la forma de un esquema
general, aplicable a todas las realidades de un mismo tipo.x
Entonces la nueva historia cuantitativa introduciría la
objetividad de la observación en la historia. ¿Es eso exacto?
¿Y no hay alguna trampa en el método que propone para
introducirla? .
Cuando: $im_iahd planteó las reglas estrictas de la obser-
vación de- p1éCigq y_';gJafas,-.Eu m-é.fpd"e.prjn9ip.el fep, d-e"nr-o¡-'
tr ar b g j _o q u é c on d i cip n e.s las.. cif r as". essrit4p, .en. uq ( o 9 u1y -e1t! 9,
eran un dato obietivo. Exigía que se confirmasen, mediante
una crítica rigurosa, no sólo las garantías de autenticidad,
veracidad, etc., que son los habituales controles del historia-
dor, sino también que no se tratara de <opiniones), (apre-
ciaciones>, que no fuesen, por tanto, datos subjeliuos. Las
cifras debían ser l¿ resultante involuntariq de un complejo
de decisiones o acciones (sea que esa resultante fuese un
precio, una producción, un índice de natalidad o una renta;
lo que hace falta, es que la expresión cuantitativa obtenida
traduzca objetivamente una realidad que no dependa del que
la escribió ni del que la lee). En cuanto a la homogeneidad
que hay que buscar, es Ia del fenómeno cristalizado por las
24. Ibid., pp. v-vr.
70 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA
cifras y la de las fuentes que I.o ofre,cen. Estas deben garan-
tizar que no se hayan inodificado, en toda la extensión de la
serie obtenida,,fu.;flefinición ni la medida del hecho observa-
cio. Habiendo tomádo esas pr€caucibnes, se está en presencia
de un documento objetivo, y de la posibilidad de uná historia
cuantitativa, Esa conq,uista data de hace más de treinta años.
Nuestro problema reside incluso.,en extender el campo de
esa objetividad investigando, fuera del terreno eeonómico, en
qué condiciones (por ejemplo de repetición) deja un texto de
ser,un <testimonioo, y el acontecimiento un mero uhechoo,
para convertirse en el signo objetivo de un fenómeno histó-
rico, ¿Textos-series, acontecimientos-series alcanzarán un día
significación estructural? ¿Construiremos' <modelos" históri-
cos? Por el momento ,la fuerza de la historia económica está
en ser la forma de historia basada en el documento que
menos depende de la intervención del historiador.
¿Será esto cierto en la nueva historia (cuantitativar? Me
temo que no, puesto que entiende deducir de su modelo las
magnitudes que no encontrará ,en, los documentos, con sólo
que el número de incógnitas no sea mayor que el número de
ecuaciones.t
Pues bien, las lagunas documentales son más numerosas
gyanto más nos remontemos en el tiempo.'La parte de datos
deducídos aumenta a medida que la reitidad tlene mds opor-
tunldades de apa.rtarse del modelo. Ciefiamente, tantd en
tr700 como en 1900, producción más importaeión es igual a
consumo más exportación más formación de capital. ¡pero
signifrca lo mismo <formación de capitaln en 1ZOO qü"
19.00-? El esquema, abstracto en apariencia pero nacido de "tt
realidades modernas, no sirve para verificar necesariamenfe
el análisis por unos datos y esos datos por un análisis.
Nombra las magnitudes por adelantado. Lai numera. Inter-
viene en la observacion.
El no preocuparse por la ¿narración históricar presenta
pygs.ulos riesgos fundamentales y no asegura máJ que un
objetivismo formal. Estudiar Francia de 1700 a lg00 mejor
gg9 de l7l5 a 1815, o España de ló50 a 1800 mejor que-de
tó40 a 1808, ¿es ser más cobjetivo>? De hecho, unjserii sirve
al historiador cuando agota las posibilidades de una tuente y
no las suryra. l72b o 175ó son fechas, objetivarrienté impoi_
tantes para,el estudio del siglo xvrrr en Francia, porque una
inicia la época de la <visibiñaaa económicar por ta á*tubiti-
25. Ibid., p. xrr.
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 7l
zación monetária, y la otra la serie más fiable de los precios
del trigo.
Incluso.,en Ia,técnica de la observación estadística, un
promedio decenal, basado,en una división mecánica del tiem-
po, tiene menos sentido que un promedio ciclico basado en
el examen previo de las series. tlnicamente ese promedio
cíclico nos -asegura que compararemos a largo plazo unos
grupos de años en los que la probabilidad de años buenos,
medianos y malos es. equivalente." El promedio decenal de-
forma la verdadera marcha del movimiento'largo.
Así pues la nueva historia euantitativa olvida las antiguas
garantías y anuncia unas reconstrucciones bastante peligro-
sas. Su mérito no reside en la fundación de una historia rn¡ís
objetiva. ¿Tal vez está más en sus fines que en sus métodos?
El modelo de contabilidad naciona-l
aprovecha la característica específica de los acontecimientos
econémicos: el hecho de poderse expresar en términos de
unidades de valor y que, por consiguiente, son, en principio
conmensurables y agregativos,2T
El economista plantea en principio esa (conmensurabili-
dadr. El historiador tiene el deber de cuestionarla. A larga
distancia (ni siquiera m.uy larga) no se pueden comparar Ia
expresión monetaria, el contenido utilidad ni el contenido-
trabajo de unos bienes. No se pueden confrontar los nhteles
de nodos de vida distintos. Es inimaginable la cutilidad> que
le hubiera proporcionado un televisor a un hombre del si-
glo xvr.l Lo mismo que un promedia económico no trad.uce
el mod,elo social del nivel de vida. Por todo ello, comparar ál
ciudadano francés de l9ó0 con el de 1700 es un ejercicio
cuan:titativo absolutamente artificial.
Eso no signiñca que seguir el crecimiento, sus impulsos o
sus estancamientos no tenga interés. Pero más vale seguir,
uno por uno, los volúrnpmes de diversas producciones para
investigar qué es lo que tiende al crecimiento, que intentar
captar conjuntos agregativos expresados en valor.,En cual-
26. P. Vilar, cRemarques sur lfistoire des prixr, Annales ESC (ene-
ro-febrero tl)61), pp. ll&115.
27. Marczewski, pp. vr-vrr,
28, Habla desarrollado estas tesis enla Conferenci.a internacional de
historia económica de Estocolmo, 19ó0, París-Ia, Haya, 1960, pp. 35-82.
qt
72 EcoNoMÍA, DEREcHo, HrsroRIA
quier caso, toda utilización de valores supone una periodi-
zación, una división cronológica sólidamente fundada para
evitar la comparación de conjuntos cualitativamente dis-
tintos:
Me alegra encontrar esa misma preocupación en la expo-
sición de J. Marczewski, y en esto es donde pueden deberle
mucho los historiadores, lo mismo que a las escuelas de eco-
nometría retrospectiva en las que se inspira. Su método de
ponderación móvil, que tiene en cuenta los cambios de es-
tn¡ctura del producto interior, y la idea de una tipotogía del
crecimiento a través del tiempo son dos ejemplos de investi-
gación de interés común a la economia y a la historia.r, En
cambio, por qué dejar entrever su perar al no poder contes-
tar a la pregunta:
¿Cuál serÍa hoy, en función de nuestra escala de valores
actual, el valor de una producción de hace tiempo, por
ejemplo, la de Francia en 1700? r
Pero, lamentablemente, el segundo cuaderno d,e Historia
cuantitativa no vacila en presentar, para el (producto agríco-
I
it
Ia final" francés, una curya que, paitiendo de 1.185 mil-iones
de *francos corrientes> en 1700, termina en 1.464.700 millones
de francos (galopantes) en 1950. .Deflacionando) para obte-
I
ner la expresión en francos de 1905-1914, se obtiéne un re-
sultado más razonable.,' ¿Pero utilizable en mejor medida?
No estoy seguro.
Aquí, el historiador preferirá las precauciones anunciadas
a las imprudencias de las primeras realizaciones. y esas pre-
cauciones aún le parecerán más útiles el día en que se re-
constituyan las estructuras del producto global bruio y neto,
de la renta nacional, de la renta disponible, e inclusó de h
población activa: campos todos ellos en los que el riesgo de
com-parar lo incomparable es particularmente importanie.
tJnicamente un estudio microscópico que puede
darle su parte a lo cuantitativo* al nivel -pero
dé las emprésas y
los tipos de remuneración puede asegurarnos que no estamos
aplicando la misma palabra a unas realidades distintas. Ob_
servación y- conceptualización, microobservación y macroob-
servación tienen que controlarse recíprocamenté de forma
29, .Marczewski, p. xr, n.7, y <Le take off en Francct,Cahier ISEA,
serie AD, l, (19ól).
30. Marczewski, pp. xrr y xrv.
31. Toutain, op. cit., II, pp. ffi, 65, l2g-129.
I
ESTRUCTURAS Y COYUNTURAS 73
constante. Esto le resta apariencia de precisión al análisis.
Le protege de generalizaciones ilegítimas. O, mejor, determi-
na el grado de generalización a que está autorizado el obser-
vador.
Aquí es donde se plantean realmente los problemas de las
relaciones entre eI análisis histórico y el análisis económico.
¿Cuándo y dónde cuenta <la historia cuantitativa> con hacer
intervenir aI "hecho específico" que le reprocha a Mitchell,
Moore y Burns haber olvidado en sus trabajos sobre el
ciclo? " Si sólo se trata de probar estadísticamente que el
crecimiento francés ya era (muy sensible> a mediados del
siglo xvur, que se hizo más lento durante la Revolución
francesa y la Primera Guerra Mundial, hasta la gran depre-
sión de 1930," lo que es visible, sin grandes cálculos, es una
relación entre economía e historia. Una simple curva, muy
conocida, de la renta nacional francesa desde 1900, demues-
tra desde hace tiempo a los franceses de mi generación que
su historia, incluso Ia económica, se llama guerras y crisis, y
no (desarrollo autosostenido>. El problema es el estudio cro-
nológico, cuantitativo y cualitativo, de los mecanismos re-
constituibles que unen crecimento con crisis, guerras, evo-
luciones y revoluciones. No es un problema seniillo. No ad-
mite soluciones unilaterales. Escribir:
En cuanto al período anterior al siglo xvrrr, se observa,
al menos desde la guerra de los Cien Años, una alternancia
de períodos de desarrollo y declive, que son esencialmente
función de acontecimentos polÍticos,r
es olvidar el esfuerzo cuantitativo de los historiadores que,
desde hace unos cuantos decenios, reflexionan sobre h péste
f.tegra y el descubrimiento de América. ¿Acaso se cree que
los economistas no sacarían de ello conclusiones importantés?
En cuanto a la historia social contemporáned-, ¿es sólo
una esperanza'de futuro, ligada al estudio cuantitativó de las
contabilidades nacionales?
Explicados de esta forma, los cambios de estructura de
Ia rentá nácional podrían convertirse en un instrumertto
precioso para los estudios de sociología histórica referid.a
a los movimientos sociales, a la formación y el papel de
Ios grupos y las clases sociales...3'
32. Marczewski, p. xxxrx.
33. Ibid., p.'n-vr.
34. Ibid., p. x,vr.
35. Ibid., p. xvr (el subrayado es nuestro).
 74 EcoNoMfA, DEREcÉr,o, HrsroRra
Naturalmente. ¿Pero no se ha convertido lajhistoria cuan-
titativa ta existente en ese precioso instrumento? ¿De qué se
ocupó Simiandrlsino de la psicologla obrera ante el salario?
¿Y de qué E. Labrousse, sino de las contradicciones entre las
rentas y los conflictos entre las clases antes de 1789? ¿Es se-
guro que el cálculo global del porcentaje de los tipos de;renta
nacional es el mejor instrumento para el análisis de las
clases? Ciertarnente, sería bien recibido. pero no es ni el
primero, ni el único.
De hecho, es rnuy importante sobre todo que cada disci-
plina tenga un conocimiento exacto de todo lo que puede
ofrecerle la disciplina vecina, y de lo que ésta espera a carrbio.
Del nuevo modelo de ¿historia cuantitativár, el historia-
dor utiljzará primero las definiciones. ¿eué es el *productor
nacional, ueto y bruto? ¿Qué es la srenta) nacional y cuáI
es su estructura: salarios, cargas sociales, beneficios:distri-
buidos y no distribuidos, arriendos, dividendos e intereses?
¿Qué es la renta disponible y cómo se calcula? ¿Cómo se
distribuye entre familias, administraciones o socieáades? ¿A
qué se llarnan disponibilidades nacionales, teniendo en cuá-
lilr ta las operaciones exteriores? ¿Cómo elaborar una balanza
{;: de pagos correcta? ¿.Qué métodos permiten un análisis útil del
I ahorro, de la inversión y sus estructuras? ¿eué precauciones
deben tomarse _para evitar los dobles empléos (producto glo-
f
bal, pr"oducto final, etc.)? ¿Para utilizar los piecios? ¿p-ara
pasar de cifras globales a cifras por habitanté en el anlálisis
Ii, -
demográfico?
A través de esas_magnitudes, el economista busca leyes
generales, posibilidades de intervención
v verificaciohes eíta.
dísticas. El historiador busca sobre todo un principio de
clasificación de los datos documentales, un prinóipio áe.aná-
lisis para el estudis económico d9 los gruios, rin lenguaje
precisg cuyo uso, por,otro lado, tiene que éstar cuestioiado
siempre. Ello basta ampliamente para -hacer del modelo de
contabilidad nacional un instrumento de' investigación histó
rica de primer orden.
Lo que- _puede pedirle el economista al historiador, en
contrapartida, es-:. 1, los límites exactos de las posibilidades
de una información retrospectiva; 2, las concluiiones sólidas
ya existentes que aconse¡io á""att-r"¡";;;;; il;;;
medidas. "
esto, los promotores
- -En debido de tener endecuenta
la nueva *historia cuantitativar
hubieran dos elementos sobre todo:
la importancia del cicla corto en las economlas de tipo anti_
EsrRUcruRAs y coyuNTURAs Z5
I las principales diferencias entre las posibilidades do-
guo,
cume-ntales dela estadísticar y las de la época pre- n
estadísticar "época i:;i,
. I ,, I
Es cierto que fluctuaciones de perlodo corto pueden
intprvenir bajo la influencia de factores coyunturalei, pero
esas fluctuaciones no son profundas y su lócaüzaciOn 6 iu
eliminación son relativamente fácilesÍ
'¿Puede razonarse así
antes de 1800, incluso para gran
narte del siglo xrx? La crisis alimentica periódiea.no "sólo
desencadena miserias sociales y sus secueias, tiene además
reacciones en cadena en toda lá economía; y la escasez pro.
cura }!os enriquecimientos que la oformación de capitalu
bien debe tener en cuenta. sean cuales sean las conclusliones
globales-y a largo plazo, despreciar el ciclo corto impide
captar el mepanismo de la soCiedad antigua. Hoy inclusb,se
enseña en las escuelas.
Por otro lado ¿se pueden, antes de 1800, <suplir las lagu.
nas informativasrs' sumando o restando agregadós? Cabía és_
perar_ establecer por lo menos unos cuantó".-Los'mbjores co-
nocedores de nuestros archivos saben que eso es irñposible.
Se pueden estudiar casos, regiones o meóanismos. peró nunca
la p_rg,ducción nacional en sú conjunto, en el campo
o el industrial. Según el produito, nuestras infórmaiiones
"Sil"oi;
estadísticas s,eguras empigzan en unas fechas que se van es_
calonando a lo largo de más de un siglo. No se-pueden abor_
car conjuntos, tanto en Francia corno en la mayoría de los
países, hasta después de l8ó0 como mínimo. Y no todos
l^o¡ conjuntos. Y sin embargo, nos prometen ta esperanza
opuesta:
Las posi:bilidades de verificación que ofrece la historia
cuantitativa son particularmente valioias cuando se trata de
períodos par_a los que no existen datos estadfsticos regula-
res. Tal es el caso de la historia de Francia antes de igl5.
!a9 divisiones trorizontalÁs t ;;¿"1* que acabamos de
mencionar permiten ento,rrces aprovechai al máximo las
informaeiones sueltas, desperdigád¿s, por los distintos es-
critos de la. ér¡roca.r
36. Ibid., p. xt.
37. Ibid., p. w.
38. Ibid., p. xr.
76 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA
Desgfabiadamenté, los <escritos de la época', al igual que
los muebles, no son todos buenos. Las reglas de oro de Si.
miand se han oMdado. Todos aquellos que están convencidcii
de los brillantes progresos que la historia cuantitativa puede
hacer realizar a la historia a secas de los siglos xrx y xx, la-
mentan que ésta se aventurase con demasiada ligerezá hasta
épocas anteriores.
Antes de emprender su'intento de <contabilizaciónn de la
producción agrícola a la era preestadística, J.-C. Toutain es-
cribe:'
No puede practicarse la evaluación de la producción de
cada producto a nivel del elemento productor de base'-la
parcela- ni siquiera a nivel de la empresa de base, la explo,
tación agrícola. Sólo se puede intentar a nivel de la comarca
o el cantón y con la ayuda de indicadores arbltrarios,. corno
el rendimiento, calculados las más de las veces a ojo. ¿No
es t¡na paradoja que sea el rendimiento lo que sirve p.-ara
calcular el producto y no el producto para cálcular el-ren-
dimientb?'¿Y que esé produCto se dete-rmi¡re según la idei
que'del cíecimiento sé haga el evaluador local-? por otra
parte, este procedimiento hace cohtabilizar a título de
productos efectivos productos solamente virtuales.3e
,'l
Es,una condena. Pero el método se aplica. E incluso bajo
esta forma:
"El rendimiento de Vauban es inaceptable, peio
como no disponemos de medios para conegirlo, lo conser
varemos provisionalmente:¡.*
Quizás me preocupe más aún la fórmula:
"Los multipli-
cadores de extrapolaciones utilizados de la muestra, en cbn-
junto, son generalmente falsos, pero su corrección resulta
sencilla...>" porqu€ este lenguaje culto sólo quiere constatar:
Para estudiar la producción agrícola del siglo xvrrr no
e¡is-te ningún,:dato estadlstico oficial. pero un gian nrimero
de ho.mbres de Estado, agrónomos, viajeros, h-ombres poll-
ticos (en el mornento de la Revolución), partiendo de en-
euestas personales efectuadas en algunas partes del te¡ri_
torio, intentaron evaluar el productó ¿e ta agricultura... r,
39. Toutain, op. cit., I, pp. 2-3.
40. Ibid., p. tZl'.
41. Ibid., p. 5, n. ó.
42. Ibid., p. 4.
ESTRUGTURAS Y coYUNTURAS 7:l
Si es menester, uno se conforma con, D'Avenel, porque
<escribió a fináles del siglo xrx, y consultó a los autores áel
(lo cual autoriza a tomarle prestada una cifra de su-
XI/IIID'¡
perficie cultivada del año ló00).
En cuanto a los historiadores, es inrltil proseguir. Como
dice Pierre €haunu:
Es auténticamente inadmi$ible que se hayan adoptado'
semejántes prejuicios de desprecio, iiconscienie más qüe vo-
luntario, respecto al gigantesco esfuerzo prestado por los
historiadores de la economía.{
J. Marczewski contestó " que ningln estudio histórico re-
ciente era susceptible de mb-dificar de manera t¡erdaderaméryt-
te sensible los resultados de J.-C. Toutain, y que había que
escoger entre esa'<primera aproximaciónD o posponer el pri-
mer volumen de historia cuantitativa hasth el año 2000.
Bueno. ¿Pero se trataba de dertrostrar que el producto
agrícola francés había crecido desde 1700? ¿Que la oindustria
química" ocupaba en Francia a 12.500 obreros en 1781-1790
y a 119.885 en 1936? En la medida en que algunas inflexiones
de la curva son importantes, ya eran conocidas, porque se
han calculado partiendo de los precios. Así, para el interciclo
de recesión anterior a la Revolución francesa, que en la curva'
resulta de la aplicación de precios bien conocidos a una
supuesta producción.'
Esperábamos mucho de una tentativa que, como otras
varias desde hace veinte años, se entregó a la tarea de con-
ferirle a la reflexión económica un fundamento en el tiempo.
Seguimos estando seguros de que, respecto al período <es-
tadísticor, mantendrá sus promesas, y que la historia las
aprovechará.
Pero es necesario que en cada momento cada disciplina
tenga conciencia exacta de sus limitaciones y sus fines, adapte
su lenguaje al nivel de las posibilidades de la información,
43. Ibid., p. 32.
44, Art. cit., p. 172. P. Chaunu revela un error especialmente chocan-
te sobre la incorlroración de Lorena, pero, lo mismo que yo, juzga inrltil
una multiplicación de crlticas de detalles. Es el método lo que hiere
las costumbres del historiador,
45. eQ¡¡slquss observations...D, art. cit., p. 178.
_ !ó. Sin embargo, en este caso, ¿por qué citar, junto a las cifras de
E. Labrousse que se adoptan, unas cifras'(sueltasD, aisladas en algunos
autores de la época? Sus contradicciones con los números establecidos
estadlsticamente demuestran cuánta confianza se les puede tener.
 78 EcoNoMfa, DEREcHo, HrsroRra
respete la originalidad de las disciplinas vecinas, y obsene
las reglas técnicas que está abocada a copiarles.
Como historiadores no tenemos por qué indignarnos al
leer esta frase de J.-C. Toutain:
Continuando con el estudio del crecimiento de larga du-
ración, hemos eliminado los años de guerra y sustituido el
decenio L9l5-1924 por el medio decenio 192ú1924 y el dece.
nio 1935-1944 por los años 1935-1938.{
Es un procedimiento legítimo de análisis.
Pero, para el historiador, la guerra no es <exógena¡. No
puede eliminarla. Y tampoco puede eliminar (demasiado lo
ha hecho) lo que haya de explicativo, incluso para la guerra,
en los movimientos y cortos- de la economla.
Su pesada tarea -largos
es captar, en una interdependencia. toda-
vía más amplia que la de la contabilidad nacional, los meca-
nismos del conjunto histórico et¿tero, donde el hombre vive,
crea, lucha y muere.
t'
I
M
It
\ construyendo, que habría que ligar toda lógica a una reali:
47. Op. cit., I, p. ll.
DE LA ECONOMfA A LA HISTORIA,
PASANDO POR LA SOCIEDAD*
Hace algunos años, escuché de boca de un colega lin-
güista, una ocurrencia divertida. El profesor, decía é1, es un
dogmático nato; el investigador, un revisionista nato. Como
aquel dÍa se trataba de rendir homenaje a un maestro, es
inútil subrayar que se le atribuían todas las virtudes (y nin. r
guno de los defectos) sugeridas por esa doble definición. 'tj./
:
Pero, aparte de la diversión de aetualidad que represent'aba
la elección del vocabulario, la fórmula me pareció estar car- '': )
gada con una de las angustias secretas de nuestro oficio. ,
Porque ponerlo todo en duda, y en todo momento, ante l
un auditorio joven, asegura algo de éxito, pero en seguida
desconcierta, y el profesor, muy a su pesar, bien tiene un día
que (controlar los conocimientos>. Sin embargo, en cual-
quier materia y ante cualquier persona, dejar creer que exis- j
te un csaberr constituido de una vez por todas es la peor de .''
Ias traiciones para con la ciencia. ¿Qué hacer entonces?
Ya sabemos que habría que construir criticando y criticar
dad, y toda realidad a una lógicá, que habría que descubrir
el fallo en el último de los deScubrimientos, igual que el
núcleo de verdad en el más antiguo de los titubeos, que no
habrla que ser, ante los progresos de la mente, tontamente
pretencioso, ni absurdamente escéptico. ¡Difícil labor! Pero
tal vez el historiador, siempre llamado a confrontar en el
tiempo los cambios del mundo y la conciencia que se adquie-
re de ellos, no sea el menos indicado para juzgar la legitimi-
dad de los cdogrtras> y el alcance de las (revisionesD.
,El cdogma) es generalmente patrimonio de disciplinas ais-
-la{as la enseñanza, casi por defi-nición, es
-y precisamente
unidisciplinaria-. La qrevisión' nace del contacto entre cien-
cias la investigación es pluridisciplinaria, o afirma su in-
-y de
tención serlo.
* Artlculo aparecido en el Bulletin de l'Association des professeurs
- sciences
de sociales dans l'enseignement secondaire, n.o l. ' '
-
 80 ECONOMÍA, DERECH O, HISTORIA
Pero, ¿en qué condiciones el "profesor-investigadorr (to-
dos deberíamos serlo) puede incluir las lecciones de.otra asig-
natura en la pedagogía de la suya, sin temor a ser acusado
por unos de incompetencia, y por otros de excesivo esoteris-
mo? La cuestión se plantea entre economía, sociología e his-
toria, en cuanto se trata de programar una educación que no
deje desarmado ante lo social. Aislado, el economista erige
en verdad una teoría cuyo sistema de hipótesis no siempre
explica; el sociólogo comenta unas formas cuyo alcance y es-
tabilidad en el tiempo no precisa; el historiador, anclado sóli-
damente en los <grandes hechos" de indiscutible incidenciá,
se cree en la obligación de no proponer más que una inter-
, pretación prudente. La colaboración de todos debería reunir
.' en un manojo sus tres exigencias respectivas: exigencia teó-
,, rica, exigencia experimental y exigencia diacrónica. Pero
; cuando uno de los tres habla en nombre de los demás, los
¡ demás sonríen, cuando no se enojan.
Y sin embargo, la cuestión principal es ésta: ¿cuál es la
relación entre el hombre y su producto, entre economía e
historia? Cuando Marx planteó el principio ("en último aná-
lisis>) de la primacía de lo económico, muchos se indignaron
en nombre del
"espíritu), porque la economía de la época no
podía ofrecer a las masas más que un salario mínimo inter-
1,
profesional no garantizado y realmente bajísimo. Hoy, cuan-
(
do el más mínimo paso en el <desarrollo" ¿s5.d. ofrecer, si
no a todos, por lo menos a la mayoría, automóvil y televisor,
t il hete aquí que la primacía de lo económico se convierte en
un principio conseryador, ya que todo se resolverá por lo
económico; y es revolucionario descubrir que no sólo de pan
vive el hombre.
Entonces aparece el psicosociólogo, con Freud en el bol-
sillo, y nos explica que las revoluciones, o incluso las huel-
gas, son en menor medida la búsqueda de un poder o de una
vida mejor, que un desahogo, o incluso que una
pone en duda que la iniciativa histórica del hombre "fiesta>. Se
derive
de la razón, y menos que de ninguna, de la razón económica.
Se perseguía el consenso por persuasión, y he aquí que se
descubre la rebelión en la lógica del inconsciente.
Pues bien, resulta que todo está relacionado. Los viejos
apologistas del laissez-taire creian que la armonía económica
sólo era turbada por la intervención intempestiva de las
leyes. Los mordernos apologistas de la era técnica ven obs-
táculos al <<desarrollo> ya no en la acción de los poderes
(integrada en la técnica), sino en la incomprensión y la irra-
EsrRUcruRAS y coyUNTURAS 81
cionalidad de las masas. Eso ya empezó con Turgot. Malos
razonamientos, mala información, (mitología social>, serían,
según Alfred Sauvy, lo propio de las reacciones económicas
del hombre medio. Uno está hasta cierto punto tentado de
preguntarse cómo un agente tan mal informado y ciego pue-
de asegurar la racionalidad de las curvas clásicas. Se respon-
derá (pero lo sabíamos desde siempre) que esa racionalidad
no implica que cada uno de nosotros, con toda lucidez y en
todo momento, mida sus decisiones con la teoría de los jue-
gos, o incluso con más inocencia, en términos marginalistas.
Sencillamente, todo ocurre como si... Pero entonces, ¿por
qué no conceder a lo histórico global, incluido el gesto social
y la elección política, ese mismo tipo de racionalidad, que no
significa la plena conciencia de cada agente? Entre lo econó-
mico y el acontecimiento se inserta la especificidad de ta
mediación social, cuya forma externa puede marcar las pul-
siones individuales, o bien una excepción anecdótica, pero
cuyo alcance histórico real se mide siempre al nivel de los
grupos, al nivel de las clases.
En el diálogo entre economistas e historiadores (o entre
historiadores más o menos economistas) abundan los malen-
tendidos en torno a esa mediación de lo social a menudo
poco comprendida. Los más inteligentes los más diver-
-y
sos- desconfían con razón de todo <economismo>, es decir,
de todo lazo elemental y directo entre una constatación de
orden económico y un hecho clásicamente histórico, o sea,
políticamente importante. Así es como un marxista como
Boris Porchnev desconfió durante mucho tiempo de Ia deci-
siva demostración de Ernest Labrousse sobre la génesis de
Ia Revolución francesa, porque temia que gentes su-perficiales. ,,
llegaran a descubrir la (causa> de esa revolución Ln la cul-l ri
minación, en julio de 1789, de los precios de hambre; ahora
bien, es evidente, para cualquier lector cuidadoso de la obra
de Ernest Labrousse, que si *la Grande peurrr, la agitación
campesina <de tipo antiguo>, es la expresión violenta que
permite derribar en una sola noche todo un orden social, es
que ese orden social está minado por sus propias contradic_
ciones desde hace más de medio siglo; la éstrüctura, a largo
plazo, se desgasta, y nuevas clasei están impacientes pór
aprovecharlo; la coyuntuta'fecha g desencadeia.
En el polo op-uesto,-del abanico intelectual, la New Econo-
yiC H.istory, escuela de economistas historiadores y no de
historiadores economistas, utiliza todo el arsenal deí cátcuiá
económico y de la estadística retrospectiva p;
"i;;¡i;;
82 ECONOMÍA, DERECI:IO, HISTORIA
tradiciones de un-..u-ecp-¡rg4gismo¿--elemenral: ¿cómo ligar la
rbb*aian dálñ?é;;oióñiás americanas contrá su meúópoli
a la presión fiiscal, si se puede establecer que el impuesto
recaudado.en lag colonias no represeRtaba más que el 0,73
por ciento de su producto social? Segurament€¡ (no valía la
pena... ¡. Pero si la revuelta fiscal no era más que la ocasión
-y eI detonante- utilizada por una clase en ascenso para
desembarazarse de su tutela y fundar su propio Estado, el
mecanismo, que tiene su base en la economía y no en la fis-
calid.ad, toma de nuevo las dimensiones de su mismo objeto.
Naturalmente, habría que someter a veriffcación este nuevo
rnodelo, en lo que puéde tener de cuantitativo (que no lo es
todo). De hecho, cualquier crítica erigida' de esta forma, con
motivos suficientes, contra una relación causal descubierta
con demasiada ingenuidad entre el hecho histórico y la serie
económica, no es otra cosa que una invitación a penetrar
más en el hecho social profundo.
Todavía hay que disipar la oscuridad que rodea tenu-
mente ejg¿fhp_1a"f--sgj-hl¿- En el siglo xtx, <la cuestión so-
ciall era el sistemá del salariado. (Los conflictos de clases
H. J. Perkin-, parece que han sido eI concomitante
-escribe
inevit4ble de la industrialización en todos los países que la
han experimentado.> Pero la industrializaeión no deja de po-
ner más productos, a mejor precio, a disposición de un
número creciente de consumidores. En términos económicos,
la lucha de clases, a largo plazo, es irraciofial. Es, a grosso
modo, la tesis de Maurice Lévy-Leboyer, en un reciente ar-
tículo, que discute el papel y tal vez la existencia, de las
fases <Ap y <Br de Simiand basadas en unas series de precios
nominales, de cuya alternancia, según Maurice Lévy-Leboyer,
Simiand hubiera sacado unas conclusiones pesimistas, por
prejuicios favorables a las revindicaciones obrefas. Yo no
creo mucho en el pesimismo de Simiand, me parece en
cambio que cree en el efecto crea:dor (por la sucesión de
floración y selección) de las alternancias. Pero no es éste el
principal problema. Este consiste en preguntarse por qué
fluctúan las luchas de clases, y a veces se exasperan, si no es
por razones económicas observables y qué se puedan expresar
en cifras. El profesor Perkin planteó esta misma cuestión en
el Congreso de Leningrado (1970), sobre un intento de esti-
mac.ión, durante unas fases <Kondratieff¡ sucesivas (más o
menos las mismas que las de Simiand), del pNB por habitan-
Le el Gran Bretaña, y de los salarios reales correspondientes.
El índice de crecimiento siempre serÍa positivo paia esos dos
ESTRTjCTURAS Y COYUNTURAS 83
indicadores, salvo una baja ligera del salario real entre 1g94.
f898 _y 1909-1913 y, quizd,s, entre 1815-1819 y 1g45,1849. Eilo
justifica,ría, y sólo en esas dos fases, una agudización cre-
ciente de las luchas de qlgss. H, J. perkin óncluye redac-
tando un programa de mejora de los indicadores ecónómicos
y de los indicadores sociales (huelgas, etc.).
, Se acaba de cumplir ese programa, respecto a los años
1870-1890 en Francia, con la tesis de Michellé perrot, admira-
lle .estudio -de las huelgas, que revela una correlación muy
débil_entre los índices eionórnicos 5r la propensión a la huei
ga. ¿Sacaremos la conclusión de la irracionalidad de las re_
laciones entre lo económico y lo social, L ¿" u ;""i";fid"á
de este último?
No vayamos demasiado deprisa. y primero, revisemos
nuestros instrumentos. En las series de perkin, el crecimiento
de los salarios reates británicos entre r9l9-r923 y tsiilgsg
varía del por ciento al 4,1 por ciento anual, según los
-0,83
autores citados. ¿Quién puede permitirse hacer razoñamien-
tos sobre unas medidas tan poco seguras? por otro lado,
qué esa preferencia ¿por
.por el largo piazo (baja tecnotOgi;'ae
los precios) o et medio cicto Kóndlafieff (2ó-25 anoslluunáo
las fluctuaciones más características del sigro estudí"¿o tu"-
ron de ciclo intradecenal (antaño problemá principal, y hoy
pasado de moda)? Finalmente, ¿qüé es el nialarió ,"á1,, Ji
no, la relación teórica entre salari,o por ho,ra y
"coste dé h
vida"? ¿No tendríamos que revisar nuestros ó"""éplór-f"*
damentales, aquellos qué se atienen a las estructuras? En
época de deflación, la parte del trabajo en el producto global
del paro, y el. trabajador indivi¿ual, aunquá i-.j*
l-T:"d".
Ios precios, está demasiado amenazado como para óelebrarlo
en grande; ¡se podría s_acar demasiado partidót Sn epo"u á"
infl3ción, ¿qué trabajador cree "rtu, puiti"ipando fo ."n"i"*
te de la satisfacción que estii extendiéndot"i D" rr""rto,-lü"u-
mo: afinar nuestras investigaciones en el orden isico_
-qu9
sociológico
¡ara poder caprar cóñro participa et tromUre-inái_
vidual en ciertos rnovimientos de la concieircia q""
mide quizá mejor de lo q,r" -"r"" "of""ti"á,entre
<trabajo remunerado" y otrabajo ""
fu relación
no remuneradou s¡ ef fro_
ducto social? La clase tiene uá instinto más seguro q"á-"f
individuo. Es pe,ligroso creer que es pasiva. Los"ptanidcaaó_
res lo h¿rn demostrado, tanto tn Frücia como en polonia.
. .Ciertamente, hay que desmitificar los mitos. i;r;;;;:
ooles su parte de verdad.
acaparadoru de lai viejas crisis
era a la vez un mito y un"El fenóméno. A yeces la *viáa
""".r,
84 ECONOMÍA, DERECHO, HISTORIA

-mito,'pero no la inflación. La sbarrera del dineror, en

es un
un principio n simple imagen>, deja un día de serlo.
Alired
Sauvy, que e& :Histoire économique de la France entre les
detu guerreq hace esa constatación, está atento sobre todo
a los períodos (1934.1935) en que el asalariado medio es inca-
paz de sentir cuánto aumenta su poder adquisitivo la baja
9:-lor precios; ¡pero está menos atento a a{ueilos *"r", á"
1920 en-que el coste de la vida sube un ? y un 9 por cientoi
Con- toda sinceridad, se cree sin embargo uet expertou que
est¿blece- científicamente los cálculos ¿i los índlices. y'se
rndrgna cle que se hayan entregado esos cálculos a (aboga_
dssr, €S decir, a. representanteJ- de intereses distintos: -pió-
ductores-consumidores, empresaiios-asalariados. Sin embárgo
este método no es más que el reconocirniento de vn, hecño
objetivo: la visión del ccóste de la vida> (la del ti al
la vida) depende de la perspecthta social. "oiti,
Así, cuando A. Sauvy,-al constatar que entre 1926 y L9Sg,
una cámara ade izquierdas> cedió el poder cinco veles en
dos años a gabinetes cde derechaso, coircluye:

El conocimiento de los datos (entendamos los datos eco,

ylynicos) más elementales era reálmente aemasiaao iufer-
frcial para gue una mayorla clarividente sariera ael su?ra-
gio universal...

caemos en la tentación de parafrasear:

El conocimiento de los datos (entendamos los datos so,

clatgsy psico-sociate.s) más érá*i"tái", ;;;-J;,t';;;
siado_ syperficial para que una tecnoiiaciá
ctarivi¿inte-áiu-
ma el destino de un país?

Es pues necesaria una educación bdsíca en ciencias hu-

manas a todos los nhteles. ¿En qué *ñ;;; ñ
ideolo_gías, los.prejuicios eiisterit""i"orrái"ió*
ó" todas
pocna concebirse como una iniciación técnica.máner"r, ,ró
La hisioria
es tal vez la disciplina cde vocación generau
tería a ese futuro. d; ñr;;;;;
 EN LOS ORIGENES DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO:
PALABRAS Y LAS COSAS*

En la época clásica, pues, no existía la vida, ni la ciencia

de la vida; ni tampoco la filología. Pero sí una historia natu'
ral y una gramática general. Asimismo, tampoco eústía una
economía política, ya que, en el orden del saber, no existe
la producción. A la inversa, en los siglos xvrr y xvrrr existe
uná noción que ha seguido siéndonos familiar, aunque haya
perdido para nosotros su precisión esencial. Es más, no de-
bería hablarse de .nociónD a este respecto, pues no tiene
lugar en el interior de un juego de conceptos económicos
que desplazaría ligeramente, confiscándoles poco a poco sr¡
sentido o menoscabando su extensión. Se trata más bien de
un dominio general: de una capa muy coherente y muy bien
.l'
estratificada que comprende y aloja, como otros tantos ob-
fl, jetos parciales, las nociones de valor, de precio, de comer-
cio, de circulación, de renta, de interés. Este dominio, suelo
I
y objeto de la ueconomíau durante la época clásica, es.el
il de la riqueza. Es inútil plantearle cuestiones que provienen
de una economía de tipo diferente, organizada, por ejemplo,
[,t,,li
en torno a la producción o al trabajo; inútil igualmente el
analizar sus diversos conceptos (aun y sobre todo si su
nombre se ha perpetuado en consecuencia con una cierta
analogía de seniido¡, sin tener en cuenta el sistema del que
toman su positividad. Es tanto como querer analizar el gé-
nero linneano fuera del dominio de la historia natural o la
teoría de los tiempos de Bauzée sin tener en cuenta el hecho
de que la gramática general era su condición histórica de
posibilidad.

Esta es, en Les Mots et les Choses, una de las tesis de

Michel Foucault, o mejor, ésta es'la tesis de Miché-l Foucault,
aplicada aquí a la <cosa> econémica;
Es también un método de exposición y tn esfito cuyos
secretos no serla superfluo cuestionar.
Primero la frase breüe, incisiva y decisiva: (no hay... D,
* Artículo publicado en Ia Nontelle Critique (mayo 19ó7), pp. n-34.
Reproducido con la amable autorización de los editores.
88 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRra
(esto no existe... ), (es inútil ... >. En resumen, la hipótesis
de trabajo planteada como unos cimientos inmutables, y con-
vertida por esá seguridad en una mediatización del lector. Al
ser poco competente, no tiene más remedio que aceptarlo
todo. Si es competente, tendrá miedo de caer en las garras
de los <sería tanto como...' y los .es inútil ... ,. ¿Cuántas
mentes podrían resistir a ese terrorismo? r ,
Pero Mlchel Foucault juega también a otro juego. Tatnbién
r¡til-iz.a frases largas. Bajo el claro edificio del rigor exigido
(exigido a los demás) sabe cavar (para sí) el laberinto de las
inpidencias'y hacerlo más desconcertante con el reflejo de
imágenes. La que cree resaltar de urtquézau-
no es_ siquiera"noción,'
una noción. Es -la
(capaD, usuélor. Es
"campo),
extraña al juego de los conceptos. ób¡etos.u por lo
menos hasta el momento en que se"Ábarca nos prohíbe analizar los
conceptos de esa misrna *riquÉza, fu"rr alili"i"-*u;;;.;r:
tituyen.
Así el runruneo de las palabras abstractas y las palabras
como imagen nos ha conducido de. lo afirmativo a ló vago y
de lo vago a lo contradictorio, Gran comodidad para ,rueitró
demostrador que podrá contestar a cualquier o6jeción, aquí
que pensaba en ,rcolección', o alli que quería decii osisrcmár.
Pero, ¿es la única confusión que se permite su rigor?
Para Michel Foucault, <la época clásica" comienza con el
Quijote, sobre todo con su segunda parte, digamos que en
1615. Ahora bien, 1ó15, para cúalqtriei lector rnedianámente
culto, es también el año en que áparecen por primera vez
ciertas palabras en la portada dE un libro: iraité de l,écono-
mie politique, de Antoine de Montchrestlen. pero estamos
avisados: rEn,la ép9ca clásica, no ha¡r,economía políticar.
¿Entonces, surgiría una palabra en los mismós albores de
una era,de la que se nos invita a eliminarla? ¿y a eliminarla
en nombre de qué, si no de nuestra concepóión de lo que
encubre? Lo cual es exactamente el pecado inortal contri-el
que acaban .de ponernos en guardia, ¡imperiosa y sole¡nne_
me¡t9! ¿Qué clase de consejero es aquel qr+" ,ró pooL,
práctica sus propios consejos? ¿eué cláse dé'meditáción so- "r,
bre las palabras puede sei aquélla que aparta el testimonio
de su nacimiento? ¿eué clase de arqulolog?a del
es aquella que no respeta su propi4 croñología?"o.ro"iÁiur,ló
Porque, tras una brillante áemostración d'el contraste en_
tre dos-<saberes [episteme]" del siglo xvr y ;i;
época clásica>- he aquí que la-el "iá; áe
demostraóión, en-materia
economía, sitúa primero sla época clásicar €n (los siglos xvrr
(SAFERESD Y (DERECHo" 89
y xvur?, aunque luego incluye a Davanzati sea, los años
1580-, la ..Compendious examination -o
,decir, los años
1540- y hasta a Copér4ign,-lo que nos-eslleva a 1520-. Es
cierto que, en el otro extteüSo del <campo>, <la época clásica,
parece prolongarsp por lo menos hasta Ricardo.
_ Digo (parece)' porque con Cantillqn,,Quesnay, Adam Smith
(e incluso prescindiendo de William petty), mantener que,
<en el orden del conocimientor, <,la producción no exisier,
es algo difícil. Incluso para Michel Foucault. eue se tortu-
rará ante la evidencia. Pero, a partir de entonces, tanto peor
paraquiensedejeatraparpor.la.autoridaddeltono.
No voy a reprocharle a Michel Foucault el haber caricatu_
rizado, 9n un gracioso resumen, historia de,las,dqctrinas
económicas> ta,l y como se q¡seña"la aún, desgraciadamente. yo
lambién he denunciado los clichés de libro de texto, sequelas
de Gonnard
Lo que ahora me molesta es que Michel Foucault se tome
en serio.a esos-fantasmas. Si hubiera preferido la History ol
Economic Analgsis de Schumpeter, ésa obra maestra," las
Theorien über den Mehrwert di Marx, ese modelo de explo_
ración genética de un pensamiento, o incluso, sencillameirte,
Ja presentación por Alfred Sauvy de los <primitivos> de la
economía, sin duda hubiera hablado con algb más de modes-
tia. Que el <justo precior medieval se base en une problerná-
tica <puramente moral>, que el mercantilismo ."á Lrru
fusión sistemática> entre riqueza y moneda, que la utilidaá ""o*
apare.zca por vez primera en Galiani y el <precio natural> en
Cantillon, yo_creía esas antigualias eitabao y"
das. Michel Foucaul¡ -que "rrt"rr*
las erige en revulsivo para iu análisis.
Poco si el anális-is fuera correct-o. Sin
-importaría
¿puede acaso condenarse por aderantado caarquiur ñiiii!ái "*b;rd;
ción de un cierto tipo sobre los gérmenes dá penramierito
crent¡nco en el seno de textos antiguos, sin habérse referido
ante ,a, ,los especialistas verdaderos de.esa investigación,
des_
-s
preciando sistemáricamenre lo qrre han dicho ;;b;-;;i;ñ_
mátic-o nacimiento de ese conocimientor?
Hay que reconocer que Michel Foucault tuvo un escrúpulo
_
e l,u hgll .de -proponer sü propia demostración. .l¿virtiátué
cel análisis de las rigugzalr, más que la gramática gerreiát
o la historia natural, ha estado siempre-vinculado-a una
pTrytica y a unas institucione.s. Resefoa atort,rrraau, l pero
rá¡ridamenfe olvidada, puesto que en seguida repite
t!.t V t-eoría, en el senb de uná ccultuiap y en'un momento sn; iiii-
dado,. dependen de una misma uepisteme,n, .que define
las
 90 EcoNoMfA, DEREcHo, IrrsroRrA
condiciones de posibilidad de todo conocimienton. Así, la re-
forma monetaria de 1575-1577 y la reforma de Law se basa-
rían uen el mismo fundamento arqueológico>.
Reconozco que a propósito del <fundamento> de la refor-
ma de 1577, después de consultar los textos de la época,
pondría más bien a Oresme y a Jacques Rueff. Pero induda-
blemente, Michel Foucault ve las cosas de manera distinta.
Hay que escuchar sus justificaciones.
MoN¡oes Y PREcros EN EL srcl-o xvr
El también busca sus justificantes en los textos. En cuan-
to al siglo xvr, en lo que ha publicado Le Branchu, lo cual no
es muy tranquilizador. Porque si nos fiamos de las palabras,
no habría que irlas a buscar en traducciones mediocres. Y es
demasiado fácil atribuirle a la gente del siglo xvr unas preo-
cupaciones exclusivamente monetarias (<o casi>), si se en-
cuentran en una selección de <Escritos notables sobre la
I
tnonedar.
il
Sin embargo, conformémonos provisionalmente con ate-
nemos a Copérnico, a la Compendious examination, a Bodin,
Malestroict y Davanzati, viejos conocidos. Incluso respecto
a ellos, Michel Foucault demuestra poco, y afirma mucho.
Para unos hornbres de su época, dice,
1l Y de la misma manera que las palabras tenían la misma
realidad que lo que decían, así como las marcas de los seres
vivos estaban inscritas en sus cuerpos a la manera de mar-
cas visibles y positivas, así los signos que indicaban las
riquezas y las medían debían llevar en sl mismos marca
real ...
Una definición muy curiosa de la "episteme' económica de
una época en que, precisamente, casi ninguna moneda real
llevaba grabado su valor nominal, ¡fijado sin embargo por
decreto! Somos nosotros los sorprendidos por tal divorcio.
Sé bien que lo que interesa a Michel Foucault en la con-
troversia monetaria de 1575, es que los hombres luchasen
para obtener esa conjunción del valor y la marca. Se olvida
de subrayar que, si la obtuvieron, no duró ni siquiera treinta
años. Entonces ¿el (saberr monetario de toda una <época>
hubiera sido impuesto sólo a base de luchas, y para tan
poco tiempo? ¿Y dónde están entonces el cfundamento> de-
<SABBRES> Y (DERBC[{O" 91
terminante, la <episteme> constricto, la coherencia entre
práctica, teoría y <cultura> que se habÍa postulado?
De hecho, el problenre de 1525-1577, igural que el de la
época de Oresme o de Copérnico (o de Locke, Law, o Afta-
lion), es el conflicto, tan antiguo como la moneda misma, en-
tre sus distintas funciones y formas: la moneda-objeto (que
es mercancía), la moneda-signo (que es <corrienter y fidu-
ciaria), la moneda-nombre'(que no es más que una medida
del valor). Sobre esto, nadie podrá decir ñunca más que
Marx, gracias a su conocimiento (serio él) de los textos de
los siglos xvrr y xvlu. Pero si queremos remontarnos más
atrás, ¿encontraremos entonces una (episteme¡¡ del csignor,
una <epistem€n <dsl Renacimientor? ¿O sencillamente,lnte
un mismo problema, luna nueua reflexión sobre unos hechos
nuettos?
Copérnico quería una moneda fija, como la toesa o la
arroba, ya que la moneda debe ser una medida. Malestroict
situaba esa medida fija en los metal,es preciosos. Bodin des-
cubrió que ese metal, que confiere cestimación y precio a las
cosasD puede, él también, cambiar de valor a cáusa de su
abundancia y condiciones de producción. Es ese descubri-
miento el que más nos importa. El parentesco entre las tres
posturas, si hay que buscarlo en las nociones de relación, de
medida, de conmensurabilidad, nos haría retroceder hásta
Aristóteles, descender hasta las teorías del equilibrio. Lo gra-
ve, en Foucault, es que define, a base de imágene, y
raciones, como típicos de un siglo, unos ptoblemai eternos
"orñpu-
por formales, a la vez-que se niega a ver óuantas conquistas
impone cada siglo a la mente, Éajo el dictado de u'cosas,n
nuevas.
Pero lo que es nuevo en el siglo xvr, es que ese metal
cpreciosor (escaso, ritil y deseableD, contrastadó por su p€so,
y- única referencia posible en la práctica comeriial intirna-
cional, se pone'a cambiar de valór, no en oscilaciones mo_
mentán€as, localizadas o lejanas (con lo que siempre habían
jugado los cambistas y comerciantes), sinó en Eur'qpa, fiente
a todos los_productos, sin duda de forma desigual,-ieio rápi_
damente. He aquí lo que turbó las mentes, trastornó el oia_
berr. Lo que es apasionante ¿es acaso descubrir el límite
rmpuesto a ese trastorno por el gtillaje mental del siglo?
-mental
¿O medir el impacto sobre el utillaje del siglo-del
ofenómeno mientras se producer en lós mercados de úéxico,
Potosí o en las (gradasl de Sevilla?
No le voy p reprochar a Michel Foucault (aunque su libro

92 ECONOMÍA, DERECHO, HISTORIA
no sea de los que desaniman la ped.antería) el no haber leído
la tesis inédita.de Humbleton, el fragmento de Azpilcueta Pu-
blicado mrry rFsientemente en Franqia, o algún artículo mío
en una publieapión de escasa difusión. Pero, ya que se en-
frentaba al .pensamiento económico de'todo un siglo, por lo
menos hubiera pód'ido completar a Le Branchu con Monroe,
Grice Hutchinson, Hamilton y larraz, entiendo que con los
texto.s a los que remiten. TaL vez ahi hubiera sacado argu-
mentos para su tesis, pues bien pertenecen a str siglo, formnl-
nwnte. Peto, en cuanto al fondo, no se conforman con rela'
cionar riqueza y signo de riqueza; buscan la dindmica con-
creta de sus relaciones. Oue Michel Foucault no me objete
que se trata de todas forrnas de un <andlisis de las ríquezasn
partiendo deL imtercambio, o le tendré que pedir que instale
en el mismo afundamento> a Cournot y Walras. Los cuales
no parten dg l¿ cproducción', ¡que yo sepa!
. En Mercado, todo gira en torno a la distinción entre cesti-
mación> y valor ¿9 l¿ ¡¡gneda. El real vale 34 maravedís tanto
en las,Indias como en España, pero
la estima es muy diferente en entrambas partes. Qr¡e en
mucho menos se estima en Indias que en España... La qual
estima y apreciación es causa lo primero, de tener gran
abundancia o penuria de estos metales, y como en aquellas
paites nasce y se coge, tiénese en poco...
Mercado e>iamina entonces fodos los factores que hacen
variar la estimación del dinero. En el tiempo y el eipacio. Se
lamenta de que esa medida de los valores no sea <fija, cierta
y permanente,, como la arroba o la hora del reloj. Pero cons-
tata que en las Indias la <barra, de plata cambia de valor
{por las mismas razones que un tejido". Contrariamenté, en
cuanto a los tejidos, sabe que tal terciopelo de Granada pasó
en quince días de 28 a 35 reales, porque se quería cargar una
carabéla. La confrontación mercancía-dinero no es una cons-
trucción intelectual, que Malestroict cleer en un sentido, y
Bodin en otro, es una observación sobre el mercado que in-
terpretan unos testigos más o menos penetrantes y situadoó
de distinta manera.
Todas las mercaderlas enCarecen por la mucha necesidád
. que ay, y.poca quantidad dellas; y el dinero en quanto es
, cosa vendible, trocable o conrnutable por otro contrato, es
mercaderia, por lo susodicho, luego también él se encarece
por la mucha necesidad y poca quantidad dél ... Siéndolo al
(SABERBS} Y (DBRBC}IOI 93
ygual, en las tierras do ay gran falta de: dinero, todas las
cosas vendibles, y aun las manos y trabajos de los hombres
se dan por menos dineros, que do ay abundancia déI, como
por la experiencia se!\iB-que en Francia, do ay menos dinero
que en España, valeq ry¡cho menos el pan, el vino, paños,
manos y trabajos de hombres y aun en España, el tiempo
que avía menos dine¡o, por mucho menos se davan las
cbsas vendibles, las manoi y trabajos de hóm'bres, que des.
pué_s qrie las Indias descubiertas la cubrieron de oró y pla-
ta. La causa de lo qual es que el dinero vale más do.i¿i v
quando ay falta déI, que donde y quando ay abundancia, y
lo que algunos dicen: que la falta de dinero abátelo á1, nacé
de que su sobrada subida haze parecerlo ál más baxo, como
un hornbre baxo, cabe urio muy alto,: parece menor que
cabe sú ygual. ' '
Este texto de Martln de Azpilcueta, anterior a Bodin y que
va más lejos arln, tal vez le encante a Michel Foucault Dor su
juego de confrontaciones y signos. Pero contiene tóda'la
experiencia de un siglo (la palabra está ahí) y todos los fun-
damentos de.una teoría psicológica apoyada en las nociones
de equilibri,o:' oferta, demanda, necesidád, escasez.' No esta-
mos tan lejos del marginalismo. Ni de las matemáticas.
A saber, sea la estima del dinero desigual, mas que désta
desigual la yguale la desigual quantidad... la desigual quan-
tidad yguala la differente reputación del dinero...
Foucault señalará esa fórmula en Bouteroue. pero si hay
que Auscarle el parentesco, es evidente que proviene de loi
escolásticos. Pero, ¿hasta dónde se extiendé entonces ese
(campo)? ¿De Buridan a Jevons?
A decir.verdad, lo que atrae a Michel Foucault, es la ima-
gen Literario. Cuando Davanzati escribió en Florencia en l5gó:
La naturaleza ha hecho buenas todas las cosas terrenas;
Ia suma de éstas en virtud del acuerdo establecido entré
Ig" hombres vale todo el oro que se trabaja; asl, pués, todos
Icis hombres desean todo paia adquirir todas lás cósas ...
Para verif,car todos los días la régla y tar prop"."ió"ái
matemáticas que las cosas guardan entie sl y con el oro,
se requeriría, que desde lo alto del cielo o de algún obser_
vatorio muy se pudiera contemplar hs losas que
existen f. 9e -ejevado,
haceg en la tierra o, más bien, sus imágenes
reproducidas y..reflejadas en el cielo como en un espejó fieL
, Aba4donaríamos entonces todos nuestros cálculos'y"diií+
' mos: hay- sobre la tieira' ñú ñ; tantas cosas, tantos
I
94 EcoNoMÍa, DERECHo, HrsroRrA
hombres, tantas necesidades; en la medida en que cada cosa
satisface necesidades, su valor será de tantas cosas o de
tanto oro.
He aquí el comentario de Michel Foucault:
Las marcas de la similitud, por guiar el conocimiento, se
dirigen a la perfección del cielo; los signos del cambio, por
satisfacer el deseo, se apoyan en el centelleo negro, peli-
groso y maldito del metal. Centelleo equívoco, ya que repro-
duce en el fondo de la tierra el que cánta en ét eftremó ¿e
la noche: reside allí como una promesa de felicidad inver-
tida y, dado que el metal se asemeja a los astros, el saber
acerca de todos estos tesoros peligrosos es, al misrno tiem-
po, el saber acerca del mundo.,.
Muy hermoso. Pero, ¿dijo eso Davanzati? Dijo sólo que
<en virtud del acuerdo pactado por los hombresr, (en otra
parte subraya su carácteÍ conr)encional), el oro fue el ele-
mento utilizado para medir los valores. Entonces se plantea
el problema: ¿cuál es la relación entre el oro que existe y
Ios 'valores por representar? Ciertamente, lo plantea rnai,
l.:'
'l pero no más ingenuamente que Locke o Montesquieu, ni tam-
poco que muchos cuantitativistas del siglo xrx. porque inten-
ta englobar el número de hombres, la noción de_necesidad y
{l
la relación de las cosas entre sí. Lo que está buscando es lá
ecuación de Fisher. Con lo que sueña, es con un planificador
t,
t; mundial que conociese los suficientes componentes de la ecua-
ción para fijar con racionalidad el nivel de los precios, o la
masa monetaria. ¿Y quién no sueña todavía con eso? Efecti.
vamente, ahora estoy traduciendo yo a Davanzati. pero lo
traiciono menos que Michel Foucault. Este, al discernir en
una de sus frases la imaginación de las gentes del siglo xvr,
quiere reducirlo a ella, encerrarlo. yo bulco en él et -germen
de luturos ralonamienfos. Y ahí está, sin lugar a duáas. La
<episteme> analógica del siglo xvr reina, a deiir verdad, más
en Michel Foucault que en Davanzati. porque, cuando éste
r-egresa de las consideraciones globales a la práctica coti-
diana, escribe sencillamente, conlentido común:
Desde aquí abajo, descubrimos apenas las cosas que nos
rodean y les damos un precio según que veamos qué tienen
mayor o menor demanda en cada lugar y en cada tiempo.
Los mercaderes advierten pronto y Uieri esto y po,
conocen admirablemente el precio de las cosas. "ilo,
<SABERES> Y (DERECI{OI} 95
Lo que Michel Foucault interpreta de esta forma:
En los confines del saber, alll donde llega a ser todopode-
roso y casi divino, se reúnen tres grandes funciones: las de
Basileus, Philosophos y Metallicos. Pero así como este saber
no se da sino por fragmentos y en el relámpago atento de
la divinatio, así, por lo que respecta a las relaciones singu-
Iares y parciales entre las cosas y el metal, el deseo y los
precios, el conocimiento divino o el que se puede adquirir
<desde algún observatorio muy elevado", no se da al hom-
bre. A no ser por momentos y como por azar a los espíritus
que saben acechar, es decir, a los mercaderes.
Hacerle decir a un florentino que la ciencia de los precios
Ies es otorgada a los mercaderes <por momentos y como por
azar>, si ula arqueologíau es eso, yo prefiero la historia. Pre-
guntemos más bien a Davanzati qué entiende por (comer-
ciante> y cuánta <divinatio> le concede:
Si el valor de la moneda disminuyese de 12 a l, el precio
de las cosas aumentaría de I a 12. La pequeña campesina,
acostumbrada a vender su docena de huevos por un as, y
viendo en su mano un as reducido a una onza, exclama-
ría: uSeñoría, o me entregáis 12 de éstos que se han redu-
cido a una onza, o me entregáis un as de 12 onzas, u os
daré un solo huevo por un solo asu.
Sin invocar al Metallicos ni al Philosophos. En cuanto al
Basileus, he aqul lo que opinaba un comerciante, en vísperas
de la reforma de 1577:
El valor del dinero debe ser entendido según el curso que
tenga entre los comerciantes, y en el comercio, por uso y
observación comunes; y lo que se dice de que el valor del
dinero depende de la autoridad pública debe de ser enten-
dido más como del valor al que se expone la moneda entre
comerciantes y demás personas que como la voluntad im-
puesta por el Príncipe, porque Ia ley que puso precio al
dinero tiene efecto mientras sea observada usualmente por
el pueblo y en tal medida que al no hacer uso de ésta la
anula.
Es la afirmación de que el precio de mercado (se trate de
cosas o de moneda) tiene preferencia sobre las decisiones rea-
96 EcoNoMfa, DEREcHo, HrsroRrA
les. Desde'los escolásticos, comerciantes y <doctores> siem-
pre estuvieron de acuerdo en lo siguiente: (justo precior,
uley naturdB,,(consenso popular, son términos que deter-
minan elrpri'eoio de mercado
- Si dejamtis'de lado,las extrapolaciones líricas ¿qué queda
ds l¿ cepisteme¡ econóntica del siglo xvr, según Foucault? En
mi opinión, poca"'cosa. No es que la cuéstión planteada carez-
ca de interés. Se habría podido mostrar en qué medida tales
imágenes dominantes mágicas, astrológicas- o
-religiosas,
qué fárrago erudito prohíben, limitan, velan o bordean, con
incidencias diversas, el camino de las ideas fijadas desde la
Edad Media pero enfrentadas a hechos t rr"uoi. La experien-
cia de los teólogos (que Michel Foucault desdeña) es, a este
respecto, evidente.
Lo que sí es exacto, es que los hombres del siglo xvr, en la
medida en que paptan esos nuevos hechos, están abocados a
considerarlos simpl'emente desde el punto de vista del inter-
cambio (los comerciantes, no los productores, tienen la pa-
labra), y por eso mismo el mercado, <la oferta y la demandá',
domina sobre cualquier otra consideración. El problema del
precio de produccióú, det coste del trabajo, puede surgir
ocasionalmente, en un Saravia de la Calle, lo mismo qn" ña-
bía surgido en Aristóteies o en Buridah. Está mal pla'nteado
y rnal iesuelto. rNunca es insignificante. pero en fin, que el
<precior domine sobre el ovalorr, el intercambio sobre la
producción, ¿es una caracterlstica de tal o cual (capaD o (eraD
arqueológica? Yo más bien vería una línea trazada desde
hace tiempo (¿desde siempre?) y nunca interrumpida total-
mente. Porque es uno de los métodos de análisis. Es la vía
microeconómica, subjetivista, opuesta durante mucho tiempo
(hoy día muchas veces combinada) a la vía de los cálculos
globales y los costos de producción. Esta última se abrirá
paso sobre todo a finales áel siglo xvrr en Inglaterra. Michei
Foucarrlt apenas lo menciona, o-no lo menciona en absoluto.
¿A,caso habrá que creer, por otra parte, que los españoles,
fra:rceses, ingleses o italianos del siglo xvr y la primera mi-
tad del xvrr, desconocieron la noción de pioduóción? ¿eue
a sus ojos sno existlar? De nuevo, en esto, Mibhel Foucault
1firma y.demuestra. Pero escogiendo sus textos, y a menudo
hablando en su lügar. Me temo que se le hayá escapado,
de los confi.nes del siglo xvr y de la <época clásica>, un-gran
descubrirnento de;los hornbies: preciiarnente el de lairo-
ducción.
(SABBRESD Y (DBRECHOD 97
Ll NocróN DE pRoDuccróN*Eq_,los ALBoREs
u¡ u, Epoc¿ clÁsrca , ,,,.r,
Volvamos a una de nuestras primeras objeciones: a la
frase "tampoco existía una economía polftica en la época
clásica, ya que, en el orden del saber, no existe la produc.
ciónr, le oponíamos ,el hecho de que en la misma fecha en
que Michel Foucault situaba el comienzo de la <época clási-
car, las palabras (economía polltica,' aparecieron én el Traic-
fé de Antoine de Montchrestien.
El que la palabra ceconomíar, ligada etimológicamente a
la casa y su conecto funcionamiento se vea conducida, por
la yuxtaposición de la palabra (political, al nivel de la *po-
lisr, de la colectividad, no es de despreciar. Las dos palabias
están tomádas de Aristóteles. Pero no se'le ha cogiáo'h de
crematística, que sí -habla de riqueza. Desdeñar esi preferen-
cia y esa nueva combínación ¿no es es'quivar un.problema
en un libro donde se ponen en cuestión las palabras?
Es verdad que se nos aconsejó desconfiar. E indudable-
mente, la economía políticq de Montchrestien poco tiene que
ver con la de Sarnuelson. ¿Pgro es porque desóonozca la pro-
ducción? Tenemos casi la tentacióñ de- afirmar lo contrário.
Pues he aquí el índice del primer libro de Montehrestien:
De las artes mecánicas. De su orden y utilidad. Del regla-
mento de las manufacturas. Del empleo de los hombres.-De
Ios oficios más provechosos y neceiarios para las
"o*rrrri.
dades. Del sostén de los buenos espíritus y del cuidado
de ellos debe tener el Prlnci$e. -- que
=--
, Por prudencia, interpretamos el últirno punto como una
discreta llamáda a la g-enerosidad del .Prínciper, ¡rnás que
como el descubrimento de la rentabilidad de la educacién!
En cuanto 4 lo demás, €s rliio difícil encontrar (riqueza) e
"intercambio¿ que.(produccióno y <trabajo>.,
. "HaI que trabajar para comer y comer para trabajar.,r
Ese sería el punto de partida que,
"por el hiio de un oitlen
c-orfqglo del particular discurso sobre
las labores manrralesr,
decidió a Montchrestien a efnpezar hablando de agricultura.
Apresuiémonos a áfirmar que et estilo, el marci de pensa-
-
miento y sóbre'todo el marco de referengias de Montchres-
tien son los de su tiempo. Lo que no significa exactamente lo
 98 EcoNoMfA, DERECHo, HrsroRrA
que- sugiere Foucault. La <epistemeD descrita por éste se
limita a los aspectos que más le interesan. La influencia de
l¡ Piblia, de Platón,de Aristóteles, de Cicerón, de Catón y de
Columela debería también tenerse en cuenta. pero eso no
I
lmpide a Montchrestien conseguir cierta precisión en la de-
finición de la producción agrícola:
Desde que la tierra, maldita por la transgresión de nues-
tros primeros padres, fue condenada a portar zafzas y e*
pinos, la labor y la fatiga nos fueron legadas como por
derecho de transmisión, según esta sentenóia: oGanaráj el
pan con eI sudor de tu frenten. Asl pues, la vida y el tra-
bajo están unidos indisolublemente... por eso existe esa
Iaboriosa agricultura que lucha continuamente contra lá
esterilidad lde la tierra], y Ia obliga, trabajríndola bien, a
devolver alguna recompensa a tantas laborei y u p"gu, íoi
intereses de tantos préstamos. De ahí et cuidaao'qie pre_
cisan las plantas y el mantenimiento de la viña AJlos'de-
más árboles frutales. De ahí esa conducción del agua tan
preciada para regar los prados, y asf poder ta hieiba ger-
,'il minar y crecer. Y luego la vigilancia y llimentación delia_
/r'
/ir
nado, cuya carne comemos y los trajes de los cuales dés_
pojamos para vestirnos. En esas coias principalmente es
,1 en las que se oqlpa la vida rústica, cuyo traba¡o y cuya
ciencia son la agricultura.
f haber alcanzado en su casa el punto más alto de la ece
{i He subrayado dos palabras cuya aproximación no es ca-
'\, I
sual porque la noción de productividad de las tradiciones y
los conocimientos está clara:
Entre los labradores, quien más tierra tiene no es quien
saca más provecho de su labor, sino aquel qrre
jor cuál es la calidad natural de su piopio- suelo,
"onoce- -e_
q"e ie-
milla le conviene más y en qué estación ñuv q"" i"É"" n,
trabajos ...
Las <artesn son menos necesarias para la vida, pero sin
ellas sería _<incompleta e imperfecta". ¡¿ primerá de las
artes es la forja,
elemento común a todos los elementos, mano de todas las
manos que trabajan, el primer instrumento de la invención;
y_ diremos que es, respecto a los demás, que
son ,rr t*io,
el móvil y órgano de movimiento...
(SABERES) Y (DEREC}IOu 99
Fue por el hierro de la herramienta como
la imaginación movida por la búsqueda curiosa encontró en
la naturaleza lel medio] para llevar a la perfección todo
aquello que depende de la operación artificial.
Estamos lejos del (centelleo negro, peligroso y maldito>
del metal de Davanzati, visto por Foucault. Seamos sensatos
¡rosotros ahora. No hablemos de un descubrimiento de la pro-
ductividad agrícola y de la exaltación de la tecnología meta-
lúrgica. Después de todo, Montchrestien redescubre lugares
comunes. Sin embargo, al convertir esos lugares comunes
que no se había hecho en la antigüedad-' en
-subrayando
materia de una ciencia que bautiza *economía políticar, ¿es
posible negar que la basa et la producción?
Añadamos: y en el trabajo, del que ofrece, a través de re-
cuerdos literarios, una definición admirable y a la vez singu-
larmente cínica:
Ningún animal nace más imbécil que el hombre: pero en
pocos años se hace capaz de grandes servicios. Quien pueda
acomodarse convenientemente con ese í:nstrumento vivo,
esa herramienta rnóvil, susceptible de cualquier disciplina,
y capaz de cualquier operación, puede enorgullecerse de
nomía.
Testigos Catón, Craso y Casio, que no (escatimaban tiem-
po, dinero ni diligencias> para instruir y educar a sus escla-
vos, y hacían de ello <oficio y comerciop. Ahora sí, ¡he aquí
la rentabilidad de la educación técnica! La más reciente es-
cuela de historia económica americana se vanagloria de ha-
ber demostrado eso para explicar la rentabilidad de las ex-
plotaciones esclavistas en víspera de la guerra de Secesión.
.Pero si se tratara de un mero recuerdo de lectura, el al-
cance del párrafo seria limitado, a pesar de su vigor en la de-
finición del homo faber. Es más curiosa la llamada siguiente:
Montchrestien alaba a Francia y al cristianismo por haber
superado el estadio del hombre-herramienta y del hombre-
mercancía, pero parece estar buscando Ia forma de volver a
ello, por una preocupación social de eficacia.
Ciertamente, Francia tiene la gloria incomunicable a
cualquier otro país de haber establecido, desde la antigüe-
dad, el verdadero domicilio de la libertad, y que la escla-
 100 EcoNoMfA, DERECHo, trrsroRrA
vitud no halle lugar en ella, que incluso el siervo del extran-
jero sea liberado en cuanto pisa su suelo. Pero, puesto que
por bw-ngs y cristianas costumbres se abolió la esclavitud,
falta que el público ponga cuidado en emplear a los hom-
bres en oficios y trabajo¡. que unan el prwecho pat'ticular
a la utilidad.común.
La tesis es que el empleo, *vivero de artesanosr, los <di-
versos talleres de distintas maüufacturasr serían el único
medio de vencer el vagabundeo, el pillaje, el paro (que Mont-
chrestien definió a la perfección) y la emigración., Traduzca-
mosr la industrialización es el rlnico medio para vencer los
efectos del subdesarrollo, en especial en tiempos de expan-
sión dernográfica. Comprendo. Esta traducciónis un cririren.
Empleo nuestras palabras. Utilizo nuestros <conocimentosr.
Susiituy-o la *episiemer de ula época clásica' por l,a mía.
Y se rne reprochará semejánte ar¡acronismo cqn justicia y
amargura, por parte de los mejores historiadores. En reali-
dad, era sólo un poco de diversión...
No obstante... Utilizo los textos. Busco las cosas debajo
de fas palabras. Con ciertos matices :fáciles de detectar-
I algunas cosas de la vieja economía plantean unos problemas
que nos planteamos nosotros. Los analizamos a nuestra ma-
riera. Montchrestign a,la suya- Si resulta que coincidimos es
i
porque nos lleva a ello el parentesco entre:las coscts:., No coin-
cidimos en lo- que difieren. Pero cuando un hornbre busca
l
nueltas palabras, o cuando desvirtúa el .sentido de las pala-
b.ras antiguas, es seflal de coBas nuevas. ¿No es acaso la lec-
ri
ción más clara del análisis de los textos?
No condenemos 4 priori entonces (la aplicación puede de-
formar o no) la investigación uertical, lineal y retrospectit)a
en el seno de los textos antiguos. No seamos tampoco menos
sensibles,a lasrvirtudes,del análisis horizontal, a la confron-
tación entre textos de uVa lnistw época,'En esto.nos acer-
caremos a Michel Foucault, pero en ,lugar de apasionarnos
por sus, qomilnes limitacütnes: de forma ¿pon qué no descu-
brir en ellos con alegría sus cotnunes inmwaciones de éonte-
nido? Después de todo, tzl vez esté ahí lo que separa al histo,
riador del filósofo formalista con sensibilidad literariá. El
que éste denomine sarqueología) a su disciplina, en realidad
no tiene graves ,inconvelientes. Ni :trirnpoco demasiada im-
portancia.
Ahor4 situémonos en la é.¡roca de Antoine de Montchres-
tien. Preguntémonos si es el único que, en ese comienzo de <la
época clásica" reflexiona sobre la primacía de la producción.
(9ABERESD Y,(DBRBC}trOI 101
En primer lugar,' cuando dice que la, menor de las pro
vincias de Franciá (procura a Vuestra Majestad su trigo, su
vino, su sal,'su aceile, sus'tbjidos, sus lanas, su hierfo, su
pastizal, que hacen a Frarlci$ más rica gué todos los Perús
hel mundóo, da eco, espontátreamente, sin referirlo, al pensa-
miento de Sutly: "Él táboreo y gl-pastoreo son las dos ubres
con las que se alirhpnta FranCia, las auténticas minas y teso'
ros del Perú".
<Tesoros dei'Perúu, ¡cuiírrta tinta habrán hecho correr!
No obstante, no vaJa a creerse que en ese desprecio, francés
se escondé simplemente eI nno están maduras' de la zorra'
En los alborts del siglo xvr:, también lss españoles con-
denan la ilusióll de riqueza que les dio la conquista de las
Indias. Como Pedro de Valencia:
; El daño vino del haber mucha plata j mucho dinero,
que es y ha sido siempre (como'lo probaré el 9tlo p14lgl)
dl venerio que destruye las Reprlblicas y las ciudades. ?ién'
sas€ que efdinero las mantiene y no es así: las heredades
hbradas y los ganados y pesqu€rías son las'que dan man-
tenimiento tló081.
Y Caxa de Leruela, en 1ó20:, I
No bastan las riquezas y tesoros que las monarquías
acúmulan de otras provincias a suplir el defecto de los fru'
tos 'nativos de la Patria... después que los Españoles pu-
sieron su felilidad temporal en adquirir estos metales, me
nosfreciando (como dice Columela) el mejor género de
acriscentar y conservar'iu patrimonio y el qüe carece de
todo 'crimen, que son labores y pastorías,I cotr que han
perdido deslucidamente lo uno y lo otro. r''
Se dirá que son lugares comunes, laün de colegio" Sí, pero
los mecanismos destructores de la inflación edificada sobre
los tesoros del Perú habían encontrado, desde ló00, a su
analista sutil, aunque asombrado 'ante su propio descubri'
miento: Martín Gonzólez de Cellorigo, en un capítulo titula-
do "Qug el ,mucho dinero no sustenta a los Estados, ni está
en él la riqueza de ellosr, no se conformó con afirrnaciones;
había perñlado el proceso destructor mucho ¿¡¡ssrque Can-
tillon:
... con el mucho dinero que se ha labrado, se han subido
Ios eneabezamientos, las rentas, los impuestos, a que no se
pueden satisfacer, sino corriendo en el Reyno tal cantidad'
 lO2 EcoNoMIa, DER"EcHo, r{rsroRrA
que dé tanto valor a las cosas, que sl¡ precio corresponda
a lo que los encabegados deven suplir, y el sustento de la
y la val-uación de los contratos que contra sí
rnon8f,.éhla,
tienen, han menester. Y lo mismo es respecto de las merca-
duri,as y contrataciones fuera del Reyno. Que por la razón
general del mucho dinero están subidas... Este es el fructo
del mucho dinero, y de la mucha plata y oro, y su valor:
quando las cosas necesarias a la vida humana faltan, en las
g¡ales los Reynos que faltaren, har¡án falta a la'verdadera
rrqueza...
.
Nunca tanüos vassallos uvo ricos como aora ay, y.nunca
. tanta pobreza entre ellos, ni jamás,Rey tan poderoso ni de
tantas_ rentas y Reynos: ni le ha avido hasta aquf que aya
entrado a reynar que hallase tan disminuydos y empeñadós
los estados. Y el no aver tomado suelo proceáe dó que la
riqueza ha andado y anda en el ayre, en pápeles y contiatos,
censos y letras de cambio, en la moneda, en la plata y en
el oro: y no en bienes que fructifican y atrahen -a sí Como
, más dignos las riquezas.de afuera, susteRtando las de aden-
tro. Y ansí el no aver dinero, oro ni plata, en España, es
por avprlo, y el no ser rica es por serlo: haziendo dos
i'
contradictorias verdaderas en nuestra España¡ y en un mis-
mo subjecto, según diversas formalidaáes qúe ay en el
cuerpo de toda l4 república
Aquf se hace tambalear la <episteme> escoltistica, cuya lógi-
ca se extraña ante esa dialéctica de la ariquezar. Y Cellorigo,
al constatar (que, tirando po¡ lo bajo, se puede calcuhr {ue
,ii entre la gente que trabaja y la gue no haée nada, la propor-
ción es de uno a treintar, concluye con la asombrqsa-fónmu-
la: cparece que se haya quer,ido h*cer de esta república una
república de horr¡bres encantados que viven fuerá del orden
natural de las cos?s ... p.
Esto fue escrito en 1600. En 1ó05, aparece Don Quijote.
Si anuncia "la época clásica>, si es, segrln Foucault, ulá es-
critura errando por el mundo entre el parecido de las cosas),
Cellorigo le dio la raz6n por adelantado.
Contra la ilusión del Perú, contra el mito de las Indias
contrariamente a lo que irragina Michel Foucault tras dema- -y
siados economistas con pr:isas- la generación de 1ó00-1ó20
no bejó de oponer el trabajo al ocig, la producción a las úri:
quezasD.
. Lo sorprendente es la misma velocidad de asimilación de
las cosas- por la mente. El declive español se interpreta, y en
sus más hondas causas, apenas empiéza. El florecimiento eco-
nómico de Inglaterra y Flandes est-á en sus inicios, y ya obse-
(SABERESD Y (DERECHOD 103
slona a los ho¡nbres de los demás palses, como modelo a
lmitar.
Ciertamente, Ia rique4a monetaria, y su forma en metá-
lico, siguen siendo todavjg*,signo de los países ganadores y
perdedores. sHacer dineroo fue, en los orlgenes de la eco
nomfa y de la sociedad burguesas, un fin colectivo antes de
convertirse en una palabra de orden individual. Pero Antonio
Serra, desde su prisión de Nápoles, escribía en 1ó13, dos años
antes que Montchrestien, su Breve tratado de las causas que
pueden hacer que abunden el oro y la plata en los reinos
que no tienen mina:s. ¿Qué preconizaba? Las misrnas recetas
que Montchrestien, pero mejor fundadas teóricamente, pues-
to que contraponla al rendimiento decreciente e irregular de
la agricultr-rra el costo decreciente de la producción indus-
trial:
Nadie, si se pueden sembrar en una tierra 100 sextarios
de grano, podrá conseguir que se puedan sembrar 150, mien-
tras que .para el fabricante, no ocurre lo mismo: puede
multiplicar no sólo por dos, sino por cien, lo que produce
y con menor proporción de gastos.
En esto, la anticipación de pensamiento es particularmen-
te clara, demasiado aislada para que se:puda hacer un argu-
mento. ¿Pero cómo negar que los principios de cla época
clásica", en el giro que enfrenta a la crisis española con los
primeros éxitos del Norte, nos muestran una reflexión eco-
nómica en la que la produccicíz desempeña un papel prepon-
derante? El mismo Quijote es una manera de expresarlb, a
contrario. Una toma de conciencia ante una anacronla, un
irrealismo. Lo cual no invalida en absoluto la interpretación
que da Michel Foucault. La multiplicidad de sentidos es pro.
pia de las obras maestras.
Pero, por clara que esté la agrupación de pensamientos
entre 1ó00 y 1620,.no está excluido encontrar en pleno siglo
nn la noción de producción enfrentada a la de riqueza. Luis
Ortiz ccontador de Burgos>, (para que el dinero no salga de
España" ordena expulsar toda la ociosidad y reintroducir eI
trabajo; el trabajo productivo (se van.demasiados jóvenes a
Salamanca¡ al ejército o a las Indias); las mujeres deberÍan
hilar con rueca €n lugar de huso; porque asÍ se produce cua-
tro veces más; y si España consiguiera conservar su dinero,
debería dedicarlo a grandes obras de regadío, para regulari-
zar la producción agrícola. En cuanto a los intercambios gle
 104 EcoNoMÍA, DEREcHo, HrsroRra
bales, Luis Ortiz analiza todos los capítulos de la balanza de
pagos (no de comercio).
Así pues, desde 1557 (sin contar a los precursores) existe
una línea de reflexión en el sentido del análisis macroeconó-
mico, unas (cuentas de la nación) en quienes, por posición,
parten del Estado, lo mismo que existe una línea <microeco-
nómica', representada por los teólogos, porque ellos parten
del individuo.
"E,poce cl,ÁsrcA)r
y (cl,Áslcos) DE LA econoufe
Este artículo es ya excesivamente largo. No seguiré a Mi-
chel Foucault por los meandros de su demostración a través
del siglo xvru, puesto que requeriría demasiados desarrollos.
Remitámoslo a más adelante.
Contentémonos con algunas observaciones:
1. En primer lugar, como siempre, respecto a la crono-
logía; el de la
"arqueología" es un mundo dt cronología pre-
cisa; ahora bien, si Michel Foucault hace aquí o allá-alguna
alusión a la coyuntura, es siempre con bastante poca fortuna.
Aparte de esto, ocurre que justifica unas formás de razana-
miento del siglo xvrrr con ayuda de los argumentos que uti-
lizó para el siglo xvr, mientras cree discernir, a principiios del
{ xvrl, un ..giro>, una *vueltaD que introduciría el <mercanti-
lismor, sin destruir en lo esencial las estructuras del <<saberr.
\i, Hemos visto que ese <giro> tenía raíces desde mediados del
, siglo xvr y no respondía en absoluto a las definiciones de
Michel Foucault (en particular en cuanto al lugar reservado
a la producción).
2. Del mismo modo, Michel Foucault se retrae cuando
hay que identificar el *saber' de Law y el de Cantillon, el de
-por
Condillac y el de Quesnay. pero, sea comodidad o por
negligencia, lo que no es admisible es su silencio sobre eifin
del siglo xvrr en Inglaterra, sobre Graunt, King y petty, sobre
un momento en que nacen simultáneamente la preocupación
estadística, la preocupación probabilista, y la noiión dé costo
en trabaio, tanto para la moneda-mercancía como para las
cosas. Ese silencio, por sí sólo, cuestionaría la seriidad de
su método. Hay en él un galocentrismo heredado no precisa_
mente de los más recientes, sino de los más antiguos ma_
nuales.
3. Como, a fin de cuentas, la <episteme¡ de *la época clási_
ca" tiene que enfrentarse (según lá hipótesis de Michel Fou_
(SABERES> Y ((DERECHO) 105
cault) a la de los (en el sentido habitual de la
"clásicos>
palabra) de la economía, se escamotean las adquisiciones
progresivas que conducen hacia estos últimos. Y se refiere al
rnismo Smith con alusiones. En cuanto a Ricaido, se le atri-
buirá el descubrimento de <la historicidadu (por el hecho
tlc que ha anunciado la inmovilización de la Historia), para
admitir que no existe ninguna "separaciónD entre él y Marx.
Porque se trataba de llegar a la fórmula: uEl matxismo
cn el pensamiento del siglo XIX estd como pez en el agua:
o sea, que en cualquier otra parte deia de respirarr,
Prosigamos, porque hay frases sabrosas:
Si [el marxismo] se opone a las teorías uburguesasu de
la economía, y si en esta oposición proyecta contra ellas un
viraje radical de la Historia, este conflicto y este proyecto
tienen como condición de posibilidad no la retoma de toda
la Historia, sino un acontecimiento que cualquier arqueo-
logía puede situar con precisión y que prescribe simultá-
neamente, sobre el mismo modo, la economía burguesa y
la economía revolucionaria del siglo xrx. Sus debates han
producido algunas olas y han dibujado ondas en la super-
ficie: son sólo tempestades en un estanque para juegos de
niños.
Propongo que vayamos a celebrar el cincuentenario de la
revolución de Octubre al estanque del Luxemburgo. Y que
verifiquemos cuál es la .arqueologíau que un (acontecimien-
to> pueda sacudir.
Así pues, el análisis "arqueológico> de Michel Foucault
en el terreno económico termina tan desgraciadamente como
empezó. Le cedo gustoso los de la historia natural y la gra-
mática general, esperando que los conozca mejor que yo. De
todas maneras, nos deja la udoxología", que me da la impre-
sión de parecerse al auténtico análisis histórico. Falta saber
si ese análisis, que, a través de las palabras, se propone siem-
pre captar las cosas, es compatible con una investigación que
subordine las cosas a las palabras.
t. '. .,

HISTORIA DEL DERECHO, HISTORIA <TOTALT*
Les propongo que nos situemos unos ciento treinta años
atrás, e intentemos revivir juntos un episodio de la historia
del pensamiento, sin duda importante, y seguramente vincu-
lado muy estrechamente con ios temas de reflexión de nues-
tro encuentro.
1842. Primeros meses de 1843. Un joven jurista, filósofo,
hijo de la Alemania renana, pero que acaba áe ganar el doc-
torado en Berlín, donde pudo escuchar a Savigny e impreg_
narse de Hegel, decide entrar en la política activá de sr.r-pals
por la vía del periodismo, y va imponiéndose progresivarien-
te, primero como inspirador intelectual
rector, dv
cía un agente de la censura gubernamental -spiiitul
por una vez pers-
picaz-_y luego como redactor-jefe titular dé un periódió de
oposición.
Era lógico que hubiese tenido que luchar, en sus primeros
artículos, contra la censura. puedé parecer más sorprenden_
te qrre, en un periódico consagrado
rezaba su título_
-según (y que primero
<a la política, el comercio y la indusiria>
pensó en Frederic Lisa para redactor-jefe), cieyéra ier poli
ticamente útil lanzar una polémica biiuanie,
áiii"ii,
"í"q,r.
contra la escuela histórica del derecho positivo, en ocasión
de las bodas de oro universitarias de Gustav'H;g;; ;- ü
sazón cas_i_octogenario, fundador de la escueta y maésíro áá
Savigny.- Hugo se ve acusado de haber puesto a Kant al
vicio del irracionalisrno, y de no haber conservado delser_
si-
glo xvrrr más que su escepticismo, o sea, su frivolidad.'
* comunicación al coloquio Internacional de Historia del Derecho,
Universidad de Granada, 19fu.
_ l. "Von einem Rheil?inder. Die Verhandlungen des ó. rheinischen
Landtags. Erster Arriker. Debatten üb;;- p;;;s?;iheit uná
dgr landstándischen Verhandlungeno, iniiiliiii" ze¡iuli,- W i"úril*"tiiii
1842). oDas philosophische Maniiest' rriitoris-crren n""rrñr"rt"lü 1f;;;;
I'] !2 X::::, ::y¡' l9r uav-p ii:{"' w ii ll
zeituns, cf. A. cornu, Karl
i-i,
ñ"'r"- i sóa, ipl
¿?láI
zl,ilil
et Frie¿tri;i Ei;;is',
teur lte et leur oeuvre, parís, 1959, t. II, pp,Marx
l!.-'1.Ín:'1:he
l_15.
<SABERES) Y (DERECHO) 107
Es cierto que los lectores del periódico son burgueses li-
berales de Trdveris, Colonia y Bonn, muchos de ellos juristas,
V espontáneamente más abiértos a los ecos del racionalismo
ir"rriér que a las tentaciones del romanticismo alemán. Para
cllos, es'normal ver enfrentar un derecho definido por la ra'
clonalidad a üna concepción
-como
histórica de las instituciones, a
una visión del derecho producto de la historia'
Pero lo que es extraño y problemático, es que quien
rayaba esa óposición, y levantaba esa crítica, se llamase -sub--
Karl
Márx: todoi le habréis reconocido como el joven re-
elactor de la Rheinische Zeitung. Y uno no puede menos
que preguntarse ¿cómo es que aquel que un día convertiría
derectro en un mero elemento, entre otros, de la superes-
"i
tructura de las sociedades, garantía de profundas relaciones
más materiales, aunque, como ellas, constituido histórica'
mente, y por tanto derivado, lo mismo que ellas, del análisis
históriio,'pudo, desde los mismos comienzos de su acción
política, ciiticar la escuela histórica del derecho? ¿Y ello me-
ttor nombre de Hegel, al que sin embargo, conocía bien,
"tt
que en nombre de Kánt y las exigencias racionalistas del
siglo xvrrr?
¿Bastaría eso para distinguir, en la biografía intelectual
del joven Marx, un episodio de mero racionalismo a la ma-
nera liberal? ¿Bastaría eso para desmentir a los numerosos
observadores que creyeron poder vincular el historicismo de
Marx a los gérmenes sembrados por Savigny, en las lecciones
seguidas con asiduidad, al testimonio del estudiante mismo?
Vale la pena preguntárnoslo si deseamos captar, en l9s o-rí'
genes de sus ielaciones, los dos modos de inserción del de-
íecho en la historia humana, las dos posibies actitudes del
jurista y el filésofo ante la historia, y del historiador sociólo-
go ante el derecho: exactamente los temas propuestos estos
dlas a nuestra reflexión.
Ya sé que se podría resólver el problema al modo de
Althusser:'z antes de 1857, Marx no está *maduroo; antes de
184?, no es Marx. Buscarlo en las obras de su juventud es
querer exponer (como proponía Jarry) "el cráneo de Voltaire
niñor. Cualquier andadura intelectual es una sucesión de
coherencias y divisiones: una época.de racionalismo liberal,
otra de romanticismo comunitario, alguna más tal vez, pero
nada que anuncie el futuro, hasta el gran relámpago de 1845
entre los dos polos cargados de electricidad contraria: Feuer-
2. L. Althuss er'Poul Marx, París,19ó5: artlculos sobre el joven Marx'
 108 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA <SABERES) Y (DERECHO}} 109

bach, seguido demasiado tiempo, Hegel, reencontrado de l1l que Marx, en 1842, tomase partido por la última no sig-
pronto, por una destrucción recíproca. lrllit:a forzosamente que en ese estadio de su pensamiento
. Esfos importante análisis sirvieron demasiado contra las rreg¿rra la primera. IJnicamente se niega a convertir la cons-
mixtificaciones y puerilidades difundidas sobre fa tutación histórica en una iustificación. <Positiv, dass heisst
¡uventud
$e.M3y, para que olvide rendirles un homenaje. peio, como
todo histo¡iador que quiere ser <total> bien tieie q"" á"fa"n-
rutkritisch>, escribe brutalmente.t Y observa en seguida que
rl poderoso tronco de la erudición histórica (positiva) se deja
tarse un día con la.historia del pensamiento, reco^nor"o qr.r", yn rodear, en el seno de la escuela, por los humos del misti-
en el análisis histórico de un pensamiento- individual, -ñe cismo y la especulacién. Tras el <unkritisch) surge el "unhis-
seducen menos las <coherenciasl y hs nmp¿uras> que las lorischr.'La defensa de la razón se vuelve defensa de la his-
incoherencias y los balbuceos, sobre todo cuando ,á It¡ria. Marx, que no es aún historiador, olfatea sin embargo
corrigiendo incesantemente, como en el joven Ma*,-ñ;l; "rta" los posibles peligros del historicismo cuando éste es sólo una
constancia de su curiosidad, por su sensibilidad críticairenie mirada pasiva hacia un pasado parcial. El busca otra histo-
a las ideologías oficial o terrorism. t;p;;;- ria, que no sea s¿ílo "historia del derechon.
Iar- y finalmente-terrorismó
sobre todo, por los descubrimientos de la Y he aquí cómo le fue dado, sólo unas semanas después
práctica, mezclados la vida cotidiana y la vida p.fiti"a de la polémica contra Gustav Hugo, observar en sus orígenes
tes más vivas del sentido de la historia que la-filosofíá o
i"""_
h ta génesis de una legislación, y el nacimiento de un derecho.
erudición. La Dieta renana acababa de discutir sobre las sanciones even-
bien, precisamente el artículo contra tuales contra los campesinos que recogían leña en los bos-
ya {hory
lo dice: "la escuela histórica del derecho Gustav Hugo !r, ques comunales y señoriales, vieja costumbre que los legis'
"schiboleth", su palabra mágica, en la búsqueda "rr"orrtrOde lu, i"* ladores decidieron asimilar al delito de robo. En apariencia
tesD.3 Volvamos a las suyas, y hallaremos se trataba de una materia sin gran importancia. Sin embargo,
una U áe
la irracionalidad. pero ii tá¡u*os por el rloelección, frasta-Él;; largos debates, y largos, larguísimos artículos de Marx.'Y es
sente, descubriremos la reaHzáción d-e una vocación porque se trataba en realidad del fenómeno fundamental en
la (vocación legislador-ar,. que Savigny había prometiao "orr"Áiá,
a sü la aparición de las sociedades modernas: la transformación
tiempo,s pero que finalmenle urrr*é Ér, ,,, persona: de la noción de propiedad, la lenta ascensión en los hechos,
acaba de convertirse, en prusia, en ministro?e
en lg42
h reforma ae
la legislación. Se adivina entonces que en el artículo contra
y la inscripción posterior en el derecho de lo que Marc Bloch
denominó <el individualismo agrarioo, la desarticulación pro'
Hugo apunta al discípulo a través dál maestro; a quien gresiva de todo aquello que Mam llamaría <el modo de pro-
apun_
- --
ta es al ministro a través de una concepción del dérecho.' ducción feudalu, con su corte de derechos consuetudinarios.
la "rázón política> nada le resia _al contrario_, al De todo ello, el joven periodista de 1842, a pesar de ser un
-*_^t_"lo
vrgor de una crítica filosófica que no hubiera existido sin áua sólido jurista y profundo filósofo (o mejor dicho por ser
y que la vivificó. Se ataca a la escuela histórica jurista y filósofo a la vez), aún no podía captar el sentido
principios, sino en sus conclusiones.
De Kant, ha "o "".", más que de forma indecisa e incoherente, y por eso mismo
Ia impbsibilidad de acceder l" pero "o;r;;;J;
inferido más lleno de lecciones para nuestro propósito.
toda existencia funda una "autoridud,';".rau+ todahaautoridad=tm que
Hasta entonces había creído él en 1842 todavía lo
,d9rec!o.' El problema se plante. la necesidaá ¡" l; -y
creía, en gran medida- que las conquistas de la Revolución
historia y la libertad del hombre. "rri.É francesa eran una etapa decisiva en la dirección hacia la
philosophische
;P_.f p. E4: ( ... HugosManifest ... ,, art. cit., p. 78.
l. rotct.,
+. Nachfotger den Berúf'habén, die Gesetzge-
ber unserer Zeit zu sein,-(palabra, ."¡r"*#por Marx). 8. Ibid., p. 84: <unhistorische Einbildungen".
5. Cl. Savieny. vom Beluf 9. Rheinische Zeitung,298, 300, 305 y 307 Q5,27 y 30 octubre y 3
.u"r¿;";Z;i'fl;óesetzeebuns
w is ens chaf t, Heidelberg, l gl4.
s
und Rechts- noviembre 1842), artículos siempre titulados "Verhandlungen des ó.
ó. <Das philosophische. Manifest... D, art. cit., p.7gi clede Existenz rheinischen Landtagso y firmados aVon einem Rheilánderu; aquí, <Dritter
silt ihm fiir eine Áutoritiit, j;4il;;"rtt;i"riiirr,_
---:-¿'rÉ! é¡¡t fiir einen Grund, Artikel, Debatten über des HolzdiebstahlgesetzD (cf . Marx-Engels, W erke,
(palabras subrayadas po, niu""*i. op. cit, t. I, pp. l@-147).
 110 EcoNoMfA, DEREcFro, HrsroRra (SABERES,D Y, <DERECH OD 111

libertad del hombre y hacia la racionalidail unh¡ersat del de- trntos bofetones porque no se considera que un !9{et-ón-sea
recho, encarnando:el Estado esa racionalidad. un homicidio, ¿vamoJ a decretar que ¿s un homicidio? ¿Pue-
Pero, a" través de los debates de la Dieta renana y las de acaso ment-ir la ley? Marx todavía cree que no debiera'
decisiones'que los liquidaron, Malx ,descubre de p-rrto qu" *i
'i!
el cderechor que sustituye aquelra vieja {costu-ú""o no ir¿- La ley +scriber--, no está eximida de la obligación gene-
ne más valor rracionalD que ella. sino que sólo tiene un raldedecirlaverilad'Inclusotieneesaobligaciónporpar.
v-alor cristalizadór para unás nuevas relaciónes sociares
alie tida doble: quien decide, en juez auténtico y ttli-
dedor de los bienes naturales, relaciones rnarcadas también n"iiui, sobre"t.lá"liu
nytircteza iurídica {e las cosas' La- natu'
por el egolsmo de clase y,talvez, a fin de cuentas, más durai ;;l;;' jurfdica de las cosas no pocría entonces modelarse
para los pobres. sobre lá ley; es la ley quien tiene que adaptarse a la natr¡
Dudo que en esa constatación pueda verse uha adhesión, turo.a :"tiáica de las cosas'"
aunque fuera momentánea, a un populismo comunitario. a
ese socialismg para feudales con el culo blasonado a los que El joven periodista de todavía cree enton-ces en-un
1842
denunciará_ el Manifiesto. sólo que, en un arranque de si^¡n- aer:iaío í1, que deberla sujetar al legislador' Y descubre
patfa por la clase pobre, Mam no puede evitar;dvertir lo "n
;;;i; reatidad io es ésta- Que la D.ieta renana, al pronunciar'
Je respecto a la leña, contra toda razón, co+Ira la mentalidad
gue ésta está perdiendo, en nombré de una liUertaa V uná
igualdad abstractas que, para la mayoría de los t o*Urár, comrln, define uo nu"ro ttisión det der$ho de propiedal'
,ro Y esto le plantea vna nuel'a probletrútica'
entran el terreno-de ios hechos. Ello no es regresar _a están con-
-en
pesar de algunos recuerdos de la tradición renan"a v Ae U 2. Si los límites de la noción de propiddad seconsuetudi-
figurando a expensas de una antigua- concepción
riqueza humana del derecho gerrrrriLnico-'o a ra escuerá rrirto de la
ricl d9l derecho,.tan lecienteinente aracada. No. ns él i¡i- niria más suive,'¿no será que lá definición iuríüca rtos
piopiedaa está confiada a los propietartos? En 11
Dieta,
gifio de una crítica histórica del d,erecho racional, ai ái"á M"o, oel propietario de bosques impuso silencio al le-
yer:ol argumentos, en una serie de artículos sobre los "r'ryo,
{robos al legislador ideal, al legislador tal
de leñar, anuncian una nueva inserción de la observación del tirf"Áor'.; Enténdamos
derecho en el análisis histórico de la totalidad, social. :-fuü-Jb;,
como debería ser.
La importancia del derecho, f" i"turprlü"ión his_
,i ,ro tue siempre lo mismo, a través de los
., !. de
tórica "" catifica i j"lárll¡-
una sociedad, es que denomima, tiempos y de todos los sistemas sociales. Pascal escribió; con
za -cualquier divorcio entre' la acción del individúo y io, la fórmula más fuerte que haya jamás enfrentádo los dos
principios sentidos d.e sjustor Jentido jurídico y el moral-:- aAl no
fundamentales de esa sociedad. Antes de las'deci-
siones de Ia Dieta renana, se recogla leña. y despué", se ro,bá. poder pottseggir que lo -el que es iusto sea fuerte, se ha logrado
Un artlculo legal transforma a uñ csiu{¿¿anor in oiadróno.,i iue lo' fuerté re" l.ttto' i"ot"ttá"*os, considerado como tal)'
'b"¿.rtot sielos sJ necesita¡on para descubrir el sentido his'
!l .derecho discrimina, con los actos, a los mismas hombres,
cuando la infracción se transforma en delito, i¿i¡"" de ese <pensamiento"! Én 1842, Mam lo reinventa de
¿"iiio manera indecisa y torPe todavía:
se transforma en crimen, cuando lo que se refería""""áoa"rlo civil
se refiere. a lo criminal, carnbia la cará de la propie¿a¿.
Si se
roba tánta leña, dice un diputado, h mentalidad co Al no poderse elevar lia propiedad privada hasta el punto
"r-*;" p""; G;;;;;;
mrín no considera que se tráta de un,óbo: de vista del Estado, es él Estado quien desciende a los
que es un robo. Entonces, dice Marx, si se dan por el
mundo medios, opuestos al derecho y a la razón, de la propiedad
privada.t'
- lo. Ibi¡L., p. 117 sobre la riqueza de ras fuentes germánicas del dere
cho consuetudinario de los pobresí p. f4? sobre ei .U""¿ó"á;;];; 12. Iliü,, p.Il2.
vincialismo ren¿rno. 13. Ibü., p. ll0.
!1. .Lbild:, p. 110._ ¡Y basta para ello
redacción <le un artículo!
la simple modificación do la 7+. tou.,i. tN.
 ll2 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRra
Aqul se anuncia ya el gran trastorno de los años venide_
' ros: es la sociedad civil quien hace al Estado y no el E;;;ao
a la sociedad civil.
Incluso se dibujan algunos mecanismos. La Dieta se negó
a distinguir entre (reeogtauu y robo. Como pr"n¡O
la multa al reembolso dél valór de la leña robada,
"u""iárr,
."iq""
nvalor' sea un criterio fundamental del sistema económico;,,"f
i es que una estimación de su valor haría destacar frasta !ué
punto es ínfimo el daño causado por tal <robo> ¿e
le¡a;'la
multa, desproporcionada. con_resp-ecto a ese daño, aún ápa-
rece más como una sanción. Los diputados también
ron en que la estimación del valor del hurto ,ro seria üri.ii"-
muy
<práctica>. Así pues, dice el artículo de Marx:
(SABERES} Y (DBRECHO) n3
pensó que sólo prolongaban las sociedades primitivas caní-
malesr aún, los afeuclalismos ingenuos, de cástas cerradas
que acababan de cederle el puesto a una racionalidad formu-/
lable en leyes. Por un lddo, descubre que la sociedad f""ául
tenía su propia lógica, y por otro, que ias legislaciones <ilus-
tradas> han mantenido muchos antilr-los privilegios, mietrtru9
fueron despiadadas en la supresión de lós deréchor
tudinarios de los pobres: "ont,r".
, Esas clases [privilegiadas] encontraron en la ley no sólo
el reconociiniento dg sus derechos racionales, ,i"" tu*üi¿ll
muchas veces el reconocimiento de sus pretensiones iirá
r.
cionales ...

Este es el razonamiento del propietario prdctico: esta En cambio, el derecho moderno,

disposición es buena en la medida t que yo le saque pro' _
les' gs¡gssiones
considerando <accidenta.
vecho: el bien es mi propio ¡nt"r¿r.?! consuetudinarias a las masas aesproviiias
de todo bien, suprimió esas concesiones, en nombró de una
Otra observación característica: las disposiciones sobre organización superior, más <racionalr:
leña se exrienden a la recogidu d. b;t;;il;;;;-";;;" la
till arándanos, practicada udesáe tiempo's inmemoriatesrl-Í-;" Tomemos un ejemplo: los conventos. Se han suprimido
il
que esa fruta se ha con-vertido en obieto de Ios conventos, secularizado sus bienes y con razón. pero
comrcr"iá;-r" * eventual socorro que encontraban los pobres "i
vía a Holanda, en barriles, a cambio'de d.¡neio. fi
bú;#_
ral se ha convertido en mercancí.a. Si se puede _o"op"iir"., ventos, se ha desdeñado totalmente suitituirlo""por
".á.-"ol.
al;;;
otra fuente positiva de renta. Al transformu. fu p.opiE¿.J
h-"y 1"g justificar tal monopolio legalmente: <La
del objeto naturaleza monacal en propiedad privada, y tal vez at otórgár-""á
Marx_, ."qüi"i" un monopolio. oor- indemnización a los convéntos, no-se ind.emnizó ,
fr.-poUi!
-descubre
que el interés de ra propiedad priváda acaba que vivían de los con-ventos. Muy al contrario,
d;il;;i;"I;."
Más ta-rde hubiera dicho: lá transformación del
dOio-rá
han reducido aún más sus medi,os de vida, ,il "oq";';d":
uso en valor de cambio, exige'una concepción valor de más se les ha despojado de un antiguo derecho.ts
.U"ot"t. áe iu
d1l objeto. n! yyáu.o principloÁet modo d;
tTt'^"-llq
cton exrge una nueva vísión jurldica de las cosas. ;r;d;;- Manr todavía no ha renunciado vez no renuncia nun-
Por el momento, Marx esiá sólo empezando preguntarse
a
c.u,
_po-r.
otra parte, en nombre de-talla creciente racionalidad
si las <legislaciones ilustradasr, cle la hrstoria- a considerar la propiedad moderna más (ra-
seado, difieren todo lo que había "r'ryoáu"ri*i;i; fJi;a;- cional> la propiedad mediev:al; p"ro porre su empeño en
imaginaao de las ñi;e;¿; -que
de privilegios. hacer observar que todos los puntob olvidados .i-o.á"riu-
3. Entonces dirige su reflexión hacia esas sociedades d.e ""
mrento de una sociedad por unas legislaciones llamadas *ilus_
privilegios, jurídicos o consuetudinarios, tradasr, se <olvidan> sólo a e*pensa-s de la clase poUiái
d" ú, a;;;;";;
p. ll4: <Der Wert ist das biirgertiche Dasein Era necesario er carácter excrusivo de esás legislaciones.
,""11....{10r., des Eigen-
En efecto, los derechos consuetuaüu"io, a" lái p.;bü;;:
a""f; -t"K"l?Ji'i,,T::3ffilmmuns ist sut, soweit sie mir nutzt, nlalr por base esa idea común de que una cierta
i,iópi""Aáá
17. Ibid., pp. ll9-120: tenla una naturaleza imprecisa; no ie ;l;
!t p.*.f. enfrenta de forma llamativa el
viejo vocabulario oevorati""l*i""p"li"i
sabía
"",;u-lid;'d
(propiedad), v ros intáreses modernoi ai'vocabulario apologético
ae ios-.gerafuchsenden Handers- 18. Ibid., p. lt6.
kriimern al surteutonir"fr"" i"i"rérü,i"^ó"*"a 19, Ibid., p. 117 (el subrayado de la palabra derecho es nuestro).
und Bodenr.
1I4 EcoNoMfa, DERBcHo, HrsroRrA
propiedad en cuestión era privada o pública; era una espe
cie de mezcla de derecho público y privado, tal como se
encuentra en todas las instituciones de la Edad Media...
Entonces la razón suprimió las formas dudosas y dege-
neradas de la propiedad empleando las categorías del dere
cho privado abstracto cuyo esquema estaba en el derecho
romano. Y la razón legisladora se creía tanto más con el
derecho de suprimir las obligaciones que incumbían a esa
propiedad vacilante respecto a la clase pobre en curinto
suprimía también los privilegios pollticos de esa propiedad.
Pero olvidaba un punto: incluso desde el ángulo del dere.
cho estrictamente privado, existla un derecho privado da
ble, un derecho privado del propietario y un derecho pri-
vado del no propietorio, sin tener tampoco en cuenta que
ninguna legislación ha suprimido los privilegios políticos de
Ia propiedad, sino que sólo los ha despojado de su carácter
aventurero para conferirles un carácter burgués3
Aquí es donde el joven Marx cae un momento en la tenta.
ción a la vez del utopismo y de la mirada al pasado, en su
deseo de conciliar sus simpatías por la clase despojada y su
esperauza en ün derecho que fuese universal; querrTa uni-
versalizar el derecho consuetudinario de los pobres:
Reclamamos para los pobres el derecho consuetudinario,
no un derecho consuetudinario local, sino un derecho con-
suetudinario'universal, que fuese de los pobres de todos los
países. Vamos aún más lejos, sostenemos que por gu natu.
raleza, el derecho consuetudinario no puede ser mós que el
de la clase más baja, de esa clase elemental qqe no posee
nada...:r
¿No podría sostenerse históricamente que, en la realidad
del pasado era la clase pobre la que (ponía ordenr?
La pobreza encuentra su derecho en su propia actividad.
Con la recogida de leña, la clase elemental de la sociedad
humana adquiere, ante los productos de la naturaleza ele.
mental, la actitud de alguien que pone orden...4
Existe en esas costumbres de las clases pobres, un sen-
tido instintivo del derecho; su raíz es a la vez positiva y
legítima...8
m. Ibid., p.118 (lo subrayado es nuestro),
2t. Ibid., p. 115 (subrayado por Marx).
n. Ibid., p.ll9.
23. Ibid., p.'119.
(SABERES) Y (DERECHOD 115
qTenemos derecho los pobres...D, gritaban los amotinados
de abril de 1766 en Zaragoza." Y sabemos que hasta los años
1830-1840, una concepción jurídico-moral implícita animaba
a los sublevados alemanes e ingleses.2'
Sin embargo, la adhesión de Marx al juridicismo instintivo
de la clase pobre está acompañada de una crítica política y
una constatación empírica en cuanto al sentido profundo de
la instalación de una nueva sociedad, porque:
La forma del derecho consuetudinardo es tanto más con
forme a la naturaleza en cuanto la existencia d.e la clase
pobre no.ha sido hasta ahora más que una simple costutn
bre de la sociedad civil, puesto que ésta todavía no ha en
contrado el lugar otorgado a la clase pobre en la esfera de
la organización consciente del Estado. Los actuales debates
nos muestran sin embargo cómo se tratan esos derechos
consuetudinarios; nos ofrecen un ejemplo en el que el mé
todo y el esplritu del proceso est¡in llevados hasta su lógica
extrema.r
!, Ese juego entre la tentación utópica y filosófica y et
análisis concreto del sentido profundo de las situacionei c*
racteriza el conjunto de artículos sobre el robo de leña.
Por un lado, la crltica de una definición arbitraria de los
crímenes y los delitos desemboca en una evocación de
Proudhon, cuyo libro Quest-ce que la propriété? tiene enton-
ces tres años de vida:
Al negar la diferencia entre especies esencialmente dis-
tintas del mismo crimen, negáis el crimen mismo en su
distinción con el derecho...
Y esa misma opinión, que no recuerda más que un pun
to común de actos distintos, y hace abstracción de todb lo
que les diferencia, ¿no se destruye acaso razonando así? Si
cualquier violación de la propiedad, sin distinción ni deter-
minación más precisas se llama robo, ¿no seria un robo
toda propiedad privada? ¿Es que por mi propiedad perso
nal no le niego a un tercero esa propiedad? 2,
24, Relación individual y verldica del suceso acontecido en la ciudad
de Zaragoza el dla ó de abril de 17óó ... por d.on Tomds Sebastián y La-
tre,.Zara-goza, l7$, p. 56; cf. P. Vilar, sEl motln de Esquilache y las
crisis del antiguo régimenu, Revista de Occidente (febrero l9I2), p-.229.
. {. !f._E. P. Thompson, iThe moral Economy óf the English crowd
in_the Eighteenth Centuryr, Pgs! and Present (fébrero lglDl pp.76136,
--
V \ichard Tilly, en Journai of Social History (19?0), pp. l-f.
2Á. Rheinische Zeitung, art. cit. p. ll9 (continuación ¿et texto citado,
cf. !. 23; la misma observación para las expresiones subrayadas).
27. Ibid., p. ll3.
116 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRra
No obstante, Marx aún sacará de esa alusión proudhoniana
unas lecciones conservadoras en un sentido, tal vez destina'
das a tranquilizar a sus lectores. Por un lado, excluir de la
comunidad del Estado a un ciudadano honrado llamándole
criminal ¿no es segar, a expensas del Estado mismo, las
fibras necesarias para su vida?
Por otro lado, acaso hubiese que considerar los peligros
de una situación en que
el pueblo ve el castigo, pero no el crimen; y por el mismo
hecho de ver el castigo donde no ve crimen, dejará de ver
crimen donde haya castigo.'8
La falta de lógica de las leyes crea un rechazo hacia ellas
y quizás un día situaciones revolucionarias. A menos que...
A menos que las mentalidades colectivas sean, de hecho,
más complejas de lo que las relaciones y sanciones jurídicas
parecen sugerir. Marx descubre también, al hilo de su precoz
reflexión, dos nociones que superan ampliamente al derecho
en el sentido clásico de la palabra, nociones ciertamente que
más de un comentarista reciente ha sobrevalorado, pero que
la antropología descubre en más de un aspecto, como funda-
mento psicosocial'de los derechos primitivos.
En primer lugar se trata de la reificación. La Dieta discu'
te extensamente sobre la distinción entre leña seca y verde,
pero no duda en excluir al hornbre, parecido a la leña seca,
de la madera verde de la moralidad colectiva. Parece temer
por encima de todo, mientras desprecia las necesidades vita-
les 'de las familias campesinas, la previsión de que los cam-
pesinos la emprenderían con los árboles verdes, en la espe-
ranza de aumentar las futuras provisiones de leña seca. De
donde surge la prohibición de utilizarlas: n lmposible
-es-
cribe Marx- subordinar de fórma más elegante y sencilla el
derecho de los hombres al derecho de los árboles jóvenesr."
Y así es como el bien t¡alorado, el objeto pasado al estado
de mercancía, adquiere valor de 'fetiche. El artículo termina
recordando que los indígenas de Cuba, ante la actitud de los
españoles respecto al oro, creyeron que para ellos se trataba
de un fetiche. Si hubieran sido admitidos en los debates de
la Dieta, hubieran creído que los renanos tenían por fetiche
a la leña.' Así, detrás de profundas verdades económicas,
28. Ibid., p. ll2.
29. Ibid., p.lll.
fi. Ibid., p.147.
(SABERES> Y (DERECHOD lt7
detrás de las actitudes jurídicas que las consagran, pueden
tener lugar los más inconscientes hechos colectivos, que las
clases dirigentes, por otra parte, tienen interés en perpetuar.
Tanto el historiador del derecho como el historiador en ge-
neral tienen la obligación de no ignorarlo.
Sin embargo pienso que ese acercamiento aún vacilante
a las nociones de fetichismo y reificación se ha recogido más
a menudo en los pocos comentarios sobre los artículos aquí
estudiados, a causa de su brillo literario y su apariencia filo-
sófica.
Me parecen más importantes (y algunas veces expresados
también con brillantez) los análisis más concretos y más rea-
listas del fenórneno observado: para que sea apücáda h ley
sobre el hurto de leña, se le dan plenos poderes al guardá
forestaf público o privado; él es quien latifica et d.átito, y
quien determina Ia multa; desde entonces
la lógica que transforma al criado del propietario en una
autoridad del Estado, transforma a hs áutoridades del Es-
tado en criados del propietario... Todos los órganos del
Estado se vuelven o¡oi, oídos, brazes, piernas coá los que
el interés del propietario escucha, es¡iía, valora, protdge,
atrapa y corre...,!r
. -Incluso se ltegó a proponer que las penas se ejecutasen
bajo forma de servicios, en deducción -de las preitaciones
comunales debidas por los propietarios; esto re6aja, por un
lado,_a los alcaldes y a las propias comunidades ai ra-ngo de
policías; y por otro:
- La plusvalía forestal, ese espejismo económico, se con-
vierte en realidad gracias a la ley sobre los hurtos... para
la propiedad, el delitó se ha transformado en renta.t
Así, se riza el rizo por el regreso al dinero, carácter prin.
cipal del capitalismo. La totatiáad de las relaciones entie el
hombre desprovisto de bienes, el propietario y finalmente el
Estado, ha sido examinada a propésitó de un áerecho recien-
te, de una legislación que está elaborándose. Se ha dicho casi
todo, o todo, sobre un proceso de transición y también res-
pecto aI derecho'. Se trata de la transición dó un modo de
!:. I_qid,, p. 130 (párrafo subrayado por Marx).
32. Ibid., p, 136.
118 EcoNoMfa, IrEREcr{o, FrrsroRrA
producción a otro modo de producción¡ de la muerte de la
sociedad feudal y la cristalizaciún en el derecho de los prin,
cipios f,tnrdamentales del capitalismo."
Casi podrla terminar aquí mi exposición, puesto que aca-
bamos de ver, en los orígehes de un pensamiento fundamen,
tal para una teoría de ta historia, el lugar que ocupa la
reflexión sobre la historia del derecho.
No obstante, desearía, en el rato que me queda aún, exa-
minaf,Ia parte que podría tomar la historia del derecho en
una historia de los historiadores, la que yo sueño en practi-
car y hacer practicar, y de la que hace poco decla qüe me
gustada que fuese coherente, dindmica y total. Por ello, he
pensado, para sirhplificar, coger un viéjo €squ€ma que utilicé
hace ya tiempo para precisar las relaciones entre la economía
y la historia. Consiste en considerar, ante cada fenómeno
ofrecido al análisis histórico, primero ese fenórneno como
signo el análisis de la estructura, el análisis em la sin-
-esluego
cronía-, el fenómeno cómo consecucncia, corno pro-
ducto de l4s mismas modificaciones de la sociedad estudiada,
y finalmente ese fenómeno como factor, como causa, porque
no hay ningrln fenómeno histórico que no se convierta, a su
vez, et causa. Intentaremos pues examinar el derecho como
signo de una sociedad, el derecho como producto de la his-
toria y en frn e! derecho como causa, con tendencia a orga.
nizar, a estructurar unas innovaciónes, o con tendencia a
cuajar, a cristalizar las relaciones sociales existentes y a ve.
ces las supervivencias.
Etr¡ r,t stNcnoNfl: EL DBREcI{o coMo srcNo
El historiador que observa el funcionamiento de una se
ciedad en un momento relativamente estable de su evolución,
ve al derecho como revelador de las reglas, de tal funciona-
miento.
Entonces- necesita saber sólidamente, recurriendo a los
juristas, en primer lug4r, los principios del deiecho escrito
y de todo deiecho institucional; segundo,,las cóstumbres
efectivamente vivas que tengan alcance social; tercero, la me-
_ 33._ Cf. Ibid., pp.13,1;135, los juegos de palabras rschóne llandlung,,
eDas Interesse denktnicht, es rechnetr, eM¿hrwertr, etc.
.(SABERES,,Y ADBRECfTO} tt9
dida real de aplicación de las reglas destacadas, y, por últi-
mo, la medida de su aeeptación socio-psicológica, única capaz
de asegurar la eficacia effitidiana de esas reglas.
Observemos en seguida,que al ser toda formación socio
económica una combinación de varios modos de producción
teóricamente analizables, )¡ aunque uno de ellos desempeñe
siempre un papel dominante y determinante, lo que más bien
encontrar€mos, en cualquier tratamiento concreto, aplicado,
del análisis histórico, es una cornbinación de sistemas iuri
dicos, tmás que sistemas jurldicos puros.
Supervivencias de antiguas costumbres, alteraciones en el
seno de un derecho existente, rechazos latentes o margina-
les, o rechazos amenazadores e invasores: todos ellos son
signos aclínicosr de la salud de un sistema
¿Significa esto que la rnera observación de esos síntomas
jurÍdicos, positivos o negativos, bastaría para describir y e*
plicar una sociedad sometida a estudio? La innegable impor-
tancia del hecho jurídico en un conjunto social condujo du-
rante mucho tiempo, y todavla hoy, a esa ilusión. Es sel ins-
titucionalismor. Ahora bien, el principio de funcionamiento
de una sociedad no es el derecho, sino el hecho
-por ello
entiendo no el checho, banalmente enfrentado aI ndórecho>,
sino el hecho socioeconómico fundamental, que el derecho
cgqsagra y organiza-. Que haya pués que buscar el principio
de un sistema en la economín, dentro de la producción, y por
ello fuera del derecho, es una tesis plausible. Sin embargo, si
el derecho es la.cristalización del principio de funcionamien-
to de las relaciones materiales, y si es la condicióz de ese
mismo funcionamiento, ¿cómo podría no tener nada que de-
cir (o poca cosa) sobre las relaciones sociales de cuálquier
tipo, materiales y rr¡orales?
.los Pero en esto los economistas liberales tentadgs por
mecanismos de la economla -sean
(pural, o marxistas incapa-
ces de. distinguir entre materialismo económico y materiaiis-
na histórico- tienen tendencia a.aislar, el módeto econ6
rytico -producción y distribución de todo el producto social-
d" L"r- reglas jurídicas que sobreentienden y hacen posible tal
modelo.
Perq el rnodelo económico no es más que el cora2ón de
trna estructura global. Suprimiendo la propiedad privada de
los medios de produccig", V la libentad aJempreia y ae co
mercio, cuya- combinación supone toda una áaaptaóiOn ael
aparatp- j,urfdico, ya no existirá la sociedad capitátista. Esta
no se define pues sdlo por la formación, en su seno, de un
120 EcoNoMfA, DBREcHo, HrsroRrA
plusproducto. se defirte también:(tal vez sobre todo) por su
apropiacióa
NaturaleZa y límites' de la propiedad, naturaleza y tímite:s
de la'Iibertad: esos son los grandes hechos jurídicos que'de-
finen una estructura global. Si la ealificamos de "modo de
producciónn es'sólo para reconocer que el hombre no vive
sin producir, y que no existiría la historia si no cambiasen
las capacidades de produccióh del hombre. Pero la rnnneta
de,produeir, de repartir y de consumir supone un aparato
jurídico (y un aparato moral; ideológico) que pue-da asegr¡rar
sus reglas por lo menos a bastante ldrgo plazo. I producto, quizás stock; y finalmente, se convierte en mer-
1. Tomemos el ejemplo de la esclavitud: se, trata de una
propiedad no limitada sobre la Wrsona del trabajador y su
descendencia
',No es difÍcil forr.nular, teóricamente; el modelo económico
de semejantés relaciones soiiales de producción. El esclavo
ofrece su trabajo a cambici de una subsistencia capaz de ase-
gurar el mantenimiento de su propia fuerza de trabajo, y su
reproducción de generación en genBración (a nivel global).
El excedente,.del valor producido redunda en el arno, eviden-
temente. Observemos rápidamente que si el esclavo empe-
zase tarde a producir y viviese, en promedio, hasta más allá
del agotamiento de su fuerza de trabajo, el sistema tendría
pocas ventajas para el amo, mientrás que en el sistema del
asalariado, el trabajador có\ra estrictamente por el tiempo
que ha estado produciendo. De ahí la hipótesis, expresada
muchas veces, hoy discutida aunque dudosamente invalidada
en todos los casos históricos, de la desaparición:de La escla-
vitud.ligada al decrecimiento y frnalmente a la insuficiencia
de rentabilidad del sistema frente a las ventajas del sistema
delasalariado. : ' r'
Pero si los historiadores; en concierto con los económis-
tas, impulsan el análisis de *casoso diversos, tienen que re-
conocer, también que el modelo económico no lo :es todo,
puesto que no es necesariamente el único, y que el principio
de propiedad (en este caso, de la própiedad sobie el hombie)
tampoco lo es todo, puesto que puede dar:lugar, precisanien-
te, a varios modelos econórnicos, Todo, depende de la combi.
nación del sistema con otros conjuntos jurídico-económicos
no fundados en las mismas relaciones sociales de produc.
ción.
.(SABERES) y (DBRECHO) I2l
a) La New Egonomic His,tory demostró que la esclavitud,
en vísperas de la guerra de Secésión, er los'Estados Uniáos,
era (rentable>. ¿Pgro qr¡qgignifica esa palabr4 / €nLqué fun-
damentos se basan esasli$ftiébas? ",
Aquí se cor¡rpfica , el posib,le cálculo económico bajo
su forma negclásica, incluse, puede ser cuestionado--y-por -el
hecho d" qge e| hombrer (:o,l esclavo) es al misrno tiempo
capital, fuerza de trabajo y. producto. Es, como el br,rey y el
caballo, <caudal>; esta palabra es, en francés lchepteli, el
reflejo popular de la palabra culta (capitalD. pero es irmUi¿r,
cyncía, puesto que, como los corderos y becerros, las crías
de esclavo se pueden vender. Esa complejidad hace discuti.
bles todos los conceptos implicados en el ánálisis de la New
Economic History. rncluso ras eifras que utiliza r"r"iiun-ui
menos algunas dudas.¡'' pero no importa: queda bien claro
un modelo q]le deja creer que, gracias a los dos aspectos
productivos de la esclavitud de trabajo y autoirepro_
-fuerla
ducción-, la agricultura sudista seguía Sen¿o, en algu'nos
sectores, en vísperas de la guerra de Secesión, un *buá ne_
gocior, e incluso que aseguraba el crecimiento del producto
económico global. Cpnstatación gue, ciertamente, no^da cuen
ta de'todos los aspectos de la gqerra, ni tampoco de sus orí_
gen€s: pero gue puede explicar, en un senfido, la
secesión
prgblema. de la esclavitud, sus efectos económicos y las
l. de
cuelas Pl su se-
extinción es uno ge los temas preferidos de ra ñEH; cf.
New Econotnic Histitry, selección'¿" p.-i"tiri", pensuin soor.". ísii.
parte 6.1, pp. 33428, y lournat of Economíc uístoril{i-
t*árir'rSfuil
(32 conferencia de la E9og91qrc-uistory Associatt.ó-pp]-¿¡_O
pr,ilippí, lei6i
1q!9 Q$t:u ras.tesis de u. n. i*ir¿""" ñ"cr; siáil;yiiííó
l,_19_l;$ RaTsdell, <The. Natural Limits of Slavery fxpansion", ilfrs-
stsstpt vauey Historié Revíew, (1929), sobre la rentabilitá¿ ¿ecrióiente
de,la_esclavitud, por Io menos des¿á'ts60,ét
y J. R. Meyer, aThe Economic_s^gf Slavery,t,.ti""i.-á" Á. ñ. ¿áJ;;
tfr" Ánt"U.I-i; ürtü
Journal of Potitical Economy (1958), p;. ¡s:f¡Ol tue una de las primeiaJ
explicaciones de cálculo económico néoclásico para ra rrirt"tia écó"é-
mica. Precir?do por y. yasuba y E. Saraidar ttS'óal, ¿iscrltiáá
Genovese,. The potiticat Economy of sláiiiy'i" ¡í;"-E;;;;;n-l"l'sl:
;;É.'ñ.
ciety of t-he.Slaue So¿¿tft, Nueva io.É, tSóS-.-st" n.,t.ír;;;;
y reproducrdo en todas las expg_siciones generales ":"r"pfo
de la NEfl (Fogel
y Engerman, Andreano, Temin, Xo.ttr. L1"--1.-----
. !5._seArazona
sur,
no dispone_r de_las'esperaroár- d. vida de los esclavos del
sobre las cifras ri:iÉridas a los, negros del Norte; rnuchai
cif¡as se adoptan como *probables, ;
""eiói¡áii"s"; ll. "iril^ói&'¿i
RI:T:q.r haría soña1 aI menos, escrupuloso d. i..- di;.lñoJ
Dlmrand-
;;
 122 EcoNoufA, DEREcHo, HrsroRra
(¡cuidado aquí de nuevo, con los sutiles matices entre qex-
plicarr y rjustificar"!).
b) Fma en Cuba, en el siglo xrx, durante el maior auge
de la economía del azricar, el modelo econérnico de-la escii-
vitud es muy distinto.r La rnasiva importación de esclavos,
su relativo bajo precio, los ingentes excedentes producidos
pgr la comercialización del az,itcar, permiten uná amortiza-
ción tan rápida de las compras de esclavos, que el sistema
sólo,es rentable a condición de que la liquidaóión física del
esclavo muerte natural- tenga lugár a los cinco o seis
años de-porsu compra, condición realizada, por término medio.
A partir de entonces, ya no hay que preócuparse más de la
reproducción familiar. Y en efecto, se advierle que la familia
esclava existió poco en Cuba en esa época. Inóluso si falta
precisar el modelo económico, e incluÁo si la existencia de
crisis (y por lo tanto de un subempleo periódico) invita a un
examen-más coJ¡untural de las cosas, es evidente que el mo.
delo cubano no es el mismo que el que la New-Economic
History aplicó a los Estador U"iáor.- =---
c) Sin embargo, en la antigüedad se podían encontrar
4:rr;'¡;
otros smodelose económicos de esclavitud, áesde los esclavos
de supe_rlujo o de gran talento, que.realizaban algunas de las
tareas de nuestro (sector terciarior (incluida h
lrostitución
y la gestión einpresarial), hasta los esclavos tor-r¿"r-,ir*
plemente,por sus amos en una cualificación técni"", profi-
sional, y luego alquilados, bastante caros, gracias . ásá tor-
mación: sistema alabado por Flinio, y que -Antoine de Mont-
chrestien tomaba en su fraicté ae tttj
obra, no
-prirnera
lorolvidemos, que lleva el título .de Economía potUicá-,ilra
califi.car al hombre de sherramienta viva>.t
Así pues la esencia del sistema continúa siendo la extrac-
-
_
ción de los excedentes económicos. pero el medio y el si[io
qon-el hecho_jurídico (sancionado por los medios cóercitiú"os)
de-la propiedad sobre-el.hombre j sobre sus hiios,- y;; ;¿ió
sobre su hler:za de trabajo.
-.39. fqr trabajos en cürso de Gérard Aubourg criticando las visiones
clásicas de la escravitud en cuba_ muestran q"á ros rtó*T"i*-¿Li,ürc
xr*, desde Ramón de la Sagra a Leroy-Beaulieu- y sobre to¿o 1". ñó"--
l.ieaaol a l.a vida gracliga jipiótáááii, ie escravos, hombres
!11_
negocios, cónsules de Francia informando a su gobiern; i;;f;;; de
método dr análisis
_muy parecido at ¿e la-ivÉ¡r respecto a los cálculos
::-3":-T1a:¡,"t { d" rentabilidad basados en probábilidades demolra-
ncas, pero
37. A. de-aplicados a un caso muy distinto.
Montchrestien, TraictZ de I'oeionomie potitique. ló15. es_
tractos citados en el estudio anterior. (Les mots
iu lñirláí.t '
"t
,(SABEREST Y qDERBCHO* 123
No olvidemos la corte de fenómenos confusamente vis-
lumbrados por Marx respecto a los hurtos de leña, y que
acompañan siempre a laq Snstrucciones coherentes en torno
a un sistema de relaciciries: tendencia a la reificación del
hombre (en la esclavitud de las épocas modernas, se vende al
hombre por piezas, y Indias" se, estima en dimen-
"la pieza de justificación
siones materiales); esfuerzo de ideológicai re-
corre todas las épocas de esclavitud; desde lá justificación
racional de,necesidad, de eficacia, de las garantías que le da
al esclavo su propio valor-moneda,' hasta la justificacián sen-
timental del paternalismo sudista en los Estados Unidos, o
la justifrcaciún mitica, en el mundo catélico ibérico¡ de la
{predestinacióno, como muestran los textos comentados re-
cientemente por Sylvia Vilar sobre los <predestinados de
Guinear?
2. Tomsmos un seguhdo ejemplo: el d.erecho colonial mine-
ro, obserttado en Potosío
El modo de propiedad sobre el hombre y su producto no
9s ya l,a esclavitud. Es una combinación de' derichos parcia-
les, primero, sobre el hombre; segundo, sobre los bienes na-
turales (el,mineral tal y como es hallado en la montaña), y
tercero, sobre los bienes producidos (el mineral extraido). -
Doble pertenencia de los bienes naturales: el rey y los
concesionarios. Doble pertenencia del producto: el cónóesio-
nario, y, al principio, el trabajador indi-o. Esta apropiación de
una parte del producto por el lrabajador"es un paso hacia el
sistema del asalariado y también hacia el capiialisrno, por.
que la parte del produito cedida se saca entonces al rnirca-
do; se vend9,.en las plazas de Potosí, plata por plata, a pre.
cros competttrvos.
. Pero ese derecho mixto, degenerado, pronto amenazaría el
sistema colonial en tanto que monopolió. Entonces con Fran-
- 38. Recorder la justificación de Aristóteles tomada por Montchres.
tien y varios autores del siglo xv¡¡ (Cellorigo respecto i b, ;;;ñ;;t;
Marx lo descubre en Gtrstav Hugo (Werke; op. áit, p. g2); y ta*póÉó
está ause¡rte de los análisis {e ! NEIi lnoCión ae' .nóesiaaa,¡l ct-.
Coggd_v Meyer, New Economic History, ti3, p. 3gl.
__ el¡s predestinados de Guinea,f en Mélanges de la Casa
-39. S. Vile!, pp.
veldzquez, 1971, ns_326.
40. este ej.emplo se$in la crónica de Capoche en p. Vilar,
^ ,Analicé
Or et Monnaie dans l'histoire" Parls, lgl4, cap. 14. :
..124 EcoNoMfa, DEREcÉtro, HrsroRrA
cisco de Toledo, se combinaría el trabajo libre, los trabajos
forzados,i@piados del sistema, comunitario inca, y, de forma
marginal,"la,esclavitud misma. Y por otro lado; existla un
rechazo progresivo, por parte de la clase colonial dirigente,
a de,jar funcionar el mercado libre de la plata, y a pagar aI
trabajador con una parte del producto negociable, comeiF-
cializable. i l
.Se puede imaginar el trabajo del historiador (todavía por
realizar) para estimar y fechar cada una de las combinaciones
realizadas sucesivamente en varios modelos económicos, que
dependían ellos misrnos' de modificaciones jurldicas, impues-
tas u obtenidas por las partes en litigio,. según sus relaciones
de fuetza en cada momento.
El fqndo del problema sigue siendo: ¿quién trabaja? ¿y a
quién le aprovecha? ¿dónde están los productores de valores?
¿y dónde los acumuladores de excedentes?
Pero el derecho ocupa un lugar evidente dentro del meca-
nismo. Condiciona su funcionamiento. Es el sigrzo de stq
principios, donde se mezclan: l) concesiones, en sentido feu-
dal; 2) obligaciones comunitarias en sentido incaico; 3) deci-
siones políticas donde se manifiesta el carácter colonial de
esa sociedad. Todas ellas constituyen'las características inter-
nas de la estrucutra del Perú colónial. Si, ocasionalmente, el
derecho es dictado desde et etcterior en las *leyes
-piénsese
de Indiasr- la voluntad del lejano Estado
español Kse obe-
dece y no se cumple*.
Ei grado de eflcacia de la estructura confrontado con sus
mismos fines caso, la producción de plata para
España, realizada-ena este
través del funcionarn-iento de ciertas re:
Iaciones soclaleS de proilucciórr en ta exitotaóión de Potobí-
depende widentemente del glado de caherénéia entre eI .r-no-
delo económico, el sistema de derecho realmente aplicado, y
la conciencia de sí mismas que presenten las distintás chses:
en el caso de Potosí, conocemos los argumbntos de los qüe
se a-provechan del sistema, con buena concienciá, y a quienes
no faltan teólogos para su tranquilidad; p'éro también sabe-
mos cuántas críticas violentas, en nombre de la conciencia
cristiana, o de los escrúpulos jurídicos de algunos europeos,
intentaron contradecir ó limitar las condiciJnes de explota-
ción del trabajo; finalmente, no ignoramos la resistencia, más
o menos pasiva, las fugas, las arr¡enazas de rebelibn de loS
indios a los que el cronista Capoche acusa sin embargo de
carecer del sentido spo_lítico, de solidaridad...
Parece que sólo una historia total puede cubrir las nece-
(SABERESD Y (DERECI{OD 125
sidades de nuestra curiosidad sociológica hacia ese sistema.
dQuién podría dudar de la necesidad de incluir en ella el es.
tudio del aparato jurídic&.úWtplicado por é1, y de sus modifi-
caciones? ¿Quién podría'dudar de que, a la inversa, una
ahistoria del derechol que únicamente concerniera a ese
aparato jurldico no captaría las causas ni las consecuencias
de su propia voluntad? Porque es fuera de1 derecho donde
aparecen las fuerzas que exigen los carnbios del derecho. Y no
hay estudio (en sincronía>, no hay investigación de <una
estructurar que pueda aislarse de un pasado ni de un futuro
tampoco.
3. Algunas palabras sobre el <régimen feudal>
Entre los omodos de producción> que signi-
-palabras
fican totalidad históri"" ün una esrrucfu¡a
deteririnadá ly
dete¡m-inante-, sin duda, más que estas coinbinaciones co*-
plejas que correspondían a unos (casos> históricos partiEu.
iarés hubiera p,9dido, e incluso debido, escoger e¡empios ciá-
sicos y puros. Y sin duda, como modo de pioduóción donde
no son absolutas la propiedad ni la libertad del agente hu-
ryano, hubiera podido, y debido, analizar el .feuáalismo,n.
¿Pero_cómo atreverme a tratarlo en presencia de Witold Kula,
su más eminente teórico económico, y de tantos medievalis-
tas, juri-stas o historiadores, todos ellos más competentes.que
yo en <féudalismo> clásico? Por otro lado, las róflexiones io,
bre la transformación de la recogida de leña en (roboD, en
Renania, en los años 1840, ya nos han dicho bastante sobr:e el
carácter
"degenerado" de la propieda{ feudal, y la necesidad,
para acceder al modo de producción capitalista, de transfor.
marlo en carácter absolufo.
Pero no resulta var-lo para nuestro propósito decir unas
cuantas palabras aquí sobre la famosa discusión: ¿hay que
"feudalismor al hécho poütlci¡iri
reser('ar la califrcación de
dico de la
-alta Edad Media al que los historiaaores (y eítre
ellos, precisamente, los que fueron más influidos por la
cuela histórico-jurídica alemana) generalmente r-eservaron "r-
ese nombre? ¿Tenemos derecho a emplear esa palabra como
hicieron, con evidentes fines de critica ideológica, los hom-
bres de ala Ilustraciónr, del slglo xvrrr én Frañciai ¿O, final_
{rente, podemos, a la manera lnarxista, consi¿erar'"i;"dri;
el conjunto juridico económico-político --el .modo de pro-
 t26 BcoNoMfa, DERECHo, HrsroRra
ducciónu- que estuvo en vigor antes del capitalismo en gran
número de países?
Ciertamente, para esas sociedades, como para cualquier
sociedad, eI problema de fondo es el siguiente: ¿cómo se tor'
ma, y cómo se epropia la parte del producto social global que
no se emplea en la remuneración directa de la fuerza de
trabajo? En suma, ¿cómo se distribuye ese producto social
entrq las clases? Y entonces, ¿cómo funciona, en la base, la
(empresa feudab, ya sea expedición, cruzada, roturación mo-
nástica o complejo dominib señorial?
¿Pero cómo se podría verla funcionar sin precisar real-
mente, en cada fase de la formación, del equilibrio y luego
de la destrucción del feudalismo, el derecho más bien
los derechos- primero, del señor, segundo, -o de la Iglesia,
tercero, del rey (si ha lugar) y cuarto, del campesino? Y por
campesino hay que entender incluso al siervo, por lo menos
en ciertos casos. Porque, como nos recordaba Marx hace un
I
momento, a propósito de las asociedades de privilegi6s', la
clase más baja, en la sociedad precapitalista, también tiene
rll"r r sus derechos. Pensemos que el derecho del siervo a perma-
t"'
t
neeer en su etcplotación limita singularmente el derecho del
,i"
señor sobre la tierra.
En todo este conjunto, el derec?io lmporta si es
{.consuetudinarior- nos parece en primer -poco lugar esencial
como sigho. Porque estructura algunas relaciones sociales en
las que entra, ciertamente, un derecho de propiedad de
propiedad a la pez sobre la tierra y sobre las personas--ypero
en las que, a diferencia del capitalismo cuando se trata de la
tierra, o de la esclavitud cuando se trata de las personas, ese
derecho de propiedad no es un derecho absoluto. Conviene
plantear todos los problemas de la época feudal dentro de los
Lí¡mites del derecho de propiedad sobre la tierra y las per.
sonas.
Así pues, el tema de este coloquio de la historia
del derecho en una historia total de la-papel
sociedad- entra de
lleno en las discusiones en curso hoy día +implícitas o ex-
plícitas*q entre marxistas que, como witold Kula, están
41. W. Kula, Théorie économique du systéme téodal. Pour un m(>
déle de l'économie"polonaise, XVIe-XVIIII siécle, Paris-l-a Haya, 1970
(edición polaca redactada en 1962) y su bibliografla; por otra parte,
lournal of Economic History (marzo 193), sobre tqdo A, A. Alchian
y H. Damsetz, "The Property Riehts Paradigm", pp. 1627; S. Enger-
man, rSome Considerations Relating to'Property Sights in Mano, pp.
43ó5; A. Khane, cNotes on Serfdom in Western and Eastern Europe',
SSABEREST Y <DERECHOr 127
tontados por la formulación de modelos económicos en el
marco feudal, e historiadores de la econornía marcados por
la ¡\I¿w Economic History que, después de haberse propuesto
tpllcar a la época feudal unos modelos tomados de los meca.
nlsmos capitalistas, perciben hoy la necesidad de tener en
cuonta los hechos institucionales, las estructuras que modi-
flcan el sentido de las palabras clibertadr, rpropiedadr,
rmercado¡ y (empresau. Arcadius Kahane, en un reclente
¡Punte sobre la servidumbre, se pregunta si la pérdida (brus-
ca o progresiva) de los derechos del hombre sobre el hombre
no fue lo que inspiré a las clases dominantes el deseo de
hacer más absolutos sus derechos sobre la tierra. Es volver
a encontrar, en 1973,la problemática gue Mam descubría...
¡en 1842!n No está prohibido esperar que las llamadas snue-
vasr formas ellas ynrciales- de la historiografía
-todas
(economía, ciencia política, psicologla, etc.) encuentren plúxi-
mamente las formas antiguas (como la antigua (historia del
derecho") en el seno de una historia total cuyo concepto
central sería el ffiodo de producción."
No obstante, ello implicaría un improbable abandono de
muchos prejuicios ideológicos, no sólo a causa de los oríge-
nes de ese concepto, sino porque constituir la historia total
es asumir constantemente la crítica de todos los órdenes
sociales, antiguos, existentes o incipientes. Es, a decir verdad,
lanzar la duda sistemática sobre la <justificación por ta exis-
tenciar,la que Mam reprochaba a Gustav Hugo. -
pp- 8ó99. Este último artlculo alude a una discusión directa con W.
Kula, pero"también se refiere a tres importantes textos sobre las mismas
cuestiones; Hicks, .A Theory of Economic History, Oxford, l9ó9, D. C.
North y R. C. Thomas, <En Economic Theory of the Growth of the
Western Worldr, Economic History Rettiew (abril 19?0) y cThe Rise
and Fall of the Manorial System. A Theorical Modeb, lournal of Eco.
nomic History (diciembre 191).
42. (ahane; art. cit. p. 98, n. 9: cMy own inclination in providing
a rough summary of the development from a system of feudal tenure
to a funCamentally different system of tenancy in Western Europe
would be say that the abolition of property in men took place at the
price of adquisition of unfettered and unlimited property ñghts to the
land rétained, by the former serf-owning classr.
43. Cf. P. Vilar, "Histoire Marxiste, histoire en construction. Essai
de dialogue avec Althusser> Annales ^ESC (enerofebrero l9Z3), pp. lóS
198; reproducido en esta recopilación, pp. 174 ss.
t28 ECONOMfA, DERECHO, HISTORIA
4. Derec!,w",y modos de producción capitalista y'socialista
En efecto, no olvidemos que el sistemático aislamiento de
lo econórnico, en el método de los modelos, desemboca genei
ralmente, por una simple constatación de eficacia, en una
apologética.{
Al referirse implícitamente.a sus orígenes libe¡ales, el ra-
zonamiento económico<purol olvida gustoso los fundamew
tos jurídicos de la sociedad civil capitalista, propiedad abso
Iuta y libertad de empresa; pero esas bases sélo.valen si es-
t"ín garantiZadas por la aqtoridad del Estado. Hoy sabemos
que el carácter jurídico de los impüestos señoriales o de la
explotación de esclavos no congelaba en absoluto las propor-
ciones relativas en la distribución del producto en el se:ro
de las sociedádes antiguas. En camóio, la distribución de las
rentas, que er.r el régimen capitalista parece ser de origen
esencialmente económico y coyuntural, depende también de
la lucha de clases y de las intervencignes del Estado. El de-
recho fiscal j'el derecho social entranín pues necesariamente
en cualquier uanálisis de casoso en el seno del capitalismo.
Sin embargo, quienes estén interesados en la historia ideo-
lógica (¡y es muy interesante!) profito deScubrirán l4s suce-
sivas modificaciones de los apáratos justificatiios: un ma-
nual de economía política" de este tipo conservará el núcleo
expficativo del liberalismo absoluto; in tratado insiitucional
o de ciencias políticas insistiní al contrario (sobrevalorán:
dolas) en las conquistas jurídicas y las intervenciones del Es-
tado en favor de las clases humildes, sin resaltar los meca-
nismos permanentes de explotación del trabajo.
For no hablar ya que hacerlo- de la extensa
-y habríaque
gama de apardtos represivos cubren políticamente ,las
diversas formas de un modo de producción único. Ahora
bien, un aparato represivo nunca está totalmente desligado
de las reglas del derecho que se supone debe respetar, aun-
que escoja transgredirlas cal]adamente o decida suspender,
¡14. Advierto que las conclusiones apologéticas de Histoire écontomi-
que des.États-Units de Clough cuyo análisis podría parecer viejo, son
mántenidas con el mismo vocabulario (rfenómeno sin parangón, supe-
ración de los sueños más optimistas...r), en D..C. North, Growth'iind
Walfare in.the American Past, A New Economic History, Englewood
Cliffs (N. I.),19úÁ' in-fine.'
45. El de Samuelson, tlpicamente. ',.
como dicen,,", * rulTi,l,":#::::,o",.. o",""n.
y derecho privado, historia jurídica e historia polÍticá están
roJ:
mezcladol; y la misma economía depende
;:Trn::"-ente
En esto también, tas úftiriias discusiones entre economis-
tas-historiadores de la escuela americana chocan sin
-pero
lniciar un auténtico diálogo- con las preocupacionei de los
marxistas en torno al concepto de propiedad. La misma legi_
timidad del cálculo económico (o pbr io
-"rro, de tal o cu-al
cálculo) depende, como démostró muy bien Charlés
lpo 9:
Bettelheim, d9l grado de significación que to-maron, en los
sistemas socialistas en vías de elaboración, los términ'os opro-
piedadu, <detenciónr y (posesión> de los medios de produc-
ción a diversos niveles.6 Y, por supuesto, de todo el cónjunto
institucional, jurídico y politico, iapaz de definir, e" t"
irac_
tica y en la teoría, eficazmente o no, el alcance social de^esas
palabras.
. El derecho,, signo
y testigo en el estudio de un sistema,
forma parte del modelo que el historiador ¿ebiera coni_
truir.
EN r.¡, nncnouft: EL DEREcHo pRoDucro DE LA HrsroRrA
. Al evocar, hace un instante, la <suspensión de las garan-
tÍas constitucionalesr, evocábamos el cáso más claro: "aquel
en que el derecho público se deriva de decisiones polítióas,
que formulan_ sus principios y delimitan sus apliiaciones.
Pero esto también es cierto en los palses en que ia constitu-
ción no es escrita. Y es cierto también (aun{ue menos eüi_
dente) en rnuchos campos del derecho privaáo. Todo dere_
gfo rycg de un puñado de causas revehdb por el trabajo del
historiador, tanto si éste puede fijar *el d-ía, de "urr""i-
miento>, como si debe obsérvar su elaboración a to"r" targo-áL
muchos siglos.
. Los hombres de mucho antes de la <escuela históricar_
srempre tuvieron-y esto una vaga conciencia. No obstante
ha o,cumj{o a menudo que las mái preclaras mentes prefirie-
sen la robinsonada al sentido de la historia, y el mito briginat
a la observación de lo cotidiano. cuando Róusseau ur""Iuio,
<El primero al que se le ocurrió decir, después a.,""r"*""
._1ó. Ch. Betelheim, Calcul économique et tormes d,e propiété, parls,
1970, en especialr¡r..122-124.

r30 BCONOMÍA, DBRECHO, HISTORIA
terreno: esto es mío, fue el fundador de la sociedad civilr,
no advirtió (a menos que se hiciera pasar por ingenuo) quer,
lo que estaba describiendo era la'realidad creadora de su
siglo, el triunfo de los (enclosuresr ingleses,* el ataque gene'
ralizado contra los bienes comunales, en suma, el surgimiento
del oindividualismo agrario', y por 1o tanto, de la sociedad
civil capitalista y no de la sociedad civil a secas.o InclusQ
oeurre que algunos historiadores los más grandes- se
niegan a abrir ias ojos ante ciertas-y realidades, o cambios de
la realidad, cuando éstos forman parte de lo cotidiano. Marc
Bloch señaló cómo Fustel de Coulanges, en una carta a Mait-
land, negaba la existencia del pastoreo libre en Francia ¡en
el mismo'momento en que el parlamento estaba discutiendo
su abolición!
Y es que el derecho no existe sólo en los textos, y no se
crea de golpe, por la voluntad o Ia imaginación de los hom'
bres, sino por el impulso espontáneo,de las necesidades co
lectivas, sentidas de manera distinta según el estado de toda
clase de técnicas: materiales, económicas o intelectuales. Un
cambio del modo de producción implica un cambio en el
''l
modo de pensar.
Por supuesto, la Revolución francesa sigue siendo el fenó
I
meno histórico tipo, donde la modificación iurldico-polltica,
:
simbolizadá por lo menos tanto por el código napoleónico
como por la noche del 4 de agosto o por la Declaración de
derechos, a veces hará luego, a su vez, la Revolución
socialista rusa- -como
se adelanta al grado de evolución de las
fuerzas económicas y al grado de evolución de la mentalidad.
En toda revolución, como el juego lo dirige la élite de una
clase en ascenso,, pero todavía minoritaria, existe una parte
de voluntarismo que impuso el derecho'un poco por delan'
te de los hechos.
* Se denomina así al fenómeno del cercado de campos que comenzó
en Inglaterra en la Baja Edad Media y se continuó hasta el siglo xrx,
y que tuvo como motivo eI descenso del precio de los cereales y el
aumento de los de la lana; 4nte esa situación, numerosos señores ocu-
paron los pastos'comunales y los cercaron para criar ganado de forma
intensiva. Es una de las causas históricas de la'despoblación del campo
británico. (N. del t,).
4?. Señalo una investigación de fondo, en.red4cción, sobre los pro-
blemas teóricos del qbien comtin,, a partir de un caso concreto: A'
Pelletier, Communauté rurale et bien commun. Recherches sur les
stÍuctules et les apirations communautairey en haute Picardie de la
fin de l'Ancien Régime au début dt nouveau. (17151U8.)
(SABERES, Y aDBRECHOI l3t,
No obstante, no aislemes la Revolución francesa. Eviden-
tcmente, lleva algún retraso, en cuanto a transformaciones
¡ociales, sqbre la Revolucióp, jnglesa, en la que, en cambio,
por el hecho de su precoci{ad de londo (economía y socie-
dad), la forma política irá con retraso (sin duda sigue llevan-
do retraso). Pero la España de la década de 17ó0, a pesar de
eu profunCo retr.aso, que se pr,olongará mucho, le lleva una
I
ventaja de diez años a Francia en la elaboración de las leyes
liberales sobre la circulación del grano; Campomanes.prece
de a Turgot; y la desamortización de los bienes eclesiásticos
fue anunciada y pedida por él mucho tiempo antes de la pues-
ta en venta en Francia de los <bienes nacionalesu.{ El hecho
de que situaciones cualquier caso problemas- de la
-y en se
misma naturaleza jurídica creasen así simultrineamente en
unos países de estructuras evolucionadas desigualmente, no
se puede explicar por <imitación' s ninfluenciao, sino por
una concienciación ante r-ealidades sirnilares, sobrevinendq
en fechas distintas, circunstanciales, y cuya eficacia s€ r€v€r
lará por la sücesión de acontecimientos.
Pido perdón a los medievalistas por tomar aquí otro ejem-
plo relativo a la Edad Media, sobre unas cuestiones que me
parecieron oscuras durante mucho tiempo, que había estu.
diado sobre todo en Maro Bloch, y gue aún son objeto de
discusión y probablemente no están
-en
absoluto zanjadas.
Me refiero a la servidumbre.
No soy competente en absoluto por lo que se refiere al
problema de la servidumbre en general, pero al enfrentarme
con un problema localizado y concreto en el que tuve la
fortuna de ser guiado por dos grandes historiadores
món d'Abadal y Jaume Vicens Vives- advertí cómo-Ra- una
servidr¡mbre, entendiendo por ello un cierto fdpo de servi-
dumbre, pudo no derivarsl, como creía Hinojosa, de una
larga historia jurÍdica que se remontara a los romanos, sino
surgir de una historia material relativamente breve, la de la
Iucln entre señores y gampesinos en torno a la tierra y la
mano de obra, en h época én que el frente catalán de la-Re-
conquista, al ir progresando, estaba atrayendo una emigra-
ción incesante. Contra esa emigración, los señores de todó el
este catalán tuvieron que intentar sujetar la fuerza de tra-
bajo a la tierra; y lo hicieron por medio de la violencia, con
.derechor a <maltratarD, con la utilización de omalos usosD,
t.- 9!. P. Vitar qEl motín de.Esquilache ...r, art. cit., particularmente
pp.MM.
 132 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA
nombre que ya revel¿i bastante claramente su carácter dudo
so, pero,que adquirieron, en cierto territorio, un aspecto oadüN
vez más áe obligaciones y <derechos>. Los campesinos, obli$
gados a redimirse con dinero_ si querían abandonar la tiera
los uhombres de remensa'- si volvieron entonces clastif'
discrirninadai, casi una casta, ya que en pleno siglo xw lar
Iglesia decidió cerrarse ante ellos. Así puede crearse un tipo{
de relaciones sociales, y una especie de, uderechol, Por elil
hecho del intento de unos hombres en hacer creer (y termi-i
nar creyendo ellos) en la náturaleza eterna, o por lo menos'
<inmemoriab de Su propia creación.' '|
. Pero ocurren acontecimientos de masas, de los que por
otra parte es difícil opinar si no tuvieron ellos también tanto
un origen social como un origen <natural>: soú las catástro-l
fes demográficas del siglo xrv. Modifican la relación de fuer.
z¿s enti€ dos clases sociales antagónicas, cuyo conflicto es.
taba latente hasta ese momento; lo transforman en un con-
flicto abierto. Al despoblar una gran parte de las masías ca-
talanas, las pestes colocaron de pronto a los <remensas) en
una posición económica favorable frente a sus señores. Pero,
para eliminar su inferiorjdad iurídica, hará falta una guerra
social, de rnás de cien años.
lir,,r. El conflicto es lo bastante impórtante como para conver-
l',,r' tir a los (remensas) en.una clase organizada, con la que el
1,,.., Estado rey- debe contar, y a la que utilizará. HabÉ
-el gue
sin embargo esperar el giro de frnales del siglo xv
va co)¡untura, demografía estabilizada, poder político -nue-modi-
fiaado- para que se cree trna nuelra situación jurldica: la
de la Sentencia de Guadalupe, por otra parte confusa y com-
pleja, puesto que libera al campesino sin suprimir por cóm-'
pleto los dereohos señoriales y las distinciones jurídicas
feudales. La historia del derecho dependió de la historia en
su conjunto. En una primera fase de estudio, se la había
aislado demasiado.
Otra lección que se puede sacar del ejemplo de los <re-
mensas¡r: la historia hace el derecho; también lo deshace.
Si quisiéramos dernostrarlo con otro ejemplo de la
progresiva disolución de las sociedades esclavistas-, -elcuántos
49. Ct- P. Vilar, La Catalogne dans l'Espagne moderne, Parls,
t. I, pp. 464471i en especial la
19ó2,
discusión de lasConstituciónr: eCom
a molts entenents ...p de 1413, y la confrontación de los trabajos de Hino-
josa, Piskorsi, Vicens, Anguera de Sojo. Los trabajos de R. d'Abadal
P. Bonassie demostraron, por otro lado, el carácter libre del canrpe-
sinado del siglo x.
(SABBRESD Y (DBREO,ÉIOD 133
elementos tendríamos que conjugar: 1. La cñtica ideológica,
que generalmente viene del ¿rterior, la de los cAmigos aó los
negrosD, la de Antillón; esílbeque se cita más a men-udo _ha-
laga al hombre-; desgrabiadámente, es sin duda la menos
efectiva.2. La <crítica de las armas*, que también puede venir
d_el exterior, por.co[lplejas razones-que la New Economic
History, en el clarísirno ,ejemplo de ld oguerra de Secesiónr
qo ha llegado a aclarar.$ 3. La crítica dá ta úiolencia, si no
de las arrnas, y que viene eventualmente d,el inteñoi, ciia-
rrorfsmo, rechazo al trabajo, revueltas finalmente, más o
Telros organizadas,. sobre todo después del ejgmplo, obsesivo
al fin, de la revolución haitiana. y 4-. por ultirño, ol"iA"*o,
lo que Germán Carrera Damas, en una lograda"ofrase, llamé
cla dialéctica de la libertad";" al quereilibera"se A" ;;
t¡rtela, la de España, los propietarioj de esclavos en el mun_
do iberoamericano, se püsieron en ra delicada situación -áe
hacer un llamamiento a las arrnas ¡para la libertad de unas
gentes que eran a su vez esclavos! por eso Bolívar en 1gl0 y
Céspedes en 18ó8 liberaron a sus propios esclavos y f"É
pudo negar la libertad a los combatientes *manibises, ""," del
ejército de Maceo.
Todas las: disoluciones- prggresivas de reglas jurfdicas no
derivan, por supuesto, sóló dJ los,procesos que herhos sub_
layado hasta ahora (desgaste del funcionamiénto ¿e los mo-
dos de producción, revoluciones socio-polític..l. nig""",
grandes acontecimentos de masas, en la eiolución de laf civi-
lizaciones o_,de la ciencia, también tienen sus repercusiones
:rápidas o lentas- en el campo del derecho. peró inctuso
en
esto, la co¡runtura material a menudo precisa (o lis
fecha)-
giros más sensibles. Así, la dura legislación francer" ,oür"
el aborto se deriva directamente de irna conciencia
brutalmente aterroriza{",:l 1920,por la situación il;ó;;:
"á1""tiuá
fica revelad a a raíz de la prime""'érr"oá Mundial. i; ;i1ul
tendencia hacia su modificación responde seguramente a una
situación- demográfica singularmenti distinta, donde n"r""
conciencia confusa de las dificultades para emplea. iu,
i"
" "*
. 50.. una de las lagunas más enormes de la obra de North sobre la
,rustona
económica de los Estados unidos es esa ausencia de anárisii
de las relaciones económicas entre el Norte it S,r"
i I.
guerra. "., "írp;;;d"
.51. Durante la.reunión de la comisión Internacional de ros movi-
*ientg.s sociales y las estrucruras sociales, Vñ;;" lsó* i;'lJ_
orc¿rcron correspondiente, parís,lg7l, t. It,""pp. fl61n, ümites
"fl de- la
noción.
7-
134 EcoNoMfa, DERECHo, HrsroRra
merosas clases del "baby-boomD. No obstante, las novedades
científicas en materia de contracepción, su aceptación gene'
ralizada, su recomendación a las poblaciones llamadas osub-
desarrolladasD, no pueden estar al margen del cambio mun'
dial, en ese campo, de la legislación y las costumbres. ¡Un
nuevo y apasionante tema de <historia total¡r!
El derecho, signo de los modelos de funcionamiento de las
sociedades, también es signo de las etapas de la civilización.
Esto forma parte pues de la cevolución de la humanidad"
al que no renuncio, por mi parte, en la definición
-término
de las preocupaciones del historiador-. Se puede creer en el
progreso del Derecho, si se cree en el progreso de la condi-
ción humana, prcisarnente en la medida en que el Derecho es
producto de la Historía.
EN r.e or.lcnoNf¡: EL DEREcHo coMo cAUsA
¿Es necesario añadir que el Derecho, producto de la His-
,i, toria, es también uno de sus factores? Como cualquier ele-
mento de la totalidad histórica, el producto se transforma
I
en causa. ,Es causa por su simple posición en la estructura
I del todo. No existen elementos pasivos en el complejo his-
'i tórico.
El derecho de nuevo las lecciones de los pri-
meros artículos-tomemos
de Mam inspirados en los debates de la Dieta
renana- nombra las relaciones entre los hombres ante los
bienes, y las infracciones a las reglas de esas relaciones. San-
t l'
ciona y por lo tanto pone en marcha el aparato represivo,
cuyas modalidades fija también.
Pero, por eso mismo, el derecho modela las mentalidades.
Si bien es cierto que al principio es difícil que un derecho
nuevo haga creer a unos hornbres formados en antiguas cos-
tumbres que el robo de leña es un crimen, o incluso un sim-
ple delito, al final, después de algún tiempo, cualquier acto
sancionado como tal se dará por tal. El conformismo esgnn-
tdneo de los hombres cn sociedad es un hecho sociológico
considerable. ¡Cuántos hombres sencillos no habrán sobrevi-
vido a la humillación de pasar por un tribunal o una estancia
en la cárcel!
Al forjar las mentalidades, un derecho refuetza su efica-
cia, y a través de ello, las estructuras qüe consagra. Las mis-
mas formas de aplicación de un derecho derivan en gran
parte de la historia de lqs mentalidades. Una tesis reciente
(SABERESD Y (DERECHO)D 135
sobre la ciudad de Caen en el siglo xvrrr describía, con textos
de la época, la última ejecución pública, por descuartizamien-
to, por un crimen de derecho común, y'en la que el reo se auto-
acusaba y cantaba durante el suplicio, ante los ojos de una
masa inmensa que cantaba con é1. Pero esto fecha también
el final de una visión religiosa del castigo y el crimen, puesto
que, hasta nuestros días, no han vuelto a aparecer más ejem-
plos. Al esfumarse el carácter espectacular de la sanción,
cambia la noción misma de crimen." Cuando las ejecuciones
comienzan a hacerse clandestinas, asoma la duda sobre su
legitimidad.
Sin embargo, no creo que convenga confundir historia del
derecho con historia de las mentalidades, o conformarse con
la yuxtaposición de esas dos historias y otras más. Hay que
intentar captar su interacción.
Así es particularmente interesante seguir la combinación
entre interés particular, interés de clase, visión jurídica de
un derecho y, en último término, de las creencias religiosas,
en la hístoria del diezmo. En algunas regiones de Francia, en
el siglo xvrrr, el rechazo a pagar el diezmo (o el fraude des.
vergonzado) son la regla común, mucho antes de la revolu-
ción que suprimirá su obligación jurídica. Pero en otras re.
giones, se pagará el diezmo concienzudamente, contra toda
legislación existente, hasta muy entrado el siglo xrx. Así pues,
la conciencia de una obligación puede sobrevivir a una modi"
ficación jurídica mientras en otros lugares su rechazo pudo
anticiparse a su supresión.s'
Y es que la noción del derecho no es sólo una noción cul-
ta. La fe en eI derecho, que los artículos sobre los robos de
leña ya sacaban a la luz, se puede simbolizar, si se quiere, en
la respuesta al rey del molinero de Sans-Souci (y nos importa
muy poco su autenticidad): ¡Hay jueces en Berlín! pero he
encontrado particularmente viva esa fe en los textos que he
utilizado recientemente a propósito de los motines españoles
de 1766. Destaca el hecho de que los organizadorei de la
revuelta urbana de Zaragoza
no digo sus ínstigadores,
-y
52. Excelente tesis de J. Cl. Perrot, Genése d'une úlle moderne, Caen
au 18e siárc\e, París-La Haya, 1975. Recbrdemos la considerable coátribu-
ción de J. Tomás Valiente sobre las relaciones entre derecho penal
y- mentalidades, El derecho penal en la monarquía absoluta, Mádrid
1969.
53. Cf. las observaciones de G. Fréche en la primera Conferencia
nacional de los historiadores economistas franceses, l9ó9, Actes, parts,
192. Sob-re las supervivencias del diezmo en el siglo xrx, ci. los trabajoj
de A. Soboul.
136 ECONOMÍA, DBRECHO, HISTORIA (SABERESD Y (DERECHOD t37

porque 9l motín es espontáneo- son indudablemente tradicho la historia: Anselmo Lorenzo, en su Proletariado
o clérigos .que confieren a los desafíos que lanzan contra" militante, pone en boca de Serrano Oteiza este cpuro crite-
administrdores públicos, corno el intendente, y contra, rio revolucionarior: la fuerz.a coercitiva del Estado es Kene-
comerciq$tes, considerados unos acaparadores,. una forma miga desde siempre del vudadero derechor.s' Encontramos
rídica, invocando todas las formas del Dérecho, derecho una vez más la problemática de Marx en 1842: bien tendría
derec.ho privado, derecho público, ,derecho canónico, y que existir un derecho en sí, un derecho racional, universal;
mando que¡ cuando se contradice ..el bien público", o pero ¿quién dicta el derecho positivo? ¿El Estado? Pero
mente se desprecia, existe un derecho a la insurrección.
,
¿quién hace el Estado?
a la insurrección política, corno afirmaría la efímera Del aes legal porque así lo quieror pronunciado por el rey
tución francesa de 1793, sino a la insurtección social' En nodt de Francia en <lit de justice>,* al u¿qué pide el puebloh de
bre de un <derecho de los pobresr, de un aderecho a las jornadas revolucionarias de París, del "interés generalr
vidao, sobre *los bienes de los Pobres representados en lnvocado por la Declaración de derechos del hombre, al inte-
tor. Las fórmulas finales de los carteles que usan esas rés supremo, más limitado, pero dado por absoluto, <de la
siones son una imitación del estilo legislatiua: aNos ... mañ{ Patria¡¡ según los nacionalismos del siglo xrx, el Derecho ha
dlamos ...por su mandado ... D, etc. Ahora bien, el pueblo buscado justificación mds en lo social que en lo puramente
toma todo esto en serio; grita (tenemos derecho los moral. Y por eso, antes que nada, deriva de la Historia.
bresr, (Ro queremos la vida que es de Dios, sino lo .que Pero recordemos la controversia que citamos contra Hugo
nue$trob. F.ste einstinto jurídicor popular se suma aquí y la escuela histórica del derecho. Ciertamente, hay que estu-
derecho segular contra la usura, que sobrevivé en las exigertl diar la Historia para comprender el derecho, ya que éste es
cias psicológicas en el mismo mornento en que su aplicaciór{' parte integrante de la Historia. Sus relaciones permiten dis-
le hace perder viger,." Más ejemplos dé moral y juridícisnto cernir la importancia histórica de los intereses, lo mismo que
del rnismo tipo se han destacado recientemente en cuanto a el papel de las ideologías. Pero comprender no es condenar
Alemania e Inglaterra," ni justificar: comprender es criticar.
Con este asrycto complermentario: si se deia de creer en
la natqraleza criminal de un acto, ¿por qué no realizarlo?
Y es la otra cara de la moneda: el campo de la ilegalidad, del
bandidaje, erigidos como modo de vida, y aceptados tácita-
mente por ciertas capas sociales en protesta'espontánea con-
tra la opres¡6tt 5sc,ial y sobre todo fiscal. Algunos abusos'del
derecho crean un antiderechq
Én ese campo, desbrozado por Eric Hobsbawm, nos gusJ
taría por otra p.arte seguir dos pistas contradictorias y com;
plementarias. Por un lado, pasado. las nos-
imáeenes del pasado,
lado. las imágenes
talgias, de antiguos derechos destruidos por la,h,istoria en las
institucionqs, pe{o que siguen vivos en el, alma ile aquellos
que los disfrutaron como clase.* Pero también existe ,la aspi-
ración espontánea del hombre hacia un derecho ideal que,
contrariamente a las imágenes anteriores, denuncia el pasado
y proyecJa hacia el futuro una esperanza q}e sigmpré ña con-

54. P. Vitar, ugl motfn de Esquilache..., art. cit., pp. Yn-Bl.

55, 9f. supra, n. 2S.(artículos de Thompson y,Till9.
56.. Cf-, de Hobsbawm, sobre las nostalglas:que slguen a las tüns-
fo¡macio¡es históricas, un artlculo, reciente, *The,sociál Function'of
_ 57. +, Lorenzo, El proletaria"do militante, Mexico, s.d., cap. primero
(evocación del cFomento de las Artes).
the Past>, Past and Present, (mayo 1972), pp.117. * Sesión del antiguo Parlamento presidida por el rey. (N. det t.).
 UI
MARX Y EL TRATAMIENTO
DE I.A, MATERIA HISTÓRICA
 1';;¡

HISTORIA SOCIAL Y (FILOSOFIA DE LA HISTORIAU*

Cuando se me pidió hace algrln tiempo que participase en

vuestros debates de hoy, me dejaron prever que se ieferirían
a la objetividad en historia: viejo problema, que me dio que
pensar durante rnucho tiempé y que estaba deseando volver
á -rltiüi" con
- examinar vosotros.
q"u ." ha adoptado por fin para mi informe, *His-
toria social y filosofía de la historia), me incomodaría más,
por su amplitud excesiva, si no pensase que se trata en rea-
li¿ad Ae una formulasión diferente del mismo problema.
En efecto, imagino '-y si me equivoco, tendréis la amabi-
I,¡rtr'l \ri
lidad de advertírmelo- que después de preguntarle al señor
canónigo Aubert: <<¿Qué relaciones ve usted entre su fe reli'
- "" 1,,
giosa f h investigaéión histórica de las religionesh, habéis
querido plantear a un historiador mamista una pregunta pa-
ralela: u¿Que relaciones ve usted €ntre su oficio de historia'
dor de las sociedades y su filosofía de la historia?, (o, si me
',',i:
remito al titr.ilo más genérico de este debatef ly su ideolo-
gía?>\.
, Íll1 , r,
- É,ste es el terreno de la claridad. Me sitúo ed él con mu'
cho gusto. No deduzcáis que acepto el paralelismo en todos
sus términos.
Sé que muchas mentes preclaras entre aquellas que más
respeto (y también entre las que respeto algo merros, en nla
meáida'en que su sinceridad me parece menos evidenle), se
llaman no r¡iarxistas, antimarxistai, n marxianosD o se institu-
yen <marxólogosr, porque la desinencia de la palabra malxis-
mo califica a.sus ojos al menos una doctrina, y como máxirno
una religión, de la que Marx sería como mlnimo el profeta y
corno máximo el dios, porque también se pronuncian las
palabras teología y catecismo
Reconozco que me diverto viendo cómó las palabras fe o
* Contribución aparecida en L'Histoire et l'Historien' Recherches
et débats d,u Centre cathotique des intellectuels franQais, París, Fayard,
l9ó4, Reproducido con la amable autorización de los editores.

t42 EcoNoMfa, DEREcHo, HrsroRrA
teología, hoy generalmente (y con toda legitimidad)cargadas
de mátices dé i'espeto y consideración, adquieren de luev-g,
al ser aplicadas ai maixismo, aquel tono de condena implí'
cita, de desdén, o por lo menos de ironía, que antaño se l-e9
habia reservado, eñ h época triunfante del positivismo y del
cientificismo.
Un joven historiador, al que aprecio mucho por la since-
ridad apasionada de su vocación, me atribuyó recien-temente,
en un irtículo demasiado elogioso, una "fe juvenil" en 'el
mamismo. Juvenil siempre alegra. Fe no puede ser, de labios
de un creyente, más que una palabra de simpatÍa fraternaL
Si a pesai de ello selntuye una suave ironía, es porque-el
que está hablando de <fe marxista, sabe muy bien, caramba
ly a esto es a lo que querfa llegar- que el mamista (en este
caio, yo) se atribuye tia actitud cientlfica. ¿Se hace ilusiones?
Es el mismísimo objeto del examen de conciencia que me ha-
béis pedido. En seguida lo comienzo.
póaria deciros [ue, en la experiencia personal que he vi
vido no he sentido el mamismo como una fe. Pero harían
falta unas cuantas definiciones. Y de todas maneras, no serla
una demostración, sino un testimonio. En contrapartida, es'
pero aportaros algunos argumentos válidos, al margen de mi
personá, afirmando, y precisamente en tanto que histofiador
iocial, que el marxismo no es una lilosofla de la historiq.
Verdad que es, hasta cierto punto, una filosofía. Quiero
decir que no es un rechazo metaflsico de la metafísica. No es
un positivismo. No reserva sistemáticamente un lugar a lo
incognoscible. Para é1, no hay más inexplicable que lo aún no
explicado. El hombre y el espíritu no le parecen unos datos
sino unas conclusiones, unas oonquistas continuas. Esto está
al mismo tiempo muy cerca y muy lfjos del entusiasmo ra-
cionalista del siglo xvrrr.
Aceptar esa doble herencia, considerarla como la condi'
ción dé h übertad frente a toda mitología, como la condición
de la adecuación del espíritu al mundo, y de una ciencia que
hará inrltil toda filosofía, es legítimo o discutible. Pero no es
eso supongo lo que queréis de mí. Porque si habéis pregun-
tado: c¿Se puede ser creyente e historiador de las religio-
nes?', no os planteáis, imagino: *¿Se puede ser no creyente
e historiador de las sociedades?". Habéis dicho: "¿Se puede
ser historiador de las soiiedades y tener una filosofía de la
historin?".
Generalmente se atribuye una *frlosofía de la historia, a
quienes creen que la bistoria tiene un sentida. Y Dios sabe
MARX Y LA MATBRIA T¡TSTóNTCI 143
cuánto se ha hablado, estos ultimos años, del "sentido de la
historia*. Lo han hecho, en realidad, más bien quienes no es'
tán satis,fechos del sentido que Parece estar tomando, qrre
quienes la ven avanzar coir simpatía. No obstante, concibo
saber por
{ue suscite suspicacias el historiador que pretendapuesto que
ádebntado et séntido de la historia. Pero en frn,
por definición se ocupa del pasado, reconoped-que el historia'
dor dispone de cortafuegos. Porque cuando ¿¡ss; ela historia
va por ése hdo ... D es que ya Io ha -hecho. Bt¡scar el por qué,
cieitamente, presenta sus riesgos. No investigar el por qué es
renunciar a pensar.
Y siempré me he preguntado qué es lo que harán con su
oficio de historiadores quienes creen que la historia no tiene
senti.d.o. ¿Le dedican su vida a una materia impensable? -
Es veidad que el positivismo, y luego un neopositivismo
subjetivista (más en boga, por otra parte, entre los filósofos
que entre los historiadores) admitieron que el oficio de histo'
riador consiste en investigar lo que ocurrü, sin preguntarse
por qué sucedió así, y resaltar constantemente la infinita
variedad de las cosas humanas, para demostrar que en su
terreno r¡unca reina la necesidad.
Admito la dificultad de alcanzar los puntos de necesidad
en los prbcesos de la historia humana. Admito la fragilidad
de nuestra noción de causa. Admito que en cualquier mo-
mento, un mismo problema histórico puede comportar varias
soluciones distintas.
Pero si el hecho pasado hay que establecer, pero
que, una vez establecido, se-que convierte en dato- se estlma
por adelantado rebefde a mi análisis, si se me niega la espe-
ianza de reconstruir sus mecanismos, ya sea que llame azar
o libertad a esa barrera que se me enfrenta,, renuncio a tra-
bajar óientíficamente. Coleccionaré acontecimientos, o incluso
retratos. Describiré instituciones. Contaré. No intentaré coz'
prender. En cuanto intente comprender, es que supongo que
la historia tiene un sentiúo. Este postulado no es una (filo-
sofla de la historiap. Es la condición de una ciencia histótica.
Una crítica epistemológica que se ha tomado como tarsa
derribar este postulado no consigue disimular que es ella en
realidad quien postula una filosofla de la historia. Pretende
demostrar, al mismo tiempo, que no hay más historia que la
del historiador, y que el oficio de historiador tiene por prin'
cipal deber el de ¡desasirse de la historia!
Afortunadamente, desde hace varios años, el historiador
demuestra el movimiento andando.
t44 ECOUpMÍA, DERECTTO, HrsroRrA
Además, el aparato científico se apodera cada vez más de
las disciplinas que conciernen al hombre. ¿Por qué no otor-
garle al historiador lo que se otorgaría al sociólogo, o al eco-
nomista? Porque los sociólogos y los economistas, en el fon-
do, siguen cónsiderando la historia terreno de lo particular,
de lo accidental, de los <acontecimientos>, en suma, el resi-
duo de las estructuras y las regularidades de lo que ellos
entienden por su campo? Pero ¿dónde, que no sea en la his-
toria, podrán buscar una sociología o una economía no pur¿r-
mente teóricas, una información lo bastante amplia? Estoy
lejos de negar la utilidad y el interés d.e una búsqüeda de lai
estructuras más generales o de los ritmos más repetidos.
Pero la historia'es el carrcbio de ritmo, el cam,bio dJestruc-
tura. Y la búsqueda de una explicación a esos cambios...
Mam percibió esto tan bien como nosotros, o mejor. Es
el rechazo de Marx por parte de la sociología alemaña y la
hi_storia positivista lo que le hizo perder a lá sociología cien-
tifica, a la que se informa en la historia, un tiempo frecioso
que _recupera trabajosamente, redescubriendo uno por uno
los elementos del progreso;
Por otro lado, la época en que Marx fue más despreciado
y menos leído, fue en la que se le consideró <un filósófo de la
historia>. Hoy, unos lo aceptan como filósofo, otros como
economista y otros como historiador. No se dice bastante
lo que realmente fue: el primer sabio que propuso una teoría
generaL de las sociedades en movirmiento.
, Y una <teoúa generali, no es una
fitosofía.
Es el marco de una serri de hipótesié sometldas, o que
hay, que someter, a las verificacionel de la experimentacibn.
!a crítica epistemológica subjetivista objetá lo siguiente:
.1, que
la historia es conocida y analizadá demasiido mal
para poder soportar una teoría y que así la presunta teoría
(precede a la historiayi:z, que la historia ignora la expeii-
mentación,
Pero hoy ya, frente a esa posición modesta (o falsamente
modesta) se_esgrime otra crítica, que, al contrario, pr"t"rráé
supg-rar a Marx, en el sentido de que nuestros méiodos de
análisis y de información estarían ahora infinitamente mejor
instfumentados' que,.los suyos.
- He aquí pues dos actitudes contradictorias, aunque alia_
das en más de una ocasión.
. No me ,parecen justificadas ninguna de las dos. El histo-
riador no debe ceder hoy ni a un eñeso de humilda¡
exceso de pretensiones. "i;;;
MARx Y LA MATERIA HIsTóRICA 145
Mam admitió que se podía teorizar, no porque estuviera
orgulloso (aunque en su justo derecho, podría estarlo) de su
propia genialidad, sino porgue conocla su deuda para con
sus predecesores. ii,';'
Reconozco que, cuando escucho hoy que Marx está canti-
cuado> o csuperado), prefiero no imaginarme lo que hubiera
dicho él (porque era violento) al oír a uno de sus contempo-
ráneos tratar así a sir James Stuart, o a Williarn Fetty, o in-
cluso a Aristóteles. Mam no situaba en sl mismo ell punto
de partida de la mente humana en busca de sus propiasleyes.
Si sentaba las bases de una teoría, es porque otrós fraúian
descubierto modestamente, de manera ingenua, la estadística
y la demografía, el cálculo de probábilidades aplicado a los
acontecimientos humanos, la ley del valor, el producto neto,
el producto global,'el, trabajo productivo y el-improductivo,
el trabajo simple y el complejo: y tantas otras nociones que
sólo se admiran hoy si se las descubre orgullosarhente bájo
un vocabulapio a la moda, pero que son las nociones d.e fondo.
Tal vez me objetéis que se trata de las nociones de fondo
no de la historia, sino de la ueconomía política, (como antes
se decía) o de la <ciencia económica> (como se dice hoy).
Es cierto. Pero no me discutiréis que también se tráta de
las nociones de fondo de la historia sócial.
Porque,
.lugar cuando-precisamente, el
gran paso adelanté de Marx tuvo
comprendió que si existía la economía polftica,
si se constituía en ciencia, en primer lugar, era prueba dé
uya posible objetiviTación de to subjetivo, de una'necesidad
global capaz de manifestarse partiendo de las aparentes liber_
tades individuales de elección; en segundo lugár, que si esas
Iibertades de elección económica desimbocabár,
t"y"r, ta,
libertades de elección política no debían. serj en"r,caaá nivef,
desde el individual hasta er global, ni más nr menos necesa-
rias; y tercero, que Io económico, lo social y fo potiti".".iu_
ban tan estrechamente-rigados que el verdadero iuj"tó ¿" ru,
ciencias humanas era la -historiá total.
_ Imaginar que la historia en tiempos de Marx no estaba
bastante avanzad,a como para ofrecer las bases de una teoria,
es cofnprender incorreciamente lo que tufu.*
""t""Aió-p*
historia. concibió ra historia a nivel macroscópi"o,
una realidad global pero, por eso mismo, f¿óit ¿e" dominar
"iu"r'á"
al principio. La física no se lanzó de golpe a la investiCació;
de partículas. Si no domind, al rñerios manipuló iá *"_
-las
teria antes de conocer su íntima estructura.
 t46 EcoNoMfa, DERBGHo, HrsroRrA
Del mismo modo, Marx, sobre la teoría corriente de las
contradicciones internas del fenórneno capitalista, lanzó
irylyioo:ó!;"
htdi;'i",É¡d; su destino. Sugirió una
3xr
er
;#-";;;ñiliÁ-lir¡i,o*íuso,, se llaman rerz 'ta URSS'
China o Cuba.
-"'i"r*iiiar"e que os cuente cómo,.en.cuba, en la unive¡si-
aaA Ae Las Villás, escuché lo que considero la mejor-defini'
;ió; ¡;a;"rxismo (y veréis qu" t'o se trata'de una filosofía
ñ;it"iá;por adeiántado): él rector de esa universidad, al
iecibir a un-gruPo de viajeros del que-yo formaba parte'-nos
¿=¡O,"t" t"iorpr"s. geniral (era en 19ó1): (Nuestra univen
iiáua, a partir áe ahoia, entiende ser una universidad mar'
iistaiettiñistan. Uno de los visitantes, francés -y que creía
t"i*.*i*ta- le objetó inmediatamenre: 'Señor rector,
ponen ustedes acasó,: de personal suficientemente cualificado
-"o*o
p"t" enseñar el márxismo?r *Pero señor -exclamó -el
;;;¿-;o se trata de enseñarlo; se trata de aprenderlo'
Haciendb h revolucióq. Asociando siempre la práctica y la
teoría.¡r
1 ilr{'ilii
i ii;. Recientemente, en su último libro sobre Marx, Roger Ga'
raudy definió el mamismo como una metodología de la inicia'
I
'll tiva'histórica. Pienso que la fórmula es correcta, y puede
conservarse
,j:' ,, Es cierto que eso parece alejarnos singularmente del
,,.1,i
,,
mero trabajo de historiador. Es que Mam, historiador' -nato,
no entendié en absoluto construir una historia para el uso
,/
de los futuros historiadores, ni tampoco esperó las conclu-
siones de los historiadorqs de biblioteca para prever 9 i"l
ll' ,,
ufl
'
pirar la transformación del mundo. Sobre una visión global,
i¿pi¿a, de los modos de transformación observados en es-
tructuras pasadas y revoluciones- operó unas
prertisiones y tanzó-evoluciones
unas experiencias. Los resultados pueden
huy bien diverger de las primeras hipótesis. Eso es precisa-
*"ñt" 1o que háce que el rnarxismo responda a la defrnición
misma della ciencia: intentar la experimentación según la
teoría, y modifrcar la teorÍa.en la medida en que la práctica
obliga a ello.
Iás mismas modificaciones que ha sufrido la previsión
mamista durante su acción demuestran que la teoría no se
<inmovilizór. No es menos evidente que *la experiencia his'
tórica*, en sus principios, no pudo modelarse según cálculos
demasiado sutilés. Hizo falta que empezase por medio de es-
quetnas.
MARX y LA MATERTA Hrsrónrcl 147
Es pues posible, e incluso seguro, que la práctica de los
las estudios históricos, de la historia del pasado, haya padecido
y padezca aún, en los mismos países en los que está en curso
.. la <experiencia históricain, un abandono relativo (al ocuparse
del presente), o una utilización tan ostrechamente vinculada
a la lucha diaria que derive al mismo tiempo del análisis de
tal lucha, y de la crítica malxista de los periodos de cons-
trucción' Es simplemente una manera de constatar, una vez
más, que el historiador está dentro de la historia, y que hay
en cada momento una significación histórica de la historio,
grafía.
Nosotros üo escapamos tampoco a la mism4 regla. y una
de las facetas de nuestro trabajo consiste en juzgar por
¿dis' nosotros mismos, en todo momento, la medida en que nues-
tra propia reflexión (y la de los demás historiadores-, a nues.
tro lado) obedece a las inflexiones del momento.
Pero sin duda la mejor manera, no de escapar (pues nun:
ca se puede escapar) a la presión de la historia, sino de
dominarla obedeciénd.ola, es en primer lugar tener plena con-
ciencía de ela. Después, esforzaise en pensafla teóricamente
(en vez de dejarnos llevar empíricamente por ella).
Entonces, pregunto si las conciencias humanas actuales,
que nos proponen todos los días unos instrumentos de aná-
lisis más complejos o más agudos, nos ofrecen de hecho un
marco de hipótesis y una problemática mejores que el mar-
xismo, única teorla de las sociedades cuya experiencia histó.
rica viva pone a prueba los conceptos, várificá o modifica iry
cesantemente las hipótesis.
Sobre todo no vayamos a imaginar que eI marco teór¡co
y la problemática márxista sean ólucioies fáciles. S"r *"t'
xista no es fácil. Person¿lmente, pienso que siempre se inte¡r,
ta serlo, ,mucho más de lo que se,consigue. pero es ese com.
bate para trasponer al estudio del pasado eI choque vivo y
creador de la teoría y La prdctica lo que me parece una acti.
tud particularmente fecunda en el oficio de historiador.
voy a proponer, desde ese punto de vista, no un largo
-balance,
-Os
sino algunas constataciones. Simplemente algunós
puntos en que el marxismo me parece {ue ayuda, ayuda mi
labor cotidiana de historiador, como teoría, como instrumen
to crítico y como dialéctica constructhta.
 148 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA
Alcuxls EvrDENcras DE LA TEoRfa
A) La noción de fuerzas productivas
como factor en una historia del crecimiento
Hoy no existe ni un solo joven candidato a la más peque'
ña escuela técnica o comercial al que no se le exija haber
reflexionado sobre el tema de la productividad. Existen insti-
tutos de productividad. La productividad es progreso. Se
adopta el estudio de la productividad como tema para con'
gresos de ciencias históricas. Hay quienes están firmemente
persuadidos de que la noción es un logro de Colin Clark. Mam
no ignoraba que la noción, en germen en Aristóteles, estaba
clara por lo menos desde William Petty.
Sabía que en la relación entre trabajo y valor estd todo
el secreto de ta historia social.
Pero no simplificaba. No convertía la productividad en
l,'l;, condición suficiente de la transformación histórica. Se con.
formaba con convertirla (lo que es muy distinto) en condi-
,,'t
ción necesaria.
La hipótesis materialista de Marx tiene un garácter mo.
desto, negativo por así decir. Consiste en sugerir: observad
las fuerlas productivas, es decir, al mismo tiempo el número
I
de los hombres y los recursos naturales en explotación, pero
¡lr
en fin, y sobre todo, las técnicas de produccf<írz, porque sólo
,r"lr
ellas pueden superar la tendencia al rendimiento decreciente
en la explotación de la naturaleza. Si las <fuerzas producti-
vas) así definidas no se mueven, veréis inmovilizarse la capa.
cidad de creación de la vida humana, las mismas formas de
civilización. Si, al contrario, las fuerzas productivas se mue.
ven, todo se pone en marcha. La pasión actual por el proble.
ma <subdesarrollo/desarrollo> no es más que el reconoci.
miento de esa idea.
¿Pero creéis que se trata de una idea sencilla, elemental?
Meditemos sólo la definición que nos proporciona Marx de
Ia productividad. Veréis gué títulos de capítulo nos propone,
qué investigaciones exige al historiador de las economías, al
historiador de las sociedades.
La magnitud de valor de una mercancía sería constante
si fuera constante el tiempo de trabajo requerido para su
producción. Pero éste varía con cada cambio de la producti.
MARx Y LA MATERTA rrrsrónrcl 149
vidad del trabajo. La fuerza productiva del trabajo está
determinada por múltiples circunstancias, entre otras el
grado medio de habilidad de los trabajadores, el estadio
de evolución de la ciencia y de su aplicabitidad tecnolósica,
la cotnbinación sociat del proceso de producción, ei alcánce
y la eficacia de los medios de producción; y también por
condicion e s nat ur al e s.
He subrayado las invitaciones a un programa de estudios.
Observo que Marx introdujo, en la última indicación, res.
pecto a las condiciones natural€s, una serie de sugerencias
(que por otra parte precisó rápidamente) sobre la observa.
ción de la productividad que cambia a. corto plazo (en el
terreno de la productividad agrícola que domina la meteoro.
logía) lo cual incluye todo el problemá socio-económico de la
"desigualdad de las cosechas' durante toda la historia. Esto
incluye también el problema de la productividad minera va.
riable, sobre la que se asienta la historia de los desequilibrios
monetarios y el movimiento de los precios. En fin, incluye,
más generalmente, en el programa áel historiador, toda- la
geografía, Ia de los recursos y la de las distancias.
Las demás ,indicaciones invitan al estudio de la historia de
las técnicas y la historia de las ciencias, sin olvidar que los
problemas de
"implantación> (como dicen los econoiristas)
son tan importantes como los de <invenciónr,
Finalmente, al contar entre las *fuerzas productivas> los
rasgos positivos d,e ta organización social déI trabaio, Marx
invita a una sociología del trabajo, noción que debe ser toda,
vía más amplia que.la de <sociología indusirial,, porque po-
demos soñar con una sociología del trabajo Aei iiervo, áel
esclavo o del fellah, que sólo un historiador puede con_
tarnos.
La primera indicación sobre e/ grado medio de habilidad
de los trabajadore.s implica finalmenie una investigación orien.
tada tanto hacia la eficacia del aprendizaje en cor.
"Imarco téc.
porativo medieval como hacia el estudio áe la educación
nica moderna' lJno de los criterios mejor reconocidos de ras
condiciones actuales del desarrollo.
Me parece que el programa de Marx, en historia econó.
mica y en historia social, no corre el riesgo de ser qsuperq..
do>,-poy lo lejos que aún está de verse cimplido.
Añadamos que afortunadamente Mam es mucho menos
<materialista) que sus críticos. Con esto quiero decir menos
(mecanicistal y menos <fatalistap. Cuandó plantea
la condi.
 150 EcoNoMfa, DEREcHo, HrgroRra
ción orinciDal, necesaria, del crecimiento -la modificación
positiva de'la productividad- sabe perfectamente que no es
iuficiente, én él sentido de que al no ser todos los. comPo
nentes .de-esa (productividad> únicamente técnicos, sino tam-
iién hiy que sumarles el estudio psicológico, el es'
soc¡ales,
tudio humano. Ño podrlan faltar el factor espíritu ni el
factor salmaD.
Estos aparecen en otro ejemplo. Y- es inútil subrayar gue,
al proponer unos <ejemplt-t;, me resigno a dejar en la som-
brá michos aspectoÁ, muchos matices. Es el sino de un trai
bajo como éste.
B) Clases y lucha de clases
En cuanto al mismo problema de la qlucha ds glasssr, tan
tlpicamente (marxistal, no voy a tr-ataf más que una aParen'
td sutileza de definición -qué de hecho es una idea funda'
mental y excepcionalmente iecunda-. Es la idea de que las
clases sóciales se distinguen no Por su consumo y sus rentas,
I",Il'tl',,
sino por su situación dentro del proceso productivo'
,," 1
Ricos. Pobres. He aquí el aspecto externo. Es importante'
',
Determina parte de las psicologlas. No es un motor de'cam'
i
bios ni luclias. El problema no está en saber cómo se es rico
ii:llr;,lr;,
o pobre. Sino en saber cómo se hace uno rico o pobre. Acu'
milación, pauperización: ¡éstos son los principales proble
mas de la historia social!
,air:l,lr:
Porque se consigue ser rico o pobre por la manera eo qu€
se panicipa en la producción, por el modo en-gue-se-sitúa
unó en relación con la producción, en una posición de fuerza
o en una posición de áebilidad. Es el modo de susttacc:ün
sobre la pioducción, es el mecanistno de acumalaciónlo qtrc
constituÉ el hecho social significativo, esclarecedor.
Reflexionemos ahora sobre los recientes progresos de la
historia socioeconómica; todos ellos podrían agruparse, creo,
en torno a este cambio de perspectiva: estudiar no ya las ri'
guezas o las pobrezas, sino los enriquecimie¡tos y los empo'
6recimientos, no ya los ricos y los pobres, sino los producto'
res de valor y los acumuladores de plusvalla.
' Y sobre iodo, no vaya a pensarse que esas nociones se
limitan a la sociedad capitalista e industrial. Toda la historia
agraria del Occide¡rte europeo hasta la revolución económica
iñdustriat y hasta la revolución social antifeudal, gir-a e¡
torno a esias nociones marxistas elementales: el mo:do de
MARX Y LA MATBRTA rrrsrónrcr 151
producción y las relaciones saciales de produccddn. Enume.
remos sólo los grandes hechos incluidos en ese marco: el
señorío, la comunidad dp,pueblo, los modos de propiedad y
los regímenes de arrendffiiento, los sistemas de exacción y
las capacidades de almacenaje, las desiguales repercusiones
de las crisis meteorológicas sobre las distintas modalidades
cleyes de las dqsviaciones socialesr, esos rbe.
de renta
-€sas
neficios de puntar, demostrados tan maravillosamente por mi
maestro Ernest Labrouspe- y más generalmente toda la
evolución del mundo rural, de la aparición y la liberación de
los siervos en la ugénesis, de los granjeros capitalistasr (uno
de los capítulos modelo de El Capital).
Cuando se manejan a diario esas nociones vivas, se tienen
: unas ganas legítimas de sonreír al escuchar a tal o cual filó.
sofo, cuidadoiamente preservado de todo contacto con la
investigacién, clasificar,a Marx entre los qfilósofos de la his.
toria¡ al modo del siglo xffi, y que la sociología del xx se
cree con derecho a considerar esuperadosr. Es en el contacto
con los problemas cotidianos planteados al historiador social
donde Marx aparece realmente como el primer teórico de
una sociologfa histórica, como el primer abastecedor de
conceptos de base y de modelos, susceptibles de ser perfec.
cionados, ciertamente, modifrcables, ¡pero todavía tan a me,
nudo los rlnicos existentes!
C) La correspondencia entre fugrzas,
modos y relaciones de producción
Desearía tomar de nuevo un ejemplo en que me parece
que mi propia investigación histórica ha verificado una de las
grandes evidencias de la teoría, a menudo una de las peor
comprendidas, o en cualquier caso de las menos explotCdas.
Se trata de la cley de la cerrespondencia" entre fuerzas,
modos y relaciones sociales {e producción.
dQtÉ se entiende por eso? Sencillamente, el hecho de que,
al modificar,se las fuerzas productivas, es obligado que cam.
bien los emodos de producción> (conjunto mucho más am.
plio de costumbres y estructuras, a un tiempo técnicas, so-
ciales y psicológicas). Y desde entonces las (relaciones
so_cia,les de producciónr, es decir, el modo de propiedad y las
relaciones entre clases sociales no pueden mántenerse (ii lo
son por la fuerza, detienen el proceso de crecimiento).
En mis trabajos sobre la sociedad agraria catalana del

152 ECONOMÍA, DERECIIO, HISTORIA
siglo xvru, hallé una aplicación extraordinariamente clara de
esa ley.
Y que da un ejemplo bastante característico de lo que se
podría denominar, en historia, Ia "experimentación espon'
tánean.
En un terreno lo bastante amplio como para comportar
elementos con ritmos de evolución desiguales, y sin embargo
lo bastante reducido como para ser observado'(se trata de la
Cataluña española entre 1714 y 1808), las modificaciones de
las fuerzas áe producción se concentran geográficamente: en
la costa, y en ciertas regiones rápidamente repobladas, se
constatan importantes' inñovaciones culturales, sustituciones
de cultivos,, intensiñcaciones en la rotación, estercoladura y
regadios,
Allí donde se producen esas modificaciones, se ve ceder
muy deprisa el conjunto más complejo de los "modps de
producción": es decir,. la misma estructura de las explotacio'
nes, de las servidumbres colectivas, de los arrendamientos
tradicionales, de las asociaciones agricultura-ganadería, de' los
circuitos entre la percepción del diezmo y el mantenimiento
de los pobres'en las parroquias, y el impacto social de las
-lll crisis meteorológicas, todo ello adquiere una nueva fisono-
u,'' mfa; finalrnente, el antiguo sistema Social ..relaciones
ll -las
de producción>- se desgasta y tiende a'desapareóer, no sln
,iiil1,,
defenderse primero. Se puede seguir al detalle la forma en
que la renta señorial deducida de la producción crece de ma-
nera absoluta y decrece de manera relativa, cómo una parte
es arrebatada por una capa social nueva qtre la emplea con
un espíritu diferente, cómo el dinero penetra en unos circui-
tos que antes prescindían de é1, cómo se modiñca la noción
de propiedad y córnó el campesino pobre se com¡ierte en
proletario, en asalariado, mientras el hijo del campesino rico
se convierte en burgués.
. Pero lo interesante es comparar esto con lo que ocurre
en las regiones en que el número de habitantes ha aumentado
poco y donde las técnicas han seguido sin cambiar: ahí, en
algunos pueblos de montaña, el hombre reconoce qve perte-
nece a su señor, como en el siglo xrv; el diezmo remunera
realmente las funciones eclesiásticas; no se hace distinción
entre uso y propiedad, entre bienes privados y comunales; el
dinero apenas circula; los derechos fiscales'del señor y del
rey pesan cada vez de manera más aplastante, por lo menos
relativamente. La yuxtaposición de dos casos de
montaña, pueblo de arrabal urbano- descritos -pueblo
por los pro-
MARX y LA MATERTA rrrsrónrcl 153
pios habitantes en respuesta a unas encuestan detalladas (al.
rededor del año 1789), sí,es una experimentación veriticadora,
Pero todavía es quizá más interesante el caso intermedio,
aquel en que el proceso pe ha iniciado, pero no ha llegado a
término, y,donde los hombres del país hay dotados de
una admirable mente analítica- exponed -Jos
ellos mismos cómo
ven con sus propios ojos que las innovaciones técnicas hacen
imposibles los modos de producción tradicionales, y modifi-
can la psicología de las relaciones entre las clases sociales
en torno a la economía.
Naturalmente, una comprobación de esta índole no pqede
causar asombro, porque la formulación teórica de Matx no
ha salido de la nada, y se debe fundaryrentalmente a una uti:
lización inteligente de los textos del siglo xvru. Fue el.pro
fundo conocimiento de la transición del leudatismo al cafiita-
lism,o lo que inspiró a Mam su generalizaeión y luego sus
hipótesis sobre el desgaste y la necesaria sustituCión dé toda
relación social a partir de las nuevas exigencias de cada téc-
nica. Pero cuando se- ve hoy a algunos ecónomistas .proponer
como aalternativa a Marx, unas interpretaciones some4ps. del
adespegue> de la sociedad moderna, en las que no hallamos
la menor experimentación seria de historiadbr, sigue siendo
legítimo considerar a Marx el fundador aún no sriperado de
una investigación metódica en historia social..
El ulnxrsuo coMo TNsTRUMENTo cnfrrco
Quisiera abordar aquí otro aspecto del método marxista,
a partir de un incidente que fue al¡lo doloroso para mí por.
que me hizo medir la incomprensión manifestada por ünas
ment-es que tengo en alta estima, no hacia mi actitud perso-
nal (lo cual no tiene importancia) sino ante un gran proble.
maplantea{o (lo que es mucho más grave),
Era en Sévres, en 1950. Se habían reunido profesores de
historia y profesores de filosofía, para ayudarse a reflexionar
sobre sus distintos modos de peniamiento, y sobre la mutua
ayu.da que podían proponerse reclprocamente. paul Ricoeur
prorlunció en esa' ocasión'una admirable exposición sobre la
objetividad en hibtoria,
-que luego publicó cómo principio de
su obra Histoire et Vérité.
- Podía sumanne, igual que hago todavía hoy tras la lectura
de su libro, a muchas de las fórmulas de paúl Ricoeur refe-
ridas a la historia, a la que concede, me parece, más o *irro,

154 EcoNoufl, DEREcHo, HrsroRra
lo esencial de lo que reclamamos para ella, y entiendo port
ello la posibilidad de una elaboración de tipo científico: <E¡
objetivó - d'ioe'Ricoeur-, lo que el pensamiento metódico
ha elaborado, puesto en orden, iomprendido, y lo que puedé
hacer comprendero. "La historia tiene que añadir una provirll
cia nueva il variado imperio de la objetividad."
i
Dicho esto, la exposición de Ricoeur, apoyándose con fueri
za en su inmensa óultura filosófica, y excelentemente inforr
mado (aunque desde el exterior) de las más recientes y me'
jores formas de investigación histórica, presentaba sin em;
bargo a mis ojos dos lagunas inexplicables: parecla ignorariá
la óbra de Einest Labróusse, y ni siquiera habla citado
Man. Me extrañó: porque Para ese cordenamiento', esa
*comprensiónD, esa ahistoria razonada>, si se las cree posi'
bles y si se desean ¿puede desdeñarse a aquel que sentó sus
fundamentos y formuló sus reglas?
Se lo pregunté a Paul Ricoeur. Me respondió algo seca'
mente qué Marx no le interesaba, por no ser un ufilósofo crí'
ticoo. Intenté contestar, y el presidente de la sesión me inte-
, llr'iiiii',lt
rrumpió en seguida, diciendo (más bien gritando) que no
lii
estábamos en Praga y que yo no iba a imponer la dictadura
''ll' de un pensamiento. Yo no había pronunciado más que una
sola palabra. Era la época de la guerra fria. Desde entonces
rlll
,ii.t, hemos avanzado bastante.t
Pero lo que me entristecía aquel día no era la brutalidad
inesperada de un incidente del que no me sentía en concien'
cia responsable en absoluto; era Ricoeur quien me preocu'
'lf,l|,,i paba, tan escrupuloso, tan abierto, y cuya incomprensión ante
Man me dolía.
P0rque, en fin, ¿Marx, un filósofo (no críticoD? ¿Y dónde
está entonces la crítica? No es acaso el primero que pidió
a los hombres: cuando penséis alguna cosa, preguntaos pri'
mero por qué lo pensáis, Y cuando oigáis decir alguna cosa,
preguntaos primero quién la dice, y por qué. Singular am-
pliación de la famosa "crítica interna> del historiador, que
las costumbres clásicas reducen demasiado a un ingenuo test
de sinceridad, habilidad, disimulo, interés bajo y élemental.
La crítica marxista del testimonio es una cosa muy distinta;
es una crítica sociológica del conocimiento; no convierte las
actitudes y el pensañiento en un absoluto irreductible que
1. Permítaseme una observaclón de 1980: la acoyunturar material,
intelectual, espiritual, pasional, ha creado condiciones que nos recuer.
dan 1950. iQue el historiador explique la razón de ello!
MARX Y LA MATERIA HISTÓRICA i55
sólo derive del individuo. Busca esas actitrries, e sos pefisa:
mientos, no unas vulgares razones de infe¡'és inatelial (como
a veces se cree), sino un fundamentc en el espacúo social y
un fundamento en el momento histórico, que ningrrn análisis
literario ni ñtosófico podrían ignorar sin grave peljgro.
Esta critica marxista de los textos y esa búsqueda de tetc'
tos-series que tengan una significación global para una clase
y una época, es un ejercicio muy distinto, y de diferente al.
tance, que la simple (crítica internar del testimonio, Es el
fundamento mismo de una ciencia histórica, uno de cuyos
principales postulados tiene que'ser la frase de Manr: uNo
padentos juigar una época según la conciencia que üene de
sí misma>.
Y tampoco podemos juzgarnos a nosotros mismos según
la conciencia que creemos tener. El marxismo. exige de cada
historiador dichq, de cada hornbre- urr peq)etuo
-mejor una perpetua crisis de conciencia. De
examen de conciencia,
lo cual, generalmente, prescinden sus detractores.
Paul Ricoeur había insistido en la (revolución copernica-
na) operada por Kant en filosofía, y cuya importancia no dis-
cuto. Pero tenía ganas de decirle aquel día me hubieran
dejado tiempo- que la verdadera-si
(revolución copernicanaD
que obliga al hombre a no considerarse
me parece que ha -como
sido
individuo- el
realizada mucho
centro de las cosas,
más porMarx.
Lo acaba de escribir, del mismo modo, Roger Garaudy en
su rlltimo libro. Me alegré de esa coincidencia. Y rnás todavía
al descubrir, respecto a mis actuales reflexiones sobre la
sociología de las guerras, las conclusiones de Tolstoi en Gue-
rra y Pa1, sobre la (revolución copernicana> deseable en las
escritas, curiosa coincidencia,
ciencias hurnanas
el rnismo año que el -palabras
primer libro de El Capital:
En el primer caso Tolstoi- [es decir, en el caso
de Copérnico], hubo que-dice
repunciar al sentimiento de inme
vilidad en el éspacio, y admitir un movimiento que no per-
cibían nuestros sentidos. En el caso actual, debemos tam-
bién renunciar a esa libertad de la que tenemos conciencia
y reconocer una dependencia que no sentimos.
Que la rlnica forma de conquistar nuestra libertad sea
saber primero que no somos libres, y en qué sentido no lo
somos, y si ésta es la ufilosofíar de Matx, para el historiador
se trata un método crítico singularmente fecundo. En primer
 156 ECONOMÍA, DERECH O, HISTORIA
lugar para arrinconar todas las interpretaciones ingenuaméfi¡
te idealistas de la historia, donde unos personajes solemnél
hacen, en irlralquier momento, más o menos cualquier cosÉli
Y luego,ipára que el historiador, en materia de objetividad!
luche primero contra las ilusiones sobre sí mismo.
Porque, naturalmente, el marxista es el último en discutif
la fórmula <el historiador está dentro de la historia"; inclubó
es una de sus más evidentes conclusiones para criticar sul
fuentes y a sus predecesores.
Queda su propia subjetividad.
<Presentimos Paul Ricoeur-, que existe una sub.
-dice buena,
jetividad del historiador y otra mala... r. Desgracia.
damente, en cuanto pronunciamol ubuena, o (malaD, úemoó
tomado partido. ¿Se trata de una elección libre? Hay que
volver a ernpezar la operación crítica.
Preferiría proponer, más o menos, la regla siguiente:
La eonciencia de los elementos objetivos que determindn
la subjetividad del historiador, por el ejerciclo d.e su oficiot;
tiene que darle capacidad para penetrar en ta subjetividad
, fil'l'ri iirii:i, de.los hombres del pasado, para desembocar en una concep
lo I I lr,r
ción objetiva de las relaciones entre lo objetivo y lo subie.
tivo, etapa suprema de la unión entre ciencia y .fiiosofía. '
, ']' '
Lo .principal es pensar firmemente que lo objetivo y lo
están perrnanentemente creándose, recíproca, -dia.
,,i -
subjetivo
'' ,i i,,,', Iécticame¡te, porque esa misma es la relación que- une mate-
^lil,l ria y espíritu.
Pues bien, en esto, las conquistas del historiador son ya
,ll ,rl ., enormes. Pienso en ese siglo xvrrr español, cuyo secreto ña
sido perseguido durante tantos años en absurdás discusiones
sobre las <influencias), y el <afrancesamiento> o el .no afran.
cesamiento' de tal o cual autor privilegiado, mientras que,
por poco que se analicen en profundidad sus estructuras ma.
teriales y sus modifi.caciones, sus fuentes espirituales e inte.
lectuales se hallan en éI mismo, en las corráiciorr., de vida,
en sus contradicciones, sus exigencias y sus impotencias.
V,er el nacimiento en Españá como én Francia, de
modo internacional y-tantono localmente-, del *giror ¿e íZSO
se puso a disertar sobre los granosD- no de la
-aFrancia
fantasía de algún voltaire sino de las estructuras incipientes
del gran comercio y de la coyuntura de las crisis, no Ls sólo
hacer un amodelo> de esas crisis, y un <modelo> de las re.
vueltas (<motín de Esquilacher, ..guerra de las harinas> o
<Grande Peur, de 1789), también ei hacer un modelo social,
un modelo intelectual., y finalmente, un modelo moral.
MAN.X Y LA MATERIA HISTÓRICA 157
Porque, én fin, volvarnos a leer a los hombres del siglo
xtx. Para Michelet, el edicto de Turgot sobre la libertad de
granos, es,(la Marsellesa del trigo>, es la grandeza de espíritu
y la generosidad de eorazén. Para los autores españoles de la
; misma época, Colmeiro o Ferrer del Río, son loi mismos re.
formadoies, que flrman los mismos decretos, quienes tienen
razón (aunque Esquilache no sea Turgot). El pueblo que se
Ievanta no comprende. F.stá equivocadó, es igno.-rante. A-veces
I es cruel. Incluso Michelet no osa defenderle. y los pobres
curas de pueblo que están con él son fanáticos o ,necios.
O mal intencionados. Y los aristócfatas conspiran.
Tal vez sea cierto. Pero hoy sabemos qué se trataba del
hambre. ¿Nos colocará.eso, sentimentalmlnte, al lado del
rpueblor? ¿O por el contrario, nos pondremos de parte de
los reformadores burgueses, por durós que seun, poiq.r" ,on
inteligentes, y de parte del progreso? Aquí es dónde puede
por fin asomar la objetividad real, cuando hayamos cuptado
el porqué de la rebelión del pueblo, y el poíqué (donde la
inteligencia y la buena voluntad no són tas tnicas-encausa.
das) de la postura de los reformadores. El anáIisis objetivo
de las alteraciones de precios y de los <beneficios de pünta,,
de las contradicciones fundámentales entre las clases y a. Us
contradicciones pasajeras entre categorías, puede parécerle a
quien se irrita con nuestra profusión de tifras y nuestros
estudios de cuentas, muy ramplonamente <materialista>. Es
el único fundamento de una posible superación de las subje-
tividades de la época estudiada y de n-uestra propia suUjeli.
vidad.
El utxxrsuo coMo TNsTRUMENTo DrAlÉcrrco
Falta¡ía aún el más difícil de todos los problemas, el pro.
blema de la casualidad.
En esto, Ricoeur es severo y no se lo reprocho. Tras ha.
,berle
concedido mucho al históriador en cuanto a sus posi.
bilidades de análisis, ra arrebata buena parte de su confiárza.
A sus ojos somos irigenuos, <precríticosD, y oscilamos entre
el determinismo y la probabilidad.
De acuerdo. Pero, después de todo, ¿no oscila la física
entre probabilidad y, determinismo?
¿Entre noción u"rt"dío
trcaD y noción absoluta de las <leyes>?
plemente-que la probabilidad es'la foñna¿y si dijésemos sim.
bajó h q"";;;
es revelado el determinismo?
 158 .ECONOMÍA, DERECHO, HISTORIA
El problema se planteó entre los economistas: ¿análisis
de forrna matemática? ¿O análisis (causalD de
"alternitiyp4
forma co¡lcfeta, donde el factor *exógeno, aparece siempre,
alterando el juego?
Para los historiadores, la elección se sitúa entre la simple
*historia razonadau duda, aún la más razonable- y una
síntesis dialéctica que-sinexplique la <totalizaciónu' Sartre, en
beneficio de ésta, tendería a condenar el análisis. Pero sus
ejemplos toman pronto un giro verbalista que evidentemente
no nace de una experiencia de historiador.
La recbmendación dialéctica de Marx es mucho menos
ambiciosa y mucho más aprovechable. Consiste en practicar
el análisis, sin olvidar que la slntesis del conjunto no será
nunca una simple suma de las partes analizadas; en practicar
la abstracción, en utilizar la <teoría>, incluso el esquema,
pero sin olvidar nunca que lo real es complejo y que es
siempre, en cierta medida, particular; en fin, en no utilizar
nunca la noción de causa más que luchando obstinadamente
contra cualquier tentación de unilateralidad, de explicación
universal, de acción sin interacción.
$ti,rliir Quizá sea una concepción banal de la dialéctica. Pero
n'1,,
aquí también, es un tipo de banalidad que todavía puede en
señarnos mucho, porque hay muchas banalidades fundamen.
,t
,,,
'L]" tales despreciadas.
Por lo que a mí respecta, todavía no he encontrado más
*',,
que un medio simple, modesto, para realizar la conjunción
'lL'
necesaria entre la inducción y la deducción, entre el análisis
y la totalización, entre la constatación de los ciclos y la cer-
tidumbre de los pasos hacia adelante.
Ese medio es considerar cualquier fenómeno histórico (o
sea, cualquier fenómeno social en pleno cambio) de tres ma-
neras sucesivas: considerarlo primero como signo, para pro-
ceder a las constataciones y los análisis; considerarlo luego
como resultado, m,irando hacia atrás; y finalmente conside-
rarlo como causa, mirando hacia adelante.
Luego, no está prohibido hacer una sintesis. Si sucede al
triple análisis que he recomendado, evitará toda explicación
unilateral: ni la demografía, ni la técnica, ni la ciencia, ni las
cpropensiones a... >, ni el ritmo de producción de la moneda
(cito,aquí lo5 sucegivos intentos de explicación unilateral que
han asediado la historia socio-económica) revelarán nunca
el auténtico secreto de la historia, sino una paciente combi-
nación del estudio de la demogratia, de la historia de las
ciencias y de las técnicas, de los ritmos de la moneda, de
MARX Y Le Mtrekrl grsrómcl 159
las contradicciones y las luchas sociales, de los impulsos es'
pirituales y materiales que los acompañan y subrayan, que
los arrastran y por los quers6'¡ arrastrados'
Esto no impide reconocer':casi como una evidencia (que
algunas filosofíás, incluso religiosas, actualmente intentan in'
tegrar¡ que el motor de la historia -casi su definicién- es
Ia-construcción del hombre mismo, y de su espíritu, por su
influencia sobre la naturaleza, es decir, por la producción,
por el trabajo. Pero la labor del historiador consiste en ex-
pticar el paso de ese motor elemental a las formas más com'
plejas de las sociedades y las civilizaciones.
Y esto tampoco impide reconocer, con Mart( y Sartre, que
las iniciativas humanas, a pesar del carácter libre y volun'
tario que puedan tener (y sobre todo que creen tener), se
traducen en frutos globales de lo <práctico-inerter, que la
mayoría de las veces contradicen la lógica y los deseos ele'
mentales de quienes son, en el punto de partida, sus autores
voluntarios y conscientes. Pero el historiador no tiene por
oficio constatar esos juegos de la <Mateiia>'con ma¡ruscula.
Lo que le interesa es lo que fue creado, lo que fue desarro'
llado, corho condición de lo que será creado y desarrollado.
Tal vez esperaseis que centrase mi exposición sobre un
problema más sencillo: ¿Orienta sus investigaciones históri'
cas una opcién política o se siente usted desligado de ella?
He aqul lo que quizás hubieseis deseado que tratara. Permi-
tidme decir que la cuestión así no estaría bien planteada.
Si se trata de saber hasta qué punto soy libre frente a
las costumbres, forrtraciones, sentimientos o elecciones que
la vida, la sociedad misma, me han impuesto, no soy más libre
que cualguier otro. Pero.el menos libre de todos sería aquel
gue se creyera libre sin habérselo preguntado seriamente.
Por otro lado, ocurre que eI mamista establece- un lazo
(y está en su derecho, indudablemente, del mismo modo que
es su deber) entre una actitud militante y una actividad glo'
bal donde se inserta por naturaleza su actividad profesional.
Eso sólo puede regularse segrln Ias preferencias personales y
el temperamento de cada cual.
A decir verdad, dudo que un hombre de acción por tem'
peramento haya emprendido nunca podido continuar con
eficacia- una labor de historiador, -y
con lo que ello comporta
de paciencia y meditación solitaria. Evidentemente tenemos
a Marx, y al Lenin de El capitalismo en Rusi¿. Y la dialéctica
meditación-acción, en esos dos hombres excepcionales, depen-
1ó0 EcoNoMfa, DEREcHo, I{rsroRrA
dió en gran medida, sin embargo, de la cronología
sueesos) en su biografía.
"de los
En los casos corrientes, el hombre de acción hace la lnis-
toria y sii:realmente asocia, en una creación recíproca, la
teoría con la práctica, puede ocurrir que escriba no sóIo para
la Historia, con mayúscula, sino incluso para la historia como
profesión, para la historia como método, para la historia
como ciencia. Eso depende de su inteligencia.
Lo inverso es rnenos cierto. Es raro que el historiador
erudito, el historiador vocacional, pueda conciliar su labor
cotidiana con una acción militante. Esto no implica ninguna
renuncia a su deber cívico. Y lo principal es no dejar que
se desarrolle ninguna contradicción entre sus pensamienios
y actitudes. Para ello, el marxista está bien situado: en el
sentido de que cree favorecer el movimiento progresista de
la humanidad en la medida en que piensa correclamente la
historia, y ese movimiento hacia adelante de la humanidad
en su complejidad y sus retrocesos, sus atrasos y
-incluso
dificultades- es pará éi dna licción permanente de historiá.
No puede haber contradicción entre su actitud científica y su
compromiso, precisamente porque el compromiso consistá en
la actitud científica.
Pero el mundo no está dirigido aún por el hornbre. El
mundo dirigido por el hombre es una cbnquista continua.
F,l imperio de la necesidad, de la historia toáavía (natural>,
sigue siendo inmenso. E incluso en la construcción de un
mundo_ científico, sigue habiendo una gran parte de procesos
espontáneos con resultados singulares. por eso, el análisis, la
teoría, la prábtica de la materia que hace la nisíoiia no;;ó;
ni pueden' detenerse. La .rectidcación> es tal iiz la i;;¿;
más continua que se le propone al pensamiento científico,
tanto por la reflexión como por la acción.
59 me permitirá volver a Histoire et Vérité y tomar la
conclusión de Ricoeur, a pesar de nuestras diferéncias:
La historia procede siempre de la rectificación del arre
slo-ofrcial y pragmático dtsu propio pasado por lai so
ciedades tradicioñales. Esa rectificaii¿n'iiené éf irii*o
tido que la rectificación que representa la ciencia física""".
en
relaciin al primer arreglo de apariencias en la percepción
y en las cosmologías que siguen siénilole tribr¡tarias. -
En efecto, ésa es Ia progresión. Cosmologías, magias y al.
quimias; luego física. Mitoiogía, narracioneí, cróniás. mani.
puladas, y después, no de golpe, sino progresivámente,'la his.
toria total:
, 'li
LA HISTORIA DESPUES DE MARX *
' 1847-1848: Miseria de la lilosofía y el Manifiesto. 1857.
1859: la alntroducción> ¡r la <Contribución> a la Crítica de la
economía pa:l.ltica. 18ó7: el primer libro de El Capital. De
esta forma se sucedían, en el siglo pasado, al mismo ritmo
que las crisis de crecimiento de la economía industrial capi.
talista, las obras básicas de la sociología marxista..
l9ó7 invita a hacer un balance. Un balance doble, cie:r
años después de la fundación del marxismo como agente de
la historia-objeto, y del marxismo como propósito de l¿ his-
toria-ciencia
En cuanto a lo primero, al siglo exactamente
por la simbólica fecha de 1917- vio la -partido
práctica de las revo
luciones suceder a las controversias en torno a la teoría. El
marxismo ocupó el primer puesto de todos los factores de la
historia. A ojos de sus adversarios, mpnifestación misma de
su error, puesto que es el triunfo de una ideología: A ojos de
sus partidarios, experimento positivo de una ciencia, por ser
un nuevo modo de influencia sobre lo real.
Un debate semejante no puede zanjarse aquí, pero pone
en juego la noción misrna de historia. Para los economistas,
Mam se convierte en una fuente viva. La legitimidad episte.
mológica de su proyecto obsesiona a los filósofos. Pésirno
historiador sería aquel que no se plantease si la rnateria de
su investigación y la manera de abordar su análisis llevan de
alguna manera el signo de Marx. Operación de honradez in.
telectual, y: también compromiso de efrcacia, porque una
investigación es tanto ,más productiva cuanto mái eonsciente
es ,de sus métodos, sus fuentes, su linaje, su alcance y su
significado.
Lamentablemente, Ias relaciones entre la sociología mar.
xista y el desarrollo de la investigación histórica, drirante el
transcurso de ese siglo, están, muy mal definidas por la
.. i- {ryicrrlo aparecido en la' Revue de l'Enseignement supéric,tt, n.o
'l¡a45 (1969), pp. l5-2ó.
t62 ECONOMÍA, DERECHO, HISTORIA
opinión común. Marxistas y antimarxistas, a quién mejor, so
biestimaron o subestimaron la influencia de Mam'
Entonces ocurre que, en excelentes estudios de econo'
mistas, se descubre lá afirmación de que los historiadores
santes de Marx, se limitaban a describir cronológicamente
hechos potíticoi, diptottuiticos y militat¿5>, lo que se dice
f.otrto át "nuttto ai pasado de la tristoria, y p-arece
hayan
sugerir
renun'
\te desptés de Marx todos los historiadores
ciado a esa definición.
Pues bien,, algunos todavía la aceptan hasta tal punto que
de buena gana éxcluirían de la historia cpositivar (como sil
estuviera riancillada de espíritu teórico y por tanto de nmar',
xismo'), toda investigación basada en una problemática y''
de la que lo económico no estuviera excluido. Cuántas veces
^
habré Lscuchado, en Francia y en el extranjero, para mofa o
alabanza, tildar de <marxistap ¡la escuela de Lucien Febvre
y- Marc Bloch!
Existe una tercera forma de entender abusivamente (en
cantidad) la noción de <historia marxista>. Es clasiñcar bajo
esa rúbrica, sin tomar más precaución que unas afirmaciones
o unas citas previas, todas las obras que declaran serlo abier''
tamente. Poique una pertenencia geográfica o política no
puede, sin un examen, considerarse una garantía de p-ertenen'
óia científica. No todos los textos gue invocan a Mam se
somprometen en la responsabilidad del método mar-xista.
Así, el papel activo del manrismo, al inspirar recelos y
confianzas deicontroladas, a menudo extiende indebidamente
el lugar del marxismo en el camPo actual de la historiografía.
Péro lo contrario también se da. Trabajos de excelente
línea manrista apenas se reconocen como tales porgue no
pusieron empeño en etiquetarse y porque poca gente se Preo"
cupa de mirar debajo de las etiguetas. En cambio, grandes
teitos marxistas demasiado etiquetados realizados en países
socialistas son despreciados como tales en las bibliografías
cuyo sustento deberfan constituir. De esta manera, puede
subestimarse la auténtic¿ contribución del mamis-rno.
Y no hay.que olvidar que, cronológicamente, fue esa sub'
-la que
estimación triunfó, al principio, y durante mucho
tiempo. Porque una sociología abiertamente materialista, y
que señalaba la lucha de clases como motor decisivo de la
dinámica social, no podía encontrar, en la sociedad de su
tiempo, a la que declaraba la guerra, más que con una acogida
es pont dn eament e ne gat iv a.
No es una casualidad, sino la comprobación misma de la
MARX y LA MATERTa rrrsrónrc.l 1ó3
profunda solidaridad entre la historia-objeto y la historia-
conocimiento, que, subsiguientemente a ia publicación del
primer libro de El Capital,,(coincidiendo con los días de la
Comuna), desde los años i3etenta y hasta fin de siglo, por la
curiosa _convergencia de abstracciones puras y empiiismos
purost de negaciones apasionadas y sistómas arnbiciosos, se
constituyeral_ p9r un lado, una economía teórica y unos pr<>
yegps sociolégicos que tenían el rasgo común de repuáiar
la historia, I por otro, una historia que sólo se enorgü[ecía
de su tradición erudita y de repudiarla teorÍa
Al citar a Jevons, Menger, Walras o pareto, Rickert, Sim-
mel, Weber o Durkheim, Nietzsche o Dilthey, Schmoller o
y Langlois se descubre bajo la diversidad.de los
-Seigqobos
hombres _y la lucha de escuelas una áctitud común: su opo.
sición a basar históricamente el razonamiento sociológicó y
sociológicamente el razonamiento históiico, su voluntád dá
definir el oficio de historiador como una búsqueda del hecho,
no como una persecución del fehómeno, como una inscrip,
ción de verdades singulares, y no como un descubrimienio
de un modo de racionalidad.
-
Pero esa racionalidad propia de la historia, no construida
por la mente coino en el caso de Hegel, sino extrafda de la
misma materia histórica, es precisamente el campo que Marx
había pretendido abrir.
En ese sentido, se podría caer en la tentación de deñnir
<la historia después de Marxr, por lo menos en cuanto al
primer medio.siglo, como una historia de, espaldas a Maii,
igual que le daban la espalda la teorla económica nmodernaí
y la naciente sociología.
Los mamistas no contradecirán esa constatación, pues ex-
presa_ a ojos el pecado original de toda ciencia iburgue-
sap de -ous
las sociedades, que creen que está abocada a irrra
abstracción sin referencias con lo réal, o a una observación
no coordenada, si no quiere desembocar en una condena de la
estructula en la que se integra. En esa perspectiva, la heren_
cia de Mam no habrla sidó recoglda no poOta serlo_
más que por los revolucionarios ictivos, -yialvadós de la abs-
tracción por la praxis cotidiana de la lucha, del empirismo
po-r preocupación teórica siempre presente, y enfrintados
la,
a la historia por su ex,periencin.
Sin embargo, en e'sas condiciones, la marcha hacia una
,historia
como ciencia tenla que ser ralentizada. forq""
tendlan a atrincherarse a ladefensiva en la erudi"ión ""ós
cializada, y los demás a reservarse ofensivamente et an¿lisis
"sp"-
t64 ECONOMÍA, DERECHO, I{IS?ORIA
teórico. Las coincidencias fructíferas fueron escasas y se
tiplicaron las condenas mutua5. Alernania, cuna de la erudi¡
ción <objetivar, se convirtió en la de la historia subjetiva 1l
la de la qcrítica de la razón histórica". Pero las potentes sín.
tesis del marxismo prerrevolucionario ruso
el imperialisrqo, y de Stalin sobre la nación--denoLenin sobre
inspiraron
ninguna investigación desarrollada de historia contemporá.
nea. Incluso cuando Lenin, en un momento de inactividad
forzosa, pudo darle a su Desarcolla del capitalismo en Rusü.
unos originales fundamentos documentales, su polémica y,
teórica presentación colocó la obra (con la probable satis.
facción de su autor) lejos de los horizontes entonces farni:;
liares a los historiadores universitarios. No obstante, la at
mósfera rusa de aquellos años, permeable al mamismo ¡i
cargada de pasión por lo social,,r dio pie en efecto a ciertos
trabajos pioneros; incluso para la historia de Occidente.
Aparte de esa excepción, el signo más evidente del amplio
rechazo de Marx en la historiografía europea residió tal ve¿
menos en el estricto positivismo de la investigación y en lá
preferencia por lo (contingenteD, que en la indiscutida divi.
sión entre sectores de la historia. Porque si el campo político,
diplomático y militar seguía considerado alrededor de 1900
como el campo de lo histórico por excelencia, no se puede
decir que el de lo económico, lo institucional o lo espiritual
fuer¿n despreciados. Pero se les congideraba un asunto para'
especialistas. Dilthey había propuesto para la historia cültu.
ral una melodología propia. La historia económica, cultivadá
siempre con gloria en Alemania, ernpezaba a serlo en Francia
e Inglaterra. En ese caso, a veces se discutía o se utilizaba
1 Marx. Pero nunca como historiador en su teoría global.
Y, en las grandes historias nacionales y generales publicadaé
a principios del siglo xx, la división de la materia histórica
se hacía por cuestión de reglas, y no de comodidad. EI r'elato
político era la trama. Unos capítulos especiales trataban lá
egonomía, las instituciones, la literatura y el arte, ya que só
admitía que formaban Wrte de la historia, pero se-olvidaba,
al aislarlos, que son la historia misma.
A cierto nivel de sistematización, tal separación puede te.
ner sentido. Cuando Rafael A,ltamira, en su Ilisforia de Espo
ña, separa la historia <externa¡ de la historia <interna>, los
hechos políticemilitares de los fundamentos sociales (y de
las creaciones intelectuales) otorga finalmente a esos fu¡¿a-
mentos, a esas creaciones, su lugar primordial. y la alter.
nancia de una historia-narracün y una historia-marco en
MARx y LA MATERTa ¡rrsrómc¡, ló5
f_.gnt1 ,ya, como más adelante hará Fernand Braudel, el,mo.
delo del (cortoD plazo al del alargo> plazo, el aconteiimiento
a las estructuras.
Pero si precisamente esl $qeno que el historiador capte
corTectamente esa oposlción de ritmos, ¿puede ser tarea suya
separar los campos? ¿No serÍa más bien establecer las reia-
qigne¡l La paulatina conquista de los mejores historiadores
del.siglo xx fue pasa,r.de-la primera actitúd a h segunda, es
decir,-a la investigación de los mccanisrtos que unelt Ia suce-
sión de aconteeim¡ientos a la dinámíca de las estructuras. En
lo esencial, conducía a Marx.
Claro que este último punto será discutido.
Pero no _por quienes, ehistorizadoresp o subjetivistas im.
penitentes, hemoi comentado ya que confunderig"ttárátt*"-
t_e, en una conflena agresiva o
-con una sonrientJ condescen,
dencia, la historia según Lucien Febvre o Ernest L"bñ;;-;
la historia según Marx. Es normal que ros adversarios
nes descubran las actitudes comunel. "o*.i.
Senin más bien quienes se encuentran, desean o se creen
en 1a vanguardia de una cierta manera moderna de escribir
la historia, quierres duden de la idea de estar regresando a
lV!"o._ Unos dirán que no sienten nada en comln con ese
<hombre del siglo-xrxDr ] lo dirán con tanta mayor sinceridad
cuanto menos lo hayan leído. Otros, al no desóonocerlo tan-
to,_ admitirán mejor su herencia, pero una herencia qasimi,
i
ladar, que cae de su peso... :
, ¿Es necesario añadir gue el marxismo ortodoxo se rebela
al pensar en un método científico aplicado de forma i""""r.
ciente y no formulada, y en un m?todo global
retazos? """pt"a;;
_ Todavía es más extremada
Sartre o
la postura de quienes _como
Althusser- proclamaroi recientemente, cada cual
eI marxisme sólo asentó los principios de
1_1-3Tr",.9r9
una episternologÍa histórico-sociológica, pero que, al no ha.
Denos aptrcado nunca científicamente, dejó el terreno de las
ciencias humanas completamente virgen.
. I Vl', por encima de esos filósoIos de Ia <praxisr que
:i1Í11 t. experiencia his-tórica_fugra de fa cieinciá, IleÉ;;
qurenes proponen, con Claude Lévi-Strauss, situar aH
tám.
Io menos provisionalmente- tod; 6;;iat ;il;
P]éi -:r
lo económico. ;,
Las disciplinas (punterasD serían
-lingiiística o estillstica- las qul, asiéndose a unas"rrion"",
estruc.

t66 ECONOMfA, DERECHO, IIISTORIA
turas ahistóricas, darían pie a un análisis formal. Confun'
diendo ciencias incipientes y ciencias desarrolladas, sugieren
que todo progreso sólo se desarrolla en la soledad de la re'
flexión fundamental. Desconfían un regreso al positivis'
-en
mo- de los campos en que el hombre está interesado, sin
plantearse si la.ciencia que hay que construir no es precisa'
mente la de los intereses del hombre, en su sentido más
amplio. Entonces se expulsa el <historicismo' fuera del mar'
xismo, y al hombre fuera de la <antropologiar, de suerte que
unas mentes jóvenes creen ser las mentes (punterast, repro'
chándole al Marc Bloch historiador su preocupación por el
hombre.
En esta confusión reviven los viejos divorcios: abstrac'
ción-inducción, práctica-teoría, objetivo-subjetivo, sincronía.
diacronía, social-humano, lógica-dialéctica. Aceptarlos, ¿no
sería retroceder cincuenta años, a la época del rechazo ins-
tintivo de Marx? Superarlos, ¿no sería al mismo tiempo con
servar las opiniones más creativas de Marx, y tomar nota de
las mejores y más recientes adquisiciones de los economis-
tas y de los historiadores?
De hecho, examinar <la historia después de Mam" es en
menor medida preguntarse si ha soportado su <influenciar
visto las grandes ignorancias y los rechazos rena,
-her¡.os
ciendo siempre- que verificar si la investigación histórica,
en lo que hoy descubre y difunde, se parece más a la imagen
que se hacía un Dilthey, un Pareto o un Seignobos, o a la
irnagen esbozada por Marx.
Por poco que se renuncie a los prejuicios y a los forma.
lismos, la respuesta no parece dudosa.
Desde hace treinta o cuarenta años, la historia se ha ido
afirmando como ciencia y lo ha hecho en el sentido que
había entendido Marx.
En este sentido el que hay que comprender primero co-
rrectamente. Se puede conseguir por el examen del privilegio
concedido por Marx a Io económico, con la condición de
remontarse a su génesis.
Si el joven filósofo Marx, apasionado por los problemas
sociales y la política, se transforma después de 1840 en eco.
nomista, es porque presiente eir la economía polltica el pr|
mer camlro humano en que ha podido penetrar eI razona.
miento científico,
En efecto, en cuanto advertimos que la voluntad humana,
MARx y LA MATERTA ¡lrsrónrca 167
ejercida individualmente y en apariencia libre, tiene un re-
sultado objetivo (un precio, un salario, una tasa de inte.
rés ... ) resulta que se puede pretender, por conceptualización,
razonamiento o hipótesis, reconstruir él mod.elo de esa for"
mación, que, por otra parte, puede y debe sugerir y tuego
verificar la observaciín estadística. -por ese jirego ált".n"o,
dotado en este momento de un aparato y esta-
dístico considerable, la economía de hoy-ute*át-i"o
consigue eiplicar,
prever, intervenir y planificar. El hecho de quá no dbmine
todavía todo lo real no significa que haya que preferir la
estilística en la jerarquía de las cieñcias.
Pero el genio de Marx está en haber visto más aún, y haber
marcado por adelantado los límites de aplicación del modelo
económico. Pensó que si en el seno de la economía existía
una _objetivizaciín d9 19 subjetivo, no había raz6n para
que los demás tipos de intereses humanos
más sérdi.
do al más elevado desembocasen ellos -del
también, entran
-no
do en combinaciones y luchas, en una objetivizació; de i;;
hechos que constituye a la vez la racionaliáad y ta necesiaaJ
de la historia. Así, todo lo humano, en el espacio y en ei
tiempo, puede entrar en el campo del análisis iientíáco.
En particular, si los modelós económicos abstractos se
ven trastornados por factores (exógenos>, no hay que apre.
surarse, como hacen los economistas (puros, en recñazar
ese
<exógerro>
-al campo d-e- Io ucontingeriter, precisament" pói
ser <histórico". El también puede ilévar su áecesidad inteina
en el seno de un modelo más complicado. y si las .t"y"r,
económicas advertidas por los chjicos no son univeríales
en el tiernpo ni el espacio, es porque se ejercen a"ntio Ae un
rnarco institucional o piicológico_ sin duda lo bas-
-técnico,
tante estable como para constituir una (estructura>, pero
de ninguna manerq eterno. Existe pues una ciencia 'a! lo
histórico, que es efectivamente h dé esas estructuras, pero
que también es la de su nacimiento, sus transforma"ión",
y
su desaparición.
Ciertamente, la complejidad de lo histórico es tan grande
que su matemática está todavía lejos de ser inventaáa. EI
privilegio que le da ventaja a lo económico es que se inscribe
casi por completo en reiultados numéricor, io q", ;;;;;
más raramente (aunque más de lo que se cree) en los demás
campos abiertos a la investigacién histórica.
De todas formas, un campo del que está ausente el cálculo
no excluye a la tuerza una posibilidad de ,ozono*i"nii,- il
menos d,e esquem.as, si no de .modelosr.
 1ó8 EcoNoMfA, DERECHo, HISToRIA
MARx y LA MATERTa ¡¡rsróRlct 169
_ - Y, seg.in Schumpeter, ése habla sido justamente el c coincidir con Marx ni hacerle referencia. Era quitar de en
brimiento de Marx: aMam fue el primei econo¡nista de
clase q¡,lo reconoció y enseñó sistemáticamente éómo la medio un montón de tabúeS.contra el razonamieñto en
histo-
rla económica puede convertirse en análisis histórico y ria.- Proclamar el derecho,del historia¿or a uü ilp;;;;;;;"
la exposiclón histórlca puede convertirse en historia tlabaio, era autorizarle a fiensar dentro de un *uróu teAiii.
nada>. !r1, de cualqrrier forma, otorgar a lo histórico una ..ciorruñ
dad penetrable.
Aval tantb más i.mportante en cuanto que SchumDeter ei
una de las mentes capaces de mayor absiracción, y'uno dd , Iru, en recuperar otra de.las actitudes fundamentales
los mfuimos historiadores de la teóría- 'i oe Marx: el-fin,
rechazo a cualquier tipo de división, a cualquier
Tras é1, otros economistas han reconocido la tipo de_<compartimentr, *itrrr"oi',-"rir" sectores de la his-
to^ria. No €s q!¡e la encuesta pueda evitar el análisis,-ni-á
oñcio_la especialización. perolo económico nunca
cará íntegramente por 1o económico,
;';fi-
l; ;"li;i";;;;'i;
lllr]i::t ni lo espiiitual por r" "i ni proOl";";: ;;
"rpirit"ut.
caoa caso concreto, está en su interacción.
Así la noción mamista de (totalidado, ignorada por la
historia po-sitivista, pudo tomar en la-noción Ai _sin
Tal vez se me objete precisamente lo que acabo de obserri tesisr de l{enri Beri. y no hay más",r"rpo
que comparar, para iuz-
var: que muchos historiadores de oficio permanecen gar !u influencia, las colecciones act,ráI", ¿" iris;úü;¿;
escép-I, con las de hace cincuenta años.-Ninguna de
ticos ante la palabra <cienciar e incluso át"-1. ;;ñ;;;:;
sentar, en el seno de las periodizaciónes clásicas
.;it";;;
"ilas v.antes-de
zonamiento>, aplicadas a su labor cotidiana. eue, en h fiisldl
riografía aoccidental¡¡, (académicar, el golpe bajo a la teoría cualquier narración, h eóonomíu ur, ,,r.-profu;d;r;-ñ_
lt, turas y sus grandes coyu-nturas. Ninguna t"'r"g"t"á
siempre resulta blen visto. y que,'en ta hiitoriolrafía ;l;;;.
"o¡"r' a los mecanismos sociales, deróho, ¿" fi""frá t!il;
l"l" "q"o.istaD, el primer lugar ocupaao p"r"ta t""ri. *, -de
psicologías. Njnguna deja de ,it";;,
acompaña frecuentemente con;arraciónes áticuadas sociedades en su
t;bd armosrera estética y espiritual, ni de ligar los
rrldas-. ¿Pero no qecra.
rrr(¡as. ¿rero decía Marcel Mauss que una historia se, sei rqeologra a los modos de vida de los grupos.
rnatices de la
transforma en sociologia en la medida qo" es inteligenteri Economía, so_
ciedades,_ civilizaciones; la jerarquía mirxistu
"i menos mamista¡
y Lenin que un mamista tonto será sier,npre convertido en la cosa más naturál del mundo.'y
puré"" rr"UL..-"
gue un byleujs.intetigente? E-: evidente-d"" ;; Brainville y pierre Gaxotte fr** fr"V ;nñ;;;
"; "d;i;;;
del.desiguat desarrollo de la cidncia histéric;. pe;o; l""qT." "i;di;;;-;;
lrul*::
la.lentitud deese desarrollo Se debe en gran parte a las facir,
to a Pierre Goubert y Eric Hobsbawn. i;É;;;-?d;:;
qye, p9-l reacción <anticontingente), se
lida.lgs y los éxitos conseguidos por las árrtig,rrs cost,rmbrefll sacrificaro" f"ipoút¡"á
(iy no por Marx!f, perorroy se ofrecen ;;;;ii:
9: th pequeños .he9los-cjertoir, mieniras- qu"-;i;;;;ñj I]:,:1tjo: una (polemologÍan a completar
de una materia histórica densa es una prorüiorr- p;-;ef lt9"l9qi"-"-I el arsenat a'e U
totalidad histórica.
moda.
No obstante,-por lo menos en Francia, la batalla pareció,,,
ganada. Lucien Febvre, que desconfiaba de la teoría,!"ro ai Fatta asegurarse de que el <cuadro> no apraste
quien gustaba, lo mismo que a Marx, hacer brilla" ,ú'p"*"_l que la preocu-pación pof las estructuras no el <relaton,
nos aleie de ra de
3ient9 en la crítica y ta pótémieu, oró proponer a los jévenes.
historiadores de nuestra generación, ii no la esperilza in-l
ros cambros de estructura. En Marx, la historia
ti"rr" ,ro _*
tor y,un seltido. ¿Los tiene
mediata de una historia-cñncia consiituida sobre.unos (mo- El <evolucionismo>, en "" "*"rirüiistoriadores?
este momento, no tiene buena
delosr, sl al menos el ejercicio continuado de una tristoriá.. prensa..Se_ le convierte en una for-ma
mental ael siglo-xü
inteligencia centrada alrededor de unos problernas. No era¡l que alejaría considerablemente a Darwin
o Marx d;"i;r;:
bios de hoy día.
 MARX Y LA MATERIA HISTóRICA t7l
170 EcoNoMfa, DEREcHo' HrsroRra estrtrcturas de todo orden, social, político, psicológico o reli-
sab:l si las condenas de gioso, heredadas de un pasado regignle o remoto' El histo'
El historiador se preocupa P9r
-"ingenuos' iiá¿". puede recoger en isa actualidad un montón de leccio
de no están simple'
(historicismos" califi[ádos del tiempo his' nes útiies a su ofióio. Pero su:oficio no deja de mostrarle en
mente velando ru ¿liu i"íi"a"cción cada momento de la historia unos problemas, ciertamente -no
del siglo xrx' lejos
tórico en la cienci*" i!'o' J'tu "o"q"ista
""""¿?i"u
Incluso en las idénticos, aunque andlogos. Es en esa continua confrontación
de haber sido osuper-aá"]" tg": ttumánas con toda eviden'
sin'explotar'
de los tiempoS, la manera en que el razonarniento, la con'
ciencias exactas. Y ;i;t;i;ñcias renunciar a las tareas que ceptualizacién, el esquema y el modelo, la hipótesis de traba'
cia. Renunciar a etlo no tOfo sería al objet" q:"-:::"i jo; a nivel económiio y a nivel histórico, convierten a la
había definiao Ivrur*,'"'itio"táÁüi¿n la historia como máxrmo: historia en sociología.
Febvre o Henri n"" iL áloiguuttt.u á"*""t*an unos títulos Ega transfotmuéiót exigiría'un llamamiento a la cuantilL
ra ettolución de ta ;;;;;i';"d itó cacióm y a la medid-a. Los economistas tentados por la histo'
ria proponen hoy:
"ut"Ji"ll"rrto a eso, se está autorizado a permanec*no-1o91^e-fi"-t-I-1 1) bonstruif una historia *íntegramente cuantitativa> de
basar las esperanzas ;"
lunt futura -(antropología>
hechos humanos menos n$' los bienes producidos;
Ios secretos estructurllet áL fot porque no los hay)' sino 2) Analizar todo episodio concreto a través de modelos
tóricos (no digamo'- u"hi'tó'i"os)D' etapas técnicas' económicas abstractos tomados como hipótesis de trabajo.
sobre el análisis n¡st¿'l¿il ae las
se'enc"""!:1 l:f-' Esos son unos instrumentos técnicas intere'santes, pero
v socialesq,r" "otaoiltJi J-tto*ut"^aonde
tos umbrales- de una era crcn' parciales (sus mismos promotores lo reconoóen) por el he'
#;;;ütur"t -y"oio "n btto ¿e que separan lo económico de lo histórico, y por eso
entre el pensa' mismo no alcánzan el fenómeno global. En esto, el razona-
"to"Í' tocamos otro punto de contacto más sólidos: la miento debe preceder a la medida. Algunos ejercicios muy
miento^nu, de Marx V instructivos dé medida de la productividad, al establecer las
*:'--t:de la historia'
";;t;tít-á"-t""utit"ientos
idea del factor ,"t"iiááüá-"it"t
,,1',. ,, malentendidos a ese relaciones entre el precio de los artículos y la remuneración
Y todavía q,,eaa" p"or disipar nuevos (económicoD como del trabajo, no hacen más que redescubrir a Adam Smith o a
t',,*' ,"rp"iio']b'iuiao M;;-rtáur3 del factor del curso de la historia' Mam, redescubrimiento que hubiese sido mucho más fecundo
determinante (en "ltñ;-;;áüsisu en último análi' hecho de manera consciente y sistemática. En cuanto a esto,
y del factor tecnologi;-"oiu-á"t"tminante' destacar que la los historiadores pueden también desempeñar un papel im'
(4,..1 sis, de la economr;'#;ñ""t" ""t"oaió capacidad de do' portante, en la medida en que, a la manera de Marx, no sepa'
originalidad i"i to*ut" está en su qtté solamente la ian nunca el estudio de los textos y las teorías del de las
"r"o"'ui
minio sobre la ".t"1i"""'"ütl "9 ;is"tq"u
Eso significa condiciones objetivas en que aparecieron esos textos y esas
tecnología y ta "co'ilLiu t""
<interesanteJo'
den los pasos teorías.
que sólo ellas hacen.ü;;^,* 9Try,t^ll*anos Hubo un tiempo en que tal vez se pudiera creer que la
decisit¡os e irrer'"rs'i'blá' si la iecnologí" t?911"1^11pi1":::: historia aobjetiva>, (cuantitativvo, alcanzaría el nuevo esta'
se cuestiona toda la orga'
?:'#'";;";;¿ffiffi;"iirabajo' resiste a ra dio de la "téoría experimentaln bajo una influencia muy ale'
;"tá#;;iññ éiü;;ñizáción.del crypo No es pues cotl' jada de Mam: pienso en la historia (coyuntural' tal y como
.l"pi""io", "í pioetái" técñico se aresiente' las tesis de algunos eco" la concibió en origen Frangois Simiand, y que sería imper'
dición suficiente -"ótit"tiumente de las sociedades hu' donable no evocar aquí, por lo mucho que influyó a nuestr¿is
nomistas upr"rrrr.ao-'"I áJ ¿"tu*"llo sentido de que todo generaciones. Por ser sistemáticamente antideductiva, por
en-el
manas. Es su cond'¡c7ón;;;;'i"' en la productividad despreciar las estructuras, por ser monetaristas y finalmente
cambio no acompañ;á; ;t; un impulso de revelarse infe' psicologista en sus conclúsiones, por optimista €n sus previ'
del trabajo, tiene tta'*'r"t pótiuiii¿uaes
siones sobre el papel de los ciclos, la historia de Simiand
u *át o menos largo"plazo' ,-,t^ ^-+.,atoc en rnmó ar parecía. poco propicia para reintegrar las grandes opciones
'"T:'3ffii.: :iü;;;;bñás
"""¿o, m'is actuates an torno ál
pr"ntean por esas' deli' de Mam en la investigación histórica.
odesarrollo,n y .r,iüá""áñ"rit"-t"
cadas relaciorr","r
"t,t" iiét"t" técnicb y modificación de las
 172 EcoNaiMfA, DEREcHo, HrsroRrA MARX Y LA MATERIA ursTÓnrcI 173

Sin embargo, al definir el dato histórico obietivo, al plan' de encuesta social con unas posibilidades aumentadas por
tear las reglas para la explotación de las fuentes numéricas, cálculos mecánicos o simplificadas por los sondeos, unos
<análisiq de contenidoD que introducen las nociones proba.
al anunciar Ia racionalidad de lq historia en el plano estadís'
fico, Simiand creó efectivamente el utillaje técnico y concep- bilistas y estadísticas en lo espiritual...
tual necesario para toda investigación de las concomitancias Pero no hay que confundir al instrumento con la ciencia.
entre los movimientos de la economía, las reacciones psico' Antafio se hizo en la historia como erudición. No volvamos a
sociales y los acontecimientos. hacerlo con la historia como modelo. La práctica científica
Blandiendo ese instrumento, el más creativo de los histo. es un diálogo continuo entre lo concreto y lo abstracto, entre
riadores actualmente vivos, Ernest Labrousse, transformó el lo real y lo racional. Man lo creyó así, y si la ciencia histó,
estudio coyuntural del siglo xvrrr en Francia en una recons- rica se desarrolla hoy por la vía que él abrió, es simplemente
trucción de la dinámica de las estructuras, la observación de porque fue el primero en demostrar su legitimidad. y eso
los precios en una observación de las rentas y, a partir de sería reconocido más universalmente si Marx no hubiese ad.
ahí, de las contradicciones de clase. Por vez primera, con é1, mitido si sus discípulos no hubiesen demostrado- el
la génesis de la Revolución francesa apareció en su dialéctica alcance -y
práctico de ese reconocimiento.
exacta. Se acabó con la contradicción entre la tesis de Mi-
chelet de la miseria"- y la de Jaurés
volución de la prosperidadr- al poner en evidencia la-(re-
-(revolución coin
cidencia entre la depauperación y el enriquecimiento, entre
la aparente armonía del largo plazo y la agudeza real de las
crisis periódicas.
Es cierto que en la obra de Ernest Labrousse, las refe-
rencias a MaIx son más implícitas que explícitas, y se acom-
pañan de algunas reservas. Pero ¿pudo ser posible la trans-
formación del análisis coyuntural en dinámica estructural sin
'lr'
conocer profundarlente la obra de Marx?
Aunque talvez nos encontremos, durante los años sesenta,
en un plano parecido hasta cierto punto al de los años
I ,r,, .' ,
treinta, cuando, en relación con la crisis mundial, triunfaba
la obsesión por la <coyunturaD.
Hoy día, parece ser la obsesión por la <estructurcD la que
barre, en algunos discursos, cualquier preocupación diacró-
nica, pero tiene la ventaja de proponer unos instrumentos
muy nuevos: modernos procesos de información y sutileza en
el análisis formal. ¿Podremos, igual que hizo Ernest La-
brousse ante Simiand, captar los instrumentos fuera del dog.
matismo de la doctrina, sabiendo que la historia no es una
curva o un corte, sino una curva y un corte a la vez? Mien
tras matematizamos sus relaciones, ¿no podríamos descubrir
sus principios en la dialéctica de Marx? Con toda modestia,
¿los de la historia razonada?
Esa historia razoniada ya dispone de instrumentos que el
siglo pasado no osó imaginar: un enorme aparato de esta.
dística macroeconómica, unos modelos microeconómicos que
separan el principio de los funcionamientos, unos procesos

HISTORIA MARXISTA,
HISTORIA EN CONSTRUCCIéN
Ensayo de diólogo con Althusser*
El comercio de Ia historia tiene en común con el comercio
de los detergentes"el'empeño en liacer pasar'la novedad por
la innovación, La diferencia estriba en que sus marcas están
muy mal protegidas. Todo el mundo puede llamarse historia.
dor. Todo el mundo puede añadir <marxistar. Todo el mundo
puede-calificar de (marxistaD a cualquier cosa.
Sin embargo, nada es más difícil y más raro que ser his-
toriador, por no decir historiador marxista, ya que esta pala.
bra debería implicar la estricta aplicación de un modo de
análisis teóricamente elaborado a la más compleja de las
materias de la ciencia: las relaciones sociales entre los hom.
lres y las modalidades de sus cambios. Uno incluso puede,
llegar a dudar de que las exigencias de tal definición hayan'
sido cubiertas alguna vez. Ernest Labrousse suele repetir:
cl-a historia está por hacer>, cosa que resulta alavez iónica
e intimidante. Louis Althusser nos ha recordado que el con,
cepto de historia está aún por construir.
Si por un momento intentamos ser menos ambiciosos ve-
remos que, bien mirado, tanto en la práctica de la ciencia
como en la de la vida, los resultados del diálogo entre pensa.
miento y acción, entre teoría y experiencia, se registran muy
lentamente. ¿Y por qué negarse a constatar eñtonces, ob-
servando a nuestro alrededor, que la historia de los historia-
dores (a condición de no incluif aqul a M. Castelot) se parece
más a-la historia según Marx (o según Ibn Khatdun) que a la
historia según:Raymond Aron, que data de Tucídides?-
Obtengo con ello la siguienté evidencia, raramente desta-
cada pero importante: que las viejas objeciones beatificantes
inveteradamente opuestás a Marr apenás siguen hoy en pie,
*- Artlculo aparecido en Annales: Economies, Sociétés, Civitísations,
n.o 1.(enero-febrero 1973), pp. ló5-198. Reproducido con
la amable auto-
rización de los editores.
MrRx Y rA MATERTa HrsróRrca t7s
a no ser en los niveles más inferiores de la polémica, incluso
en el caso de que un Premio Nobel se divise en su horizonte.
El historiador de nuestw,días no malgasta su tiempo en
oponer térrninos tales cdrno azar contra,necesidad, libertad
contra'determinismo, individuo contra firasas, espiritual con
tra económico, sino en manejar sus combinaciones. Y no hay
;]
instrumento nuevo, forma nueva recientemente propuesta a
iit
su análisis, ya sea lingiilstico, psicoanalítico o econórnico, que
escape a la'hipótesis fundamental: la materia histórica está
estructurada y es pensable, científrcarnente penetrable como
cualquier otra realidad.
Marx no había dicho otra cosa.,Y si a este niyel se le opo,
nen otras objeciones, es en nombre de un <hipermaterialis.
mop o de un .antihumanismo, que están en las antípodas de
las objeciones de otro tiempo. Lo que no irnpide qu€ estas
ütimas objeciones queden también como bagaje corriente
en la ideología vulgar (o, si se quiere, dominante). De lo que
resulta que ciertos historiadores son más mamlstas de lo
que creían, y otros menos de lo que imaginaban
Se nos dirá que, eq tales,condiciones, la historia es una
extraña *ciencia>. Es cierto que se trata de una ciencia en
vías de constitución. Pero toda ciencia está, siempr¿ en vlas
de constitución. La noción de <horizonte epistemolégicor es
útil, si sirve para distinguir las sucesivas adecuaciones de las
construcciones del espíritu a las estructuras de 1o real. EI
concepto de <ruptura epistemológicar es peligroso si Sugiere
que se puede pasar bruscamente de ta <no-cienciar a la .cien-
cia>. Marx lo sabía, y por ello buscaba apasionadamente,,en
lo más lejano del pasado, los menores gérmenes de su propio
descubrimiento. Y no subordinaba a sus propios deicubri.
mientos la posibilidad de desarrollos científicos preparatorios
o parciales: <A diferencia de los demás arquitectos, la cien-
cia no construye únicamente castillcls en el aire, sino que
edifica un cierto númefo de pisos habitables del edificio an
tes de haber colocado los cimientos>.1 , rl
, Recordamos esta frase de la Contríbución a los que, con
el pretexto de querer sacarlo todo de Marx, sacarían-de bue.
na gana todo de sl mismos, I gue, después de haber colocado
- l.- K. Marx, Contribtrción a la Crltica de la Economla pofttica, tra-
ducción de J. Me¡ino (Alberto Corazén Editor, Madrid lgl0), p. 83. (L.as
notas de esta edición Do pertenecen aI original; corresponden a la tra.
ducción inglesa. de este ensayo, publicada por New Ze¡i nanew, Hemos
creído que sería rltil.para el lector español, incorporarlai a esta edi,
ción, oon la adecuación bibliográñca oportuna.) (N.-del E)
 176 ncoNoMfl, DEREcFT o, HrsroRrA y
MARX LA MATERTa rrrsrdnrct fi7
Ia.oprimera pied4a> de virtudes
casi mágicas, se apresuran bres, sino haces de probabilidades que
a justificar de nuevo_ la conri.t"ú" sean, como se dice
A. plantas eri el aire. en nuestros días, (operativas>. No i, por
_ Así pues¡ ollbjTi_etil;á;}or ár pi"""i-ti"",
los que poseen", la esperanzá de eschrácer wrarr, (y por todos según Raymond e,ron, ¿dfine ar tristoriá¿orl;
o;-ttrrrilJi,
las sociedades humanas y aominartos los mecanismos de al pasado la incertidu-Uir" i"i po"u""irr,
construcción de,una ciencia d" un día), es el de la trario, en la esperanza de reducirf-carnpo "iro-f,o;'il;
vez coherente, cra?:?:,
;;;;;"iedades que sea a la en uno y otro. No se trata aún de (sis¡gl¿r.ae incertidumbre
üóri"o sólido y común, nÍnguna ilusión al respecto. Serla Muo nó ,;;;"
totat, es decir, capaz,.{e.",no"*q""-ril
d;j;;-tu;r" de su jurisdicción "" "¡ir.iorá-e;;;;,
ningún terreno de::llisis,irillh""fil
no siendo eterna ninguna estabilidad, ente, dintimica, pues, Ti:ltg de singutar
Jut:i:llilale
alcánce ,o¡u, qü'pensamiento potítico
a pensamiento histórÁo justo. ---- r--?''vl
titil que descubrir u ñri*ipü nacta puede ser más üe trata tan sólo de un ejercicio empírico,
¿*"^i;3;_ui"r. en pasar incesanternente del ó¡emplo,ál que consiste
* *:J::ñ"TlÍ*, ,i ui"-ñü-";;",h;*;-t er horizonte razonamienro at_ ejempto y que" sieii"pr" iu"oo"rrii",,á-ñ;r
rr"" p;""1iü¿. irii;
mal que bien) tos porítióos- y tos riiJo;i;e;;'ü;i...i;
{é,"n;;ffiHiá.::""f han hecho con talento
a
;;;"*;:::XT;::":i:::iTÍ:
un empirirmo i.ierú,-;; "'$:iJt*"'j#3:*ry1,r""r*."'1"
el programa de una húlñ;;ü;;#e -unos
han poáiao actuar eficazmente v
Ios otros han podido h";-;8";"rir"¿"_.r;.;;ñ;.
tido marxista de la palabra,'"r-r?1.üt¿ cientÍnca, en et sin_ sólo excepcionálmente. ñ¿
por esbozar. Ahora.se nos presenta por redactar, sino En el caso de Marx,.cuyo,talento está
la ocasión de esforzarnos e.l problema está en sáber"si
fu""a de discusión.
en ello, preguntándo"o._ prl*"r"'rri"ii""ri h; rüJ;-rir¿r'átiiJiJ"jHl:
modelos y en qué me¿iai es -p-o;ibiü;"prnerlos.
existen ya algunos dido algo a esta-práctica tüdicioilTJ"irrt,ritirr".
¿r:n que medida .su descubrirniento,, que se sitúa
campo de la econoTiu en,el
t. M^aRx, HrsroRrADoR
pira'su interpretaciónvy¿esuta previsió-n
soJ-oügiu _a, generales, ins.
del acontecimiento
cacontecimento" que
-este no
"i.irt.*i"t" es er to.do
historia y no puede f"nAám""iu"-"n.""L*prcaciónr, de ra
_{::_l"tece preguntar en primer pero que
historia¿* -"i*iri"'t;r delugar:
reclama, si no ser
^, prototipo
eI del-lógico ¿es Marx "explicado,",;;i; J"rro. ser exactamente
situado en el coniunto
que Marx gustaba de ¿ecirl sobra conocido estadíiti"u*üJ" expresable,de los
;,;;;;i ira*irtu. pero de elto
no se deduce que dar tecciónes-¿-e-ká*ir_o hechos de masa?
exento de petigro. a Man esté De una teoría de las sociedades,
de una construcción Dor
trabaio de historiadoiry
,E_s
difícil ;;; ñ; si Marx ha hecho la mente de la tógica a.
su pensamiento. Sólo podemos
* fr"y" uafiLdo a las normas de cfe sus modificaciones,_ "r" "orrgü;;";e; v aJi:, ii;ái"Íiá
."áilolprinciplos
guntarnos : ¿ha s uerido ,Lr"*"irro" el derecho de pre- servación sistemarizad;.¿cómo
del
de una ob.
p;;;;T á;r;ru;ü ffi ;;
r"r uledul;"" iir.r¡"¿.¿ ;;r;"i;; sólo responda a la r"giti-l
tado atguna vez-escribir "' - ter historiadof o del
"Li.i?IJ,i-'
La fórmula carece posiUfemeoie sociólogo especiarizaáo", ii"."lii.rr¿J¿
táñüe" a Ia expectación
de que Marx no tue de sentido, por el hecho del hombre de acción?
practicándolo. y nosotros_1ir "pirtr_ái.ü ñescubrió su método Marx sólo dio al
no pod;;;rlescubrirlo más {espe€to unos principios mu¡r generales.
Más que reexaminarl";-i;rrü;riJ;'"'";,
en su práctica. Ahora u.len, oue
ce en ocasiones tan,diversas iu;r-á"ñ;;
's*;;¿ hi.t;;;"";;#:
sería ritil buscar
olversos tipos de análisis,.no
---v .¿iJ,
ev¿v,
no uno sólo, sino
,ino diversos niveles fi{ffi S,:ll;r;ffi fffi' ;""}"'ti T:r'"1t #ñ ilf,
moso, y que seDamos. jamás
d.e información y de reflexión. "L seguir;l"-i-"r.d;;
toda su obra, día a art.ps "*prrrráiáó,
En el océano de ,us artículos
pondencia, Marx no de actualidad y de su corres, adquisiciones v tas ;;;í;;;;;;i;, y tos rechazos, tas
*o,áilüoíü;;;;;"aburario
d"j"-F;;ü'iiii*ia) en eI sentido de Marx, en ius comparacio"d histórico
;:Ttffii"i:*"':nlil;*1.;:#*:*m:*f:tJfl** t;;; uso, en Ios presu-
2. Raymond Aton, Introduccün a la Filosofla de la Historia,
F'
178 scoNoMfl, DEREcHo, HrsroRrA
puestos lógicos de sus esquemas, ya sean explícitos o so-
breentendidos.
No sólo para la <marxologíaD, sino también para la epis-
temologla, y ante todo para la historia, es perjudicial que
casi todas las ediciones de Mam aíslen las obras, desorde-
nando su cronología, distinguiendo entre sus contenidos y
gug agénerosr (obras <económicasr, <políticasr, n filosóficasu,
etc.) mientras que la fuetza de Marx está en tratar los pro-
blemas no bajo todos los aspectos, sino ¿ través de todos los
aspectos relacionados entre sl, surgiendo precisamente sus
lecciones de esas combinaciones en sus adquisiciones suce-
sivas.
A menudo, en lugar de entregarse a gsta investigación, se
extrae de una carta, de una polémica, un juicio sobre un
hombre, una palabra sobre un pueblo. Es uno de los proce-
dimientos favoritos de los adversarios de Marx. Y podría ser-
les reprochado si los mamistas hubieran evitado escrupulo-
samente hacer lo misrno: multiplicar las citas aisladas, ex-
traer las frases de su contexto, o, peor aún, ingeniárselas
para imitar un centelleo inimitable: el estilo histórico-polí-
hi*'' tico-polémico de Marx. No es por esta vfa, obviamente, que
progresará la historia mamista.
Yo me atreverla incluso a pedir, y espero que se me
interprete corredtamente, que se deje de investigar de for-
ma demasiado exclusiva el Marx historiador, como se hace
habitualment€, y sobre todo historiador de Francia, en Las
luchas de clases en Francia, en El 18 Brum:ario y en La guerta
lH ,
ciyil.
Se trata de textos en los que, más que en los artículos
periodísticos menos meditados, pueden encontrarse las ci-
rnas de la reflexión <mafiistar. Textos a la vez de análisis
y de combate, en donde los episodios políticos apenas re-
cién ocurridos encuentran su eco, su conclusión y sus lec-
ciones militantes. Consagran a Marx como maestro del pen-
samiento revolucionario. Han servido a la historia y sirven
a la historiografia. Unen la actualidad y el acontecimiento a
sus agudas observaciones acerca de las estructuras de una
sociedad. No viene pues al caso discutir el sentido ejemplar
de un tipo de análisis que ya hemos caracterizado como
portador de acción, tal y como puede y debe ser portador de
acción crralquier análisis cientlfi.co. Pero, para practicar asl
la historia,, es precisb llamarse l-enin.
El historiador de oficio, el modesto investigador de cada
día de todo, si no existiesen, ¿en qué se basaría el
-después
MARX y LA MATERTA ulsrónrc¡,
179
análisis?- fracasaría estrepitosamente en intentos de este
género, mientras que le queda aún mucho que aprender de
su propio oficio de toda [a ,obra de Marx, y más particular.
mente quizás de las partes para él más difíciles, las menos
conformes (en apariencia) a las fórmulas clásicas del histo.
riador.
Tomemos como ejemplo bl segundo capítulo de la Contrl-
bución (Zur Kritik,1859) en el qué está enluspenso el primer
errsayo redactado de lo que será El Capitat. Se tratJ de si-
tuar, entre la exposición sobre la <mercancía> y la exposición
sobre <el capital', el papel desempeñado pó, la rnone¿á,
enigmática intermediaria. Mam acaba de eiumerar, en las
últimas líneas del capÍtulo precedente, las cuatro nociones
que presentan urgencia teórica después del esfuerzo ricardia-
n<r: trabajo asalariado, capital, concurrencia, renta de la
tierra. No ha incluido la moneda. y abre el capítulo mone-
tario ironizando sobre las diversas elucubracion'es falsamen
te teóricas a las cuales ha dado lugar la monedá. parece, pues,
evitar, en este dominio, en el punto de partida, ,r.
tualización_ rigurosa. Rechaza cualqr¡ier definición qrr"
"órr""p.
,"iu
pu_ra tautologla (como: (la moneda es un medio dé pagoo).
Sabe que _ninguna definición parcial abarcaría todos ios" pá.
peles.y todas las formas de la moneda, y prefiere examinarios
sucesivamente. Se guard-a del dogmaiismo y no dice, por
ejemplo: cl.a moneda sólo puede ier mercancíar; sino'sóh.
mente: <la dificultad capital del análisis de la moneda. se ha
vencido tan pronto como se ha llegado a comprend". q.r"
ésta tiene su origen en la misma meicancíau.,
Sin embar_go, a pesar de esta referencia a los orígenes de
,la moneda, Mam rechaza la exposición pseudo_histólica, clá-
sica después de Aristótetes, qué sustituye el proceso ,"áf á"
los or:ígenes por la simple lógica de lai comodidades de ia
moneda ante el trueque. podría entonces limitarse a la expo-
sición erudita de lo que es una moneda primitivJ
tránsito a las acuñaciones metálicas. pero Marx ,""úuíu V áel
talmente la erudición cuando corre el riesgo d" ;il;;;;";
ti
cambio de explicación.
Finalmente, al leer los comienzos del capítulo, y los de
cada una de sus partes, y sobre todo al leei el *irirro-"""t-
tulo condensado, tal como aparece en El Capital, áráli"-1"
tentación de gensar que el Mám economista, ,i' a""rrtorr"rri
en la abstracción y en la pura lógica de sus hipótesis, rechaza
3. Contribución... p. 93.
 180 EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRra y LA
MARX MATERTA, ¡rrsrónrc¡, 18X
también la exposición histórica como fuente de reflexión, genes de
ca, por_tanto, pocas lecciones al historiador. pero nos i"v la polémica, a Bosanquet, a Thornton y a Ricardo
.aprende y hace aprender el exacto,parentesco.,de
Entonces
prevenido:, , ,,

f9s^^?jcodios monetario{;iSgleses de l7g7.Igrl con los de

1ó88-1720; y el debate entrii.-Locke
. Cla-ro está que el método de exposición debe distinsuirse ¡r towndes le brinda ia
ocasién. de remontarse hasta Fetty y Cfrita, d" -buju;-h;r;
lortnatmente del mé.todo de investigación. La investiiácion
ha de_tender a asimilarsp en detalle"ra materia i"u"rt-iglái Berkele5r, Stuart, Hume. Leyó todó,"1o-pubiicado
á"ár"u: ¿,
a analizar sus diversli._formas de desarroll" t ; d;;ü; los. siglosxvu y xvrrr, y en tós tex,tos de ta epoii.
sus _nexos internos. Sólo después de :t^t_"^t:Tu
fero no se"nrimita exclusivamente a la discusión inglesa. Le
puede et investigador_procedlr u
coro*áa-"il;-l;;;;
so-n fam,iliares Vauban y BoisguitUil. i coR
una breve
el movirniento real. y rsi sabe hacerl,o
"*pá"1"'-áá"criiá"álíI!
v sión a los franceses deñne .rrrá d. Ias posibles tormas alu-
""il,té-laüiái
idealmente en ta exposición ta i¡ái-aÉ u-r"ii".i;";:;" Ae ü
inflación ,monetaria: La recopilaciOn ¿-e Custodi ü
siempre Ia posibili{a.d de que * t""eá U impresién
e¿ ;;; pqertas del rnundo italiano, óarü, Verri, Montanarir;;ü"á ;br;-l;;
ante una construcción a priori,, preferencia (justificada) por Gatianl pára
Us actiiuaéi á.1,
Así. pues,.la corr.respecto iq moneda,, ai óro, al dineró, ;td;
! as-e - de inv es t igación comporta indudablemen- :lqp_yly también
rc_ un.trabajo de
-u
_
historiador. y me apresuro a añadir: no un lylero a pedro Mártir )¡ las Cortes castellanas. Ha
leido l9s viejos tratados sobre lás
:11o-1Jo
superficial, no un trabajo de segunda mano, sino una
pen€traclon clirecta en la rnateria histórica. mias. Conoce las manipulaciones monetarias-i*, "lema"asl;;;
Dicho sea esto medievá1"r. i"
gare los marxis,las con prisas, l:lt_., d: los que buscan la moneda iaeai en ;i;;#; ;;
con soberbi" IÉ;"t*;d'"
."-iririil;;
sociólogos que,.des- Angola (a decir verdad, les reprocha sobre todo
su ignorancia
9::f*: tos trabajos de his.
"r análisis (largos) en un haber del tem¿ que tratan), j ro ha omitido iesenas acerca
rorlador, basan sus propios
(corto) aaquiiiaó en dos ; t.;;""uates. por his- contabilidad inca o sobre la moneda a" p"p"f -- *la
- de
l9.go
rrarlo, se da la circunstanci4 de que Marx,redacta el con- densa materia tiitoiióa "fri"". uatada
(:,' pleilqr que coronan veinte
veinie, ',,1r._::*" qr" ":Desaparecerá
(nlsroncamenter. prácticamente"t;A
en et capitutó
Al- á,rte ntica inpestigación
histórica sin alusión hjstórica"noi de.t Capitat.-f, puo" ér¡ó"j""t" ael cai¡iat¡-áii
atguna. es preciso percatarse Tox:ta.rlo
gye la historia de las
de ello. Y ser historiador p*" áirl"
'il AsÍ, para abordar en Ig59 los problemas ",irrr". tinó.a. formar parte de "Theorien über'den Mehrwert,n
la.obra.,- t.-;, ";;;;
Mafi confronta tanto los aspectos ilo""iarior de la moneda, admitir, por una indicación "H.i";l;;;;ñd,rd
a"i
1857 con los trabaios áá
de ra crisis d¿ "¿l"Ure "f.Oügo;;;i;í
"heghos- históricos* no se invocan ri""-u título de <ilustra-
en y ciones¡.5
con los úttimos
",imerii i;f
"r-p""iáir.ru-.'áp"r""idos
l;;;;;r'ti'"o-o compara'g5gpla-
tón con Aristóteles y Jenofonte cor iiioio, No se
periodismo n¡ de acá.ae;i;ir;;: M;;';r" trata de
su tiempo y vive 2.
su cültura. Pero ningún mo*átto-á"iá-gr"" Tnonfu nconóurc¡l
taria le deja indiferént". i"riig" historia mone.
parlamentarios de lg444' ¿reár¿á'r--áe "p"#"?;;-lo,a;ñil;ü;;;
-A;;"i; agul un problema central: el de las relaciones
slbe to{o a,cerca ¿r r" "g"rrk
i-,t",<currency princi. --^Abor$am9s.
ef¡tre saber histórico y saber económico,
ple" y *Bankins Principler. "á"ñ'uliliu
f""tá" ¿" f"if"rto"l á"'T.-;;;;, iá-i""Jrffi
""t* po,
y el paiel reservado ala-teoria
admirador de la Histoi¡i ¿llit-prái¡áí :?:.^htrjg5l "r ""oi*
de'escritos económicos brrerro"-y'--JñJ (su
a" Tooke, devorador T-rtl?. ur:r.t?me-nte, este problema no abarca- toda la re.
extgid.a del historiador marxista: que el materialismo
feroz crltica sóIo lexrol
actúa después de una atenta tutt"rul,-ri histérico no es un determinismo
remonta a los orí-
4. K. Marx, El Caoitat, ""o"orii"o-;;iJii;,;:
berse a pesar de las ,""uéi"i-a¿-";;-;;'secular
incompren
d" W. Roces, tomo I, p. XXIII (S.r
edición,.F.c.E, Méxicó tc7zi.-üJ-r"'b;";;;:,
^t"ug. segundo y tercero co-
a pterre vilar, irientra. q,i"'lii"rlr""ro y cuarto son de __-^5:- :Pg. tomamos
¡. lgi, de pt
Jela como principal ejemplo de
fi:X:"d"" nuesrras "so.
investisaciones históricas.r
ción corregida de la edición
ciollii)"6t i, í. xi,ü'?tll-aril
".p"noló.--'----'
 182 EcoNoMfa, DERECHo, r{rsroRra
rló": I tanto para un Althusser, que ha fijado sus objetivos
al nivel teórico más elevado (si bien es verdad que paite tan
sólo del exclueitso examen del Capital), corlo para las discu.
siones de los eu€r.renta últimos años entre'economistas (mo.
derrrosr, historiadores especializados en economfa, historia.
dores marxistas e historiadores tout court, el problema plan
teado entre historia y economía está slempre presente, como
y dirimente,,} {üe no podrlá sei liquidado aun
{Bo obsesivo
diciendo (incluso aunque fuera cierio) que se tráta a fin de
cuentas de un falso problema.
Si a los ojos de Marx,la historia sóló fuera una colección
de hechos eliminables de la exposición una vez utilizados
para la, teoría, y si la teoría fundamental se hubiera desti.
nado únicamente a interpretar mejor los cfenómenos econó.
micosr,,. ¡cuántos marxistas podrfámos contar!
Frangois Perroux ve en las (estructurasr y en los <siste.
¡¡¿sr, clos ritiles de análisis y de interpretacién que pulen el
ft,eterial histórico para hacerlo utilizablen; y Waiter Eucken
los,entiende corno eun fuerte vlnculo,entró la abservación
amfirica de los acontecim:entos históricos y el análisis teóri.
co general necesario para la comprensión de las relacio,
Il€S... r.ó
Pierre Chaunu escribió una vez (pero; ¿lo crela?) que la
historia no es, después, de' todo, sino la iciencia á,riili"r,
destinada a ofrecer seribs cifradas a los econornistas a falta
de_justificación teórica.? fuznets y lürzceweti han preconi,
zado uriá ahistoria cuantitativa" en la que lasrrrelacionós teóri,
camente'reconocidas-entre un producio nacional ,", ug"",
gados constitutivos deben permitir a ra vez peróatarsei -del
movimiento y completar los huecos de las
,o
trospectivas.' Por su, parte, la New Economic "rt"dl"ti"",
History, apli.
cando el análisis walrasiano a los episod.ios concretoi'a"'ia
.6.. Frangois
perroux, un eminente economista francés de inspiración
?tólicg d9 izquierdas, puso de relieve esta metodologfa
:e;-F;;;-;;
Approfondissement de -waltái
.ra N-otion de structure, (parfl tsjól;
ItücKen tue rrn economista alemán que intentó superar las antinomías
rre la "Escuela Teóricar austríaca tt"t""eé.fl ü-;iil;i" liir#ffi;
¿"t_"aqg (Schmotler) en su obra_ o;e' cruiatágá"-áe, ñilúlat\ü;;;;. -l;
-los7,,Annales
Pterre Chaunu es r¡rro de los historiadores máb ;;"liii¿;;
de^la poqtguerra. su ob¡a tn"e"i,,
con _Huguette chaunu es seville et l'Atlantique,".orii"átJ^"iri."iüi
1504-Ió05 parfs l95só0.
8.yo]s). co!_respecto a la,cita del texto, -diñJ
u.ircJ;;dirlo;"
"".i" Nrlm. 3, fgO¿.--- ----
titative ou Histoire Sérielle" Cahiers V.'paretó.
_ 8-.- Ver Simon Kuznets, eqantitathre Economlc R;;*;r;ir;'irends and
P^roblems. Nueva york lgI2; l;fiin¡u
--: l¿troduitioiá
l,Iar"cewsii, -.
Jean
Quantitatiee (Ginebra 1965).
y
. MARX LA MATERT¡, r¡rsrónrct 183
historia americana, desmontó elegantemente unas tesis lega
das por historiadores, demostrando lo mal fundado de su
argumentación económica.', r¡
En todos esos casos, el eConomista parte de la historia
como (fuenteD, como (dator, y piensa regresar a ella en sus
conclusiones, utilizando la teoría como <instrumentoD, ya
constructivo, ya crítico. El historiador no puede permanecer
indiferente ante tamaños esfuerzos. Y un examen superficial
po.drÍa hacer creer (incluso, si las teorlas económicas son
divergentes) que los rnétodos que utilizan tienen la misma
impronta que los de Marx y son de la misma na-turaleza.
Para formarse un juicio, es, preciso deducir' 'lo que, en
todos esos diversos proyectos de historia económic4 cnúevar,
constituye el cuerpo de premisas epistemológicarRente éomu.
nes, la rnayoría de las veces no formuladas.
Lo."histórico>, para cualquiera, es el dato en bruto. Lo
*económico, sólo.admite teorización. Se selecciona pues, en
lo histórico global, a través de la blección ya sea de un tipo
de hechos o de un episodio, lo que se defi.ne como económico
y que se supone sometido a leyes conocidas. En tales con-
diciones, observémoslo cuanto antes, el examen del caso
concreto no puede esilarecer más que el mismo caso concre-
to. Si se aparta demasiado del <modelo), se invoca4 factores
<exógenosr, ,rhistóricos, (lo que esta vez equivale a (contin-
gente)). Sin duda, el economista puede servir a la historia
apartando incidentalmente unas tesis en las que lo econó
mico ,estaba mal analizado. Pero no llega casi nunca a ré.em-
plazar los, puntos de vista erróneos, que sería mucho más
importante, o, lo que serla científicamente más interesante,
a p-oner la teorla en tela de juicio.
Puede €vocarse, ciertamente, una demarcación algo más
vieja y más abiertamente empirista, la de Simiand, Jh que
críticas recientes, vuelven a poner de actualidad.'o para é1, el
9,
Economic History' designa Ia escuela de historiadores ame.
ricanos'New
cuyo más eximio representante es quizás Douglass North: ver,
inter alia, The Economic Growth of the United State{ fln-lW (Nuevá
York l%l).
10. -Frangois Simiand (1873-1935) economista socialista, se dedicó
particularmente a la historia de los p¡ecios y el rnovimiento,obrero;
estaba también preocupado por problémas meiodológicos. Su obra miis
importante es Recherches Anciennes et Nouvelles iur le Mouvement
Qén9ral 4g:
pri" d,u XVIe au XtrXe Siécle, Parls, 1932. Autoi también
de In Méthode,Posithte en Sciercce Economique (X912) V Les Fluctua-
tions période et ta Mlttí¡,Ai Ogili.-ii-
d,_Longu-e ór¿se'
miand-F.conomiques.
fue profesor de Historia {el Trabajo en el Collége de Fíance
desde 1932 a 1935.
 184 tcoxoufe, DEREcHo, HrsroRra MARx y LA MATERTa grsrónrc¡, 195

examen de los hechos debe preceder a la teoría, <hechos históricosr, han erigido en teoría lo que no es sino
y
no se limita.d lp económicó (quería turr¿u*"ot",su selección ingenua antropología. y nó" menos fácilmenie demuestrá
logía). No hábrá, pues, ninguitu fripOi"ri, a. ;;;i;: (lunqye siempre cón alusidrnéS) que los historiaao""J, iráái.
fariiau.-l;;;
n-ada más insidiosó que tas"tripot"í'r-l"ror,,r"i"i;;. cjonalmente preocupados pór hecños (precisos) ., o"gt.rttoro,
teoría.de loi p.recios
ó" ;;. de resurrecciones luJuriosás, no han fórmulado n,rni. t"¿ri.
lllo: :"u pr"rente en tas conclu. camen_te el objeto de zu.ciencia. En particular, eI tiempo
srones monetarisras de simiand."rtuUu
Esta vez la debitidáá ta;¡;, es
comprometió la empresa. para ellos un sfunple qdator lineal.
En el momento oportuno tendremos ocasión de ver los
- Prácticas
Marx
de antiayer, de_ayer y de hoy. La práctica de
es anterior a tódas. ¿iíat"i" o-airuiurrt"f elementos constructivos, utilizables por el historiador, Ae ia
,-promgte aún- horizontes ¿p;;;;;
más v-astos, cálculos ü;lr;;;;;
potente contribución de Althusser á h edificación de una
precisos? ciencia marxista. Pero no deja de ser útil aistinguii l"r rit"i
El historiador se preguntará ante todo _o tes de un intento que liquida con demasiada faci-lidad (ae un
tará (desde hace seis-o sje-te an9¡ to, jJu"n", nose le pregun modo q¡e Marx, nunca hubiera hecho) los,*pisos fraUitlbtesr
de.hacer preguntas)- si ra criiica-eji-rtemologica han dejado construidss en las diversas etapas de la coriquista científica,
Althrrsser, qu-e. pretende ttu¿u *áttos de Louis de las cuales ninguna puede sef divinizada.
lu (constru.cción del
concepto de historia¡¡,le ayuda o ,ro á'""
á terminar
Y uno, no solamente si es marxista sino simplemente si
está ávido de coherencia, no puede dejar de
planteár; L""i;
t-os de su oficio, con las
gorr el mismo Marx. iroposicione; á; i;; ".;i;;i;ábi,
;;;;;;ffi;, Althusser'una cuestión previá: si aceita lost¡¡ndamentos de
una crítica del conocimiento surgiaá de Marx, ,i
toda construcción que no está deácuerdo con dichos !"á
""""funda.
3. Hrstonn y rronfl: u mentos (precríticar, <empíricar e <ideológicar, si se per.
cnfr¡c¡ o¡ Ar,rr¡ussrn -es
mite aplicar a Marx suposiciónes del mismo o?J;"'"liiáo;á;
su revolución-perrnaneció inacabada...
(:,' Pl
plgpio Althusssr,.urlg,r:
. filosófico subraya et carácter puramen. ¿cómo p""a" ü"j", ia
te guardia cuando se trata de lo que él llaria .los-estudior
la historia del saber que actuálmente poseemos>? (deiaiotru
(es decir:'teiri[áj á;;;-pósito,
'rlll
puede interesar tanto a- estima que que
l, \, [á*o a
"corrómiitar historiadores. los adivinemos, pero, esta vez, no es airiciL rr"*rf.l.ó_t"=i]
ql;
,Y es .que, en efecto, a_ellos i""rro que se pone en Dren sobre esta aformación filosóñca suficienteD para.
cuestión Ia legitimidad de sus"o""i"rü
aii"ipiirr-""; en cuanto a Marx, sesún
.'ll es a la vez: l.o anasionadam""t" dice,
-poder leer provechosamente . M;.-i";fi4;"";
cubridor de tos tin¿aie"til-';;;;;i;;; como primer d,es. aqui la actitud de esos economistas a lo Joan Robinsonf que
"írU"dode esas disciptinas, quieren <leer a Marxu, pero a la luz de una
2.o respetuosa péro firmemente acuáado
-aún de que no podía sa. económica suficienter "t"r-á"iá"
berlo y menos decirlo -la suya, naturalme:rt".
yo no estoy propugnañdo,
e"ii¿rr¿"r"
en nombr" a"f --"oi*á,
También aquÍ se emplea el término (nuevo)
sistencia peculiiar, con una in, 9f^" !":
que se tgnore a los economistas <modemos)D o a
"o-d "r,y ;";;;; ;i"ioria cuantirativan o los epistemo.
logos <de actualidadr. Me parece, tan sóio, que ser
sNew Ecomomic Histor!>, ,"tio".rá de cien años en el fi"i;ü;;
no consiste en 'buscar en EL Capital un atisbo ¿e fo"aa"li
caso de Marx no varía-muáho "l U pr.;i;;;;; o- la presciencia de Keynes, sino más bien en ro-"t",
hace cien años, su ;d;;;;".r,uu};'i"^
"orá,-porque ;l"r,rd;;
Key,nes o a Foucault a ras dudas .irt"*iIi"..
,
"gujgu{
podía comprenderla..Haura
lue ;;;¿;, supongo, que res.
pondla con demasiaaa an_ticiiáót¿;-;-i;-; a ellos habrla podido experimentar Marx. ¿"1"-rtá¡t!
criterios sugeridos
al filósoJo por recientes *hisioriar-¿¿l
¡ub"r". . Por lo que se refiere al terreno de lo económico, Althusser
lo conoce tqnto- que mete en un mismo saco desdeñosamente
Igual que la mujer dg
no debe ser sospechbso ni 1.o -cés;; J-;;;iliento científico a los más grandes de los viejos clásicos y a los mas
sabiás ¿e
Ae.'ia"oiü"
mo. Althusser demuestra fácilmeni;-i;1 , ni 2.o de empiris. los jóvenes económet-ras; ha;, qr" que va muy rápi.
alusiones, desgra. "orri"É"r
Ah?"U- bien, por el contráió, esta áispuesto a tomar pres.
::*fg:", mfs.eue economistas no 9o,
tados de los ahistoriadores del saberr loi temas
marxrstas, empíricos por"o"su"¡"mpiáriqü'ro,
insistencii ._i; ;;;;'t";; ¿",roa lñio.
ü:
7 rf
18ó EcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA
sofía)r encargada, nos dice, d,e ovelar> por el materialismo
dialéctico, como hizo Lenin después de 1900, cuando la física
sufrió su primera crisis. Pero Lenin no la tomó con los físi.
cos, sino con sus intérpretes. ¿Y qué hubiera dicho (estamos,
al menos, en el derecho de preguntárnoslo) de esas corrientes
epistemológicas que no dejan de oponer, desde hace algunos
decenios, una neoescolástica a toda dialéctica, un neopositi-
vismo antihumanista a la toma de partido sistemática de
Marx, y un estructuralismo antihistoricista y neoidealista a lo
que Althusser reconoce con razón como una <teoría de la
historiar? Por no hablar de una crítica del empirismo y del
sentido común hecha en nombre del espíritu científico, pero
que ha escogido el psicoanálisis individual para fundamen.
tarse y no tiene en cuenta la existencia de las clases sociales,
sus luchas y sus ilusiones.
El estudio marxista de esas corrientes debería tentar a la
vez al historiador y al filósofo puesto clue son pruebas de la
reacción ideológica (existencial) de una clase amenazada.
Todo <antihistoricismo)r espontáneo, toda ucrítica de la ra-
zón históricaD, son antídotos inventados contra la crítica his-
dl,
tórica de la razón, auténtico descubrimiento de Marx.
No obstante, la indiscutible sinceridad marxista de Louis
Althusser y de sus discípulos nos obliga a clasificarlos entre
las víctimas del engaño y no entre sus responsables, y nos
lleva a estudiar a Malx, no a su manera pero sí a su lado.
Sobre determinados puntos, el historiador puede hacer por
ellos lo que ellos han hecho por él: indicarles posibles vías y
t., peligros. Si bien no se han equivocado al señalarnos que
el concepto de historia está aún por construir, señalémosles
que sin el historiador no podría ser construido, y, mucho me.
nos, sin ese prodigioso historiador que supo ser Marx, tanto
cuafido <<habla de historia" de manera implícita o .de manera
abierta y tradicional.
Admito de buena gana, y, más que Althusser, admito como
una evidencia que el objeto construido por Mam en El Capi-
fat es un <objeto teórico>. Admito que conviene no confundir
el pensamiento con lo real ni lo real con el pensamiento, que
el pensamiento no mantiene con lo real sino una "relación
de conocimiento> (¿y qué otra cosa podría hacer?), que el
proceso de conocimiento tiene enteramente lugar en el pen.
samiento (¿y dónde diablos podría tener lugar?), y que existe
un orden y una jerarquía de las "generalidades> sobre las
que Althusser ha hecho proposiciones de mayor alcance.
Pero confieso que no llego a ver qué pecado <estupefa-
MARX Y LA MATERIA HISTóRIcA 187
cienteD pudo cometer Engels al escribir (por otra parte, a
modo de imagen, en una carta y a vuela pluma) que el pen-
samiento conceptual progresaba <asintóticamenteD con res-
pecto a Io real, mientras que, según Althusser, la ley del valor,
a propósito de la cual Engels utilizó esta imagen, (es, sin
duda un concepto adecuado a su objeto, ya que es el concepto
de los límites de sus variaciones, el concepto adecuado a su
campo de inadecuaciónrr."
Espero que esa sutilidad señale la dificultad que tenemos,
en la definición de nuestras andanzas y en la práctica de
nuestra investigación, para no (caer en el empirismo> man.
teniéndonos demasiado cerca del objeto descrito, del
"ejem"
plo>. Pero el abismo del empirismo está separado del abismo
del idealismo por el filo de la navaja. Practicando en demasía
el horror del ejemplo, aislando en demasía el <santo de los
santos del concepto> (he hallado la exp4esión en una reciente
tesis "althusseriana, sobre la noción de la ley económica en
Marx), se corre el riesgo de ser "precipitado> (o catapultado)
a su vez en un mundo que no sería ya el del marxismo. Por.
que desde la Introducción de 1857 está claro que si hay que
<entender las ciencias>, es preciso cuidarse muy bien de no
hacer callar las palabras:
El todo, tal como aparece en la mente como todo del
pensamiento, es un producto de la mente que piensa
y que
se apropia el mundo del único modo posible, modo que di.
fiere de la apropiación de ese mundo en el arte, la religión,
el espíritu práctico. El sujeto real mantiene, antes como
después, su autonomía fuera de la mente, por lo menos
durante el tiempo en que el cerebro se comporte únicamen"
te de manera especulatirta, teórica, En consecuencia, tam-
bién en el método teórico es necesario que el sujeto, fa so.
ciedad, esté siempre presente en la representación como
premisa.t2
Todo Marx está aquí. El mundo no permanece <autóno-
mop si el espíritu no permanece EI sujeto es
la sociedad. El teórico solamente"especulativo>.
se la (apropia" si la tiene
constantemente <presente>.
11. Louis Althusser, Para leer et Capital, trad. de Martha Harnecker
(Siglo XXI, México 19ó9), p. 90.
,. 12. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(borrador) 1857-1858. Trad. de Pedro Scaron (Siglo xxr, México, 2.¡ ed.
1972), p.22. En adelante Grundrisse.
 188 ECONOMÍA, DERECHO, HISTORIA
Althusser nos dirá que Marx, en esta Intrcducción (de la
e¡e cada uno, ¡ay!, retiene lo que le conviene), no Sabe dis.
tinguir la jcqnrquía de las absiracciones. pero Marx señala
aquí diver$a$ imaneras de uapropiarse el ¡nundor, El modo
"s5pi¡¡1r, prácticbu), el modo religioso (;it.;-t
emplrico (el
cosnloggnias)- el ¡.nodo artístico (que es usado arnpliamentá
por Bachelard, Foucault y Althusser). El modo ci,eniífico pro-
cede de ahí,y difiere de ahí. procede,de ahí,,pues no poaria
pasar sin el <espíritu práctico> (de las y urecti-
ficar progresivamente las cosmogonías y "técniiasu),
las tradicíones. pero
dif:y1e- de ahí, y es en tal sentido que todo esfuerzo episte-
_molégico serio rinde servicio al señálar los <horizontesoLntre
los tipos de conocimier,rtos. En contrapartida, al calificar un:a
abstracción de qbuena¡ y otra de .maliu (como Ricoeur habfa
hecho.con las <srrhjetividades>)', uno se desliza, por la sola
elección del vocabulario, hacia el dogmatismo filos3fico, y a la
menor distracción es atraldo por las condenas ideológicas
mal meditadas.
Pues, en fin, esta dispqta entre observación empírica y
constrycción teórica, es la Methodenstreit entre *escr]ela his-
t9"1"";V economistas matemáticos, contemporánea y parienie
de la controversia entre Engels y Schmidti
Pe-ro esa disputa está hoy zanjada, superada, en el mismo
sentido en_que Althusser sitúa io (nueio), conforme a las
imágenes
_de objetos- teóricos, de juegos combinatorios, de
matrices.lógicas, ya hoy corrientes-. né tal suerte qrr" ,i l.
innov4ción de Marx, que, ciertamente, anunciaba fodo eso,
no hubiera anunciadó mós que podría ,ort"n"rre
-
e¡r buena ley que se ha disuelto en la""ó,
cienóia econémica más
reciente. Esta se defiende, como Althusser defiende a Man
(y como es legftimo) contra las objeciones usádas d;.¡; i;
distancia del modelo a lo real, o deide Ia inexorabfe *iq"o
zar fls éste, respondiendo que no se trata del mismo
"otieior.
Para ella el juego utilidad-escasez es un juego te¿rico aáe_
cuado a su objeto. Por lo demás, la macroecónomía razona
hoy mucho más allá de tales prernisas; su cformaci¿"-J;;
pitab, concepto operativo, n-ó es sino otro nombre de la
<plusvalÍa". Algunos economistas ni siquiera tienen
Vu i""o"-
veniente en admitir de este modo un triunfo tardio d; ñ;
descubrimientos marxistas. ¿pero sería (marxista> estar de
acuerdo con ellos?
Ri*."llL un fitósofo personalista católico, autor de Historie
-. ll:
et .1,"*
Verité (París 1955).
MARX y LA MATERTA rrrsróuca 199
No, puesto, que el descubrimiento de Marx no es en lo
esencial ni de orden económico ni de orden teórico, sino de
orden socio-histórico. Es la¡¡¡1¡esta en. claro d.e la contr4dic-
cün social que implica la fqm¡ación espontánea, libre, de 14
plusvalía (<acumulaoión de eapital"), en-el conjunto coheren-
te del modo de producción que la asegufa y al que carac-
teriza.
4. Et (MoDo DE pRoDuccrdxp y Ll uNTDAD DE LA HrsroRtra
En- este punto coincidimos con Althusser. El concepto
central, el todo coherente, el objeto teórico de Maq, es el
mgdo de producción, como estructura. dpterminada deten
¡r
minante.
_Pe-ro
su originalidad no está en ser un objeto teórico. Está
en.haber sido y en haber continuado siendo el primer objeto
teó-rico que expresó un todo social, en tanto quó los priméros
balbuceos teóricós de las ciencias humanas-se habían limi
tado a lo econó¡nico y,habían visto en las relaciones sociales
9. fie" inmutables datos
(la propiedad de la tierra para los
fisiócratas), g--bien condicioñes-ideales a conseguii (como
eran para los liberales la libertad e igualdad juríáicas).
- La qegunda originalidad, como oU¡eto teórico, del modo
de producción está en ser una estructura de ¡""ólnna*iiiió
y de desarrollor-ni formal, ni estática. La tercera es que esa
€structura-implica por sí misma el principio (econórnico) de
la contradicción (social) llevando err su seno la necesidaá de
su propia destrucción corno estructura, de su desestructu_
ración.
, Inversamente, absurda-
clesprecio
esta constatación no permite liquidar con
la teoría económica nd mamista.
-cosa en efecto, que
Parece evidente, prrede existir;"*";;;;ü-,'l;
que no significa, salvo a-ojos de 2s, defensores (y de Al-
thusser) que tenga valor de <cienciar, y aI mismo tüm;; ;;;
una ideologla. Esto no significa incoñerenci" o
"*pii.ir*o,
sino pretensión de universátid.ad de leyes de un ,"1;-"i;;li;i
económico) en un solo modo d.e prod.ucción (el capitalismol.
Es la misma crltica que Marx hace a liic""ó, qd:Aí-
juzga insuficientel y que ñ;A; lá"b"
llT:"r
reconocerse y utilizarse el genio de ". un
"j"*pru".
eJpfuitu, la lógica de
sistema.en cuanto se tiéne claro: 1"" ui lóiñ ;;
1n
el que sus hipótesis son confirmables, 2f los"u*po
hoiizonles que
un teórico burgués no puede franquear sin entrar
"o "orrt"_
 MABX y LA MATEN.IA rrrsrónrce lgl
190 BcoNoMfA, DERECHo, HrsroRra
mente u1 cago) el enclaustramiento en la ahistoria económi-
dicciones (Walras, Keynes, Schumpeter se dieron cuenta per- car. Ya he dicho en su rnomento, y lo mantengo fir:nemente,
fectamente), 3.o los dominios prácticos en los que se revelan que las llamadas <historias guantitativasp no son sino., eco-
no la distarffiia del modelo'a lo real (cosa de sobra conocida)¡ nometrías retrospectivas, y
sino los r¡Eil"tl6deros llmites del campo de la teoría enJuiciada: me niego a dar a.la New
Ecoltolnjc llistgry el nombré"que de "cliomeiríar. pse5'según la
aqul¡ modificaciones de las estructuras del capitalismo, prq confesión de Colin Clark, en la jerarquía de las cñncias
blemas político-sociales, administración de las sociedades pre- la historia está <más arriba,n que la economía, porque la en-
capitalistas, aparición histórica de los socialismos. globe;'
Tales análisis realzan el trabajo del historiador. En ellos
reside la esperanza de la <construcción del concepto de his- -. Y--añadiría, para ser fiel a Marx: porque no puede ser
dividida
toriar. Pero, para trabajar a la manera de Marx, no hay que Esta convicción me ha señalado (lo que me la hace esti_
contentarsE con decir, como Althusser, que n clásicosr y (mo-
mar en muchq) la convergencia de las lecciones. de Lucien
dernos, tierten cproblemáticas distintasD, que nociones como Felv1e y de Marx. Para Lucien Febvre, el mayor vicio de la
cóptimor, (pleno empleo>, son de, la rnisma naturaleza que prá-ctica histórica de su época, gue se esfoizó particular-
las armonías fisiocráticas o que las utopías socialistas, o quo
mente en co¡nbatir, f¡re el muy universitario respeto a los
la pareja "necesidad-escasez) es utilizada como un <dator <cornpartimentos estancosD: para ti la economía, para ti la
<empírico-ideológicor, cuando es el tipo-mismo de la pareja política, para ti las ideas. Y debo, confesarle a Louis Althus-
ctéóricar, del objeto ccotrstruido¡.
ser mi_ desengañada estupefacción cuando he visto que sus
Lo que hay que esforzarse por pensar históiicamente (s7 proposiciones acerca de la <concepción mafxista de ia tota-
se quiere, como Marx gustaba.de decir, ucomprender los he-
lidad sociai' c:.g¡cJuían postulandó no sóro ta *posiuiiiaad,,
chosr), es, por el contrario, como una teorla, precisamente sino la (necesidadD de regresar a la división Aé la fristoriá
porque es,parcial (la de un ¡ivel de un modo de producción)
en diversas <historias¡¡.
y se da'camo ünilrersal, puede servir de instrumento a la vez
prdctico e ideológico en manos de una clase y durante una . Si-3fSy1Para
pluralidad.
cosa rezuma el empirsmo, es precisamente esta
la historia-conócimiento áutoriza c""fquiur
época.
vieja.pretensión de los <especialistasr. para la práctica uáü"f
Una época, ciertamente, que habrá que ,¡(construirD, pues e4o es uno de los dramas de la construcóión del socit
alterna descalabros y éxitos, pesimismos y optimismos, mo- -'-J
lismo- propugna el mundo de la ciencia, el de la t"""o"rá_
mentos en los que se impbne el camuflaje incluso de la cia económica, el de la política, el de las ideas, el de las
apariencia (la ganancia), momentos en los que se puede en- artes, a vivir cada.uno a su propio <nivelr, y segrin su pro-
salzar incluso la realidad (la plusvalía) por poco que poda- pio- <tempor. Mientras quer,en lés proceso"
mos descubrirla en tiempo de expansión, bajo el nombre de sinfonía se organiza subterráneameñte. "rpórrtanuoJ,-ta
inversión y como base de;la reprodúcción ampliáda. Yo--me niego, tan pronto es afirmada la <dependenciá
Lo importante es entonces darse cuenta de lo que, en específicar de los niveles entre sí, a proclamar li relativa
eontrapartida, está constaetenente camuflado, por el hecho independencia de sus historias. ulndepen¿"""iu
de que se lo apoltrona en una hipótesis intocable que, como dependencia.> ya se sabe gué pasa coi
;il;;
"" u"r¡á1",
la propiedad de la tierra para los fisiócratas, es, para eI modo juegos
cuando el contenido de ros términos no"ros se h-a n-¡a¿o. ioará
capitalista de producción, 1,,o la apropiación privada de üos
medios de produccióni 2: ta fijación de lss'ltalores por el ::l"l*.r:, sin duda, que nuestra tarea está éra Áj""i¿r"
tnerc.adA. '
Pero el ejem-plo escogido una vez_ por "" Althusier no
,
' Dando por supuestas esas ¡irelaciones de produccióno, nos lo que promete:-por
la distinción de las ahistoriasr
-asegura
desde un punto de vistá mamista.
puede pasarse provechosamente a lá teoría, al nivel econó-
Supongamos que se trata de historia de la filosoffa. En
mico, y aelarar la thistoria económicar en los palses y en las
épocas en las que efectivarnente rigen esas relaciones.
, Pero es precisamente por eso que eI historiador que se --
14.-
-cglin Clark, Las condiciones del progreso económico (Nianza,
Madrid l%7).
pretende mamista rechazará, (salvo para estudiar emplrica-
 192 BcoNoMfA, DEREcHo, HrsroRrA
la cronología, se nos dice, se suceden los filósofos. Tal suce'
sión no constigaye la historia de la filosofía. ¿Quién no esta.
rla de acuerdoPr,¿Qué obra, qué manual los confunde hoy?
Y algunos,' qinzá, incluso harían bien en hacerlo. Un dic-
cionario siempre es útil pero no todas las construccioües lo
son. Pero ¿qué condiciones habrán de'distinguir a la "his-
toriaD? , Y, entre otros factores, sélo alcanza a un mundo limitado.
Althusser pide que sean definidos con todo rigor: 1.o lo
filosófico (=lo teórico); 2: su <tiempon propio; 3J sus orela-
ciones diferencialesr, sus <articulacionesu propias con otros
niveles.
Excelentes indicaciones. Pero ya hemos visto cómo, al
aislar lo económico de lo social, sólo se había podido dar de
aquél una definición ideológica. ¿Cómo no hacer otro tanto
en lo filosófico? La ideología es sobrestructura. La ciencia
no debería serlo. Pero ¿dónde;se sitrla lo <teórico>? ¿Cuál
es,r a cada momento, su grado de independencia con res-
pecto a los demás <niveles'u? Enjuiciarlo exigiría a la vez,
adernás de una formweión filosófica suficiente, una inform*
ción histórica capaz de <hacer suya,' toda la materia
interesada, como lá que Marx se procuró antes de hablar de
economía.
Ahora bien, inversarnente, Althusser quiere sacar de su
historia particular <rrelativamente autónoma)', una definición
que cree (rigurosan del "hechor, del (acontecimiento". El
$r cacontecimiento filosóficoD es el (que es susceptible de ori-
ginar trna .¡nutaciión en la problernática teórica existenter.
El "hecho histórico> es el *que es susceptible de originar
unA mutación en las relaciones estructurales existentes¡l. Se
trata también de <acentecimientos filosófrcos de envergadu-
ra históricarf lo que testimonia el persistente peso, en el
lengpaje teórico, de una dramatización de la historia ulnge-
nuamente amasada,D.
y l9s d9. M1o. No podría transigir, aunqul sóló fuerá por Ia
5. AcoNrscrMrENros.RUpruRA pRocEso IrrsróRrco
En efecto, ningrin acontecimento deja de ser anecdótico
la aparición de un $pinoza o de
en, algrln sentido. Incluso'
un Mam no,posee <alcancer (excepto para una historia idea-
lista) más que pol y para fa época más o menos lejana que
recogerá su pensamiento. Hasta aquí, incluso el rechazo de
este pensamiento constituye lo histórico.
15. Para leer el Capitat, p. ll2.
MARX Y LA MATERIA HISTóRICA I93
Y ¿han sido alguna vez las, arelaciones estructuralesr mo.
dificadas por (un hechor? La más consciente de las revolu-
ciones sólo las ha modificadol .d6, un modo imperfecto. Por
no hablar de las técnicas. Paptnl(ve) Ia fuerza del vapor,
Watt la domestica, pero su cinnovación> tiene que (implan
tarseD para . convertirse en una (fuerza productivar ¡s4t.
¿Dónde está la (ruptura'?
Los profesionales de la sensación multiplicaron los <acon,
tecimentosp. El <hecho histórico> hace furor un día de aluni-
zaje o un día de barricadas. Se dirá: por ello precisamente
el historiador eseoge. ¿Pero qué? Tanto el ama de casa que
no quiere o no puede pagar diez francos por un kilo de
judías verdes, como la que los paga, tanto eI recluta que
responde a la llamada de su clase, como el que la rechaza,
todos se conducen chistóricamente'. Las coyunturas depen-
den de ellos, ellos refuerzan o minan las estructuras. Sólb la
objetivacién de. lo subietivo por Ia estadística, WÍ imper.
fecta que sea aún su interpretación, funda la posibitidad de
una historia materialista que sea la de las masas, entendien-
do por ello al misrno tiempo los hechos. masivos, infraestruc,
turales, y los de las <masas> humanas que la teoría para
convertirse en fuerza, ha de <penetrar>.
Uno se ve forzado a pregdntarse si el teérico del concepto
de historia, a fuerza de enfrentarse con una historia que
carece de curso, no acaba siendo su prisionero. Después de
haber admitido un reparto de ta historia entre los óspecia.
listasr, he ahí que se parte en busca del uhecho históiicor,
del cacontecimientop. Ciertamente, el acontecimiento cuenta,
y sebre todo la manera o integrable- en que se in-
serta en la serie. Pero -fortuita
si un historiador mamista desconfía
de los excesos de la reacció¡r <antiacontecimentab que desde
hace cuarenta años transforma la práctica de los historiado-
res, no _hace silo permanecer fiel a sus principios, que eran
elecció¡r de una palabra, con el mito dé *los días que forja,
ron a Francia> o, incluso, con los <días que estremócieron-al
mundo>. Al final de Octubre de Einsenstéin, se dice: *La re-
volución está hecha>. Nosotros sabemos que acababa de em.
pezar.
No eludimos la dificultad, después de haber sugerido con
eI empleo de'la palabra
"mutación" 1¿ idea de lr,upturao,
{1ndo un sentido más amplio a la palabra <acontecimientoD.
Ciencia y téorÍa padecen hoy las pálabras. Las inventa" éro.
I94 ECONOMÍ'A, DERECHO, HISTORIA
téricas para noeiones que no lo son; y dan nombres ,"*rrr",
res a contenidos esotéricos. {Acontecimientor, (crónicat, sd' t
pasan al leiigmje maternático..en cuanto empiezan a ser sos.., il
pechosos.4 lQs historiadores; Y'los genios comienzan a tomar: t
decisiones cuando sólo se atribuye a los jefes de Estado la' fl
ilusión de hacerlo. <Sobredeterminaeión>, ueficacia de unal il
causa ause¡1sr, vienen del psicoanálisis, ,como <¡flutaciónr il
viene de la biología.
Per.o ¿conviene a tsdas las estr-ucturas r.lna palabra inven, I
tada para una de ellas? Ni siquiera Marx y Engels han sido' I
afortunados en ese género de comparaciones. Schumpeter I
escribe, para caracterizar a Mam, que éste efectúa entre los t
datos económicos e históricos, no una articulación mecánica, il
sino una mezcla oquímicao.'o La imagen me ha seducido du- fl
rante mucho tiempo, porque he aprendido en la escuela, hace il
ya muchos años, que la mezcla deja los cuerpos separados 'ü
mientras que la combinación es un cuerpo nuevo (aquí la'to' il
talidad manista). Pero ¿qué valor tiene tal comparación I
para la ciencia moderna? Y ¿qué nos enseña a los de mi i
oficio? A Balibar, en lugar de <combinaciónp le' gustaría pG I
der decir (combinatoriar. Pero vacila: (no se trata(...)de {
en el sentido estrictoD, (seudo combina.
ff;.::ibt"atoria
¿Y si decidiéramos, puesto que Mam sigue siendo (nue. i
vor, mantener sus palabras allí donde las inventó e inventar. l
las cuando haya necesidad, pero sin pedir préstamos a las t
ciencias que de cualquier modo no pueden hablar por la I
nugstra, para poder efectivamente <construirlar?
Dicho brevemente, el comentario teórico de El Capital
creo que ha tenido el inmenso mérito de demostrar cómo,
después de escrita la historia, no se había qsabidor jamás
exactameRte lo que era historia (ciertamente, ¡es tantas co.
sas!). Sin ernbargo una vez más,.aunque sea correcto plan.
tear una cuestión, quizá.no sea prudente ,creer que se la ha
respondido, dicho sea sin intención de flirtear con el viejo
Seignobos."
A la pregunta: ¿qrré es la,historia? no se puede contestar
16. Joseph Schumpeter, Capilatismo, socialismo y democracia (Aggii.
lar, Madrid l!)ú8).
17. Etienne Balibar, Para leer el Capital, pp.236,263.
18. Charles Seignobos fue un eminente historiador francés del siglo
xrx. Süs posicionei metodológiias ftre¡on expuestas en una obra ón
junta con: Charles Langlois tftuhda Introdaitian aux Etudes Histori.
4aes (Parls 189). .:
MARX Y LA MATERIA HIsTóRIcA I95
I de manera más satisfactoria con la teorla que con la sola
práctica. Solamente podernos intentar hacerlo, a la manera
de Marx, con la doble pasiüi,n de *hacer suyar una materia
compleja; rlo que exige siÉünpre un minimuh,teórico, y de
cconstruir:¡ el objeto de pensamiento que le corresponde, lo
que exige a un mismo tiempo evadirSe de la materia-y tenerla
(present€D. No es posible la investigación sin la teoría¡ y la
I poca exigencia teérica del historiador irrita con razón al
filó¡ofg. Pero tampoco puede haber teorÍa sin investigación,
o el teórico no tardará en verse acusado, como no haóe mu.
cho lo fue el .economista, de Ínanejar (cajas vacíasr:
Bien mirado, uno se pregunta si las cájas vacías no esta-
rán menos vacías de lo que aparentan, pórque los historia.
dores son menos empiristas de lo que pareée. En lugar de
cgmplacerse en las constantes negativas
-que formariparte
del montaje ideológico- ¿no seríá más razonable hacer ions.
tar en acta algunos pasos adelante de los,historladores; del
mismo modo que sería más cientlfico intentar; entte hiiíoria-
dores, un balance histórico del marxismo, no .enjuiciádo¡
segul nuestras preferencias políticas o nuestras exigencias
morales, sino cpensado, gsmr un fenómeno a situai en el
tiempo? ! '
i , Pues nuestros filósofos, tan de buena gana antihu'manis.
tas
_en sus exigencias teóricas, se muestran afligldos por el
hecho de que
-Lenin religiosamente
pensadores marxistas,
excluido--dema"iados
mal penetradoS por el gran legado,
harr aceptado vivirlo como rideologfar y no como ucieñciar,
¡ :n un3 perspectiva <historicistap y no como uR absoluto.
Especialmente, dicen, las rr¡utacionei ¿et mundo pur"cen l"rr.
tas al trado del ritmo acelerado de las fuerzas próductivas. v
cargadas de errores y horrores, cuando existe úna teoria quá
bastaría coR conocef mejor para que ra historia r" conuirii",
ra en algo razonable. Althusser escribe:
El día gue La historia exista como teorla, en eI sentido
que se acaba de precisar, su dotle existenciá
teórica y ciencia áp{cada ,o-p¡.rrru.i¿ ""*"
mA; "iá""¡"
la doble existeñcia de 'la -teorÍa mar*iita;;;t1;
mas que -coqlo ¿e lá
economla polÍtica como ciencia'teórica y
"i"o"i.ápli"Iá..;
¿<No más>? ¿Y no basta con eso? La victoria de la eco.
nomía socialista consiste en existir muchos creían
imposible- y no en estar libre de-ro'que
pro6lemas. Lo mirmo
19. Para leer el Capitat, p. l2l.
 196 EcoNoMfA, nEREcrro, HrsroRrA
sucede con el socialismo coffio totalidad, como modo de pro
ducción naciente qrre; por otra parte, hace quizás impre
-lo<totalidadr, de estn¡ctura global auténti-
pio el térrs{qq,,de
camente reali4ada. Su construcción en un mundo hostil y,
ciertamente, también dramáticq, también imperfecto i--pero
no más- despué¡,de cien años de reflexión y cincuenta de
acción, ¿qué es si la comparamos a la instauración del mun-
do capitalisla y del feudal, que tardaron muchos siglas en
pen$arse y en nacer? La lógica de las guerras napoleónicas
debió parecer bastante afiligranada a sus contemporáneos.
La impaciencia no es virtud de teóricos. Nikos Poulantzas
se indigna de las interpretaciones sucesivas y contradictorias
que la IIIa Internacional dio del fascismo,r ¡Bien!. es que
antes de interpretar ha.y que estudiar¡ tter. El combate no
siempre permite ese lgjo. Las victorias de La <cienciar son a
largo plazo.
Esas consideraciones sobrepasan un poco el marco pro-
puesto para nuestras reflexiones, pero no le son extrañas.
Ecenomia, sociología, historia, marxistas y no mamistas, han
estado siempre sometidas, y lo están más que nunca, a la
presión (sobredet€rminanteD de la actualidad. Se defendie.
ron de ello feroz e ingenuamente en la época del positivisrno.
Hoy, llámeselas politicología, sociología empírica, o prospec-
tivas de cualquier clase, acepten la existencia de las luchas de
'rfi clases o el (consensus>, todas se confiesan ciencias aplicadas,
l.l
I
ciencias prácticas. La historia continúa. Tanto le da explicar
I a Fidel Cast4o como a Hernán Cortés. Bien lo muestran nues.
{l; tras revistas.
Esta presencia del presente en el pasado, del pasado en el
presente, no es en absoluto contraria al espíritu de Man.
Constituye incluso una de sus características. Pero en cieltas
condiciones, que nos reconducen a nuestro propósito. ¿Pro.
cedemos a interrogar el pasado juntando, conscientementg o
no, las innovaciones epistemológicas de Marx? En diversos
puntos importantes, y en particular en uno de ellos
po histórico-, las investigaciones de Louis Althusser -el tiem-
nos
hacen tomar más clara consciencia de nuestras lagunas, de
nuestras fidelidadés o de ngestras infidelidades, péro tam.
bién de algunas de nuestras adquisiciones.
20. Nicos Poulantzas, Fascismo y Dictailura, La tercera internacia-
nal frente al fascismo (Siglo xx¡, Madrid
19?3).,
MARX: Y LA MATERIA ¡¡¡STóNTCI I97
6. ¿Es "uNear.) EL TrEMpo.pp,J-os rrrsro.m¡ooRes?
' : I iréi.
_ Con respecto al, <ligmpo histfricor, Althusser nos señala
dos abismos complementarios: un tiempo chomogéneo
t;;
tinuo,', el del sentido común y.de la irivestigació-n fristii,ricá;
y el tiempo-de-Hegel: (corte de esenciap upresente históri.
con, continuidad del tiempo y unidad del momento."
'En cuanto
al segundó, ¿qué histoiiaAor b es tan poco
c€mo para aceptar esos {horizontes absolutos} que acában
de renacer en los filósofos? : .
tiey.lo^del Íír-*o, y la décima ta del deportistaf Bi ii"Ápo
yiy_td. fue el díay la nophs, el invierno y- eI verano, É;i;il.
Ptu y Ia casecha, las vacas gordas y ias vacas na"ár, fo"
intervalos entre los nacimientós, h pievisió" a" ,"ortáíauá.
La demografía histórica es una gran maestra €n materia de
temporalidades diferenciales. El tiernpo del hombre qrr" ti".
ne ante sí sesenta años no es ya el del hombre que tenta
treinta._
9To tampoco el tiempó de los habitantes ¿éf C""i
oe es el de los esquimales.
Si s-e ha cornetido el error del corte mecánico, es por
causa de esos economistas que, para oponer un tiempo i"L.
jetivg" al tiempo de los nistbr¡aáorÁ, éortan sus series
tem-
porales e-n decenios o, en siglos, sin tener en cuenta que,
incl.us-o.-$9sde. el simple p,rnio áe vista matemático de las
probabilidades, quitan todb sentido, a las,mencionadas
series.
más lejos. E¡ esa historia tradicional la que ha.cons.
^_ ,ITé
trutdo) el tiempo, la de los vigjos .<analesr y lai cronolOglas
ggco|y9s. Acontecimientos, reirios, eras: es una constfucción
rseologrca, pero no homogénea I .
lo d¡más, ett puañto h precisión cronológica se hace
^-.,!,?: ¡cuántos mitos destruye, cuántos
crútca, -desacraliza!
textos
Eso pmlién fqrma parte de-la ahistoria det saber", áe-iá
<producción de conocirnientos>. por el contrario,
cuan¿o IVti.
cnel Foucault se pierde en materia económica, en su propia
cronología y en la cronología .tout co.urt, deja de fruá¿. -r*
queolsgía, historia, ciencial epistemotágía,
ratura. fuo. t""""-rü
{gchar por fecha-r no es más que una (útil) técnica de
erudición. sFechar finamente> ur -i* [¡"" a"'rririrJua*.
21. Para leer el Capital, pp. 104 y 105.
198 EcoNoM-fa, DEREcHo, r{rsroRlA
Pues la consciencia de tas sucesiones en el tiempo y de las
proporcianes en las duraciones es lo contrario de un dato
ingenuo. I*@,:se obtiene a partir de la naturaleza y de los
mitos, sino csntra ellos. ¿Cómo Althusser, que concluye con
la identificación del concepto de historia y del concepto de
tiempo, no siente todo el contenido del término croiologta?
. En oontrapartida¡ habiendo leído a Hegel, sobrestima'el
de periadizaeión:
, Todo el problema de la ciencia de la historia tiene que
v€r entonc€s,r a ese nivel (la Idea hegeliana) con el corte
de este continuo según una periodización correspondienúe
a la sucesión de una totalidad dialéctica con otra. Los me
mentos de la Idea existen cs\no períódos históricos que
deben ser cortados exactamente en el continuo del tiempo.
Hegel no'hizo aquf más que pensar en su problemáticb
teóiica pfopia el problema np I de la práctich de los his,
toriadores, aquel que Voltaire expresaba distinguiendo, por
., ejemplo, el siglo de l-uis XV del siglo de Luis XIV; es to
davía el problema mayor de la historiograffa moderna.¿
Digamos que después de haber apartado los mitos, la his-
toria tiende espontáneamente a sistematizar la crono-logía,
Es curioso que se le reproche. Pues, desde después de la Re.
volución, la escuela francesa intenta hacerlo a partir del con
,
cepto de clases sociales. Y nuestra periodización escolar (An-
tigüedad, Edad Media, Edad Moderna, Edad Contemporánea)
refleja la sucesión de los tres modos de produceión domin¡n-
tes, correspondiendo a la Edad Moderna la preparación dél
tercero con el triunfo de la economía mercantil. Es europeo-
centfismo, mal coneeptualizado, ingenuamenté cortado con
respecto a los aacontecimientos-mutaciónD tan gratos a Al-
thusser (1492,.1789). Pero eso asegura la convergencia que
hay que alcanzar entre (aproximacioneso prácticas y (cons.
tnrccionesr de la teoría
.Cierto que Matx nos ha dado, en El Capilal, una (cons-
truceión del tiempor en rnateria económica: tiempo comple-
jo; nq lineal, ctiempo de tiempo> no lelble en el reloj de lo
cotidiano sino adaptado a cada operación bien.conceptuali-
zada (trabajo, producción, circulación de los diversos tipos
de capital...), descubrimiento'que a menudo se finge no per-
cibir. Pero ¿quién ha dado el espaldarazo a esta construc-
ción del tiempo tiempo del capitalismo- sino los ece
-del
22. Op. cit., p. lM.
MARx y LA MATERTA rrrsrómc¡, lgig
nomistas rnodernos? Una vez más, si la innovación marxiana
residiese en eso, podría decirse que está anexionada, per{ec.
cionada, superada.
Pero'no'reside en eso..ffiirt" en mostrarque las scir.
culaciones¡, los <cicfos" (y náturalmente las oreirolucionesr,
a pesar de ciertos juegos con el doble sentido de la palabra)¡
no se reducen nunca al punto de partida, sino que'cream sü
tuaciones nu.e1ras, no sólo en lo econórnica, sinó en el todo
socinl.
Aquí está la dificultad de la que se adueñarán los filósofos.
Hablar de ctiempo ,creadorr (imprudentemente yo lo hice
una vez) no quiere decir nada. sHistoria acumulaiivar, ohis.
toria caliente', propone. Lévi-strauss (para evadirse).'salir
No es.
cómodo nombrar aquello que, de lo viejo, hace lo
nuevo.
-El físico puede burlarse y el biólogo verse obligado a filo,
sotar:
sus materias no cambian al ritmo de las vidas huma.
nas. El campo del historiador es el det canúio, iálá--át
nivel de los <casos> sino al nível de las estructuras. "" para el
historiador, cualqüier tentación de descubrir estabilidades
será una tentación ideológica, basada en la angustia del cám.
bio. Pues no hay nada que hacer: los hombrJs en sociedad.
salvo aislados y en'vías de desaparición, no viven yu
en la prehistoria, palabra cuya misma invención prúeba"o-ó oue
el concepto de historia tiene una historia *"ros^ simple'de
lo que cree Althusser. Seis mil años o más cubren
"loi tiern,
pos de la historiae. Algunos siglos, los de nuestros rrorizontes
familiares. Dos o treS, los de nuestra economla, nuestra cien;
cia. La <larga duracióno no .es muy larga. Entre ella y el
<aconteci¡niento', el enigma es el tiempo medio. : ,
Althusser.reconoce que ,rloq historiadores comienzan a
pliantearse: cuestiones> jobre todo ello, e incluso (en ,una
forma muy destacable¡r. Pero, dice, se cóntentan:con consttu
tar q-que hay* ¡isrrrpos largos, mediós, cortos, *"
sus interferencias como pioducto de-sus eacuentros, ""girt"",
y no
c9mg, producto del todo irr. tos gobier;a: el modo de:p;;
ducción. crítica en di& üneqsltres oomtie, entre palr¿i-
p"r" -rlt"*
-Una
tesis (Febvre,- Labrousse, Braudei):s ¿basta
la cpráctica histórica-r contemporánea:
- "r"el tiempo his
l.o ante
tórico, 2." ante Marx? , ,i
A decir verdad, se tiene la impresión de que para Althusser
esta evocación de tres obras ño es sino-un'"r"idjiil.- s"
23. Op. cit., p. lü.