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Los procesos de maduración y el ambiente facilitador

Capítulo Siete: De la dependencia a la independencia en el desarrollo


del individuo
D. Winnicott (Bella)

Si hace treinta años me hubiesen pedido que describiese el crecimiento emocional desde
la dependencia hasta la independencia, es más que probable que hubiese hecho
referencia a la fase oral, anal, fálica y genital. Tal vez hubiese subdividido cada una de
estas fases: la oral primera, la preambivalente, la oral segunda, la oral sádica, etc. Todo
esto es tan cierto ahora como lo era antes y ha puesto en marcha nuestro pensamiento, lo
aceptamos sin más.

Me ha parecido oportuno examinar el crecimiento en términos de los cambios graduales


que van sucediéndose a partir de la dependencia hasta alcanzar la independencia.

La socialización

La madurez del ser humano entraña no solo su crecimiento personal sino también su
socialización. Digamos que en la salud o en la normalidad, el adulto es capaz de
identificarse con la sociedad sin tener que sacrificar excesivamente su espontaneidad
personal; o puesto al revés, el adulto es capaz de atender a sus propias necesidades
personales sin por ello ser antisocial y sin dejar de aceptar cierta responsabilidad
respecto al mantenimiento o modificación de la sociedad.

La independencia jamás es absoluta. El individuo sano no queda aislado, sino que se


relaciona con el medio ambiente de tal forma que el individuo y el medio podrían
calificarse de interdependientes.

Tres categorías

• Dependencia absoluta

• Dependencia relativa

• Hacia la independencia

Dependencia absoluta

Al principio, toda criatura depende por completo de la provisión física aportada por la
madre viva, ya sea en su vientre o por medio de los cuidados que presta al hijo una vez
nacido. No obstante, debemos decir que el niño es a la vez dependiente e independiente.
Por un lado, está todo lo que la criatura hereda, incluyendo los procesos de maduración
y tal vez ciertas tendencias patológicas; nadie puede alterar esto. Al mismo tiempo, la
evolución de los procesos de maduración depende de la provisión ambiental. El medio
ambiente posibilita la marcha ininterrumpida de los procesos de maduración. Pero el
medio ambiente no hace al niño, en el mejor de los casos, lo que hace es permitirle
realizar su potencial.

El término “procesos de maduración” se refiere a la evolución del ego y de la


personalidad, e incluye toda la teoría del id, de los instintos y sus vicisitudes, así como
las defensas en el ego en relación con el instinto.

Dicho de otro modo, una madre y un padre ponen en marcha un proceso de desarrollo
que da por resultado la existencia de un “huésped” dentro del cuerpo de la madre, luego
en sus brazos y más tarde en el hogar provisto por los padres; lo que acabe por ser el
“huésped” en cuestión escapa al control de los demás. Los padres dependen de las
tendencias heredadas por la criatura.

Esta adaptación a los procesos de maduración de la criatura es algo sumamente


complejo y que exige muchísimo de los padres. Al principio, es la misma madre quien
constituye el medio ambiente posibilitador, para lo cual necesita apoyo. Quien mejor
apoyo puede prestarle es el padre de la criatura, la abuela materna, la familia y el medio
ambiente social más inmediato.

Este estado especial de la madre es llamado “preocupación maternal primaria”. Lo


cierto es que durante las postrimerías del embarazo y primeras semanas después del
parto, la madre se preocupa del cuidado del niño, se entrega a esta tarea; el niño parece
formar parte de ella; es más, la madre se halla muy identificada con el bebé y sabe cómo
se siente. Para ello, aprovecha sus propias experiencias de cuando era un bebé también.
De esta manera también la madre se halla en un estado de dependencia y vulnerabilidad.
Es para describir esta fase que utilizo las palabras dependencia absoluta al referirme al
estado del bebé.

Así es como la naturaleza dispone lo que el niño necesita: un elevado grado de


adaptación. A este respecto diremos que “la madre no abandona a su hijo” si bien puede
y debe frustrarlo en el sentido de satisfacer sus necesidades instintivas. Resulta
asombroso comprobar lo bien que las madres satisfacen las necesidades del ego de sus
hijos.

Dada su variedad, será mejor describir las necesidades del ego. El mejor ejemplo lo
constituye la cuestión del sostenimiento. Nadie es capaz de sostener a un bebe en brazos
a menos que sepa identificarse con él.

Todos los procesos de una criatura viva constituyen una continuidad existencial, una
especie de programa o plan detallado para la existencia. La madre que sabe entregarse
durante un breve periodo a esta misión natural, sabe proteger la continuidad existencial
de su hijo. Todas las amenazas, conflictos, o fallos de adaptación suscitan en la criatura
una reacción que trunca la citada continuidad. Si tales reacciones marcan la pauta en la
vida de una criatura, se producirá una grave interferencia en la tendencia natural a
convertirse en una unidad integrada. Con la ausencia relativa de reacciones ante
amenazadas, las funciones corporales de la criatura proporcionan una buena base sobre
la que edificar un ego corporal.

La adaptación sensible a las necesidades del ego de la criatura dura únicamente un breve
periodo. La madre comienza a reemprender su propia vida, que a la larga se independiza
relativamente de las necesidades de su criatura. Una madre que no sepa ir fallando poco
a poco en lo que hace a la adaptación sensible si fallará en otro sentido: fallará (debido a
su inmadurez o a sus angustias propias) en dar a la criatura motivos de enfado. La
criatura que no tenga ningún motivo de enfado, pero que por supuesto lleve en si misma
los ingredientes de la agresividad, se encuentra con grandes dificultades al tratar de unir
la agresión con el amor.

Así pues, durante la fase de dependencia absoluta la criatura no dispone de medio


alguno que le permita ser consciente de la provisión materna.

Dependencia relativa

Al llamar dependencia relativa a esta fase, podemos distinguir entre la dependencia que
se halla completamente fuera de alcance del niño y la dependencia de la que el niño
puede conocer algo. La madre lleva a cabo una tarea inmensa para satisfacer las
necesidades del ego del niño, sin que en la mente de éste quede constancia de nada de
todo ello.

La dependencia relativa consiste en una fase de la adaptación en la que ésta va


disminuyendo poco a poco. La gran mayoría de las madres están capacitadas para
aportar una desadaptación gradual que esté perfectamente acoplada a la rapidez con
que el niño vaya haciendo progresos. Así, por ejemplo, nos encontramos con el
comienzo de la capacidad de compresión intelectual, que se desarrolla como una gran
extensión de procesos simples, como son los reflejos condicionados. Naturalmente, no
todas las criaturas empiezan a utilizar su comprensión intelectual a la misma edad, las
variaciones son muy grandes.

La totalidad del procedimiento del cuidado infantil debe caracterizarse principalmente


por el modo firme y estable de presentarle el mundo a la criatura. Esto debe ir a cargo
de un ser humano que se muestre siempre como “ella misma”. La criatura solo recibirá
una presentación clara de la realidad externa cuando sea cuidada por un ser humano
consagrado a la criatura y a la tarea de cuidarlo. La madre ira desprendiéndose poco a
poco de este estado de consagración, y pronto reanudara sus actividades normales.

El premio que se recibe de la primera fase reside en que el proceso de desarrollo de la


criatura no sufre ninguna deformación. En esta segunda fase, la recompensa consiste en
que, de algún modo, la criatura empieza a ser consciente de su dependencia. Cuando la
madre permanece alejada durante un periodo superior a la capacidad de la criatura para
creer en su supervivencia (es decir, en la de la madre), la angustia hace acto de
presencia, lo cual es el primer indicio de que la criatura es consciente. Antes, por el
contrario, la ausencia de la madre no hace más que privar a la criatura de la especial
habilidad materna para salvaguardarla de todo ataque exterior, con lo que se impide una
eficaz instauración de ciertos avances esenciales en la estructuración del ego infantil.

La fase que sigue a esa en la que la criatura tiene cierta consciencia de que necesita a la
madre, se caracteriza por el hecho de que la criatura empieza a comprender que la
madre es necesaria.

Cuando la criatura alcanza los dos años de edad, se han producido ya algunos
acontecimientos que la preparan para enfrentarse con la pérdida. Al lado de estos
acontecimientos existen ciertos factores ambientales, que deben tenerse en cuenta.
Probablemente habrá una serie de personas adecuadas que por su presencia constante se
hacen acreedoras al título de “madres sustitutivas”. También es posible que el marido de
la madre desempeñe un papel importante en el hogar, él también puede ser una buena
madre sustitutiva, o dará a su esposa un apoyo y sentimiento de seguridad que ella
transmitirá a la criatura.

Caso clínico

Tuve ocasión de observar a tres hermanos al producirse la muerte repentina de su


madre. El padre actuó responsablemente, y una amiga de la madre se hizo cargo de su
cuidado, convirtiéndose al poco tiempo en su madrastra. El más pequeño contaba con
cuatro meses de edad tras la súbita desaparición de la madre. Su desarrollo prosiguió
satisfactoriamente. La madre era un “objeto subjetivo” para este bebé: la amiga de la
madre pasó a ocupar el lugar de ésta. Posteriormente, el pequeño pensaba en su
madrastra como si se tratase de su madre verdadera. Sin embargo, cuando cumplió
cuatro años, daba muestra de diversos trastornos de la personalidad. En los juegos de la
entrevista psicoterapéutica, invento un juego que tenía que repetirse muchas veces:
donde él se escondía, momento que yo aprovechaba para cambiar muy ligeramente la
posición de, por ejemplo, el lápiz que había en mi mesa, él salía de su escondite, se
percataba del ligero cabio y se enfadaba hasta el punto de “matarme”.

Aplicando lo que había aprendido, le dije a la madrastra que se dispusiera a hablarle de


la muerte al pequeño. Él inmediatamente quiso saber con exactitud toda clase de
detalles acerca de la madre de cuyas entrañas había salido, así como de su fallecimiento.
Las relaciones con la madrastra siguieron siendo buenas y el pequeño no dejaba de
llamarla “madre”.

El mayor de los tres niños tenía seis años al morir su madre. Se limitó a lamentar su
perdida. El proceso de aflicción siguió durante dos años aproximadamente, y al salir de
él, el muchacho daba muestras de un acceso de cleptomanía. Aceptaba a la madrastra
como tal y recordaba a su verdadera madre como persona tristemente desaparecida.

El segundo de los hermanos, tenía tres años en el momento de la tragedia. Se hallaba en


ese entonces muy inmerso en una relación positiva con su padre, y acabo siendo un caso
psiquiátrico al que hubo que someter a psicoterapia. Refiriéndose a él, el mayor de los
hermanos dijo “No le dijimos que papá se había vuelto a casar, porque él cree que el
matrimonio significa matar”. Él estaba metido en un embrollo y se veía incapaz de
afrontar el sentimiento de culpabilidad que era necesario experimentar debido a la
muerte de su madre en el momento en que él se hallaba en la fase homosexual. Se
convirtió en un caso de hipomanía. Su estado de extremo desasosiego se prolongó
durante largo tiempo y era evidente que la depresión estaba al acecho. Sus juegos
mostraban cierto grado de confusión, pero supo organizarlos para transmitirme sus
angustias.

Un importante aspecto del desarrollo de la criatura figura bajo el título de


“identificación”. Es posible que, de forma bastante precoz, el pequeño denote su
capacidad de identificación con la madre. Rápidamente el pequeño va siendo capaz de
formas más complejas de identificación, lo cual entraña la existencia de una
imaginación.

El efecto que estos mecanismos mentales nuevos ejercen sobre el tema de la


independencia, estriba en que el niño es capaz de hacerse cargo de acontecimientos que
escapan a su dominio, y gracias a que es capaz de identificarse con la madre o con la
madre y el padre, puede también arrinconar parte del intenso odio que en él suscita todo
cuanto representa una amenaza para su omnipotencia. Empieza a comprender, y acaso a
utilizar las palabras. Este avance en el animal humano permite a los padres brindar al
pequeño todas las oportunidades posibles de cooperación, a través de la comprensión
intelectual, aun cuando en sus sentimientos profundos sigan albergándose el dolor, el
odio, la desilusión, el miedo y la impotencia.

Una forma de desarrollo que afecta de modo especial la capacidad del niño para llevar a
cabo identificaciones complejas, se trata de algo relacionado con la fase en la que las
tendencias integradoras del pequeño producen un estado en el que éste es una unidad
provista de un interior y un exterior. Una vez el exterior significa un no-yo, el interior
significa un yo, con lo cual se cuenta con un lugar donde guardar cosas. Al llegar aquí el
crecimiento de la criatura toma la forma de un intercambio continuo entre la realidad
interior y la exterior. Ahora el niño no es solo un creador potencial del mundo, sino que
es capaz de poblarlo con muestras de su propia vida interior. El niño va siendo capaz de
abarcar casi todos los acontecimientos externos.

Hacia la independencia

Una vez estas cosas han quedado instauradas, como sucede en la salud o normalidad, el
niño se va viendo, poco a poco, capacitado para enfrentarse con el mundo y todas sus
complejidades. Mediante una serie de círculos de la vida social, el niño se identifica con
la sociedad. Así es como se desarrolla una verdadera independencia, en la que él se
halla en situación de vivir una existencia personal satisfactoria al tiempo en que se ve
envuelto en los asuntos de la sociedad. Naturalmente, incluso en las últimas fases
posteriores a la pubertad, y a la adolescencia, abundan las posibilidades de que se
produzca un retroceso a este desarrollo de la socialización.
Podemos ver en la práctica, de qué manera los adolescentes van pasando de un grupo a
otro, abarcando los fenómenos nuevos y cada vez más extraños que la sociedad va
colocando en su camino. Los padres resultan muy necesarios para el gobierno de sus
hijos adolescentes mientras estos van explorando un círculo social tras otro, debido a tal
vez la presencia de elementos sociales peligrosos, o quizás a causa de la actitud
desafiante propia de la pubertad y el rápido desarrollo de la capacidad sexual. Los
padres son necesarios debido a las tensiones instintivas y a patrones susceptibles de
reaparecer tras haber sido abandonados por vez primera a la edad en que se dan los
primeros pasos.

Las palabras “hacia la independencia” describen los esfuerzos del niño pequeño y del
niño que se encuentra en la pubertad. Durante el periodo de latencia los niños suelen
contentarse con cuanta dependencia tengan la suerte de experimentar.

El proceso de crecimiento debe seguir en la edad adulta, ya que raras veces llegan los
adultos a alcanzar la madurez plena. Pero una vez han encontrado su lugar en la
sociedad a través del trabajo, una vez hayan tenido lugar los pasos evolutivos, podemos
decir que la vida como adulto ha empezado, y los individuos van saliendo de la zona del
crecimiento en términos de dependencia hacia la independencia.

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