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Desarrollo y Psicoanálisis
En la cuestión del desarrollo inevitablemente aparecen recortes, porque lo que se desarrolla son las
funciones y no el sujeto.
Los sistemas representantes del cuerpo (motor, fonatorio perceptivo, los hábitos, la adaptación) y su
relación con el medio circundante, si bien pasan en su circuito por órganos específicos, se diferencian,
principalmente, a partir de su dimensión mental. Esta dimensión psíquica los organiza y les confiere sus
particularidades, dimensión que si bien forma parte de los mecanismos físico-biológicos de que el
organismo sea capaz, reconociendo en estos mecanismos cierta condición de límite en tanto imposibilidad,
retorna sobre ellos llegando a modificar hasta su propia mecánica.
Por ej., la organización del tono muscular no depende solamente de automatismos neurofisiológicos
sino del tipo de tratamiento que el Otro en la posición materna le otorgue a los estímulos internos que
acucian al niño. Se ha señalado la decisiva intervención del otro en la posibilidad de una efectiva
maduración armónica del tono muscular, y por otro lado, la importancia del diálogo tónico, de que la madre
signifique en el campo del lenguaje lo que el bebé manifiesta en sus variaciones tónico musculares, para que
opere un desarrollo en este campo.
Este ejemplo podría desarrollarse para cada una de las funciones corporales, perceptivas, motoras
como vitales. Así, en la infancia podemos ver trastornos alimentarios, respiratorios, excrementicios,
mictorios, febrículas recurrentes sin explicación médica y frecuentemente asociadas a situaciones
emocionales violentas, todos estos demuestran hasta qué punto las determinaciones simbólicas capturan el
cuerpo del niño colocándolo al servicio de la expresión sintomática psíquica, y desconociendo o
contraponiéndose a la función fisiológica del órgano. Un ejemplo, en el plano perceptivo, del poder de la
posición de la cadena simbólica con respecto al sujeto tal vez esté dado por el desmantelamiento sensorial
que ocurre con los niños autistas precoces.
A diferencia de otras especies, el bebé humano queda expuesto a sus necesidades sin recursos
biológicos suficientes para definir con qué ni cómo satisfacerlas. Cuando se trata de estímulos externos que
producen malestar, una acción basta para evitar sus efectos. Pero cuando se trata de estímulos internos el
niño no tiene escapatoria, y sólo a través del otro ser humano tutelar podrá operar una tentativa de
resolución. Por esto, al objeto humano lo constituye el Otro. Este objeto, en lo imaginario se constituye
como idealizado, y en lo Real como imposible. En su lugar, para representarlo, aparece el significante.
El humano es un deficiente instintivo en comparación con las otras especies. En el bebé el campo
instintivo se reduce a los ritmos biológicos, no recorta ninguna fuente corporal tensionada hacia ningún fin.
Esta insuficiencia deja espacio a una dimensión psíquica: la pulsión como representante de lo biológico.
Pero ésta para articularse como representante requiere del obrar del semejante, cuyo papel no es puramente
imaginario como en otras especies animales, sino significante.
Conclusiones:
1) El desarrollo de un bebé humano no opera por un simple automatismo biológico.
2) Los estímulos externos no son el motor de su desarrollo.
3) Su cuerpo no se organiza por sus funciones musculares o fisiológicas sino por las marcas simbólicas
que lo afectan.
4) Esas marcas simbólicas bordean lo que en los agujeros del cuerpo excavó el objeto faltante,
remodelando esos agujeros como contornos fantasmáticos (significantes que anudan lo real). Esas
series significantes se organizan como sistemas (visual, auditivo, fonatorio, motor, hábitos, etc) que
tienden a mantenerse estables en la medida en que cada marca simbólicatiende a mantenerse en su
lugar. Sin embargo:
5) La re- emergencia constante de la falta de objeto por no haber ninguno que resuelva definitivamente
la carencia originaria y la distancia al Otro (en cuya mirada el niño no se reconoce) movilizan al niño
tensando sus posibilidades en lo motor y organizando su percepción en una selección simbólica.
6) Lo que marca el ritmo de desarrollo es el deseo del Otro que opera sobre el niño a través de su
discurso. Lo madurativo se mantiene como límite, pero no como causa.
7) El sujeto es el efecto de la obra del lenguaje; como tal está anticipado en el discurso parental.Que tal
estructura opere en el niño depende en parte de la permeabilidad que lo constitucional y lo
madurativo le ofrezcan desde el plano biológico. Pero en forma decisiva depende de la insistencia
con que los personajes tutelares del niño sustenten esta estructura en la región de su límite.