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JERUSALINSKY

PSICOANÁLISIS EN PROBLEMAS DEL DESARROLLO INFANTIL

Introducción. Historia de un grupo de trabajo clínico


Trabajo interdisciplinario en el Hospital de Niños de Bs As organizado por la Dra Lydia de Coriat,
quien percibió que en la rehabilitación de los niños, las actitudes y sentimientos de los padres tenían una
influencia casi decisiva.
Hoy en día preocupan algunos contrastes que aparecen en la práctica clínica, entre lo que el deseo
terapéutico coloca en juego y lo que resulta viable hacer con lo que en la trasferencia los pacientes juegan,
deseo de hacer un bien donde no es fácil hacerlo. No se inclina por una neurología pura sino que se
posiciona desde el psicoanálisis, lo que implica una ética relacionada con la dinámica del deseo de aquellos
que nos consultan, deseo que se expresa en una transferencia porque se articula en relación con nosotros en
una transferencia. En este campo clínico se nos impone lo real irreductible al que hay que atender. En la
clínica de los problemas del desarrollo, lo Real tiende a aparecer como tal, impidiendo que la simbolización
del destino del niño se mantenga. Algo del orden de la psicosis se pone en juego en el discurso parental. Los
terapeutas, arrastrados por la fuerza de este vacío que irrumpe, caen en la práctica pura de lo real, caen en
atender la demanda de los padres tal cual ella se presenta en su apariencia, o sea como demanda de arreglar
un cuerpo roto, a nivel de lo imaginario, abriendo así el espacio de la constante de lo imposible. Enfrentados
a la impotencia de curar, se lanzan al discurso cientificotécnico, rellenando los agujeros de la cadena
significante parental con un saber que pretende abarcar la falla del niño, recubrirla con un nombre y en cierta
medida resolverla. Es necesario que se abra allí una operación de otro tipo: un atravesamiento del acto
clínico por una escucha psicoanalítica, que descentre esa demanda de los padres. La práctica clínica de la
rehabilitación (médica, fonoaudiológica, kinesiológica) debe estar atravesada por el psicoanálisis. Un
atravesamiento que cuestione cada paso técnico a la luz de la transferencia que él sucita. En la clínica
clásica, lo que los padres recuperan y el mismo niño reinstala suelen ser meros pedazos de un mecano.
Hoy en día este equipo interdisciplinario, no solo desde el equipo de psicología sino desde el equipo
de lenguaje, como el de estimulación temprana o psicopedagogía abordan desde una perspectiva
psicoanalítica, abriendo un lugar para el sujeto allí donde todo espacio se le cerraba con un saber.
Uno de los problemas que se nos presenta es el de cómo operar para que se pueda sustentar un orden
simbólico en los padres de los pacientes que atendemos, cuando hay un Real que irrumpe con su
imposibilidad absoluta, cortando toda significación o re-significación. Cómo hacer para que aquello que
leemos en la demanda de tratamiento pueda ser desarrollado, porque nosotros leemos en el requerimiento de
los pacientes la doble presencia de una demanda que por un lado nos solicita una reparación efectiva de
aquello que está roto en el organismo del niño, lo que hace que no funcione (allí operamos con las múltiples
técnicas terapéuticas, neurología, psicomotricidad, kinesiología, terapia del lenguaje); y por otro lado la
demanda de que algo de su “deseo de hijo” en este bebé deformado que acaba de nacer pueda circular,
demanda que implica cierta escucha analítica y que implica entonces cierta demanda analítica, que no es una
demanda de análisis en las neurosis transferenciales, sino que se parece mucho a la demanda que puede ser
escuchada en las neurosis traumáticas. Nosotros estamos trabajando en este desdoblamiento clínico, pliegue
de la clínica psicoanalítica y transdisciplinaria.
Por ejemplo, en el equipo de psicomotricidad se discute cómo se conjuga esto de que el primer lugar
donde el significante se inscribe sea el cuerpo. ¿Sobre qué cuerpo entonces se opera el trabajo psicomotor?
Cualquiera sea su postura, el kinesiólogo,y el psicomotrista estarán situados respecto del niño como el Otro
cuya mirada esquematiza su cuerpo en lo imaginario. Así, la demanda de que el terapeuta opere en relación
con su cuerpodejará marcas simbólicas fundantes de la subjetividad de ese niño. Sépalo o no, el terapeuta
abe sendas significantes en un terreno virgen. Y suele hacerlo guiado por un discurso técnico que tiene por
centro de operación una parte del cuerpo o un patrón de conducta o una palabra a ser aprendida y todos los
etcéteras del discurso técnico que colocan al sujeto y su deseo en último lugar.
Antes nos conformábamos con el pensamiento piagetiano de la constitución del sujeto como efecto de
la acción, era el choque entre el organismo y el medio lo que daba como resultante una coordinación
progresiva, lo que si bien tiene parte de verdad, solo toca aquello que como proceso automático se va
desplegando. Pero en esto no hay sujeto, ya que el sujeto viene del lado del significante, del lado de lo
simbólico, que tampoco se puede llamar afectividad o lo emocional (los afectos no son constituyentes). Lo
que permite que el deseo se constituya es el hecho de que Otro coloque en juego una marca (el Nombre),
que aliena al sujeto de su objeto, que lo separa: esa marca es el lenguaje, no ya como función psicológica
sino como estructura que captura al sujeto y lo sitúa en relación con la cultura.

Desarrollo y Psicoanálisis
En la cuestión del desarrollo inevitablemente aparecen recortes, porque lo que se desarrolla son las
funciones y no el sujeto.
Los sistemas representantes del cuerpo (motor, fonatorio perceptivo, los hábitos, la adaptación) y su
relación con el medio circundante, si bien pasan en su circuito por órganos específicos, se diferencian,
principalmente, a partir de su dimensión mental. Esta dimensión psíquica los organiza y les confiere sus
particularidades, dimensión que si bien forma parte de los mecanismos físico-biológicos de que el
organismo sea capaz, reconociendo en estos mecanismos cierta condición de límite en tanto imposibilidad,
retorna sobre ellos llegando a modificar hasta su propia mecánica.
Por ej., la organización del tono muscular no depende solamente de automatismos neurofisiológicos
sino del tipo de tratamiento que el Otro en la posición materna le otorgue a los estímulos internos que
acucian al niño. Se ha señalado la decisiva intervención del otro en la posibilidad de una efectiva
maduración armónica del tono muscular, y por otro lado, la importancia del diálogo tónico, de que la madre
signifique en el campo del lenguaje lo que el bebé manifiesta en sus variaciones tónico musculares, para que
opere un desarrollo en este campo.
Este ejemplo podría desarrollarse para cada una de las funciones corporales, perceptivas, motoras
como vitales. Así, en la infancia podemos ver trastornos alimentarios, respiratorios, excrementicios,
mictorios, febrículas recurrentes sin explicación médica y frecuentemente asociadas a situaciones
emocionales violentas, todos estos demuestran hasta qué punto las determinaciones simbólicas capturan el
cuerpo del niño colocándolo al servicio de la expresión sintomática psíquica, y desconociendo o
contraponiéndose a la función fisiológica del órgano. Un ejemplo, en el plano perceptivo, del poder de la
posición de la cadena simbólica con respecto al sujeto tal vez esté dado por el desmantelamiento sensorial
que ocurre con los niños autistas precoces.
A diferencia de otras especies, el bebé humano queda expuesto a sus necesidades sin recursos
biológicos suficientes para definir con qué ni cómo satisfacerlas. Cuando se trata de estímulos externos que
producen malestar, una acción basta para evitar sus efectos. Pero cuando se trata de estímulos internos el
niño no tiene escapatoria, y sólo a través del otro ser humano tutelar podrá operar una tentativa de
resolución. Por esto, al objeto humano lo constituye el Otro. Este objeto, en lo imaginario se constituye
como idealizado, y en lo Real como imposible. En su lugar, para representarlo, aparece el significante.
El humano es un deficiente instintivo en comparación con las otras especies. En el bebé el campo
instintivo se reduce a los ritmos biológicos, no recorta ninguna fuente corporal tensionada hacia ningún fin.
Esta insuficiencia deja espacio a una dimensión psíquica: la pulsión como representante de lo biológico.
Pero ésta para articularse como representante requiere del obrar del semejante, cuyo papel no es puramente
imaginario como en otras especies animales, sino significante.

Conclusiones:
1) El desarrollo de un bebé humano no opera por un simple automatismo biológico.
2) Los estímulos externos no son el motor de su desarrollo.
3) Su cuerpo no se organiza por sus funciones musculares o fisiológicas sino por las marcas simbólicas
que lo afectan.
4) Esas marcas simbólicas bordean lo que en los agujeros del cuerpo excavó el objeto faltante,
remodelando esos agujeros como contornos fantasmáticos (significantes que anudan lo real). Esas
series significantes se organizan como sistemas (visual, auditivo, fonatorio, motor, hábitos, etc) que
tienden a mantenerse estables en la medida en que cada marca simbólicatiende a mantenerse en su
lugar. Sin embargo:
5) La re- emergencia constante de la falta de objeto por no haber ninguno que resuelva definitivamente
la carencia originaria y la distancia al Otro (en cuya mirada el niño no se reconoce) movilizan al niño
tensando sus posibilidades en lo motor y organizando su percepción en una selección simbólica.
6) Lo que marca el ritmo de desarrollo es el deseo del Otro que opera sobre el niño a través de su
discurso. Lo madurativo se mantiene como límite, pero no como causa.
7) El sujeto es el efecto de la obra del lenguaje; como tal está anticipado en el discurso parental.Que tal
estructura opere en el niño depende en parte de la permeabilidad que lo constitucional y lo
madurativo le ofrezcan desde el plano biológico. Pero en forma decisiva depende de la insistencia
con que los personajes tutelares del niño sustenten esta estructura en la región de su límite.

Desarrollo: lugar y tiempo del organismo vs lugar y tiempo del sujeto


En los problemas del desarrollo ocurren cosas que van más allá del problema de desarrollo.
Si el desarrollo depende de un proceso madurativo, la constitución de un sujeto no depende para nada
de el. Ese proceso madurativo le hace límite a ese sujeto pero no lo condiciona ni lo determina. Para que un
sujeto se constituya no es necesario esperar que un niño camine por ejemplo. Hay niños paralíticos
cerebrales que nunca caminaran no por eso serán menos sujetos de deseo que otros niños que gozan de
todas sus habilidades corporales. Es verdad que estos accidentes del desarrollo plantean obstáculos a la
estructuración psíquica y, en sus efectos traumáticos, pueden ponerla en cuestión. Pero esta estructuración
psíquica no depende del cuerpo sino de la simbolización que en él opere. Este proceso de simbolización
depende del Otro que, deseante del niño, lo engendró o adoptó para ocupar un lugar en su cadena
significante. Este niño es tenido, buscado para soportar en su cuerpo las marcas que esos padres precisan
trazar, para sostenerse ellos mismos como sujetos. Cuando algo en el cuerpo del niño ofrece una imagen que
impide o dificulta el trazado, los padres, en la imposibilidad de sostener la cadena significante en la que se
simboliza su relación con ese niño, se enfrentan a la emergencia de un real: el del cuerpo mutilado del hijo
que, imaginariamente, cae sobre el cuerpo de ellos mismos. Presas del horror, precisan realizar un montaje
provisional para sostener su yo en un terreno donde lo real amenaza con arrasar cualquier instancia de
identificación con el semejante, los padres se sienten “monstruficados” y tienen que hallar en el hijo el trazo
imaginario que les permite un reencuentro (vacilante) con él, o bien distanciarse bruscamente. Un camino
frecuente para esto último es el de refugiarse en el discurso técnico. Queda sustraída así toda posibilidad de
elaboración de lo que los padres no saben: cómo relacionarse con este niño.

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