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RODULFO – EL NIÑO Y EL SIGNIFICANTE

C8 - LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (II): EL ESPACIO DE LAS DISTANCIAS ABOLIDAS

Cuando vemos a un chico, por ejemplo, embadurnando con papilla el sitio donde come, no hay que
pensar que está efectuando una intervención sobre un objeto del mundo externo; lo nuevo que aporta el
psicoanálisis es de que en realidad trabaja como albañil de su propio cuerpo. Es erróneo imaginar una
separación, que todavía está lejos de constituirse, del orden de cuerpo/espacio o cuerpo/no cuerpo; todo lo
contrario, en ese tiempo remoto el espacio es el cuerpo, cuerpo y espacio coinciden sin desdoblamiento. Por
lo tanto, toda operación que el niño efectúa, involucra su ser corpóreo. La oposición interno/externo en este
nivel de desarrollo, es una ilusión que el observador adulto proyecta en la situación.
Debe subrayarse que para un niño muy pequeño, no hay ninguna operación sobre el espacio que no sea
una operación sobre su cuerpo. La adquisición de lo externo/interno se hace por un proceso de simbolización
bastante trabajoso. Debería bastarnos con registrar todas las luchas que los niños libran por sus propiedades
y por delimitarlas de las propiedades ajenas. El niño no se posee a sí mismo, ya que está demasiado
incrustado en el cuerpo del Otro como está. Además, este espacio de inclusiones reciprocas, es
simultáneamente tiempo de inclusiones reciprocas en la medida en que enfrentamos un orden en donde las
categorías del tiempo pasado/futuro no han empezado a funcionar. Tampoco es cierto que haya un perpetuo
presente. Acaso una mejor manera de representar este régimen temporal es suponer algo que está
continuamente siendo, un sucediendo.
Así podemos presentar la segunda función del jugar concerniente al segundo momento de la
estructuración del cuerpo. El segundo tipo de actividad a la que se puede ver a un bebé entregado involucra
una serie de juegos de relación continente/contenido; por ejemplo, se podrá observar en esta época al niño
intentando agarrar la cartera de la madre, sacar las cosas de allí, o descubrir el interior de una caja, extraer
elementos y devolverlos, todo de una manera insistente, absorta y repetida.
Nos equivocaríamos si pensásemos que supone contenido interno diferenciado del continente externo.
Nuevamente sirve apelar al concepto de inclusiones reciprocas, dado que la relación entre contenido y
continente que descubrimos es totalmente reversible. Del mismo modo que coloca un objeto dentro de otro,
puede recolocar esos elementos a la inversa. Dentro del esquema de inclusiones reciprocas, cabe concebir
que el contenido que es más pequeño que el continente pueda albergarlo a su vez. Por lo cual deducimos que
la relación pequeño/grande no está planteada de la forma en que luego la solemos encontrar. La espacialidad
prosigue bidimensional.
Estas leyes del funcionamiento psíquico más temprano y más radicalmente inconsciente, son previas a
la separación diferencial respecto del cuerpo del Otro primordial, y hacen ver lo erróneo de tantas versiones
psicológicas simplistas, donde la madre seria el continente y el niño el contenido. Incluso en el embarazo no
es raro constatar fantasmas donde el feto se traga a la mujer.
Desde el punto de vista teórico, debemos poner todo esto en relación con lo que llamo la segunda
paradoja de Winnicott, y reza: para poder separarse hay que estar muy unido, muy en fusión, es la fusión lo
que permite (la condición de) la separación y no al contrario.
La clínica abunda de testimonios de los efectos negativos de la separación prematura entre yo y no-yo
que fuerza a categorizar esa diferencia de algún modo. Hay que pensar que la dependencia del bebe es tan
extrema y polimorfa, que la única forma de soportarla es que no sea requerido a tomar conciencia de ella
hasta no haber logrado cierto mínimo de autonomía. La función estructurante de la omnipotencia temprana
es justamente en tanto protege al infans de percatarse tan precozmente de que es Otro el que lo sostiene y
que ese Otro podría desaparecer, lo cual, si genera crisis de angustia cuando cerca del año empieza a
reconocerlo, se tornaría decididamente aniquilante a los pocos meses de vida.
Digamos que no soportaríamos nuestra existencia de ser constantemente arrojados a tener presente que
en cualquier momento podemos morir, a no olvidar nunca la absoluta contingencia de nuestra vida, su
indefensión radical.
Tener presente la importancia estructurante de estos procesos fundados en el espacio de inclusiones
reciprocas, es importante para atender situaciones en las que el paciente viene dañado en la medida en que se
le impuso una separación muy temprana, a través de una serie de circunstancias y características de
funciones maternas fallidas, cuyo camino más plausible en análisis seria dar las condiciones para que el
sujeto hiciese una regresión en transferencia a una posición fusional, y en todo caso, saliera de ella
espontáneamente.
La segunda función del jugar pone de manifiesto, es un espacio bidimensional, cierta dimensión de
volumen. En un espacio plano donde aún no se ha producido lo diferencial del espesor, se acusa
inesperadamente un modo extraño del volumen, un volumen reversible, que tan pronto surge como se
desvanece, donde sin transición, pasa del continente con contenido a la desaparición del continente tragado,
engullido por ellos.
Cuando esta segunda función no puede desplegarse por causa de imposición de la diferenciación, el
niño resulta agujereado; así lo encontramos a través de diversos fantasmas psicóticos.
Rodulfo prefiere hablar no de estructuras sino de formaciones clínicas, más flexibles y libres de
compromisos para pensar en la heterogeneidad. Pensar la combinación de aspectos neuróticos y psicóticos
en un mismo paciente, y superar a la vez cierta relación lineal preestructural. Pensar así diversifica
problemas, ayuda a reconocerlos mejor. Proceder así, nos ahorra el inútil esfuerzo de hipostasiar por decreto
estas tres estructuras; el material es rebelde, se resiste, el inconsciente se resiste a la estructuración, el
inconsciente es siempre lo que subsiste tras una estructuración teórica.
En la situación analítica, si se estructura una situación transferencial en donde el analista se polariza
como el autor y continente, y el paciente como receptor y contenido, permanentemente agujereado por otra
parte, triunfa la repetición de una pauta temprana en la estructuración continente contenido, caracterizada
por cierto daño en su necesaria reversibilidad.
Una circunstancia excepcional nos fuerza a volver al estudio de aspectos de la función parental que
permiten, sostienen o interfieren en esta segunda inflexión del jugar. Un tipo de función materna, descrita
como errática, con un alto grado de imprevisibilidad, que provoca problemas en la construcción de
superficies al especificar el no estar allí donde (y cuando) se la busca. Este comportamiento inconsistente de
la función, es por lo demás más patógeno, en lo que hace al menos al narcisismo temprano, que una
movilidad más continua pero menos errática, estilo de la intervención del Otro que trae sus prejuicios pero al
menos más pronosticable. En el contexto de la errancia, el chico se ve coaccionado a adaptarse a una
diferenciación prematura entre él y el cuerpo materno; pasa demasiado pronto por experiencias de
agujereamiento, en la medida en que no existe fluida reversibilidad de continente a contenido.
Reconstruimos historias así en la historia infantil de muchos adolescentes drogadictos: este es el
agujereamiento que luego se intenta colmar con la droga en busca de restituir cierto bienestar siempre frágil
y perdido desde el comienzo. Decir bienestar en psicoanálisis es significar un bien ocupar, poder instalarse
en un lugar a partir del cual construirse subjetivamente, poder mantener una posición dentro de ciertos sitios
libidinales simbólicamente determinados.
La clínica psicoanalítica, evidencia que la diferencia yo/no-yo forzada de modo prematuro, obtura y
complica el desarrollo. Es muy común tropezar con patologías que se podrían llamar de aferramiento, es
decir, especificadas por el adherirse desesperadamente a algo y/o a alguien, modalidades que en muchas
ocasiones definen un tipo de existencia. La compulsividad y la angustia de caída, es lo más notorio en tales
patologías.
Un ejemplo trivial es cierta interferencia en el jugar, ligada al estar pendiente de aquel a quien el niño
está como colgado, lo que bloquea seriamente la espontaneidad o por lo menos reduce su alcance. El análisis
demuestra que muchos de estos sujetos vivieron la imposición de la diferencia cuando ésta era aún
insoportable.
La pregunta por lo soportable, por lo que se tolera sin alteración patológica es muy importante en la
clínica con niños y adolescentes. Melanie Klein instituto con mucha energía en la cuestión del quantum de
angustia soportable para el psiquismo temprano, y en el peligro consiguiente de operaciones defensivas que
resultan perjudiciales. Al fin y al cabo es otra paradoja: las defensas no solo protegen, traspuesto cierto
margen son iatrogénicas.
Invariablemente, el factor temporal interviene dando por resultado que cuando la simbolización se
fuerza inoportunamente, el coeficiente de angustia es tan grande que aquella se alcanza, sí, pero a un costo
muy alto, mensurable en escisiones, en formaciones de reacción de inusitada rigidez y violencia.
El jugar representa una función tan esencial, en el ejercicio de la cual el niño se va curando por si solo
respecto de una serie de puntos potencialmente traumáticos. Allí donde las fracturas, las interferencias del
mito familiar, dislocan las simbolizaciones incipientes atacando el proceso del jugar, el sujeto ya no dispone
de ese único recurso de asimilación, gravedad que supone un impedimento a tal extremo que se enuncia en
una relación directamente proporcional: a mayor deterioro patológico, mayor es también la imposibilidad en
el juego; el caso limite es el autismo donde la función se anula y se deforma casi por completo.
A lo largo del proceso de estructuración y en la medida de ella, el jugar se va resignificando.
Por su parte, la relación de indiscriminación continente contenido se puede convertir en otro tiempo,
soporte de la fantasmática edípica bajo el imperativo deseante de recibir un hijo del padre. Por todo esto,
tanto más esencial es que no se produzcan interferencias de importancia que también obstaculizarían el
trabajo futuro de la resignificación.
La comprensión de estos procesos, nos dan una pauta valiosa en la dirección de la cura, que el afán de
poner al paciente bajo un cartel que lo nomine como de una estructura u otra. El culto al principio de
identidad que atiende clandestinamente estos procedimientos (el paciente X “es” psicótico) no es
ciertamente el aliado mejor para quien conduce un psicoanálisis. Aprehender, por ejemplo, si el niño al que
asistimos tiene o no cuerpo, si ése está solo parcialmente separado, si está implantado en una demasía de
falización del cual no puede salir, es mucho más operativo que discurrir por los monótonos carriles de
neurosis, perversión y psicosis.
Trazado el rodeo de estas salvedades, se puede decir que la referencia psicopatológica es muy
importante siempre y cuando se reconozca la poca importancia que tiene. Sin esas categorizaciones nos
perderíamos o no podríamos teorizar; nos perderíamos en una serie de prácticas caseras, pero no hay que dar
por esas categorizaciones más de lo que valen. Nuestro nivel de teorización más valioso, en cuanto sistema
de abstracciones específicas, está constituido por lo metapsicológico. La producción de conocimiento solo la
puede concretar la reflexión metapsicológica en psicoanálisis.

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