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RODULFO – EL NIÑO Y EL SIGNIFICANTE

C11 - LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (V) - TRANSICIONALIDADES

Un estudio minucioso de las funciones del jugar no puede detenerse en los umbrales de la
adolescencia. Para que la función del jugar en la adolescencia no quede marginada hay dos órdenes de
cuestiones que es preciso considerar.
La primera es que la crisis de la pubertad golpea con sus repercusiones todos los niveles previos de la
estructura subjetiva. Todas las funciones del jugar vuelven a desplegarse.
En segundo lugar, hay un cambio radical en los materiales mismos que se utilizan a lo largo de los
momentos de la subjetivación, desde el bebé que jugaba con las propias partes de cuerpo y las del Otro,
hasta aquel pequeño que lo hacía con una puerta, o el niño volcado a las personificaciones con soldaditos u
otros objetos. Pero en tiempos de la adolescencia se da un salto de especial magnitud.
En relación con la primera función del jugar (armar superficies) da cuenta de una profunda crisis en la
especularidad. Hasta ese momento el espejo funcionaba como anticipo de una cierta unificación. A partir de
la metamorfosis de la pubertad, esta función del espejo se desarticula, acentuándose la desarmonía. De allí
que lo habitual sea que el vínculo del adolescente con el espejo se manifieste como un vínculo conflictivo.
No es extraño entonces que las funciones más elementales que se debatieron en el jugar para darse
cuerpo se reactualicen con virulencia. ¿A través de qué ahora genera nuevas superficies?:
Se genera superficie a través de nuevos materiales: grupos de pares, bandas, barras y diversos modos
de conglomeración, de nucleamientos. Otro modo muy distinto de restablecer aquella antigua superficie se
puede encontrar clínicamente en ciertas formas de masturbación, donde no sólo está en juego lo sexual sino
también el darse el cuerpo, buscando reunificarse en el placer genital como eje para reunir la dispersión.
Tampoco es cosa rara el retorno de prácticas más arcaicas en cuanto a formación de superficies como
periodos de suciedad, o adhesiones a ciertas ropas que se llevan puestas indefinidamente-
También el fort/da entendido como operación constituyente experimenta un agudo replanteo sobre
nuevas bases. Así entonces, el juego del fort/ da aparece como intento de hacerse desaparecer del espacio
familiar identificándose con otros.
Por otra parte, la “moratoria” adolescente remite, en lenguaje corporal, a la necesidad lógica de
espacio transicional. Todas las cosas que parecen poblar el espacio de la vida del adulto (trabajo, política,
decisiones y elecciones) las toma la adolescencia y las vuelva en el suyo, lo cual produce una mutación entre
ellas.
Cuando por los más diversos factores esta transicionalidad no tiene lugar, tropezamos con fenómenos
del orden del falso self, alienación en la demanda social o en el deseo del Otro, precipitaciones que aplastan
el jugar reemplazándolo por trabajo puramente adaptativo.
Dijimos por una parte que se vuelven a plantear viejas funciones en nuevos niveles, pero hay también
algo diferencial. Lo más importante es volver materia de juego algo que de otro modo quedaría
inevitablemente inscripto en la dimensión de significante del superyó, sobre todo porque no cesan las
múltiples demandas del Otro.
Si el sujeto no consigue metabolizar estas demandas y transformarlas en algo propio a través del jugar,
queda atrapado en lo que funciona como mandamiento superyoico de adaptación al ideal, conminado a gozar
en suma a una existencia en la que ya no tal o cual deseo, sino su desear mismo es rechazado y desconocido.
Sólo si consigue transformar eso que viene desde el Otro como significante del superyó en material de
juego, material para construir su deficiencia agujereando, extrayendo, aceptando, dejando caer, aquello que
venía en el modo de la violencia de la imposición deviene significante del sujeto.
Con esto rozamos otra dimensión de la función del jugar en la adolescencia: lograr que el trabajo,
cualquiera sea, puede invertirse como juego.
He llegado a la conclusión de que una tarea de incomparable envergadura en la adolescencia es lograr
que aquello que se convierta en su trabajo para él se mantenga en su inconsciente radicalmente ligado al
jugar, pero si se ve separado de ella el trabajo acarreará en alienación y empobrecimiento del sujeto.

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