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Los antecedentes de la transición española a la democracia: la crisis


del franquismo (1967-1975)
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Autor: Alberto Reig Tapia

Presentación

(...) es franquista por encima de todo, pues si bien pone al infante en Zaragoza para educarle para
militar y para rey, no lo nombrará hasta que él se muera o esté incapacitado para gobernar (...) él
voluntariamente no cederá el poder a ninguna otra persona.

Teniente General Francisco Franco Salgado-Araujo (3 de agosto de 1955)

Las palabras precedentes fueron escritas por el más fiel edecán del general Franco y reflejan a la perfección la
mentalidad autocrática de quien gobernó España durante casi cuarenta años.

Naturalmente sólo fueron publicadas tras la muerte de ambos. La lealtad de “Pacón”, como le llamaban
familiarmente a Franco Salgado-Araujo, fue de las inasequibles al desaliento hasta la misma muerte de ambos,
pero ni un minuto más.

Tan destacado testigo de la Historia por haberla vivido desde su centro mismo y con absoluta discreción tenía
preparados dos manuscritos relacionados con su experiencia personal vivida junto al general Franco, el primero de
los cuales produjo entre los franquistas más convencidos efectos ideológicos similares a los de una bomba de
neutrones que destruía inmisericorde todo el esfuerzo hagiográfico desplegado por sus más fieles seguidores.

Para fortuna de los españoles, Franco Salgado-Araujo era consciente de que por encima de la lealtad personal a su
caudillo estaba la debida al pueblo español a cuyo conocimiento de su propia Historia él podía hacer una
destacadísima aportación, como efectivamente ocurrió. Su libro Mis conversaciones privadas con Franco (1976),
hacía inútil toda la literatura crítica antifranquista.

Las palabras que de él citamos corroboran, ya en la lejana fecha de 1955 cuando las escribió, que Franco estaba
dispuesto a morir en pleno ejercicio del cargo que se adjudicó sine die como vencedor absoluto de la Guerra Civil, y
que sólo circunstancias extremas le obligarían a ceder tal como realmente sucedió. Decadencia física del dictador y
crisis generalizada de su régimen se superponen y permiten el inicio de la transición política de un régimen de
dictadura a uno de corte parlamentario.

Tales palabras tienen el infinito valor de haber sido escritas por un fiel entusiasta que llevaba un escrupuloso diario
personal de cuanto hablaba a solas con el “generalísimo” por lo que su libro constituye, a nuestro juicio, la fuente
principal para acercarse a la verdadera personalidad de Franco. No había en él patriotismo ni sacrificio personal
alguno en aras de la felicidad de su pueblo sino una desmedida ambición de poder y apego al mismo más propio de
una mentalidad cuartelera tan antigua y anacrónica como dañina para el propio país al que decía servir y sacrificarlo
todo.

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Introducción

El deterioro físico del general coincide plenamente con el desencadenamiento de la crisis de su propio régimen.
Ambos se extinguieron al unísono y permitieron a España entrar de lleno en la modernidad política, económica y
social (si bien la económica se inició bajo su mandato, en modo alguno puede atribuirse tal a su clarividencia o
iniciativa personal) que el país venía demandando y cuyo “salvador” se obstinaba en bloquear con una terquedad y
una cerrazón ideológicas dignas de mejor causa.

Idea Clave 1
Sólo ante su evidente decadencia personal se decidió el
“generalísimo” a cerrar jurídicamente el “desarrollo político” de
un régimen político hecho a su imagen y semejanza y, por tanto,
con nulas posibilidades de prosperar tras su desaparición. El
franquismo era como un sistema solar que tras la extinción del
astro rey que le da vida se ve indefectiblemente condenado a su
extinción.

El propósito de la llamada Ley Orgánica del Estado (LOE) de 1967 obedecía a la voluntad inherente de todo
autócrata convencido de ser no ya un elegido de los dioses, sino pura y simplemente “el elegido de Dios”, es decir,
llevar su acción más allá de la muerte misma: “Reinar después de morir”. Pero, el pretendido: “Después de Franco,
las instituciones”, era una falacia.

Con él, un destacado ideólogo del régimen, Jesús Fueyo, catedrático de Derecho Político de la Universidad
Complutense y Consejero Nacional del Movimiento, pretendió contestar al perturbador “¿Después de Franco, qué?”
del entonces Secretario General del Partido Comunista de España (PCE), Santiago Carrillo -afortunado slogan que
éste había lanzado provocativamente desde el exilio de París- y habría de mostrarse impracticable pues, como
sabiamente le dijo Torcuato Fernández Miranda a un frustrado Juan Carlos de Borbón, que se quejaba de las pocas
posibilidades de maniobra que le había dejado Franco como herencia política (“todo ha quedado atado y bien
atado”): “Las leyes obligan pero no atan”, respondió lúcidamente el siempre hábil Fernández Miranda.

Efectivamente, lo que había quedado aparentemente tan bien atado en el deseo del general, fue rápidamente
desatado en una fascinante operación de ingeniería política perfectamente conceptualizada por el agudo profesor
Enrique Tierno Galván: “el proyecto gubernamental había de ser por fuerza impreciso y contradictorio, pues era
dificultoso cortar un hilo que se había trenzado para que no se cortase, y mucha sutileza para fingir que se cortaba
sin cortarlo, y a la vez cortarlo simulando que no se cortaba”.

El decenio que precede al óbito del general superlativo es un período clave para entender muchos de los
acontecimientos fundamentales de la transición.

El enfrentamiento que surge entre las dos “familias políticas” más representativas del régimen resulta sumamente
significativo:

Por una parte estaban “los azules”, vinculados al aparato del partido único de Falange Española Tradicionalista y de
las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS) o “Movimiento”, organización fascista en su
origen, mezclada con carlistas a continuación, todos ya franquistas acomodaticios después, y liderados en esos
momentos de la pre-transición por hombres como Manuel Fraga Iribarne o Solís Ruiz, con poca fe en la “salida”
política monárquica del régimen preparada por el propio Franco, pero sin una alternativa plausible de otra naturaleza.

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Por la otra estaban los “tecnócratas”, partidarios de la “operación príncipe”, liderados por Laureano López Rodó,
hombre perteneciente al Opus Dei, y plenamente apoyados por el auténtico hombre fuerte del régimen, el almirante
Luis Carrero Blanco.

Dicho enfrentamiento empieza a gestarse desde el mismo momento en que Franco, de acuerdo con lo previsto por
la LOE decide nombrar, coherentemente con lo esperado, a Juan Carlos de Borbón y Borbón, sucesor suyo a título
de rey en la Jefatura del Estado.

Idea Clave 2
Es una clara victoria de los tecnócratas opusdeistas vinculados
a López Rodó, que consiguen ocupar así un puesto de privilegio
en la parrilla de salida del post-franquismo que la deteriorada
salud del general Franco parecía anunciar ya a la mayor
brevedad.

Mediada la década de los sesenta el régimen franquista había empezado a mostrar los primeros síntomas de
agotamiento.

El plan de estabilización de 1959 abrió la economía española al exterior lo que supuso el inicio del fin del
aislamiento de España de su contexto natural: Europa.

A partir de ese momento, con el desarrollo económico (absurdamente congelado por el empecinamiento de Franco
y Carrero en el mantenimiento de la política económica autárquica), propiciado por la masiva afluencia de capitales,
el envío de divisas de los numerosos trabajadores españoles en el extranjero que, además, comprobaban por sí
mismos las ventajas de la sindicación libre y los beneficios del sistema democrático, el ejemplo de las masas de
turistas que visitaban nuestro país mostrando sus costumbres y modos de vida “europeos”, el incremento de
personal cualificado universitario y profesional que se incorporaba a puestos de responsabilidad en la vida nacional y
el aumento del nivel de vida, educativo y cultural general de la población, crearon las “pre-condiciones” necesarias
para el establecimiento de la democracia en España.

La creciente toma de conciencia política de las clases trabajadoras, la extrema politización de la universidad
española y del mundo del arte y de la cultura, junto con la de numerosos sectores de las clases medias, dotaron a
los españoles de un sentido crítico que, necesariamente, tendría que tener consecuencias políticas en un régimen
autoritario y arcaico que suponía un auténtico anacronismo político en el contexto europeo de la época.

Idea Clave 3
La crisis que empieza a gestarse simbólicamente con la Ley de
Prensa e Imprenta auspiciada por Manuel Fraga en 1966 al
permitir airear determinados temas políticos antes vedados a la
opinión pública estallará, literalmente, con el asesinato del
almirante Carrero Blanco a manos de la organización terrorista
ETA en 1973.

La Ley Orgánica del Estado

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Por entonces, el régimen franquista culminaba su desarrollo institucional iniciado treinta años antes.

El año 1967 es un año clave en la historia del franquismo pues, como reconoció el propio Manuel Fraga Iribarne, en
él “explotaron las grandes confrontaciones”. Sobre todo se hizo patente la creciente conflictividad institucional del
sistema político franquista que venía a lastrar el pretendido desarrollo político del régimen.

La aprobación de la Ley Orgánica del Estado (10 de enero de 1967) refrendada con el 95.06% de los votos emitidos
supuso la culminación “política” del régimen franquista. Hubo poblaciones en que se alcanzaron porcentajes de
votación superiores al 100% gracias al entusiasmo personal desplegado por el entonces ministro de Información y
Turismo y responsable de la campaña propagandística del Gobierno y hoy Presidente de la Comunidad Autónoma
de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, que calificaba a los opositores de “criminales” y de “agentes de Moscú”.

La LOE suponía el cierre jurídico del permanente proceso “constituyente” en que se encontraba España desde la
Guerra Civil. La nueva ley refundía y ampliaba las anteriores Leyes Fundamentales del Estado introduciendo
algunas “sustanciales” modificaciones (el régimen dejaba de definirse como “totalitario”), definía el marco del juego
político futuro estableciendo algunos criterios de carácter general pero, sobre todo, suponía la legitimación
plebiscitaria del régimen.

Manuel Fraga desplegó una masiva campaña propagandista de apoyo a la ley de la que no se hablaba ni nadie
conocía su contenido pues se planteó el referéndum como un plebiscito a la figura de Franco: “Franco, sí”. “Vota,
sí. Vota Franco”, con grandes paneles que colgaban de los edificios mostrando su rostro afable y autosatisfecho
transmitiendo tranquilidad y confianza a sus súbditos.

Idea Clave 4
La intencionalidad del legislador no era otra que perfeccionar y
cerrar el corpus institucional del régimen del 18 de julio
sistematizando toda la legalidad franquista y reiterando los
poderes totales acumulados por el general Franco a lo largo de
su prolongado mandato.
Desde el punto de vista jurídico, el Estado franquista respondía a la estructura propia de un estado totalitario: sus
principios permanecían inalterables y permanentes y su reestructuración no obedecía sino a la firme voluntad de
favorecer una mayor operatividad y viabilidad de futuro.

Como ha dicho Raúl Morodo, con la LOE “termina la etapa de cristalización ideológica y de evolución plenamente
controlada del Estado franquista”.

Por aquellos años se dispara la conflictividad laboral y la progresiva politización de la protesta tanto en los ámbitos
obreros como en los estudiantiles.

Resultaba patente que los valores tradicionales que el régimen había puesto tanto enfasis en preservar (la gran
gloria de España no era si no la de ser “la reserva espiritual de Occidente”), hacían crisis ante el impulso
irrefrenable del incremento del PIB, la descapitalización humana del mundo rural y el consecuente crecimiento
poblacional de las ciudades en cuyo extrarradio se agrupaban grandes masas de inmigrantes que buscaban mejores
condiciones de vida.

Idea Clave 5

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Estos sectores, junto a las florecientes clases medias surgidas


como consecuencia de la rápida industrialización del país que
había recibido fuertes inversiones de capital extranjero,
incorporaban rápidamente los valores propios de las
sociedades urbanizadas como consecuencia de su incremento
de nivel de vida y su mayor capacidad de consumo.
Por lo demás el contexto internacional no podía ser más propicio. La llamada “década prodigiosa” producía un
“efecto imitación” y los españoles se subieron decididamente al tren de la expansión económica europea con
grandes ventajas e inevitables costes: destrucción ecológica, ausencia de planificación pese a los planes de
desarrollo, especulación urbanística y contaminación de sus costas, etc.

Aquellos años 60-70 fueron unos años intensos en general en todo el mundo occidental. En esos dorados años se
vivieron toda una serie de acontecimientos de indudable trascendencia y repercusión.

Surgieron los hippies con sus provocadoras consignas de “hacer el amor y no la guerra”. Son los años de la libertad
sexual y de la liberación de la mujer que la sociedad tradicional interpreta como una peligrosa relajación de
costumbres que ponía en peligro los irrenunciables valores cristianos inherentes al pueblo español.

Los sectores progresistas y particularmente los jóvenes repudiaban la censura, exaltaban el amor libre, disfrutaban
con la música psicodélica y rendían culto a las drogas como vía de escape de un mundo que se repudiaba y como
una vía de acceso a una filosofía superior en un mundo industrializado y fuertemente competitivo que contradecía
sus ideales de fraternidad.

En aquellos años se asiste a la explosión de numerosos movimientos revolucionarios de liberación nacional en


muchos países del tercer mundo bajo el aliento descolonizador propiciado por la ONU.

Son los años de la explosión del rock and roll, de la canción protesta, de las manifestaciones masivas en contra de
la guerra de Vietnam, de Bob Dylan y Joan Baez cantando The times they are changin’ (Los tiempos están
cambiando) y el We shall overcome (Venceremos) someday (algún día), de las rebeliones estudiantiles que recorren
todas las universidades de Europa y los EEUU, desde La Sorbona y la Universidad Libre de Berlín hasta la de
Berkeley en California, alentados por intelectuales y profesores prestigiosos con fuerte ascendiente en las
izquierdas universitarias como Jean-Paul Sartre y Herbert Marcuse.

Son los años en que Ernesto Che Guevara lanza su provocadora consigna de “crear uno, dos muchos Vietnam”
en el sueño utópico de extender por toda Latinoamérica la llama revolucionaría iniciada por él mismo en Cuba, y
cuya figura emblemática penderá de las paredes de las habitaciones de todos los jóvenes rebeldes e idealistas del
mundo occidental.

Los estudiantes y los jóvenes revolucionarios repudiaban el acomodamiento burgués de la sociedad de consumo
ante la estupefacción de los propios obreros a los que pretendían liberar de la explotación que sufrían y de la
alineación que padecían. Reclamaban ser realistas y pedían “lo imposible” postulando “la imaginación al poder”.

Eran las reclamaciones utópicas de muchedumbres de jóvenes soñadores que se oponían con su grito airado a un
neocapitalismo voraz e indiferente a la miseria de los países subdesarrollados, de los sectores marginados de sus
propias privilegiadas sociedades, a la acomodación burocrática de los partidos tradicionales de izquierda y su
renuncia a transformar el mundo. Es el rechazo generalizado al stablishment, al “sistema” -palabra clave que todo lo
explicaba-, al statu quo del que ellos mismos eran naturales beneficiarios y del que sin embargo abominaban.

En todo el mundo se estaban produciendo revoluciones de todo orden: políticas, económicas, sociales, culturales...
Ya que no se podía hacer reventar la sociedad de consumo, ya que no podían alterarse las relaciones de
producción capitalista, se podía al menos empezar por intentar cambiar el modo de vida.

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Ya nada iba a seguir igual y todo iba a verse desde una nueva perspectiva. Y España, la España eterna de la
dictadura franquista, no podía establecer un nuevo “cordón sanitario” como hicieran en el s. XIX sus déspotas
ilustrados frente a la filosofía revolucionaria del liberalismo político ante los nuevos peligros que la amenazaban.

Idea Clave 6
Las nuevas generaciones de españoles ya estaban
contaminadas por los modos de vivir y de pensar del mundo
occidental y en modo alguno estaban dispuestas a renunciar a
unos valores que no sólo consideraban ajenos sino que eran
firmemente considerados ya como propios.

Un Príncipe franquista

En 1969 el general Franco va a jugar dos bazas políticas de especial relevancia que, sin embargo, pasarán
relativamente desapercibidas.

Una, el nombramiento del almirante Luis Carrero Blanco como vicepresidente del Gobierno.

Carrero Blanco era un hombre de la más absoluta lealtad a su caudillo Franco y sin más ambición que la de servirle
incondicionalmente en la creencia de que haciéndolo así era la mejor manera de servir a España. De hecho así
venía haciéndolo desde la Subsecretaría de la Presidencia del Gobierno desde 1940.

De natural discreción, voluntariamente instalado en un segundo plano, su nombramiento no produjo mayores


comentarios ni especulaciones entre la clase política franquista; protector del Opus Dei bajo la influencia de su
mujer, representaba al sector más conservador del régimen desde el punto de vista de sus esencias más
integristas y caras al nacional-catolicismo cuya salvaguardia le iban a ser confiadas por Franco.

La segunda, el nombramiento del príncipe Juan Carlos de Borbón y Borbón como sucesor suyo a la Jefatura del
Estado.

Franco pidió a sus procuradores el refrendo a su propuesta de designación de sucesor “porque garantiza la
continuidad del Régimen nacido el 18 de julio de 1936, en cuya legitimidad se funda”. La Monarquía que se instaura,
les dice Franco, es la “del Movimiento Nacional, continuadora permanente de sus Principios e instituciones y de la
gloriosa tradición española”.

Así pues, cuando el 22 de julio de 1969 el príncipe Juan Carlos juraba los Principios Fundamentales del Régimen
asegurando que recibía “de su Excelencia el Jefe del Estado la legitimidad política nacida del 18 de julio de 1936”,
repetía textualmente las palabras de Franco mientras que el mundo, incluidos los españoles de entonces, estaba
más pendiente del acontecimiento del siglo, la conquista de la luna, que del hecho trivial de que un dictador
mediocre nombrara su sucesor ad calendas graecas. El astronauta Neil Amstrong diciendo que el paso que se
disponía a dar sobre la virginal superficie lunar era insignificante para él pero trascendental para la humanidad
mientras descendía por la escalerilla del módulo lunar, había absorbido la totalidad de la atención de los medios de
información del mundo entero.

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El nombramiento de Juan Carlos había sido duramente peleado por Carrero Blanco y su eficaz escudero Laureano
López Rodó. La “operación Príncipe” culminaba felizmente para sus auspiciadores.

Idea Clave 7
Franco, en función de su omnipotente poder constituyente, no
“restauraba” la monarquía española dejada en suspenso por
Alfonso XIII aquél 14 de abril de 1931, sino que “instauraba” una
monarquía absoluta en la figura de un joven visto desde el
exterior y desde la oposición democrática como su pelele,
capaz de traicionar incluso a su propio padre que era el
depositario de la legitimidad dinástica ante la perspectiva de
poder ceñir sobre su frente la corona real en un futuro a todas
luces incierto.
Nada podía hacer suponer por entonces que el joven Borbón, más que devoto franquista, lo que hacía aceptando el
nombramiento era ajustarse pragmáticamente a la vieja máxima anglosajona del wait and see. Y que, desde dentro,
podía servir mejor a sus intereses que desde fuera.

No había por aquel entonces más realidad política que la franquista, puesto que la de la oposición democrática era
meramente testimonial o no tenía suficiente capacidad como para desestabilizar el régimen político franquista. Es
decir, lo único que contaba era la suprema voluntad soberana del general Franco, y a ella se ajustó el joven príncipe
a la espera de que el propio desarrollo de los acontecimientos le permitiera ejercer los poderes que nominalmente le
otorgaba ad calendas graecas el vetusto general pero que, llegado el momento, podría ejercer con una autonomía
de la que en aquel momento carecía de modo absoluto.

La relativa unanimidad de su aprobación en las domesticadas Cortes franquistas (419 procuradores votaron
afirmativamente, pero 19 votaron en contra y 9 se abstuvieron), puede ofrecer una falsa idea de arcadia política
franquista feliz que distaba de responder a la realidad interior del régimen ya enzarzado en querellas políticas y
movimientos apresurados para ocupar los primeros puestos en la carrera del postfranquismo que, así, con dicho
nombramiento (investidura), se anunciaba.

Franco, con su indiscutible habilidad y manejo del ritmo de sus decisiones y pronunciamientos políticos, le puso al
joven príncipe que acababa de regresar de Estoril, donde residía su padre, don Juan de Borbón, Conde de
Barcelona, “entre la espada y la pared” como él mismo ha relatado, pues, Franco, le exigió la aceptación en el
mismo momento de comunicarle su decisión.

Idea Clave 8
No le habrían faltado candidatos sustitutos al general y Juan
Carlos aceptó el envite con el propósito de facilitar la
“restauración” monárquica que, de esta manera, quedaba
sumida en la ambigüedad y la incertidumbre.
¿Conseguiría tal el príncipe, desde dentro, haciéndoles el juego a los franquistas y conteniendo a los demócratas
impacientes o, desbordado por la presión interna y externa fracasaría en su intento abriendo así una crisis
impredecible? Crisis que podría dar una opción a su padre, desde fuera, pero que lo hubiera amortizado a él como
heredero o, aún peor, si fracasaban ambas alternativas, la del padre y la del hijo, se abriría más que probablemente
la senda a la proclamación de la III República, algo que salvo la izquierda democrática, ninguna otra fuerza política
deseaba.

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Azules y tecnócratas: el affaire MATESA

Los “azules”, así llamados por el azul mahón de las camisas de Falange, representaban al aparato del Movimiento.

No eran en principio monárquicos, ni de don Juan, presunto adalid de la monarquía liberal antifranquista, ni tampoco
de don Juan Carlos, “el niñato”, según los más ortodoxos franquistas, pues presumían que no era otra cosa que un
emboscado de su padre que traicionaría la monarquía franquista que heredaba a favor de una cuando menos
“liberal”.

Querían reforzar las estructuras políticas del régimen y asegurarse la mejor posición ocupando los puestos clave
ante la incertidumbre que auguraba la cada vez más próxima muerte de Franco.

Idea Clave 9
Los “azules” no eran un grupo coherente y homogéneo que
tuviera perfectamente trazado un plan de acción y respondiera
a una ideología o programa político mínimamente definido.
Manuel Fraga era la figura más significativa y con mayor energía y ambición de este grupo.

Los “tecnócratas”, profesionales sin ideología política definida, salvo la franquista y estar dispuestos a servir desde
sus puestos técnicos al régimen, representaban a buena parte de la sociedad civil colaboracionista con el
franquismo.

Entregados al desarrollo económico del régimen, los tecnócratas sí disponían de una clara alternativa política para
cuando se cumpliera “el hecho sucesorio” (rebuscado eufemismo con el que el lenguaje oficial aludía tácitamente a
la muerte de Franco) pues se habían comprometido a fondo en la llamada “operación príncipe”.

Idea Clave 10
Desde la más rigurosa ortodoxia el postfranquismo que se
anunciaba no podía ser otra cosa que un franquismo coronado.
El indiscutible conductor de esta operación no era otro que el almirante Luis Carrero Blanco y el cabeza de fila de
los llamados “tecnócratas”, Laureano López Rodó, cuya fulgurante carrera política, con independencia de sus
cualidades profesionales de avezado administrativista, se debía sobre todo al patrocinio decidido del almirante.

El país tomó conciencia de la confrontación política que se libraba entre tales “familias políticas” del franquismo a
raíz del famoso affaire MATESA.

La empresa “Materiales Textiles S.A.” que respondía a tal nombre estaba presidida por Juan Vila Reyes, miembro
del Opus Dei, que había solicitado unos créditos al Banco de Crédito Industrial para exportar y ayudar a introducir
en el mercado exterior el telar sin lanzadera de su invención que, según sus responsables, habría de revolucionar la
industria textil.

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Sin embargo, la realidad es que los 10.000 millones de pesetas (cifra más que notable para la época) de pretendida
ayuda a la exportación se utilizaron para comprar participaciones en empresas extranjeras y realizar diversas
inversiones de tal modo que se había producido una exportación fraudulenta de capital.

La estafa era manifiesta y las responsabilidades por acción u omisión de numerosos miembros del Gobierno,
particularmente, los vinculados a las carteras económicas, o de funcionarios del Estado al más alto nivel, como el
Gobernador del Banco de España, y miembros o simpatizantes declarados del Opus Dei, resultaba patente y ponía
al régimen en un grave aprieto no ya ante la oposición democrática sino ante su propia opinión pública y,
naturalmente, cara al exterior.

Lo que realmente irritó a Franco y a Carrero Blanco fue -en palabras de éste- la “escandalosa resonancia política”
del asunto que fue convenientemente aireado por las Agencias Oficiales de noticias que dependían del Ministerio de
Información y Turismo (CIFRA y FIEL), y de la Secretaría general del Movimiento (PYRESA). Se sumaron a la
“clamorosa campaña de prensa”, los periódicos del Movimiento, el influyente órgano de la Organización Sindical,
PUEBLO, y el no menos influyente de los Obispos, "Ya", “con mal disimulada complacencia”, según el almirante.

Ante esta situación Carrero aconsejó a Franco la destitución de los Ministros de Hacienda y Comercio (Espinosa y
García Monco), que habían sido desprestigiados por los de Información y Turismo y Secretario General del
Movimiento (Fraga y Solís).

Sin embargo Franco actuó como en él era habitual y dejó que se enfriaran los acontecimientos para dar la
sensación de que no actuaba condicionado por ellos.

Idea Clave 11
La “crisis” se prolongó desde julio de 1968 -cuando estalló el
affaire- hasta octubre de 1969 en que, por fin, Franco se decidió
a hacer una remodelación más completa del gobierno que
incluyera más ministros.

La crisis del régimen: el almirante Carrero Blanco

Por otra parte el rechazo a la dictadura se generalizaba entre obreros, estudiantes, nuevas clases medias y
diversos sectores progresistas de la sociedad como actores, directores, escritores, cantaautores y artistas en
general.

Las huelgas, manifestaciones y enfrentamientos con las Fuerzas de Orden Público se multiplicaban y, junto con las
propias disputas políticas internas del régimen, tales protestas no hacían sino poner de manifiesto el progresivo
debilitamiento del régimen del 18 de julio.

Todo ello además multiplicado por los efectos de la peor crisis económica en la economía capitalista occidental
desde la II Guerra Mundial, seriamente agravada con el notable incremento del precio del petróleo acordado por la
Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1973.

La represión política, la febril actividad del Tribunal de Orden Público (TOP), culminaban el año 1970 en el proceso
de Burgos en que fueron juzgados 16 militantes de ETA -Euskadi Ta Askatasuna: País Vasco Y Libertad- y en el
que se pidieron 9 penas de muerte. Las extraordinarias movilizaciones populares dentro y fuera de España, que
incluso llevaron al Vaticano a intervenir determinaron a un ya débil Franco a conmutarlas por las de reclusión
mayor.

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El affaire MATESA se le había escapado de las manos al Gobierno pues puso en evidencia que la corrupción y
lucha por el poder no eran patrimonio exclusivo de la resentida oposición y las decadentes democracias
occidentales, de acuerdo con la tópica propaganda del régimen sino también, y en abundantes y generosas dosis,
proliferaban tales comportamientos entre los más sacrificados servidores de la patria, fueran éstos “azules” o
“tecnócratas”.

Fraga y Solís fueron cesados. Carrero salió reforzado de la crisis y López Rodó fue el gran triunfador. De la
remodelación gubernamental el Opus Dei fue el gran beneficiario hasta el punto de que el nuevo Gobierno, frente al
tradicional reparto de influencias de Franco, ya muy deteriorado física y mentalmente, fue tildado de “monocolor”
por primera vez en la historia de sus gobiernos.

Idea Clave 12
El Opus Dei al que se había querido debilitar salía
considerablemente reforzado de esta confrontación entre las
dos más importantes “familias” políticas del régimen.
Fraga, tuvo que soportar que su “enemigo” Sánchez Bella fuera quien le sustituyera al frente de la cartera de
Información y Turismo. No dejaba de ser una humillación de López Rodó a su gran contrincante político.

Idea Clave 13
La crisis evidenció las divisiones del régimen ya indisimulables,
reafirmó a Carrero como canciller de hierro del régimen y
confirmó que Franco intervenía cada vez menos aunque toda
decisión de importancia pasara previamente por él.
Con todo, lo más relevante de toda la crisis fue la entrada de Torcuato Fernández Miranda como Secretario
General del Movimiento, que tuvo la “osadía” de jurar su cargo con camisa blanca en vez de con la preceptiva azul
mahón tradicional de la Falange. Era hombre más de lealtades personales (a Franco primero y a Juan Carlos
después), que de clan o “familia” política del régimen. El búnker tomó buena nota.

Franco, seriamente afectado por la enfermedad de Parkinson y su manifiesta decadencia física, se vio forzado a
delegar poderes en su fiel almirante Carrero Blanco, justamente considerado el cerebro gris del régimen, su hombre
fuerte y en cuya lealtad resultaba imposible hallar la menor fisura hasta el punto de hacerse chistes del tenor de que
situado en el alféizar de una ventana, a la orden de Franco de precipitarse en el vacío lo haría sin dudar al grito de
“¡Viva Franco, Arriba España!”.

Semejante grado de confianza en él indujo a que Franco aceptara desdoblar la Jefatura del Estado, que retuvo para
sí, y que la Presidencia del Gobierno pasara a ejercerla de facto el almirante.

Así pues en la formación del Gobierno del 14 de junio de 1973 se aplicó tal mecanismo contemplado en la Ley
Orgánica del Estado. Tras el propio Carrero el nuevo hombre fuerte del Gobierno pasaba a ser Torcuato Fernández
Miranda que aparte de asumir la única Vicepresidencia conservaba la Secretaría General del Movimiento lo que le
permitía ejercer un rígido control del partido de los “azules”.

El primer y único Gobierno propiamente dicho del almirante Carrero Blanco quedó prácticamente inédito pues el 20
de noviembre de ese mismo año ETA en un espectacular atentado le asesinó a la salida de la iglesia donde acudía
a misa y comulgaba a diario antes de dirigirse a Presidencia al cumplimiento de sus obligaciones.

El atentado generó especial estupefacción en el seno del régimen al mostrar que ETA era capaz de golpear con

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semejante eficacia en el mismo corazón del sistema.

En aquellos momentos el tema político más candente era “el proceso 1001”, así llamado por el número del sumario
abierto contra 11 dirigentes del ilegal sindicato de Comisiones Obreras (CCOO), cuyo juicio iba a iniciar sus
sesiones aquel 20 de diciembre.

Los encarcelados, entre los que se encontraban su secretario general Marcelino Camacho y el prestigioso
economista Ramón Tamames, llegaron a temer por su vida amenazada por alguna banda extremista más o menos
incontrolada desde los sótanos de la propia policía política franquista firmemente dispuesta a vengar el asesinato de
Carrero.

El propio comando de ETA que hizo volar por los aires al Presidente del Gobierno se jactó de su acción, llamada
“operación ogro” (el almirante era hombre corpulento, algo macrocéfalo y de espesas cejas) en un libro así titulado.

La imagen de Franco llorando al estrechar la mano de la viuda no era habitual en un hombre generalmente
considerado frío e inexpresivo. Se quedó como ensimismado por el golpe. De otra manera no se entiende que en su
tradicional discurso de fin de año dijera refiriéndose al magnicidio que “no hay mal que por bien no venga”.

Esa críptica frase descolocó a los habituales hermeneutas del régimen.

Idea Clave 14
¿Quiso con ello decir que su régimen estaba preparado para
afrontar tales desafíos terroristas cuya demoledora acción
permitió la puesta en marcha de los mecanismos establecidos
en la Ley Orgánica del Estado? ¿o que el sustituto era mejor que
el sustituido?
Torcuato Fernández Miranda se vio abocado a asumir interinamente la Presidencia del Gobierno y, en medio de
la exaltación de los más ultras dispuestos a declarar el estado de excepción y dar palos de ciego, supo serenar los
ánimos y ofrecer su talla de hombre de Estado.

Aunque parecía el destinatario natural a suceder al almirante en la Presidencia del Gobierno, no obtuvo los
rendimientos políticos esperados y no fue él el beneficiario directo de la crisis sino, paradójicamente, el principal o
último responsable de la seguridad del Jefe del Gobierno: su ministro de la Gobernación, Carlos Arias Navarro.
Sin embargo, éste pasaría a la Historia sin pena ni gloria y a Fernández Miranda iba a reservarle un destacadísimo
papel en el proceso de transición democrática.

El continuismo imposible: Arias Navarro

De acuerdo con la normativa establecida en la LOE era competencia del Consejo del Reino proponer una terna para
elegir al nuevo Presidente del Gobierno. Se rumorearon varios nombres y, paradoja de las paradojas, el dueño y
señor absoluto del país no pudo elegir con absoluta independencia a su candidato.

El anciano general pretendía nombrar a su antiguo amigo “Pedrolo”, el almirante Pedro Nieto Antúnez de 75 años,
pero la hostilidad que despertó semejante opción en el Consejo del Reino y todo tipo de presiones, como la ya por
entonces eficaz “guerra de dossiers” que le implicaba en turbios asuntos económicos, le obligó a descartarlo muy a
su pesar.

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Casi por eliminación y con la aquiescencia del llamado “clan de El Pardo” (el Palacio-residencia del general cuyas
más influyentes cabezas eran Carmen Polo de Franco, su esposa, y Cristóbal Martínez Bordiú, su yerno,
casado con la única hija del general, su adorada Carmencita), optó como mal menor, tras escuchar a unos y a
otros, por Carlos Arias Navarro, diez años más joven y, aparte de un incondicional como era preceptivo, dada su
trayectoria, con demostrada firmeza a la hora de mantenerse fiel a las “esencias” del régimen y también a los
intereses particulares de la familia dados los inciertos tiempos que se avecinaban.

Franco, ya muy envejecido, se dejaba influir incluso por su entorno familiar, algo impensable hasta poco tiempo
antes, como cuando éste pretendió que designara su sucesor a Alfonso de Borbón, primo hermano de Juan
Carlos, pero casado con su nieta, Carmencita Martínez Bordiu Franco, y que ofrecía mayores “garantías”
políticas y, además, abría la posibilidad de que doña Carmen Polo viera a su nieta convertida en Reina de España.

En esta ocasión Franco, acabó por inclinar sus preferencias por Carlos Arias Navarro. Volvió pues el Presidente de
las Cortes españolas y del Consejo del Reino, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, a convocar rápidamente a sus
consejeros que, informados de la nueva dirección que tomaban los vientos de la Historia, incorporaron a la lista
preceptiva de tres nada menos que al ministro de la Gobernación, Carlos Arias Navarro, máximo responsable de la
seguridad del Estado, y al que acababan de asesinarle a su Presidente almirante Carrero Blanco.

Carlos Arias, consciente de la fama de duro que le precedía (se había ganado entre la izquierda el sobrenombre de
“carnicero de Málaga” por su implacable actuación como fiscal durante la guerra civil tras la caída de Málaga en
1937), corroborada en los sucesivos puestos políticos que desempeñó como Gobernador Civil y Director General
de Seguridad, presentó ante las Cortes un proyecto político reformista que contemplaba abrir el paso en
determinadas condiciones a las tan debatidas asociaciones políticas.

El proyecto fue llamado “espíritu del 12 de febrero” (1974) y tuvo muy corta vida quedando en humo de paja ante la
decidida ofensiva desplegada por los sectores más involucionistas del régimen.

Idea Clave 15
Ese proyecto no admitía la menor concesión inherente a la
democracia de partidos de las sociedades democráticas
modernas y para los sectores más ortodoxos e intransigentes
del franquismo no dejaba de ser una debilidad que desataba
peligrosas expectativas.
Dichos sectores recibieron a partir de entonces la expresiva denominación de “el búnker” en referencia al de Hitler
en Berlín resistiendo hasta el final en defensa de su pretendido Reich de los mil años.

El régimen resistía y se mantenía en una línea de dureza que llegaba al despropósito de amenazar con la expulsión
de España al obispo de Bilbao, Monseñor Añoveros, por una auténtica trivialidad como defender el uso del
eusquera. El obispo recibió el respaldo de la jerarquía eclesiástica. Y Arias, ante la amenaza de excomunión del
gobierno en pleno de la muy católica España, lo que habría provocado una hilarante reacción internacional, optó
prudentemente por la retirada.

El régimen proseguía su política de dureza como evidenciaba el caso del anarquista Salvador Puig Antich, que
había sido acusado de terrorismo por el asesinato de un policía y sin las menores garantías procesales fue
condenado a muerte y ejecutado por el siniestro sistema de garrote vil, a pesar de las numerosas peticiones de
gracia cursadas al general Franco.

Por otra parte el régimen, es decir Franco, encadenaba las torpezas dando una imagen al mundo de república
bananera. Seriamente afectado por una tromboflebitis el anciano general se vio obligado aquel verano de 1974 a

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ceder sus poderes en la persona del príncipe Juan Carlos, muy reacio a asumirlos con carácter interino o
transitorio, para no reforzar aún más la imagen de “pelele” de Franco que le adjudicaba la oposición democrática.

Efectivamente, el valetudinario general se recuperó milagrosamente gracias a que su leal doctor Vicente Pozuelo
Escudero le obligó a hacer ejercicio caminando a los sones del himno de Infantería y del de la Legión, lo que debió
de retrotraerle a los tiempos de su juventud africana, tan añorados, produciéndole una milagrosa recuperación. Lleno
de entusiasmo le comunicó a Carlos Arias, que ya estaba curado y que le preparara el decreto de devolución de
poderes.

Aquello molestó profundamente incluso a un ortodoxo franquista como Arias al que no había consultado ni
comunicado previamente sus intenciones y que, lógicamente, debió de sentirse humillado y muy forzado a que
semejante actuación “de quita y pon”, más que ejemplo de lealtad política fuera interpretada como mera sumisión
de fiel perro faldero a su amo y señor.

Aquella ocasión que hubiera podido servir para el rodaje político de Juan Carlos como futuro Jefe del Estado se vió
así súbitamente abortada.

Idea Clave 16
Quizás fue mejor de esta manera pues dejaba claro que
mientras Franco viviese Juan Carlos no podía ser otra cosa que
un poder vicario.

Ante esa situación la oposición democrática empezó a moverse con mayor determinación que hasta entonces.

En aquel verano de 1974 se constituía en París la Junta Democrática de la que formaban parte bajo su influjo el
Partido Comunista de España (PCE), el Partido Socialista Popular (PSP) de Enrique Tierno Galván, el sindicato
de orientación comunista Comisiones Obreras (CCOO), el Partido Carlista (PC) que la abandonaría al poco y,
posteriormente el Partido del Trabajo de España (PTE).

A su vez el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) consiguió aglutinar bajo su influencia dentro de la llamada
Plataforma Democrática constituida al año siguiente a la Unión Socialdemócrata de España (USDE), el Movimiento
Comunista (MC) y la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT).

Ya muerto Franco, el 26 de marzo de 1976, conseguiría por fin el conjunto de sus opositores presentar una
organización política conjunta bajo la denominación de Coordinación Democrática pero popularmente conocida como
“Platajunta” que reclamaba la “ruptura” total con el régimen anterior y el establecimiento de una democracia plena.

Idea Clave 17
Que el anciano general tuviera que morirse en la cama para que
finalmente todas las fuerzas de la oposición a su régimen
consiguieran ponerse de acuerdo en un plan de acción política
conjunta pone bien de manifiesto la debilidad de la propia
oposición democrática al franquismo.

También en el Ejército comenzaba a oírse voces disidentes y el mes de julio de 1975 fueron detenidos nueve
integrantes de la clandestina Unión Militar Demócrata (UMD), organización que aspiraba simplemente a través de
propaganda clandestina a que el Ejército abandonara su papel político de policía interior y garante último del orden
político franquista para circunscribirse a su papel profesional de subordinación al poder civil y defensa del territorio

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nacional frente a eventuales agresiones externas.

Esta situación alertó seriamente a los más decididos defensores del régimen temerosos de que en España pudiera
vivirse una segunda edición de la “revolución de los claveles” portuguesa de abril de 1974.

Buena prueba de ello fue la dureza de las condenas y su expulsión del ejército así como la posterior negativa a
incorporarlos de nuevo al ejército a pesar de las leyes de amnistía que se concedieron a partir de los gobiernos de
Adolfo Suárez.

El 27 de septiembre fueron fusilados 5 militantes de ETA y del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico
(FRAP) desencadenando una oleada de manifestaciones tanto en el interior del país como en el exterior que aún
sumaron más al régimen en el descrédito internacional del que ya era generoso acreedor. La Embajada de España
en Lisboa fue asaltada y saqueada por airados izquierdistas ante la falta de actuación de sus propias fuerzas
policiales.

El régimen se sintió acosado y organizó para el 1 de octubre de aquel año de 1975, fecha de conmemoración de la
“exaltación” del general Franco al poder absoluto el primero de octubre de 1936, una macromanifestación en el lugar
más emblemático del régimen para mostrar sus lealtades incondicionales: la Plaza de Oriente de Madrid.

Para la movilización popular acudió el régimen a los tópicos más estrafalarios de su obsoleto repertorio cuya huera
retórica (“la Patria ultrajada”, “el odio exterior”, “el honor mancillado”, etc.) sonaba más a pura y simple fanfarria. “No
queremos apertura, solamente mano dura”. “Rojos al paredón”, etc. El régimen se sentía de nuevo acosado desde
dentro y desde fuera de España. Aquel acto fue el inicio del fin pues allí adquirió el general la gripe que
desencadenó su larga enfermedad y posterior agonía.

La manifestación fue un desahogo visceral de los más fieles partidarios del régimen que se abandonaron a los
consabidos gritos de ritual, cantos del “Cara al Sol” falangista y demás improperios contra el mundo exterior,
perfectamente resumidos en la breve alocución que con grandes esfuerzos consiguió dirigir Franco a la multitud que
le aclamaba. “Españoles: Gracias por vuestra viril adhesión y por esta serena y digna manifestación pública que me
ofrecéis en desagravio...”

La explicación de los males por los que la Patria atravesaba en aquellos momentos obedecían a los mismos
designios de siempre. “Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política, en contubernio
con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”.

Concluía su breve alocución diciendo: “Evidentemente, el ser español vuelve hoy a ser una cosa seria en el mundo.
¡Arriba España!”

Franco era incapaz de contener las lágrimas y su mano levemente alzada a sus leales no podía disimular los
evidentes efectos producidos por el Parkinson que padecía. Con un hilo de voz entonaba un imperceptible “Cara al
Sol”.

Idea Clave 18
A su lado un incómodo Juan Carlos de Borbón asistía hierático
al último despliegue de banderas, símbolos y gestos rituales de
un franquismo que empezaba allí a dar sus últimos estertores.

Otra prueba más de la debilidad del régimen fue su indeterminación ante la hábil “Marcha Verde” auspiciada por el
astuto rey Hassan II de Marruecos que no estaba dispuesto a que España cumpliera su promesa de celebrar de
acuerdo con las resoluciones de la ONU un referéndum para la “autodeterminación” del territorio del Sahara

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Occidental español controlado por el Frente Polisario que aspiraba a la independencia.

Hassan II se aprovechó de la manifiesta debilidad del general y alentó a una multitud aproximada de 300.000
personas mayoritariamente constituida por mujeres, niños y ancianos a que se organizaran en una caravana
pacífica sin más armas en la mano que El Corán con la intención de adentrarse en territorio español ante la
estupefacción de las autoridades militares encargadas de la defensa de la zona que empezaron a minarla. Los
militares españoles sufrían en sus propias carnes el vacío de poder que en esos momentos se atravesaba en
España.

Un Franco enfermo al borde de la muerte, aislado, y sin el apoyo logístico estadounidense, se encontraba atado de
pies y manos para poder afrontar una crisis de semejante envergadura.

Si la gripe fue un aguijonazo físico en la debilitada salud de Franco, el anuncio de la “Marcha Verde” fue un
auténtico golpe moral que le asestaba su buen amigo Hassan II.

De nuevo España parecía abocada al aislamiento internacional. Numerosos embajadores europeos abandonan la
capital de España y en la recepción que ofrece el general Franco con motivo de celebrarse el 39 aniversario de su
“exaltación” a la Jefatura del Estado (1 de octubre de 1936) los representantes diplomáticos de los países
miembros de la entonces llamada Comunidad Económica Europea se negaron a hacer acto de presencia. La
Comisión Ejecutiva Europea por su parte recomendaba al Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores la
conveniencia de suspender cualquier negociación con España referida al nuevo Acuerdo Preferencial que estaba
sobre el tapete. Todo empezaba a derrumbarse.

Idea Clave 19
El continuismo resultaba imposible. La enfermedad y el
aislamiento de Franco, el golpe moral que representó la
“Marcha Verde” y la amenaza de un nuevo aislamiento
internacional dejaban traslucir que todo comenzaba a
derrumbarse.

Del “hecho sucesorio” a la “instauración” monárquica

Hablar de la muerte de Franco, dueño y señor del país, era políticamente incorrecto a pesar de su evidente
ancianidad. Era una palabra proscrita del vocabulario político español que no podía utilizarse para referirse al Jefe
del Estado.

La corrección política imponía el eufemismo de “hecho sucesorio” para aludir al definitivo momento del tránsito de
Su Excelencia que parecía no llegar nunca pero que ahora se presentía inminente.

El final del dictador parece literalmente extraído de la pluma del García Márquez de El otoño del patriarca. Como
en tantas otras ocasiones la realidad supera la imaginación más desbocada. Dada la extrema debilidad en que se
encontraba cualquier contratiempo le afectaba seriamente y minaba su delicadísima salud.

Cristóbal Martínez Bordiú, más conocido por su título nobiliario de marqués de Villaverde, el yerno de Franco,
médico de profesión y cabeza visible del “clan de El Pardo”, se ocupaba personalmente de aislar a su suegro y
trató por todos los medios de impedir que trascendiera su delicado estado de salud tendiendo a su alrededor un
espeso manto de silencio que irritó a muchos, incluso dentro del círculo de los más próximos al general.

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Como el también doctor Vicente Gil, médico de cabecera y amigo personal de Franco, quien llegó a propiciar un
puñetazo al marqués instándole a dirimir por tan contundente procedimiento sus discrepancias sobre como tratar a
su suegro en el exterior del palacio.

Villaverde temía por sus privilegios y los de su familia y no se fiaba de nadie ni atendía más que a su criterio. Con
ocasión de haber asumido el entonces Príncipe de España interinamente la Jefatura del Estado a raíz de la
tromboflebitis que padeció Franco el verano de 1974, dijo en público: “Menuda habéis hecho nombrando a ese
“niñato”.

El miércoles 15 de octubre Franco sufre un infarto de miocardio silente (con signos de necrosis). Padece una grave
insuficiencia coronaria y se le prescribe reposo absoluto.

En su desvarío, antes que trasladar a su suegro a “La Paz” (el mejor centro médico entonces del país), Villaverde
se dispone a trasportar todo el instrumental y personal sanitario preciso al Palacio de El Pardo antes que mover a
Franco de su residencia. Así se hace y con el mayor sigilo empieza el traslado en medio de las más estrictas
medidas de discreción.

El marqués actúa como un pequeño dictador y exige a todos los que rodean al general una renuncia completa a
toda vida personal, total discreción y entrega absoluta al “Caudillo de España” cuya recuperación es absolutamente
prioritaria y ha de prevalecer a cualquier otro asunto sea de la índole que sea.

El jueves 16 de octubre haciendo caso omiso de los consejos médicos y en plena crisis del Sahara Franco recibe al
Jefe del Gobierno y al Ministro de Asuntos Exteriores que le comunican que el rey Hassan II de Marruecos en una
alocución a sus súbditos ha convocado a la “guerra santa” contra el colonialismo español.

La tradicional amistad de los países árabes con España entraba también en crisis. Naturalmente con la
aquiescencia de los EEUU que apostaba por un Marruecos garante de la estabilidad de la zona. Es evidente que el
conocimiento de este asunto golpeaba la salud de Franco muy particularmente.

El viernes 17 de octubre se celebra el último Consejo de Ministros presidido por Franco pese a la negativa del
equipo médico que alerta del grave peligro de muerte al que se le somete. El decrépito Jefe del Estado asiste a la
reunión con un aparato en el pecho conectado a una pantalla que permite a los médicos controlar a su paciente.

Se informa sobre la crisis del Sahara. Inútil que a España le asistan las resoluciones de la ONU ni los dictámenes
del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya: Marruecos y Mauritania con el apoyo de los países árabes han
decidido repartirse el territorio y el Ejército español no puede masacrar impunemente a una masa de población civil
desarmada.

Franco entra en crisis y bordea un nuevo infarto de miocardio. Terminado el Consejo es obligado a guardar reposo
absoluto.

A la mañana siguiente, el sábado 18 de octubre, se encierra en su despacho y convencido de que su fin esta
próximo redacta su testamento político.

En él pide a Dios que le acoja en su seno y pide perdón a todos incluidos a sus enemigos, de los que dice en un
alarde de cinismo senil que no los tuvo por tales y no identifica otros que aquellos que lo eran de España cuando
fue eso precisamente lo que hizo sistemáticamente a lo largo de su prolongada existencia.

Agradece el apoyo de todos, proclama su amor a la Patria y reclama para el futuro rey de España la misma lealtad
que él ha recibido y prestar atención a los enemigos de España y de la civilización cristiana que están siempre
alerta.

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Apela a seguir procurando la justicia social y la cultura para todos así como a mantener la unidad de la Patria sobre
la base de su multiplicidad de regiones. Se despide abrazando a todos para gritar juntos “¡Arriba España!, ¡Viva
España!”.

Ante la gravedad de Franco se plantea una nueva interinidad que el príncipe Juan Carlos de Borbón, consciente del
riesgo que ello conlleva y tras consultarlo con su padre (conversación que grabarán los servicios secretos),
rechazará ante el riesgo de caer en el desprestigio cuando no en el ridículo si se plantea una nueva marcha atrás.

Idea Clave 20
La renuncia total de Franco estaba fuera de discusión, pues el
mismo presidente del Gobierno Carlos Arias le había dicho al
Príncipe que no le pidiera que actuase en esa dirección pues “el
caudillo” habría de salir “con las botas puestas”.
Sin embargo el joven príncipe sufre nuevas presiones ante la delicada situación del Sahara para que se aplique el
famoso Art. 11 de la LOE y acepte una segunda interinidad después de la que tuvo que asumir el verano de 1974 a
causa de la tromboflebitis del general y, tras consultarlo de nuevo con su padre, se ve forzado a aceptarla muy a su
pesar dadas las extraordinarias circunstancias que le toca vivir que no le dejan otra opción.

Como prueba de que esta vez ya no habría interinidad convoca su primer Consejo de Ministros en el Palacio de la
Zarzuela. Por propia iniciativa decide viajar al Sahara e infundir moral a unos mandos estupefactos que no
entienden el cambio de política asumido por el Gobierno. Su determinación y sentido común empezarán a granjearle
algunas simpatías en sectores que hasta entonces le eran hostiles.

Idea Clave 21
No le queda al joven Juan Carlos más remedio, aún sin estar
coronado, que empezar a actuar como Jefe de Estado.

El miércoles 22, Franco, vuelve a sufrir una insuficiencia cardiaca con edema pulmonar y serias complicaciones
abdominales. Incluso se le administra la extremaunción. Todo estaba debidamente preparado para cuando se
produjera el “hecho sucesorio”.

Toda la logística preparada por el Alto Estado Mayor para cuando finalmente se produjera el óbito de Franco había
recibido el nombre de “Operación Lucero” que contenía hasta en el menor de los detalles el procedimiento a seguir a
partir del momento de la muerte.

Se da la alerta general en la clase política del país y se despliega un amplio dispositivo de seguridad. Todo el
mundo debía de estar en sus puestos y atento a cumplimentar sin titubeos las ordenes que recibiera de la
Superioridad.

El sábado 25, Franco sufre graves hemorragias internas que precisan de transfusión, el domingo 26, se produce
una parada cardiaca pero es reanimado a través de un estimulador eléctrico mientras prosiguen las hemorragias
internas y las transfusiones. El aspecto del anciano general es ya patético, con una sonda gástrica y entubado por
el recto, suplica a su médico Pozuelo Escudero: “No me deje, doctor, no me deje”.

A esta patética situación hay que añadir que en el lecho mortuorio reposa a sus pies el manto de la Virgen de El
Pilar que el Arzobispo de Zaragoza Monseñor Cantero Cuadrado ha hecho expresamente trasladar a Madrid.
También le acompaña el brazo incorrupto de Santa Teresa, el manto de la Virgen de Guadalupe, una imagen de La

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Macarena y otros objetos litúrgicos diversos que esperan poder conseguir el milagro que la ciencia ya parece
incapaz de hacer. A pesar de ello continuarán las hemorragias, las transfusiones (“¡que duro es esto!”, “¡cuánto
cuesta morir!” exclamará) sobre un despojo humano al que no se deja morir y que será intervenido quirúrgicamente
varias veces, en el mismo Palacio de El Pardo, primero, en una situación dantesca, y posteriormente en “La Paz” a
lo largo del mes de noviembre.

Su yerno será capaz ante el asombro de quienes le rodean de sacar unas cuantas fotos (“Para la Historia”, dirá), de
cuyo patetismo y beneficiándose del morbo general obtendrá una pingüe cantidad de dinero vendiéndolas para ser
publicadas por una popular revista. El enloquecido marqués llegará al punto de tratar de hibernar a su suegro,
incorporando al correspondiente especialista al numeroso equipo médico que el atiende, en una imposible lucha
contra el tiempo y en medio de un panorama ciertamente desolador para cualquier sensibilidad humana.

Así llegará la fecha histórica del 20 de noviembre de 1975, cuando tras haber recibido Franco más de 50 litros de
sangre y haber sido atendido por un equipo médico de más de treinta doctores, a las 4.20 de la madrugada el
encefalograma comenzó a marcar imperturbable la línea continua de la muerte en la pantalla cesando todo aliento y
latido en el despojo humano de quien fuera proclamado “Caudillo de España por la gracia de Dios”.

Mientras todo esto ocurría se sucedían las primeras escaramuzas en torno al control del poder. Una nueva etapa
iba a abrirse en España llena de dificultades.

Juan Carlos de Borbón suscitaba no pocos recelos entre los más firmes franquistas, entre ellos el mismo Carlos
Arias, que tampoco se refería a Juan Carlos con la consideración o el respeto debidos.

El príncipe tomará alguna iniciativa sin consultar a su Jefe de Gobierno como queriendo mostrar su autonomía y
éste, en un movimiento de fuerza, le presenta su dimisión irrevocable.

Es un juego político de reafirmación de competencias y de poder, un pulso que fuerza Carlos Arias que observa
con satisfacción que no carece de apoyos en esa dirección pues algunos ministros han comentado que hay que dar
una lección a “ese niñato”. Juan Carlos, dada la situación, tiene que humillarse y rogar a su Jefe de Gobierno
heredado que retire su dimisión. El juego se prolongará durante dos días hasta que finalmente acaba por aceptar.

Las perspectivas no eran nada halagüeñas para Juan Carlos pues el mandato de Carlos Arias expiraba en 1979. El
joven rey se encontraba pues aislado antes de ser coronado. El núcleo duro de poder franquista aspiraba a hacer
efectiva lo que realmente prescribía la LOE: la “instauración” de una monarquía franquista. El futuro se presentía
más bien negro.

Juan Carlos de Borbón no tuvo más remedio que aceptar como mal menor la continuidad de Carlos Arias nada más
asumir la suprema magistratura de la Nación y seguir dando muestra de sus proverbiales paciencia y buenas
maneras.

Idea Clave 22
La continuidad de Arias Navarro era una forma de hacer llegar a
Juan Carlos de Borbón el mensaje de que se “instauraba” una
monarquía franquista a la que debía servir con lealtad si no
quería encontrase con dificultades insuperables que pusieran
en peligro su corona otorgada por la única y suprema voluntad
política de Franco.

Sin embargo, a partir de aquel mismo momento, se abrieron en el país todo tipo de expectativas. Muerto el

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astro-rey en torno al cual giraba todo el sistema político, quedaba patente su nula representatividad.

El régimen franquista era un régimen apenas hecho a la medida de su fundador cuya continuidad política a las
puertas del tercer milenio y plenamente inserta España geopolítica, social y culturalmente en el área de las
democracias más avanzadas de Occidente, resultaba verdaderamente imposible. Era un auténtico despropósito de
la razón forzar al país en la línea del continuismo político. Insistir en esa dirección sólo podía acarrear inestabilidad
y sembrar para un plazo más bien corto el sueño de una nueva república.

Toda una sociedad expectante ante el inevitable y previsible “hecho sucesorio” se echó a andar sin prisa pero sin
pausa, serena pero al mismo tiempo exigente. La voluntad de “cambio”, de democracia, de poner al país a la altura
de sus vecinos europeos, más que un deseo era ya una exigencia firme dispuesta a abrirse paso por todos los
medios.

El joven monarca sabía esto y sabía también que la única forma de que arraigara de nuevo la Monarquía en
España era hacer un uso inteligente del estrecho margen de maniobra que se le concedió de entrada para llevar al
país en esa dirección.

Una vez coronado rey y con todos los poderes heredados de Franco por su única y soberana voluntad, podría tener
un mayor margen de maniobra y, consecuentemente, sabrá ir moviendo con suma prudencia y habilidad las
distintas piezas del tablero.

Declaró abiertamente en su discurso de coronación su firme voluntad de ser el rey de “todos” los españoles y
empezó a actuar coherentemente en ese sentido. A su vez sabrá rodearse no sin dificultades de algunas personas
leales y eficaces que bajo su impulso acometerán una de las obras de ingeniería política más sorprendentes y
exitosas de la Historia de España.

El país entero clamaba por el cambio, había decidido un cambio pacífico pero firme y sin vueltas a un pasado sobre
el que se quería pasar rápidamente página, y el joven rey tuvo arrestos suficientes para conducir tal proceso en la
única dirección posible.

Idea Clave 23
Esa dirección fue transformar la monarquía franquista que
heredaba en una monarquía parlamentaria de acuerdo con sus
homólogas europeas. Y contó para ello con el apoyo masivo del
pueblo español.

Resumen

En esta conferencia se ha realizado un seguimiento pormenorizado de los acontecimientos que tuvieron lugar
durante el período de transición en España entre 1967 y 1975.

A partir de las memorias que escribiera Salgado-Araujo, edecán del general Franco, hemos explicado el desgaste y
la crisis que, tanto en lo personal, para el propio Franco, como en lo institucional, para la nación, sufrió el regimen
franquista.

Para ilustrar esta etapa, se han descrito los principales enfrentamientos ideológicos en el interior del régimen, la
creación del plan de estabilización de 1959 con el objetivo de terminar con el aislacionismo de España en Europa y
la creciente toma de conciencia de su importancia por parte de las clases trabajadoras a través de la militancia
gremial.

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Se ha visto como la aprobación de la Ley Orgánica del Estado (10 de enero de 1967) supuso la culminación
“política” del régimen franquista, promulgada en un contexto mundial en el cual se vivían acontecimientos
trascendentes como el Mayo de 1968, el movimiento hippie y la acción política de Ernesto Guevara.

Se ha señalado cómo la elección del príncipe Juan Carlos de Borbón, como sucesor en la jefatura del estado,
significó una forma de mantener la continuidad del régimen, a pesar de los profundos enfrentamientos de facciones
en el interior del movimiento que originó su designación.

Luego de explicar la constitución de la Junta Democrática de la que formaban parte el Partido Comunista de
España (PCE), el Partido Socialista Popular (PSP), el sindicato Comisiones Obreras (CCOO), el Partido Carlista
(PC) y el Partido del Trabajo de España (PTE), se ha descrito la muerte de Franco y la desaparición del régimen.

BIBLIOGRAFÍA

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