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MIRANDA LIDA

la rotatjva de Djos
PRENSA CATÓLICA Y SOCIEDAD
EN BUENOS AIRES: EL PUEBLO
1900-1960

Editorial Biblos
Capítulo 6
EscÁLERA AL CIELO. Los AÑOS 30

1929 trajo consigo una nueva sede para el periódico que fue inau-
gurada con gran alharaca, al igual que la de Crítica en su hora. La
significación del evento fue magnificada, ocultando así la distancia que
existía entre sus aspiraciones y la realidad: no sólo El Pueblo no se ins-
taló en la Avenida de Mayo ni ocupó un edificio de dimensiones palacie-
gas, sino que lo hizo en una casona baja y de antiguo estilo, de apenas
dos plantas y modesta fachada, que había pertenecido antaño al Club
Católico. Dejó una asignatura pendiente.
A la hora del trigésimo aniversario, en abril de 1930, se comenzó
a pensar en la necesidad de una nueva mudanza. Ese año El Pueblo
publicó una edición especial de aniversario -era la primera vez que lo
hacía con tanto alarde- donde en primera plana retrataba gráficamen-
te la historia del periódico, bajo el título "lo que fue, lo que es y lo que
será" (EP, 30.3.1930, p. 1). Lo que fue se sintetizaba con un dibujo de la
antigua casona de la calle Bolívar, acompañado por la única rotativa
con la que el periódico había funcionado hasta la "cruzada" de 1928; "lo
que es" se podía retratar con la fachada de la casa de la calle Piedras,
sus dos rotativas y casi una docena de linotipos. Y lo que será, por úl-
timo, se graficaba con el dibujo de un edificio de estilo norteamericano
que pretendía ser una copia -si bien a pequeña escala- de los grandes
rascacielos como el Empire State Building que por entonces estaban
construyéndose a ritmo acelerado en las grandes ciudades occidentales,
con más de una decena de pisos y un enorme cartel con el nombre del
periódico, tres rotativas y cerca de veinte linotipos. Todavía no se había
levantado en Buenos Aires el edificio Kavanagh; así, pues, El Pueblo
pretendía colocarse a la vanguardia de la arquitectura porteña y daba

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una cabal muestra de su modernidad. 1 Aspiraba a ser el "primer dia-
rio argentino", fórmula que se convertirá en una verdadera muletilla
en las páginas del periódico. El sueño, desde ya, nunca se materializó.
Nos dice mucho, sin embargo, acerca de las expectativas con las que se
afrontaba el futuro. En este porvenir de grandeza al que se creía des-
tinado, el diario pasó a autodenominarse el "gran diario nacional del
catolicismo argentino'', y adoptó un lago donde el nombre del periódico
aparecía impreso sobre un mapa del territorio nacional. Pudo comen-
zar a jactarse de ser ya un diario moderno:
Diario católico no quiere decir revista piadosa, boletín pa~
rroquial ni recopilación de enseñanzas de los Santos Padres de
la Iglesia, ni siquiera profusión de artículos y colaboraciones
doctrinarias; el diario católico debe ser diario moderno, ágil,
noticioso, dinámico, multiforme e interesante. (Suplemento, EP,
1.12.1935, p. 7)

En los años 30, el periódico atravesó un período de crecimiento ex-


ponencial cuando pasó a autodenominarse "Editorial El Pueblo" y lo-
gró diversificar su producción a un ritmo vertiginoso. La década del 30
fue la época dorada del periódico, y si bien no pudo adquirir nunca su
anhelado rascacielos, lograría establecerse finalmente en la Avenida de
Mayo, donde fijó la sede de su oficina comercial. La "Editorial El Pueblo"
contaría entre sus productos: varios espacios fijos en la radio (noticieros
básicamente); una multiplicidad de revistas, folletos, volantes y libros;
una edición regional con sede propia en la ciudad de Salta; una agencia
informativa internacional de su propiedad, fortalecida además por la
participación del periódico en diversas muestras en el exterior; la pre-
sencia de reputados colaboradores extranjeros y nacionales; una distri-
bución que alcanzaba incluso a los países limítrofes. Se convirtió en toda
una empresa editorial. Fue también en la década del 30 cuando el núme-
ro de los accionistas alcanzó su cúspide, con un total de 162 miembros,
entre sacerdotes, asociaciones católicas, congregaciones y laicos (EP,
15.10.1936). La edición diaria del periódico también creció: hacia media-
dos de la década, las páginas treparon a 24 como mínimo (en ocasiones,
subía a 32), a lo que debe sumársele un suplemento dominical de entre
8 y 12 páginas más. Ellas se poblaron -como nunca antes- con profu-
sión de fotografías, que solían reemplazar al texto a la hora de infor-
mar; fue también hacia mediados de la década que El Pueblo adoptaría

l. Adrián Gorelik y Anahí Ballent, "País urbano o país rural: la modernización


territorial y su crisis", en Alejandro Cattaruzza (ed.), Nueva historia argentina, vol.
7, 2001, pp. 143-194.

[96]
finalmente el popular formato tabloide y sus secciones se multiplicaron
exponencialmente: au~omovilismo, bibliografía, boxeo, colombofilia, co-
mentarios de actualidad, filatelia, folletín, historieta, turf, comentarios
- sobre el idioma (en la columna "Para el buen decir", de Rodolfo Ragucci),
teatro, sociología y otras tantas más. Y a medida que la empresa crecía,
no menos importante fue la incorporación del lenguaje y las técnicas
publicitarias para poner en circulación cada una de las novedades edi-
toriales que daba a luz. Véase un ejemplo, de tono por demás exaltado:
La editorial El Pueblo [es] capaz de producir en sus moder-
nos talleres propios dotados de dos rotativas y diez máquinas
de componer toda clase de folletos, volantes y carteles en tira-
jes fabulosos y a precios fuera de toda competencia. [. ..J ¡Haga
marchar las rotativas al servicio de Dios! (EP, 10.6.1937, p. 21;
15,5.1938, p. 7)

Veamos los hitos de esta vertiginosa transformación. En 1929 na-


ció del seno del suplemento dominical una nueva publicación indepen-
diente, la revista semanal Pro-familia, que habrá de contar con más de
dos décadas de vida. Tenía por destinatarias a las parroquias a las que,
previo encargo, se les repartía semi-impreso, con un número variable
de páginas en blanco que podían ser utilizadas como boletín propio,
según los deseos del párroco. También se distribuía en hospitales y
cárceles, a través de sus respectivos capellanes; Pro-familia fue proyec-
tada para circular, según rezaba la publicidad que la anunciaba, "desde
las parroquias de los pueblos extremos del norte hasta el presidio del
sur [Usuhaia]"(EP, 13.4.1930, p. 1). El Pueblo sacaba provecho de las
ventajas técnicas de las que gozaba, con la que ninguna publicación
católica podía competir. Pro-familia se sumó a la revista Christus, que
desde 1927 se publicaba para Semana Santa y se distribuía también
por encargo. En 1939, a su vez, les sucedió a ambas la revista Aleluia,
que veía la luz en la Navidad. Y en 1940, por fin, surgió a su vez Epo-
peya, que circulaba para las fiestas patrias -volveremos luego sobre
esta última-. Estas publicaciones le permitieron a El Pueblo lograr un
contacto privilegiado con las parroquias, centro por excelencia para su
distribución. Los párrocos podrían así emprender con éxito -se decía-
la "conquista" de su feligresía para el cristianismo. Una de las más
fuertes promesas del integrismo católico parecía volverse realidad con
tan sólo distribuir un boletín que por su calidad gráfica pretendía estar
por encima de lo que habitualmente se veía en las parroquias:
Acostumbrados estamos a tanta revista, periódico o bole-
tín de exclusivo carácter religioso o piadoso hecho casi siempre

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con recortes de otras hojas análogas [...] El material de lectura
casi siempre viejo [... ] no puede aportar la frescura de un co-
mentario producido en el día [. . .] Por último una presentación
estética pobre, casi misérrima, atrasada y vetusta, sin tipos
modernos ni clisés, ni dibujos, ni viñetas hacen insoportable la
lectura de ciertos periódicos, boletines y revistas que se editan
en todo el país [... ] Para remediar ese lamentable estado de
cosas fundó El Pueblo en 1929 Pro-familia [... ] En pocos meses,
realizará con su penetración proselitista la conquista de ese sec-
. toro barrio. (EP, 30.4.1938, p. 15)

Que los párrocos utilizaran a su vez este mismo lenguaje en clave


de cruzada a la hora de lanzarse a las más diversas tareas pastorales
no será pues de extrañar. La (re)conquista de la sociedad para el cristia-
nismo, fórmula cara al catolicismo exacerbado de los años 30, es insepa-
rable de una industria cultural católica que no hacía sino diversificarse
y crecer en todas sus dimensiones. Su mejor exponente habría sido el
diario que, además, constituía la expresión más popular y masiva de
la cultura católica de los años 30 -si bien era por cierto algo más plural
de lo que suele parecer a simple vista-, y al mismo tiempo la más eficaz
para difundir ese tipo de discurso, dado que su retórica era sencilla y
de amplia llegada. El Pueblo se publicitaba con consignas tan pedestres
como la siguiente: "su divulgación es de extrema necesidad en la socie-
dad paganizada que nos rodea" (EP, 10.3.1931, p. 2). Y tuvo también sus
imitadores. Así, por ejemplo, el boletín Ave María, de la parroquia de la
Inmaculada Concepción de Belgrano que apeló a la metáfora -moderna
y sencilla a la vez- del interruptor de luz para explicar el sentido de Dios:
Fijaos en lo que ocurre todas las noches en una habita-
ción moderna. Junto a la puerta suele haber un interruptor con
cuyo movimiento se enciende o se apaga la luz eléctrica. Es un
sencillo movimiento giratorio de un botón. Dadle media vuelta;
la luz se enciende y todo queda bañado en esplendor de claridad.
Dad otra media vuelta, la luz se apaga y todo queda sumido
en las tinieblas. Esto acontece con la afirmación de Dios. Es el
interruptor que llena las inteligencias de luz o las sumerge en
la oscuridad. Dad media vuelta: hay Dios; todo queda lleno de
claridad. Dad media vuelta; no hay Dios, todo queda sumido en
una noche oscurísima. 2

El estilo de El Pueblo no es muy diferente al de este modesto bole-


tín barrial, pero su alcance es más masivo y, por tanto, más ambicioso.

2. "Un interruptor",Ave María, 1.11.1936, p. 2.

[98]
Como ejemplo, mencionaremos un episodio de 1929 que ayuda a retra-
tarlo. El diario editó y puso en venta un libro que contenía las confe-
rencias de Gustavo Franceschi en torno al filósofo austriaco Herman
Keyserling. De visita en la Argentina gracias a Victoria Ocampo que
lo convocó para dar un ciclo de conferencias, Keyserling declaró, muy
provocativamente, que la Argentina no era un sucedáneo digno para
tomar la posta de una Europa en decadencia -desde la primera Gue-
rra Mundial se habían popularizado las ideas de Spengler- debido a
su "primitivismo", típico de cualquier país de América del Sur. Esta
declaración, que fue percibida como una ofensa por un público que en
un principio se había encandilado con el visitante europeo, le dio a la
obra de Franceschi la oportunidad de convertirse en best-seller. Fue
rápidamente publicada, sobre la base de una serie de artículos que
salieron en El Pueblo, y luego reeditada. Y ello a pesar de que el común
lector de El Pueblo desconocía mayormente a Keyserling: "conózcalo a
través del libro de monseñor Franceschi", rezaba el anuncio en torno
a un libro que lograría colocar los debates intelectuales al alcance del
lector común (EP, 27.9.1929). ¿A qué se debió su éxito, que El Pueblo
no tardaría en usufructuar? Según interpretaría un periódico de San-
ta Fe que se hizo eco del asunto, la clave estuvo dada en el hecho de
que un "sabio" argentino demostró tener el coraje de refutar al filósofo
extranjero: "entre nosotros, hay también gente que piensa", escribiría
(EP, 28.7.1929). Como corolario, Franceschi, adquirió uno de sus más
populares e inesperados éxitos editoriales que le permitirá ganar re-
putación y así en 1930 lo podremos encontrar ofreciendo conferencias
en el Jockey Club. El Pueblo, por su parte, pudo comenzar a jactarse de
haber elevado su nivel intelectual: "queda demostrada la eficiencia que
posee como vehículo de difusión de la producción científica y literaria"
(EP, 7.7.1929).
Al periódico le preocupaba elevar el nivel de sus páginas: incluyó
artículos de plumas reputadas como Mons. Baudrillart o el propio Jac-
ques Maritain -compró los derechos para traducirlo en 1932-; incorporó
columnas estables de literatura a cargo de Ventura Chumillas, crítico
literario de gran admiración por Jorge Luis Borges, que llegaría a publi-
car por la afamada editorial Tor y otra más de comentarios lingüísticos
y filológicos firmada por Rodolfo Ragucci. Esta preocupación respondía,
quizá, a las críticas que solapadamente se le hacían al diario -incluso en
ámbitos católicos- por su ramplón estilo de barricada y de propaganda;
quizá también porque la aparición de Criterio en 1928 demostró que era
posible otro tipo de periodismo católico, de alto vuelo intelectual, bajo la
forma de un semanario que, además, sería capaz de concitar firmas pro-
venientes del más amplio espectro ideológico -ello fue posible, al menos

[99]
en un principio cuando los intelectuales no se habían polarizado todavía
por la cuestión del fascismo y la guerra española-. En 1932 Franceschi
se hizo cargo de la dirección de Criterio, que permanecería bajo su batu-
ta hasta 1957, y el prestigio de la revista se afianzó.
En este contexto, El Pueblo incrementó el espacio que le brindaba
en sus páginas al debate intelectual y en 1935 incorporó toda una sec-
ción de "sociología, apologética y doctrina". Sin embargo, si se lo com-
para con Criterio, salta a la vista que sus perfiles y sus públicos eran
diferentes, y no competían entre sí. Mientras que Criterio participó
como protagonista de primer nivel -actor y tribuna a un tiempo- en el
debate que desencadenó la visita de Jacques Maritain a la Argentina
en 1936, en un contexto particularmente sensible debido al estallido
de la guerra civil en España, y se convirtió en un interlocutor que la
revista Sur no podía ignorar -la revista cultural dirigida por Victoria
Ocampo fue sin duda la más importante de la Argentina de los años 30,
con gran repercusión internacional-, El Pueblo tan sólo recibía los ecos
lejanos de estos debates de alto vuelo. Su posición ante la guerra espa-
ñola no se dirimió tras arduos debates intelectuales, sino que se definió
de manera simple y binaria: o se estaba con los comunistas o contra
ellos, puesto que no había más opción. No había lugar para profundos
debates, matices o ambigüedades en el diario católico, a diferencia de
Criterio donde el lector atento podía captar las sutilezas que separaban
a Franceschi de Julio Meinvielle.
Mientras que el diario quería tener un público de masas, la revista
se dirigía a círculos intelectuales y era ésta una diferencia significati-
va, que determinaría el rumbo y el estilo de ambas publicaciones. El
Pueblo tuvo que esforzarse por hacer de la doctrina algo atractivo para
un lector popular, fácil de leer para un público de masas sin mayor for-
mación doctrinaria, teológica o dogmática, y sin especial predilección
por este tipo de lecturas. Rápidamente se modernizó el formato de la
página de doctrina para transformarla en un pequeño suplemento de
tamaño accesible -la página tamaño sábana se dobló en dos- que fue
bautizada con el nombre de "Cátedra" y se presentó como coleccionable,
ofreciéndole al lector cada tres meses un índice temático para que lo
pudiera encuadernar. El suplemento "Cátedra", dirigido por Roberto
Meisegeier, emulaba a Criterio, e imitó incluso buena parte de su pre-
sentación gráfica, pero no lo hizo con el objeto de competir sino para
ofrecer una versión popular y masiva de la prestigiosa revista.
Mientras que ésta era un centro de debate y producción intelectual
que gozó de amplia reputación, el suplemento "Cátedra" no fue más
que una suerte de Reader's Digest que ponía en circulación en el gran
público artículos tomados de las principales publicaciones católicas,

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nacionales e internacionales. Además de Criterio, se basaba en La
Civilta Cattolica, La Vie Intellectuelle, J;Osservatore Romano, Études,
Estudios, La Croix, e~tre otras. Así, en ocasiones "Cátedra" difundía
·fragmentos de los editoriales que Franceschi redactaba para el con-
junto más selecto de lectores que tenía el semanario. De este modo, El
Pueblo contribuyó a afianzar la reputación de Criterio y de su director.
Franceschi solía ser presentado en El Pueblo bajo un halo de prestigio
que incluso se podía advertir en el modo en el que aparecía su imagen
en los avisos publicitarios. A la hora de "posar" como modelo, Frances-
chi también daba cátedra. En 1936, un aviso de YPF que llevaba su
imagen lo presentó con el siguiente epígrafe: "Prelado de Su Santidad,
miembro de la Academia Argentina de Letras, Profesor de Sociología
en el Seminario Pontificio de Buenos Aires y en el Instituto de Ins-
trucción Religiosa Superior y de Historia de la Doctrina Social de la
Iglesia en los Cursos de Cultura Católica, canónigo de la metropolitana,
director de Criterio".
Los avisos de YPF se multiplicaron a lo largo de los años 30 en
El Pueblo, claro síntoma del alcance nacional que el diario había ya
conquistado. Mientras tanto, la consolidación de la red vial ayudaba a
avanzar en la integración del territorio y a crear con ello una imagen
de nación. Como demuestra la propia presencia de Franceschi en la
propaganda de YPF, el catolicismo no era incompatible con este imagi-
nario nacionalista y modernizador. El aviso le atribuyó al sacerdote las
siguientes palabras:
La fórmula YPF que leemos en la chimenea de barcos, en
el costado de tanques, en lo alto de surtidores, inteligible has-
ta para los niños, clara hasta para los analfabetos, constitu-
ye el símbolo de una empresa "argentina", de una realización
"nacional" en el sentido noble y pleno de la palabra, la expre-
sión cifrada de nuestra capacidad como pueblo para agregar a
nuestra independencia política y a nuestra cultura propia esa
autonomía económica sin la cual no habremos alcanzado la to-
tal personalidad como Estado. (EP, 15.8.1936, p. 9)

No es casual que estos avisos aparecieran en las mismas páginas


de El Pueblo en las que se publicaban las noticias relativas a los con-
gresos eucarísticos que con tanta frecuencia se reiterarían en los años
30 en diferentes escenarios del país. Al igual que la red vial y la radio
con los que se vincularían plenamente, los congresos tuvieron una di-
mensión nacional, fuertemente integradora. Fueron grandes hitos que
signaron el modo en que el catolicismo argentino se hizo presente en
la vida pública de la década del 30. Y también fueron decisivos para el

1101]
diario católico que precisamente en estos años y a la luz de la movili-
zación que los congresos trajeron consigo, vivió un verdadero frenesí.
La serie de congresos católicos celebrados en los años 30 fue el
signo de los tiempos: un congreso internacional en 1934 que contó con
la asistencia del cardenal Pacelli, regulares congresos nacionales que
se celebraron en las ciudades más importantes del país (Luján en 1937,
Santa Fe en 1940 y Buenos Aires en 1944) e innumerables congresos
eucarísticos diocesanos y semanas parroquiales o interparroquiales
en los barrios. Los ejemplos de fiestas católicas de carácter multitu-
dinario abundan; fueron el mayor "triunfo" -largamente celebrado en
clave de "cruzada" construida sobre el "mito de la nación católica"- del
catolicismo en la década de 1930. A pesar de que los sucesivos gobier-
nos de la década del 30 estuvieron teñidos de ilegitimidad, no por ello
la movilización social y política se replegó. Este fenómeno se vincula
con las transformaciones sociales y culturales de esos años.
Los congresos católicos solían ocupar el corazón de las grandes
ciudades; pusieron en evidencia el proceso de urbanización que se veri-
ficó en los años 30. Una semana eucarística celebrada en Santiago del
Estero daba lugar a una gran movilización que provenía de diferentes
provincias y lo mismo ocurrió en Catamarca en 1941 cuando, según
la crónica de El Pueblo, se contó con la presencia de miles de perso-
nas provenientes de diferentes rincones del país que viajaban en los
vagones más económicos del tren con su mate entre las manos. Las
ciudades de provincia veían así alterada su "tranquilidad somnolienta
de aldea"; ingresaban al cauce de las populosas y agitadas urbes mo-
dernas (EP, 25.4.1941, p. 10; 2.5.1941, p. 5). El proceso de urbanización,
la red de transportes y los congresos religiosos hacían posible, al pare-
cer, acortar la brecha entre Buenos Aires y el interior. Los congresos
se entienden también en este marco.
Además, se vinculan con el desarrollo del turismo. Su relación con
la Iglesia, las peregrinaciones y los congresos eucarísticos merecería ser
estudiada con más detalle para la década del 30 -la economía de estas
páginas no nos permite más que algunas apreciaciones generales-. Las
grandes fiestas católicas tanto en la Argentina como en Europa y en
distintos países sudamericanos solían ser promocionados a través de
avisos publicitarios, respaldados por agencias de turismo, que ofrecían
tours que incluían visitas a las catedrales y otros lugares de interés
religioso. Asimismo, en la década del 30 también se hizo frecuente la
relación con el paseo, incluso a veces dominguero: se explotó el weekend,
promoviendo peregrinaciones a Luján, Santos Lugares u otras localida-
des cercanas. Otras veces se ofrecían variantes más caras y exclusivas:
así el caso de un grupo de turistas porteños que en ocasión del Congreso

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Eucarístico de Chile de 1941, hizo el viaje con escala en Bariloche. 3 En
este marco no podía tener demasiado éxito una exhortación como la que
realizara Nicolás FasoÍino, arzobispo de Santa Fe, cuando en ocasión del
-congreso Eucarístico provincial de 1940, insistiría en que "no deseamos
espíritu turístico, sino puro espíritu piadoso" (EP, 12.9.1940, p. 6).
La movilización de grandes contingentes de una provincia a la otra
no podría haberse dado con tanta facilidad, ni a tan bajos costos, como
en la década de 1930. Los congresos pusieron en movimiento, o bien ace-
leraron, el desarrollo de una vasta gama de servicios que involucraban
al transporte automotor, el comercio, la hotelería y el turismo en general:
La enorme concurrencia de extranjeros, la afluencia en pro-
porciones quizá nunca vistas de los habitantes de las provincias a
la capital, la gran cantidad de obras a realizarse, entre otras, el
grandioso monumento donde se celebrarán las solemnes funcio-
nes religiosas; la ornamentación de las calles, instalaciones eléc-
tricas, confecciones de banderas y trofeos, más de 50000 trajecitos
para niños y niñas, distintivos, folletos, afiches, estampas, etc.; el
consumo extraordinario de alimentos, provisión de mercaderías,
la permanencia de los concurrentes en los hoteles de toda catego-
ría, la visita de los mismos a nuestros museos, a nuestros templos
[... ] la actividad no común que deberán desarrollar todas nuestras
compañías de transportes, tranvías, automóviles [. ..] el extraordi-
nario movimiento que redundará en beneficio del propio comercio,
del trabajador y de nuestro propio país. (EP, 22.4.1933, p. 6)

Otro factor que contribuyó a darle a este tipo de evento su carácter


masivo fue la utilización intensiva de los medios de comunicación para
su difusión y propaganda. La prensa, la radio y el gramófono jugaron un
importante papel en su difusión, popularizando sus cánticos. Incluso la
prensa "laica" los difundió con profusión; así, Caras y Caretas publicó un
número especial con gran despliegue de fotos, y lo mismo hicieron otras
publicaciones en ocasión del Congreso de 1934. En esos días febriles,
una publicidad de receptores de radio se redactaba en los siguientes tér-
minos: "Escuche los grandes acontecimientos mundiales. Dentro de po-
cos días habrá en Buenos Aires una de las más grandes concentraciones
de personas que la humanidad ha conocido [...] Si no puede concurrir,
escúchelo con un receptor Ericsson" (EP, 30.9.1934, p. 5).

3. Acerca del turismo es poca la bibliografía existente: Elisa Pastoriza y Juan Carlos
Torre, "Mar del Plata, un sueño de los argentinos", Historia de la vida privada en
la Argentina. Entre multitudes y soledades. De los años 30 a la actualidad, Buenos
Aires, 1999, pp. 49-77; Eugenia Scarzanella, "El ocio peronista: vacaciones y
turismo popular en Argentina, 1943-55", Entrepasados, 14 (1998), pp. 65-84.

1103]
El carácter apoteótico de las celebraciones se vio acentuado por la
incorporación de la cámara de cine, para registrar las grandes movili-
zaciones. En 1933, en ocasión del Congreso Eucarístico de Rosario, su
filmación obtuvo un inmediato éxito que estribaba, según interpretaba
El Pueblo, en "la presencia del pueblo en el film sonoro. Generalmente en
las películas mudas o sonoras el factor masa es ficticio" (EP, 1.12.1933,
p. 11). La cámara tornó a las masas socialmente visibles y a medida
que la película se difundió a lo largo del país, multiplicó las expectati-
vas en torno al Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires. La
ciudad moderna ya no intimidaba, a pesar de su modernidad. Tango,
prostitución y malevos habían contribuido a forjar una imagen de la
gran ciudad que el Congreso católico prometía borrar de un plumazo.
Así llegaron a Buenos Aires numerosos contingentes de las provincias. 4
Tan importante como el arribo del cardenal Pacelli fue la presencia
de los viajeros del interior que se apropiaron de la ciudad en aquellos
días de octubre, cuando cerca de medio millón de personas -se esti-
ma- entonaron cánticos que ya conocían casi de memoria, gracias a las
difusiones gramofónicas y las transmisiones radiales. Y en caso de que
no hubieran llegado a oírlos antes, los podían aprender in situ: la red de
altoparlantes instalada en los sitios de peregrinación les servía de guía.
Para El Pueblo, el altoparlante fue la estrella de la jornada, al que le
dedicó una foto en primera página: "distribuido estratégicamente por la
vasta urbe" sería capaz de alcanzar al público no católico y sacudir "las
conciencias de su indiferencia religiosa", dado que tenía por destinata-
rio un peatón ocasional, no necesariamente católico (EP, 17.9.1934, p. 1).
Los visitantes aprovecharon el viaje para conocer una ciudad que
no hacía más que renovarse en la década de 1930, gracias a la expan-
sión de las obras públicas. A los "peregrinos y turistas" -los términos
eran intercambiables- se les distribuyeron folletos en los cuales se les
sugerían actividades para realizar en su tiempo libre en Buenos Aires,
entre ellas, la visita de museos y otros paseos. Ofrecían información
hotelera y contaban con avisos que ponían a disposición del público al-
gunos descuentos especiales. Y fue para los turistas, claro está, que
se preparó una importante colección de souvenirs que incluía lápices,
lapiceras, ceniceros, muñecos y otros objetos que llevaban impresos el
escudo del Congreso. Quiérase o no, los congresos eucarísticos constitu-
yeron verdaderos fenómenos turísticos, y las autoridades eclesiásticas
no podían hacer gran cosa para impedirlo. La gente iba de compras y
viajaba: las dos cosas suelen ir juntas en el moderno turismo de masas.
Basta con consultar la Guía Oficial del XXXII Congreso Eucarístico

4. REABA, 1934, p. 675 y SS.

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Internacional de 1934, distribuida entre sus visitantes, para advertir
cómo los propios organizadores recomendaban los paseos turísticos a
La Plata, Luján o TigJ:.e, con sus ·respectivos museos, parques y calles
comerciales. Por algo se adjuntaba el croquis de la red de ferrocarriles.
Incluso se sugerían excursiones más largas a las sierras de Córdoba, las
cataratas de Iguazú, San Carlos de Bariloche o Mar del Plata. El paseo
más común fue el de Luján; la Basílica, el Museo Histórico en el edificio
del viejo cabildo, el Río Luján y el paseo campestre eran sus atracciones.
El Congreso Eucarístico Internacional fue todo un mega-evento
digno de un país moderno como era la Argentina de los años 30. Tuvo
sus sponsors publicitarios, entre los que se contaban las industrias más
modernas de la época. Las cervezas y maltas Bieckert, Palermo o Quil-
mes; los cigarrillos Chesterfield; las empresas de electricidad y trans-
porte (distintos ramales del ferrocarril, petroleras como YPF, Texaco o
Shell, y el Automóvil Club); las tiendas comerciales más tradicionales
(San Miguel, La Piedad); las casas de fotografía que vendían las cáma-
ras para registrar el souvenir; los bizcochos Canale, los bombones La
Gioconda o los dulces marca Noel (de membrillo, batata o de leche) que
ofrecían dulces para llevar de regalo para los que no pudieron viajar;
las tarjetas postales conmemorativas, que se vendían en los kioscos de
diarios; los sellos postales emitidos por la compañía de Correos; las lapi-
ceras que servían a su vez de souvenir; los dijes, las cadenitas, los pins
y los prendedores ... Algunos de estos objetos los vendía la elegante joye-
ría "Escassany" que supo salir al mercado con ofertas económicas para
el bolsillo de la gente común. Existía un mercado interno en completa
ebullición que, se esperaba, resultaría "providencial" para la economía
argentina, golpeada por la crisis mundial.
La Argentina se preparó desde largos años atrás para ser la sede
de un acontecimiento tal. Los Congresos Eucarísticos internacionales
no se celebran en cualquier parte del globo. Las ciudades se eligen con
cuidado, más o menos como hoy se organiza un Campeonato Mundial
de Fútbol. O las Olimpíadas. En 1934, era la primera vez que en Suda-
mérica se hacía algo así. Fue considerado un honor, tanto para Buenos
Aires como para el país entero. La designación vaticana confirmaba el
puesto que el país ocupaba en el mundo. Los estrechos contactos que la
Argentina había establecido con Europa desde fines del siglo XIX pesan
a la hora de explicar por qué resultó seleccionada. Esos contactos se
traducían en frecuentes viajes de un lado al otro del Atlántico -algunos
ya antológicos, como el del Plus Ultra-, inmigrantes, inversiones y abun-
dante comercio que iba y venía.
Desde que en 1930 se anunció que el Congreso Eucarístico de 1934
se celebraría en Buenos Aires El Pueblo se preparó para ese gran evento,

1105]
que hacía rato estaba aguardando. Sólo un "gran" diario -moderno y
profesional- podía cabalmente dar cuenta de un gran acontecimiento.
El Pueblo no estaba dispuesto a dejar pasar esa oportunidad para dar
un salto cualitativo y cuantitativo: el Congreso no sólo le permitió in-
cursionar en el mundo de la radio y lo afianzó a escala internacional,
sino que además lo llevó a pensar en adoptar el formato tabloide, con
una edición de 24 páginas como mínimo. Ya en 1933, en ocasión del
Congreso Eucarístico diocesano celebrado en Córdoba, envió correspon-
sales, preparó una transmisión por radio de las asambleas religiosas
y celebró la culminación del congreso con un titular que proclamaba
"¡Christus vincit!" (EP, 31.10.1933). El tono triunfalista no podía faltar.
En 1934 siguió día a día los preparativos que se hacían para orga-
nizar el congreso internacional, publicó todas las circulares que redac-
tó la comisión organizadora y prestó sus páginas para la realización de
un concurso del que habría de emanar el himno del Congreso Eucarís-
tico, cuya ganadora resultó, a la sazón, una frecuente colaboradora del
periódico (EP, 18.5.1933, p. 6). Fue, además, en el marco del Congreso,
la única vez que El Pueblo lanzó una edición vespertina que salió a
la luz el día 14 de octubre, fecha de la procesión de clausura del Con-
greso, y se distribuyó en las inmediaciones de la procesión. Por otro
lado, le permitió afianzarse en el mercado del interior, al que ya había
comenzado a apuntar sus dardos desde la década de 1920, de tal modo
que para 1943 El Pueblo ya podrá ostentar un total de casi trescientos
agentes en todo el país (EP, 22.5.1943, p. 4). Fruto de esta apertura
hacia el interior fue el lanzamiento, también en 1934, de una edición
regional de El Pueblo, que funcionó en la ciudad de Salta, a instancias
:¡~ del arzobispo salesiano Roberto Tavella. En este mismo sentido podrán
considerarse también las primeras incursiones de El Pueblo en el mun-
do radiofónico; ya otras publicaciones como Crítica habían ingresado en
este camino y El Pueblo, que se consideraba a sí mismo un diario mo-
derno, ni más ni menos que los demás, no estaba dispuesto a quedarse
atrás. El Congreso de 1934 le abrió el camino para tener poco después
un espacio fijo en la radio, cuyas transmisiones se anunciaban día a
día en la sección correspondiente del periódico: la "Cátedra radial de El
Pueblo", transmitida por LRlO, Radio Cultura.
A su vez, la dimensión internacional del congreso constituyó una
invalorable ocasión para que El Pueblo pudiera darse a conocer en el
mundo. En 1933 fundó una agencia de noticias internacional (la Agen-
cia Periodística Internacional, o API) que habría funcionado hasta los
primeros años 40, cuando la agencia norteamericana Catholic News
comenzó a llegar a la Argentina, de la mano de la expansión del pa-
namericanismo. La agencia difundía información católica no sólo de

1106]
la Argentina sino también de los países limítrofes, con el propósito de
encontrar eco en 15ls publicaciones católicas internacionales, en espe-
cial, L'Osservatore Romano. También con la expectativa de encontrar
impacto internacional, publicaría desde un mes antes del Congreso
una edición diaria con páginas en cuatro idiomas -francés, inglés, ita-
liano y alemán-. El trabajo no fue en vano, dado que el periódico fue
reconocido por la prensa extranjera, en especial el ABC de Madrid y
los diarios italianos. A ello le siguió que en 1936 El Pueblo fuera invi-
tado a participar con un stand propio en la Exposición Mundial de la
Prensa Católica del Vaticano. Y en 1937, José Sanguinetti, su director,
fue invitado a participar como representante de América del Sur en la
Unión Internacional de la Prensa Católica -congreso internacional de
periodistas católicos-. En 1941, más todavía, el papa Pío XII calificó a
El Pueblo como el más importante diario católico del continente, y lo
bautizó con el rótulo de "valeroso diario sudamericano" (EP, 18.11.1937,
p. 8; 13.4.1941, p. 1). Fue entonces cuando el lago del periódico se trans-
formó: en lugar de llevar el nombre del periódico impreso sobre el mapa
argentino, a partir de 1942 se proyectó sobre el mapa de toda América
del Sur. Bajo la onda expansiva de todas estas transformaciones, el
tono se volvía por demás exaltado: "Ojalá que El Pueblo clave un jalón
en su marcha ascendente hacia la consecución del sublime ideal que
acaricia: el reinado de Cristo en la sociedad" (EP, 1.1.1935, p. 3).
La fiebre por los congresos eucarísticos le dio una fuerte presencia
mediática al catolicismo todo. La palabra impresa en diarios y revistas
católicos, la voz del sacerdote transmitida por radio, parecían capaces
de potenciar el púlpito de manera casi mágica. La fe en la omnipotencia
de los medios de comunicación era una creencia muy extendida en la
época a la que el catolicismo no permaneció ajeno. Fue naturalmente la
radio la que más hizo para expandir esta creencia. En ámbitos católi-
cos, su expresión más paradigmática se encarnó en la figura de Virgilio
Filippo, cura multifacético, gran orador y autor de libros de tono exa-
cerbado que pese a ello se vendían de a miles -en buena medida, ofre-
cían la recopilación de sus vibrantes diatribas de Radio París-. Según
Filippo, la radio tenía un poder sobrehumano, capaz de convertir a los
indiferentes, y más si la voz del speaker era cálida y amable:
La gente va detrás de aquel que les habla. Se queda con
quien les habla mejor, es decir, con quien les brinda lisa y lla-
namente la verdad. Por la radio la verdad va acompañada por
el calor de la palabra, impregnada por el contagio del alma
apostólica. Al poco tiempo el radioyente entra en cierta sim-
patía con el expositor y, por fin, si busca desinteresadamente

1107]
la verdad se arrodilla y adora al Dios desconocido, o al Dios
olvidado. (EP, l. 4.1937, p. 21)

Más que cualquier otra cosa, fue la radio la que más contribuyó a
alimentar la ilusión de que tanto la misa como la religión podrían ser
llevadas hasta los últimos rincones del país. Las audiciones católicas
se multiplicaron, comenzando por la de la misa, que despertaría la ex-
pectativa de extender "por el éter", casi sin límites, la evangelización.
Era sin embargo una apuesta riesgosa, puesto que se no se podía dejar
de advertirle al oyente que la misa radial no eximía al católico de la
obligación de asistir al templo, confesarse y comulgar (EP, 25.II.1938).
A través de los medios de comunicación, la religión corría el riesgo de
banalizarse. De todas formas, las experiencias de radiofonía católica
no encontraron trabas, siendo quizá la más conocida y recordada la
"Hora Católica" de Radio El Mundo. Importantes figuras del clero porte-
ño circularon por diversos estudios radiofónicos: algunos ya tenían un
prestigio ganado antes de ingresar en ellos, como Gustavo Franceschi,
De Andrea o Dionisio Napa!; otros, en cambio, lo obtuvieron a través del
micrófono, como Ludovico García de Loydi que se dedicaba a explicar la
misa que todos los domingos se transmitía en vivo desde la parroquia
de San Miguel, donde oficiaba monseñor De Andrea. Esta transmisión,
que se inició en 1937 con la sola intención de acercar la misa a los en-
fermos que no podían acercarse al altar, terminó ocupando un espacio
central en la programación de LS 3 Radio Ultra, la emisora católica
que ocupó el dial a fines de la década de 1930.
Es poco lo que se sabe sobre esta emisora católica. Habría comen-
zado a operar hacia fines de 1936, en estrecha relación con el diario
El Pueblo. De hecho, los informativos de la radio se emitían desde la
propia redacción del diario, y más de un periodista de El Pueblo pasó
por los estudios de la emisora. Pero la radio tuvo desde el comienzo un
lugar independiente de los talleres del periódico, con su edificio ubicado
en la avenida Córdoba 653. A partir de febrero de 1937, tuvo además su
propia revista, titulada Ultra, a imitación de la ya popular Radiolan-
dia: se trataba de un pequeño boletín de distribución gratuita donde se
promocionaba la programación de la emisora.
Esta última era variada. Sabemos que las homilías estaban lejos
de ocupar todo el espacio disponible en el aire. Existían programas
de fines netamente recreativos o culturales, incluso para los niños; se
transmitió ópera en forma surtida, así como también estuvo presente
la canción criolla, algún concierto de piano e incluso el radioteatro "El
extraño caso del murciélago" aparentemente con elenco propio -esto
era al menos lo que se declaraba públicamente, aunque es probable que

1108]
este elenco estuviera compuesto por aficionados-. La emisora católica
tuvo también su propio concurso de oyentes (se lo llamó "Amistad") que
habría llegado a tener más de 90 mil participantes, según se informó
(EP, 2.I.1937, p. 23; 7.II.1937, p. 16; 22 y 23.II.1937, p. 16; 3 y 4.V.1937,
p. 14; EP, 17 y 18.V.1937, p. 14). No obstante, la palabra sacerdotal tenía
un lugar central, junto con la difusión de los principales eventos católi-
cos que ocurrían en la ciudad. También ocupaba un lugar importante la
Acción Católica que difundía por radio las principales decisiones toma-
das en sus asambleas y transmitía, en conjunto con el diario El Pueblo,
las calificaciones cinematográficas en las que emitía su fallo acerca de
la calidad moral de las películas en cartel en los cines argentinos. Estas
calificaciones, que también se publicaban en el diario, solían ser difun-
didas a nivel parroquial en volantes y revistas.
La expansión de las industrias culturales católicas, incluido el dia-
rio El Pueblo, vieron la luz en un contexto de creciente demanda, fruto
del aumento demográfico, las migraciones internas, las expectativas del
ascenso social de las masas y el propio crecimiento de la ciudad. Al mis-
mo tiempo, también se consolidó la presencia institucional de la Iglesia,
en especial, en Buenos Aires. El número de parroquias había crecido a
la par de la ciudad desde las primeras décadas del siglo XX. Entre 1900
y la década de 1920, prácticamente se duplicó su número en la ciudad:
eran 20 hacia 1900 y alcanzaron un total de 38 en 1923. En estos años,
se integraron nuevos barios al tejido parroquial: Liniers, Villa del Par-
que, Bajo Belgrano, Caballito, Lugano, Mataderos, Maldonado, etc. El
proceso habrá de continuarse con muchísima más intensidad todavía
en los años de entreguerras, cuando la urbanización de Buenos Aires
terminó de afianzarse en todo su perímetro. Así, ya para los primeros
años de la década de 1930 se había alcanzado un total de 80 parroquias
y habría 25 más para 1940.
Los números pueden ser engañosos, sin embargo. Una cosa es la
creación administrativa de una parroquia y otra bien distinta es su
puesta en funcionamiento efectiva, que demandaba habitualmente
una serie de pasos previos: la obtención de un terreno, la ceremonia de
bendición de la piedra fundamental, las colectas para la construcción
del templo, su consagración una vez levantado y la designación de un
sacerdote dispuesto a trabajar en ella. El proceso llevaba tiempo, en
algunos casos incluso varios años. Durante los arzobispados de Bottaro
(1926-1932) y de Santiago Copello (1932-1955), los planes de construc-
ción de parroquias se dibujaron sobre el papel mucho antes de que se
hicieran realidad sobre el terreno. De este modo se lograba un alto efec-
to propagandístico que contribuiría a reforzar la sensación de que el
catolicismo argentino estaba atravesando un clima de "renacimiento".

1109]
La Iglesia se sumergió de lleno en la cultura de masas y se empapó
de todos sus códigos, tal como lo hizo la propia sociedad de la época.
La expansión de las industrias culturales de matriz católica coincidió
con una época de gran crecimiento para todas las industrias cultura-
les argentinas -cine, libro, radio, música-, tanto más notable. en una
época de notable cerrazón cultural para Europa provocada tanto por la
guerra civil española como por el ascenso del nazismo; en particular, la
guerra de España dejó un vació en la cultura en lengua española que
la Argentina estuvo en condiciones de aprovechar. Tanto es así que lle-
garía a ocupar una importante plaza vacante en el mundo, convirtién-
dose en un centro productor de cultura de nivel internacional. Libros y
películas comenzaron a hacerse con calidad de exportación, con vistas
a satisfacer un mercado externo que se extendía cada vez más a toda
Hispanoamérica. En el mercado de los libros, descollaron las editoria-
les Losada, Sudamericana y Emecé, a cargo de exiliados españoles. Por
debajo de ellas existía un sinnúmero de editoriales de menor calibre.
A tal punto llegó el boom editorial de Buenos Aires en la década de
1930 que incluso la industria editorial católica -siempre a la zaga en re-
lación con las editoriales de carácter comercial- pudo en cierta medida
acompañar este proceso y alcanzar la cresta de su propia ola. Si hasta
mediados de los años 30 los autores católicos más populares como Ma-
nuel Gálvez y Gustavo Martínez Zuviría publicaban sus obras, algunas
de ellas verdaderos best-sellers, en las casas editoras más conocidas,
de carácter comercial, hacia fines de esa década se puede advertir que
muchos de ellos viraron hacia la Editorial Difusión. En 1937, esta casa
fue fundada por Luis Luchía Puig, en pleno boom editorial porteño y se
convirtió en la empresa editorial católica más exitosa de su tiempo, de
proyección latinoamericana, capaz de lanzar la publicación de las obras
completas de los prestigiosos monseñores Miguel de Andrea y Gustavo
Franceschi, en varios tomos muy prolijos y cuidados. El Pueblo, por su
parte, fue la casa editora católica de mayor presencia multimedia, gra-
cias al modo en que sacó provecho de los grandes eventos católicos de
masas de los 30. Diversificó su oferta en todas direcciones y recurrió a
las más variadas estrategias para atraer a sus lectores.
Pero los congresos eucarísticos duraban apenas unos pocos días al año;
las grandes movilizaciones de masas sólo se realizaban en ocasión de las
más importantes festividades del calendario católico. El Pueblo, en cambio,
necesitaba circular y venderse todos los días del año, y no podía confor-
marse con lectores ocasionales, que leían el diario en alguna peregrinación.
Salir al encuentro de las masas fuera del calendario, cuando no había gran-
des celebraciones, no sería tarea fácil. De ahí la preocupación por hacer de
todos los lectores fieles "cruzados", a través del concurso de lectores.

1110]
Capítulo 8

ACTOR SOCIAL Y POLÍTICO

La expectativa del diario por influir en la sociedad, la cultura y


la política de su tiempo estuvo siempre presente, y creció más todavía
hacia la década de 1930. Comencemos por su aspiración a moralizar la
sociedad, típica de cualquier publicación católica. No se expresaba sólo
a través de una prédica acerca de la necesidad de regenerar la corrup-
ta sociedad moderna, sino que desembocó en iniciativas concretas a
través de las cuales el diario pretendía encontrar eco en la sociedad de
su tiempo. La prédica caía con facilidad en saco roto: repetida incansa-
blemente cual arenga militar, ni siquiera la tomarían al pie de la letra
muchos de los propios católicos. Mejor suerte correrían algunas campa-
ñas precisas tras las que se embanderó el diario, que lograron eco en la
sociedad e incluso, en algunos casos, en el Estado. Arquetípica en este
sentido fue la campaña hecha por El Pueblo, y acompañada también
por la Acción Católica (su Secretariado de Moralidad e infinidad de
células parroquiales se movilizaron al efecto), para censurar la obra de
José Portogalo, Tumulto, que en 1935 obtuviera el Premio Municipal,
para escándalo de los católicos que movieron cielo y tierra para impedir
que circulara la obra premiada, acusada de "pornográfica" y soez.
Otro ejemplo en este sentido se encuentra en su intervención mora-
lizadora en torno a la cultura de masas. Diarios, revistas y libros popu-
lares estuvieron desde sus primeros momentos en la mira, pero fueron
sus intervenciones en torno a la radio y el cine las que le propiciarían
mayor eco. El cine y la radio encarnaban la quintaesencia de la moder-
nidad de los años 30: no es difícil de imaginar que el catolicismo todo
tuviera problemas para asimilarlos plenamente. La manera en la que
El Pueblo afrontó esta cuestión fue diferente a la de cualquier otro actor
que proviniera de su mismo arco ideológico. Los sacerdotes pregonaban
una moral pacata y se sublevaban contra las costumbres modernas; la

[ 1291
Liga Patriótica, por su parte, solicitaría en reiteradas ocasiones a los
poderes públicos que se implementaran explícitas medidas de censura.
El Pueblo adoptó estrategias más hábiles que resultarían mucho más
exitosas en la práctica. Incorporó enjundiosas columnas de cine y de
radio, con comentarios sobre todas las novedades; no rechazó las más
modernas expresiones de la cultura de masas, pero confiaba en poder
influir sobre ella a fin de prevenir sus "excesos". La radio fue seguida
de cerca, con recomendaciones cotidianas acerca de las audiciones más
fiables, tanto desde un punto de vista moral como cultural, pero inter-
venir sobre ella era mucho más complejo en la práctica: exigía políticas
de Estado sobre las que el diario podía intentar presionar, pero no mu-
cho más. Lo intentó en 1932, cuando hizo campaña para exigir que el
gobierno prohibiera la transmisión de las carreras del Hipódromo. Pero
el grueso de sus intervenciones se concentró en el cine.
La calificación moral de los espectáculos se simplificó a partir de
1930, a la par de la modernización de la página de espectáculos, cada
vez más completa y profesional. Se introdujo una escala accesible y fácil
de entender con cinco categorías: buenas (inclusive para niños); acepta-
bles (para adultos); aceptables pero con reparos (se deja ver previa ad-
vertencia); escabrosas (tan sólo para personas con "criterio formado") y
malas (inadmisibles bajo todo punto de vista). Además, El Pueblo editó
folletos de publicación periódica (primero semestrales, luego trimestra-
les y por último, mensuales) con el conjunto de las calificaciones. Cuan-
do en 1936 vio la luz la encíclica Vigilanti Cura de Pío XI, sobre el cine
y los católicos, no tardaría en llegar desde el Vaticano una felicitación
al diario católico por su labor.
En la década de 1930, el contexto fue propicio para que este tipo
de publicación alcanzara vasto eco. La Municipalidad de la ciudad se
mostró favorable a recibir este tipo de intervenciones. Tristán Achával
Rodríguez, hijo del publicista católico de fines del siglo XIX, fue nom-
brado en 1932 jefe de la Inspección general de la Municipalidad y alentó
desde ese cargo la conformación de una Comisión de Moralidad -de
la que participaron conspicuos católicos como Tomás Cullen y Rómulo
Ayerza- cuya tarea sería la supervisión de los espectáculos, en espe-
cial, teatro y cine. Esta Comisión fue celebrada por El Pueblo como un
"triunfo" propio (EP, 2.9.1932).
Por otro lado está el hecho de que las salas de cine crecían como
hongos por Buenos Aires. Las había en todos los barrios, e incluso comen-
zaron a prosperar en los suburbios y en los pueblos de provincia. Eran un
poderoso centro de atracción popular pero, al mismo tiempo, también se-
rían objeto de quejas. No sólo por las películas que se exhibían -muy difí-
ciles de controlar dado que los programas variaban sin previo aviso- sino

11301
por las propias características de estas salas que, naturalmente, funcio-
naban a oscuras y S!3 prestaban_ a que se pusiera en duda su "decencia":
allí se mezclaban hombres y mujeres de cualquier condición social. Es
cierto que las salas de cine comenzaron a adquirir cierta respetabilidad
burguesa hacia la década de 1930, al menos en el centro de la ciudad,
cuando el arquitecto Alberto Prebisch construyó el modernista cine Gran
Rex en la Avenida Corrientes. Pero en los suburbios continuaría desper-
tando recelos y acusaciones de inmoralidad. Era un escenario ideal para
que el catolicismo hiciera crecer su propia oferta de cine, y para que El
Pueblo lanzara sus folletos con las calificaciones de películas:
Ud. sabrá a qué atenerse cuando deba ir al teatro o al cine
porque El Pueblo, continuando una iniciativa única en el perio-
dismo mundial, le ofrece su nuevo folleto conteniendo las califi-
caciones morales de todos los estrenos cinematográficos y tea-
trales realizados últimamente entre nosotros. No más sorpre-
sas desagradables cuando lleve a su familia al cine o al teatro,
o cuando organice un beneficio. Desde 1930 El Pueblo trabaja
para evitarle disgustos y preocupaciones. (EP, 2.4.1936, p. 3)

La iniciativa fue bastante exitosa, tal como demostrará su repercu-


sión en la sociedad a lo largo del tiempo. Estos folletos eran de gran uti-
lidad en las parroquias: las calificaciones se exhibían en los atrios de los
templos y eran reeditadas por infinidad de publicaciones que recurrían al
juicio del diario católico porteño -la Acción Católica, en especial, las haría
suyas-. Además se las transmitía por radio, cosa a la que autorizaba la
sencillez con la que el periódico las elaboraba y las presentaba al lector:
Radio Excelsior -que también solía transmitir los resultados del Gran
Concurso Difusión- junto con Radio Ultra las reproducían con frecuencia.
Los lectores, a su vez, solían escribir para denunciar que en diversos esce-
narios se daban películas que habían sido calificadas como "malas" por el
diario, ya sea en funciones auspiciadas por católicos como en salas comer-
ciales que modificaban el programa sin previo aviso. No faltaron tampoco
este tipo de denuncias en torno a programas de radio: así, en 1932 un ra-
dioteatro inspirado en Eugene Sue movilizó muchos lectores indignados.
Las intervenciones del diario se hacían eco de las denuncias de la gente
e instaban a las autoridades a intervenir. No faltaría la crítica subida de
tono cuando la Comisión de Moralidad no obraba con la determinación
que se esperaba. Si esta comisión no bastaba, los católicos tendrían que
tomar medidas aún más severas al respecto, amenazaba:
¡Inadmisible! Por cuarta vez debemos ocuparnos de una
obra grosera, chabacana e injuriosa que se viene representando

1131]
en una sala desbordante de papanatas incultos, que ríen su risa
imbécil de inconscientes, ante las bufonadas de un seudo sacer-
dote. Es inadmisible que la flamante Comisión de Moralidad de
la Intendencia Municipal no haya puesto aun coto a ese desborde
zafio de grosería e incultura, que repugna a las personas decen-
tes. No desearíamos que cansados de la ofensa torpe, tuviéramos·
los católicos argentinos que salir por los fueros de convicciones
arriesgadas en lo más vital de las conciencias y en defensa del
teatro limpio, elevado, inteligente y honesto. (EP, 21.8.1938, p. 3)

No faltaron, por cierto, episodios de este tipo en los cuales los católi-
cos salieron "por sus fueros" en reacción a los espectáculos populares juz-
gados inmorales. En 1941, por ejemplo, en la parroquia de la Inmaculada
Concepción de Belgrano, a cargo de Virgilio Filippo, una junta parroquial
se dedicaba semana a semana a analizar los programas de los cines del
barrio, cotejándolos con las calificaciones morales de El Pueblo, para lue-
go salir a distribuir volantes que advertían acerca de las películas "malas"
que se daban en ellos (EP, 9.3.1941, p. 10). Se llegó al punto de promover
el boicot de las películas "inmorales", provocando en las salas de cine in-
cidentes violentos que redundarían en la suspensión de las funciones. Los
círculos de la ACA, y en especial sus varones jóvenes, eran los más activos
en este sentido -el Secretariado de Moralidad de la ACA era el que se
encargaba más específicamente de esta cuestión-. Ya para los primeros
años 40, El Pueblo había dejado atrás su cautela con este tipo de prácti-
ca. En ocasión de unos incidentes que provocó un grupo de jóvenes de la
parroquia de N. S. de las Victorias, con motivo del carnaval, escribiría:
Vaya nuestro aplauso a esos jóvenes de las Victorias que
se disponen a salir por sus fueros. Su ejemplo, no lo dudamos,
ha de ser seguido por otros buenos soldados de la Iglesia, y ello
asegurará la imposibilidad de que en adelante una osadía mi-
serable pueda mezclar las sagradas creencias de la población
sana del país con la farsesca locura de los carnavales. Si en
todo se procediera con tanta decisión, los enemigos de la re-
ligión verdadera no se atreverían nunca a dar la cara en sus
exteriorizaciones desvergonzadas. (EP, 1.3.1941, p. 9)

A comienzos de los años 40, el diario alcanzaba su tono más beli-


gerante. La Segunda Guerra Mundial no lo perjudicó de manera irre-
versible. J;Qsservatore Romano acababa de calificarlo como el "valeroso
diario católico sudamericano, primero de América". También le daría el
mote de "máximo diario católico de la América Latina" (EP, 16.12.1939,
p. 20; 30.7.1942, p. 11). A pesar de las estrecheces que supuso la gue-
rra, que impuso limitaciones en torno al papel que afectaron a toda

[132]
la prensa argentina -la cantidad de páginas de El Pueblo se redujo
durante el conflicto bélico a dieciséis y también se vio afectada la pu-
blicación de fotografías-, el diario católico pudo salir adelante a través
de su inserción en la radio. En 1938 salió al aire el programa "Cátedra
radial de El Pueblo" y para 1940, la emisión se repetía tres veces por
semana por Radio Municipal primero, y luego en Radio Porteña. En
1944, El Pueblo volvió a Radio Municipal con tres boletines diarios que
se emitían de lunes a viernes a las 12,30, 18 y 22 horas y para 1946, se
transmitía a diario en Radio Rivadavia tres veces al día.
Otras innovaciones que se registran en los primeros años 40 fueron:
la incorporación de servicios de noticias norteamericanos (Associated
Press y Catholic News), una decisión tomada en 1942 en medio de la gue-
rra a fin de evitar que el diario fuera acusado de parcialidad dado que
sostuvo la neutralidad argentina hasta sus últimos momentos y quería
evitar que se lo tuviera por pro Eje. Por otro lado, se destaca la publi-
cación a partir de 1940 de la revista Epopeya, de aparición ocasional en
las fechas patrias, de carácter telúrico y criollista. Esta revista además
serviría para acercar la historia eclesiástica, en clave confesional, a un
lector común que en líneas generales la desconocía, dado que no falta-
ría la evocación de los sacerdotes que participaron de la independencia,
en clave celebratoria. Otras innovaciones fueron el lanzamiento de un
concurso de arte en cuyo jurado se contó a fray Guillermo Butler y la ins-
talación de consultorios gratuitos -también los tuvo Crítica- que aten-
dían ya sea consultas médicas, odontológicas o jurídicas, con el respaldo
de las asociaciones católicas de profesionales que habían crecido en los
años 30. Todo ello se completó, finalmente, con la adquisición de un nue-
vo local a la calle que funcionó a partir de 1940 en la Avenida de Mayo,
donde El Pueblo tuvo su oficina comercial, bajo un cartel que podía ser
apreciado desde la vía pública. Su presencia social había crecido pero su
esfera de influencia por excelencia era -y seguiría siendo- la de la moral,
en relación con las costumbres y la cultura de masas. Su actuación en
torno a la "revolución de junio" de 1943 así lo demostraría.
El Pueblo fue partidario a rajatabla de la neutralidad en la Segun-
da Guerra, y esperaba que el gobierno militar se mantuviera firme en
esa posición. También la apoyaba, por cierto, la propia Iglesia Católica
que empezó a poner trabas a las publicaciones que circularan en las
parroquias y no respetaran este criterio. Así, por ejemplo, el obispo
de Mendoza, Alfonso María Buteler, prohibió en su diócesis la circula-
ción de Orden Cristiano y de El Pampero, dos publicaciones que solían
venderse a la salida de misa, con el argumento de que ambas, si bien
desde posiciones claramente antitéticas, habían tomado explícito par-
tido por los Aliados, la primera y por el Eje, la segunda (EP, 5.11.1942).

11331
El Pueblo en cambio se mantuvo inconmovible en la neutralidad, aún
cuando se hizo evidente que era una posición cada vez más difícil de
sostener. No parecía capaz de convencer siquiera a sus propios lectores.
Un diario que había tomado partido en 1936 con la guerra española
exigía ahora de sus lectores que supieran mantenerse a salvo de. cual-
quier tipo de polarización: "Si usted, buen amigo, posee la rara virtud
de la ecuanimidad, es decir, la imparcialidad serena de juicio capaz
de raciocinar con desinterés y juzgar con rectitud de criterio, entonces
estará capacitado para apreciar la noble conducta y la recta orientación
de El Pueblo" (EP, 11.1.1942, p. 12; 14.1.1942, p. 11). Tanta insistencia
sugiere que la imparcialidad se le hizo difícil de llevar ante una opinión
pública cada vez más polarizada. 1
A medida que la guerra avanzaba y la posición de los Aliados se for-
talecía, la neutralidad se volvió cada vez más sospechosa; más todavía
en una Argentina crecientemente presionada por Estados Unidos. Al
diario católico no le bastó con contratar las agencias de noticias nor-
teamericanas para apaciguar las críticas que hablaban de una velada
simpatía por el nazismo. No faltaron suspicacias y denuncias dentro del
propio universo católico como las que le propinaba Orden Cristiano. El
apoyo que el diario le brindó a la revolución de junio no hizo más que
fortalecer estas sospechas. El gobierno militar demoró hasta el último
momento la declaración de guerra, no sin sufrir fuertes tensiones. El
diario católico lo apoyó sin vacilar. No es de extrañar, pues, que en 1946
El Libro azul impulsado por Spruille Braden incluyera a El Pueblo en-
tre las publicaciones pro nazis de la Argentina.
El diario apoyó al gobierno militar desde el primer momento (José
Sanguinetti, el director, lo calificó de "renovación salvadora") y depositó
en él toda suerte de expectativas: permitiría dejar atrás la corrupción
del sistema político; regeneraría las costumbres, la cultura de masas y
los medios de comunicación. Atendería cuestiones de política social has-
ta entonces bastante descuidadas. Se reclamaba la implementación del
salario familiar y medidas de protección para la población rural puesto
que las migraciones internas propias de la época ponían en peligro la
tradicional familia numerosa y por consiguiente las tasas de natalidad.
Y, lo más importante: la enseñanza religiosa obligatoria.
Más aún, la "revolución del 4 de junio" se produjo casi en el mismo
momento en el que José Sanguinetti cumplía sus dos décadas al frente
de la dirección del diario. Durante los festejos, sin ningún prurito pudo
afirmarse que los últimos dos decenios en la historia del periódico, que

l. Al respecto, Tulio Halperín Donghi, La Argentina y la tormenta del mundo. Ideas


e ideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, 2003.

1134]
coincidían con la gestión de Sanguinetti, no habían sido más que un
preludio para el movimiento revolucionario, de tal modo que, según se
afirmaría de acuerdo con una vi-sión completamente teleológica, exis-
-tía una línea de continuidad "clara" entre las principales cruzadas em-
prendidas por El Pueblo desde la década del 20 y la revolución de 1943:
desde la campaña en pro de los católicos perseguidos en México en
1928, hasta la participación del periódico en la Exposición de la Prensa
Católica organizada en el Vaticano en 1936 ... En la memoria anual se
hizo difundir un texto en el que El Pueblo expresaba su satisfacción con
el nuevo gobierno y se presentaba como su más fiel impulsor:
Hállase El Pueblo hondamente satisfecho por la coin-
cidencia perfecta de su continuada prédica con el programa
constructivo que está desarrollando el gobierno actual [... ] El
renacimiento argentino débese en buena parte a esa tarea for-
mativa, orientadora y educativa de El Pueblo, y así lo reconocen
lealmente personalidades de nuestra República que le han lla-
mado el precursor ideológico del actual movimiento argentinis-
ta. (EP, 4.9.1943, p. 11)

El idilio, sin embargo, no persistió. Ni siquiera la implementación


de la enseñanza religiosa obligatoria a fines de 1943 lo mantendría a
salvo. Establecida por decreto, le impidió al diario católico declararse
su principal inspirador; debió conformarse con publicar en las páginas
coleccionables del suplemento doctrinario "Cátedra" los contenidos del
programa de la nueva asignatura que acababa de ser introducida en las
escuelas, colocándolos así al alcance de todos sus lectores. O con donar
a diferentes reparticiones de la administración pública los crucifijos
para colocar en sus paredes: no sólo era un modo de hacer socialmente
visible la cruz, sino además el propio periódico dado que estas donacio-
nes iban acompañadas por sus respectivos actos públicos, con asisten-
cia de autoridades civiles y eclesiásticas (EP, 26.9.1943, p. 3).
El año 1944, con un Perón instalado en la flamante Secretaría de
Trabajo y Previsión, se inició con el impactante terremoto de San Juan.
El diario católico, tal cual era su costumbre ante este tipo de sucesos,
lanzó una colecta para reunir fondos a fin de colaborar con los damni-
ficados. Sin embargo, su propuesta se vio rápidamente absorbida por
la campaña de fondos que emprendió el gobierno cuando resolvió que
"todos los aportes concurran a una sola colecta nacional" que, a la sazón,
quedaría en manos de la Secretaría a cargo de Perón. Las parroquias
también se vieron obligadas a ajustarse a esta política. Así, por ejemplo,
la de San Telmo entregó a la Secretaría dieciséis camiones cargados de
víveres, ropas y otros artículos, facilitados por comerciantes de la zona

1135 J
que se aprestaron a colaborar (EP, 18.1.1944, p. 1; EP, 31.1.1944, p. 3).
Pero al año siguiente, cuando el rumbo que tomaba el gobierno de la
revolución de junio resultaba cada vez más ajeno a las expectativas del
diario católico, no vacilaría en denunciar que "la reconstrucción de San
Juan está en evidente retardo", en abierto reproche a la manera .en la
que la Secretaría de Trabajo y Previsión había obrado con la distribu-
ción de lo colectado (EP, 7.4.1945, p. 1). 2
Otro motivo de fricción fue sin duda la cuestión de la neutralidad.
Admitió resignadamente la decisión oficial de la ruptura de relaciones
con el Eje en 1944, pero su resignación se tornó rápidamente en un sor-
do lamento cuando el gobierno aceptó, a comienzos de 1945, llevar a la.
Argentina al terreno de la beligerancia. No simplemente porque quería
conservar una posición a ultranza lo más ajena posible a la idea de inter-
venir en un conflicto bélico en el que siempre se había pronunciado por la
imparcialidad, sino también porque descubrió que sus propias opiniones
acerca de esta materia no hallaban ningún eco en las decisiones oficiales.
El Pueblo había intentado influir en el gobierno ante esta cuestión, por lo
demás crucial, pero éste le demostró con su indiferencia que su voz era
poca cosa. Pocos días antes de que se tomara la decisión, El Pueblo había
propuesto que lo mejor era convocar a un plebiscito. La determinación
oficial de participar en la guerra, sin previa consulta popular significó,
pues, para El Pueblo, el amargo descubrimiento de que su voz poco valía
ante el gobierno: éste ni siquiera se molestó en evaluar su propuesta. "No
se nos oyó", descubrió consternado (23.3.1945, p. 8; 28.3.1945, p. 8).
Mientras tanto, no sólo crecía como espuma la figura de Juan Do-
mingo Perón en el gobierno de Farrell sino que, al mismo tiempo, se
fue afirmando su estrecha relación con el movimiento obrero, sobre la
base de "hechos", tal como expresaba su eslogan "mejor que prometer es
realizar". No faltaron las acusaciones contra Perón, por sus inclinacio-
nes sospechosas de izquierdismo. Pero no fue esto lo más grave para el
diario católico, sino que, a medida que se fortalecía su anclaje en el mo-
vimiento obrero, se hacía evidente que Perón estaba dejando a un lado
la preocupación por el desarrollo rural. El Pueblo consideraba que el
problema no se solucionaba con dictar un "Estatuto del Peón", sino con
fomentar la población rural en el país y su calidad de vida, alentando
al mismo tiempo el aumento de la población y la tasa de natalidad. Se
había vuelto muy criollista desde fines de los años 30 -a tono con otras
tantas manifestaciones culturales la época-, tanto es así que en 1938

2. Acerca de la actuación de la STP en el terremoto, Mark Healey, "The fragility of


the Moment: Politics and Class in the Aftermath ofthe 1944 Argentine Earthquake",
International Labor and Working Class History, 62 (2002), pp. 50-9.

1136]
había incorporado una columna llamada "Don Zoilo en la ciudá" que re-
trataba con suma empatía las vivencias del migrante interno en la jun-
gla urbana, utilizando un lenguáje gauchesco. Inspirado en Alejandro
· Bunge, a quien se había invitado como columnista del diario en 1943,
El Pueblo abogaba por proteger al campo, relegado por los avances de la
ciudad y al mismo tiempo exaltaba el modelo de familia numerosa que
veía cada vez más alejado de la vida urbana. Con este objeto, publicó
una serie de notas de color que retrataban, a modo de ejemplo, la vida
de familias numerosas del interior del país, con todo su pintoresquismo.
Perón, por contraste, se concentró en trabar vínculos con los trabaja-
dores urbanos del cordón industrial del Gran Buenos Aires y en este
sentido resultaría decepcionante para el diario católico. Perón prefería
la familia nuclear típicamente urbana, con pocos hijos a la tradicional
familia numerosa, típicamente rural, a diferencia del diario católico: "el
hombre que se aleja de la tierra para hundirse en la vorágine urbana
arrastra a la familia, y los hechos tienen abrumadora elocuencia en lo
que concierne a la distinta vitalidad de la familia en uno y otro medio"
(EP, 4.7.1943, p. 8; 21.8.1951, p. 4). No era el "izquierdismo" de Perón lo
que le inspiraba desconfianza sino más bien su anclaje en los trabaja-
dores urbanos de los suburbios de la gran ciudad.
Pero el 17 de octubre hizo olvidar las suspicacias de El Pueblo hacia
Perón, tal como demuestra el célebre artículo de Delfina Bunge de Gál-
vez "Una emoción nueva en Buenos Aires" que, a diferencia de la prensa
socialista o comunista que no hizo sino ignorar o menospreciar la multi-
tud improvisada en la Plaza de Mayo, captó la fibra cuasirreligiosa que
los movía, que rememoraba -según la autora- las grandes jornadas de
los congresos eucarísticos. La movilización había sido pacífica, se desta-
caba, pero al mismo tiempo había sido emocionante: tal como retrataría
una célebre foto, el 17 de octubre encontró a las masas con los pies en la
fuente en pleno júbilo, sin incidentes. El espíritu -advirtió con agudeza
Daniel James- era carnavalesco. El diario católico, y también muchas
otras expresiones del catolicismo de la época, se dejaron impregnar por
él. La movilización popular había sido de una intensidad tal que el dia-
rio católico no estaba dispuesto a colocarse en la vereda de enfrente. Se
empapó del entusiasmo febril y del estilo político de las multitudes del
17 de octubre, desenfadadas, juveniles, espontáneas y dispuestas a salir
a ocupar la calle en todos los sentidos posible. Su influjo se traslució
en el lenguaje en el que El Pueblo invitaba a participar en su habitual
concurso de lectores, mostrándose juvenil y refrescante:
Se buscan hombres jóvenes o jóvenes hombres capaces de
esgrimir la espada trocada en pincel para que cual generales

11371
en jefes sepan y quieran organizar "UNA BUENA PEGATINA:'
de carteles de El Pueblo. Bastarán tres o cuatro soldados deci-
didos, resueltos, trabajadores, que no tengan miedo de salpicar-
se con gotas de engrudo, si a cambio se les da la oportunidad
de salir airosos, triunfales en la campaña mural de la verdad
íntegra, de la verdad impresa, de la verdad hecha tinta de dia-
rio que se estereotipie en los cerebros de la multitud. En cada
pueblo debe haber un "CAPITÁN ENGRUDO", técnico tácti-
co y estratégico que, armas al hombro, salga en estas noches
primaverales a engalanar su pueblo o ciudad con los hermosos
carteles del diario que aman los católicos argentinos. Usted
puede ser un INTRÉPIDO CAPITÁN ENGRUDO. Le damos
el espaldarazo que lo convierta en tal. A la lucha. Al combate.
[... ]Al trabajo, pues, SEÑOR CAPITÁN. (EP, 11.12.1945, p. 17)

La invitación parece haber tenido éxito, dado que las fotos de los
grupos de jóvenes y aspirantes de Acción Católica que repartían el pe-
riódico en los atrios de las iglesias -con o sin engrudo de por medio- co-
menzaron nuevamente a poblar las páginas del periódico a fines de 1945.
"Aumentan de continuo los fervorosos propagandistas de El Pueblo", se
escribía en diciembre (EP, 2.12.1945; 25.11.1945, p. 16). A esa altura, la
Iglesia ya se había pronunciado en torno a las elecciones que se avecina-
ban y, como era habitual, recordó a los católicos su deber de no votar por
quienes no respetaran los "derechos de la Iglesia''. Si bien este tipo de
intervención, bajo la forma de una carta pastoral, se repetía sistemáti-
camente desde que se implementó la Ley Sáenz Peña, en un contexto de
alta politización como el que precedió a las elecciones de febrero de 1946
resultó más que inoportuna: rápidamente despertó las sospechas de que
por detrás de semejante declaración se escondía un rotundo apoyo de la
Iglesia hacia Perón, dado que la Unión Democrática, que contaba con el
apoyo del socialismo y del comunismo, hacía gala de sus credenciales
laicistas. Las suspicacias no tardaron en recaer a su vez sobre el diariO
El Pueblo, al que se acusó de apoyar a Perón y, más grave todavía, de
ser "nazi". La aparición del Blue Book a comienzos de 1946, de amplia
circulación en los grandes diarios de Buenos Aires, no hizo sino reafir-
mar el rumor de que el diario católico había recibido apoyo de los alema-
nes durante la guerra (tanto en dinero como en insumos). El diario sacó
un comunicado para desmentir las acusaciones en danza, intentando al
mismo tiempo desvincularse de todas las implicancias que tuvo el pro-
nunciamiento público de la Iglesia, en un momento tan delicado:
El Pueblo es el diario católico argentino reconocido como
tal por el pontífice romano y por los obispos argentinos pero no

1138]
es el ORGANO OFICIAL del catolicismo argentino, ya que la
única publicación oficial de la arquidiócesis.en que se edita es
la Revista Eclésiástica. (EP, 19.1.1946, p. 9)

El desenlace de esta escalada de acusaciones fue la renuncia de


José Sanguinetti, que tuvo lugar el 23 de febrero de 1946, en vísperas
de las elecciones. No quiso aguardar a conocer el resultado electoral. Se
fue con la convicción de que, durante 23 años de gestión, había logrado
dejar el diario al margen de la política:
El Pueblo durante mi dirección mantuvo una rígida im-
parcialidad política, por sobre y lejos de toda militancia par-
tidista, prefiriendo perder colaboradores, amigos, avisos y re-
tribuciones antes de que sus páginas sirvieran de peana a las
luchas de la política. (EP, 23.2.1946, p. 9)

El proclamado apoliticismo de un diario que sin ambages había


dado pábulo a la más virulenta expresión del discurso de cruzada, pre-
tendiendo hacer del integrismo católico algo atractivo para un lector co-
mún, resulta poco convincente. Pretendió erigirse en un actor de peso
en la sociedad y en la política de entreguerras; emprendió campañas
contra la prensa laica; tomó partido en la guerra civil española; procu-
ró influir en la cultura y la sociedad de su tiempo con "cruzadas" mo-
ralizadoras; apoyó el derrocamiento del gobierno de Castillo, del cual
llegó a postularse como su verdadero inspirador. El cambio de director
de 1946 un día antes de las elecciones hacía sospechar que se avecina-
ban nuevos tiempos.

1139]

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