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INFORME
“EL UTILITARISMO”
Sección 001
Profesora Marilis Morales
CI – 25.188.814 Gómez, Marco
CI – 25.818.002 Ferrer, Abraham
CI – 24.381.004 Vergara Roberto
Ahora bien, no se trata, en primer lugar, de una incitación al placer fácil e inmediato
(como, por lo demás, tampoco era así en el hedonismo antiguo), sino de calcular los
efectos a medio y largo plazo de las propias acciones de manera que el saldo final arroje
más placer que dolor. Así, en ocasiones el sacrificio inmediato será lo correcto en aras
de un beneficio futuro que se prevé mayor. Dicho cálculo ha de resultar en principio
sencillo, pues, aunque Bentham reconoce que hay placeres y dolores tanto del cuerpo
como del alma, ve posible aplicar criterios simplemente cuantitativos para esa evaluación
(criterios como la duración del placer, su intensidad y extensión, la probabilidad de
obtenerlo, etc).
Ya antes se han mencionado dos razones del éxito o de la amplia aceptación del
utilitarismo: su carácter reflexivo y ponderado en la conducta individual, y la
racionalización objetiva e imparcial de la vida social. Todo ello en el marco de una doctrina
que proclama como principio el interés por la felicidad general, la benevolencia universal.
Mayor y mejor principio no cabe; con lo que se pretende cargar el peso de la prueba sobre
toda otra teoría que se enfrente al utilitarismo.
Ahora bien, a pesar de todas estas razones que los utilitaristas han esgrimido en
favor de su teoría, nunca faltaron desde muy pronto las objeciones a dicha concepción.
Objeciones que, o bien pretenden descubrir alguna incoherencia en el seno del
utilitarismo, o bien —sobre todo— resaltan su inconsistencia e incluso oposición a
convicciones muy arraigadas en el sentir común moral. En realidad, al utilitarismo se
opone toda aquella doctrina moral que admita, además del principio de utilidad
benevolente, otros principios morales o del deber. A cualquier sistema ético de esta clase
se le llama deontologismo, en oposición al utilitarismo. De modo que las doctrinas
morales deontológicas han sido las dominantes en la historia de la ética; lo cual, por
supuesto, nada dice en su favor. Es más, precisamente el utilitarismo nace con la expresa
intención de sustituir por fin todas esas teorías confusas y complicadas.
Por otra parte, la resistencia al utilitarismo es mayor no sólo cuanto más se imaginan
casos en los que se conculcan convicciones morales básicas y que dicha teoría
justificaría, sino cuanto más se constatan casos reales y escandalosos de esas posibles
atrocidades (desgraciadamente, los totalitarismos del siglo XX son prueba patente de
esto; no menos que las actuales injusticias entre países ricos y pobres). Es sin duda
motivo de felicitación el que cada vez esté más presente, al menos en teoría, la
conciencia de la dignidad de cada persona humana individual.
En el ámbito de la justicia política autores como John Rawls (1921-2002) han sido
muy sensibles a posibles efectos del utilitarismo, que a todos parecen claramente
injustos. En concreto, Rawls ve peligros (que a veces se han convertido en triste realidad)
en cualquiera de las distintas formas de la justicia: en la justicia política, el utilitarismo
admitiría discriminaciones de cualquier género con tal de fomentar el bien del conjunto;
en la justicia distributiva, daría igual la equitativa distribución de bienes y derechos, pues
lo importante es el saldo global; y en la justicia penal, el utilitarismo permitiría (y ordenaría)
castigar a un inocente si con ello se consiguiera el alto bien del orden público [Rawls
1985, Rawls 2002].