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Reporte de lectura: La mentalidad utópica1

Octavio Martínez López 1017332

1. Utopía, ideología y el problema de la realidad

El estado de espíritu actúa conforme a ideas y motivos congruentes a la situación real.


Resulta incongruente cuando se dirige a objetos inexistentes en una situación real y
trasciende la realidad. Trasciende la realidad por orientar la conducta hacia elemento que
no contiene la situación actual.

Hay dos clases principales de ideas que trascienden la situación: las ideologías y las
utopías. De esta forma, se puede distinguir entre las ideas que tienden a destruir el orden de
cosas existentes en determinada época: utopía; y aquellas que son capaces de realizar o
conservar el orden cosas existentes: ideología.

Para determinar el significado del concepto de utopía en el pensamiento histórico


depende necesariamente de la perspectiva y el sistema de pensamiento que representa la
posición del pensador, pero sobre todo las valoraciones políticas que respaldan ese sistema.
En este sentido, para un observador que ha tomado partido en favor del orden social vigente
y prevalente, es prácticamente imposible rebasar los límites del status quo, y considera lo
utópico como algo irrealizable. Al otro extremo se halla el anarquista que considera el
orden vigente como un conjunto indiferenciado y que, al voltear únicamente a la revolución
y a la utopía, ve en cada “topía” el mal supremo.

La concepción utópica que busca el autor es aquella que se esfuerza por tomar en
cuenta el carácter dinámico de la realidad, en cuanto acepta no una realidad en cuanto tal,
sino una realidad histórica y socialmente determinada, que se halla en constante proceso de
evolución. Se propone llegar a una concepción de utopía cualitativa, histórica y
socialmente diferenciada; pasando de un análisis abstracto y teórico al reconocimiento de la
plenitud concreta de la transformación histórica y social en determinado período.

En ese sentido, la relación entre utopía y la relación existente es dialéctica


(Droysen). Es decir, en cada época surgen ideas y valores que contienen las tendencias

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Mannheim, K. (1987), Ideología y Utopía, México: CFE.

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irrealizadas que representan sus necesidades. Esto determina el nacimiento de utopías que
derriban el orden existente y permiten que se produzca el siguiente orden de existencia.

El criterio para distinguir entre ideología y utopía es su realización en la práctica:


las ideas que resultaron meras deformaciones de un orden antiguo o potencial, eran
ideológicas, las que se realizaron en un orden social subsecuente eran utopías relativas.

2. Realización del deseo y mentalidad utópica

Pensamiento como expresión de deseo siempre ha existido. Las investigaciones de la


historia cultural demuestran que las formas de los anhelos humanos pueden establecerse en
principios generales y que en determinados períodos históricos, la realización del anhelo se
efectúa como proyección en el tiempo (lo llama utopía) o como proyección en el espacio
(lo llama milenarismo o quiliasmo).

La primera tarea consiste en descubrir cuándo es que las ideas trascendentales se


vuelven por primera vez activas. En los modernos desarrollos históricos, las formas
sucesivas de la utopía están estrechamente vinculadas al origen. A menudo este origen
surge como el caprichoso anhelo de un solo individuo que se incorpora después a las
políticas de un grupo. Sólo cuando la concepción utópica del individuo se adueña de
corrientes de pensamiento que ya existían y las expresa, cuanto tal concepción se traduce en
acción, es cuando un nuevo orden de existencia lanza un reto al orden vigente.

La clave que permite comprender las utopías es la situación estructural de la capa


social que las adopta en determinada época. Esto es, además del estudio sobre la relación
entre las diferentes formas de utopías y las capas sociales, es preciso analizar la situación
histórico-social en que surgieron.

Se puede hablar de mentalidad utópica cuando la configuración de la utopía en


cualquier tiempo constituye no sólo una parte vital del contenido, sino que la impregna
completamente. Lo que determina la sucesión, el orden y la valoración de las experiencias
aisladas es el elemento utópico.

En el ordenamiento significativo de los acontecimientos, que es algo más que un


mero arreglo cronológico, se podrá descubrir el principio estructural del tiempo histórico.

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3. Cambios en la configuración de la mentalidad utópica: sus etapas en los tiempos
modernos

3.1. El quiliasmo orgiástico de los anabaptistas

La mera idea del advenimiento de un reino milenario (quiliástico) en la tierra entrañó una
tendencia revolucionaria.

La “espiritualización de la política” empezó en este punto de la historia. Se inicia la


política, en el sentido moderno de la palabra, entendida como participación de todas las
clases sociales en la realización de un propósito secular. Las clases más humildes en el
período postmedieval asumieron poco a poco esa función motriz en el proceso social. A
partir de entonces, las clases oprimidas se esfuerzan por tener un papel específico en el
desarrollo dinámico de los procesos sociales en su totalidad.

Esta forma extrema de la mentalidad utópica ejerció influencia sobre mentalidades


antitéticas. El optimismo quiliástico (del griego khilioi, mil) o milenarista produjo la
formación de la actitud conservadora de resignación y la actitud realista en la política.

Esta forma radical y fundamental de la utopía moderna fue moldeada con una
extraña materia: correspondió a la fermentación espiritual y a la excitación de los
campesinos. No fueron las ideas, sino las energías extáticas (de éxtasis) y orgiásticas, las
que conducen e impulsan a determinados actos; las raíces de tal erupción de rebelión y
guerras campesinas yacen en planos vitales más profundos y elementales de la psique.

Para entender la substancia del milenarismo, es preciso distinguir las imágenes,


símbolos y formas de su pensamiento. El rasgo esencial es su tendencia a disociarse de sus
propias imágenes y símbolos. La única característica verdadera es su absoluta actualidad:
“aquí y ahora”. En el milenarista, a diferencia del místico, la experiencia sensible se halla
presente con todo su vigor; espera una unión con un presente inmediato, que no se preocupa
por vanas esperanzas del futuro o reminiscencias románticas.

Cuando el espíritu extático se cansa de amplias perspectivas y de meras imágenes,


reaparece la promesa concreta de un mundo mejor; espera únicamente una coyuntura crítica
de acontecimientos que coincida con la extática inquietud del alma.

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No cualquier utopía racional equivale a la fe milenarista, ni representa
desprendimiento y apartamiento del mundo. La índole abstracta de la utopía racional
contradice la intensa corriente emocional de una fe sensualmente alerta en el completo e
inmediato presente. Así, la mentalidad utópica racional, aunque a veces nacida de él, puede
convertirse en el principal adversario del milenarismo.

3.2. La idea liberal humanitaria

La utopía de la mentalidad liberal humanitaria es la “idea” concebida como meta formal


proyectada hacia el infinito futuro, cuya función consiste en actuar como un designio
meramente regulador de los asuntos mundanos. La actitud fundamental del liberal se
caracteriza por una aceptación positiva de la cultura y la atribución de un tono ético a los
asuntos humanos. Se halla más en su elemento el papel de crítico que de destructor creador.

El moderno pensamiento liberal lleva una doble lucha: por un lado, rehúye la
visionaria concepción de la realidad que implica la invocación quiliástica a Dios, y por otro,
la dominación conservadora y mezquina de los hombres y las cosas. La concepción
intelectualista se basaba en la clase media, en la burguesía y en la clase intelectual.

El liberalismo burgués se preocupó demasiado por las normas más que en la


situación real que prevalecía: construyó su propio mundo ideal. Son nociones de su
filosofía, lo eterno, lo incondicionado, un mundo sin cuerpo y sin individualización.

En la idea liberal humanitaria existe una ausencia de contenido de todos los ideales
que prevalecieron en el apogeo de este modo de pensar: la cultura, la libertad, la
personalidad son meros recipientes de un contenido dejado deliberadamente indeterminado.
A veces la meta parece ser “la razón y la justicia”, otras, “el bienestar del hombre”.

La concepción que percibe el tiempo histórico como un progreso y una evolución


universales se deriva esencialmente de dos fuentes: Una de ellas brotó del moderno
desarrollo capitalista. El ideal burgués de la razón ofrecía un contraste con el estado
existente, y era franquear el espacio entre la imperfección de las cosas y los dictados de la
razón, por medio de un concepto del progreso. La meta de estado perfecto no se abandonó,
pero la revolución se consideró una etapa transitoria.

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Otra fuente de la idea de progreso se halla en Alemania. Con Lessing surge la idea
de evolución que tenía un carácter de pietismo secularizado. El pietismo hace comprender
la idea de desarrollo como fuga o abandono de la idea milenarista en el sentido de que la fe
permanente se convierte en “espera y anticipación” y el sentido del tiempo quiliástico se
transforma en sentido de la evolución.

Con la idea liberal humanitaria, el elemento utópico, de poder ocurrir en cualquier


momento en el milenarismo, pasa a ocupar un lugar definido en el proceso histórico como
punto culminante de la evolución histórica. La doctrina utópica se alía cada vez más al
proceso del devenir. La idea que sólo se podría realizar en una remota época, ahora se
convierte en una norma que realiza mejoras graduales. Una participación en las tendencias
más inmediatas del desarrollo cultural en nuestra época, una fe inquebrantable en el
institucionalismo y en el poder formativo de la política y la economía son las características
de los herederos de esa tradición.

La mentalidad normativa liberal considera un mal todo lo que se ha vuelto parte del
pasado o parte del presente; aplaza la verdadera realización de esas normas a un remoto
futuro y, al mismo tiempo, lo ve como surgiendo del proceso del devenir en el aquí y
ahora, surgiendo de la vida cotidiana.

La idea liberal es inteligible, contraria a la milenarista. El milenarismo tuvo su


periodo de existencia en la Edad Media decadente. Todos peleaban contra todos. En ese
conflicto, las ideologías no cristalizaban de una forma muy clara y no siempre resultaba
fácil determinar la posición social a la que cada una pertenecía. La experiencia milenarista
es característica de las capas más bajas de la sociedad.

Transcurrió mucho tiempo antes de que apareciera la forma siguiente de la utopía.


El mundo social había sufrido una completa transformación. Esta forma de utopía no fue la
expresión de la clase más baja, sino de la clase media disciplinada por medio de una cultura
consciente; consideraba la ética y la cultura intelectual como su principal justificación; y
cambiaba las bases de la experiencia, de un plan extático a uno educativo.

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La idea liberal, aunque abstracta, dio vida a uno de los periodos más importantes de
la historia moderna: la “ilustración”. Su fuerza propulsora se debió a que apelaban al libre
albedrío y conservaban vivo el sentimiento del ser indeterminado e incondicionado.

3.3. La idea conservadora

La mentalidad conservadora no siente afición alguna por las teorías: los seres
humanos no hacen teorías respecto de situaciones reales en las que viven, mientras que se
hallan bien adaptados a ellas. Consideran el ambiente parte de un orden natural. Esta
mentalidad en sí no tiene utopía. Sólo el contraataque de las clases de oposición hace que la
mentalidad conservadora inquiera las bases de su propio dominio. Así surge una
contrautopía que sirve como medio de orientación y defensa.

En su forma original, la mentalidad conservadora no puso su interés en las ideas. Su


adversario liberal la empujó a ello. En el desarrollo intelectual, lo viejo impulsado por lo
nuevo debe transformarse y adaptarse al nivel de su adversario más reciente. Así, a
principios del s. XIX, el pensamiento liberal intelectualista obligó a los conservadores a
interpretarse a sí mismos por medios intelectualistas.

Los conservadores consideraron la idea liberal algo vago; concibieron la idea como
algo arraigado en la realidad viviente, que se expresa concretamente en ella. El sentido y la
realidad, la norma y la existencia no se pueden separar aquí, porque la idea utópica, la “idea
concretizada”, se halla presente en el mundo, en un sentido vital. Lo que en el liberalismo
no pasa ser una norma formal, adquiere en el conservatismo un contenido concreto en las
leyes vigentes del Estado. En las objetivaciones de la cultura, en el arte y la ciencia, la
espiritualidad se despliega y la idea se expresa plenamente.

En el conservatismo, el proceso de acercamiento al “aquí y ahora” es completo. La


utopía, desde el principio, se incorpora a la realidad existente. Esto se debe a que no se
considere como realidad del mal, sino encarnación de valores y significados más altos.

El sentido del tiempo de ese modo de experiencia y de pensamiento es


completamente opuesto al del liberalismo. El conservatismo halló la mejor corroboración
de su sentido de la determinación histórica en el descubrimiento de la importancia del

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pasado, del tiempo como creador de valores. La historia deja de ser una mera extensión
unilineal en el tiempo; ahora tiene una tercera dimensión imaginaria que deriva de que el
pasado se experimente y concibe como un presente vital.

3.4. La utopía socialista-comunista

El socialismo y la utopía liberal son una sola y misma cosa en el sentido de que ambos
creen que el reino de la libertad y de la igualdad se realizará sólo en un remoto futuro. El
socialismo coloca este futuro en el período en que se derrumbe la cultura capitalista. Pero
difieren en lo que se refiere a la penetración de la idea en el proceso evolutivo y el
desarrollo gradual de la idea: la mentalidad socialista no los concibe en esa forma
espiritualmente sublimada, sino como algo así como un organismo viviente; tienen más
bien una vida concreta y propia y una función precisa en el proceso total.

Del liberalismo vemos el carácter puramente formal y abstracto de su idea. La


“mera opinión”, la mera imagen de la idea se reconoce aquí como algo adecuado. No basta
tener buenas intenciones en lo abstracto; es necesario estudiar las condiciones reales en las
que la realización del deseo puede volverse posible.

El socialismo estableció un método de crítica que constituyó un intento de aniquilar


la utopía del adversario: se exige que cada una de esas creencias, las demás formas de
mentalidad utópica, corresponda a la realidad. La estructura económica y social de la
sociedad se vuelve una absoluta realidad para el socialista.

En la mentalidad utópica, la fuerza propulsora surge de las capas oprimidas, cuya


tendencia secular fue siempre materialista, incluso en la valoración ontológica de los
factores que constituyen el mundo. Las condiciones materiales se hipostasian (encarnan)
aquí en el factor que mueve al mundo, en la forma de un determinismo económico
interpretado en términos materialistas.

Esta utopía eleva y espiritualiza la estructura social y económica. Si el conservador


glorifica el pasado, para los socialistas, la estructura social es la fuerza primordial del
momento histórico y sus poderes formativos se consideran como factores determinantes de
todo el desarrollo.

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Frente a este fenómeno de determinación, el socialismo mezcla una fuerza social
progresista con las restricciones que la acción revolucionaria le impone en automático a sí
misma cuando percibe las fuerzas determinantes de la historia.

Estos dos factores ejercen una acción recíproca dentro del movimiento socialista
comunista. Los grupos que conquistaron hace poco el poder y que, al participar en él y al
compartir la responsabilidad del orden vigente, quedan ligado a la realidad, llegan a ejercer
una influencia retrógrada al adoptar un cambio ordenadamente evolutivo. En cambio, las
capas que no han puesto aún su interés en las cosas como son, se convierten en los
portadores de la teoría comunista que concede vital importancia a la revolución.

Sin embargo, antes de la división, tuvo que vencer dos obstáculos: el sentido de la
indeterminación histórica que implica el quiliasmo y que tomó la moderna forma de
anarquía radical, y esa misma ceguera a las fuerzas determinantes de la historia que
acompaña al sentido de indeterminación de la “idea” liberal. Fue decisivo el conflicto entre
Marx y Bakunin: el utopismo milenarista surgió precisamente de ese conflicto.

El pensamiento liberal y el anarquista tienen un sentido de indeterminismo. Para el


liberal, la idea podía convertirse en la fuerza impulsora de la historia. Lo importante para el
socialismo fue establecer la nueva actitud en oposición con el idealismo aun dominante.

Saint-Simon, Fourier y Owen (socialistas utópicos) soñaban aún sus utopías en el


antiguo estilo intelectual, aunque conservaban el concepto de lo indeterminado,
característico de la ilustración. La mentalidad socialista representa una redefinición de la
utopía en término de realidad. Sólo al final del proceso la idea permanece en la
indeterminación e indefinición profética.

En cuanto a la manera de experimentar el tiempo histórico, en tanto el liberal


concebía el futuro como una línea directa y recta que conducía a una meta, se hace ahora
una distinción entre lo cercano y lo remoto, importante para el pensamiento y para la
acción. Sólo por medio de un sentido del determinismo y una vívida visión del futuro fue
posible crear un sentido histórico del tiempo de tres dimensiones. Cada acontecimiento se
examina con el fin de desentrañar su sentido y determinar su posición dentro de toda la
estructura del desarrollo.

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En esta concepción se descubren más determinantes, no sólo el pasado es un factor
determinante, sino que la situación económica y social del presente condiciona también el
acontecimiento posible. La fecunda tensión entre el ideal y la existencia, los valores
trascendentes, que en lo sucesivo se habrán de concebir como incorporados a la existencia
real, se buscarán en lo cercano y en lo inmediato.

4. La utopía en la situación contemporánea

El proceso histórico muestra una mayor aproximación a la vida real de una utopía
que en una época trascendió completamente la historia. Cuanto más extensa es la clase que
logra dominar las condiciones concretas de la existencia, cuanto mayor son las
oportunidades de una victoria obtenida por una evolución pacífica, tanto más probable es
que esa clase tome el camino del conservatismo. Esto se evidencia en el hecho de que la
forma más pura de la moderna mentalidad quiliástica, el anarquismo radical, desaparece
casi enteramente.

La utopía disminuye de intensidad debido a que tiende a acercarse cada más al


proceso histórico-social. En este sentido, las ideas liberales, socialistas y conservadoras son
meramente diferentes etapas y formas opuestas del proceso que, al alejarse del
milenarismo, se acerca a los acontecimientos de este mundo. El proceso social que produce
un relativo abandono de la utopía acelera su ritmo cuando diferentes formas coexistentes de
la mentalidad utópica se destruyen mutuamente.

La concepción sociológica de las clases que llegan al poder sufre transformaciones


en ciertos puntos particulares. Estas teorías sociológicas encarnan los “posibles puntos de
vista”, que sólo son transformaciones graduales de utopías anteriores. Cada uno de esos
puntos de vista revela las interrelaciones de un complejo total de acontecimientos.

En tal estado de desarrollo maduro y avanzado, la perspectiva total tiende a


desaparecer, sólo las extremas derecha e izquierda creen ahora que existe una unidad en el
proceso de desarrollo. En la izquierda, tenemos al neomarxismo de un Lukács y en la
derecha el universalismo de un Spann, que consideran la categoría de la totalidad como una
entidad ontológica metafísica. Troeltsch y Weber ocupan un lugar intermedio: el primero

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evita cualquier suposición metafísica y ontológica al hablar del concepto de totalidad, y el
segundo rechaza la actitud racionalista.

Otro elemento del grupo central trata de descartar completamente el problema de la


totalidad, sobre la riqueza de los problemas individuales. En lugar de la concepción de
progreso y dialéctica, tenemos la busca de generalizaciones. Si cancelamos la concepción
dinámica del tiempo del método sociológica marxista, obtenemos una teoría generalizadora
de la ideología que relaciona las ideas exclusivamente con las posiciones sociales.

La ausencia aparente de tensión en el mundo actual está siendo socavada por dos
lados. Por una parte, se observan las capas cuyas aspiraciones no se han cumplido aún, y
que se esfuerzan en aplicar el socialismo y el comunismo. Su presencia implica la
existencia de utopía y contrautopías. Gracias a una evolución pacífica podemos alcanzar
una forma más elevada de industrialismo tan elástica que proporcione a las capas inferiores
un grado relativo de bienestar.

Por otra parte, existe otro factor social, una clase media, social e intelectual, una
capa que se orientaba más bien hacia lo que podíamos llamar el dominio del espíritu, a los
que sociológicamente se les podría dar el nombre de “intelectuales”. Sus intereses
intelectuales y espirituales armonizaban con los de la clase que luchaba por la supremacía
social. Esto aplica lo mismo a Thomas Münzer, a Hegel y a Marx. Esta sección intelectual
tiene que enfrentarse con la situación total que se esfuerza por suprimir completamente
cualquier tensión social.

Las cuatro siguientes soluciones se ofrecen a los intelectuales: 1) El primer grupo de


intelectuales, afiliados a la ala izquierda o radical del proletariado socialista-comunista, no
ofrece problemas ya que no tiene conflicto entre la lealtad a lo social y a lo intelectual. 2)
El segundo grupo que fue elevado por un proceso social se vuelve escéptico y se propone
destruir los elementos ideológicos en la ciencia. 3) El tercer grupo se refugia en el pasado,
procura espiritualizar el presente. 4) El cuarto grupo se aparta del mundo y renuncia
deliberadamente a tomar una participación directa en el proceso histórico. Sus miembros se
vuelven extáticos como los quiliastas; y difieren de los románticos. Este éxtasis ahistórico
de místicos y quiliastas, se sitúa ahora escuetamente en el propio centro de la experiencia.

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La única forma en que se nos presenta el futuro es la de posibilidad. El futuro se
ofrece como una muralla. La necesidad de un imperativo (utopía) nos impulsa hacia
adelante, hacia una meta. Es posible que en el futuro pueda existir una condición en que el
pensamiento esté completamente vaciado de elementos ideológicos y utópicos, lo que nos
conducirá a un “realismo”, que en definitiva significaría la decadencia de la voluntad
humana.

Aquí radica la diferencia más esencial entre esos dos tipos de trascendencia de la
realidad: la decadencia de la ideología representa una crisis solamente en ciertas clases
sociales, y la objetividad que proviene del desenmascaramiento de las ideologías siempre
asume la forma de una autoclarificación de la sociedad considerada en conjunto; la
completa desaparición del elemento utópico del pensamiento y de la acción significaría que
la naturaleza y el desarrollo humanos adquirían un carácter completamente nuevo. La
desaparición de la utopía produce una inmovilidad en la que el mismo hombre se convierte
en una cosa. Haber llegado al grado más elevado de dominio racional de su existencia,
privado de ideales, se convertiría en una criatura de meros impulsos; al abandonar la utopía,
el hombre perdería la voluntad de esculpir la historia y su facultad de comprenderla.

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