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Cuenta la leyenda (si es cierto o no, lo verán ustedes) que cuando una
persona muere violentamente su alma permanece en un incesante viaje
entre el mundo de los muertos y la tierra de los vivos. Cuenta además la
misma leyenda, que si una persona muere y deja algo muy importante sin
concluir, su alma vagará constantemente entre los dos espacios hasta que
alguien concluya esa tarea pendiente.
En enero del año 2012 mi familia sufrió la pérdida de uno de sus miembros,
pues uno de mis tíos maternos se suicidó, ahorcándose con una cuerda.
Antes de ahorcarse, mi tío golpeó a su cónyuge en la cabeza, primero con
el anverso de su pistola y luego con un martillo en el cráneo, hasta dejarla
gravemente herida y darla por muerta.
Fue una gran sorpresa para todo el hecho de que yo aceptara vivir en la
misma casa donde hasta hace poco había vivido alguien que se suicidó de
una manera tan violenta. Esto despertó en todos los vecinos un gran
respeto y admiración hacia mí. La familia de la esposa de mi tío me tomó
cariño, y aunque nadie le perdió el miedo a la casa, todos se atrevieron a
comprar en el negocio, pues yo les resultaba muy simpático y confiable.
Destaqué en el negocio por mis capacidades de relaciones humanas y
administrativas, por lo que supe ganarme las simpatías de todos cuantos
me rodeaban. Entre todas las personas que conocí allí, con la que mejor
entablé amistad fue con la que había sido esposa del difunto, llamada María
Elene. He de aclarar que antes del trágico suceso tenía poco o ningún
contacto con mi familia materna, por lo que no conocía a la esposa de mi tía
hasta ese momento.
Otro asunto que comenzó a preocuparme era sentir unos incesantes “deja
vú” que me asaltaban en cualquier momento, recordando cosas que nunca
había vivido o que no sabía. Estos pseudorecuerdos eran referentes a
negocios, discusiones y llantos de la pequeña Rossy. Hubo un momento en
que fue tan fuerte el deja vú que llegué a recordar un número telefónico con
sorprendente acierto.
Recuerdo que era una noche clara, pues la luna llena iluminaba el ambiente
con una luz casi diurna, dando a todo una atmosfera de paz y serenidad
que llegaban al alma. Había transcurrido un día normal, con mucho trabajo
como siempre, por lo que me sentía extremadamente exhausto y sin deseo
de hacer nada.
Luego de cerrar el negocio, aproximadamente a las ocho y media, tomé un
largo baño que me ayudara a descargar el cansancio de mi cuerpo y
restituyera un poco de las fuerzas que había perdido durante la jornada.
Luego me metí en la cama a leer un poco, y sin darme cuenta me dormí.
Por falta de otro lenguaje más específico y expresivo que reflejen mis
recuerdos con exactitud, recurro a las palabras para intentar describir las
pesadillas que me asaltaron aquella noche. Aunque el recuerdo no
permanece con tal nitidez en mi memoria, sí puedo decir que nunca
olvidaré aquella noche, pues en ella quedaron marcados mi vida y mi
destino para siempre.
Aquella figura que se arrastraba en el suelo, que deba saltos frenéticos, que
se halaba los cabellos y prorrumpía en accesos de éxtasis sobrehumano;
aquella mujer que danzaba aún más que los demás, con su cuerpo bañado
en cenizas y cubierto de confusos signos extraños, me parecía familiar,
aunque no lograba comprender de quien se trataba.
Cuánto tiempo duro aquel rito a ritmo de tambores me sería imposible
especificarlo, pues la niebla de confusión no se apartaba de mi mente,
como si en ella habitasen dos conciencias distintas, una de las cuales
entendía todo aquello pero no le transmitía ese conocimiento a la otra.
De pronto, sin una palabra, sin ningún otro sonido, escucho, veo, siento
cuando la pistola cae pesadamente sobre el cráneo de esa mujer. Veo la
sangre correr por su rostro, la siento en mis manos, en las manos de él, la
siento en mi ser. Ella no emite ni el mínimo gemido, permanece inmóvil
mientras seguimos golpeándola con la cacha de la pistola, una y otra vez,
descargando nuestra furia sobre ella, sintiendo que nuestra sangre hierve
con ira, con una ira que aumenta al ver que ella no grita, no da muestras de
sentir dolor. Escucho (escuchamos) el llanto de la niña que mira desde la
puerta que conduce a la habitación, pero no pienso, no me importa, sólo
deseo acabar con ella, con aquella mujer que se merece los mayores
tormentos en el infierno, la furia del más sádico de los demonios que
habitan los abismos del mal.
Cansado de golpear, tomo a la niña en mis brazos, tomo una cuerda que
veo por ahí, y así desnudo, vestido sólo con un bóxer, a plena media noche,
salgo de mi casa, como poseído por un deseo y un pensamiento que no
son míos, pero que me dominan. Camino, con la niña abrazada fuertemente
a mi cuello, camino sin pensar. Sólo sé que ella existe, que ella es mi vida,
pero no puedo dejar de caminar.
Los pies me arden, el corazón late fuertemente, pero sigo caminando hasta
llegar a una casa, una hermosa casa pintada de un azul que bajo la luna
refleja belleza. No conozco esa casa, no la recuerdo, pero tomo a la
pequeña y la dejo frente a la puerta. Luego me dirijo hacia la parte trasera
de la casa, hacia la oscuridad, hacia la soledad; y mientras me alejo de
aquello que, sin saber por qué, sé que amo siento que me acerco a mí
mismo.
Anuda (él, no yo) un extremo de la cuerda a una rama del árbol, mientras
en el otro realiza un nudo corredizo. Lo observa con mirada perdida durante
unos segundos, mientras yo veo la escena petrificado, ajeno a mis
pensamientos y sin ser dueño de mi voluntad. Y allí, en ese lugar, en ese
lugar, a aquella hora, bañado por la luz de la luna que se filtra entra las
ramas de los árboles, allí se cuelga aquel ser, aquel hombre que dejó de
ser hombre, aquel que murió mientras vivía y sintió la vida al morir. Murió
sin quejas, sin intentar liberarse, como resignado a lo que parecía
inevitable.
Permanecí petrificado durante varios minutos, sin saber qué hacer. Frente a
mis ojos trascurrieron, como proyectados en una pantalla, todos los
momento significativos de mi vida, sucediéndose uno a otro a una velocidad
vertiginosa. Sin saber cómo, me vi corriendo como un loco, deshaciendo a
la carrera el camino que él acababa de recorrer. Corría a toda prisa,
sintiendo como si todos los demonios del infierno me estuviesen
persiguiendo. Y de repente, caí, perdí el conocimiento y no supe más de mí.
Cuando por fin pude hablar y pensar con cierta claridad, descubrí que me
hallaba acostado sobre un cómodo lecho, mientras una hermosa joven
vestida de blanco revisaba algo en una carpeta: estaba en el hospital.
Los días que permanecí interno no fueron tan desagradables, sobre todo
porque recibía muchas visitas y todos me añoñaban. Sólo dos cosas me
preocupaban y me parecían extrañas: la primera de ellas es que nunca
recibí una visita de María Elena, de la que esperaba más atención; y la
segunda era la extraña actitud de secretismo y reserva que tenían todos los
que me visitaban, además de la misteriosa mirada de compasión que solían
dirigirme, como si supiesen algo de mí mismo que temían que yo supiera y
que los hacía tenerme lástima o compasión.
Al fin llegó el día en que me dieron el alta. Cuando apareció la doctora con
la noticia de que ya podía marcharme en la habitación había algunas
personas de visita. Todos estuvieron de acuerdo en aconsejarme que debía
tomarme un descanso lejos del colmado, del trabajo y del tedio de los
negocios. Incluso me aconsejaban que debía partir desde el hospital a la
casa de mi padre y que ello me harían llegar las cosas suficientes para
pasarme algunos días allí. Movido en parte por mi espíritu de rebeldía y en
parte por otro dese, decliné el consejo y no valieron sus insistentes
palabras, e incluso ruegos, para convencerme de tomar esas vacaciones
que no creía necesarias.
Ni más que decir que la noticia me traumó de tal forma que debieron
reingresarme al hospital. De acuerdo a lo que me ha contado un amigo,
permanecí en estado de shock durante tres días, como si en mi cuerpo ya
no existiese una mente que lo controlara. Al cabo de esos tres días
comencé a delirar y a hablar incoherencia, por lo que los doctores, con
permiso de mis familiares, decidieron internarme en este Centro de
Rehabilitación Mental (menuda forma de nombrar un MANICOMIO).
Ya hacen cuatro años que estoy aquí encerrado. De acuerdo a los doctores
ya me estoy recuperando y muy pronto podré salir de aquí. Incluso me han
dado más libertades en estos últimos días, como la oportunidad de recibir
visitas cualquier día de la semana y el permiso de leer y escribir lo que
desee. Sólo espero que no lean esto y así me dejen salir de aquí y poder
resolver el misterio que durante cuatro años ha invadido todos mis
pensamientos con la constante duda de lo que realmente pasó en la
tragedia de mi tío y qué papel desempeñé yo en esos acontecimientos.