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Enseñarle
a ser sociable
SFERA EDITORES
Enseñarle a ser sociable OK 4/10/07 08:28 Página 2
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Tercera Edición
ISBN: 978-84-96732-28-5 Obra completa
ISBN: 978-84-96732-31-5
Impreso en China
Enseñarle a ser sociable OK 4/10/07 08:28 Página 3
ÍNDICE
PRÓLOGO 5 • “Mamá, ¿me lo compras?”
• Enseñar altruismo
• Cuándo hace falta la ayuda
de un profesional
CAPÍTULO 1
LAS AMISTADES DEL NIÑO 7
•
•
Qué es un amigo
El nacimiento de la solidaridad
CAPÍTULO 4
LOS BLOQUEOS DE LA AMISTAD
• El arte de llevarse bien con los demás
• El secreto de la popularidad “MI HIJO NO SABE LLEVARSE
• La calidad de la relación BIEN CON LOS DEMÁS” 39
• Para qué sirve un amigo
• “Ya no te ajunto” • Cómo ayudar al niño
• Si no nos gusta la elección del niño • No “premiemos” la timidez
CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 5
LOS BLOQUEOS DE LA AMISTAD LOS BLOQUEOS DE LA AMISTAD
“MI HIJO NO SABE “SIEMPRE ECHA
SER AMABLE” 18 LA CULPA A LOS DEMÁS” 45
CAPÍTULO 8
LOS BLOQUEOS DE LA AMISTAD
“MI HIJO ESTÁ
LLENO DE PREJUICIOS” 73
PRÓLOGO
de Bernabé Tierno
El “yo” necesita del “tú”. Es el “otro” quien nos ayuda a realizarnos. El niño llega
a sentirse distinto a partir del momento en que ya no siente que forma un todo
con la madre, sino que se siente alguien distinto que necesita de ese “otro”,
que en principio es la propia madre, y después es el padre y los seres queri-
dos con los que mantiene una estrecha relación.
Somos “animales sociales “y necesitamos vivir en comunidad y, en cuanto
individuos de la especie humana, nos convertimos en “personas” en la medi-
da en que somos capaces de relacionarnos con los demás, de ser empáticos
y de ponernos en su lugar y de amar.
Dentro del hogar familiar, el niño aprende a valorarse y a quererse a sí mismo,
y a valorar y a querer a los suyos y a otros niños y personas como sus profe-
sores, vecinos, etc. Pero para valorarles necesita conocerles y no hay conoci-
miento sin convivencia, sin sociabilidad.
Por otra parte, el niño tiene que aprender que no todos le aceptan ni le quie-
ren y que no podemos pedir ni pretender que nos quieran y valoren todos
como lo hacen nuestros padres.
Aprender a respetar y hacerse respetar, saber escuchar y compartir cosas,
aprender a convivir, a pesar de las diferencias de carácter y de percepción de
la realidad, es tan necesario como difícil para el ser humano y, sin las adecua-
das destrezas y habilidades sociales, un niño sería incapaz de integrarse en la
sociedad, de tener un buen nivel de autoestima y de sentirse dichoso por vivir
y por existir.
Todos estos conceptos quedan perfectamente desarrollados a lo largo de los
nueve capítulos que conforman este volumen. Hay un dicho que afirma que se
puede vivir sin un hermano, pero no se puede vivir sin un amigo.
P R Ó L O G O
C A P Í T U L O
1
Las amistades
del niño
María, de cuatro años, está jugando a cocinitas con Beatriz en la are-
na. Con una pala llenan una sartén y luego transportan la arena a un
cazo. Ambas hablan muy atareadas, sin darse cuenta de que se les
acerca Erica, que se sienta en el borde del recinto de arena y las ob-
serva. Como las otras la ignoran, a los cinco minutos, Erica se levan-
ta, da dos vueltas alrededor de ellas y luego alarga la mano para co-
ger un molde abandonado en el suelo. Pero María se lo arranca de la
mano: ¡No!, le dice fulminándola con la mirada.
Erica se aparta, espera un poco, luego se acerca a Beatriz y le dice:
¿Somos amigas, verdad?
Beatriz mira a María, suspira y responde: Bueno...
Estoy preparando el café, explica Erica.
Y yo las pastas, responde Beatriz, girándose hacia María, y añade:
¿Somos buenas mamás, verdad? Y María asiente con la cabeza.
C A P Í T U L O 1
QUÉ ES UN AMIGO
Un amigo es alguien que te lleva la cartera. (Charlie Brown)
Ahora somos amigos porque ya sabemos cómo nos llamamos, dice
Toni, de tres años recién cumplidos.
Yo soy amigo de Mario porque mi mamá conoce a la suya, afirma
Víctor, de tres años y cuatro meses.
Los amigos no te hacen enfadar y están siempre de acuerdo contigo,
afirma Margarita, de ocho años.
Para mí un amigo es el niño que, cuando me pierdo en el dictado, me
ayuda en voz baja. Y si no sé a qué jugar, juega conmigo igualmente,
dice Federico, de nueve años.
A una amiga puedes llamarla por teléfono incluso de noche para
contarle todos tus secretos, explica Débora, de 13 años.
Los niños, a medida que crecen, dan una definición diferente de la amistad.
Sin embargo, más allá de las distintas necesidades que la amistad tiende a
satisfacer según la edad, existe una característica común: es una relación
fuera de la familia que aporta un sentimiento de pertenencia e identidad, y
que, al crecer, se vuelve cada vez más articulado y profundo.
Para Víctor la amistad con Mario es puramente casual, pues nace del hecho
de que sus mamás se conocen. En cambio, Margarita espera de sus ami-
gos una sintonía de sentimientos: Estoy siempre de acuerdo contigo.
Para los niños más mayores la amistad comporta intereses y valores comu-
nes. Puedes contarle todos tus secretos, dice Débora. Descubres que pue-
des explicarle tus problemas y ves que te entiende, observa Alejandro, de
diez años. La amistad se apodera de ti, filosofa Marcos, de 13 años.
EL NACIMIENTO DE LA SOLIDARIDAD
En una investigación realizada por el psicólogo Dario Varin, de la Universidad
Estatal de Milán, en Italia, con un grupo de niños de edades comprendidas
entre los siete y los diez años, se planteó la cuestión de un alumno que, sin
querer, estropeaba un libro de la biblioteca de la escuela. La maestra quería
saber el nombre del culpable, porque, de lo contrario, iba a castigar a toda
la clase. ¿Cómo deben comportarse los compañeros? ¿Es justo acusar al
compañero o hay que mostrarse solidario y aceptar el castigo colectivo?
Hasta los nueve o diez años, la gran mayoría de niños no tiene ninguna
duda: se debe desvelar el nombre del culpable. Pero los niños más mayo-
res o los que han tenido experiencias de vida en común, por ejemplo en un
internado o durante unas colonias de verano, no lo dudan: es mejor un cas-
tigo colectivo que delatar al culpable.
Veamos cómo evoluciona la amistad con la edad:
De 0 a 14 meses. Los niños no muestran ningún interés por los demás.
Pueden tirarse de los pelos o darse un empujón, pero no se trata de actos
de agresión, sino que se están explorando mutuamente. Juegan en parale-
lo, ignorándose unos a otros. Si uno coge un juguete de las manos de otro
es porque en ese momento le ha llamado la atención, sin que ello suponga
hostilidad hacia ese niño.
Aun así, incluso en el primer año de vida, los niños muestran preferencias.
Pueden tener un actitud más o menos pasiva hacia los demás: algunos no
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EL SECRETO DE LA POPULARIDAD
Como se ha visto, al estudiar las tácticas que hacen que un niño sea popu-
lar, Gottman llegó a la conclusión de que los niños más famosos aplican un
mayor número de estrategias para dirigirse a los nuevos: no se limitan a salu-
darles, sino que insisten, se informan sobre sus gustos (¿Te gustan más los
coches o los caballitos?), les invitan a su casa, etc.
Pero eso no es todo, porque los más populares son también los menos
inhibidos a la hora de manifestar sus emociones (alegría, tristeza, rabia,
desilusión, sorpresa, entusiasmo, estupor, etc.). No toman el pelo a sus
compañeros, no los amenazan y no se lamentan. Además de saber atraer-
los, poseen otra cualidad y es que no son quisquillosos. Tienen la capaci-
dad de identificarse con el estado de ánimo del otro y, por ello, tienden a dar
una interpretación optimista de las situaciones que viven. Por ejemplo, ante
el rechazo de ser amigos o de jugar, en vez de llegar a la conclusión de que
ese niño es antipático, malo o demasiado tímido, no se dan por vencidos:
Su mamá le habrá reñido... piensan, y vuelven a probarlo en otra ocasión.
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LA CALIDAD DE LA RELACIÓN
Paradójicamente, el comportamiento amistoso no siempre es apreciado. «En
función de cómo se exprese un gesto de afecto y, sobre todo, de cómo se
interprete, dependerá que el niño sea bien acogido», escribe Zick Rubin en
su ensayo Children’s Friendship (La amistad de los niños). A veces, el niño
demasiado expansivo, que se lanza al cuello del recién llegado abrazándole
y cubriéndole de besos, crea un vacío a su alrededor.
Incluso un regalo puede ser malinterpretado. ¡Me ha regalado una espada,
pero ni siquiera es nueva!, se lamenta Roberto, de cinco años. También se
puede ver en ello una segunda intención: ¡Me ha dejado darle un mordisco
a su merienda porque quiere que juegue con ella! Lo que se percibe aquí no
es disponibilidad, sino más bien inseguridad, ganas de conquistar la simpa-
tía del otro a toda costa.
Con frecuencia, los niños más populares son también los más seguros de sí
mismos y los que menos dependen de sus padres y profesores. «Cuando
un niño debe recurrir incesantemente a los adultos para que le ayuden, es
muy probable que no posea los recursos emocionales necesarios para tener
buena prensa entre sus compañeros», observa Rubin.
Por lo tanto, el objetivo no es que el niño sea popular y extravertido, igno-
rando y forzando las características de su personalidad. Lo que hay que
hacer es ayudarle a establecer relaciones positivas. En este sentido, cabe
destacar que la sociabilidad no se mide por el número de amigos que el niño
tiene, sino por su capacidad para iniciar un juego o para comunicarse con
sus compañeros cuando decida hacerlo.
«Más que empujar indiscriminadamente a los niños a cultivar las capacida-
des sociales, deberíamos respetar sus diferencias. Hay niños que se con-
centran en unos pocos amigos íntimos y otros que pasan mucho tiempo
solos. La amistad entre niños toma formas diversas e implica estilos distin-
tos de interacción. En nuestros esfuerzos por ayudar a los niños a hacer
amigos, tenemos que interesarnos más por la calidad que por la cantidad
de estas amistades» comenta Zick Rubin.
DA SEGURIDAD
En la mayoría de los casos, las amistades se forjan entre niños que tienen
gustos similares, pertenecen a la misma clase social o comparten las mis-
mas opiniones. Da mucha alegría descubrir que a tu amiga también le gus-
tan los plátanos, las cortinas rosas de la ventana o la música rock. Saber que
se comparten los mismos gustos da seguridad, ayuda a aceptarse a sí
mismo y a diferenciarse de otros niños, cuyo comportamiento y gustos no
se aprueban: No me gustan las niñas que se hacen las remilgadas; ¡Me
encanta ponerle tomate a la hamburguesa!; Siempre juego con Víctor por-
que, como yo, no tiene miedo a la oscuridad.
OFRECE INTIMIDAD
A un amigo se le pueden confiar los secretos más íntimos, las fantasías más
descabelladas y los sentimientos que nadie debe conocer.
Lo sé todo de Luis, confiesa Roberto, de nueve años. Sé que duerme con
la luz encendida porque le da miedo la oscuridad, pero no se lo digo a nadie
porque no sería justo. Él tampoco se chiva sobre mí. Una vez me vio llorar y
¡no se lo dijo a nadie!
Desvelar un secreto es una de las infracciones más graves, sobre todo a
partir de los ocho años. En cambio, las peleas, aunque sean violentas, son
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“YA NO TE AJUNTO”
Las amistades de los niños son volátiles. El psicólogo Thomas Rizzo ha estu-
diado su duración: entre los seis y los siete años, el 60 por ciento termina en la
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misma semana y las restantes duran incluso unos meses. Sólo raramente las
relaciones infantiles terminan a causa de una pelea, porque lo habitual es que
se produzca un alejamiento gradual debido a ritmos de crecimiento distintos o
a la aparición de nuevos intereses. La ruptura de una amistad nunca resulta
fácil, aunque instintivamente tendamos a minimizarla y a no darle demasiada
importancia. La típica frase: No te preocupes, encontrarás otro amigo, no sirve
para consolar al niño, e incluso suele hacerle enfadar, porque siente que no se
da importancia a sus emociones. Es preferible que aprenda a identificarlas para
poder exorcizarlas: Sé que estás triste; Entiendo que estés enfadado... desilu-
sionado... humillado... Hay que dejar que el niño exprese sus emociones. Es un
ejercicio importante para empezar a desarrollar la conciencia de lo que le pasa.
Para consolarle, se puede repasar con él los recuerdos de la experiencia vivida,
ayudarle a entender qué le gustaba del compañero y qué ha llevado a la ruptu-
ra de la amistad. Es el primer paso en su educación sentimental. Y, de este
modo, a pesar de la ruptura, le quedará un buen recuerdo de la experiencia.
2 C A P Í T U L O
EL CALENDARIO DE LA AMABILIDAD
Para enseñar las reglas del comportamiento, es importante tener en cuenta
las fases de desarrollo del niño. Si le exigimos cortesía demasiado prematu-
ramente, provocaríamos conflictos innecesarios porque, hasta los dos o tres
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años, el niño necesita explorar y aprender a moverse con autonomía, más que
aprender buenas maneras. Luego, a medida que crece, necesita aprender a
comportarse correctamente con los demás. Veamos qué puede esperarse del
niño en las distintas edades:
Hasta los 18 meses-2 años. Hasta esa edad, el niño no es capaz de
entender qué comportamientos pueden molestar a los demás. Aun así,
cuando muestre las primeras manifestaciones de agresividad hacia los adul-
tos u otros niños, como mordiscos o arañazos, es importante impedirle con-
tinuar, aunque sea físicamente, con firmeza y afecto.
A los dos años. El enfrentamiento entre su deseo de independencia y las
restricciones impuestas por los adultos se acentúa. Parece que el niño se
oponga al mundo entero, que por sistema rechace cualquier sugerencia y
que quiera hacerlo todo a su manera. Es el momento de empezar a introdu-
cir muy gradualmente las primeras reglas de la buena educación. Por ejem-
plo, podemos enseñarle con dulzura a que mire a la cara a las personas
cuando le saludan o a decir adiós con la mano.
De los tres a los cuatro años. Se le puede enseñar a decir: Buenos días;
Adiós; Cómo estás..., a saludar por norma a las personas que encuentra o
a estrechar la mano a quien se la ofrezca.
De los cuatro a los cinco años. Le podemos invitar a utilizar expresiones
como: Por favor; Gracias; Perdón. Si, aunque sea sin querer, ha ofendido a
alguien o le ha privado de un derecho, podemos pedirle que se excuse y que
haga lo posible para resarcir el daño. También se le puede pedir que se compor-
te correctamente en la mesa, que use la cuchara, el cuchillo y el tenedor, que pida
amablemente que le pasen el plato, que no hable con la boca llena, que espere
su turno para que le sirvan y que pida permiso para levantarse de la mesa.
A esta edad, también es conveniente enseñarle a ser más sensible con los
problemas de los demás, es decir, a que no haga comentarios, respete a las
personas enfermas o discapacitadas y ofrezca su ayuda a las personas con
dificultades, claro está, en la medida de sus posibilidades.
De los seis a los siete años. Debe saber esperar su turno para hablar
sin interrumpir al interlocutor.
De los siete a los ocho años. Se le puede enseñar a ceder el paso y el
asiento a las personas ancianas en los transportes públicos. Además, debe-
rá evitar comentarios que avergüencen al interlocutor, del tipo: ¿Por qué no
tienes dientes?; ¡Qué gorda estás!
De los ocho a los nueve años. Podemos pedirle que ordene sus jugue-
tes, que eche una mano para hacer su cama, que no deje la ropa y los
papeles tirados. Cuando le inviten a algún sitio, tendrá que dar las gracias al
anfitrión antes de marcharse.
De los nueve a los diez años. El niño debería dominar las reglas básicas de
la buena educación. Debe saber hablar sin levantar la voz, participar en las con-
versaciones de los adultos e interesarse por sus discusiones. Si tiene algún pro-
blema, debe saber aplazar la solución y esperar a hablar de ello en otro lugar.
A partir de los diez años. Le podemos pedir que, en casa, asuma una
serie de pequeñas responsabilidades y desempeñe una tarea a su alcance
de forma continuada, como llevar la basura al contenedor, limpiar la arena
del gato, vaciar las papeleras o regar las plantas.
A esta edad, también se le puede empezar a enseñar a ser discreto: le
podemos transmitir confianza diciéndole que no explique por ahí los proble-
mas familiares.
En el restaurante
Rosa, 37 años. Para el cumpleaños de mi marido, decidí llevar a toda
la familia al restaurante, incluidos los niños: Luis, de nueve años, y
Marta, de siete. Creía que ya eran lo suficientemente mayores para
comportarse bien en un lugar público, pero resultó ser un desastre:
empezaron a pelearse por el lugar en el que sentarse; durante la exte-
nuante espera entre los platos, empezaron a perseguirse entre las
mesas hasta que el camarero tuvo que intervenir para que se sentaran.
Luis derramó la botella de vino sobre la mesa. En los postres, Marta se
columpiaba en la silla y, como perdía el equilibrio, se agarró al mantel
llevando consigo el plato con el pastel. En el coche, de vuelta a casa,
mi marido se enfadó conmigo: «¡No eres capaz de educarles!», me dijo,
¡como si él no tuviera nada que ver! «¡Nunca más!», me dije yo.
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En el supermercado
De camino al supermercado, explicaremos al niño que necesitamos su
ayuda. Con esta responsabilidad, se convertirá en un ayudante excepcional.
También podemos utilizar una vía indirecta y expresar nuestros pensamien-
tos en voz alta: Hoy tendré que comprar muchísimas cosas y realmente
necesitaría que alguien me ayudara. ¡Si papá estuviese aquí para echarme
una mano! Así, al tocar su amor propio, es probable que el niño se ofrezca
voluntario: ¡Mamá, yo te ayudo! Verás, lo haré muy bien. Y realmente lo
hará bien.
■ Podemos pedirle que meta en el carro los productos que vamos
comprando.
■ Le enseñaremos cómo elegir la fruta y la verdura, observando juntos
si está estropeada, si la piel está arrugada o el tallo seco.
■ Si hay balanza, el pequeño puede pesar las piezas.
■ Le podemos pedir que compruebe si hemos olvidado algo y que
nos lo recuerde.
■ En la caja, haremos que nos ayude a repartir los artículos en las
bolsas.
■ Le enseñaremos a saludar y a dar las gracias a la cajera.
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OBSTINADO Y TESTARUDO
Como reza un antiguo proverbio árabe: «Algunos niños son más tozudos que
un mulo», porque los mulos se obstinan en algo y no hay amenaza ni halago
capaz de convencerlos de que cambien. En un enfrentamiento donde cada
uno de los protagonistas espera que el otro ceda, nuestra primera reacción
instintiva es la irritación, porque pensamos que nuestra autoridad se pone en
tela de juicio o que el niño no es capaz de ser razonable. Pero, en realidad, si
se mira de otra manera, la obstinación puede ser una cualidad, como explica
Ramón, de 42 años:
SER COHERENTE
«La primera regla a la hora de imponer disciplina a los niños es la coheren-
cia», afirma Nadia Sherif, profesora de psicología en la Universidad de El
Cairo. «Es importante que el padre y la madre estén de acuerdo sobre lo que
se le permite al niño y sobre cuáles son las consecuencias de la infracción.
Si la madre dice no y el padre dice sí, o un día se castiga y al siguiente se
hace como si no hubiese pasado nada, el niño se desorienta».
MANTENER LA CALMA
Al niño le cuesta entender por qué nos irritamos a causa de sus infraccio-
nes. Probablemente, ha olvidado las reglas o sus impulsos son todavía tan
fuertes que no consigue controlarlos. Ante nuestras reacciones, se desorien-
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CREAR RUTINAS
Las rutinas, los horarios y los ritos bien definidos para el despertar, las
comidas, el baño, el beso de buenas noches o los juegos en el parque ofre-
cen al niño un marco dentro del cual se siente seguro, establecen puntos
de referencia que le ayudan a orientarse y a prever lo que va a suceder a
continuación.
Podemos ofrecer al niño la posibilidad de elegir, pero dentro de unos límites
bien definidos. «Igual como nosotros esperamos que nuestros hijos sigan
fielmente una rutina, tenemos que ofrecerles la posibilidad de tomar decisio-
nes», afirma Nadia Sherif. «Para el desarrollo de su carácter, es importante
que sepa que puede tener una opinión propia y decidir. Los padres deberán
establecer los puntos que son negociables y los que no».
El célebre psicólogo israelí Reuven Feuerstein confirma este principio: «Un
niño seguro de sí mismo es el que tiene un margen de libertad para decidir,
dentro de unos límites bien definidos». Por ejemplo, si va a ver dibujos ani-
mados, podemos dejar que elija los que quiere ver, entre los que nosotros
consideramos adecuados. O también podrá elegir entre ponerse la camise-
ta amarilla o la roja. En cambio, no le dejaremos jugar con las joyas de mamá
o hurgar entre los documentos de casa.
A la hora de dar autonomía al niño, hay dos obstáculos que conviene evitar:
el exceso de control y el permisivismo. Ambas actitudes producen resulta-
dos negativos. Si el niño encuentra permanentemente un no por respuesta,
sin tener nunca la posibilidad de tomar una decisión o expresar una opinión,
nunca llegará a ser autónomo y a tomar iniciativas.
Por otra parte, en el extremo opuesto, si todos sus actos están fuera de nues-
tro control y le permitimos realizar cualquier fantasía, decisión o expresar sus
impulsos, se transformará en un pequeño “monstruo” incontrolable.
EL SECRETO:
RECLAMAR SU ATENCIÓN
Para educar al niño pequeño en la reciprocidad, es fundamental pedirle
pequeños gestos simbólicos de atención hacia nosotros. Puede parecer una
cuestión de formas, pero a menudo para los más pequeños la forma tiene
un gran significado, porque el niño entiende que puede prestar su ayuda,
según sus posibilidades, y ello lo refuerza particularmente.
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EL EGOCENTRISMO NO ES EGOÍSMO
«Amarás al prójimo como a ti mismo» es el precepto que el Señor dio a su pue-
blo huido de Egipto y que Jesús convirtió en base de su propia prédica. El pre-
cepto moral confirma lo que la psicología moderna y nuestra propia experien-
cia enseña: el niño que se quiere a sí mismo se muestra seguro, entusiasta y
abierto. Es capaz de entablar amistades, no es posesivo, presta sus juguetes
y consigue incluso prescindir de un pedacito diminuto de su merienda.
«El amor hacia los demás y el amor hacia uno mismo no son alternativos»,
escribe el psicoanalista americano Eric Fromm. «Todo lo contrario, porque
quien es capaz de amar a los demás, también se ama a sí mismo». El niño
EL NIÑO TIRANO
Actualmente, el hecho de que, según las estadísticas, la familia media en
España sea nuclear, es decir, formada por el padre, la madre y 1,3 hijos,
favorece el egoísmo natural del niño. Con esta tasa de natalidad, una de las
más bajas de la Unión Europea, el hijo único corre el peligro de convertirse
en el objeto exclusivo de todas las atenciones.
UN CONFLICTO DE VALORES
Si bien es cierto que el niño es egocéntrico y egoísta por las excesivas
atenciones de los padres, también es cierto lo contrario: cada vez más a
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menudo, somos nosotros los que estamos dominados por una agresiva
necesidad de bienestar. En toda la historia, el conflicto entre los valores de
la familia y del dinero no había sido tan antagonista y destructivo. Incluso,
cuando nos proponemos el objetivo de defender e inculcar los valores de
generosidad y de altruismo, nos sentimos solos en una sociedad cuyo
ideal es exclusivamente la acumulación egoísta de bienes y donde la pro-
pia identidad no está determinada por lo que se es y por las propias cua-
lidades, sino por lo que se posee. Los difusores más eficaces de este
mensaje son los medios electrónicos, desde la televisión hasta los video-
juegos, pasando por Internet.
El 14 de mayo de 2000, en los albores del nuevo milenio, se celebró en
Palm Beach, Florida, el congreso anual del Consumer Kid (El niño consu-
midor). El objetivo era lograr lo que los organizadores del congreso llama-
ron con cinismo y genial fantasía “una intimidad”, es decir, “una relación
profunda y continuada que haga que el niño consumidor se vuelva depen-
diente del producto”. El medio elegido por los asistentes al congreso para
obtener ese objetivo fue la televisión. «Los publicistas saben perfectamen-
te que los programas de televisión y de radio son meros rellenos entre los
anuncios», escribe Jean Kilbourne, autor de You can’t buy my love (No
puedes comprar mi amor). «El objetivo principal de todos los programas
es inculcar en los espectadores las ganas de comprar, cultivar la egoísta
tendencia a satisfacer todas sus necesidades espontáneas e inducidas».
Pero, en este caso, no se trata de un simple comprador: «Si bien, en el
pasado, el segmento de mercado buscado eran los adultos entre 18 y 49
años, hoy se apunta a los niños y adolescentes».
Por muy paradójico que parezca, el objetivo de las campañas publicitarias
de bancos, coches y hoteles ya no es la población que raya la treintena y
los hombres de negocios maduros, sino los niños y adolescentes. Son las
conclusiones de una fuente totalmente fidedigna. En el número de marzo
de 2000 del Youth Markets Alert, un boletín informativo enviado a los altos
directivos de las industrias, se leía lo siguiente: «Los productos comercia-
lizados para niños ya no se limitan a juguetes y caramelos. Un número cre-
ciente de empresas ve a los niños como potenciales clientes adultos.
Bancos, casas de coches y cadenas hoteleras esperan establecer relacio-
nes con los niños que perduren cuando sean adultos».
«Nunca antes han existido tantos medios para promover el marketing entre
los niños y tantas posibilidades para estudiar cómo hablarles. Y ello endure-
ce la competición para captar su atención y obliga a los publicistas a traba-
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ENSEÑAR ALTRUISMO
He invitado a casa a Lucía, la hija de mi vecina, para que juegue con
Alicia, mi hija de cuatro años. Antes de marcharse, he pedido a Alicia
que le preste a Lucía una de sus muñecas que le ha gustado mucho.
«¡No!», ha dicho testaruda y no ha habido manera de convencerla. Se
la ha arrancado de las manos y la ha hecho llorar. Sin pensármelo, le
he gritado: «¡Eres una egoísta! ¡Y si continúas así, nadie querrá jugar
contigo!». Y ella también se ha puesto a llorar.
Bibiana, 32 años.
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Después del desahogo más que legítimo, tendremos que hacer un esfuer-
zo y hablar de nuestros sentimientos: Lo lamento muchísimo. Era el jarrón
del abuelo y cada vez que lo veía me acordaba de él.
Más que acentuar los defectos y destacar el descuido con lo que los exper-
tos llaman mensajes Tú, como por ejemplo: Eres un chapucero; Eres un
egoísta, es preferible usar mensajes Yo, que hablan de nosotros y de lo que
experimentamos. Los fragmentos del jarrón no volverán a pegarse, pero,
viendo hasta qué punto su pérdida es dolorosa para nosotros, los niños avi-
van su empatía, es decir, la capacidad de identificarse con el estado de
ánimo de los demás y aprenden a estar más atentos, sobre todo si les ani-
mamos a ello: Estoy segura de que ahora prestaréis más atención, ¿no es
cierto?
DEMOSTREMOS COMPRENSIÓN
CON QUIEN TIENE DIFICULTADES
Sin llegar a ser empalagosos, cuando hablemos de nuestras experiencias,
intentemos comprender las dificultades y los límites de los demás.
Evitemos etiquetarlos: Es sucio; No tiene ganas de trabajar; ¡Quién se cree
que es! A partir de frases de este tipo, el niño aprende a ser intolerante con
los demás en lugar de esforzarse por identificarse con ellos. Enseñémosle
a describir la situación de la forma más objetiva posible: No se lava lo sufi-
ciente; Suele perder el tiempo en su puesto de trabajo; Cuando hace algo
bueno, lo hace saber a todo el mundo. De este modo, las mismas situacio-
nes presentadas como comportamientos y no como características de la
personalidad evitan transformar una condición pasajera en una característica
permanente.
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que vive sola son gestos concretos hacia personas conocidas que ayudan
mucho más a identificarse con los problemas de los demás que las ayudas
impersonales a los países subdesarrollados.
No hace falta hacer sacrificios heroicos. Basta un pequeño gesto para ayu-
dar a nuestros hijos a acordarse de los que están peor que ellos, como, por
ejemplo, llevar la ropa que ya no se usa a un centro de recogida y al mismo
tiempo recordarles que cuiden sus prendas para que, una vez que ya no les
sirvan, puedan pasar a otras personas. De este modo, cuando sean adultos,
tendrán más sensibilidad hacia los demás.
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Saber que nosotros un día también tuvimos los mismos problemas ayuda
y tranquiliza al niño, ya que se siente comprendido y entiende que com-
partimos sus dificultades, sin condenar ni juzgar. Además, le damos un
modelo a imitar porque, si nosotros lo hemos conseguido, ¿por qué no
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NO “PREMIEMOS” LA TIMIDEZ
«Desde que eran muy pequeños», explica el psicólogo australiano Steve
Biddulph, «me propuse presentar siempre a mis hijos a todas las personas
que nos encontrábamos por la calle o que invitábamos a casa. Tenían que
mirarlas a los ojos y saludarlas por su nombre. Y nada más. No pretendía
que se quedaran ahí charlando». Esta simple costumbre puede hacer mila-
gros. El niño aprende una forma de relacionarse que hará que se le consi-
dere sociable y cordial. Además, recibirá una recompensa inmediata, por-
que, ante un saludo tan directo, se tiende a responder de forma afable. El
extraño pierde su carácter misterioso, adquiere un nombre, un rostro, una
mirada y una sonrisa. «Si se enseña a los niños a saludar, a mirar a la cara
a los demás y a presentarse, no tendrán dificultad para hacer amigos y para
disfrutar de la compañía de las personas. Por eso, vale la pena tratar y
resolver el problema cuanto antes».
Pero, ¿qué pasa si el niño no quiere saber nada? «Insistid hasta que lo
haga, porque ello le facilitará las relaciones sociales, en la escuela o en el
trabajo», observa Steve Biddulph.
De hecho, se ha demostrado que, en la mayoría de los casos, la timidez se
perpetúa porque los adultos la permiten o le prestan una atención excesiva.
El niño se regodea con el exceso de atenciones que recibe y, como resulta-
do de ello, refuerza su hosquedad. Por lo tanto, hay que evitar “premiar” su
comportamiento. Exijamos al niño que mire a los ojos al invitado, que le salu-
de y que luego vuelva a sus juegos si así lo desea. Si no acepta, sin casti-
garle, nos limitaremos a privarle del privilegio de la compañía de los adultos:
Las reglas para estar con los mayores son éstas; si no quieres acatarlas,
eres libre de estar en tu habitación.
Si la timidez persiste más allá de los años de la escuela primaria, conviene
comprobar que no sea el síntoma de un malestar más profundo, como un
estado permanente de angustia o una profunda falta de autoestima, en
cuyo caso convendría consultar con un profesional.
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EDUCAR EN LA RESPONSABILIDAD
Entonces, ¿cómo inculcar al niño la idea de que, a pesar de las adversidades,
él es quien elige en última instancia cómo reaccionar y cómo comportarse? O,
si se quiere ampliar el campo, que él es quien decide sobre su propia vida.
para ir a la cama. ¿Prefieres jugar un poco más o mirar un DVD?, o bien: Hoy
hace mucho frío y hay que abrigarse. ¿Prefieres los pantalones de lana o los
de pana? De este modo, el pequeño se conciencia y se acostumbra
a asumir sus propias responsabilidades aunque sea en elecciones aparente-
mente banales. Cuando le pidamos que decida algo, preguntémosle por qué
lo ha elegido: los pantalones de lana... porque son más suaves... van bien
con el jersey... abrigan más... De este modo, el niño aprende a fijar su aten-
ción en lo que desea y se hace más consciente de sus propias exigencias. A
medida que crezca, cada vez se verá más a sí mismo como un individuo
digno de respeto, capaz de elegir y de tomar decisiones autónomas.
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La madre sabe que su hijo es revoltoso, que las hace de todos los colores,
pero no dice mentiras. Está segura de que le han echado la culpa de la tra-
vesura, no porque tuvieran pruebas, sino porque la trastada hubiera podido
corresponder perfectamente al personaje. Enfurecida, descuelga el teléfono,
descarga una avalancha de quejas sobre la maestra y, sin darle la posibilidad
de replicar, vuelve a colgar el auricular. Luego, le toca el turno a la directora:
se repite la misma escena y el mismo rapapolvo.
El niño se siente protegido y vengado, pero pierde la ocasión de reflexionar
por qué, si ocurre algo en la escuela, él es siempre el primero de la lista de
los sospechosos.
Por otra parte, la madre, cegada por la indignación, ni siquiera se pregun-
ta por qué el niño tiene tan mala fama en el colegio. Si bien es justo reco-
nocerle el derecho a que lo defiendan de acusaciones infundadas, es
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SER HIPERCRÍTICO
Explica Alejandro, 32 años:
Nunca tuve una buena relación con mi padre, que siempre me con-
sideró un chapucero. Desde siempre, el sábado, papá sacaba el
polvo a su colección de minerales que había ido reuniendo con los
años y de la que se mostraba maníacamente celoso. A mí no me
estaba permitido ni siquiera acercarme: «No me fío», decía mi padre,
sin término medio. A fuerza de insistir, un sábado logré convencerle
de que me dejara hacerlo a mí. Saqué todos los minerales, compro-
bé cada trozo y, una vez seguro de haber hecho un trabajo perfecto,
le llamé para que diera su visto bueno.
Papá examinó la vitrina, milímetro a milímetro. Tomó un mineral que
estaba en la última fila y descubrió un poco de polvo. «No has limpia-
do bien», dijo, presionando el maxilar por el nerviosismo. «Pero es
que no conseguía llegar hasta el fondo», intenté excusarme. Sin decir
nada, salió cerrando la puerta tras de sí. Me dejé caer sobre una silla
y pensé: «¡Le odio!».
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Con esa imagen deberán convivir toda la vida, mientras que las opiniones
de los demás van y vienen sin cesar», concluye el psicólogo Wayne W. Dyer.
NO HACERLE CASO
Ignoremos completamente cualquier petición que el niño plantee de forma las-
timosa o reivindicativa, como si no la hubiésemos oído. Aunque se ponga a
chillar o se tire al suelo, no demos muestras de haber oído su mensaje. Demos
media vuelta y marchémonos, dejándole refunfuñar, lloriquear y lamentarse.
Cuando haya terminado, le podemos llevar aparte y confirmar las normas:
Si deseas algo, pídemelo en un tono de voz normal. Además, es inútil que
hagas una escena si te digo que no. Has de saber que, aunque estuviese
dispuesto a escuchar tu petición, por el modo lastimoso en que lo pides,
pierdes cualquier posibilidad de obtenerla.
Si cedemos aunque sólo sea una vez, reforzamos al niño en la idea de que
basta lloriquear el suficiente tiempo y con la suficiente teatralidad para obte-
ner lo que quiere. Así, la próxima vez se mostrará todavía más testarudo
cuando pida lo que desea.
En cuanto pare, cambiaremos inmediatamente de registro, volveremos a
mostrarnos dispuestos, sin sermonearle ni remover lo sucedido.
Si hace tiempo que nos hemos acostumbrado a ceder a sus peticiones,
podemos avisarle de que, de ahora en adelante, las cosas van a cambiar. Pero
no será necesario. Lo que cuenta es que estemos realmente convencidos de
aplicar la nueva línea de comportamiento.
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EDUCAR EN EL CONTROL
Según indican las estadísticas, en el jardín de infancia, un niño se pelea una
media de cinco minutos al día. Las niñas reaccionan llorando y los niños
pegando y mordiendo.
¿Acaso debemos preocuparnos? ¿Estos pequeños agresivos seguirán sién-
dolo cuando crezcan? A juzgar por las conclusiones de las investigaciones
llevadas a cabo por el departamento de Criminología de la Universidad de
Toronto, en Estados Unidos, parece que sí, si se les deja hacer.
Un grupo de psicólogos canadienses estudiaron a lo largo de 20 años a un
grupo de niños definidos como violentos. A la edad de 13 años, todavía lo
eran y, una vez cumplidos los 30, manifestaban un número de comporta-
mientos violentos superior a la media. «Si a un niño se le permite ser un gam-
berro, la probabilidad de que muestre comportamientos antisociales en la
adolescencia y en la edad adulta es muy superior», escribieron los expertos
en su informe. «Pero, según la forma de reaccionar de los adultos, los niños
son perfectamente capaces de aprender a controlar su propia agresividad»,
advierten los investigadores.
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¿Realmente es así? Pues no, responden a coro los expertos. Con frecuen-
cia, las etiquetas que se cuelga a los niños son las que contribuyen a adju-
dicarles un papel, que luego repiten automáticamente sin ser conscientes
de ello. Veamos cómo ayudarles:
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“¿HABLAMOS?”
Una madre satisfecha explica lo siguiente: Desde que mi hijo era muy
pequeño y todavía no sabía hablar, adopté la costumbre de hablar con él.
Me ponía a su lado y le decía: «¿Hablamos?». Le tomaba la mano y, con
cada uno de sus deditos, iba repasando el programa del día: «Primero
tomaremos la merienda, luego toca el baño, más tarde guardaremos los
juguetes...». O bien le contaba algo que me había ocurrido aunque, pro-
bablemente, sólo entendía la entonación de mi discurso y no las palabras.
A medida que crecía, los «¿Hablamos?» se hacían más variados y articu-
lados, y ofrecían la oportunidad de tocar muchos temas. Aún hoy, a los 13
años, mi hijo nunca pierde la ocasión de un «¿Hablamos?».
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CUANDO LA PREPOTENCIA
SE CONVIERTE EN ACOSO ESCOLAR
Según una investigación llevada a cabo con una amplia muestra de alum-
nos de enseñanza primaria y media de la región italiana de Lombardía, el
51,9 por ciento de los niños y el 48,3 por ciento de las niñas de las escue-
las primarias declararon haber sido víctimas de vejaciones y prepotencia por
parte de sus compañeros. Por otra parte, el 48,5 por ciento de los niños y
el 39,5 por ciento de las niñas admitieron haber protagonizado episodios de
acoso escolar. En las escuelas primarias, los niños de unos siete años son
las víctimas preferidas de los prepotentes. Entre las víctimas, el 10 por cien-
to sufre vejaciones regularmente, y esa periodicidad es lo que transforma la
agresividad en acoso.
Es un fenómeno inquietante y todavía poco conocido. Con frecuencia, los
niños y jóvenes no cuentan a sus padres y profesores que son objeto de
violencia y abusos.
Las vejaciones pueden ser físicas o limitarse a las palabras. Los chicos
recurren tanto a los golpes como a las amenazas, mientras que las chicas
suelen limitarse a las palabras contra sus coetáneas. Además, hoy en día,
Internet, los sms y los chats permiten ampliar fácilmente el alcance del
acoso.
Las peleas normales entre coetáneos son conflictos entre iguales, en los que
nadie insiste más allá de un límite para imponer su voluntad. Además, los
niños consiguen hablar de los motivos del desacuerdo manifestando sus razo-
nes, saben excusarse o buscar soluciones y son capaces de reconciliarse o
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NO CASTIGAR LA VIOLENCIA
CON VIOLENCIA
Si queremos enseñar a nuestros hijos a no recurrir a la violencia, en ningún
caso podemos utilizarla con ellos. Es preferible elegir una medida (que no
sea un castigo) que, en cierto modo, esté relacionada con la infracción. Por
ejemplo, si ha roto alguna cosa, se la haremos pagar; si ha pegado a un
compañero, le pediremos que se excuse y que le haga un pequeño regalo.
Aún hoy, por Internet, se encuentran páginas donde austeros moralistas
mantienen la necesidad de recurrir al castigo corporal para inculcar en los
niños las normas de buena conducta. En realidad, si obtenemos un deter-
minado comportamiento con golpes, el niño recurrirá al mismo sistema
para conseguir sus objetivos. Reprimir a golpes resulta contraproducente
porque crea rencores en el niño, suscita deseos de venganza, lo hiere en
más lo profundo y deja resentimientos difíciles de olvidar.
Si, a pesar de todo, en un momento de ira, se nos escapa un azote, cuan-
do recuperemos la calma, no hemos de avergonzarnos de pedir disculpas
al niño. Le explicaremos que nos hemos dejado llevar por la ira. Admitir
nuestros propios errores es una enseñanza importante para los niños: Lo
lamento, yo también pierdo el control a veces. Debemos mejorar tanto tú
como yo. Pero prométeme que te esforzarás por hacer lo que te pido.
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cuanto más estridentes, rápidas y violentas son las escenas, más hipnotizan
y capturan la atención de los niños y, por consiguiente, resultan más efica-
ces para vender pastelitos, juguetes u otros videojuegos.
TELEVISIÓN Y AGRESIVIDAD
Las acusaciones contra los programas de televisión y los videojuegos son
graves: generan comportamientos agresivos, inmunizan ante la violencia,
dan una imagen del mundo como un lugar aterrador, ofrecen una justifica-
ción para usar la agresividad contra los demás, etc.
En el informe sobre Los efectos de la violencia en televisión sobre el cere-
bro de los niños, realizado por el Centro de Estudios e Investigaciones
Neuropsicofisiológicas de Roma, en Italia, dirigido por Michele Trimarchi, se
afirma que «existe una relación entre la visión de escenas violentas y los
niveles de agresividad, angustia, trastornos del sueño, dificultad para dormir
y miedo a estar solos y a la oscuridad». La violencia de los videojuegos y de
la televisión se considera tóxica para el cerebro de los niños por cuanto se
propone como método eficaz para la resolución de problemas y, además,
va asociada al placer y a la recompensa. Los niños ven una y otra vez las
escenas de forma compulsiva y luego tienden a imitarlas, se identifican con
los personajes que las llevan a cabo y los emulan.
Desde 1960, cuando la televisión se convirtió en el electrodoméstico más
difundido, los episodios de violencia en los países desarrollados se han
multiplicado por 600: niños que matan a sus padres, roban a sus coetá-
neos, tiran piedras desde los puentes de la autopista sintiéndose como los
héroes de la pantalla. Y, cada vez con más frecuencia, los protagonistas
de dichos delitos son hijos de la llamada “burguesía acomodada”. Los
adultos nos sorprendemos y nos horrorizamos sin caer en la cuenta de
nuestra responsabilidad directa.
LA INFLUENCIA
EN EL COMPORTAMIENTO
«Las conclusiones de más de 3.000 investigaciones sobre la relación entre vio-
lencia virtual, televisión, videojuegos, Internet y violencia real demuestran clara-
mente que existe una correlación entre la visión de escenas violentas y el com-
LAS CONSECUENCIAS
EN LAS RELACIONES CON LOS DEMÁS
En condiciones normales, un niño no para de moverse durante todo el día,
corre, salta, se cae, juega y se pelea con sus compañeros. Ve un árbol, sien-
te el viento, degusta una manzana, acaricia y estruja a su osito de peluche
o siente sobre la piel las salpicaduras del agua del baño. Sus sentidos son
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A mí me dan miedo los negros porque matan a los niños y son malos.
Yo quiero que mis padres sean blancos. Mi papá me ha dicho siem-
pre que todas las personas son iguales, ya sean blancas o negras,
pero la televisión me enseña que los negros matan y yo me asusto
todavía más, confiesa un niño de nueve años.
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cias entre las personas». Sin embargo, se trata de una precaución contra-
producente porque, al callar, se corre el peligro de no tocar nunca el tema
de los prejuicios, que tal vez ya haya arraigado en la mente del niño.
Mientras que el prejuicio se absorbe espontáneamente, la tolerancia requie-
re un esfuerzo consciente por nuestra parte para enseñarlo de forma explí-
cita. Hasta hace unos años, en nuestras ciudades y pueblos, vivía una
población básicamente homogénea. En cambio, hoy en día, es cada vez
más multiétnica, igual que las escuelas de nuestros hijos. Por ello, es impres-
cindible plantearse el objetivo de enseñarles a conocer al vecino que acaba
de llegar de un lugar situado a miles de kilómetros de distancia.
La investigadora Angela Neal-Barnett de la Universidad de Kent, Ohio, pro-
pone un cambio profundo en nuestra forma de considerar al otro. Para ello
aconseja:
INTENTAR NO GENERALIZAR
Acostumbremos al niño a no recurrir a la generalización: Los de quinto...; Las
maestras...; Los marroquíes...; Los que llevan gafas...; Los judíos... Cuando recu-
rrimos a afirmaciones de este tipo, con toda probabilidad, estamos enunciando
un estereotipo (stereos es una palabra griega que significa “sólido”, sin diferen-
ciación). Pidamos al niño que busque la excepción en lo que acaba de afirmar:
La mayoría de los niños de quinto son antipáticos, aunque algunos son muy sim-
páticos; Algunos gitanos roban, pero muchos se ganan la vida con su trabajo.
Algunas generalizaciones se han difundido tanto que se han transformado
en frases hechas: Fuma como un carretero; Trabaja como un negro; Es muy
gitano. Las repetimos sin pensar pero, a oídos de los niños, suenan nuevas.
Por lo tanto, es preferible abolirlas de nuestro lenguaje habitual.
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NO PONER ETIQUETAS
En general, tendemos a poner etiquetas a nuestros hijos: Ángela es la estu-
diosa, Ana María es la revoltosa y José siempre se mete en líos. Una vez col-
gada la etiqueta, ésta cumple su misión, porque sirve para “indicar el con-
tenido” sin necesidad de comprobarlo cada vez. Si se la adjudicamos al
niño, a pesar de que su comportamiento no corresponda a la etiqueta,
siempre tenderemos a verle de ese modo.
Igual que para un niño en crecimiento la etiqueta es especialmente nociva,
porque le impide salirse del papel que se le ha asignado y, por lo tanto, le
resulta mucho más difícil cambiar, lo mismo ocurre cuando se aplica a
todos los que pertenecen a una región (“los andaluces”), a un estado (“los
alemanes”) o a una raza (“los negros”).
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Las amistades
peligrosas
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PALABRAS REVELADORAS
A partir de las palabras de los propios pederastas, se pueden obtener indicios muy
útiles para saber cómo actúan, qué niños les atraen y, por lo tanto, cuál puede ser la
mejor forma de protegerlos de sus halagos.
■ Me atraía mucho su mirada llena de confianza.
■ Cuando sospechan, los niños no te miran a la cara.
■ Tenía un aspecto vulnerable. Era inseguro. Se fiaba de todo el mundo.
■ El que buscaba protección. Aquel a quien sus hermanos y hermanas arrastraban
como a un peso. Aquel a quien le gustaba sentarse en las rodillas, al que le gustaban
mis caricias, que se dejaba tocar sin protestar y sin revelarse contra mí.
■ Capto cuando el niño deposita su confianza en mí: lo veo por cómo se mueve, por
cómo se dirige a mí y me pide las cosas.
■ Se sabe si un niño ya ha tenido experiencias de este tipo, porque está más tranquilo
y sumiso cuando se utilizan ciertas palabras, se hacen alusiones o se toman iniciativas.
■ Elegía a los aislados, a los que no tenían amigos o se sentían abandonados y maltratados,
porque estos niños buscan a alguien que se ocupe de ellos.
■ Temía ser descubierto. Por eso, esperaba el momento y el lugar oportuno. Y, por eso,
también, me dirigía a niños menores de siete años. Algunos tenían tres y no creo que enten-
dieran qué estaba haciendo. Buscaba niños que no fuesen capaces de contar lo sucedido.
■ Hablábamos, jugábamos juntos hasta la hora de acostarse. Me sentaba junto a su
cama en calzoncillos y evaluaba sus reacciones.
■ Le hacía cosquillas, reíamos, la tocaba. Con los niños, el contacto físico es más impor-
tante que la seducción verbal.
■ Intentaba ser simpático: le proponía juegos, le demostraba atención, le hacía cumplidos.
■ Me comportaba de tal forma que se sintiera seguro conmigo.
■ Le atraía con alguna excusa: un juguete, algo divertido u otra cosa.
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AMISTADES EN LA RED
Internet, la “red internacional”, ha cubierto el mundo con una trama de cone-
xiones que, si bien por un lado ha multiplicado las posibilidades de comuni-
carse, intercambiar información y difundir conocimientos, por otro lado ha
supuesto que ahora sea mucho más difícil salvaguardar la intimidad de la
familia y protegerla de intrusiones indeseadas.
Según los datos difundidos por el National Center for Missing & Exploited
Children (Centro nacional para menores desaparecidos o víctimas de abuso)
de Estados Unidos, durante el año 2004:
■ Un niño de cada cinco que navegaba por Internet fue embaucado
con la intención de mantener relaciones sexuales.
■ De éstos, uno de cada 33 fue amenazado, recibió llamadas tele-
fónicas, cartas o regalos.
■ A uno de cada cuatro se le mostraron fotos de personas man-
teniendo relaciones sexuales, a pesar de que su dirección de correo
electrónico estaba protegida con dispositivos de bloqueo contra mensajes
indeseados.
■ Uno de cada 17 recibió amenazas personales o contra miembros
de su familia.
En el caso de Europa, no se dispone de datos precisos, aunque los riesgos para
los niños que navegan por el ciberespacio son los mismos. Hace unos años, en
2003, en la ciudad italiana de Roma, se descubrió una red que, a través de
Internet y en pocos meses, había logrado atraer a 130 niños, algunos de los
cuales después fueron sometidos a malos tratos. Realmente, no sorprende si se
tiene en cuenta que en Internet existen más de 3.000 páginas de pederastas.
Algunos datos referidos al 2003-2004 dan una idea del fenómeno que,
desde ese período, no ha hecho más que aumentar:
■ 3.592.710 visitantes de un único sitio pedófilo en los primeros
ocho meses desde su apertura.
■ Más de 3.100.000 visitantes en un mes para el grupo más acreditado.
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BIBLIOGRAFÍA
Escuchemos al niño, T. B. Brazelton, Ediciones Paidós Ibérica, 1989
La felicidad de nuestros hijos, W. W. Dyer, Grijalbo, 1997
El secreto del niño feliz, S. Biddulph, Editorial Edaf, 1996
Amistades infantiles, Z. Rubin, Ediciones Morata
Relaciones entre hermanos, J. Dunn, Ediciones Morata, 1986
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