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América: de colonia a reino y de periferia a centro1

America: from colony to kingdom and from periphery to core

María Fernanda Justiniano


mafernandajustiniano@yahoo.com.ar, Universidad Nacional de Salta, República Argentina

Resumen: En los últimos veinte años los aportes de la nueva historiografía a los estudios de historia
moderna e historia económica de los tiempos modernos han transformando sustancialmente las
conceptualizaciones realizadas sobre los territorios americanos dominados por la monarquía
hispánica.
Los aportes de Kenneth Pomeranz, Flynn y Arturo Giráldes nos proponen un abandonar las
perspectivas eurocéntricas para aceptar que al mundo de los siglos XVI al XVIII es policéntrico o al
menos asiatocéntrico.
En tanto, las investigaciones en historia política no sólo derrumbaron el viejo Estado weberiano que
había influido vida al orden colonial, sino que vieron emerger nuevas formas políticas, que para
algunos merecen el nombre de reinos, eliminándose la “herencia” de la conquista y colonización.
Este artículo propone un recorrido explicativo que identifica las principales contribuciones de la
historiografía económica y de los tiempos modernos que revierten los grandes constructos
historiográficos establecidos por la historia económica y moderna de los siglos XIX y XX.

Palabras clave: Estado Moderno, Historia moderna, Historiografía, Colonia, Monarquías ibéricas

Abstract: In the last twenty years the contributions of the new historiography to the studies of early
modern history and economic history of modern times have substantially transformed
conceptualizations made on the American territories dominated by the Spaniard Monarchy.
The contributions of Kenneth Pomeranz, Dennis Flynn and Arturo Giráldez give up the Eurocentric
perspective to accept that the world of the sixteenth and eighteenth centuries is polycentric or at
least Asian Centric.
Meanwhile, the research in political history not only collapsed the old Weber State that life had
influenced the colonial order, but saw the emergence of new political forms, which some deserve

1
Publicado en: María Fernanda Justiniano, "América: la colonia tiene en Reino periferia Y tiene centro" Nuevo
Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, publicada el 10 de octubre de, 2016, consultado el 13 de octubre
de 2016. URL: https://nuevomundo.revues.org/69742.
the name of kingdoms, eliminating the "heritage" of the conquest and colonization. This article
proposes an explanatory tour that identifies the main contributions of the economic and early
modern time’s history that reverse the great historiographical constructs established by the early
modern and economic history of the nineteenth and twentieth centuries.
Keywords: Modern State, Early modern history, Historiography, Colony, Iberian monarchies

En 1954, Sigfrido Radaelli realizó la reseña de la obra de Ricardo Levene, Las Indias no eran
colonias, que había sido publicada por la editorial Espasa-Calpe, en 1952.2 Sobre la
afirmación contundente de Levene respecto de que las tierras americanas no eran colonias
expresó: “Es fácil y es natural que todos nos encontremos hoy en esta corriente; que españoles
y americanos coincidamos en una valoración de hechos y circunstancias, de obras y figuras
que hoy nos parecen indiscutibles, sólidamente insertadas en el sentido histórico de nuestro
tiempo”.3 Fue justamente, a iniciativa de Levene que la Academia Nacional de la Historia de
la Argentina aprobó la propuesta de evitar el uso de la expresión “período colonial” en las
obras de textos de historia americana, y propuso en cambio el empleo de los términos
“período hispánico” o “período español”. 4
Vale destacar, que este movimiento de revisión del estatus colonial de los territorios
americanos fue iniciado un lustro antes que el libro de Levene comenzara a circular. El propio
jurista argentino, había escrito en 1948 un artículo titulado del mismo modo que su libro.
Esta iniciativa de los estudiosos de la historia de Argentina tuvo una repercusión favorable
en ambos lados del Atlántico. Entre 1949 y los años que siguieron, una serie de encuentros

Agradezco a quienes evaluaron de modo anónimo el artículo original los valiosos aportes, críticas y sugerencias
realizados que han contribuido a mejorar la versión final que aquí se presenta. Sin embargo, si se encontrasen
vacíos, errores o falencias son de mi estricta responsabilidad.
2
En este artículo interesa el término colonia como constructo historiográfico. Vale recordar que hasta principios
del siglo XVIII el vocablo colonia designaba sin connotaciones ideológicas cualquier dependencia europea de
ultramar vinculada a alguna monarquía. De aquí que el Diccionario de autoridades de 1729 estipulaba que
colonia significaba población o termino de tierra que se ha poblado de gente extranjera, trahida de la Ciudad
Capital, u de otra parte. En, Ortega Yobenj, Francisco y Aurcado Chicanga-Bayona (Eds), “Entre constitución
y colonia, el estatuto ambiguo de las Indias en la monarquía hispánica”, en Ortega Martínez, Francisco A.,
Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia, Bogotá, Universidad de Colombia, 2012,
p. 62.
3
Radaelli, Sigfrido, “Reseña: Las Indias no eran colonias, por Ricardo Levene”, Revista Historia de América
N° 37/38, Dic-Ener, 1954, pp. 413-417.
4
Existe una transcripción en línea del Acta de la sesión del 2 de octubre de 1948 de la Academia Nacional de
la Historia donde se discutió el proyecto presentado por Levene. “Las Indias no eran colonias”, en
Hispanoamérica Unida. Por la creación de un Estado hispanoamericano, 17 de noviembre de 2013, consultada
10 de julio de 2015, https://hispanoamericaunida.com/2013/11/17/las-indias-no-eran-colonias.
internacionales, a la par que aprobaban la interpretación de los argentinos, recomendaban el
uso de expresiones que reemplacen el término “período colonial”.
Sin embargo, pese a la apreciación de Radaelli y a las recomendaciones emanadas de los
encuentros internacionales de americanistas, la labor de sustitución de conceptos no fue
exitosa. Todo lo contrario. Los argumentos jurídicos de Levene perdieron centralidad en las
explicaciones históricas.
Tres décadas después, otro argentino, Ricardo Zorroaquín Becú volvió a interrogarse sobre
la condición política de las Indias. Nuevamente, desde el derecho se objetó el uso del término
colonia, por cuanto éste recién comenzó circular en la época de Carlos III, con el fin de
referenciar a regiones subordinadas y por imitación del vocabulario de los autores franceses
contemporáneos.5 A diferencia de sus colegas de otras disciplinas sociales que por aquellos
años encontraron que la profundidad de las “dependencia” económica y política explicaba el
fracaso de las subdesarrolladas sociedades latinoamericanas 6, Zorroaquín Becú afirmó el
régimen indiano se caracterizó por un sistema de provincias con un gobierno descentralizado,
con poderes autónomos de legislación y con una gran independencia jurisdiccional.
El clima de época de la segunda posguerra y los viejos y nuevos aires historiográficos ayudan
a explicar el rotundo fracaso de la sustitución de los términos. Como expresa Annick
Lempériere, en un artículo de 2004 muy difundido, la categoría “colonial” respondió en la
historiografía del siglo XX más a un uso ideológico que a una descripción científica del
período.7
Fue durante el siglo XVIII cuando la locución colonia hizo el tránsito de un vocablo unívoco
y relativamente poco polisémico a un concepto sociopolítico fundamental de la modernidad

5
Zorroaquín Becú, Ricardo, “La condición política de las Indias”, Revista de Historia del Derecho n° 2 (1974):
362. Disponible en la siguiente URL: http://inhide.com.ar/portfolio/revista-de-historia-del-derecho-no-2-ano-
1974.
6
A partir de la década de 1960, en las ciencias sociales latinoamericanas tomó forma la denominada teoría de
la dependencia que representó un esfuerzo crítico para comprender las limitaciones de un desarrollo iniciado
en un periodo histórico en que la economía mundial estaba ya constituida bajo la hegemonía de enormes
grupos económicos y poderosas fuerzas imperialistas, aun cuando una parte de ellas estaba en crisis y abría
oportunidad para el proceso de descolonización. En Dos Santos, Theotonio, “La teoría de la dependencia;
Balances y Perspectivas”, Theomai, consultada 25 de agosto de 2016,
http://theomai.unq.edu.ar/Conflictos_sociales/Theotonio_Dos_Santos_Teor%C3%ADa_de_la_Dependencia.
pdf.
7
Lampériêre, Annick, “La ‘cuestión colonial’”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos N° 4, 2004, En línea, URL:
http://nuevomundo.revues.org/index437.html.
occidental e ibérica, advierte Francisco Ortega, en coincidencia con Zorroaquín Becú. 8
Afirma éste investigador colombiano, que a mediados de la década de 1810 la palabra colonia
adquirió varios significados. Empezó a aludir a experiencias arbitrarias de desigualdad
política, pero también la expresión fue usada para indicar realidades de representación
electoral disminuida o, señalar situaciones de denegación de la soberanía local. Aclara que
ello no supuso, ni que los americanos hubieran aspirado a la independencia nacional en su
momento, ni que las guerras de independencia puedan ser conceptualizadas como
anticoloniales.9
Este constructo, elaborado en el siglo XVIII y apropiado por las historiografías de las
nacientes repúblicas americanas, adquirió dimensiones explicativas notables a fines del siglo
XIX. En el siglo XX se verá reforzado, por cuanto se convirtió en clave explicativa para los
diferentes modos de hacer historia que nacieron y perduraron en la centuria pasada.
A comienzos del siglo XXI se volvieron a alzar voces para cuestionar la categoría de colonia
dada a los territorios americanos. Los profundos cambios que trajeron consigo la crisis y
renovación historiográfica acaecida en las últimas décadas del siglo pasado son responsables
de este desplazamiento y mutación conceptual.
Estas profundas mudanzas interpretativas no fueron obra de los argentinos o americanos, tal
como fue el caso de la revisión demandada por Levene, en la primera mitad del siglo pasado.
Tampoco encontraron su justificación en los argumentos jurídicos señalados por los juristas
latinoamericanos. Las exigencias de reconsideración del epíteto de colonia surgieron de la
crisis de los análisis estructural y funcionalistas que caracterizaron a la historiografía
vigesimal, el ascenso de las perspectivas relacionales en la práctica historiográfica, el
desmoronamiento del Estado weberiano y del relato eurocéntrico que le era inherente.
Es intención de este artículo dar cuenta de esta mudanza conceptual acaecida en la exposición
histórica escrita. Las actuales objeciones al status de colonia de los territorios americanos se
derivan de los profundos cuestionamientos realizados, en las últimas décadas al constructo
historiográfico de Estado moderno, en cuanto a su modernidad, absolutismo, estatidad.
En las páginas que siguen se pretende, por un lado, realizar un derrotero que permita, desde
diferentes aportes, aventurar respuestas que posibiliten entender cuándo, por qué y cómo se

8
Ortega, F., p. 14.
9
Ortega, F., p. 28.
produjo este desplazamiento del concepto de Estado moderno, al punto que éste se ha vuelto
irreconocible; y señalar por qué estas mudanzas conceptuales derivaron en las objeciones al
estatus de colonial de los territorios americanos.

América: De colonia a reino


La implantación del sistema estatal-nacional como principio organizador de la sociedad y de
su estudio fue una labor de la ciencia y su historiografía, en el siglo XIX. Este ascenso del
paradigma del Estado Nacional en las investigaciones históricas fue estudiado en los últimos
tiempos por historiografía española, y no sólo ella.10 El recorrido se inicia en la filosofía

10
No es intención de quien escribe este artículo realizar una síntesis de las producciones que dan cuenta de la
crisis del paradigma estatalista moderno. El lector interesado puede encontrar en las obras que se detallan a
continuación algunos de los principales aportes escritos en español, que tienen el mérito de situar el paradigma
estatalista como una construcción de “operación ideológica” de los siglos XIX y XX, de brindar información
bibliográfica y argumentos, que explican tanto su proceso de elaboración y quiénes, a juicio de los autores, son
responsables de su desmoronamiento. Tal es el caso del artículo de Garriga, Carlos, “Orden jurídico y poder
político en el Antiguo Régimen”, Istor n° 16 (2004), que encontró al Estado Weberiano como el arquetipo de
esta construcción ideológica y advirtió de modo temprano la ruptura del consenso historiográfico construido en
torno al que se denominó Estado Moderno. En su propuesta explicativa sitúa como responsables de una nueva
mirada los aportes provenientes de la historiografía jurídica europea, y reconoce a Otto Brunner, Bartolomé
Clavero y Antonio Hespanha como los principales artífices del cambio de perspectiva.
Una alternativa interpretativa diferente a la de Carlos Garriga se propone en Martínez Millán, José, “La
sustitución del “sistema cortesano” por el Paradigma del “Estado Nacional” en las Investigaciones históricas”,
Libros de la Corte IULCE, 2009. Aquí la operación ideológica está situada antes de Max Weber, en la obra de
filósofos e historiadores alemanes, como Herder, Fichte o Ranke y la elaboración de una ideología alternativa
a la tesis del “progreso de la civilización” desarrollada en los tiempos de la Ilustración a la que denominaron
“espíritu del pueblo”. Los estudios sobre la corte y en las líneas de investigación que le dieron origen, le
permiten a Martínez Millán afirmar la obsolescencia del concepto de Estado moderno y proponer que la
monarquía hispana optó por la corte como forma de articulación en el aumento de los reinos.
A diferencia de los anteriores Fernández Albadalejo, Pablo “Imperio e identidad: consideraciones
historiográficas sobre el momento imperial español”, SEMATA, Ciencias Sociais e Humanidades vol. 23
(2011): 131-148, no se ubica en un lugar crítico del paradigma estatalista. Para el autor la crisis del concepto
de Estado moderno deviene de una “nueva forma global de soberanía”, el Imperio de Hardt y Negri, que
encuentra la necesidad de proclamar con mayor o menor necesidad el fin del Estado-soberano. Para este autor,
la influencia de globalización fue decisiva en el ascenso de esta nueva mirada. A semejanza de Garriga reconoce
a los iushistoriadores del Sur europeo como sus forjadores, y la define como la minimización del Estado en el
relato de la modernidad. Ante esto, considera que la categoría de imperio surge como adecuada para el estudio
de este pasado que ha sido des-estatalizado y des-nacionalizado.
Argumentos distintos desarrolla en un reciente artículo Herrero Sánchez, Manuel, “Paz, razón de Estado y
diplomacia en la Europa de Westfalia. Los límites del triunfo del sistema de soberanía plena y la persistencia
de los modelos policéntricos (1648-1713)”, Estudis. Revista de Historia Moderna, 41, (2015): 43-65. Asentado
en una línea interpretativa que entiende que en la Europa moderna persisten de modo preponderante estructuras
políticas policéntricas, fragmentadas, cuestiona el esquema explicativo que entiende que, durante el siglo XVII,
tras la paz de Westfalia, se pusieron las bases del triunfo del moderno Estado-nación.
alemana a partir de finales del S XVIII, cuando intelectuales como Herder, Fichte o Ranke
formularon una alternativa a la tesis del “progreso de la civilización” desarrollada en los
tiempos de la Ilustración. Emergió, de este modo una nueva concepción filosófica de la
organización política basada en un espíritu común, que sería defendida más por los filósofos,
y aplicada por el historiador como criterio para escribir la historia. El descubrimiento del
“espíritu del pueblo” dio lugar al proceso de construcción del discurso identitario, la creación
de una metapatria y la construcción de la doctrina nacionalista. Este nacionalismo elaboró el
relato y construyó la Historia de las nuevas entidades políticas soberanas decimonónicas
europeas. De este modo Nación y Estado tuvieron un origen común y una necesidad mutua,
y también se convirtieron en unas de las más fuertes normativas de la cultura del siglo XIX.
Este ejercicio discursivo construyó el Estado nación y dio forma al paradigma estatal. Así, la
organización nacional emergente se convirtió en el principio estructurante de la acción social
y política, pero también en la unidad de análisis obligada de toda investigación científica
social.11
Los americanos no escaparon a esta demanda identitaria y de organización estatal propia del
clima de época a ambos lados del Atlántico, increpado por las ideas ilustradas, convulsionado
por los ejércitos de Napoleón y el consecuente reclamo de reversión de la soberanía. El
Catecismo político escrito por Juan Fernández Sotomayor y publicado en Cartagena de Indias
en 1814, es un ejemplo de manifestación de la situación de desigualdad de esta parte la
Monarquía, al referirse a la injusticia de la dependencia y en especial a la conquista: “Los
conquistados, así como el que ha sido robado, pueden y deben recobrar sus derechos luego
que se vean libres de la fuerza, o puedan oponerle otra superior”. 12

En resumen, treinta y cinco años transcurrieron desde que Bartolomé Clavero propuso la jubilación del concepto
de Estado moderno en Clavero, Bartolomé, “Acerca del concepto historiográfico de "Estado moderno", Revista
de Estudios Políticos 19 Nueva Época (1981). Los artículos citados son ejemplos de la vitalidad adquirida en
las últimas décadas por la historiografía española, y su capacidad de contribución teórica y metodológica a las
discusiones globales de la disciplinares y a las específicas de la península.
Por fuera de la discusión específica española, puede citarse como ejemplo de contribución a la problemática el
artículo de María Fernanda Justiniano, "Ser o no ser": el dilema del Estado moderno en la exposición histórica
actual", Guillermo Nieva Ocampo, Rubén González Cuerva y Andrea M. Navarro, (editores), El príncipe, la
corte y sus reinos. Agentes y prácticas de gobierno en el mundo hispano (SS. XIV-XVIII) (Tucumán:
Humanitas, 2016), que entiende a estas transformaciones que acaecen en las interpretaciones históricas como
resultantes de la introducción de una racionalidad compleja en el quehacer historiográfico.
11
Martínez Millán, José, “La sustitución del “sistema cortesano” por el Paradigma del “Estado Nacional” en
las Investigaciones históricas”, Libros de la Corte IULCE, 2009
12
Portillo Valdés, José M., “Repúblicas, Comunidades perfectas, Colonias. La crisis de la Monarquía Hispana
como laboratorio conceptual”, Historia Contemporánea 28, 2004, 157-184.
En Europa y en América las historiografías decimonónicas se pusieron al servicio de las
distintas realidades estatales-nacionales emergentes y del capitalismo que se afirmaba global.
Pese a la influencia que tuvo la Constitución de Cádiz de 1812 en los distintos textos
fundamentales de las naciones latinoamericanas, pocos se detuvieron en el análisis de aquel
artículo 1° que dejaba claro que la Nación española era la reunión de todos los españoles de
ambos hemisferios, y del 5°que establecía que españoles eran todos los hombres libres
nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de éstos. En el mismo
artículo, se expresaba que también formaban parte de la nación española los extranjeros que
hubieran obtenido de las Cortes cartas de naturaleza, o los que llevaban diez años de vecindad
en cualquier pueblo de la Monarquía y también los libertos hubieran adquirido la libertad en
las Españas.13
Los libros de texto que comenzaron a circular en colegios secundarios y universidades
nombraban a los dominios americanos y asiáticos como colonias. Es el caso de la reconocida
obra del historiador español Pedro Aguado Bleyes, quien dedicó todo un apartado a la “La
política colonial española en América (1517-1808). Aunque, al referirse a la creación del
Virreinato de Nueva España en 1535, aclaró en una nota al pie de página que éste “bello
nombre, que en realidad convenía a todos los países españoles de América, ya que nunca
fueron tratados ni considerados como colonias fue propuesto por Hernán Cortés a Carlos
V”.14
De este modo con el concepto de Estado, el término colonia se introdujo en las exposiciones
históricas del siglo XX. La historia escrita del Viejo mundo afianzó las construcciones
decimonónicas, aunque los nuevos meta-relatos emergentes tuvieron orígenes y fines
diferentes. En tiempos que la historiografía asiática al estilo occidental todavía no se había
desarrollado, los historiadores marxistas y los vinculados a Annales centraron sus
interrogantes sobre cuándo y dónde se produjo el despegue que llevó a la superioridad
europea.

13
Constitución Política de la Monarquía Española. Promulgada en Cádiz a 19 de marzo de 1812.
José M. Portillo Valdés sostiene que a pesar de las declaraciones de la Junta Central, la Regencia y las Corte
los territorios americanos no fueron admitidos a la fiesta de regeneración de la monarquía española como
confederación de juntas primero y como nación española después. Concluye, que es este el sentido en que cree
que los territorios americanos fueron expulsados de la nación española en mucha mayor medida que
voluntariamente segregados de la misma. En, ob. cit, p.178.
14
Aguado Bleye, Pedro, Manual de Historia de América. Descubrimiento y exploración política colonial.
América Independiente, Bilbao, Imprenta de José Antonio Iturriza, 1927, p. 121-122.
Las respuestas surgieron marcadas por el nacionalismo metodológico que impregnó el
quehacer investigativo hasta casi hoy y el eurocentrismo que caracterizó a las ciencias
sociales hasta la fecha. La originalidad británica, la particularidad francesa, fueron
características implícitas en las tempranas tesis. 15 Había un modo de hacer, que marcaba las
diferencias. Ese modo de hacer tenía un nombre: el Estado.
Max Weber fue el científico social más influyente y el responsable de elaborar
magistralmente esta singular dinámica de las sociedades occidentales caracterizadas porque
sólo en ellas se dio la evolución del Estado racional, único donde podía prosperar el
capitalismo moderno, desarrollarse una burocracia profesional y el derecho racional. 16
Agregaba, que en el Estado moderno, el verdadero dominio, que no consiste en los discursos
parlamentarios ni en los problemas de monarcas sino en el manejo diario de la
administración, se encuentra necesariamente en manos de la burocracia, tanto militar como
civil.17
La obra del sociólogo alemán no solo articuló un relato explicativo sino que le dio realidad
y consistencia histórica al Estado moderno. Éste se diferenciaba ampliamente de la Edad
Media y era un antecedente al Estado constitucional que vendría después. La historiografía
de los años de 1960, 1970, e incluso 1980 entendió a los llamados tiempos modernos como
el apéndice necesario para explicar los tiempos contemporáneos. La Edad Moderna era la
antesala donde se desenvolvían todos los procesos que explicaban la sociedad contemporánea
posterior. De allí, que toda la historiografía de esta época se convirtió en un relato teleológico.
Como se observó, a finales del siglo XIX el relato teleológico, nacionalista y secular ya estaba
concluido en los principales centros intelectuales europeos y las nacientes ciencias sociales
y humanas fueron las encargadas de su propagación. Sin embargo, el discurso, sobre la
superioridad y originalidad occidental todavía no estaba andamiado.
Fue la idea de Estado en el sentido weberiano del término la que permitió con éxito cumplir
el doble propósito de articular el relato y explicar el milagro del ascenso de Europa sobre el
resto del mundo. Fueron las ciencias sociales occidentales, nuevamente, quienes elaboraron

15
Las grandes obras de la historiografía occidental se delinean bajo la influencia de este nacionalismo
metodológico.
16
Weber, Max, Economía y Sociedad. México, FCE, 1992.
17
Weber, p. 1060.
las categorías que hicieron de la historia europea el modelo a seguir por el mundo no
occidental.
La historiografía en sus diferentes vertientes contribuyó a afirmar la perspectiva eurocéntrica
que tiene como actor protagónico al Estado en el sentido weberiano. 18 Este camino a la
civilización y el progreso en clave weberiana fue también compartido de modo crítico por
las perspectivas marxistas.19
El término colonia, ya sea como sustantivo a como adjetivo, fue parte de las contribuciones
renovadas de la historiografía americana vigesimal. José Luis Romero, en una obra fundante
de la exposición histórica escrita argentina propuso para entender “la evolución de la
estructura económica y social en que hunde sus raíces el mero fenómeno político” una
periodización en la que distinguió tres etapas de la historia de Argentina: la era colonial, la
era criolla y la era aluvial. Para el autor fue la colonia la época decisiva del proceso de
formación de la nacionalidad argentina, por cuanto en la era colonial se elaboraron el
principio político autoritario y el principio liberal cuyo duelo constituye el nudo del drama
político argentino. Romero afirmó que en la era colonial ya existía Argentina, en cuanto tal. 20
Otro ejemplo paradigmático fue la obra de Sergio Bagú, uno de los representantes más
significativos de las ciencias sociales marxistas de América Latina. El historiador y
economista argentino afirmó en su obra publicada en 1949, que la determinación de la índole
de la economía colonial era algo más que estrictamente técnico, por cuanto afectaba a la
interpretación misma de la historia económica y adquiría un alcance práctico inmediato, ya
que la economía de los países latinoamericanos seguía manteniendo una estructura colonial.
Para Bagú, la estructuración económica de la sociedad colonial hispano-lusa adquirió sus
líneas definitivas a mediados del siglo XVI. La originalidad de su planteo radicó en proponer
que las colonias americanas no surgieron a la vida para repetir el ciclo feudal, sino para
integrarse en el nuevo ciclo capitalista que se inauguraba en el mundo. Señaló que la
característica que definía a la economía colonial americana era la producción para el

18
Así, por ejemplo, Tenenti, Alberto, La edad Moderna siglos XVI-XVIII (1ª edición en italiano, 1993). Crítica,
España, 2000; Kamen, Henry, El siglo de Hierro, (1ª ed. en inglés, 1971). Madrid, Alianza, 1977.
19
La obra clásica y de referencia obligada sobre el Estado, entre los siglos XVI al XVIII, fue escrita por Perry
Anderson, El Estado absolutista, (1ª ed. en inglés, 1974). México, SXXI, 1987.
20
Está disponible en línea la totalidad de la producción de este influyente historiador argentino, en el sitio
José Luis Romero-Obras Completas (www.jlromero.com.ar).
mercado. Concluyó taxativo, que el régimen económico luso-hispano del período colonial no
es feudalismo, es capitalismo colonial.21
Ahora bien, estos sólidos constructos historiográficos resultantes sobre todo del trabajo de
historiadores vinculados a los enfoques de Annales y los marxistas tuvieron una vigencia
plena hasta los años 1980 y 1990.22 El cambio de perspectiva resquebrajará los presupuestos
historiográficos de casi doscientos años de producción histórica en Europa, al punto que el
concepto de Estado moderno construido, hoy es irreconocible, y con él también sucumbió la
el estatus de colonias de los territorios americanos. “Épocas diferentes conllevan perspectivas
diferentes. Lo que parecía lógico, necesario y hasta deseable a fines del siglo XIX, parece
menos lógico y necesario, y un tanto menos deseable, desde nuestra privilegiada atalaya de
principios del XXI”, escribía John Elliott al referirse a las profundas trasformaciones
historiográficas acaecidas.23
Si bien no es objetivo de estas páginas intentar explicar el porqué de estos cambios de rumbos
en el quehacer histórico, es dable señalar que síntomas semejantes padecieron la química, la
biología, la matemática, la geometría, la meteorología y la cibernética, cuyos hallazgos
develaron un conjunto de rasgos de la existencia, no contemplados en las teorías científicas
previas.24
Si bien en una mirada retrospectiva estas transformaciones fueron profundas, sus impactos
en la exposición histórica escrita fueron, más en sentido de desplazamientos conceptuales,
que en términos de cambios bruscos. Estas mutaciones y/o desplazamientos conceptuales

21
Bagú, Sergio, “La economía colonial”, en Michael Löwy, El Marxismo en América Latina: antología, desde
1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile: Lom, 2007, pp. 253-255.
Sergio Bagú forma parte de un conjunto de historiadores marxistas de los años cuarenta y cincuenta que
confrontaban la interpretación oficial de los partidos comunistas latinoamericanos, los cuales sostuvieron y
sostienen el carácter feudal o semifeudal de la economía colonial americana
22
Es dable agregar que para muchos el debate está abierto. Esta revista. protagonista activa de la discusión del
término colonia, fue testigo de la respuesta que le dio Carmen Bernand a las afirmaciones de Annick
Lamperiere, citadas en páginas anteriores. Al respecto, coincide en la modernidad de los términos colonia y
colonialismo, pero entiende que existe una “situación colonial” en los términos descritos por Georges
Banlandier en 1955, que implica la imposición de un poder exterior a las poblaciones sometidas; explotación
de los recursos en beneficio principal sino exclusivo del país colonizador, ausencia de derechos políticos a los
indígenas, asimilación forzada”. En, Bernand, Carmen, “De colonialismos e imperios: respuesta a Annick
Lempérière”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, Puesto en línea el 08 febrero 2005, consultado
el 18 septiembre 2016. URL: http://nuevomundo.revues.org/438 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.438
23
Elliott, John, España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800). España, Taurus, 2010, p. 30.
24
Carrizo, Luis (ed.), Mayra Espina Prieto, Julie Thompson Klein, “Transdisciplinariedad y complejidad en el
análisis social”. En Luis Carrizo y Enrique Gallicchio (eds), Desarrollo local y gobernanza. Enfoques
transdisciplinarios. Montevideo: CLAEH, 2006, p. 45.
implicaron que la práctica investigativa en nuestra disciplina fue embebiéndose de las
contribuciones de una propuesta transdisciplinar y compleja de la racionalidad. Los
esencialismos, dicotomías, oposiciones binarias, fragmentación, disyunción, objetivación,
que caracterizaron a las teorías sociales propias de la perspectiva de la simplicidad y que
fueron rasgos esenciales de las ciencias sociales se fueron desmoronando. 25
Los retraimientos de la racionalidad positivista encontraron argumentos en sus propios
fracasos. El progreso occidental se desvaneció entre la Gran Depresión, las guerras mundiales
y los totalitarismos. El ascenso de los Tigres asiáticos invalidó la propuesta historicista de
Rostow y el desarrollismo que caracterizó a las teorías de la modernización en todas sus
vertientes de izquierda y derecha. Los movimientos descolonizadores no supusieron un mejor
vivir, y las políticas de bienestar comenzaron a desmantelarse a nivel planetario. El riesgo
ambiental desplazó el miedo al famoso botón rojo de la llamada guerra fría y la incertidumbre
aplastó las flechas de la historia que marcaron los reclamos de la izquierda y la derecha del
siglo XX. El desmoronamiento de los mundos socialistas liberó la voracidad del capitalismo

25
Desde los orígenes mismos de la ciencia occidental hubo quienes innovaron en las formas de conocimiento
propias de la racionalidad científica positivista. H Poincaré, por ejemplo, en el siglo mostró las matemáticas no
son exactas y que la realidad no es absoluta porque todo depende del punto de vista del observador.
Ilya Prigogine desafió la certidumbre y el orden al plantear que la incertidumbre y el desorden son los
comportamientos propios de la materia. A diferencia de Einstein consideró que el tiempo no es reversible y
propuso la imagen de un universo en el cual la organización de los seres vivientes y la historia del hombre ya
no son accidentes extraños del devenir cósmico. De este modo, los procesos irreversibles ponen en juego las
nociones de estructura, función e historia. En la perspectiva del científico ruso la irreversibilidad es fuente de
orden y creadora de organización y el hombre se inserta en forma protagónica en el mundo.
Entre los hallazgos que también contribuyeron a estos análisis denominados de dinámicas no lineales y de auto-
organización merecen citarse las investigaciones sobre no linealidad, de Lorenz. También las investigaciones
desde la cibernética que aportaron con la idea de retroacción y causalidad no líneal. Aportes relevantes fueron
los objetos fractales, de Mandelbrote; los atractores extraños, de Reulle; la nueva termodinámica, de Shaw; la
autopoiesis de Maturana y Varela. Además de las teorías de la información que investigaron universos en los
cuales orden y desorden son procesos simultáneos, de los cuales se extrae algo nuevo. La teoría de los sistemas
ayudó a entender que el todo es más que la suma de las partes y que la organización del todo produce cualidades
emergentes, no preexistentes en las partes. No debe olvidarse la noción de auto-organización aportada por la
teoría de Von Neuman de los autómatas auto-organizados sobre las máquinas vivientes, que tienen la capacidad
de reproducirse y auto-regenerarse.
Estas investigaciones obligaron a repensar la racionalidad clásica. De este modo emerge un tipo de praxis
cognitiva que rehúye de los fundamentos esencialistas y entiende que la realidad es relativa, asimétrica y
contextual y exige epistemologías que puedan asir a fenómenos inciertos y alternativos. Se abre de este modo
una necesidad una ciencia que algunos definen como pospositivas, complejas o posmodernas. Entre los
referentes que postularon interesantes sistematizaciones de este pensamiento complejo encontramos a Edgar
Morin, Carlos Reynoso, Eduardo Nicol, entre tantos otros, cuyos aportes pueden encontrarse desarrollados en
Márquez Fernández, Alvaro B. y Díaz Montiel, Zulay C., “La complejidad: hacia una epísteme transracional”,
Revista de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias Sociales [En línea], Vol 13 (1) (2011). URL:
http://publicaciones.urbe.edu/index.php/telos/article/viewArticle/1900/3237.
y las desigualdades se hicieron evidentes, en un clima en el cual la guerra religiosa se erigió
como una posibilidad que erosionó la racionalidad liberal que caracterizó a Occidente. 26
Todo ello, y mucho más, implicó los cuestionamientos y la caída de los grandes meta-relatos
construidos por las ciencias sociales de los siglos XIX y XX, que supusieron la victoria de
Occidente a partir de una modernización simple, lineal e industrial cuyo eje era el Estado
racional weberiano: el Estado Moderno.
En un artículo publicado en 1992, John Elliott ya advirtió a la comunidad de historiadores
sobre estos desplazamientos/mutaciones que estaban acaeciendo en relación a la idea de
Estado Moderno. Señalaba que las ideas sobre el estado territorial soberano seguían siendo,
por entonces, el principal foco de atención en las visiones de conjunto sobre la teoría política
de la edad moderna, a expensas de otras tradiciones que se ocupaban de formas alternativas
de organización política después consideradas anacrónicas, en una Europa que había vuelto
las espaldas a la monarquía universal y había subsumido sus particularismos locales en
estados-nación unitarios”.27
Para dar cuenta de esta afirmación el historiador británico retomó un artículo publicado por
H. G. Koenigsberger en 1975 que afirmaba que los Estados del período moderno eran
Estados compuestos, los cuales incluían más de un país bajo el dominio de un solo soberano.
En nota al pie refrendó esta aseveración con la cita a Conrad Russell, quien propuso para el
caso británico el concepto de reinos múltiples.
Este desplazamiento conceptual de estado moderno a estados compuestos, monarquías
compuestas, reinos múltiples, culminó en una propuesta contundente de la invalidación del

26
Esta relación dinámica entre realidad y conocimiento de la realidad desde la escritura de la historia fue
abordada también en otros artículos: a) Justiniano, María Fernanda, “Tiempo e Historia Los tiempos de
Newton, Einstein, Prigogine, Hawking y los modos de hacer historia” en línea, Revista 3 Escuela de Historia nº
3 2004. URL: http://www.unsa.edu.ar/histocat/revista/revista0305.htm;b) Justiniano, María Fernanda,
“Aportes de las perspectivas relacional y global a la historiografía de los tiempos modernos”, Academia.edu
(sitio web), 2012, consultado el 31 de agosto de 2016,
https://www.academia.edu/8068394/Aportes_de_las_perspectivas_relacional_y_global_a_la_historiograf%
C3%ADa_de_los_tiempos_modernos; c) Justiniano, María Fernanda, “De las sustancias a las relaciones, de la
política dirigida por reglas a la política modificadora de reglas. Aportes de la nueva historiografía para el
estudio de Salta y la región en el siglo XIX”, Revista Escuela de Historia, (2014); d) Justiniano, "Ser o no ser": el
dilema del Estado moderno en la exposición histórica actual", Guillermo Nieva Ocampo, Rubén González
Cuerva y Andrea M. Navarro, (editores), El príncipe, la corte y sus reinos. Agentes y prácticas de gobierno en
el mundo hispano (SS. XIV-XVIII) (Tucumán: Humanitas, 2016), c) Justiniano, María Fernanda, “El problema del
crecimiento económico en la Europa moderna: del eurocentrismo al asiacentrismo y policentrismo”,
Tiempo&Economía, V 3 N° 1 (2016).
27
Elliott, Europa…, ob. cit., p. 31
término de Estado moderno y con ello de todo lo que éste suponía. El reclamo vino de la
historiografía del derecho y de la nueva vitalidad que comenzó a tomar la historiografía
española. En 1981, Bartolomé Clavero calificó de ficción al término de Estado y lo invalidó
como concepto para capturar el mundo señorial de los siglos XV al XVIII.28 El encadenamiento
lineal y causal entre el mundo moderno y el contemporáneo comenzó a tener serios
cuestionadores en la península ibérica. La obra de otro historiador del derecho, Antonio
Hespanha se difundió rápidamente en los centros académicos y con ella su propuesta de
conceptualizar a las entidades políticas modernas como monarquías corporativas, y por ende
a la Historia Moderna como un período político corporativo. 29
Interesa aquí destacar que la asunción de estos aportes conceptuales es explicada por Elliott,
tanto por las necesidades de la situación geopolítica de Europa y de la comunidad económica
europea al momento de escribir el artículo, como por “un reconocimiento histórico cada vez
mayor de la verdad en que se basa la afirmación de Koenigsberger de que ‘la mayoría de los
estados del período moderno fueron estados compuestas, los cuales incluían más de un país
bajo el dominio de un solo soberano’”. 30
Con la expresión “a la verdad en la que se basa” debe entenderse la fuerza explicativa de las
fuentes. Pero también debe entenderse que está expresando ya un cuestionamiento a la idea
de Estado racional territorial y con ello a las teorías sociales que le dieron origen. Al respecto
Elliott alertó en 1992 sobre que este Estado compuesto no era una parada intermedia y
obligada en el camino a la estatalidad unitaria, y agregó que no debería darse por sentado que
a caballo entre los siglos XV y XVI éste ya era el destino final del trayecto.
Como se observa, la Edad Moderna dejó de ser conceptualizada como la antesala de los
tiempos contemporáneos, su introducción o su prólogo. Con el resquebrajamiento de este
relato lineal, se resquebró también la función que cumplía en la articulación con los tiempos
contemporáneos la categoría de Estado moderno. Esta nueva cosmovisión historiográfica
sobre los tiempos modernos se anticipó en la historia política, más bien en la nueva historia
política que había tomado forma.31 Ya estaba derrumbada en la escritura histórica de fines

28
Clavero, Bartolomé, ob. cit, pp. 43-45.
29
Hespanha, Antonio M, “Historia das Instituiçôes. Épocas medieval e moderna” (Coimbra: Livraria Almedina,
1982), 207-208.
30
,Elliott, Europa…, ob. cit., p. 32.
31
Gil Pujol, Javier, Notas sobre el estudio del poder como nueva valoración de la historia política
del siglo XX esa visión lineal, ascendente y teleológica, de un encadenamiento de los
procesos que llevaba al Estado nación liberal.
Cinco años después del artículo de Clavero, Sharon Kettering apoyada en los trabajos de
antropólogos, sociólogos y politólogos revisó la noción de fidelidad desarrollada por Roland
Mousnier. Ello le permitió articular una poderosa propuesta explicativa basada en las
solidaridades y lealtades, tanto horizontales y verticales, que se articulan en la sociedad de
antiguo régimen, mediante redes de clientelismo y patronazgo. 32 Este trabajo fue el que
motorizó, a juicio de algunos, la crisis del modelo del absolutismo monárquico y contribuyó
al inicio de su revisión.33
La obra de Kettering supuso la introducción de la perspectiva relacional en los estudios de
las sociedades de los tiempos modernos. Ello también significó el abandono al tradicional
desglose sociológico de lo social, al cual tanto los enfoques estructuralistas y funcionalistas
nos habían acostumbrado. A partir de mediados de los años de 1980, las sociedades del
antiguo régimen dejaron gradualmente de ser analizadas en términos de
grupos/estamentos/clases y comenzaron a ser estudiadas a partir de redes de relaciones
clientelares y de patronazgo.
De este modo la práctica historiográfica tomó distancia de diferentes atributos propios de la
perspectiva de la simplicidad. Por un lado, se renunció a la idea de totalidad, a la
fragmentación de ese todo en partes y a las oposiciones binarias sobre las que se construyó
el paradigma estatalista. Vale observar, que el análisis relacional obliga a dejar de lado las
tradicionales dicotomías público/privado y tradicional/moderno que caracterizaron y fueron
necesarias en el enfoque weberiano. En este proceso de apartamiento también se puso en
duda la idea fuerza del Estado como una maquinaria burocrática despersonalizada y la
conceptualización de América como colonia.
Los desarrollos de la nueva historia política acordaron que la visión tradicional del rey con
un poder absoluto no era la adecuada para entender las realidades políticas de las sociedades
del antiguo régimen. Los vínculos de patronazgo, amistad y clientelismo dieron cuenta que
el paradigma dominante se había desplazado desde un monarquía centralizada y absoluta a

32
Kettering, Sharon, Patrons, Brokers, and Clients in Seventeenth-Century France. New York: Oxford
University Press, 1986.
33
Breen, Michael, P. “Introduction to James B. Collins, “Resistance and Order in Early Modern France”, en
línea, H-France Salon, URL: http://www.h-france.net/Salon/Salonvol4no1intro.pdf
una monarquía y un rey que ejercía su poder en “colaboración” con poderosas cortes y
poderosas elites, tal como la caracterizó el historiador estadounidense William Beik. 34 Un
rey que gobernaba mediante compromiso, negociación, distribución de recursos, para poder
permanecer en el poder y sostener las diferencias jerárquicas.
Una nueva visión sobre el absolutismo francés pasó a convertirse en la renovada ortodoxia
que comenzó a desplazar las viejas formulaciones del siglo XIX. Al respeto, Beik advirtió
que estos cambios de paradigma eran una preocupación de la historiografía anglófona, que a
diferencia de su par francesa había dirigido sus intereses a profundizar los nuevos estudios
en materia de historia política.35
En este proceso de revisión profunda de los trazos dejados por la historia escrita de los siglos
XIX y XX, los tiempos modernos dejaron de ser vistos como la antesala de los procesos
contemporáneos y perdieron también el carácter de transición que les había asignado la
historiografía marxista. La nueva historiografía asume que tienen características que le son
propias, tales como la venalidad de los cargos, las redes de patronazgo, un sistema social en
el cual los privilegios, las jerarquías y las desigualdades son vistos por el conjunto societal
como naturales. Pero, también entiende que no son medievales, aunque el poder de los
“grandes” y las cortes siga presente y, aunque la práctica de gobierno del monarca sea en
base a las relaciones personales e incluso sin su presencia física.
El concepto de Estado perdió con los nuevos hallazgos su poderoso poder explicativo. Los
historiadores encontraron más adecuado el término monarquía para referirse a estas
particulares entidades políticas configuradas entre los siglos XVI y XVIII. Esta mutación
conceptual puede observarse en la obra citada de John Elliot, para quien “las monarquías
compuestas estaban construidas sobre un contrato mutuo entre la corona y la clase dirigente
de sus diferentes provincias, que confería incluso a las uniones más artificiales y arbitrarias
una cierta estabilidad y resistencia […], sólo podían tener esperanzas de sobrevivir si los
sistemas de patronazgo se mantenían meticulosamente y ambas partes se atenían a las reglas
básicas establecidas en el acuerdo original de unión”.36

34
Breen, Michael P., ob. Cit.
35
Beik, William, “Review Article The Absolutisme of Louis XIV as social collaboration. Louis XIV and the
Parlaments: The Assertion of Royal Authority by John Hurt”. Past & Present nº 188, 2005, p. 196.
36
John, Elliott, España y Europa…, ob. cit., p. 39
Estos nuevos modos de entender el ejercicio del poder se expresaron en la influyente obra de
Antonio Hespanha, quien propuso que la administración portuguesa de Antiguo Régimen fue
en los territorios americanos mucho más débil de lo que tradicionalmente se supuso.
Obsérvese, que no sólo quedó objetado el poder absoluto sino también el concepto de colonia
en su acepción económica, pero también política. 37
Una línea argumental semejante desarrolló José Martínez Millán quien entendió que fue este
modelo de coordinación política usado por los reyes españoles el que permitió mantener
juntos, a modo de ejemplo, a todos los territorios de la monarquía española. Los reinos de
Castilla, Aragón, Portugal y Navarra, durante el siglo XVI preservaron sus autonomías,
conservaron sus casas, pese a que los monarcas podían residir en cualquier lugar. 38
En un artículo reciente, publicado en una revista argentina otro historiador español, Manuel
Rivero aseveró que “el modelo bilateral, el colonialista y el nacionalista debe descartarse
para interpretar la Monarquía”. Rivero reclama porque se atienda el carácter representativo
de los consejos para entender la dinámica de la Monarquía hispánica. 39 Entiende que a la
muerte de Felipe II, estos consejos permitieron cohesionar la monarquía alrededor del rey, y
configurar un espacio común que unía a todos los territorios e intermediaba la comunicación
rey-reinos. De este modo, el rey no gobernaba individualmente cada reino como si sólo fuera
su soberano, existieron éstas entidades situadas entre el rey y el reino, los consejos de Indias,
Aragón, Italia, Flandes, Borgoña y Portugal. Todos ellos crearon una jurisprudencia y
generaron normas comunes para el conjunto de los territorios que gobernaban y
representaban, de manera que crearon una unidad donde antes no existía nada parecido,
cohesionaron la administración de justicia de los territorios y crearon un corpus recogido en
diversas colecciones legislativas.40

37
Estas afirmaciones pueden consultarse en las reseñas realizadas por Gomes, João Pedro, “Hidras de siete
cabezas: las monarquías globales de España y Portugal de los siglos XVI al XVIII”, Cuadernos de Historia
Moderna (2014):281.
2014, 39, 279-287
38
José Martínez Millán, “The Triumph of the Burgundian Household in the Monarchy of Spain. From Philip
the Handsome (1502) to Ferdinand VI (1759)”, p. 743.
39
El autor citado, se ocupa también de realizar una crítica a la categoría de monarquías policéntricas.
40
Manuel Rivero Rodriguez, “La reconstrucción de la Monarquía Hispánica: La nueva relación con los reinos
(1648-1680)”, Revista Escuela de Historia, 2013, vol.12, n.1 En línea URL:
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1669-0412013000100002&lng=es&nrm=iso>.
ISSN 1669-9041.
Desde otra vertiente interpretativa de más reciente cuño, se propuso la categoría de
monarquías policéntricas para analizar los dominios de las coronas de los Habsburgo
españoles y la portuguesa a nivel global. A juicio de Alberto Marcos Martín, los impulsores
de esta innovación conceptual consideran que centro y periferia son vocablos insuficientes
que contribuyen a la simplificación del entendimiento de las relaciones entre los diversos
territorios de las monarquías ibéricas.41 Pedro Cardim, Tamar Herzog, José Javier Ruiz
Ibáñez, Gaetano Sabatini, advirtieron que estas monarquías pudieron lograr y mantener una
hegemonía global por la existencia de diferentes centros interconectados, sea con el rey, sea
entre ellos, que les permitió participación y forjamiento del gobierno. Sostienen, que más que
nacionales, proto-nacionales, o coloniales son entidades multiterritoriales porque incluyen
diferentes reinos, ciudades-estados, y los territorios ultramarinos. 42
Como se observa, la categoría de colonia ya no es indispensable en el análisis histórico. Al
respecto Jean Frédéric Schaub brinda argumentos que exceden los estrictamente
historiográficos, en especial para referirse a por qué en el caso francés es inconveniente la
creación de un campo de estudios coloniales. Entiende que el uso del término colonia
contribuye a perpetuar las divisiones entre la Francia continental y la historia de sus
territorios de ultramar; pone un sesgo europeo sobre la región en estudio y la cosifica.
Concluye que el momento está dominado por el descentramiento de lo europeo y que el
fenómeno colonial debe encontrar su lugar en el debate general de los procesos históricos de
cambio.43
En el próximo apartado se intentará mostrar el desplazamiento conceptual en el campo de la
historiografía económica. Los nuevos consensos, desde diferentes perspectivas, comenzaron
a discutir el rol subordinado o periférico de América en los tiempos modernos.

América: De periferia a centro

41
Martín, Marcos Alberto, “Epilogue. Polycentric Monarchies: Understanding the Grand Multinational
Organizations of the Early Modern Period”, en Polycentric Monarchies: How Did Early Modern Spain and
Portugal Achieve and Pedro Cardim, Tamar Herzog, José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano Sabatini, Editores,
Polycentric Monarchies: How Did Early Modern Spain and Portugal Achieve and Maintain a Global Hegemony,
(Reino Unido: Sussex Academic Press, 2014), 218.
42
Pedro Cardim, Tamar Herzog, José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano Sabatini, Polycentric …,3 y 4.
43
Schaub, Jean-Frédéric, “La catégorie « études coloniales » est-elle indispensable?”, Annales. Histoire,
Sciences Sociales, 2008/3 63e année, p. 625-646.
La declinación del eurocentrismo que caracterizó a los grandes enfoques elaborados sobre el
mundo de los siglos XVI al XVIII es otra muestra de la profundidad del cambio de
perspectiva. Los nuevos estudios en materia de historia económica cuestionaron seriamente
el papel central del Occidente europeo en el devenir histórico moderno. Una Edad Moderna
global, policéntrica o asiatocéntrica comenzó a tomar forma desde hace más de una década.
En esta mudanza de enfoque el papel de América o de las colonias se ha modificado en los
relatos explicativos.
Este cambio de visión es el resultado de un profundo quiebre epistemológico y metodológico
también en la disciplina historia económica, que no implicó el renunciamiento al interrogante
sobre por qué crecen las naciones. Pregunta que mantiene su rol de pivote en los estudios
sobre el pasado económico, tal como lo estableciera hace más de doscientos años, Adam
Smith, en su obra cumbre Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las
Naciones, publicada en 1776 bajo el título An Inquiry into the Nature and Causes of the
Wealth of Nations.
Ya, a fines del S XVIII éste filósofo escocés, considerado el padre de la Economía había
dejado sentado que, entre las naciones de su tiempo, las más prósperas eran las europeas. El
punto de comparación, en aquel entonces, era la lejana China.
Como se expresó en páginas anteriores, a comienzos del siglo XX, ya estaba establecido un
consenso hegemónico que tenía como axioma la superioridad de Europa producto de la
peculiaridad de sus instituciones, únicas capaces de dar a luz al capitalismo.
Hubo voces que cuestionaron “las causas” del éxito del Viejo Continente, pero no lograron
imponerse en el macro clima científico eurocéntrico construido, desde Smith hasta Weber.
Karl Marx, sin cuestionar la superioridad europea, reflexionó sobre las relaciones de Europa
y el resto del mundo. Para el activista y filósofo alemán, las colonias, tanto las Indias
Orientales como las Occidentales formaban parte del punto de partida del régimen capitalista.
De este modo, los siglos de la Edad Moderna coincidieron con el proceso de acumulación
originaria propuesto en la obra marxiana. Denominado así porque formaba parte de la
prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción.
Para Marx, la acumulación originaria no era más que el proceso histórico de disociación entre
el productor y los medios de producción.44 La historia colonial forma parte de las diversas

44
Marx, K. (1946). El Capital (1ª ed. en alemán, 1867). México: SXXI, 1946, p. 608.
etapas de la acumulación originaria, las cuales tienen su centro, por un orden cronológico
más o menos preciso en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. En el análisis
marxiano, estos territorios extra europeos, pero integrados al continente como colonias, eran
parte del proceso de la génesis del capitalismo, aunque no centrales para su explicación.
A lo largo del Siglo XX, muchos de estos aportes iniciales que habían dado forma a las
explicaciones del crecimiento de Europa y su superioridad económica fueron difuminándose.
Las comparaciones con China se hicieron innecesarias, como así también el papel de los
espacios del globo no europeos, entre ellos América. Ello acaeció en casi toda la
historiografía occidental, incluida la marxista.
Una vía explicativa centrada únicamente en Europa emergió con fuerza, atrapada todavía por
la convicción de que las fuerzas maltusianas marcaban el ritmo de una economía estancada
y de una población al borde permanente del hambre durante la Edad Moderna. Desde este
punto de vista, sólo la Revolución Industrial rompería con este ciclo, convirtiéndose en el
gran parteaguas de la historia de la humanidad, después de la Revolución Neolítica.
Numerosos fueron los historiadores económicos que desarrollaron estas perspectivas. Entre
ellos pueden destacarse el alemán Wilhelm Abel, quien a diferencia de Marx y Engels
observó que la Revolución Industrial era la superación al estado de pauperización. Los
historiadores marxistas británicos no escaparon a estos planteos, a la vez que explicaron la
transición del feudalismo al capitalismo en los diferentes espacios nacionales.
El francés Leroy Ladurie, miembro destacado de Annales, fue otro de los que más abrevó al
enfoque de un estancamiento económico que sólo se vería interrumpido a mediados del S
XVIII.45 También, en esta línea pueden situarse a Fernand Braudel, Michael Postan, E. A.
Wrigley, sólo para nombrar a los más renombrados.
Estas líneas sólidamente desarrolladas después de la primera guerra mundial y hasta el último
cuarto del siglo XX, comenzaron a ser seriamente cuestionadas entre 1970 y 1980. Entre los
responsables de este cambio de perspectiva puede citarse al inglés Nick Crafts 46, quien junto

45
Van Zanden, J. L. “Early modern economic growth: a survey of the European economy, 1500-1800”. En
Maarten Prak (ed.) Early Modern Capitalism. Economic and social change in Europe, 1400–1800. Londres y
Nueva York, Routledge, 2001.
46
Crafts, Nick, British Economic Growth during the Industrial Revolution. Oxford: UPb, 1985.
a Knick Harley, a mediados de la década de 1980 produjeron un gran impacto sobre el estado
de las interpretaciones de la Revolución Industrial. 47
A juicio de ambos, a partir del estudio cuantitativo de la productividad en Gran Bretaña y
Francia durante los siglos XVIII y XIX, el crecimiento económico habría sido más gradual
que revolucionario. Los estudios del historiador económico alemán Alexander Gerschenkron
sobre los patrones de desarrollo de la Revolución Industrial en Europa hicieron de sustento
y contención las aseveraciones de Crafts y Harley. La concepción de la existencia de una
ruptura o discontinuidad a fines del siglo XVIII fue socavada a ambas márgenes del Canal
de la Mancha.
Cada vez menos estudiosos acordaban con que los tiempos previos a la revolución industrial
se habían caracterizado por un estancamiento económico y poblaciones al límite de la
subsistencia. Eran más los convencidos de que cambios graduales habían tenido lugar en las
centurias previas. Todos ellos dieron cuenta que los tiempos de la Edad Moderna eran
dinámicos y renunciaron a concebir la concepción de la Revolución industrial como
ruptura.48
A fines de la década de 1980 y mediados de 1990, habían cambiado sustancialmente la
mirada que teníamos sobre los tiempos modernos. Las respuestas sobre el porqué de la
riqueza de algunas naciones se tornaron mucho más complejas y dejaron de ser taxativas. Sin
embargo, mantuvieron como denominadores comunes el nacionalismo metodológico
expresado en los estudios de caso de escala regional/nacional y la centralidad europea. Ésta
última afirmada con mayor convencimiento.
Un ejemplo de este cambio de perspectiva es la obra de Eric Jones titulada The European
Miracle. Environments, economies and geopolicts in the history of Europe and Asia, y
publicada en 1981. Pese a sus planteos con recurrentes argumentos eurocéntricos, la obra de
Jones trajo como novedad la introducción nuevamente del espacio asiático en el análisis, que
venía munido de una propuesta de análisis comparativo.
Estas trayectorias habían tomado fuerza después de la segunda guerra mundial en las
explicaciones de larga duración del historiador francés Fernand Braudel. Fueron Braudel e
Immanuel Wallerstein los responsables en dotar a la historiografía económica de las

47
Harley, Kinick, “British Industrialization Before 1841: Evidence of Slower Growth During the Industrial
Revolution”. The Journal of Economic History, Vol. 42 No. 2, 1982: 267-289.
48
Van Zanden, ob.cit, pp. 67-68
herramientas epistemológicas, metodológicas y empíricas que le permitieron superar las
barreras de los análisis nacionales, aunque el utillaje de conocimientos de la época no les
permitió desembarazarse de las tesis eurocéntricas.
De este modo, Fernand Braudel encontró en el mercado transregional la posibilidad de
explicar la acumulación de riquezas y el capitalismo. Esta capacidad de superar el estrecho
marco analítico nacional es quizás una de las mayores originalidades del historiador francés,
quien se verá obligado a crear un utillaje conceptual propicio a la realidad que pretendía
describir, tal como el concepto de economía mundo.
Immanuel Wallerstein se dejó influir por la propuesta braudeliana, resignificándola en una
de las perspectivas de análisis global más relevante del siglo XX, la Teoría del Análisis del
Sistema Mundo. La perspectiva del Sistema-mundo parte de entender que la acción social
toma lugar en una entidad dentro de la cual se lleva a cabo una división del trabajo. Además,
señaló que la acumulación continua de beneficios en el “centro” caracterizado por trabajo
libre requiere de la continua existencia de pobreza, y generalmente periferias con trabajo no
libre. La desigualdad entre “centro”, “periferia” y “semiperiferia” es la garantía del
crecimiento y la acumulación. América ingresó de este modo nuevamente a la explicación
histórica en carácter de periferia cuyo centro era Europa.
Pese a esta profunda renovación epistemológica y metodológica, el sociólogo estadounidense
mantiene una explicación eurocéntrica. Para Wallerstein el motor del crecimiento europeo es
la particular combinación de trabajo libre, urbanización, comerciantes y gobiernos que
facilitaron el comercio a larga distancia y la reinversión de las ganancias. 49
A mediados de la década de 1990, la naciente perspectiva global comenzó a cuestionar e
invalidar los antiguos enfoques caracterizados por el nacionalismo metodológico y el
eurocentrismo. Al respecto de esta mutación en los modos de asir las realidades pasadas, el
historiador alemán Jürgen Kocka, advierte que, aunque sobreviva el paradigma histórico
clásico decimonónico, centrado en la perspectiva nacional, esta vieja alianza entre la historia
como disciplina y el Estado nación ya se ha perdido. Observa que el antieurocentrismo y la
invitación a “provincializar” Europa o “re-orientar” la historia global constituyen rasgos
característicos de los escritos de historia global, impulsados por las series de críticas que

49
Pomeranz, Kenneth, The Great Divergence. China, Europe and the Making of the Modern World Economy.
Estados Unidos, Princeton University Press, p. 15.
deconstruyeron los sentimientos europeos de superioridad y por el impacto del pensamiento
poscolonial.50
Esta desmitificación del ascenso de Occidente tiene a Kenneth Pomeranz como uno de los
principales artífices en el mundo historiográfico de la historia económica occidental. Los
títulos de la obra y del capítulo introductorio dan cuenta de conceptos que nos ubican en una
perspectiva global y relacional. Términos como conexiones y narraciones se introducen sin
sonrojarse en este libro de historia económica de la Escuela de California, que posee además
la característica singular de economizar el número de tablas y gráficos.
A diferencia de la historiografía europea del siglo XX, que dató los inicios del ascenso
europeo al año mil, o después de la crisis del siglo XIV, Pomeranz señala desarrollos
similares entre regiones de Asia y Europa. La divergencia de los desarrollos se producirá en
el siglo XIX, en el contexto de un acceso privilegiado a los recursos de ultramar, por parte
de los europeos.51
Pomeranz toma distancia en su análisis de los aportes de Wallerstein. No comparte, por un
lado, la centralidad asignada a Europa, previo a 1800 y, por otro, las estructuras temporo-
espaciales utilizadas, tales como centro y periferia. Insiste que el mundo previo a la
Revolución industrial es policéntrico, con ausencia de un centro dominante. Plantea, que los
metales americanos no eran simplemente moneda que los europeos distribuían y convertían
en recursos reales que distribuían en el Viejo Mundo. Las necesidades europeas no eran las
únicas conductoras de la historia. Otras regiones crearon necesidades no menos reales que
las europeas. Fue la intersección de Europa y otras dinámicas regionales que determinaron el
alcance y la naturaleza de estos flujo de metales: la economía mundial se mantuvo
policéntrica y las fuerzas que emanaba de otras partes podían darle forma como podía darle
forma las que emanaban de Europa.52 Afirma que sólo, después de la Revolución industrial,
Europa se convertirá en un centro hegemónico. 53
Un lustro previo, a estas aseveraciones, Dennis Flynn y Arturo Giráldez, habían puesto en
cuestionamiento las explicaciones de Wallerstein que asignaban a Europa una centralidad en

50
Con los términos “provincializar” y “re-orient” Kocka nos remite a los seminales aportes de Dipesh
Chakrabarty y Ander Gunder Frank respectivamente.
51
Pommeranz, K., p. 14.
52
Pommeranz, K., p. 273.
53
Pommeranz, K., p. 5.
el naciente sistema capitalista. Los investigadores de la universidad estadounidense de
Hawaii, enfatizaron en el papel de intermediario que le cupo a Europa, durante los primeros
siglos de la Edad Moderna. Fue China, en el análisis de estos dos historiadores, quien ocupó
el centro de la economía mundial.
Flynn y Giraldez tomaron distancian de los, hasta entonces, sólidos constructos
historiográficos elaborados por historiografía de la segunda posguerra, desde los marxistas
hasta de los teóricos del análisis del sistema mundo. También revisaron las interpretaciones
de Hamilton sobre la Revolución de los precios y discutieron las tradicionales explicaciones
sobre el ascenso y caída del imperio español. 54
El análisis de las conexiones comerciales desde una perspectiva global posibilitó deconstruir
las afirmaciones que andamiaron la visión eurocéntrica de la historia. Europa, a juicio de esta
nueva óptica, tuvo un importante rol en el nacimiento del comercio mundial, pero su papel
fue simplemente de intermediario en el vasto comercio de la plata. Masivas cantidades de
este mineral fueron transportadas por el Atlántico, a través del africano Cabo de Buena
Esperanza, pero también fueron enormes las cantidades de plata llevadas por el Pacífico,
desde Acapulco a Manila.
La centralidad de lo marginal, o el nuevo lugar que le dan a América estas interpretaciones
fue desarrollada y defendida por Mariano Bonialian en 2012. El autor nos invita a
descentrarnos del Atlántico y a enfocar nuestra atención en las relaciones mercantiles que
vincularon a América con Asia.55
Paralelo a estos desarrollos que afirman las perspectivas global y relacional como necesarias,
la propia historiografía económica latinoamericana modificó en las últimas décadas la
concepción subordinada, dependiente y periférica, que se había construido sobre los
territorios del nuevo mundo dominado por las monarquías ibéricas. Recuérdese que las
explicaciones clásicas sitúan el origen del subdesarrollo/fracaso latinoamericano
contemporáneo en instituciones coloniales defectuosas ligadas a la desigualdad. John H.
Coatsworth aunque reafirma afirma la importancia de las limitaciones institucionales,

54
Flynn, D. y Giráldez, A. (1995). “Born with a “Silver Spoon”: The Origin of World Trade in 1571”. Journal
of World History, vol 6, nº 2.
55
Bonialian, M. (2012). El Pacífico hispanoamericano. Política y comercio asiático en el Imperio Español (1680-
1784). México, El Colegio de México.
argumenta que estas no surgieron de las desigualdades coloniales 56 Expresa, que ahora se
acepta por regla general que las áreas de Latinoamérica bajo el control efectivo de España o
Portugal consiguieron probablemente ingresos per capita equivalentes a los de Europa
Occidental.57

A modo de cierre
A partir de los años de 1990, han tomado forma nuevos consensos que socavaron las
explicaciones dominantes del pasado sobre los territorios americanos dominados por las
monarquías ibéricas, entre los siglos XVI al XVIII. Categorías, enfoques, conceptos propios
de las historiografías decimonónica y vigesimal comenzaron a ser abandonados. Las nuevas
exposiciones históricas renuncian a las perspectivas que caracterizaron a América como
colonia y periferia.
A diferencia de los planteos jurídicos realizados por los argentinos Levene y Zorroaquín
Becú, estos renunciamientos se explican por los cambios acaecidos en la historiografía en el
último cuarto del siglo XX. Fue en el proceso de desplazamiento del concepto de Estado
moderno, a Estado compuesto, Monarquías compuestas, Monarquías corporativas,
Monarquías, Monarquías policéntricas que se explica el abandono del concepto de colonia,
por insuficiente para aprender las monarquías ibéricas de la edad moderna.
América, en tanto, pasó de ser un espacio innecesario para el análisis del crecimiento
económico europeo a un espacio central para explicar la dinámica del comercio global y la
hegemonía ibérica. La historiografía económica, en cambio, fue más propensa a mudar de
enfoques y conceptos para entender las articulaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo en la
edad moderna. Más que desplazamientos se observan mutaciones conceptuales o de
perspectiva, que conceptualizan una dinámica global primero eurocéntrica, y luego
asiacénctrica o policéntrica.
En este artículo se argumenta que estos cambios son resultantes de la imbricación del devenir
histórico del siglo XX y la emergencia de una racionalidad compleja, que reclama trans-

56
John H. Coatsworth, “Desigualdad, instituciones y Economía”, Economía Vol. XXXV, N° 69 (semestre enero-
junio 2012): 204-230.
57
John H. Coatsworth, “Estructura, dotaciones, e instituciones, en la historia económica de Latinoamérica”,
[en línea], Aracauria (2008). URL: http://www.mabelthwaitesrey.com.ar/wp-content/uploads/Araucaria-
dependencia-2008.pdf
disciplinariedad, análisis en red, superación del eurocentrismo, de los esencialismos y del
nacionalismo metodológico, para dar respuestas a los problemas globales que acechan al
género humano y al planeta.
Puede afirmarse junto a Sanjay Seth, que en los últimos veinte años se ha afirmado una
política de conocimiento que desafía y escapa al eurocentrismo. 58 Los historiadores
latinoamericanos nos encontramos ante el desafío de interpelar la historiografía construida
en estas regiones, para transitar hacia una historia de nuestro pasado y sus conexiones
globales más allá del eurocentrismo, que dialogue con las nuevas perspectivas globales y
relacionales.

58
Seth, S. (2014). “The Politics of Kowledege: Or, How to Stop Being Eurocentric”. History Compass 12/4,
2014, 311-320.

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