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Sobre el misticismo guerrero y sus implicaciones sociopolíticas entre los

antiguos mexicanos

La cultura azteca floreció en el valle de México, extendiéndose más tarde hasta abarcar
gran parte del centro del país, sobre todo el centro, el Sur y el Suroeste, llegando su
influencia hasta algunos puntos de Centro América. Los aztecas fueron esencialmente
guerreros y la religión intervino en todos los actos de su vida.
La religión mexica era politeísta, organizada en forma teocrática militar. Su
divinidad principal fue Huitzilopochtli, que representaba al sol, y era el sanguinario dios de
la guerra. A él estuvo dedicado el gran teocali de Tenochtitlán y en su honor, como ofrenda,
se practicaban muchos sacrificios humanos. Otro de los dioses de primera categoría era
Tezcatlipoca, a quien se le erigió asimismo un templo en la ciudad. Quetzalcóatl, además
de ser el dios del viento, era el dios sabio y bueno a quien se atribuía el invento de todas las
artes. Los dioses fueron creados por Ometecutli y Omecihuatl, que residían en el
Omeyocan.
Los aztecas practicaban los sacrificios humanos. La ceremonia del sacrificio se
verificaba conforme al siguiente ritual: la víctima era colocada sobre una piedra llamada
“techcatl”. Cuatro sacerdotes la tomaban por las piernas y los brazos, de tal manera que el
pecho quedara saliente, y otro sacerdote de más categoría le hería con un cuchillo de
pedernal a la altura de las falsas costillas, arrancándole el corazón que ofrecía a los dioses.
El cuerpo del sacrificado era arrojado hacia abajo, rebotando sobre las gradas del templo.
La sociedad azteca se dividía en clanes; éstos eran siete en número, y habían surgido
de cuatro fratrias, correspondientes a los cuatro barrios de Moyoblan, Tecpan, Atztacalco y
Cuepopan. Después de la conquista española, esos cuatro barrios fueron llamados de San
Juan, San Pablo, San Sebastián y Santa María la Redonda. La subdivisión habría avanzado
hasta ser de once clanes por fratria, cuando fue arrasada en la ciudad en 1521. Destruida la
población de la ciudad, volvió a agruparse bajo la misma forma, subsistente hasta finales
del siglo XVII.
Cada una de las veinte agrupaciones tenía su demarcación, sus propiedades y su
administración autónoma. El calpuli, que así se llamaba el clan, daba la posesión y el
usufructo de sus tierras a los cabezas de familia, quienes constituían el consejo de
administración de la comunidad. Este consejo del calpuli nombraba un funcionario llamado
calpolec que debía vigilar el respeto de tierras a los jefes de familia y los pósitos. Además
de este funcionario, cada calpuli tenía un teachcautli que era el inspector de policía y el
encargado de reclutamiento para el servicio militar. El culto estaba a cargo de un
tlamacazqui.
El conjunto de veinte unidades tenía su representación en un tlalocan o consejo
supremo de la ciudad, compuesto de un miembro por cada calpuli. Estos delegados o
tlatoani, reunidos en tlatocan, eran jueces de todas las diferencias entre los distintos
calpulis, y, además, disponían en lo concerniente al régimen del conjunto de clanes, como
el culto de los dioses de la tribu, el mercado, la paz y la guerra, los tributos y otras
cuestiones generales.
Sobre el tlatocan estaba el naupohual, o gran consejo de los ochenta, que se reunía
cada ochenta días, y en el que, además de los veinte tlatoques, participaban los veinte
calpoleques, los veinte teachcautli, los tlamacazqui y un representante por cada uno de los
barrios, estos cuatro jefes tenían funciones de orden principalmente militar, se hallaba en
cierto modo sobre los consejos del calpuli.
El naupohualtlatoli era presidido por el cihuacóhautl, cabeza y órgano ejecutivo del
tlatocan, responsable ante éste de las órdenes que recibía. Como órgano de ejecución, el
cihuacóhuatl contaba con el servicio de una gendarmería de tianquizantlayacaque,
encargada de mantener el orden público en el mercado, donde había jueces, miembros del
tlatocan, en sesión permanente mientras obraban las operaciones comerciales. El
cihuacóhuatl era además jefe de los calpisques encargados de recaudar los tributos
impuestos a los pueblos vencidos.
El tlacatecutli era el supremo jefe militar de la tribu, desde que ésta se especializó en
la explotación de la guerra. Se considera que en un principio el tlacatecutli estuvo sometido
al cihuacóhuatl; y que a la postre el tlacatecutli llegó a ser considerado no sólo como jefe
militar, sino como jefe supremo de la tribu.
Durante la guerra, el cihuacóatl era generalmente el segundo del tlacatecutli, puesto
que éste ejercía el mando supremo sobre los jefes de las tres ciudades aliadas, y el
cihuacóhuatl sólo mandaba a los mexicanos. Si México era la única ciudad que peleaba, el
tlacatecutli asumía el mando directo de las fuerzas o lo confiaba a uno de los cuatro jefes.
La progresiva extensión de la guerra produjo necesariamente una transformación de las
funciones del tlacatecutli. Su poder era esencialmente militar, pero como la sociedad
mexicana constituía una agrupación especializada para la guerra, como todos los hombres
de la tribu tenían el deber de alistarse, y el guerrero pertenecía desde la edad de quince años
al techpolcaco de su calpuli para ser instruido y ejercitado, después de la consagración en el
teocali, el tlacatecutli se convirtió por fuerza en un soberano de poder ilimitado, en un rey.
Los aztecas formaban, pues, una sociedad perfectamente diferenciada de clases, que
se componían de guerreros, artífices y comerciantes-traficantes. Los guerreros eran
sometidos a ritos de iniciación, estrictos y crueles. Antes de que adolescente, piltlontli, el
iniciado, llegase a la categoría de los tecutin, pasaba en el cálmecac por las pruebas más
dolorosas, sangrientas algunas de ellas. La iniciación se prolongaba hasta no dejar un solo
rastro de duda sobre la capacidad que tenía candidato para merecer la confianza de la
ciudad como guerrero.
Las funciones de carácter militar y civil no eran atribuidas sino al valor, pero
siempre dentro del grupo privilegiado cuya supremacía se estableció firmemente en la
extensión progresiva de las empresas militares.
La religión, es consabido, era la base de todas sus actividades. La guerra representó,
por ello, un instrumento para proporcionarse víctimas para calmar la sed de los dioses, que
tenían –según los aztecas– a la sangre humana por principal fuente de vida. Esto permitió el
nacimiento de la guerra florida –Xochiyáyotl–, guerra que tenía lugar cada cierto tiempo
(los aztecas, al decir de Pomar, hacían la guerra cada veinte días).
A modo de corolario. En la cosmovisión mexica: magia, religión y política
constituyen la principal razón por la cual los aztecas encontraban sentido al sacrificio
humano.

Pereyra, Carlos, Historia de la América Española, Tomo III, México, Saturnino Calleja,
Madrid: 1924.
Cuevas, Mariano, Historia de la nación mexicana, Buena Prensa, México: 1952.
Palavicini, Félix, México: Historia de su evolución constructiva, “Libro S. de R. L.”,
México: 1940.

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