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Filantropismo, improductividad

y delincuencia en algunos textos


novohispanos sobre pobres, vagos
y mendigos (1782-1794)

María Cristina Sacristán*

El proyecto de un estado m oderno caracterizado por una


burocracia profesional leal a la Corona y rem u n erad a con
un sueldo, por un derecho sistemático que permitiese el
cálculo y la racionalización, y por una creciente pretensión
de m onopolizar el p o d er legítimo, fue llevado a cabo p o r los
Borbones en España e Indias con el claro objetivo de recu ­
p e ra r los atributos de p od er que los Habsburgo, p or su p r o ­
pia impotencia, delegaron en grupos de funcionarios y en
corporaciones, a fin de obtener la dirección política, adm i­
nistrativa y económica de las colonias.1 Esta concentración y
racionalización del p o der ha quedado plasmada en la legis­
lación sobre pobres, mendigos y vagos de finales del siglo
XVIII.
A unque los Austrias legislaron en m ateria de vagancia y
m endicidad desde el siglo XVI, a mediados del XVIII se vivía
prácticam ente en un régim en de completa libertad. Si bien
se debía com peler a los vagos a ingresar al ejército, la leva
ra ra vez tenía lugar. Fue d u ran te los reinados de F ernando
VI y de Carlos III cuando la ley dejó de ser letra m uerta y
los vagos com enzaron a engrosar las filas del ejército.2
* licenciada en Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Histo­
ria, actualmente es alumna de la Maestría en Historia en El Colegio de Mi-
choacán.
En la N ueva España dos ordenanzas dictadas d u ra n te el
reinado de Carlos III dieron cuenta de este nuevo espíritu
La Ordenanza de la división de la ciudad de México en cuarteles
dada en 1782 bajo los auspicios del virrey M artín de Mayor-
ga y la Real Ordenanza para el establecimiento de Intendentes p ro ­
m ulgada en 1786. Ambas medidas ya tenían antecedentes
en España: la ciudad de M adrid fue dividida en ocho cu ar­
teles para la adm inistración de justicia y funciones de policía
a raíz del motín de Esquilache de 1766.3 Posteriorm ente va­
rias ciudades novohispanas fueron objeto de la misma dis­
posición (México, San Luis Potosí, Puebla y Guadalajara). El
sistema de Intendencias también había sido puesto en prácti­
ca con anterioridad en España, Cuba, Luisiana, Caracas, en
el virreinato de La Plata, en Perú, Chile, Nueva G ranada y
otros territorios.4 Además ambas ordenanzas fueron resul­
tado de años de m adu ra reflexión. La división en cuarteles
se im plantó en la ciudad de México en los prim eros años del
siglo XVIII, en 1720 y en 1750, pero en ninguna de las tres
ocasiones prosperó p o r m ucho tiem po.5 El proyecto de las
Intendencias se planteó seriam ente con la llegada del visita­
d or José de Gálvez. T odo ello es indicio de la im portancia
del proyecto racionalista renovador de la legislación.

Por una racionalización en la administración de la justicia

La O rdenanza de 1782 “m ira a hacer más p ro n ta y expedi­


ta la administración de la justicia”. Para que el derecho se
cumpla, esto es, para que se obedezcan las leyes y se obser­
ve “arreglo de las costum bres”, ha de haber necesariam en­
te “o rden y m étodo”. El m étodo propuesto consistió en di­
vidir la ciudad de México en 8 cuarteles y éstos cada uno a
su vez en 4, haciendo un total de 8 alcaldes de cuartel y 32
alcaldes de barrio sujetos a los anteriores. Se entiende que
la vigilancia de u na ciudad tan populosa y extensa no se p u e ­
de llevar a cabo si no se introduce una división con la que
“se conseguirá más fácilmente, dedicada la atención y vigi­
lancia de los que tienen a su cargo la salud pública, a menos
parte del vecindario que extendida sin método al to do”.6
Parte de este intento racionalista de la legislación se a d ­
vierte en el carácter preventivo de la O rdenanza. El com eti­
do de vigilar la ciudad no es únicam ente castigar los delitos

sino lo que da motivo a ellos, como son las músicas en las ca­
lles, la embriaguez y los juegos; a cuyo efecto si hallaren que
en las vinaterías, pulquerías, fondas, almuercerías, mesones,
trucos y otros lugares públicos en el día, y especialmente en
las noches, haya desórdenes (...) procederán contra los trans-
gresores, y contra los que se encontraren con armas prohibi­
das o anduvieren en horas extraordinarias de la noche, si fue­
sen sospechosos de vagos y mal entretenidos, haciéndolos ase­
gurar ínterin se averigua su oficio, estado y costumbres.7

En este texto se deja traslucir toda una concepción de la


delincuencia y de las funciones de policía. En p rim er lugar,
se tom a la causa inm ediata de algún desorden (los juegos, la
bebida) p o r el origen del mismo. La legislación no contem ­
pla u n origen social en la infracción a la ley pues en vez de
pregun tarse p o r qué se acude a estos antros de vicio, se los
considera la causa del delito. En segundo lugar, la policía no
se limita a castigar al criminal acusado de un delito, sino a
im pedir que p u ed a llegar a cometerlo vigilando los lugares
propicios para delinquir. Sin d u d a una versión ya m od ern a
en criminología preventiva.
La O rd en anza de Intendentes de 1786 sistematiza aún
más el concepto de policía. Para llevar a cabo con éxito cual­
quier diligencia lo prim ero que se necesita es un minucioso
conocimiento del lugar -en lo natural, en lo material y en lo
hum ano-, sobre el q u e se p retend e hacer efectiva cualquier
ley. Se requiere entonces una aguda inspección para “for­
m ar mapas topográficos de sus Provincias, en que se señalen
y distingan los términos de ellas, sus Montañas, Bosques,
Ríos y Lagunas”. Además de conocer los recursos minerales,
vegetales y animales, cada intendente averiguará el estado
de la industria y del comercio, de la calidad de las tierras, de
los caminos, puentes y puertos.8 Pero lo más im portante es
el factor h u m an o que con su fuerza de trabajo transform a la
naturaleza. Los intendentes

deben solicitar por sí mismos, y por medio de los jueces subal­


ternos, saber las inclinaciones, vida y costumbres de los veci­
nos y moradores sujetos a su gobierno, para corregir y casti­
gar a los ociosos y malentretenidos que, lejos de servir al buen
orden y policía de los Pueblos causan inquietudes y escánda­
los, desfigurando con sus vicios y ociosidad el buen semblan­
te de las Repúblicas, y pervirtiendo a los bienintencionados de
ellas.9

De nuevo aquí se observa el mismo carácter preventivo


de la legislación, que dicta apresar a quienes p u ed an com e­
ter algún delito o inducir a otros con su mal ejemplo.
Este espíritu no sólo se expresa en las leyes, se en cu en ­
tra también en los escritos de Hipólito Villarroel que fue abo­
gado y alcalde mayor de Cuautla Amilpas y de T la p a ,10 y en
la plum a de uno de los virreyes más ilustrados que haya te­
nido la Nueva España, el segundo Conde de Revillagigedo.
En 1787, com entando Villarroel la O rdenanza de I n te n ­
dentes, acoge positivamente la idea de las autoridades de
buscar la felicidad y prosperidad de los vasallos. A unque des­
de tiempo atrás algunos ministros han buscado el m ejora­
miento de ciertos ramos n inguno lo ha hecho “con aquel
m étodo que requiere el estado de todos ellos, p ara que las
partes hiciesen una adm irable uniform idad con el todo y éste
con las partes y o cu rrir al bien general de la m o narq uía” 11
Es claro que para Villarroel la sociedad es un engranaje
y el movimiento desordenado de alguna de las tuercas afec­
ta a todas las demás, o un organismo vivo que se enferm a
cuando alguna de sus partes se ve dañada. De ahí su insis­
tencia p o r una legislación sistematizada y clara que no deje
lugar a la am bigüedad ni libre ningún espacio a la in te rp re ­
tación propia. Así, un reino

requiere una continua vigilancia y un sistema fijo, de suerte


que no haya variación en las órdenes que se expidan y sean
convenientes sobre cada uno de los establecimientos civiles o
políticos, por evitar la confusión y las arbitrarias interpretacio­
nes.12

Esta misma necesidad de codificación fue expresada va­


rios años después en 1794 p or el virrey Revillagigedo al
térm ino de su cargo en el Virreinato, en la instrucción que
dejó a su sucesor, el M arqués de Branciforte:

hace mucho tiempo que se trabaja en España, un nuevo códi­


go de leyes para estos reinos, y seguramente hace ya mucha
falta, porque son tantos las reales cédulas y órdenes que es im­
posible que las sepan los que las debían observar.13

Filantropismo, improductividad y delincuencia

Varios autores, entre ellos Miranda, han expresado que es­


ta legislación alcanzó, con más extensión que la de los Aus-
trias, a amplias capas de desam parados: enfermos pobres,
niños en edad escolar, huérfanos, viudas, doncellas hones­
tas y mendigos, cuya expresión se materializó en el H ospi­
cio de Pobres, en la Casa C una y en el Monte de Piedad. 4
Dicha tutela social calificada de filantropismo se advier­
te en muchos docum entos de la época, pero m uestra al mis­
mo tiem po la otra cara de la moneda: la voluntad de hacer
productiva a la población desocupada.
En la O rdenanza de alcaldes de cuartel de 1782 se lee:
“el cargo de estos alcaldes es en realidad el de padres políti­
cos de la porción de pueblo que se les encom ienda”. Para
ello h an de p ro cu rar que en su jurisdicción haya al menos
médico, cirujano, barbero, partera y botica; que los indios
pobres sean hospitalizados cuando enferm en “p o r ser tal la
infundada preocupación de la plebe, de que van a m orirse a
los hospitales, que eligen q uedar sepultados en su miseria,
sin el auxilio espiritual y corporal que tienen en ellos”. Los
alcaldes establecerán escuelas y h abrán de obligar a los p a ­
dres a que sus hijos asistan, facilitarán a doncellas y viudas
trabajos de hilado y costura entre los mismos vecinos y fo­
m en tarán el cultivo de las artes.15
Pero el fin último de estas medidas, adem ás de salva­
g u a rd a r las buenas costumbres que se han ido perdiendo,
es el de obligar a trabajar a ociosos y pobres:

Empeñarán los alcaldes todas sus fuerzas, para que en sus


cuarteles no haya holgazanes; que los que tienen oficio lo eje­
cuten, sin intermisión voluntaria, cortando el abuso de no tra­
bajar los operarios los lunes, y así no habrá la escasez de ofi­
ciales que se experimentan en los gremios.
Harán conducir al Hospicio de Pobres a los que lo sean y
estén impedidos para trabajar, no teniendo quien los susten­
te y evite su mendicidad, y a los sanos que no tengan oficio y
ocupación, les notificarán con un término breve, que elijan al­
guna de las muchas que hay, y no es necesario aprenderlas, o
se acomoden a servir con amo conocido; apercibiéndoles, que
de no hacerlo, se les tratará como a tales holgazanes, hombres
perniciosos en la república, y se remitirán a servir a su Majes­
tad en los presidios.16

La O rd en anza de Intendentes contem pla varios tipos de


mendigos, los “inútiles” que se recogerán en los Hospicios;
los de “mal vivir” a quienes se les aplicarán trabajos forzosos
en minas y presidios, y los “vagabundos” que no h a b rá n de
consentir los intendentes “ni gente alguna sin destino y apli­
cación al trabajo, haciendo que los de esta clase, si fueren
hábiles y de edad com petente para el manejo de las Armas
o la Marinería, se apliquen a los regimientos fijos de aquel
Reino o ál servicio de los Vajeles de g u erra y m ercantes que
llegaren a sus Puertos del Norte y S ur”.17 Es éste un au tén ti­
co program a de rehabilitación de acuerdo con distintas cla­
sificaciones de pobres.
Villarroel es, sin duda, uno de los mayores críticos de la
vagancia en aras de la productividad. Así, u n a de las princi­
pales obligaciones de todo gobierno ha de ser la de evitar la
holgazanería p o rqu e “¿De qué le sirve al soberano te n er en
estos dominios u n millón de hombres ociosos, vagos y mal
entretenidos, que se coman sin fruto el trabajo de los aplica­
dos?”.18 Es ésta la misma pregu nta que se hacían en España
los economistas, quienes al ver el despoblamiento de la
península y el atraso de la m anufactura y la agricultura, e n ­
contraban en los mendigos, ociosos y vagabundos la causa
de ese mal. A ello se unía la conciencia de saber que de m e n ­
digo a m aleante se estaba sólo a un paso.19
Como han notado B urkholder y C handler, para a u m e n ­
tar la productividad de España y de las Indias, la C orona es­
pañola no sólo necesitaba reformas administrativas y com er­
ciales, elevar el rango ocupado po r los artesanos en la
sociedad y fom entar los conocimientos útiles y las socieda­
des económicas. Requería, además de todo ello, eliminar a
los grupos “improductivos” y consecuentem ente “inútiles”
de la sociedad. 0
¿Cómo se preten dieron solucionar los problemas de d e ­
lincuencia generados directam ente por la vagancia? La p r o ­
puesta de Villarroel fue sencillamente la represión. Para aca­
bar con esta ciudad viciosa, receptáculo de vagos, posada de
malhechores y contubernio de picaros que no p u ed en ser
llamados “racionales”, es necesario que las leyes se apliquen
sin la tolerancia de antaño. Clama el cielo al ver que todas
las obligaciones de los magistrados

están sin ejercicio y en perpetuo olvido, viviendo cada uno co­


mo quiere, sin régimen, orden ni método, alborotando día y
noche las calles, impidiendo el sosiego particular, triunfando
con escándalo la gente soez, sin haber quien refrene su osadía,
corrija sus excesos, ni castigue su insolencia.21

Es ésta la plum a del ilustrado ordenad o y racional p ara


quien todo lo popular y callejero, perm itido en otros tiem ­
pos, es digno de erradicar. Eliminación que ha de em pezar
p o r expulsar a los vagos ya no de la traza de la ciudad como
ocurrió con los indígenas, sino de la capital misma. Para
“limpiar esta capital de tanta gente inútil y viciosa” deberían
tom arse dos providencias: “publicar bando para que salie­
sen de México todas las personas de ambos sexos que no tie­
nen destino ni ocupación fija para m antenerse” en espera
de que encuentren trabajo en otras partes, y levantar un
p adró n que contenga el nú m ero de habitantes, ocupación,
lugar d on de viven y personas que están a su servicio para
conocer si efectivamente trabajan o son vagos. Lo propio se
ha de hacer con los artesanos anotando con quien se e m ­
plean a fin de conocer si son útiles al soberano.
Este p ad ró n p o r profesiones fue de nuevo requ erid o en
1791 p o r Revillagigedo cuando, a solicitud del rey, envió un
dictam en sobre la O rdenanza de Intendentes. Indicó haber
puesto en práctica los artículos 59 y 60 sobre averiguación
del destino de ociosos y vagabundos p ara corregirlos, a u n ­
que no podría llevarse a buen térm ino mientras vivieran
errantes p or montes y sierras y no se les obligase a recon o­
cer un domicilio fijo. 3
Al año siguiente, en 1792, Revillagigedo inform ó al rey
de las mejoras habidas en materia de policía en la ciudad de
México a causa de haber recaído los puestos de alcalde de
cuartel en “sujetos idóneos”. Diariamente el virrey recibía
un parte de todos los sucesos de im portancia acaecidos en
cada cuartel. Se prohibió que las beatas anduviesen con la
cara cubierta “con lo que se han evitado los fraudes y m al­
dades que se ocultaban con tal disfraz”, y ya no se adm itie­
ron trabajadores en las oficinas reales con la natural d esn u ­
dez que los caracterizaba a causa de su “mala crianza”. U na
de las disposiciones que más celaron los alcaldes de barrio
fue la de recoger a cuanto vago encontraban para darle el
destino op ortu n o de acuerdo con la circunstancia de cada
uno. M edida de excelentes resultados fue el registro llevado
por los mesoneros de los viajeros que se detenían en sus p o ­
sadas anotando su lugar de salida, su destino y su residen­
cia, con miras “al fácil descubrim iento de agresores y perso­
nas de mala vida que p ertu rb a n la quietud pública”. 4
Tam bién los presos encontraron en el trabajo parte de
su castigo y enm ienda. Los acusados de delitos m enores co­
mo riñas o em briaguez que no am eritaban form ar causa fue­
ron destinados a las obras públicas en 1792. Dos años des­
pués se les u nieron los acusados de delitos más graves “pero
como éstos d em an d an mayor cuidado, se han hecho prisio­
nes con cadenas para asegurarlos sin que les estorbe el tra ­
bajo”.25 De hecho si el T ribunal de la Acordada le pareció
útil a Revillagigedo fue porque en él se castigaban muchísi­
mos delincuentes en relación con las causas que se seguían
en la Sala del Crimen, y sin tantos gastos.26
A unque el filantropismo pud o inspirar la legislación de
la C orona sobre vagos, pobres y m endigos, no cabe d u d a de
que el problem a de la pobreza estaba asociado, ya p ara la se­
g u n d a mitad del siglo XVIII, con el trabajo -se trataba de b ra ­
zos ociosos- y con el delito -robos, motines, asonadas-. El ob­
jetivo era acabar con la m endicidad como se extirpa del
cuerpo un órgano enfermo.
Por el contrario, d u ran te los siglos XVI y XVII la legisla­
ción sobre pobres buscó controlar la mendicidad. Se llega­
ron a expedir certificados de pobreza que perm itían al des­
dichado m endigar en el distrito de su localidad.27 El objetivo
no era erradicar al mendigo, entre otras cosas porque la p o ­
breza g uard ab a un carácter sacralizante: la caridad como
medio de salvación.28 La Corona no p ud o controlar la m e n ­
dicidad ni la caridad privada individual o corporativa p o r la
oposición de la m entalidad religiosa de la sociedad y por la
falta de u n aparato que vigilara estas acciones. El fracaso se
manifiesta en la legislación que constantem ente re d u n d a a

En cambio, los reinados de F ernando VI y Carlos III son


p ru eb a fehaciente de que la meta no era controlar la vagan­
cia y la mendicidad, sino erradicarlas y sustituir la caridad
privada p o r la beneficencia pública. Además de los casos p r e ­
sentados, p re te n d e r que los eclesiásticos den la tercera p a r ­
te de sus beneficios p ara form ar un fondo pío adm inistrado
p or el estado pru eb a un intento de secularizar la caridad;30
im pedir que los presos de la cárcel citadina y probablem ente
los locos de San Hipólito salgan a m endigar para proveerse
de lo necesario como se venía haciendo desde años atrás,31
y las “red ad as” de vagos para engrosar el ejército son m ues­
tras de este espíritu que venimos exponiendo. Consciente de
que p ara llevar a cabo esta política era necesario establecer
un aparato represivo, la Corona dividió a la ciudad de Méxi­
co y a otras de España y Nueva España en cuarteles y dotó a
los intendentes de claras funciones de policía. Si no se llega­
ron a conseguir tan buenos resultados como en M adrid, fue
p orq ue no siem pre se contaba con sujetos idóneos para ocu­
p ar los puestos de justicia y policía, según el juicio de Revi-
llagigedo, o p orq ue la tolerancia era excesiva, en la aprecia­
ción del abogado Hipólito Villarroel.
Cuando en 1774 se inauguró el Hospicio de Pobres de
la ciudad de México se dieron 8 días para que los mendigos
acudieran voluntariam ente, transcurridos los cuales la p o ­
licía se ocupó en recoger a quienes desoyendo la invitación
prefirieron seguir en el mal camino de la vagancia.32 La p o ­
breza era ya un asunto de policía, de administración públi­
ca.

NOTAS

1. Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva. México, Fon­


do de Cultura Económica, 1983, pp. 1048 y 1058-1063. Enrique Florescano
e Isabel Gil Sánchez, “La época de las reformas borbónicas y del crecimiento

so
económico, 1750-1808” en Historia General de México. México, El Colegio de
México, 1981, tomo 1, pp. 487-488.
2. J. Vicens Vives, Historia social y económica de España y América. IV Los Borbones.
El siglo XVIII en España y América. Barcelona, Ed. Vicens Vives, 1979, pp. 103-
104.
3. Fernando Alvarez-Uría, Miserables y locos. Medicina mental y orden social en la Es­
paña del siglo XIX. Barcelona, Tusquets, 1983, p. 51.
4. Luis Navarro García, Intendencias en Indias. Sevilla, Escuela de Estudios His­
pano americanos, 1959, pp. 17-55.
5. José Joaquín Real Díaz y Antonia M. Heredia Herrera, “Martín de Mayorga”
en Los virreyes de Nueva España en el reinado de Carlos III (1779-1787). Dirección
y estudio preliminar de José Antonio Calderón Quijano. Sevilla, Escuela de
Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1968, tomo II, pp. 207-209.
6. “Ordenanza de la división de la nobilísima ciudad de México en cuarteles,
creación de los alcaldes de ellos, y reglas de su gobierno: dada y mandada ob­
servar por el excelentísimo señor Don Martín de Mayorga, virrey, goberna­
dor y capitán general de esta Nueva España”. Editado por Eduardo Báez
Macías en Boletín del Archivo General de la Nación. México, tomo X, nums. 1-2,
1969, pp. 93-94.
7. Ibid., pp. 96-97.
8. Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendentes de ejército y pro­
vincias en el reino de la Nueva España. 1786. Introducción por Ricardo Rees Jo­
nes, México, UNAM, 1984, pp. 66-68.
9. Ibid., pp. 68-69.
10. Ricardo Rees Jones, El despotismo ilustrado y los intendentes de la Nueva España.
México, UNAM, 1983, p. 226.
11. Hipólito Villarroel, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva Es­
paña en casi todos los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar pa­
ra su curación si se quiere que sea útil al rey y al público. México, Grupo Editorial
Miguel Angel Porrúa, 1982, p. 416.
12. Ibid, p. 417.
13. Conde de Revillagigedo, Informe sobre las Misiones, 1793 e Instrucción reservada
al Marqués de Branciforte, 1794. Introducción y notas de José Bravo Ugarte.
México, Editorial Jus, 1966, p. 150.
14. José Miranda, Humboldt y México. México, UNAM, 1962, pp. 78-80.
15. “Ordenanza de la división...”, op. cit., 99-100.
16. Ibid., p. 100.
17. Real Ordenanza..., op. cit., p. 70.
18. Villarroel, op. cit., p. 248.
19. Vicens Vives, op. cit., p. 103.
20. Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, De la impotencia a la autoridad. La Coro­
na española y las Audiencias en América. 1687-1808. México, Fondo de Cultura
Económica, 1984, p. 121.
21. Villarroel, op. cit., pp. 173 y 246.
22. Ibid., pp. 253-255.
23. “Dictamen que en cumplimiento de reales órdenes de S.M. produce el virrey
de Nueva España conde de Revillagigedo, sobre la precisión de adicionar la
Ordenanza de Intendentes, expedida en 4 de diciembre de 1786” en Rees Jo­
nes, op. cit., p. 340.
24. “Compendio de providencias de policía de Méjico del segundo conde de Re-
villagigedo” en Suplemento al Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas.
Versión paleogràfica, introducción y notas por Ignacio González-Polo. Méxi­
co, UNAM, 1983, num. 14-5, pp. 17, 21, 24, 34 y 36.
25. Ibid., pp. 32 y 56.
26. Revillagigedo, 1966, p. 146.
27. Manuel Fernández Alvarez, La sociedad española en el Siglo de Oro. Madrid, Edi­
tora Nacional, 1983, pp. 175-176.
28. Bartolomé Bennassar, La España del Siglo de Oro. Barcelona, Crítica, 1983, pp.
216-220 y 226.
29. lbid., pp. 206-208.
30. Vicens Vives, op. cit., pp. 103-104.
31. “Compendio...”, op. cit., p. 32.
32. Martiniano T. Alfaro, Reseña tústórico-descriptiva del antiguo hospicio de México.
México, Imprenta del Gobierno Federal, 1906, p. 15.

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