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Pese a lo anterior, hay que advertir que en el pasado se empleó a partir del siglo XVII la
palabra “gnoseología” (del griego “gnosis” y “logos”, en este caso tratado) para designar la “teoría del
conocimiento”. Por entonces se considera que la gnoseología era parte de la “metafísica especial” –que
tenía como sus otras partes a la teología y a la cosmología. El día de hoy se habla en general casi siempre
de “teoría del conocimiento”.
La teoría del “conocimiento” pertenece al ámbito de la filosofía meramente teórica ya que solo
pretende captar el mundo sin alterarlo, sin conducirse frente a él, o sin elaborarlo para obtener productos
artificiales. Aunque casi todos los grandes filósofos del pasado –por ejemplo Platón- trataron del
problema del conocimiento, la disciplina filosófica al respecto –la teoría del conocimiento- es un tema
relevante reciente que solo se encuentra a partir de los siglos XVII y XVIII en autores como Descartes,
Malebranche, Leibniz, Locke, Berkeley, Hume y en otros más (J. Ferrater Mora)
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Ha sido sobre todo el filósofo argentino Mario Bunge quien ha puesto en circulación este término, sobre la base de que en griego “episteme”
es el conocimiento verdadero (o sea el conocimiento científico) a diferencia de la mera opinión (el conocimiento cotidiano y el de las disciplinas
no científicas)
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Curiosamente en inglés es usual denominar con la palabra “epistemología” más bien a la “teoría del conocimiento” – entendiéndose que la
palabra “epistemología” está compuesta por las voces griegas “episteme”, conocimiento, y “logos”, tratado en este caso. En inglés “la teoría de
la ciencia”- en español la “epistemología”- es la que examina la estructura” y dinámica de las teorías científicas. No obstante, a veces algunos
autores hablan de la “epistemología” tomando este uso del inglés como de la “teoría del conocimiento”
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De estos tres sentidos de la palabra “conocimiento “el que históricamente más ha concitado la
atención de los filósofos al escribir sobre teoría del conocimiento ha sido el tercero, quizás porque está
ligado a conceptos como los de creencia, verdad y justificación, como veremos. Por lo tanto nosotros nos
referiremos a continuación al conocimiento en el sentido del conocimiento proposicional al hacer nuestro
análisis de la definición tripartita del conocimiento.
En la Antigüedad Platón (428 – 347 a C.) había tratado extensamente el problema del
conocimiento en su diálogo Teeteto (también en el diálogo Menon). Allí uno de los protagonistas del
diálogo, el joven aprendiz de matemático Teeteto, aparecía ofreciendo hasta tres definiciones del
conocimiento. La tercera es la más interesante. Teeteto sostenía allí que “el conocimiento es la opinión
verdadera más una explicación”(201c – 210b), definición que no era aceptada por Sócrates (que casi
siempre figura en los diálogos como el interlocutor que conduce la conversación en prácticamente todos
los diálogos platónicos). Pese a tratarse de una definición muy notable no tuvo mucho éxito en la época
posterior.
Esta definición fue recogida y reformulada en los años 40 y 50 de siglo XX por el filósofo inglés
Alfred Ayer y por el norteamericano Roderick M. Chisholm. Estos autores dieron lugar a la así llamada
“definición tripartita del conocimiento” que lo presenta como “la creencia verdadera y justificada”, en
torno a la cual ha girado toda la discusión última en torno al conocimiento. Esta definición tiene tres
elementos o condiciones –y por ello ha sino denominada “definición tripartita del conocimiento”, que son
los siguientes:
S cree que p (donde S es cualquier sujeto y p la proposición del caso; por creer se entiende aquí
el adherir teóricamente a aquello que se cree)
P es verdadero (comprendiendo aquí verdad el coincidir lo afirmado con el estado de cosas o a
los hechos a los que se refiere la proposición).
S tiene razones justificadas para creer que “p” (“razones justificadas” son aquí los fundamentos
garantizados)
Esta definición parecía poder dar cuenta de todo tipo de conocimiento. Así por ejemplo del
conocimiento cotidiano. En efecto, si Juan cree que el Manchester United ha ganado la
Championshipscup del 2008, tiene realmente este conocimiento porque lo afirma así (lo cree), porque
esta afirmación es verdadera (coincide con el resultado del partido entre el MU y el Chelsea), y porque
tiene razones justificadas para creerlo o afirmarlo (vio el partido definitorio por TV, o leyó el resultado
en los periódicos, o se lo contaron amigos que vieron el partido por TV). Se aplica también al conocimiento
histórico: si Pedro cree que San Martin proclamó la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, posee
este conocimiento, pues lo afirma así, esta afirmación o creencia es verdadera, y tiene razones justificadas
para hacerlo (recuerda bien que su profesor de historia lo explicó así, o que lo leyó en su libro de historia,
y siempre ha encontrado esta afirmación reproducida en los diarios y libros que revista). Pero la
definición se cumple también en el caso de los conocimientos matemáticos: si Teresa cree que el cuadrado
de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de los catetos ( a2 = b2 +
c2 , donde a= la hipotenusa, y b= el otro cateto), entonces tiene este conocimiento (el del teorema de
Pitágoras ). En efecto, Teresa lo cree así (lo sostiene); esta afirmación es verdadera, y ella tiene razones
justificadas para su creencia (conoce la demostración del teorema, o por lo menos recuerda la explicación
al respecto de su profesor de matemáticas, o que la leyó en un libro)
La definición tiene además distintas ventajas. Permite por ejemplo descartar como
conocimiento afirmaciones que pueden ser verdaderas, pero que no constituyen un conocimiento porque
les faltan razones justificadas para sostenerlas. Si por ejemplo Luis cree que el dólar subirá de precio
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dentro de dos días y así sucede en efecto, habrá que preguntarle las razones que tuvo para su creencia.
Si él nos manifestara que era porque se lo dijo una gitana, sabríamos que no tenía un conocimiento, ya
que el dicho de una gitana no es una razón justificada. Es decir, pese a que la predicción se cumplió, la
creencia de Luis que se confirmó como verdadera no era un conocimiento. En cambio, si Luis hubiera
creído en la subida del valor del dólar porque se lo dijo un analista informado de la situación económica,
sí habría tenido un conocimiento, pues un juicio de un experto si es una razón justificada.
La definición también nos permite descartar como conocimiento creencias para las que había
en un momento razones justificadas y que eran verdaderas, pero que luego se han mostrado como
creencias no verdaderas. Así por ejemplo la creencia generalizada de que Hiram Bingham había
“descubierto” Macchu Picchu ha perdido su condición de conocimiento, al establecerse que un saqueador
alemán había hallado mucho tiempo antes las ruinas3.
Por consiguiente las tres condiciones para que exista un conocimiento se afirma que son: una
creencia justificada, que ésta sea verdadera y que la persona que sostiene dicha creencia tenga razones
justificadas para tenerla. Se trata de condiciones necesarias, esto es, que si falta cualquiera de ellas no
hay conocimiento; y además de condiciones suficientes, es decir, que bastaría con que ellas se presentaran
para aceptar que hay conocimiento.
Nos llevaría muy lejos mostrar aquí la argumentación de Gettier en detalle. Quisiéramos tan
solo agregar que su objeción ha merecido distintas respuestas. Hay quienes han atacado los supuestos
utilizados por Gettier, y hay otros que – aceptándolos – han preferido agregar a las tres condiciones de
la definición tripartita (creencia, verdad y justificación) una cuarta condición. Es decir que el día de hoy
se tiende a pensar que, aun administrándose que la objeción de Gettier es fundada, ella no obliga a
descartar la definición de la verdad tradicional sino a convertirla en una definición cuatripartita, es decir,
que se le agrega una cuarta condición para superar las dificultades que presenta en su versión original.
4. El escepticismo
La palabra “escepticismo” viene del griego “skeptikos” que quiere decir “quien considera algo
con cuidado”, “quien busca e investiga”. El escéptico es pues etimológicamente quien reflexiona
cuidadosamente antes de tomar una decisión.
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Escribimos aquí “descubierto” entre comillas, porque los naturales del ligar conocían las ruinas tiempo atrás, pero se creía que Bingham las
había abierto al conocimiento público internacional.
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5. La verdad
Es uno de los conceptos más importantes para la teoría del conocimiento y para la filosofía en
general.
Comúnmente se suele pensar que la noción de verdad e da en la realidad, y así sucede en
algunos casos, como lo muestran las locuciones “un amigo verdadero”, “oro verdadero”, etc., expresiones
en las que “verdadero” significa “auténtico” (o sea hablar de un “amigo verdadero” es referirse a un “amigo
auténtico” y de “oro verdadero” es aludir a un “oro de buena ley” etc.)
Pero la noción de verdad se refiere la mayoría de las veces a una propiedad de las
proposiciones, o sea que se da sobre todo en el plano del lenguaje. En este sentido, por lo general se dice
que una proposición es verdadera si lo que afirma coincide con la forma como se muestra el estado de
cosas al que se refiere o los “hechos” (aquí estamos adoptando transitoriamente para formular esta
explicación una teoría correspondentista de la verdad); y falsa cuando no coincide. Que la verdad es una
propiedad de las proposiciones ya lo sabía Aristóteles (384 ó 383-322 aC.), quien por ello afirmaba: “Decir
de lo que no es que es, o de lo que es que no es. Es falso: mientras que decir de lo que es que es y de lo
que no es que no es, es verdadero” (Metafísica, Libro gamma, 7,1011 b 25). Y lo sabían también los
estoicos quienes sostenían que la verdad o falsedad son propiedades de las proposiciones (o mejor dicho:
de lo enunciado en las proposiciones o aseveraciones según corresponda o no a la realidad)
Frente a la dificultad casi insuperable de tener que cotejar lo afirmado por las proposiciones
con los hechos o situaciones a las que se refieren, que son de distinta naturaleza, las teorías de la verdad
como coherencia solucionan de entrada este problema porque prescinden de la teoría de la verdad como
correspondencia. Las teorías de la verdad como coherencia parten de que es imposible salir del ámbito
del pensamiento para captar un ámbito de hecho independiente. La verdad sería más bien la coherencia
que se da entre nuestras creencias (o entre las proposiciones que traducen en nuestras creencias). Si se
da una coherencia entre ellas, sabré que estoy ante una verdad, y en caso contrario no. Por ejemplo si
estoy en mi casa y prendo el televisor y veo que la selección peruana de futbol está apabullando de goles
5 a 0 a la selección de argentina en Buenos Aires, pensaré que las creencias que tengo (que se pueden
traducir en las proposiciones “la selección peruana de futbol está goleando por 5 a 0 a la selección
argentina en Buenos Aires”) no son consistentes con mis recuerdos de los marcadores en los partidos
entre los peruanos y los argentinos, con el temor de los futbolistas peruanos a jugar en Buenos Aires, con
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un marcador tan abultado (los peruanos se contentan con ganar por una diferencia de uno o cuando más
de dos goles) etc. Concluiré por lo tanto que probablemente estoy soñando y que la proposición “la
selección peruana de futbol está goleando por 5 a 0 a la selección de argentina en Buenos Aires” es falsa.
En coherentismo una creencia apoya a la otra y no hay creencias privilegiadas entre ellas. Grandes
filósofos como Leibniz, Spinoza y el último Wittgenstein fueron coherentistas convencidos.
Mas bien la teoría de la verdad como coherencia presenta grandes problemas. Ante todo es
discutido cómo haya que entender la coherencia: ¿es ella meramente la consistencia (o sea la falta de
contradicción entre nuestras creencias) ?, ¿o es la evidencia en el sentido de que todas nuestras creencias
que se traducen en proposiciones están conectadas en términos de evidencia? Por otro lado, un conjunto
de proposiciones pueden ser coherente entre sí, sin que esto garantice su verdad. Por ejemplo las
proposiciones “El Everest es la montaña más alta del mundo”, “mañana tengo que ir a una fiesta” y “Juan
es rubio” son perfectamente entre sí, pero son inconexas y, por cierto, no ofrecen ninguna garantía de
verdad. Finalmente, si se acepta el coherentismo podríamos tener conjuntos de creencias en sí mismas
(por ejemplo un conjunto de creencias A, otro B etc.), pero donde no podríamos distinguir aquellos
conjuntos que sean mejores que otros.
Las teorías pragmatistas de la verdad han sido defendidas por los filósofos pragmatistas o por
filósofos muy cercanos a ellos, como Charles Sanders Pierce, William James, John Dewey, Willard van
Orman Quine y Richard Rorty. La idea central de la teoría pragmatista es que la verdad es lo útil. El
pragmatismo sostiene que las creencias y acciones son herramientas para ser usadas y que son
verdaderas en cuanto funcionan y funcionan bien. Una opinión verdadera es así para los pragmatistas
una opinión esencial i intrínsecamente útil (y no accidental o extrínsecamente útil), y una teoría
verdadera es aquella que cumple exitosamente con los designios para los que fue creada.
El problema con las teorías pragmatistas de la verdad es que no explican con precisión qué es
lo que entienden cuando afirman que una opinión o una teoría son útiles. Se ha sostenido que lo útil
significa que la teoría sea exitosa, pero aquí siempre se puede repreguntar qué es en este caso lo exitoso:
el nazismo fue `por ejemplo una teoría muy exitosa en Alemania de los años treinta, pero tuvo resultados
deplorables para Europa y para la misma Alemania. También se ha afirmado que una teoría es útil,
cuando conduce a predicciones verdaderas, pero aquí se termina por definir lo útil en términos de la
verdad con lo que llegamos a un círculo vicioso. La verdad se sostiene que es la utilidad y ésta a su vez
se dice que es la que permite llegar a formular proposiciones verdaderas.
6. La epistemología naturalizada