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CURSO BÁSICO
SOBRE LA
DOCTRINA SOCIAL
DE LA
IGLESIA

Adolfo Miranda Sáenz

CURSO BASICO SOBRE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


Adolfo Miranda Sáenz
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Doctor en Derecho
Diplomado del Instituto Interamericano de Derechos Humanos

Un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerlo a prueba le preguntó:
–Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le contestó:
– ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees?
El maestro de la ley contestó:
–Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo.
Jesús le dijo:
–Has contestado bien. Si haces eso, tendrás la vida eterna.
Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús:
– ¿Y quién es mi prójimo?
Jesús entonces le contestó:

–Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron
hasta la ropa; lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto.
Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino; pero al verlo, dio un rodeo y siguió
adelante.
También un levita llegó a aquel lugar, y cuando lo vio, dio un rodeo y siguió adelante.
Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión.
Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia
cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó.
Al día siguiente, el samaritano sacó el equivalente al salario de dos días, se lo dio al dueño del
alojamiento y le dijo: Cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando
vuelva.
Pues bien, ¿cuál de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos?
El maestro de la ley contestó:
–El que tuvo compasión de él.
Jesús le dijo:
–Pues ve y haz tú lo mismo.
(Lc. 10.25-37)
Con estas palabras de Jesús, tan sencillas y tan profundas a la vez, iniciamos nuestro Estudio
Básico sobre la Doctrina Social de la Iglesia.
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¡DOCTRINA DE LA IGLESIA! Tan doctrina como las enseñanzas sobre la Santísima Trinidad
o la encarnación virginal de Jesús en la Santísima virgen María. Tan doctrina como la enseñanza sobre
los siete sacramentos o sobre la autoridad del Papa. Tan doctrina como la enseñanza sobre los diez
mandamientos. Una parte MUY IMPORTANTE de nuestra doctrina que tristemente hemos a veces
marginado. NO PODEMOS LLAMARNOS CATOLICOS SIN CONOCER, ACEPTAR,
PROCLAMAR Y PRACTICAR ESTA DOCTRINA SOCIAL. Jesús destacó la doctrina social. Por eso
es inaceptable que los cristianos católicos a veces nos quedemos solo con otros aspectos doctrinales sin
incluir LA DOCTRINA SOCIAL que es parte ESENCIAL del corazón mismo del Evangelio.

Qué es la Doctrina Social de la Iglesia


La doctrina social de la Iglesia forma parte de la teología moral en el campo social, sus
enseñanzas se fundamentan en el derecho natural y en la revelación. Esta enseñanza se refiere al modo
cómo debe comportarse el hombre en la sociedad humana y, además, propone las exigencias éticas que
deben regular las estructuras económicas, políticas, culturales y sociales en el mundo.
Ofrece su aporte particular a la solución de los problemas humanos. Además de anunciar lo que
es el hombre (el ser humano, varón y mujer), denuncia la raíz de las situaciones injustas que atentan
contra su dignidad, pero también contribuye con los esfuerzos en beneficio del desarrollo integral del
hombre y de la sociedad.
La Iglesia, desde 1891 con la encíclica Rerum Novarum de León XIII hasta 1991 con la
encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II, se ocupó en desarrollar una doctrina social de los tiempos
modernos durante un período de cien años —analizando situaciones y problemas nuevos y diferentes
cada vez—. Esta Doctrina Social de la Iglesia ha sido presentada en el Compendio de la doctrina
social de la Iglesia, redactado por el Consejo Pontificio Iustitia et Pax. Recientemente, en 2009,
Benedicto XVI ha abordado nuevamente la problemática social en la encíclica Caritas in Veritate. La
Iglesia se ha preocupado y continúa preocupándose por promover la justicia social y la convivencia
social, y en la difícil situación en la que el mundo se encuentra hoy, la doctrina social de la Iglesia se ha
convertido en una guía segura para los católicos y en una referencia fundamental en el diálogo con
todos los que se preocupan seriamente por los problemas sociales y especialmente por los pobres.
Pero no es a partir de la Rerum Novarum o del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia
que ésta se preocupa por el tema social. Es verdad que en los últimos ciento y tantos años la Iglesia
PUSO POR ESCRITO EN FORMA ORDENADA O SISTEMATICA SU DOCTRINA SOCIAL
ABORDANDO LA PROBLEMÁTICA MODERNA, pero la doctrina social es una exigencia del
Evangelio que ha estado presente desde el inicio de la vida de la Iglesia. Jesús nos enseña que AMAR
AL PROJIMO es tan importante como AMAR A DIOS (Mt. 22.36-40). El nos manda a hacer cosas
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tales como dar de comer al que tiene hambre, dar de beber al que tiene sed, dar alojamiento al
que no tiene donde vivir, dar de vestir al que no tiene ropa, acompañar a los enfermos, visitar a
los encarcelados… (Mt. 25.31-46). Numerosas veces en el Evangelio Jesús se refiere a los pobres, a
las riquezas, a la justicia, al perdón, a la paz, al amor. ¡Jesucristo es la base, es el fundamento
mismo de la Doctrina Social de la Iglesia! Por eso, desde sus comienzos la Iglesia ha estado atenta y
preocupada para responder con sus orientaciones y acciones a los complejos problemas sociales de
cada época histórica a lo largo de sus 20 siglos de existencia.

Desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia


Las primeras comunidades cristianas fueron sensibles a las carencias de los necesitados y
actuaron en consecuencia poniendo sus bienes en común y nombrando personas que en su ministerio
atendieran especialmente a las viudas (que en la cultura de aquella época eran las personas más
desamparadas). Más adelante los Padres de la Iglesia que sobresalieron por sus enseñanzas entre finales
del S. I y el S. VIII, en su enseñanza social continuaron la tradición profética del Antiguo Testamento
(que defendía y protegía a los pobres y a los débiles denunciando vigorosamente las injusticias) junto
con la tradición evangélica que nos presenta el mensaje de Jesús, y elaboraron un cuerpo doctrinal que
sirvió para orientar y dirigir a los fieles cristianos en aquellos momentos de expansión del cristianismo.
Durante la Edad Media, filósofos y teólogos cristianos reflexionaron y escribieron
oportunamente sobre los problemas que en ese momento afectaban la convivencia humana. Se destaca
en este período, un teólogo eminente: Santo Tomás de Aquino (1225-1274), que expone su enseñanza
social alrededor de la justicia como virtud moral y la caridad como virtud teologal.
Durante la Edad Media los monasterios albergaban monjes bondadosos que atendían las
necesidades de los pobres de las comunidades cercanas; y los frailes franciscanos y dominicos –ellos
mismos pobres- compartían sus pocos bienes con los más necesitados, pero SOBRE TODO
DESBORDABAN SU AMOR AL PROJIMO.
Después del descubrimiento de América (1492) surgen intelectuales y juristas católicos, así
como misioneros en los nuevos territorios descubiertos, que salen en contra del maltrato y opresión a
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las poblaciones indígenas, primero, y en contra de la inhumana esclavitud de los negros traídos de
Africa posteriormente (Frailes franciscanos y dominicos como Fr. Francisco de Vitoria, Fr. Francisco
Suárez, Fr. Juan de Zumárraga, Fr. Bernardino de Sahagún, Fr. Bartolomé de las Casas y Fr. Antonio
de Valdivieso, algunos de ellos obispos; y los jesuitas Alonso de Sandoval y San Pedro Claver, entre
otros).
El nombre de Problema Social Moderno se aplica a los problemas surgidos a raíz de la
Revolución Industrial, que es el proceso de industrialización que se inició en Inglaterra durante la
segunda mitad del S. XVIII, a causa, fundamentalmente, de la invención de la máquina de vapor y el
perfeccionamiento de los telares. El artesano pasó a ser obrero y surgió el denominado capitalismo
financiero; la sociedad pasó de agrícola y gremial, a industrial; se inició un desplazamiento de la
población rural hacia la ciudad.
Nace entonces el proletariado como nueva clase social que produjo una serie de desajustes tanto
sociales como económicos y políticos. El taller familiar es sustituido por las fábricas, la cual requiere
de personal especializado y una mano de obra que el capitalismo financiero contrata principalmente
entre mujeres y niños, que cobran más barato, para disminuir los costos de producción. Entre 1830 y
1840, sólo el 25% de los obreros ingleses de la industria eran hombres adultos; el resto eran mujeres y
niños.

El término “proletario” surge de que, como se contrataban a los niños para trabajar, muchas
familias no tenían más recursos que el salario de los niños, o sea de los hijos, de la prole. Su prole era
toda su riqueza.
Los obreros eran explotados con bajo salarios y largas jornadas de trabajo (entre 12 y 16 horas
al día), las mujeres salen a buscar cualquier trabajo para completar el escaso salario del esposo, las
enfermedades proliferan: poco dinero, mala alimentación, exceso de trabajo, ambiente contaminado en
las fábricas y sobre todo en las minas, de aire enrarecido. La tuberculosis era una enfermedad común y
la desnutrición de los niños era generalizada. A lo largo de la primera mitad del S. XIX se agrava la
situación del mundo obrero y se empieza a hablar de “La Cuestión Social” entendida como el conjunto
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de problemas derivados de la explotación del proletariado por parte del capitalismo financiero
industrial.
Como en este estudio vamos a hablar sobre dos conceptos que son: el liberalismo y su expresión
económica, como es el capitalismo, estrechamente vinculados entre sí, es necesario aclarar que en los
siglos XVIII y XIX se desarrollan unos tipos de liberalismo y capitalismo EXTREMISTAS. La
doctrina liberal era la del laissez-faire, laissez-passer (dejar hacer, dejar pasar). El primer liberalismo
que el mundo vio, el liberalismo “clásico” de los siglos XVIII y XIX era un liberalismo
“individualista” que entrañaba una concepción egoísta que no conocía la solidaridad, a pesar de que la
Revolución Francesa a la Libertad y la Igualdad añadió la Fraternidad, lo cual no se cumplía en aquella
concepción liberal clásica. El ESTADO no debía intervenir en nada, no debía regular nada: ni dar
servicios públicos (agua, salud, educación), ni establecer leyes laborales, ni intervenir en los negocios
privados, etc. Casi reducido a dirigir el tránsito y perseguir a los delincuentes. Se concebía UN
ESTADO CON FUNCIONES SOLO DE POLICIA. Cada cual debía resolver sus problemas
“individualmente”. Ese liberalismo clásico e individualista dio paso en lo económico a un capitalismo
que no tenía ninguna regla, ningún límite, más que las “leyes del mercado” (los precios se establecían
según fuera poca o mucha la oferta ante la poca o mucha demanda). Los dueños de propiedades y
riquezas podían hacer lo que quisieran sin tener ninguna responsabilidad social. Pero hay que aclarar
que esos conceptos EXTREMISTAS evolucionaron hacia un liberalismo social y un capitalismo
humanista, aunque siguen existiendo liberales individualistas y un tipo de capitalismo salvaje como
lo calificó Juan Pablo II y lo ratifica frecuentemente el Papa Francisco.

Otro tanto debemos aclarar sobre el socialismo. Pues se propuso un socialismo también
EXTREMISTA que hoy podemos identificar como COMUNISMO, el cual va al otro extremo del
liberalismo radical y del capitalismo salvaje, pues pone TODO BAJO EL PODER DEL ESTADO. El
Estado regula, decide, manda en todo. No hay libertad económica, ni propiedad privada. En realidad, el
ESTADO se vuelve un TODOPODEROSO que dice qué producir, cuánto, cómo, a qué precio, con qué
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salarios, a dónde va la producción. No hay libertad de sembrar, producir, vender, comerciar al margen
del Estado. El ESTADO es dueño de TODO (incluyendo de las vidas y de las conciencias de la gente).
Suprime las libertades: de conciencia, religiosa, de expresión, de no estar de acuerdo, de viajar
libremente, de protestar. El que no esté de acuerdo con el ESTADO es un “ENEMIGO DEL PUEBLO”
o es un “CONTRARREVOLUCIONARIO” y solo merece la muerte o la cárcel. Es una DICTADURA
(los comunistas la llaman “Dictadura del Proletariado”, pero en realidad es la dictadura del pequeño
grupo que gobierna). Sin embargo hay otros tipos de SOCIALISMOS que NO SON EXTREMISTAS
(como la social democracia o el liberalismo social, por ejemplo).
El comunismo o socialismo radical ha fracasado en todos los países donde ha sido impuesto,
como es el caso de la URSS y la Europa Oriental cuyos sistemas se derrumbaron, lo cual ha sido
simbolizado con la caída del “Muro de Berlín”; así como en China o Vietnam donde a pesar de
continuar con un gobierno dictatorial y represivo sus economías han sido abiertas al mercado libre y a
la propiedad privada con ciertas regulaciones.

Cuando aquí nos referimos a LIBERALISMO, CAPITALISMO y SOCIALISMO, debemos


tener en cuenta que nos referimos a CONCEPTOS SOBRE DOCTRINAS POLITICAS Y SOCIALES
que han tenido cambios y tienen variantes, y que de ninguna manera estamos aludiendo en particular
a ningún partido político que en este país o en cualquier otro lleve esos nombres o afirmen tener
estas ideologías.
Hay pues diferentes tipos de liberalismos, capitalismos y socialismos.
El capitalismo se nutre de las ideas del liberalismo económico que a su vez lo hace del
liberalismo filosófico. El S. XIX conoció un tipo de capitalismo explotador inspirado en un liberalismo
individualista que produjo como reacción intentos revolucionarios de carácter social que respondían a
las situaciones creadas por la revolución industrial y por el sistema económico dominado por las ideas
liberales radicales. En 1848, Carlos Marx publica su famoso “Manifiesto Comunista”. Su intención fue
elaborar un tipo de socialismo que él llama científico y que produjo, como se vio en la práctica
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estalinista y leninista de Europa Oriental, en algunos países de Asia y en Cuba, un socialismo


extremista o radical que devino en un fracaso económico.
El marxismo se presentó como la alternativa frente a la explotación capitalista del siglo XVIII y
XIX y propuso eliminar la propiedad privada y poner al Estado como dueño de todo; someter al
hombre en forma absoluta al Estado enajenando sus derechos humanos en pro de la colectividad,
deshumanizándolo y arrebatándole, sobre todo, la libertad. Las luchas sociales se fundamentan en la
lucha de clases que es una forma de llamar al “odio de clases” que en la práctica se impulsa y
contradice el destino de convivencia fraterna de la humanidad. Se fomenta el odio y a la vez se
proclama una doctrina que esclaviza al proletariado. En vez de ser explotados por varios patronos se les
propone ser explotados por un gran patrón llamado Estado que no permite libertad alguna. La
Dictadura del Proletariado resultaría en una gran represión al proletariado.
La Iglesia enfrenta un escenario donde por un lado el liberalismo económico radical (con
posiciones filosóficas contrarias a la Iglesia y a veces abiertamente confrontado con la Iglesia) conduce
a una explotación inmisericorde del trabajador, y por el otro, la alternativa planteada era un comunismo
aberrante, en muchas formas esclavizante, que impone una dictadura que suprime todas las libertades
humanas, además de ser ateo por principio (Marx proclama que “la religión es el opio del pueblo”, la
droga que adormece al pueblo, y por eso debe ser destruida toda religión). Entre las muchas libertades
que reprimiría estaría la libertad religiosa, por lo que la Iglesia sería perseguida.
No era la persecución a la Iglesia lo único que preocupaba al papa de entonces, León XIII. Era
principalmente la situación de los pueblos que serían sometidos bajo un comunismo totalitario y la
situación del proletariado explotado por un capitalismo salvaje. La Iglesia no podía callar. Debía buscar
cómo conciliar esas doctrinas con una verdadera justicia social fundamentada en el Evangelio. Buscar
una conciliación en la que se “humanizaran” y se “moderaran” ambos extremos. Pero era imposible
encontrar una conciliación con un comunismo cuya doctrina era cerrada y abiertamente hostil a la
Iglesia a quien no quería escuchar sino destruir. ¿Sería posible, entonces, una conciliación con el
liberalismo de aquellos tiempos? Como respuesta surgió la primera encíclica social: Rerum Novarum,
del papa León XIII en 1891.

Las Encíclicas Sociales publicadas por los papas en cien años fueron:

Encíclica Traducción Papa Año


Rerum Novarum (RN) De las Cosas Nuevas León XIII 1891
Quadragesimo Anno (QA) En el Cuadragésimo Año Pío XI 1931
Mater et Magistra (MM) Madre y Maestra Juan XXIII 1961
Pacem in Terris (PT) La Paz en la Tierra Juan XXIII 1963
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Populorum Progressio (PP) El Desarrollo de los Pueblos Pablo VI 1967


Laborem Exercens (LE) Trabajo Laboral Juan Pablo II 1981
Sollicitudo Rei Socialis (SRS) Preocupación por la Cuestión Social Juan Pablo II 1987
Centesimus Annus (CA) Centésimo Año Juan Pablo II 1991

A esas encíclicas, fruto de cien años de preocupación pastoral de la Iglesia por los problemas
sociales, hemos de agregar la encíclica social del Santo Padre Benedicto XVI, Caritas in Veritate (La
Caridad en La Verdad), publicada en el año 2009, y los documentos del Papa Francisco, la
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio) publicada en 2013 y la
Encíclica Laudato si (Alabado Seas) publicada en 2015.
Le correspondió a León XIII procurar la conciliación de la Iglesia con el liberalismo económico
a fin de moderarlo en sus extremismos. Su respuesta al reto fue la primera gran encíclica social de la
Iglesia, la “Rerum Novarum” del 15 de Mayo de 1891.

El Papa expone que los socialistas (refiriéndose a los radicales o comunistas) tratan de acabar
con la propiedad privada de los bienes, lo cual es totalmente inadecuado y perjudica, incluso, a los
mismos obreros. Los comunistas al transferir los bienes particulares al Estado, empeoran la situación de
la clase obrera, pues el Estado como dueño y dictador absoluto los explota sin derecho a protestar, y le
quitan la esperanza de superación personal. Nadie puede aspirar a ser propietario: solo el Estado, que
además es un mal administrador y lleva al fracaso la economía, con lo cual sufren los más pobres.
El hombre tiene en su mano elegir las cosas que sean más convenientes para su bienestar, no
sólo en cuanto al presente, sino también para el futuro. El Estado no puede elegir por el hombre. Se
debe rechazar la fantasía de ese tipo de socialismo porque daña a los mismos a quienes pretende
socorrer, repugna a los derechos naturales de los individuos y perturba las funciones del Estado y la
tranquilidad común.
Es ajeno a la razón y a la verdad que los ricos y los pobres sean clases sociales enemigas por
naturaleza. Al contrario, ambas se necesitan: ni el capital puede subsistir sin el trabajo ni el trabajo sin
el capital. La Iglesia puede acercar y reconciliar a los ricos con los pobres en base a la justicia social y
a la caridad, es decir, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos, y ante todo
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a los deberes de justicia. La doctrina de la Iglesia se fundamenta de modo práctico en distinguir entre la
recta posesión del dinero y el recto uso del mismo. El que ha recibido abundancia de bienes, los ha
recibido para uso propio, y, al mismo tiempo, para que, como ministro de la providencia divina, los
emplee en beneficio de los demás.
La propiedad privada se justifica solo si además de aprovechar al propietario, se pone al servicio
de la sociedad, o sea, si cumple una función social (como ser una fuente de trabajo justamente
remunerado, ser fuente de bienestar para los demás, si contribuye con los impuestos a que el Estado
realice obras para el bien común, si contribuye a crear riqueza para todos, etc.)
La Iglesia desea que los proletarios salgan de su misérrimo estado y logren una mejor situación.
El Estado ha de prestar los debidos cuidados al bienestar de la clase proletaria; y si no lo hace,
violará la justicia, que manda a dar a cada quien lo que es suyo. “La riqueza nacional proviene no de
otra cosa que del trabajo de los obreros”. Por consiguiente, el Estado debe velar por el bienestar de
éstos.
Aborda el tema del salario justo; previene contra las artimañas de que se valen los patronos para
explotar a los obreros necesitados del trabajo. Aboga porque el obrero reciba un salario amplio y justo
que le permita sustentarse él, su mujer y su familia, para que incluso pueda ahorrar para constituir, poco
a poco, un patrimonio. Apoya decididamente la formación de asociaciones de obreros (antecesores de
los sindicatos).
Posteriormente, el papa Pío XI con la encíclica “Quadragesimo Anno” del 15 de Mayo de
1931 resalta los beneficios que trajo la Encíclica Rerum Novarum; destaca la responsabilidad del
Estado en la atención de los ciudadanos (no puede ser un ESTADO POLICIA sino velar por las
necesidades del pueblo). Afirma que hay que distinguir dos extremos sobre la propiedad privada: EL
INDIVIDUALISMO: que niega el carácter social del derecho de propiedad; y EL COLECTIVISMO:
que rechaza o disminuye el carácter privado e individual de tal derecho.

Dice: “La economía capitalista no es condenable por sí misma. Y realmente no es viciosa por
naturaleza, sino que viola el recto orden sólo cuando el capital abusa de los obreros y de la clase
proletaria de tal forma que los negocios e incluso toda la economía se despliegue a su exclusiva
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voluntad y provecho, sin tener en cuenta para nada la dignidad humana de los trabajadores, ni el
carácter social de la economía, ni aún siquiera la misma justicia social y el bien común.”
Se refiere a los dos bloques en los que se ha dividido el socialismo, refiriéndose al bloque que él
llama “violento” y el otro “moderado”: “El comunismo enseña y persigue dos cosas clara y
abiertamente, recurriendo a todos los medios, aun los más violentos: la encarnizada lucha de clases y
la total abolición de la propiedad privada.” “El otro bloque que ha conservado el nombre de
socialismo profesa la abstención de la violencia, y aunque no rechaza la lucha de clases ni la extinción
de la propiedad privada, en cierto modo la mitiga y la modera.”
Hoy el “socialismo moderado” ha evolucionado aún más que en los tiempos de Pío XI, y no
promueve ni la lucha de clases ni abolir la propiedad privada, sino que enfatiza en una mayor
intervención del Estado en la economía y la vida social. Como el liberalismo, por su parte, ha
evolucionado a un “liberalismo social”, propugnando por una intervención “moderada” pero
“eficiente” del Estado. A veces es difícil encontrar la línea divisoria entre ambos. Sin embargo, en los
gobiernos de algunos países y en diferentes partidos políticos todavía subsisten tanto el socialismo
radical como también el capitalismo salvaje, neo-liberalismo o liberalismo radical.
Al iniciarse la década de los 60s la humanidad experimentó una serie de cambios, que uno de
los papas más grandes, sabios y santos de la historia, el beato Juan XXIII, llamado con cariño “EL
PAPA BUENO”, describe magisterialmente en su gran encíclica Mater et Magistra del 15 de Mayo de
1961 que enfatiza en el tema de las grandes desigualdades: entre PAISES RICOS y PAISES POBRES.
Entre GENTE RICA y GENTE POBRE en un mismo país. Entre LA CIUDAD y EL CAMPO. Sugiere
medidas urgentes para disminuir las brechas.

El Papa plantea la reconstrucción de las relaciones de convivencia en la verdad, la justicia y el


amor; tres palabras claves que emplea para caracterizar los elementos esenciales de la Doctrina Social
de la Iglesia.
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Invita a toda la Iglesia, a hacer un esfuerzo especial de compromiso por la renovación de los
corazones de los hombres y por un cambio radical en las estructuras sociales económicas y
políticas.
Posteriormente el mismo Juan XXIII escribe la encíclica “Pacem in Terris” del 11 de Abril de
1963. Su tema central es LA PAZ amenazada de muchas maneras, especialmente por “la guerra fría”
que protagonizan los Estados Unidos y la Unión Soviética que se disputan quién de los dos dominará al
mundo.

Expresa que los laicos católicos deben participar activamente en política, en las instituciones de
carácter económico, social, cultural y político (incluyendo los partidos) para actuar dentro de ellas y
con eficacia llevando a todas partes LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. Se hace necesario
tener: “Como fundamento la verdad, como medida la justicia, como fuerza impulsora, el amor, y como
hábito normal la libertad”. Pide a los cristianos que redoblen esfuerzos y sean “centellas de luz,
viveros de amor y levadura para toda la masa”.
Su sucesor fue el papa Paulo VI, quien escribió la encíclica “Populorum Progressio” del 26 de
Marzo de 1967 en la que el tema central es el desarrollo de los pueblos que cuentan con menos
oportunidades para salir adelante. El Papa considera como muy grave la situación de los pueblos
hambrientos, que interpelan dramáticamente a los pueblos opulentos, que han derrochado recursos y
dinero irresponsablemente. La encíclica está estructurada sobre dos ejes fundamentales: el desarrollo
integral del hombre y el desarrollo de la humanidad.
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En la mayoría de los pueblos subdesarrollados, dice el Papa, se impone una Reforma Agraria
cuya última razón de ser se basa en que la creación es para todos los hombres, Dios ha destinado la
tierra y todo lo que en ella se contiene para uso de todos los hombres y de todos los pueblos. El Papa
quiere llamar la atención sobre la desigual distribución de la tierra y plantea que en casos justificados
cabe la expropiación por el bien común y con justa indemnización al propietario.
El diagnóstico de Pablo VI es: “el mundo está enfermo”
Pablo VI hizo un llamamiento apremiante a los cristianos para que se comprometan en la
política: “En la diversidad de situaciones, funciones y organizaciones, cada uno debe determinar su
responsabilidad y discernir en buena conciencia las actividades en las que deba participar”.
Posteriormente el papa Juan Pablo II escribió la encíclica “Laborem Excersen” del 14 de
Septiembre de 1981 enfocada en el tema del trabajo humano como un elemento clave y permanente
tanto de la vida social como de las enseñanzas de la Iglesia.

El hombre es sujeto de trabajo y no objeto del trabajo. El trabajo ha de servir a la realización de


su humanidad, al perfeccionamiento de su vocación de persona que tiene en virtud de su misma
humanidad, “esta dimensión condiciona la esencia ética del trabajo”. El trabajo está en función del
hombre y no el hombre del trabajo.
El Estado y la sociedad en general deben preocuparse por el Derecho de los hombres al trabajo.
Todos deben buscar cómo solucionar los problemas de desempleo. Además debe brindarse un subsidio
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a los desempleados, y la carga de ello debe recaer en proporción a las condiciones económicas de cada
cual, siendo la mayor carga para los que tienen más.
Se siguen pagando salarios injustos y no se dan siempre las debidas prestaciones sociales, dice
el Papa.
Juan Pablo II también escribió la encíclica “Sollicitudo Rei Sociales” del 30 de Diciembre de
1987. Nos dice que una primera y grave constatación es el grave retroceso en el proceso de desarrollo
en el mundo. Se observa el abismo que existe entre el Norte desarrollado y rico y el Sur
subdesarrollado y pobre. Importantes aspectos a considerar son el analfabetismo, la dificultad de
acceder a los niveles superiores de educación, la incapacidad de participar en la construcción de la
propia nación, las diversas formas de explotación y opresión económica, social, política y religiosa, la
discriminación de todo tipo; sobre todo la más odiosa: el racismo.
Hay dos fenómenos que el Papa califica de plagas, la primera: los millones de refugiados que
han perdido casa, trabajo, familia y patria. La segunda: el terrorismo que crea un clima de terror e
inseguridad, a menudo con la captura de rehenes.
El mundo lo ve el Papa dominado por los intereses de los poderosos. Un mundo sometido a
estructuras de pecado.
Un orden económico mundial injusto impuesto por los países más ricos.
El Papa denuncia “la sed de poder con el propósito de imponer a los demás países la propia
voluntad” sin respetar la autodeterminación de los pueblos.
Esa situación a nivel de naciones se da igual a nivel de personas.
La dependencia debe transformarse en solidaridad, fundada en el principio de que los bienes de
la creación están destinados a todos. Y lo que la industria humana produce con la elaboración de las
materias primas y con la aportación del trabajo, debe servir igualmente al bien de todos.

Juan Pablo II escribe una tercera encíclica al conmemorar los cien años de la primera encíclica
social, que fue la encíclica de León XIII “Rerum Novarum”. La encíclica “Centesimus Annus” del 1
de Mayo de 1991.
Se refiere a la propiedad privada: la Iglesia ha enseñado la licitud de la propiedad privada y los
límites que pesan sobre ella. “Dios ha destinado la tierra a todo el género humano para que ella
sustente a todos los habitantes sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno”. Aquí está, pues, el origen
del destino universal de los bienes de la tierra.
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El panorama económico puede hacer creer que el libre mercado (la ley de “la oferta y la
demanda”) sea el instrumento eficaz para responder a todas las necesidades. Esto es cierto parcialmente
respecto a las necesidades que según el Papa el mercado “puede” resolver. La realidad es que existen
necesidades humanas que el mercado no siempre puede satisfacer, sobre todo en cuanto a los más
débiles y a los pobres. Entonces se requieren acciones sociales independientes de las leyes del mercado
o del mercado mismo. El libre mercado no es algo absoluto. En estos casos es importante LA
INTERVENCION DEL ESTADO para llenar los vacíos del mercado (garantizar salarios justos,
prestaciones sociales, seguridad social, educación, salud, cubrir necesidades básicas, etc.). Si todo se
deja únicamente en manos del mercado, caemos en un CAPITALISMO SALVAJE.
El Papa distingue dos tipos de economía liberal o capitalismo; al primero al que prefiere llamar
“economía de empresa”, “economía de mercado”, o “economía libre”, le da su visto bueno. Lo describe
con las siguientes características:
--Un sistema económico que reconoce la responsabilidad social de la empresa.
--Un mercado libre pero que toma en cuenta regulaciones para proteger a los más débiles.
--Respeto a la propiedad privada que reconozca su función social y a los medios de producción
que antepongan el bien común.
--La libre creatividad humana en el sector de la economía.
--Justa remuneración y trato a los trabajadores acorde con la dignidad humana y sus
necesidades.
--Relación de complementariedad y mutua colaboración entre empleados y empleadores.
--Reconocimiento de que los bienes universales son para todos los hombres.
--Un sistema que cuide la naturaleza.
Cuando estamos ante un capitalismo que no cumple con lo anterior, es condenable: ese es el
capitalismo salvaje.
El Papa también se refiere a la destrucción del medio ambiente que llevaría a la destrucción de
la vida y nos llama a la lucha ecológica.
La Iglesia, dice Juan Pablo II, aprecia el sistema de la democracia en el cual se asegura la
participación de los ciudadanos en los asuntos relacionados con las diferentes opciones políticas, e
incluso la posibilidad de controlar a sus gobernantes: “Una auténtica democracia es posible solamente
en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana”.

Benedicto XVI escribe la encíclica “Caritas in Veritate” del 29 de Junio de 2009.


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Dice Benedicto XVI:


“Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su
riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es «logos» que crea «diá-logos» y,
por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las
sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y
apreciar el valor y la sustancia de las cosas.”
Caridad en éste como en otros textos –recordémoslo- no tiene el sentido que frecuentemente le
damos de “limosna” o de “dádiva”, sino su sentido original de amor. Aquí el papa le da un sentido de
amor práctico, de empatía (ponerse en el lugar del otro para sentir lo que el otro siente). Pero ese amor
necesita ir acompañado de la verdad, la cual es una sola y no es relativa; la verdad proviene de Dios y
está en la Ley Natural; por eso el papa afirma:
“Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de
buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. La caridad sin la
verdad queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance
universal.”
El testimonio de la verdad que conduce a un proyecto transformador tiene que partir, según la
encíclica, de la gracia de la caridad, o sea del verdadero amor que se expresa de un modo material y
concreto y al mismo tiempo universal:
“La «Ciudad del Hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino,
antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión”.
El papa nos dice en qué sentido utiliza aquí el concepto de comunión:
“Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien
común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que
se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que
forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo
más eficaz.”
La encíclica plantea que es la supeditación de lo económico a la comunidad lo que permite
construir una Ciudad del Hombre cada vez más cercana a la Ciudad de Dios a la que hace referencia
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San Agustín. Es la acción sobre lo concreto lo que acerca a un espacio humano sin fronteras, barreras,
ni escasez creada en forma artificial. Nos dice:
“La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad,
contribuye a la edificación de esa Ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la
familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de
abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones,
dando así forma de unidad y de paz a la Ciudad del Hombre, y haciéndola en cierta medida una
anticipación que prefigura la Ciudad de Dios sin barreras.”
En este marco el riesgo principal es, según la encíclica, que mientras las relaciones sociales se
globalizan, no emerja paralelamente una conciencia global capaz de dar sentido al nuevo mundo
interdependiente:
“El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los
pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda
resultar un desarrollo realmente humano.”
Porque el mero desarrollo técnico o los cambios económicos por si mismos no generarán la
abundancia de bienes que necesita la humanidad para superar las desigualdades sociales si no existe un
proyecto humano ético, que dirija la transformación de la economía global. Al respecto la encíclica
afirma:
“El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura
sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que
vence al mal con el bien (cf. Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de
libertad y de responsabilidad.
Benedicto XVI nos recuerda que ya Pablo VI puso en guardia sobre la ideología tecnocrática,
hoy particularmente arraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo
a la técnica, desprovista de la caridad y de la verdad. Por eso, siempre recordando las enseñanzas de
Pablo VI, nos advierte que cuando la técnica “es endiosada” y se aleja de la verdad y de la caridad, da
paso a ideologías totalitarias inaceptables para el cristiano.
“Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano; sólo en un régimen de libertad
responsable se puede crecer de manera adecuada.”
Y no sólo libertad, sino conocimiento de la verdad, que sólo puede desarrollarse en comunidad
y por tanto como un proyecto integral. Nos dice:
“La vocación cristiana al desarrollo ayuda a buscar la promoción de todos los hombres y de
todo el hombre. Pablo VI escribe: «Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada
agrupación de hombres, hasta la humanidad entera»”
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Y es precisamente del diálogo entre libertad y verdad de donde surge, según el papa, la
necesidad de la caridad, una forma de vivir y pensar que sólo puede existir desde la fraternidad
comunitaria:
“El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es «la falta
de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos». Esta fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez
los hombres por sí solos? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más
hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una
convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad.”
Y para confirmar lo anterior nos pone algunos ejemplos, como estos:
“La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo
de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el
bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza.”
“Hay formas excesivas de protección de los conocimientos por parte de los países ricos, a
través de un empleo demasiado rígido del derecho a la propiedad intelectual, especialmente en el
campo de la salud.” (El papa se refiere explícitamente a ejemplos como las patentes que encarecen las
medicinas y dejan a millones de personas pobres sin acceso a ellas por no permitir –durante muchos
años- que otros laboratorios las fabriquen más baratas, incluso genéricas, conduciendo incluso a la
muerte de seres humanos para proteger sus ganancias que son exageradas, más allá de obtener lo justo
para cubrir los costos y obtener una razonable utilidad).
Benedicto XVI finaliza su encíclica citando a San Pablo (Ro 12,9 y 10):
“Que vuestra caridad no sea una farsa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos
hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo.”
Francisco es electo Papa en 2013. La Doctrina social de la Iglesia está presente en su
Exhortación Evangelii Gaudium. Recoge con nuevo énfasis los grandes temas de la relación entre el
anuncio de Cristo y el compromiso social, con nuevas perspectivas que enriquecen el magisterio
anterior. Enfatiza que el anuncio del Evangelio y su contenido social debe hacerse con alegría, porque
está precedido del anuncio de la salvación, de la misericordia y de la justicia. Destaca la “opción
preferencial por los pobres” desde la perspectiva del amor de Jesús por los pequeños y los últimos.
La inclusión social de los pobres es una exigencia del amor y por lo tanto es una demanda de Dios.
Reclama a la economía y a la política que pongan en “el centro” a la persona humana y al verdadero
bien común abandonando la idolatría del dinero y el egoísmo individualista del capitalismo salvaje.
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En la encíclica “Laudato Si” defiende el medio ambiente poniendo en el “centro” al ser


humano; nos habla del Evangelio, dialoga constantemente con la biología, con la pedagogía, con la
ingeniería, con la psicología social, con la filosofía y con las preocupaciones del mundo. Pasa de una
descripción de la triste realidad de un mundo en peligro de extinción por la explotación irresponsable y
avariciosa de los recursos naturales sin respetar el medio ambiente, a clamar por el “cuidado” de la
naturaleza, una de las palabras preferidas del Papa Francisco.
El Papa subraya algunos puntos:
a) Los planteamientos sobre el medio ambiente están estrechamente conectados con las
reivindicaciones sociales de los pobres y de los países menos desarrollados.
b) Propone una ecología integral que incorpore los múltiples aspectos de la problemática: económicos,
culturales, sociales, etc.
c) La reflexión es profundamente humanista, orientada a liberarnos de la actual “cultura del descarte”.
De este modo, pretende llegar a las raíces más hondas de la problemática ambiental.
Cuestiona al poder ligado al desarrollo tecnológico-económico actual, que condiciona el
funcionamiento de la sociedad sacrificando al ser humano en favor de la tecnología que produce más
ganancias. Exige reconsiderar el modo de entender el progreso.
Es sumamente exigente y crítico con respecto a las cuestiones sociales y humanas que están alrededor:
la falta de diversidad productiva, la contaminación, los oligopolios, los derechos de los pobladores
locales, etc. Y denuncia que en estos temas la parcialización de la información es constante: “A veces
no se pone sobre la mesa la totalidad de la información, que se selecciona de acuerdo con los
propios intereses, sean políticos, económicos o ideológicos”.
La inclusión de los pobres reaparece permanentemente, por ejemplo, cuando pide sustituir la
dádiva por la creación de puestos de trabajo. Expresa con elocuente dolor la constante desaparición de
especies “que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre”. Pero donde se presenta más
profético es en lo referido al cambio climático, increpando fuertemente a la política internacional:
“Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional… Hay demasiados
intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común”.
“Quienes sufrirán las consecuencias que nosotros intentamos disimular, recordarán esta falta de
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conciencia y de responsabilidad” . “Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o
político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas”
Si bien el blanco fundamental de su crítica es el poder tecno-económico, también convoca a los
poderes políticos a no descuidar su responsabilidad, sobre todo en esta pregunta: “Los diseños
políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que
será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?”
Dejemos resonando estas palabras que están escritas para hacernos pensar:
“¿Para qué pasamos por este mundo?¿con qué finalidad pasamos por este mundo?¿para
qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no basta decir que
debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere darnos cuenta que lo que está en
juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en transmitir un planeta
habitable para la humanidad que vendrá después de nosotros. Es un drama para nosotros mismos,
porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra”
En los primeros años de su Pontificado, el Papa Francisco ha dado y seguramente seguirá dando
muchos impulsos para el desarrollo de la DSI.
De todas estas encíclicas, pero todavía más atrás en la historia de la Iglesia, de las voces que se
levantaron contra la explotación y la injusticia, de la caridad inmensa de tantos monjes, frailes,
sacerdotes, religiosos varones y mujeres, de laicos ejemplares por su amor al prójimo a lo largo de la
historia, de las formulaciones de los grandes padres y doctores de la Iglesia, de la práctica de
compartirlo todo entre los primeros cristianos, de la voz de los profetas del Antiguo Testamento, pero
sobre todo del Evangelio proclamado por Nuestro Señor Jesucristo, surge la Doctrina Social de la
Iglesia, con sus principios y valores.

¡DOCTRINA DE LA IGLESIA! No debemos olvidarlo. Una parte MUY IMPORTANTE de


nuestra doctrina que tristemente a veces hemos marginado. Recordémoslo de nuevo: Jesús enfatizó en
la doctrina social. LA DOCTRINA SOCIAL es parte ESENCIAL del Evangelio.

Principios Fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia


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Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las
condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una
expresión privilegiada de la ley natural. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto
indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana. Contienen
la ley moral humana universal. Recordados por Jesús al joven rico del Evangelio (Mt. 19,18), los diez
mandamientos constituyen las reglas primordiales de toda vida en sociedad. Es a partir del Decálogo,
de los Profetas del Antiguo Testamento y del Evangelio, que surgen los Principios Fundamentales de
la Doctrina Social de la Iglesia que están expresamente mencionados y ampliamente comentados en
las Encíclicas Sociales de las cuales hemos visto (a vuelo de pájaro) un brevísimo resumen de algunos
de sus aspectos más importantes. Vamos a ver ahora, en forma ordenada o sistematizada, una breve
sinopsis de tales principios.

a) La Dignidad de la Persona Humana


La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo. Toda la vida social
es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana. El hombre, comprendido en su
realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica . Toda la
doctrina social se desarrolla, en efecto, a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la
persona humana.

b) El principio del bien común


De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas se deriva, en primer lugar, el principio
del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar la plenitud de su
sentido. Por bien común se entiende el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a
las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección.
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Es una obligación natural procurar el bien común, que implica, ante todo, el compromiso por la
paz, la correcta organización de los poderes del Estado, un sólido ordenamiento jurídico, la salvaguarda
del ambiente, la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al
mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura,
transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa. Sin olvidar la
contribución que cada nación (especialmente las naciones ricas) tienen el deber de dar para establecer
una verdadera cooperación internacional, en vistas del bien común de la humanidad entera, teniendo en
mente también las futuras generaciones.

c) El destino universal de los bienes


Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del
destino universal de los bienes: Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los
hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo
la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Este principio se basa en el hecho de que el
origen primigenio de todo lo que es un bien, es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al
hombre, y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos ( Gn. 1,28-
29). Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin
excluir a nadie ni privilegiar a ninguno.
Todos los demás derechos, sean los que fueren, comprendidos en ellos los de propiedad y
comercio libre, a ello (al destino universal de los bienes) están subordinados: no deben estorbar, antes
al contrario, facilitar su realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad
primera.
La enseñanza social de la Iglesia exhorta a reconocer la función social de cualquier forma de
posesión privada, en clara referencia a las exigencias imprescindibles del bien común.
El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los
pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las
personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito se debe
reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres.
Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos obsequios generosos, sino
que les devolvemos lo que es suyo.
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d) El principio de subsidiariedad
En vez de que el Estado u otras instancias superiores o poderosas realicen todas las tareas
sociales, este principio aboga porque a otras instancias intermedias, particulares, privadas, se les
subsidie o ayude para realizar tareas que deben y pueden realizar con mayor propiedad y eficacia.
Con el principio de subsidiaridad contrastan las formas de centralización y de burocratización,
de presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato público. Al intervenir directamente y
quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado totalitario y el Estado asistencialista provoca la pérdida
de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por las lógicas
burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los
gastos.
Pero no siempre las personas, familias o cuerpos intermedios tienen los recursos suficientes para
realizar las tareas, por lo que el Estado debe SUBSIDIARLOS.

e) El principio de solidaridad
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La solidaridad es una forma de hacer realidad el destino común y universal de los bienes.
Confiere particular relieve a la sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y
derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más
convencida.
Las estructuras de pecado, que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben
ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad.

Valores Fundamentales en la Doctrina Social de la Iglesia

a) La verdad
Los hombres tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la verdad, respetarla
y atestiguarla responsablemente. Vivir en la verdad tiene un importante significado en las relaciones
sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es ordenada,
fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad. Las personas y los grupos
sociales cuanto más se esfuerzan por resolver los problemas sociales según la verdad, tanto más se
alejan del arbitrio y se adecúan a las exigencias objetivas de la moralidad.

b) La libertad
La libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo
de la sublime dignidad de cada persona humana. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia
inseparable de la dignidad de la persona humana.
El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado
cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal; es decir,
puede buscar la verdad y profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus
propias opiniones; decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio trabajo; asumir
iniciativas de carácter económico, social y político. Todo ello debe realizarse en el marco de un sólido
contexto jurídico, dentro de los límites del bien común y del orden público y, en todos los casos, bajo el
signo de la responsabilidad.
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c) La justicia
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es
debido. Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la actitud determinada por la
voluntad de reconocer al otro como persona, mientras que desde el punto de vista objetivo, constituye
el criterio determinante de la moralidad en el ámbito social.
La justicia social es una exigencia vinculada con la cuestión social, que hoy se manifiesta con
una dimensión mundial; concierne a los aspectos sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la
dimensión estructural de los problemas y las soluciones correspondientes.

d) La vía de la caridad
La caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o circunscrita
únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del otro, debe ser
reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social . De todas las
vías, incluidas las que se buscan y recorren para afrontar las formas siempre nuevas de la actual
cuestión social, la más excelente es la vía trazada por la caridad.
Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente
interior de la caridad: la convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la
dignidad del hombre, cuando se funda en la verdad; cuando se realiza según la justicia, es decir, en el
efectivo respeto de los derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes; cuando es
realizada en la libertad que corresponde a la dignidad de los hombres, impulsados por su misma
naturaleza racional a asumir la responsabilidad de sus propias acciones; cuando es vivificada por el
amor, que hace sentir como propias las necesidades y las exigencias de los demás e intensifica cada vez
más la comunión en los valores espirituales y la solicitud por las necesidades materiales. Estos valores
constituyen los pilares que dan solidez y consistencia al edificio del vivir y del actuar: son valores que
determinan la cualidad de toda acción e institución social.
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La caridad presupone y trasciende la justicia. No se pueden regular las relaciones humanas


únicamente con la medida de la justicia. La justicia en todas las esferas de las relaciones interhumanas
debe experimentar, por decirlo así, una notable “corrección” por parte del amor que —como proclama
San Pablo— “es paciente” y “benigno”, o dicho en otras palabras, lleva en sí los caracteres del amor
misericordioso, tan esenciales al evangelio y al cristianismo.
Se puede decir “esto es dar lo justo”, y por lo tanto NO DAR MAS… Pero el cristiano verá más
allá de la justicia. Verá con compasión, con misericordia, CON CARIDAD. Incluso cuando se pueda
decir que quien recibe no lo merece, LA CARIDAD DEBE PREVALECER. ¿Si no en qué nos
diferenciamos los cristianos de los demás?

e) La paz
La paz es un valor y un deber universal; halla su fundamento en el orden racional y moral de la
sociedad que tiene sus raíces en Dios mismo, fuente primaria del ser, verdad esencial y bien supremo.
La paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas
adversarias, sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la
edificación de un orden según la justicia y la caridad.
La paz es fruto de la justicia (Is. 32,17) entendida en sentido amplio. La paz peligra cuando al
hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad
y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. Para construir una sociedad pacífica y
lograr el desarrollo integral de los individuos, pueblos y Naciones, resulta esencial la defensa y la
promoción de los derechos humanos.
La paz también es fruto del amor: La verdadera paz tiene más de caridad que de justicia, porque
a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma
es un acto propio y específico de caridad.
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La paz se construye día a día en la búsqueda del orden querido por Dios y sólo puede florecer
cuando cada uno reconoce la propia responsabilidad para promoverla.

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