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Tuve que hacer un esfuerzo para recordar algo de Demetrio Castro Villacañas y
finalmente caí en la cuenta de haber leído cosas suyas en “Hermandad”, aquella
maravillosa publicación que editaba la Hermandad de Barcelona bajo la dirección del
también inolvidable Tomás Salvador. Y al poco caí en la cuenta de que también lo había
leído en “Hoja de Campaña”, gracias a que la Hermandad Nacional de la División Azul
había tenido el impagable acierto de realizar una edición facsímil del semanario editado
en Rusia para nuestros voluntarios.
Pero solo llegué a conocer a Demetrio a fondo gracias al contacto personal. Digo
personal y debería decir personal pero lejano, ya que siempre nos relacionamos a través
del correo y el teléfono… Si, aunque parezca extraño ahora, hasta no hace tanto la gente
se mandaba cartas. Y a lo largo de años Demetrio y quien suscribe tuvimos un
intensísimo tráfico de cartas que, cosa rara en mí, archivé concienzudamente, supongo
que porque desde el primer momento fui consciente de que aquellos papeles eran un
auténtico tesoro para conocer la historia de nuestra División Azul.
Empezando en marzo de 2005, nos escribimos casi semanalmente durante casi tres años,
lo que ha dejado en mi archivo un gran número de cartas, que utilizaré en este escrito de
homenaje, entresacando de ellas párrafos completos. Después, por cuestiones de salud
propias de su edad, y en especial problemas en la vista –una herencia de la campaña
rusa- el contacto se redujo a lo telefónico y se fue espaciando. Pensaba en él muy a
menudo, y tenía deseos de llamarle, pero a la vez el respeto que se debe al descanso de
las personas mayores y enfermas me inhibía.
El tesoro son sus cartas. En ellas intentó narrarme su vida; decía que le venía bien
hacerlo, para poner en orden sus recuerdos. Me comentaba que, como consecuencia de
una embolia, había sufrido una amnesia parcial y había periodos de su vida que había
olvidado, manteniendo en cambio muy vivo el recuerdo de otros. Otro “problema” es
que, sumido en una profunda depresión tras la muerte de su esposa, quemó parte de su
archivo personal, por lo que había cosas sobre las que no podía darme referencias
exactas. Me comentó lo mucho que echaba en falta unos cuadernos con tapas de hule,
con los que había salido de España y en los que había anotando datos e impresiones, en
los que escribió crónicas que luego –ya pasadas a máquina- envió a España y también
algunos poemas, cuadernos que el fuego había consumido.
Otra de las razones por las que establecí enseguida una relación personal muy fluida con
él fue que nuestras dos familias habían acabado consagradas en buena medida a la
enseñanza. El padre de Demetrio era de familia humilde, ya que su madre (la mayor de
seis hermanos, a los que ya había contribuido a criar de hecho) enviudó y quedó al
cargo de tres hijos. Pero él decidió labrarse un futuro y dárselo a sus hijos. Heliodoro
Castro, que así se llamaba, trabajó de albañil para pagarse los estudios y se hizo
maestro. Ingresó en el cuerpo de Maestros de Prisiones y llegó a ser el primer Inspector
General de Enseñanza Penitenciaria. También opositó a Catedrático de Historia en
Escuela Normal de Magisterio, y aprobó, pero sin plaza, pues la plaza que él había
ganado le fue otorgada por el consabido enchufe a un familiar de Romanones, un
fenómeno típico de la España de la Restauración, ya se sabe, la de la oligarquía y los
caciques. De ahí que Heliodoro apoyara aquel ensayo regeneracionista que fue la
Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, con la que se comprometió hasta el
punto de ser designado alcalde de Alcalá de Henares. Aun tiene calle dedicada a él en
Alcalá de Henares y la guía que escribió de la monumental ciudad, de 1924, sigue
siendo una obra clásica. Que Alcalá de Henares dejó en él una gran huella lo demuestra
otra de sus poesías aparecida en “Hoja de Campaña” (en este caso en el número 46, de
21 de octubre de 1942, con la firma de “Demetrio”).
Un tío abuelo, sacerdote, había fundado el Colegio de Santo Tomás, con internado, en
Madrid. Cuando Demetrio Castro Villacañas fuera a estudiar a Madrid, se alojaría allí.
En 1936, los frentepopulistas se incautaron de él. Su tío materno Baltasar Villacañas,
fue catedrático de Matemáticas. Y entre sus hijos, hay destacados universitarios.
Demetrio estaba muy orgulloso –así me lo hizo saber en muchas de sus cartas- de esa
vinculación suya con la enseñanza, que en realidad él había compartido directamente, ya
que por algún tiempo fue profesor en la Escuela Oficial de Periodismo.
Casi me voy a atrever a hacer una digresión sociológica. La familia de Demetrio era una
de esas muchísimas familias que, partiendo de un estrato social humilde o muy humilde,
con un tremendo esfuerzo y apostando a fondo por la educación, consiguieron ascender
socialmente, dando lugar a esa capa que conocemos como “clases medias”. Un grupo
social que sobre sus hombros cargó con el peso de la modernización de España, y que lo
hizo enfrentándose al desprecio de unas egoístas clases altas, casi castas, y de unas
clases bajas entregadas al revanchismo y a las quimeras milenaristas difundidas por
revolucionarios de ultraizquierda. Entre mis papeles hay un largo poema de Demetrio,
que no me remitió él, sino el antes citado Salvador Zanón. Se llama “Clase Media” y
está dedicado a Salvador Pérez Valiente, que –lo confieso- ignoro por completo quien
pueda ser. La materia prima de esta obra son sus recuerdos infantiles, donde –en los
parques, en las aulas- él y otros niños como él se encontraban ante un doble rechazo, el
de los niños de las capas más populares que los odiaban “por ricos” y el desprecio de los
de clase alta, que no querían saber nada de “esos pobres”. No sé si esta obra aparece en
alguno de sus volúmenes de poesías, pero creo que vale la pena reproducir un pequeño
fragmento:
“Yo era de algunas quintas después –me contaba Demetrio- y pude lograr ser
clasificado “para servicios auxiliares”, gracias a las gestiones que se hacían entre
nosotros, los falangistas de la clandestinidad, para ser examinados por un determinado
Tribunal Médico donde hubiera camaradas que nos prevenían sobre las preguntas que
habrían de formularnos y de las respuestas que deberíamos dar. Fue la de estos
Tribunales Médicos una labor expuesta y muy destacable, ya que a las autoridades podía
llamarles la atención el que excluyeran a tantos reclutas. En mi caso, el Tribunal
diagnosticó “personalidad histérico-epileptoide con sus correspondientes secuelas”. Me
tocó pasar buen tiempo en un hospital psiquiátrico durante largo tiempo, sometido a
observación”.
Cualquier cosa antes que servir en el odiado Ejército del Frente Popular, donde –por
otra parte- era muy frecuente que los comisarios y oficiales izquierdistas dieran muerte
a cualquiera sospechoso de “fascista”, habida cuenta de que esas ejecuciones
extrajudiciales eran facilísimamente camuflables como “muertes en acción de guerra”.
En más de una carta Demetrio me contó que consideraba que Gaspar Gómez de la Serna
fue decisivo en su vida. Hizo que Demetrio fuera uno de los autores elegidos para
contribuir en la “Elegía de los vientos y de los campos en el entierro de José Antonio”,
un volumen colectivo de poesías publicado por el SEU. Demetrio hizo en ella una
aportación, que apareció además en lugar destacadísimo, y esa fue su primera
publicación. Algo que le convenció de que tenía posibilidades de dedicarse a escribir.
De alguna manera, Gaspar también fue decisivo para que se alistase como voluntario
para la División Azul. Todos hemos visto las famosas imágenes de una manifestación
de jóvenes falangistas que recorren el centro de Madrid camino de la Secretaria General
de Falange, en la calle de Alcalá. En primera línea de ella, una pancarta, con el lema
VOLUNTARIOS FALANGISTAS CONTRA RUSIA. Pues bien, esa pancarta se había
hecho precisa e improvisadamente en la sede de la Delegación del SEU de Derecho.
Junto a la pancarta, varias banderas falangistas sacadas también de la citada Delegación.
Y entre los que marchan enérgicamente en primera línea, Gaspar Gómez de la Serna y
Demetrio Castro Villacañas, ambos luciendo la camisa azul. Era el primer minuto de la
historia de la División Azul, y Demetrio ya estaba allí.
En su día solicité del Archivo General Militar de Ávila copia del expediente militar de
Demetrio. En él se hacía constar que se había alistado procedente “de la Jefatura
Nacional del SEU” y con la graduación de soldado de 1ª. Lo primero no me sorprendió,
porque el SEU fue sin duda la organización falangista que más voluntarios aportó en el
contingente inicial. Pero le pregunté por lo segundo, ya que llamó la atención su
graduación militar. Y me lo explicó cumplidamente: como escuadrista de la Vieja
Guardia falangista que era, se integró en la llamada Milicia de Falange.
Pero en Rusia Demetrio iba a destacar como periodista, así que conviene explicar de
dónde le venía a Demetrio esta vinculación con la prensa. En aquel momento él ya se
había hecho un hueco en el diario “Arriba”, órgano central de la prensa falangista. Su
entrada en el diario que fundara José Antonio Primo de Rivera tuvo bastante de casual.
Como su padre estaba destinado como profesor en la cárcel de Porlier, recibió un día la
visita de un familiar de Xavier de Echarri, director del periódico, que iba a interesarse
por un detenido, al que deseaba avalar. Casualmente leyó unos textos de Demetrio que
estaban en casa de su padre, y como le gustaron mucho se los llevó a Echarri. A este le
gustaron también y, tras conocer a Demetrio, empezó encargándole reportajes, siendo
los primeros una serie de artículos sobre la situación en que habían quedado los museos
de Madrid tras la guerra.
En otra carta me contaba el agasajo que se hizo a los periodistas que se habían alistado
como voluntarios:
Respecto a la futura publicación que iba a sacar la División Azul en Rusia, la “Hoja de
Campaña”, una de las aportaciones más notables del “Arriba” a ella fue “Kim”, el
caricaturista Joaquín de Alba Santizo”.
Hay que decir que aquí Demetrio pecó de parco. Lo que ocurrió en el diario “Arriba”
con motivo de la creación de la División Azul fue un auténtico terremoto. Jesús
Martínez Tessier lo narró en un artículo titulado “Anticomunistas sin dólares”
(aparecido en el mismo diario “Arriba”, muchos años después, el 1 de abril de 1954).
“Nuestro periódico, el periódico que fundara José Antonio, fue como toda entidad
falangista, como toda España. En la Redacción el alistamiento fue general, desde su
director de entonces, camarada Echarri. Luego, la suerte y la salud determinaron
quienes iban a formar la representación en las filas azules (…) Fueron eliminados los
que aún no estaban restablecidos de sus heridas o enfermedades de la Cruzada. Después,
aquellos de mayor edad o con mayores compromisos familiares, hasta dejar el número
que proporcionalmente y en justicia correspondía a la Redacción”
“Me alisté en la División como escuadrista de la Vieja Guardia madrileña, con mis
camaradas Ontiveros, Beltrán, etc. El mismo día en que me retraté para la orla de mi
promoción universitaria. Lo hice con tal premura que en la orla aparezco con la camisa
azul. Desde el estudio fotográfico me fui al Cuartel del Infante Don Juan, donde
habíamos sido convocados los voluntarios. Allí se formó el batallón al que pertenecí.
Mis camaradas Ontiveros y Beltrán fueron a otra unidad; y mi hermano Heliodoro
(mayor que yo), cuando me despedí de él se quedó llorando, no porque yo me fuera,
sino porque a él no le dejaban ir, tras un primer examen médico. Más tarde, ya en
Grafenwöhr, me dio la alegría de verlo aparecer, también como soldado de la División,
pero en atención a sus problemas médicos, destinado en el Cuartel General. También él
iba a ser decisivo para que yo pudiera enviar crónicas para la prensa española y para que
acabara en “Hoja de Campaña”, el periódico de la División”.
Su hermano Heliodoro, ya lo indiqué, había sido excluido del Ejército del Frente
Popular por su salud (graves problemas de vista y riñón). Por otra parte, ya había
terminado Derecho, una carrera que le apasionaba. De hecho, al crearse la División
trabajaba en el Departamento Jurídico de la Organización Sindical. Rechazado en los
primeros momentos, tiró de amistades para conseguir plaza: otro ejemplo más de los
“enchufados” en la División Azul. Pero no logró alistarse como fusilero, que es lo que a
él le hubiera gustado, y al final encontró una plaza apropiada a su formación y estado
físico y fue destinado a la Sección de Personal del Estado Mayor divisionario. Esto no
hubiera sido posible de no ser porque en la Organización Sindical había una fuerte
presencia de falangistas destacados que intercedieron por él.
“Mi batallón estuvo mandando por el comandante Ramírez de Cartagena y los capitanes
Orozco, Herrera, Milans del Bosch y Portolés. Todos habían estado en La Legión.
Todos tenían ya la Medalla Militar Individual, y Orozco también la Laureada. La
impresión que produciría verse encuadrado a las órdenes de tal oficialidad es fácil de
imaginar”.
“Encontré allí a mis camaradas Eduardo y Rafael García Ontiveros. Como hijos de
diplomáticos que eran, hablaban idiomas. De hecho su padre ejercía de cónsul español
en Hamburgo por entonces. Hablaban alemán ambos y algo de ruso. Eduardo, que había
sido teniente provisional en la Guerra de España, se tuvo que contentar con ir de
sargento. Rafael era muy joven y sospechábamos que si lo habían admitido era por lo de
saber idiomas como el alemán y el ruso. También me pude ver con otros camaradas de
Falange en el Colegio Santo Tomás, como José Luis Beltrán, Luis Nieto, Manuel
Carmona.”
Una de las cosas que llevaron mal los españoles en Grafenwöhr fue la casi total carencia
de noticias. El servicio de correos militares aun no se les aplicaba eficientemente y
durante semanas no tuvieron noticas de sus familias. Y carecían también de noticias
fidedignas y detalladas de qué estaba ocurriendo en el mundo exterior.
“Todo ello daba lugar a rumores. Las ansias de información y la necesidad de noticias
se acrecentaron de manera evidente. Ello llevó a que alguien, me imagino que en la
Segunda Sección del Estado Mayor, la de Información, llegara al convencimiento de
que era necesaria una publicación que diera información veraz, lo que liberaría el
ambiente de rumores, de macutazos, que podían llegar a ser peligrosos para la moral.
Quizás la idea fuera del mismo general, ya que Enrique Sotomayor era un personaje de
su confianza y en efecto fue él, que servía sin embargo como simple soldado, el que nos
convocó. Había tenido importantes cargos políticos, y con solo 20 y pocos años ya
dirigía “FE”, de Sevilla, de donde había salido para enrolarse en la División y moriría
en Rusia. Era un claro ejemplo de los intelectuales que quisieron servir como soldados
en Rusia. El caso es que él fue el encargado de –diríamos- la creación de este servicio,
el poner en pie una publicación de la División.
“Como la actividad del Campamento era tan intensa y absorbente, y como para hacer el
periódico “mural” bastaba la aportación de unos pocos, que estaban a la sazón
destinados en lugares de menos intensidad en instrucción, nos retiramos los demás a
nuestros respectivos destinos, esperando una nueva llamada, que no llegó. El “mural”
llegó a publicarse, aun cuando no tuvo una difusión que lo hiciera suficientemente
perceptible. Y fueron muy pocos números. Lo cierto es que la “Hoja de Campaña” no
nació en Grafenwöhr y que tardó todavía bastante tiempo en publicarse. Agosto pasó
rápido en medio de la intensa instrucción. El mural que se había lanzado, con la mejor
intención, no tenía un contenido formal y apenas se acudía a él. Pero me imagino que
alguien del Cuartel General, quizás el mismo Muñoz Grandes, al tanto de que faltaba
poco para que saliéramos hacia el frente, consciente de que no quedaba tiempo para
poner en marcha el proyecto más ambicioso, el del semanario, ordenó congelarlo. ”.
“Las marchas fueron muy duras. Uno de la compañía, con la música de una canción de
moda, compuso esta canción, cuya letra aún recuerdo:
“Compañía la tercera
y la bolsa de “costao”.
y no soy “exagerao”
Era una muestra del buen humor que reinaba y marchar entonando la canción nos subía
el ánimo. La canción acababa así:
Y al terminar la jornada
Si no encontramos pajar
“Durante las marchas hablé mucho con el alférez Santiago Crespi de Valdaura. Era
miembro de la nobleza. Se diferenciaba mucho de los capitanes del Batallón, todos
procedentes de La Legión. Gustaba mucho de ponerse a mi lado y nos poníamos hablar
de la historia de España, que era un tema que le apasionaba. Murió apenas llegamos al
frente, aunque dio tiempo a que lo evacuaran a un hospital de retaguardia. Sé que estuvo
propuesto para una Medalla Militar Individual, que no prosperó”.
“Mi capitán, Portolés, era un gran militar. Es una figura muy conocida de la División
Azul y poco más puedo añadir a lo que sobre él se ha escrito. Cuando cayó en combate
yo le dediqué un texto en la Hoja de Campaña, que no firmé con mi nombre. Lo conocí
bien porque fui enlace suyo. En mi Batallón, mandado todo él por capitanes procedentes
del Tercio, se tenía a gala hacer los servicios de trinchera sin casco (se decía que en el
Tercio se despreciaba el casco, porque restaba acometividad, no sé si es cierto). Sin
embargo, Portolés siempre que oía un disparo de fusil, de ametralladora o de mortero
procedente del enemigo, pronunciaba la frase “Reverencia a la metralla” y se doblaba,
para protegerse de la metralla en la trinchera.
“Cuando por la noche hacíamos un recorrido nocturno por las posiciones, a veces salía
de las trincheras y avanzaba algunos metros en dirección al enemigo. “Protégeme desde
ahí”, me decía. A la tercera o cuarta vez de repetirse esto, opté por salir de la trinchera y
seguirle y eso me valió su reprimenda.
“Decía Portolés que el sector que nos habían encargado podían guarnecerlo las de la
Sección Femenina de su pueblo. Era una exageración, claro, pero lo cierto es que no nos
metieron en los combates a los que se lanzó al Regimiento de Esparza. Nuestra
Compañía solo estuvo implicada en alguna descubierta, en intentos de golpe de mano.
Para ellos siempre había voluntarios, una oferta abundantísima. El capitán se reía y con
ademanes de espantar moscas decía:
“Ya está bien de ofrecimientos. Irán los que yo diga. Sobran todos los demás”.
El Puesto de Mando del Batallón estaba en Novgorod y el Cuartel General de la
División, en Grigorovo, que no estaba muy lejos. Por mi condición de enlace, las
posibilidades de ir a Novgorod eran muchas. Yo intentaba aprovecharlas para ir hasta
Grigorovo, a ver a mi hermano. Si ciertamente el llegar al Kremlin de Novgorod era ya
disfrutar de algunas ventajas higiénicas y ambientales, que desde las trincheras se nos
antojaban lujos, lo de Grigorovo era ya el paraíso. Allí había duchas, literas, letrinas,
estufas, etc. Portolés me dio muchas veces permiso para que pasara la noche allí, con mi
hermano.
En esto Portolés era generosísimo conmigo. Pero provocó los lógicos problemas. Ten en
cuenta que en la Escuadra de enlaces estábamos cuatro, más el cabo que la mandaba.
Uno de los enlaces, veterano del Tercio, me señalaba como un enchufado. El cabo creía
que esa predilección del capitán por mi minaba su autoridad. Para contrarrestar esto, yo
me presentaba voluntario para todo: descubiertas, golpes de mano, retirar heridos que
hubieran quedado en tierra de nadie. Tras alguna broma o chanza, Portolés,
impermeable a mis ofrecimientos, siempre contestaba: “Tu, conmigo”. Desde luego
ahora veo que era muy de agradecer, pero la prevención de mis camaradas contra mi
aumentaba.
“Solo una vez, junto a otros voluntarios, me permitió adentrarme en un campo de minas
para retirar un herido. Y una vez hice una “guardia en el puente”, que era el servicio
más largo y penoso que se hacía en la Compañía. Sobre ese episodio escribí un artículo,
que se publicó en “Arriba”. Quiso el azar que un ejemplar llegara a manos del capitán –
a veces nos llegaba prensa desde España, con el correo- y me interpeló, “¿Pero cuando
has hecho tu guardia en el puente?” Tuve que recordárselo.
“El puente, o lo que así llamábamos, eran los restos de un puente de madera, hundido,
que un día cruzó unos de los no muy anchos brazos en que allí se dividía el llamado
Pequeño Voljov. Los últimos pilares quedaron enhiestos y a escasa distancia uno de
otro, surgiendo de las aguas, después del hielo en que estas se convirtieron. Era uno de
los puntos en que estábamos más cerca del enemigo, si no el que más. Cuando llegamos
al frente vimos que tanto alemanes como rusos tenían montados en los respectivos
estribos del puente sendos puestos de escucha y, en las proximidades, chabolas. Allí
solo era posible relevar en la oscuridad de la noche. Pero las noches no dejaban de
alargarse, los puestos de escucha debían ser cada vez más atendidos, y era preciso llevar
a la chabola cada vez más gente, más pertrechos, más municiones, que se retiraban
hacia las trincheras al rayar el día.
“La “guardia en el puente” se hacía, pues, por pelotones completos, que hacían el relevo
a sus predecesores y tenían que aguantar toda la larga noche hasta la llegada del relevo.
Cuando el pelotón designado para el servicio aparecía incompleto –bajas de cualquier
tipo- se recurría a los voluntarios. Ahí estaba yo (¡y muchos otros más!) y siempre me
rechazaban hasta que por fin pude vivir aquella arriesgada aventura.
“Se salía de las posiciones al comenzar a oscurecer –lo que ocurría antes cada día- y
había que llevar el armamento, completado con una pistola de señales, mantas, víveres y
leña para todas las horas en que iba a vivir en aislamiento. Se cruzaba un campo de
minas, señalizado, y se avanzaba hacia el mojón del puente, procurando no hacer
siempre el mismo camino, para no dejar huellas perceptibles sobre la nieve. En el mojón
del puente, de espaldas a las posiciones enemigas, había una muy pequeña chabola, sin
puerta, protegido el hueco donde debía estar esta con una manta, y con esa salida
orientada hacia nuestras posiciones. Allí había que estar todo el tiempo, partiendo con
los machetes la leña, en pequeñas astillas, para alimentar un diminuto fuego que se
hacía sobre el mismo suelo. No había nada similar a una chimenea y el humo salía por
los entresijos de la manta de la puerta. No había ningún tipo de ventilación más. Con
ello se lograba una pequeña hoguera, que no te quitaba en absoluto el frio, pero impedía
que nos congelásemos.
“Desde allí se salía, para –en intervalos muy cortos- hacer el puesto de escucha, ya
pegados a un mojón, el más próximo a nuestra orilla de los dos que habían quedado
presos en las heladas aguas del río. El relevo de los escuchas era quehacer frecuente y
peligroso. Y el escucha tenía la consigna de alertar con bomba de mano o disparos de
ametralladora si detectaba un intento de avance enemigo. En ese caso debía replegarse a
la chabola, donde llegaría si tenía suerte. En ella, el pelotón debía constituir un centro de
resistencia a la espera de un contraataque de las fuerzas propias. Todo un cúmulo de
precisiones y de buenas venturas harían posible que se cumplieran, de ser necesario, las
condiciones que propiciarían un buen fin…
“Nuestro capitán decía que aquel era un frente para ser cubierto por la Sección
Femenina… Era su forma de ver las cosas. La verdad es que diariamente había allí un
puñado de españoles que se jugaban la vida, y llevaban al límite su voluntaria entrega al
peligro, y tenían la gallardía de aceptarlo como un cotidiano quehacer del servicio, sin
darle mayor importancia.
“Pasa el tiempo y cada día siento más viva mi admiración por aquellos hombres y
comprenderás que me esforzara –quizás fuera vanidad, pero en este caso es vanidad
perdonable- en hacer aquel servicio al menos una vez, para que me sintieran como uno
más, para no serles ajeno, y para que no me vieran como un simple beneficiario de unos
privilegios que no puedo negar que tuve y goce y que ellos no tenían”.
“Como correctivo, ordenó que al día siguiente fuera yo el que llevara el parte al
comandante, a Novgorod. Al día siguiente, con un dolor vivísimo en los ojos, casi sin
ver, me dirigí al Puesto de Mando. Allí me encontré a un compañero mío de Alcalá de
Henares, José Ávila, que me dijo que efectivamente tenía toda la pinta de andar
borracho. Tuvo que sujetarme por el brazo y me acompañó al Puesto de Mando. Cerca
de la entrada me encontré con el comandante Ramírez de Cartagena, que me llamó y me
preguntó que me pasaba. Le expliqué que me dolían los ojos, y me los miró. Ordenó
inmediatamente que me presentara al teniente médico. Fui al lugar que se me indicó y
me examinaron el médico y un ayudante practicante, un chico que era alumno de
Medicina y que yo conocía del SEU. Cuando me examinaban apareció el comandante y
preguntó si era grave. El teniente contestó que no, pero que tendría que tener los ojos
vendados tres o cuatro días, y que un practicante o sanitario debería lavármelos tres o
cuatro veces al día. El comandante insistió en si era aconsejable hospitalizarme. El
médico le dijo que en la enfermería del Batallón no había donde tenerme, así que si era
cuestión de hospitalizar, había que enviarme al Hospital de Campaña, en Grigorovo. Y
como ese estaba lleno, seguro que me evacuarían más a retaguardia. Y a saber donde
iría a parar y lo que tardaría en volver a la unidad, así que lo él aconsejaba era que
regresara a mi Compañía. Pero el comandante quiso saber que pensaba yo y me
preguntó. Yo le dije que prefería volver a mi Compañía. Se notó que le agradó mi
decisión y ordenó que me acompañaran, con los ojos vendados, hasta allí. Con las
condecoraciones que tenía, con su pasado en La Legión, uno podría pensar que el
comandante era un militarote bruto, insensible a los problemas de sus soldados. Pero
Ramírez de Cartagena no era así y la forma en que me trató a mí, un simple soldado, lo
demuestra”.
Por el privilegio de acercarse de vez en cuando al Cuartel General divisionario a ver a
su hermano en él destinado, además de ducharse, dormir en una cama, etc., Demetrio
también tuvo el privilegio de poder ver los primeros ejemplares de la Hoja de Campaña,
la publicación divisionaria, de cuya existencia apenas se tenía conocimiento en las
trincheras. Para Demetrio esos viajes tenían otra ventaja fundamental: accedía a
máquinas de escribir, con las que “pasar a limpio” las crónicas que enviaba a España.
Porque sus primeros artículos sobre la División Azul y Rusia no aparecieron en la “Hoja
de Campaña”, sino en “Arriba”: son los titulados “Cartas a las madres”, “El
pensamiento en la Cruz”, “Guardia en el Puente”…
Conviene recordar aquí que, en la Guerra Civil, mientras que en el Ejército del Frente
Popular fueron abundantísimas las publicaciones de unidades militares, en el Ejército
Nacional no hay constancia de ellas, estando registrado y documentado un único caso,
el periódico “El Garigolo”. Por eso, la Hoja de Campaña iba a ser una gran novedad
entre nuestros soldados. Los primeros números de “Hoja de Campaña” se editaron a
ciclostil, a cargo de la unidad que se identificaba con el FELDPOST 17007, que
corresponde a la PROPAGANDA KOMPANIE 501, esto es, la Compañía de
Propaganda alemana adscrita al 16º Ejército, en el que en ese momento estaba
encuadrada nuestra División. La tarea física de imprimir corría a cargo de una unidad
cartográfica (que disponía de prensas) la ARMEEKARTENSTELLE 536
La periodicidad –según se desprende de las fechas que aparecen en los ejemplares- era
irregular. Y la tirada muy pequeña. Muy pocos veteranos recuerdan haberla leído en
esas fechas. Es muy posible que en realidad los ejemplares se enviaran a España en su
mayoría, al menos eso era lo que Demetrio suponía y así me lo trasmitió.
En estos primeros ejemplares, que como vemos aparecen como editados por los
alemanes, Ramón Sedó Gómez aparece como Delegado de la División Española. Sedó
era un colaborador muy íntimo de Fernando Mª Castiella, quien a la sazón ejercía algo
así como de “ideólogo” de la División. Ya era todo un catedrático de derecho, pero en la
División servía como un soldado más. La relación entre Castiella y Sedó iba a tener un
largo recorrido, ya que cuando el primero fuera nombrado por Franco Ministro de
Asuntos Exteriores, Sedó ocupó el puesto de Subsecretario de Asuntos Políticos en ese
Ministerio. Pero ni Castiella ni Sedó eran periodistas…
Es curioso, porque en ese momento servían en la División muchos hombres que después
se harían con una gran reputación como periodistas falangistas. Demetrio me cito a
varios. Uno de ellos era Jesús Revuelta Imaz, futuro director de “Informaciones”, que
iba a recibir un Premio Nacional de Periodismo por su artículo “Camisas azules en
Novgorod”, que había sido publicado en España (Hoja de Campaña no lo reprodujo
hasta octubre de 1942) pero que no mandó originales al periódico divisionario mientras
sirvió en Rusia. Otro era el mismo Dionisio Ridruejo, del que se ha llegado a escribir
que fue director de esta publicación de nuestros soldados –andaba en el frente pegando
tiros- y al que en realidad la Hoja solo le publicó un artículo. O Álvaro de Laiglesia, el
que después se convertiría en famoso escritor humorista y director de “La Codorniz”,
que mandaba muchas crónicas de Rusia a la prensa española, del que solo aparecieron
tres artículos en la Hoja. Estos eran los nombres que Demetrio me citó, por ser
conocidos directos suyos. Sin que Demetro me lo citara, me vino a la mente el caso de
Enrique Sotomayor, director que era del diario de Falange en Sevilla cuando se formó la
División Azul y que moriría en Rusia, pegando tiros en primera línea. Su gran amigo,
Gaspar Gómez de la Serna fue un caso análogo a los que vengo comentando. En el
número de marzo de 1942 del “Boletín Informativo de la Delegación Nacional del
Servicio Exterior” de FET-JONS apareció su artículo “Carta desde Rusia. La antigua
voz del heroísmo en la estepa rusa” (que al parecer había aparecido antes en Arriba,
aunque no puedo confirmarlo). Otro, memorable, fue “Recuerdo de los héroes”,
aparecido en “Legiones y Falanges”, una publicación que se editaba en italiano y
español (nº 19, mayo-junio de 1942). Pero en cambio nunca publicó en Hoja de
Campaña.
Y sin embargo, aunque muchos de esos nombres que acabo de citar, ya no le digan nada
a nadie, fueron grandes periodistas, grandes escritores. Un ejemplo, el caso de Trinidad
Nieto Funcia, que ganaría en el año 1955 el Premio Nacional de Periodismo “José
Antonio Primo de Rivera”. Nacido en 1917, había estudiado Derecho y Filosofía y
Letras, y desde 1937 escribía en la prensa, en “La Gaceta Regional” de su Zamora natal
y –más ocasionalmente- en “Arriba”; mas tarde, lo haría también el “El Español”.
Desarrollaría una amplia labor propagandística en el seno de Falange, la Organización
Sindical y finalmente el Ministerio de Información y Turismo. Era especialmente
reputado por sus trabajos sobre sindicalismo y reforma agraria. Falleció en 1964, en un
desafortunado accidente. Pues bien, Trinidad había servido en la División Azul, pero
jamás había enviado nada a la Hoja de Campaña: sin duda creyó que en Rusia su tarea
era la de servir las piezas de 150 mm de la Sección Pesada de la 13ª Compañía de
Cañones del Regimiento 262º.
ATARDECER EN EL FRENTE.
El caso es que no sería hasta junio de 1942 cuando la firma de Demetrio Castro
Villacañas se convirtiera en habitual en Hoja de Campaña. Finalmente, tras meses de
servicio en las trincheras, y para aprovechar tanto sus dotes como periodista y escritor
como su experiencia adquirida en la composición de periódicos –aprendida en los
talleres de Arriba, fue enviado a Riga.
“En Riga pasé el verano de 1942, haciendo la Hoja de Campaña –me contaba Demetrio
en una de sus cartas- Después la redacción regresó al frente. Vivíamos en una casa en la
Gertrudis-iela (Calle Gertrudis), donde estaba también la redacción. Había sido
alquilada por la PK [Compañía de Propaganda] alemana. Teníamos un enlace alemán,
Walter Herebach, que nos solucionaba todos los problemas del día a día (comer, etc.)
Hablaba muy bien el español y de hecho creo recordar que había vivido en España. En
aquella fase, desde el frente nos llegaban los correspondientes enlaces que nos hacían
llegar originales recogidos en el frente o indicaciones de nuestro Cuartel General. Se
quedaban en Riga hasta que componíamos la Hoja y se imprimía y después se hacían
cargo de ella como responsables de su envío y llegada a la División, donde se distribuía.
Recuerdo que uno de ellos, Álvarez Ossorio, era del SEU de Alicante”.
Pregunté por él a los viejos guripas alicantinos que recordaban que el tal Álvarez
Ossorio, en realidad era un “Vieja Guardia” madrileño, establecido en Valencia al
acabar la Guerra Civil, y que tenía negocios en Alicante, por lo que tuvo mucha relación
con algún alicantino que después sería divisionario, como nuestro inolvidable Miguel
Salvador. Pero poco más.
Cuando Demetrio se incorporó a la “Hoja de Campaña”, junto a él, otros nombres clave
en esta época del semanario de la División Azul serán el teniente Antonio de Zubiaurre
Martínez y el sargento provisional Enrique Casamayor Martínez. Del primero sabemos
que había llegado a teniente provisional en la Guerra Civil y que inicialmente sirvió en
el Cuartel General -2ª Sección del Estado Mayor- como intérprete de alemán. No sé el
porqué, pero en su día no le pregunté a Demetrio por ninguno de ellos, y ahora me
arrepiento. Cuando traté de buscar información sobre él a través de la Fundación
División Azul me encontré con que su “ficha” solo incluía su graduación, y la fecha de
regreso a España, ya en noviembre de 1943, pero sin que conste cuando llegó a Rusia y
con la singularidad de que su primer apellido aparece mal escrito. Dos listados de
intérpretes alemán-español lo registran, una vez al servicio de la 2ª Sección, como acabo
de señalar, pero ese listado no tiene fecha; y la otra, de agosto de 1943, en los Servicios
de Prensa y Propaganda. También en estos listados su nombre aparece mal escrito. La
búsqueda en la Internet me condujo a una página que tras informar fugazmente de su
paso por la División Azul, añadía:
A todo esto puedo añadir que también tradujo una biografía de Francisco Franco, escrita
por el alemán H. G. Dahms y publicada por Doncel. Como vemos en esta apretada
síntesis, Zubiaurre no era un “don nadie” y es una lástima que de este divisionario
sepamos tan poco, como es por desgracia muy frecuente. Menos aún sabemos de
Enrique Casamayor. Hasta donde yo he podido averiguar, era sargento provisional,
sirvió en Sanidad Militar y ocupó un puesto como intérprete de alemán en el hospital
español de Königsberg. La colaboración entre Zubiaurre y Casamayor fue muy larga.
Por ejemplo, he encontrado el dato de que ambos colaboraron simultáneamente en otras
iniciativas culturales, aparte de la antes señalada, por ejemplo en un número dedicado a
Quevedo de “Proel. Revista de Poesía”, una publicación editada en Santander entre
1944 y 1950. Pero sospecho que las biografías de Zubiaurre y Casamayor son más ricos
de los pocos datos aquí expuestos. Más razones para seguir estudiando a la División
Azul y a los divisionarios.
Demetrio iba a publicar una gran cantidad de textos en Hoja de Campaña, y por ello usó
diversas firmas, muchas de ellas muy “transparentes” eso sí: Demetrio, D. Castro
Villacañas, DCV, D, o incluso la de Uno de Infantería… Con Enrique Casamayor
ocurre algo similar, y sus textos aparecían firmados como “E. Casamayor”, “E.C.” o con
su nombre y primer apellido. Y el teniente Antonio Zubiaurre, el sargento Enrique
Casamayor, y el “guripa” Demetrio Castro compartieron varios otros, que se usaban
especialmente en escritos de humor (Don Paquito, Don Vitamino, Ciriaco, Roberto, El
Director, El Cabo Pérez). Otros artículos “de fondo”, consignas, escritos por Demetrio
iban sin firma, y eran suyos. Hizo de todo, incluso pies para los chistes dibujados
primero por Kim, después por Teo.
Pero Riga estaba demasiado lejos como para que la redacción pudiera captar el
ambiente de la División Azul, y la redacción volvió al frente, al Cuartel General. Para
solventar los problemas que suponía el tener la imprenta tan lejana, lo que se hizo fue
trasladar la impresión desde Riga a la más cercana Tallinn (entonces llamada Reval, por
su nombre alemán). A nivel personal, para Demetrio lo más significativo fue la llegada
del comandante Alemany al frente, para hacerse cargo de la 2ª Sección.
“Al principio de mi llegada a Prokovskaia, cuando aún estaba Muñoz Grandes, apenas
tuve contacto con la 2ª Sección. Cuando tras su relevo se hizo cargo de la División
Esteban Infantes, y con el comandante Alemany al frente de ella, el contacto fue mucho
mayor. Hasta el punto que raramente era Zubiaurre el que despachaba con él los asuntos
de la Hoja. Alemany y yo nos estimábamos mucho mutuamente. Tengo para mí que fue
él quien me propuso para la Cruz al Mérito Militar con Espadas que me concedieron.
“Un día me dijo que el general Esteban-Infantes estaba interesado en que organizaran
actos artísticos, musicales, para distraer a la tropa, que pudieran servirnos para invitar a
mandos y personal de las unidades alemanas vecinas, etc. Esto me causó no pocos
problemas. Pero me acordé de que había un violinista de cierto prestigio en el Cuartel
General, Estela creo recordar que se llamaba; se había llevado su violín a Rusia y le
había oído tocar. El sargento Enrique Casamayor, de la Hoja, tan polifacético, era
también pianista. Y me dijeron que había un soldado que era payaso. También traté de
contactar con gente rusa de la zona, que tocara la balalaika. No tuve éxito en esto
último.
“El caso es que organizamos el primer festival. Yo recité poesías. Casamayor interpretó
al piano música popular; la actuación del payaso fue una calamidad… Pero en conjunto,
no salió del todo mal. Me dieron orden de volver a organizar otros. Para mejorar, al
final logré contactar con un grupo de jóvenes locales que interpretaban música y danzas
rusas. En su búsqueda tuve ocasión de contactar con una ancianita rusa, viuda y cuyos
hijos habían muerto o desaparecido en la guerra, y con la que mantuve una relación de
afecto casi filial durante el tiempo que estuve allí.
“Por razones creo que obvias no podíamos informar de las batallas con mucha precisión.
Era necesaria una censura. Pero a veces por necesidades de propaganda se hacían cosas
en relación con batallas concretas. Recuerdo que un día me llamó el comandante
Alemany para encargarme un artículo sobre el heroísmo y espíritu militar de nuestros
combatientes, que había de ser leído y grabado por una unidad de una PK alemana que,
a este efecto, vendría a situarse cerca de la redacción de la “Hoja”. No sé cuantos días
después, pero no muchos, llegó el camión de radiodifusión alemán, se estacionó casi al
lado de nuestra isba y se me avisó de que me esperaban. El camión era realmente un
estudio de radio. Llevaba en el techo unos altavoces, pero a mi lo que sorprendió fue el
interior que yo diría que estaba insonorizado. Había tres micrófonos, para tres
eventuales locutores. En uno de ellos me situaron a mí. En otro a un oficial alemán de la
PK que hablaba un castellano aceptable. Y en el de en medio se colocó un sargento, ante
el que giraba un disco que me pareció que era donde habría de quedar grabada mi
lectura. El mando de la PK me preguntó si estaba preparado y me rogó una ligera
prueba de voz. Efectuada esta, comencé a leer y observé como frente a mi el oficial
hacía ligeras señales al que estaba ante el disco, el cual manejaba una pequeña
palanquita o llave, posiblemente de intensidad de grabación. No hubo interrupciones y
al final el oficial tuvo la gentileza de felicitarme y me preguntó si me apetecía oír la
grabación. Naturalmente, dije. Y entonces fue mi asombro, porque no era en el disco
donde había grabado mi lectura. En el disco lo que había según pude ver era el fondo de
un verdadero combate, con silbido de balas, ruido de morteros, ráfagas de
ametralladoras, todo lo cual servía de fondo a la grabación con mi voz. Resultaba
chocante que yo hablara con tal tranquilidad, “en medio de la batalla”. Milagros de la
técnica”.
En resumen, Demetrio Castro dejó una huella imborrable en “Hoja de Campaña” [*].
Se trata de un conjunto de 24 textos, que bien merecerían una edición conjunta. Pero
primero hay que preguntarse, ¿y este dato, que significa? Hace tiempo Elena Palao tuvo
la amabilidad de remitirme un índice onomástico de los colaboradores de la Hoja de
Campaña, con los artículos y otros textos firmados por cada uno. Destacaba el gran
número de colaboradores que habían firmado en ella, pero en general cada uno había
escrito solo uno o unos pocos artículos. Los más prolíficos eran Demetrio Castro
Villacañas (24 textos) y Enrique Casamayor, con 21 textos. Les seguían el sevillano
José María de Mena Calvo, que se convertiría en un importante escritor y periodista
sevillano (con 15 textos) y el periodista y poeta albaceteño Antonio Andújar Balsalobre
(con 12 textos). La misma cifra alcanzaba la firma Mario Xesa, aunque sospecho que tal
personaje no existía, sino que era un alias. Por debajo encontramos a Francisco Arroita-
Jauregui (de quien hay que suponer algún parentesco con el famoso escritor falangista
santanderino Marcelo Arroita-Jauregui, impulsor –por cierto- de la revista Proel donde
colaboraron Zubiaurre y Casamayor) con 9 textos, y Federico Izquierdo Luque con
cinco. Izquierdo sirvió en la 2ª Sección de Ambulancias, que mandaba el médico y muy
destacado intelectual falangista valenciano Enrique Errando Vilar y tristemente hoy su
recuerdo se ha perdido por completo. Sin embargo, en el momento de su muy prematura
muerte (falleció a mediados de abril de 1945) fue definido como el periodista joven más
brillante y prometedor de España. En mayo de 1944 se había hecho cargo de
“Juventud”, el por entonces muy influyente semanario del SEU falangista. A su funeral
acudieron destacadas autoridades falangistas, incluyendo a Raimundo Fernández
Cuesta, del Frente de Juventudes, de Prensa y Propaganda, pero también el Ministro de
Educación, Ibáñez Martín. Enfin, que en la “Hoja” como veis hubo colaboradores de la
mayor altura, pero nadie escribió tanto como Demetrio.
Son tantos los textos de Demetrio en la Hoja, que no podemos reproducirlos en estas
páginas. Pero no puedo resistirme a la tentación de transcribir, al menos, alguna de sus
poesías aparecidas en “Hoja de Campaña”
ESPAÑOL
LAUREL
enamorado de España,
eterna en mi pensamiento,
Sonrisa de tu mirada…
Amapolas de tu pecho…
Un soplo de eternidad
Pero es que, en el caso del mismo Demetrio, su regreso no supuso, ni mucho menos,
que se desvinculara de la División Azul. En una de sus cartas me contaba:
“Como resultado de aquella entrevista el Delegado Nacional me pidió que dictara una
conferencia en la Escuela Oficial de Periodismo sobre la “Hoja de Campaña”. La
conferencia, bajo su presidencia, acompañando del coronel Armando Gómez y del
catedrático Luis de Sosa, se celebró el 12 de junio de 1943 y “Arriba” publicó una
amplia reseña el día 13. Se tituló “La Hoja de campaña, periódico falangista y militar”.
Expliqué lo difícil de ciertos aspectos técnicos, como la letra “Ñ” inexistente en las
linotipias letonas, estonias o alemanas, pero aun más el hecho de que la redacción y
dirección propiamente dichas estaban separadas por centenares de km de la imprenta de
tirada, y como este problema se agudizaba conforme la “Hoja de Campaña” ganaba en
páginas, tirada y difusión”.
Pero cambios muy importantes iban a registrarse a los pocos meses de regresar
Demetrio. Cambios políticos, diplomáticos, militares, que trastocaron por completo el
escenario en que había nacido la División Azul. Así me los narró:
“En 1946 siendo redactor de HAZ, la revista del SEU, mi paisano y excelente poeta
Federico Muelas, le entregué el original de mi poesía “Elegía a los muertos lejanos”. La
lejanía no era exactamente una referencia a la distancia física a la que se encontraban
los caídos, sino muy especialmente a lo alejados que estaban de la consideración de la
sociedad y especialmente de los elementos oficiales que, sin embargo, tanto debían a su
patriotismo y entrega. La “Elegía” comenzaba con un soneto, “Laurel”, donde un verso
decía “Lama el Voljov tu tumba estremecida”. La censura devolvió las galeradas con la
palabra Voljov tachada. Federico Muelas se irritó al máximo; desquiciado, quiso llamar
a la Dirección General de Prensa. Pero yo advertí que acaso esta fuera una de las pocas
veces en que la censura puede haber contribuido a mejorar una poesía. Sustituí Voljov
por río y el verso ganaba en amplitud y sentido de que era la naturaleza y sus
manifestaciones las que honraban y cuidaban lo que los hombres olvidaban”.
Además de en las páginas de HAZ, en marzo de 1946 se hizo una pequeña edición no
venal de esta Elegía, un folleto de 26 páginas, que constituye una pieza codiciadísima
dentro de la bibliografía divisionaria. Cuando me enteré de su existencia hacia ya años
que junto con Rafal Ibáñez había escrito y publicado el volumen “Escritores en las
trincheras” (apareció en 1989) y la verdad es que sentí algo de vergüenza, ya que no
citamos este texto en ese libro.
Fueron bastantes los que empezaron a distanciarse tanto del falangismo como –en el
caso de veteranos de la División- de la experiencia en la campaña contra el comunismo
en Rusia. Demetrio no hizo jamás ni una cosa ni otra, ni abdicar de sus falangismo, ni
renegar de su categoría de divisionario
“Es posible que el paso del tiempo haya extremado mis por entonces nada existentes
suspicacias, pero desde mi regreso comencé a ahondar en el conocimiento de hechos y
de personas que hicieron de mi un falangista más acendrado en mis ideas, y por ello no
siempre grato para quienes yo entendía como poco fieles a los para mi esenciales
pensamientos joseantonianos. Ciertamente, no coincidíamos en la trayectoria y
proyección del “Movimiento Nacional” en el que me integré –y no me arrepiento-
llegando a ser “jerarquía” de segundo o tercer grado. Fui secretario General de Prensa y
Radio del Movimiento y antes Secretario Nacional de Provincias. Pero creo que siempre
fui poco de fiar y ello determinó –ya en época de Solís- el paso de mis quehaceres a los
propios de un Delegado Provincial de Información y Turismo. Había ingresado en este
Ministerio por oposición y allí acabé mis quehaceres profesionales, por jubilación
anticipada, que se nos impuso, como fórmula de depuración, por parte de los socialistas
cuando llegaron al poder por vez primera tras la Transición, a todos los de edad que
habíamos sido “producto” de oposiciones o designación “franquista”. Pero creo que en
realidad lo de no tratar bien a los divisionarios venía de lejos. Una de las personas a
quienes visité cuando regresé de Rusia fue a Guitarte, el antiguo Jefe Nacional del SEU,
que había servido en Rusia como simple soldado. A su regreso, en vez de un cargo de
importancia política, le “aparcaron” en un cargo puramente honorifico en las Cortes.
Murió no mucho después, en noviembre de 1943, cuando la División aun seguía en
tierras de Rusia”
De esa permanente fidelidad a su pasado divisionario hay muchas pruebas. Una es del
año 1950. En el Hogar del Camarada de Santander, y para la Guardia de Franco se dictó
un ciclo de conferencias. Demetrio fue su impulsor ya que entonces estaba en la Jefatura
de Seminarios Políticos de la Delegación de Provincias de la Secretaria General del
Movimiento. Lo llamativo del ciclo fue la gran presencia de veteranos de la División
azul, ya que además del mismo Demetrio, que dictó la Conferencia “Hablemos de
anticomunismo”, intervinieron también José Díaz de Villegas (con la conferencia “Lo
que vi en Rusia”), José Luis Gómez Tello (que disertó sobre “Asia contra Europa”), y
su viejo camarada y amigo y también divisionario Gaspar Gómez de la Serna (con el
tema “Literatura y política: del romanticismo al comunismo”). Este interesante ciclo de
conferencias, cosa muy rara, se publicó con el título “Preludio a la Formación Política”
(fue editado por NOS en 1950).
Pero el silencio sobre la División Azul, seguía siendo muy espeso. En este contexto,
sorprendió que la prestigiosa revista cultural MUNDO HISPÁNICO, en su nº 46 (de
1952) (dedicado casi al completo a la I Bienal Hispanoamericana de Arte) dedicara una
amplia cobertura a la División Azul. Sorprendió porque, la verdad es que hasta la
muerte de Stalin –en 1953- y el regreso de los prisioneros españoles en la URSS a bordo
del “Semiramis” –ya en 1954- como acabo de decir la División Azul era un tema casi
“clandestino”. En ese número de la revista, aparecieron los artículos: “La División
Azul”, por Ramón Serrano Súñer; “Poesía en armas” (poesías de la campaña, de
Dionisio Ridruejo, que ya habían aparecido en un volumen con su obra poética) y “Diez
años antes”, de Demetrio Castro Villacañas. He aquí fragmentos de este artículo:
“Iban quedando atrás, paso tras paso, aldeas, campos, ciudades. Bosques umbríos de
altos abetos; llanos extensos, con los brillos serpenteantes de los ríos y la gran mancha
plateada de los lagos. Por la noche, la luna, cambiante, miraba alzarse las tiendas de
lona; cobijaba a los soldados abrigados en la muelle tibieza de los pajares; los
contemplaba en torno a las hogueras, agrupados en el “vivac” impaciente y brevísimo, o
dibujaba su silueta sobre el fondo negro de la inmensa noche, durante las largas horas de
guardia en el campamento. Una última canción se quedaba siempre vibrando en el aire,
ya frío, antes de que el silencio cayera pesadamente sobre todo. El descanso era breve.
Aun de noche, el cornetín rompía el sueño. Entre dos luces, la columna, ruidosa, lenta,
abigarrada de carros, armas pesadas y ligeras, coches, bicicletas y soldados que
caminaban a pie, se ponía en movimiento. Y atrás, paso tras paso, iban quedando aldeas,
campos, ciudades. Las ruedas de los coches y de los carros, los cascos de los caballos –
aquellos caballos que iban muriendo poco a poco, reventados de fatiga- y las botas de
los soldados, marcaban sobre el polvo de las carreteras, sobre el asfalto de las
autopistas, sobre los agudos cantos de las calles, una sola voluntad y un solo deseo:
llegar, llegar, llegar…
“Se llegó, en efecto. Se llegó un 12 de octubre, cuando la nieve primera, tierna y tímida,
comenzaba a festonear de blanco árboles y casas; y sobre el suelo ponía un ligerísimo
velo, como hecho de encajes (…)
“Atrás quedaban los miserables pueblecillos rusos (…) Atrás quedaban los míseros
pueblos polacos (…) Atrás quedaban también, mucho más atrás, las aldeas y ciudades
alemanas, los feraces campos franceses; las entrañables, añoradas, inolvidables tierras
de España, con la presencia de la madre, de los hermanos, del padre, de la novia. Allí
que4daba también la vida normal; los libros abandonados sobre la mesa; el título
universitario aún sin marco, ante el vacío que había de ocupar en la pared del despacho;
la tienda, con sus escaparates abiertos a la vida renacida tras la Victoria; las yuntas
mansas y quietas de la labor cotidiana… Todo, la vida del estudiante, del licenciado, del
artesano, del industrial, del labrado, todo, quedaba allí, en España, porque un viento de
heroísmo brotó un día de todos los rincones de la Patria y se fueron a Rusia los mejores
hijos. Y de la gran ciudad que los rojos martirizaron, con sus calles aún voceando el
rigor de la lucha, y sus edificios hundidos, y sus paseos sin árboles; y de los humildes
pueblecillos, con la iglesia quemada y las más venerables imágenes mutiladas, y las
familias de luto poniendo lápidas y cruces por las cunetas donde las Brigadas
Internacionales habían asesinado a sus deudos; y de los sencillos caseríos, donde las
paredes desoladas añoraban los horcones del trabajo, los bieldos y las cuerdas de colgar
los frutos; y de las tierras del Norte, con sus brumas; y de las del Sur, con su sol; y de
las del Este, con su mar dulce y azul; y de las del Oeste, cuajadas de olivos y abiertas al
paso de los ríos; de toda España, de toda, se fueron a Rusia voluntarios los mejores,
porque había sido levantada la bandera para luchar contra el comunismo.
“Fueron muchos los que no comprendieron. Fueron muchos los que quisieron y aun
lograron tergiversar las razones. No faltó quien nos llamara aventureros; ni quienes nos
supusieran instrumentos de aviesas intenciones políticas; ni quien calumniara la sangre
y el recuerdo de los muertos. Pero nosotros –si se me permite decir mi orgullo-
velábamos cada amanecida, desde la trinchera helada, o bajo el sol de los cortos y
ardientes estíos, entre nubes de mosquitos o entre celliscas de nieve, la seguridad por
desgracia no conseguida de una necesaria Europa y de una amenazada civilización
occidental (…)
“Dolía ya entonces -y habría de doler más después- que todos esos trabajos, que el
heroísmo de un puñado de hombres rechazando constantemente ataques de fuerzas muy
superiores, fuesen mal interpretados (…) Y se moría, sin embargo, con el corazón
embargado de un extraño gozo. Las cruces de manera se multiplicaban (…) Y nada era
capaz de amenguar el heroísmo. El heroísmo de aquel Enrique Sotomayor, gloria y
esperanza de España, que murió al rescatar el cadáver de un camarada (…) El heroísmo
de todos y cada uno de quienes sufrieron hambre, miseria y frío rezando a Dios,
pensando en su Patria, y repartiendo cristianamente, con los vejados rusos, con los
miserables rusos de la población civil, su pan y su lumbre, sus canciones y sus
esperanzas. ¡A estos hombres de la sonrisa, de la mano generosa y la absoluta negación
del odio, alguna nación europea llamó reiteradamente forajidos!”.
Demetrio fue sucesivamente Consejero Nacional del SEU y del Frente de Juventudes,
Secretario Nacional político de la Delegación de Provincias, y –finalmente- Secretario
General de Prensa, Propaganda y Radio del Movimiento, hasta junio de 1965. Su
vinculación con el Movimiento tuvo en gran medida una dimensión periodística: fundó
y dirigió las revistas “Aldea” y “Unión”, fue Secretario General de “Escorial” –la
revista de la intelectualidad falangista- y Director Adjunto de “Solidaridad Nacional” (el
diario del Movimiento en Barcelona), colaborando en otros muchos medios, como la
revista “La Hora”, “Garcilaso”, “Clavileño”
Desde 1957 era también funcionario por oposición del Ministerio de Información y
Turismo. Así que cuando el Movimiento Nacional llevó demasiado lejos su política de
“desfalangistización” de su ideología, abandonó sus puestos en él y paso al Ministerio
de Información, como Delegado Provincial en varios destinos.
Mucho del trabajo cultural y político de Demetrio en todos los años de la postguerra se
puede ir documentando con hemerotecas. Pero me temo que hay un episodio que no se
puede documentar de esa manera. Me refiero al proyecto de una película que iba a
titularse “Cautiverio” y que tenía como tema la dolorosa experiencia de los prisioneros
españoles de la División Azul en el Gulag stalinista. Sobre este poco conocido capítulo
de la historia de la División Azul, o mejor dicho, de los divisionarios azules, me contaba
Demetrio:
“´Éramos bastantes los que pensábamos que los prisioneros repatriados no habían sido
tratados todo lo bien que debieran. Así que entre varios, proyectamos hacer una
película, con cuyos beneficios se podría ayudarles. Como autores del argumento y de
los diálogos del guión figuramos –lo puedes ver en la documentación que te adjunto-
Antonio González Sáez –un gran falangista divisionario, a la sazón Secretario de la
Hermandad, Juan González García, hermano de un repatriado y yo mismo. Sin falsa
modestia puedo decir que de hecho el guión era mío, cosa que no te sorprenderá porque
los otros dos no se dedicaban a esto de escribir. El guión fue aprobado por el Ejército y
por la Secretaria General del Movimiento. Se encontró director, un catalán, Ramón J.
Salvia, que comenzó a realizar el guión técnico y a nutrir el reparto. Pero no era fácil
encontrar productor, dado el coste. Al final se encontró uno. Pero se había hablado ya
del proyecto en círculos cinematográficos. Y entonces aparecieron unas notas o
gacetillas en ABC señalando que uno de los grandes productores norteamericanos de
Hollywood estaba interesado en el mismo tema y se insistió en la grandiosidad de esa
superproducción, que iba a basarse en la obra de Torcuato Luca de Tena escrita con el
testimonio del capitán Palacios. Nuestro productor se asustó y se retiró del proyecto. Y
se hizo la película “Embajadores…” que acaso ya estuviera en marcha como proyecto
cuando nosotros forjamos el nuestro. El caso es que así acabó la historia de ‘Cautivos”.
Hoy ya solo queda como recuerdo el guión archivado en la Biblioteca Nacional…”
No he visto jamás ese guión, pero Demetrio tuvo la amabilidad de mandarme parte de
los documentos relativos a “Cautivos”, fechados en marzo de 1955. Los extracto
brevemente:
Autores del argumento y diálogos del Guión: Demetrio Castro Villacañas, Antonio
González Sáez y Juan González García. Guión técnico: Rafael J. Salvia. Composición y
dirección musical: Ruiz de Luna
Cuadro de actores principales previstos: Rubén Rojo, Juan José Menéndez, Jesús
Tordesillas, José Guardiola, Julio Peña, Jorge Vico, José María Rodero…
Director: Rafael J. Salvia, Jefe de Producción: José María Ramos; Operador Jefe,
Manuel Berenguer; (…) Ayudante de Dirección, José Luis Gamboa (…) Estudios de
Rodaje: C.E.A.-S.A., Laboratorios: Madrid Film S.A. (…)
Como soy muy poco aficionado al cine no sé si estos nombres son relevantes en la
historia de nuestro cine, y la verdad es que solo me suena el nombre de Rodero. En
cualquier caso, el proyecto no cuajó.
“No se combatía allí para defender ni para conquistar ningún territorio; se combatía para
defender unas ideas y para derrotar otras ideas. Luego los comunistas dirían a nuestros
soldados prisioneros que las ideas no se combaten con las armas. Pero los prisioneros
pudieron replicar que con las armas quisieron los comunistas imponer antes las ideas
que la División azul trataba de derrotar en Rusia.
“Por este entusiasmo ideológico, tan claro en los universitarios que de manera tan
abundante formaron en la División, por este entusiasmo trascendido a los hombres
menos preparados, y latente, apenas sin ellos saberlo, en los que desde las montañas de
Orense o las playas de Almería , se sumaron a la epopeya, se pudo asombrar al mundo.
Fue este entusiasmo ideológico, esta suprema razón de las ideas políticas, lo que dio
fuerzas para resistir en Possad, o para avanzar como en el Lago Ilmen: fue esta cargazón
ideológica la que hizo soportar entre bromas temperaturas inferiores a los 42 grados
bajo cero; fue ella la que hizo superar aquellos primeros meses en los que los mejores
camaradas caían de una manera entre desesperada y ardorosa, buscando en el fuego no
se sabe bien qué razones paradigmáticas que se quería volcar sobre la Patria
recientemente resurgida. El sacrificio de los García Noblejas, de Enrique Sotomayor, de
los Vernacci, de Gaceo, de tantos otros fue como un reforzamiento del caudal espiritual
que bañaba y sostenía a todos y cada uno de los miembros de la División Azul. Su
impronta quedó a través de los tiempos, configurando el comportamiento de los
voluntarios que llegaron después, y aquel espíritu de sacrificio, de entrega, de
ejemplaridad, de pensar que se estaba cimentando un entendimiento de servicio en el
que hubieran de configurarse comportamientos posteriores, y hasta rectificase conductas
que se empezaban a ver equivocadas, fue sin duda lo más valioso de una epopeya tan
rica y abundante en valores y heroísmo.
Hemos hablado ya bastante del Demetrio Castro falangista, del Demetrio Castro
divisionario. Pero me da mucho apuro hablar de él como poeta, y eso por la sencilla
razón de que no me creo nada competente para hablar de este tema. La poesía mee
parece un don tan extraordinario que hasta me abruma hablar de él. Soy consciente de
que en modo alguno sabré expresar lo que Demetrio supuso para la poesía española.
Demetrio me remitió un estudio sobre su obra poética que había hecho una de sus
sobrinas. Naturalmente, no voy a plagiarla. Además del análisis de la obra poética, ese
trabajo contenía numerosos recortes de prensa que evidenciaban el eco que tuvo su obra.
Me llamó especialmente la atención el juicio que sobre sus escritos poéticos hizo otro
poeta conquense, Eduardo Alcalá, que de él dijo que “Es un lírico profundo, un lírico
personal, un lírico germinante, todo lo contrario de un poeta sencillamente retórico”. Su
obra poética publicada se compuso de los siguientes títulos:
1946 – “Elegía de los muertos lejanos”, que apareció primero en “Haz” y después como
edición autónoma, de muy reducida tirada
1959 – “Hombres del Mar”. Ed. Margen. 1968 – “Olvido que bebemos. (Sonetos de
Amor, 1943-1963)”. Colección Poesía de la Editora Nacional. 1971 – “Subida a la
Giralda”. Ed. Católica española. Sevilla.
Más adelante me detalló con más precisión el contenido que hubiera deseado para ese
libro:
2º) Poemas del regreso. Los escribí a mi regreso, durante mi despedida de la División, y
como expresión de mis sentimientos al reencontrarme con España
4º) “España por mi herida”. El titulo se debe a que en uno de sus sonetos, el primer
verso dice “Herido estoy de España, de su historia”, y termina con la frase, “Porque
respiro España por mi herida”. Fueron escritos al ver como derivaba la orientación
política que nos había motivado a ir a luchar a Rusia.
5º) “Balada y confusión de los hombres del Semiramis”, que escribí cuando regresaron
nuestros prisioneros.
Vuelvo ahora al Dionisio Castro apologista de la epopeya divisionaria. Y quiero que nos
situemos a principios de los años 70. No, no eran buenos tiempos para reivindicar la
División Azul. A nivel internacional, la izquierda parecía estar imponiéndose en el
mundo. El largo conflicto de Vietnam iba a saldarse con la victoria de los
norvietnamitas, y eso se veía venir. Parecía que el comunismo, antes o después iba a
adueñarse de una nación tras otra. En España el régimen franquista se mantenía vivo,
pero solo gracias al carisma que tenía aun Franco, y ya se veía que en la calle se estaba
imponiendo la izquierda. Todo el mundo temía una gigantesca “vuelta a la tortilla” tras
la muerte del Caudillo, y muchos obraban en consecuencia: haciendo como que
renegaban de su pasado, ocultándolo, deformándolo… Ver la historia de la División
Azul como un empeño vano, inútil, era muy habitual en aquellas fechas, eso cuando no
se la condenaba abierta y completamente. En este difícil contexto, Demetrio Castro dio
a la imprenta un largo artículo, “Treinta años después”, aparecido en “Solidaridad
Nacional”, el diario del Movimiento en Barcelona, el 9 de noviembre de 1971.
“Tuvo que verse la realidad de las guerrillas griegas frente al comunismo, bajo el
amparo de la política norteamericana, para que muchos miopes comprendieran que la
División Azul no había sido una inversión disparatada; y que el papel antisoviético
podía aún tener cotización en esos extraños mercados internacionales de alianzas y de
enfrentamientos, donde las coaliciones circunstanciales duran menos que las profundas
razones de enfrentamientos, ideológicas o interesadas. Fue entonces cuando con
evidente apresuramiento y eficaz táctica –debe confesarse- algunos sectores españoles
destacados por su silencio o su alejamiento de lo que la División azul había significado,
comenzaron a fabricar sus propios héroes y a destacar gestas y gestos dentro del
conjunto heroico que aquella presencia nuestra en los campos de combate de la II
Guerra Mundial había significado.
“Ni siquiera este avance espectacular y brillantemente apoyado para reclutar ejemplares
conductas que incorporar a determinadas ideologías consiguió perturbar la serena
trayectoria de unos excombatientes que, año tras año, en el deber de honrar a sus
muertos, y en la alegría de conmemorar su decisión, han venido reuniéndose, asistidos
de más o menos publicidad, según soplaran los vientos. Y ahora, una vez más, ya con
esta madurez conseguida que supone que en muchos casos la incorporación de los hijos
a la celebración de la efemérides, ahí están, entonando viejas canciones, acaso
silenciosos en el recuerdo, lamentando más las ausencias inevitables que la muerte
impone, que no las deserciones que el olvido, la comodidad y también el oportunismo
puedan ir forzando.
“Sería ya hora, sin embargo, de que a la distancia de esos treinta años, se intentara un
estudio objetivo y suficiente de las razones, de los hechos, y de las consecuencias de
esta presencia de soldados españoles fuera de nuestras fronteras, sin otros precedentes
inmediatos de aquella expedición –bien distinta en motivaciones y resultados- de las
tropas del marqués de La Romana. Cierto que los soldados de la División Azul
combatieron encuadrados en la Wehrmacht y no constituían por tanto una unidad del
Ejército español; pero cierto también que su encuadramiento se efectuó respetando
cuadros de mando profesionales del Ejército español; y ese carácter de voluntariado
incorporándose a unidades tácticas de otro país –aún cuando alguien equivocada y
peligrosamente no supiera comprenderlo en determinadas ocasiones- arrebata a la
consideración del caso el carácter de intervención directa de tropas españolas en el
pasado conflicto universal; pero cierto es también que las características de
encuadramiento, donde los mandos de sargento para arriba hasta el general de la
División estuvieron confiados a militares profesionales, supone una razón para que se
entienda como algo más que una leva de voluntarios o una presencia de mercenarios –
por muy idealizada y bien seleccionada que fuera- la presencia de la División 250 en el
dispositivo bélico del Ejército alemán.
“Sobre la División Azul se ha escrito mucho; especialmente, novelas y relatos literarios
han dado la medida humana de aquellos jóvenes, en su mayoría ardidos de ilusión, que
bordaron sobre los largos caminos de Europa y sobre las heladas o ardorosas la endeble
huella de su heroísmo y de su generosidad. Algunos otros relatos han parcializado,
especialmente en el espectacular episodio de los prisioneros, tan nutrido de enseñanzas,
una visión que sería oportuno recoger con mayor amplitud; y no han faltado libros de
profesionales que, como Esparza, Esteban-Infantes o Díaz de Villegas, entre otros,
hayan analizado aspectos estrictamente militares de la contienda. Pero se echa en falta,
ya a estas alturas, un estudio sereno y responsable de lo que fue y de lo que supuso
políticamente la División Azul, no solo en los momentos enfervorizados de 1941,
cuando se constituye, sino después, a lo largo de la guerra, en las relaciones hispano-
germanas y también hispano-aliadas, independientemente de su propia proyección,
acaso no muy profunda ni demasiado prolongada, sobre la política interior de España,
cuando hombres de prestigio que por la Gran Unidad pasaron, se fueron incorporando,
algunos con nuevas perspectivas abiertas ante su mirada, a los puestos de influencia de
la sociedad.
“Para él, la División fue una sangría de soldados españoles sacrificados al interés
político de camarillas. Por el contrario, yo en todos mis textos me he esforzado en
resaltar el contenido ideológico de la División y de los divisionarios. La realización de
un entusiasmo ideológico que nos hizo soportar sacrificios y también desilusiones”.
Ciertamente, creo honestamente que con el creciente número de autores que nos
aproximamos a la División Azul con pasión por la documentación histórica, pero
también con afinidad de valores, estaría más satisfecho. En cualquier caso, él intentó
hasta casi el último de sus días trasmitir esas vivencias, esa mística, que empapó la gesta
española en Rusia.
No mucho antes de su muerte, en uno de esos momentos que recuperaba fuerzas, dio
una charla en un local de un grupo de esto que llamamos “Fuerzas Nacionales” (no
citaré el nombre del grupo en cuestión, para que no parezca que hacemos propaganda de
unos y no de otros). Cuando vi las fotos en Internet, me conmoví: si, así era Demetrio,
el mismo joven que blandía una bandera en la cabecera de la manifestación que recorrió
el centro de Madrid para pedir el envío de voluntarios contra el comunismo, está allí,
sentado ante un auditorio reducido pero atento, explicando lo que fue aquella gran gesta.
Por eso de los azares del destino, mientras preparaba estas líneas llegó a mi
conocimiento la existencia de un número de la revista “Diana”, editada por la II Región
Militar (cuya Capitanía General estaba en Sevilla), en enero de 1970 (era el número 25
de esta publicación, dirigida a entretener y formar a los soldados). Estaba dedicada a la
División Azul, tema que ya aparecía en la portada. Contenía una semblanza del capitán
Palacios, y una serie de entrevistas a veteranos de la División que vivían en la zona de la
II Región: el general Pedro Merry Gordon (a la sazón mandaba una Brigada en esa
Región Militar), el coronel capellán Victorino García Sabater (entonces Vicario
Castrense en la II Región), el teniente coronel médico Carlos Barrio Cuadrillero
(destinado en la Jefatura de Sanidad de la Región), al excepcional escritor sevillano José
María de Mena, que como Demetrio sirvió parte de la campaña destinado en la “Hoja de
Campaña” y a los antiguos soldados Manuel Santos Infantes, Salvador Miro Viguera y
Antonio Fernández Ortega (mutilado), todos ellos residentes en Sevilla. He dejado para
el final el reseñar que la primera de las entrevistas que se recogían era… la que se le
hizo a Demetrio Castro, que a la sazón estaba destinado en Sevilla como Delegado de
Información y Turismo. Ya no hay manera de preguntárselo, pero cuando vi esa revista
lo primero que me vino a la mente es que fue precisamente él, como delegado de
información y por tanto responsable de la prensa en esa provincia, quien inspiró este
número de “Diana”.
Con ejemplos como el que Demetrio nos dio a la largo de tantísimos años,
comprenderéis que seamos muchos los que consideramos que dar a conocer la historia
de la División Azul es un deber insoslayable. Porque es el episodio más glorioso, más
épico, más revolucionario y más patriótico de la historia de la España contemporánea.
Gracias, Demetrio, siempre te tendremos entre nosotros.
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[*] El listado de textos que se pueden identificar como suyos puede verse en el artículo
original