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De la guerra y la paz: Las resistencias de las mujeres contra la dictadura en Chile

En los álgidos años setenta la vía chilena al socialismo, causó admiración y curiosidad en
el resto del mundo. En un país latinoaméricano había llegado un gobierno socialista al
poder vía elecciones tradicionales, con ánimos de hacer transformaciones sociales y
económicas de carácter radical. El hito ocurría al mismo tiempo que la izquierda
revolucionaria latinoamericana, heredera de las luchas anticolonialistas del periodo y la
vencedora revolución cubana de 1959, aseveraba que la única posibilidad de concretar la
ansiada revolución socialista era a través de la lucha armada.
En Chile de 1970, el electo presidente Allende -apoyado por la Unidad Popular que
agrupaba a la variedad de partidos izquierdistas, formando un tercio de las preferencias
electorales del país- pareció demostrar lo contrario: tal vez era posible transformar el
mundo de forma radical pero con herramientas pacíficas. El sueño duraría poco más de
tres años.
El 11 de septiembre de 1973, el golpe de Estado apoyado financieramente por Estados
Unidos y que terminó con Allende muerto en la casa de gobierno, demostró que la vía al
socialismo no sería tan pacífica. Así comenzaron 17 años de represión brutal y
transformaciones sociales y económicas que llevaron al país de un Estado benefactor a
un neoliberalismo salvaje, donde lo básico (agua, luz, salud, educación, pensiones) fue
privatizado, imposición realizada a la fuerza en un momento en que el país se encontraba
en shocki por la brutalidad de la dictadura Pinochetistaii, por lo que difícilmente la
población se atrevía a salir a la calle a protestar por los derechos que les eran
arrebatados.
La represión dictatorial implicó toda clase de brutalidades: personas ejecutadas,
desaparecidas, degolladas, quemadas vivas; además de torturas, encarcelaciones y
exilios.
Las mujeres no se quedaron calladas ni pasivas. A pesar del miedo que recorría el país
fueron protagonistas de la resistencia contra la dictadura desde distintos flancos. En las
agrupaciones de derechos humanos, en organizaciones por la subsistencia y en el
movimiento feministaiii, fueron mayoría y encontraron estrategias diversas para responder
ante las injusticias de Pinochet.
Hubo otros espacios, en los que sin ser mayoría, las mujeres también estuvieron. Por
ejemplo en los partidos políticos y en orgánicas que -además de propugnar la lucha
política- justificaban la violencia a través de la lucha armada como único medio de
derrocar a la dictadura y al mismo tiempo lograr la revolución socialista fracasada con
Allende.
Es precisamente la variedad de estrategias para resistir a la dictadura utilizada por las
mujeres, el tema en que nos interesa ahondar. Para ello planteamos hacer un contrapunto
entre dos espacios disímiles entre sí y en los que participaron activamente mujeres: las
del movimiento de derechos humanos, a través de la Agrupación de Familiares de
Detenidos Desaparecidos (AFDD); y las mujeres participantes de la lucha armada,
específicamente las militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)iv.
Si bien las primeras utilizaron herramientas pacíficas y las segundas justificaron el uso de
la violencia, ambas se encontraron luchando en un terreno eminentemente masculino que
les era ajeno: el espacio político-público, lugar al que llegaron transgrediendo los límites
de lo privado, al que son restringidas las mujeres según el mandato patriarcal que separa
los espacios masculinos y femeninos de la sociedad. En ambos casos -mujeres del MIR y
de la AFDD- el objetivo de la lucha no fueron los problemas propios de las mujeres, sino la
lucha por otros, por una causa que les pareció más urgente y relevante, y dejó en un
segundo plano la posibilidad de cuestionarse por sus posiciones desventajosas en tanto
mujeres dentro de una sociedad machista.

El llamado de la dictadura a las mujeres


Las mujeres no comenzaron a participar activamente en la política chilena con la
resistencia a la dictadura: ya en la Unidad Popular hubo una alta actividad femenina de
apoyo al gobierno de Allende, lo que fue respondido por las mujeres derechistas que
salieron a las calles protestando para terminar con la llamada vía pacífica al socialismo.
Fueron esposas de uniformados quienes hicieron las primeras concentraciones en las que
se tocaron cacerolas como forma de llamar la atención sobre la escacez de alimentosv,
emplazando a los oficiales de las Fuerzas Armadas a propinar un Golpe de Estado que
volviera las cosas a su orden tradicionalvi.
Al asumir Pinochet como líder de la dictadura, hubo mensajes claramente dirigidos a las
mujeres, en la idea de que ellas -más conservadoras y en su calidad de madres, esposas
y guardianas del orden- serían protagonistas en la nueva y “benéfica” dirección que
tomaba Chilevii.
Tras la fuerte participación política que las mujeres habían vivido en Chile en los '70,
saliendo a lo público ya fuera para apoyar o rechazar a la Unidad Popular, la dictadura
convocó a las mujeres a renunciar a ese espacio masculino para volver a los roles que
“les correspondían”. En la ideología dictatorial, basada en valores católicos, las mujeres
debían estar en sus casas, cuidando de las familias que debían ser su principal
preocupación, como señaló la esposa del dictador, Lucía Hiriart: “Una mujer ‘normal’
nunca debería tener deseos y aspiraciones diferentes a lo relacionado con la familia”viii.
Hiriart, realizó labores con el fin de tener a las chilenas de parte del régimen. Para ello
trabajó fervientemente en instancias como CEMA Chile, fundada a fines del cincuenta,
que tenían por objetivo mantener a las mujeres ocupadas en labores coherentes con su
rol dentro de una sociedad conservadora: bordando, tejiendo, cocinando; en la idea de
potenciar la famosa frase “dios, patria y familia”, pilares fundamentales de las fuerzas
armadas y de orden, y claro ejemplo de cómo debía comportarse cualquier persona
moralmente aceptable en el nuevo orden.
Señaló Lucía en un discurso, relevando la importancia de que las mujeres se mantuvieran
en sus lugares históricamente tradicionales: “Tenemos que comprender la grandeza de
las funciones del hogar y al mismo tiempo entender que la espiritualidad de esa misión
está en el hecho de servir, en la humilde función de la cocina, de la mujer que muda los
pañales al niño”ix.
Es en este contexto ideológico, respecto de la feminidad, que se desarrollan diversas
formas de resistencia femenina ante la dictadura, que se alejan en mayor o menor grado
de este llamado a volver al lugar tradicional de las mujeres, y particularmente las dos que
nos interesan en esta ocasión: el movimiento de derechos humanos y la lucha político-
armada.

La vía pacífica: Mujeres de la AFDD


Las demandas de las mujeres de la AFDD se originaron a partir de un problema concreto
y cotidiano: la detención y desaparición de personas implicó la imposibilidad de enterrar a
sus muertos y hacer el duelo necesario, trabajo históricamente femenino y asignado a las
mujeresx. La lucha de ellas tuvo entonces un carácter individual y remitió a lo privado,
características ambas que son coherentes con la feminidad hegemónica tradicional.
Es desde la importancia de la maternidad, y por añadidura el cuidado por los otros, que
las familiares de los desaparecidos hacen un trabajo político. O sea, reproduciendo los
mandatos sexo genéricos esperables para las mujeres, relevando el papel de la familia y
la importancia de los lazos personales. Este trabajo político por tanto es parte de lo que
Sonia Montecino llama la “política maternal” en Chile:
De este, modo podemos decir que la cultura mestiza chilena se revela en las formas en
que se manifiesta la política maternal. Ya sea en su vertiente del ruido de las cacerolas,
de las organizaciones populares femeninas, o en los movimientos pro- vida. Se trata de
un accionar que se alza en lo colectivo, en donde la mujer (como sexo) y las madres
como género irrumpen en el orden tradicional de la calle y del poder. Las mujeres así,
ante el dolor y el quiebre de la continuidad vital, generaron una práctica social de protesta
y reclamo, que emerge de su condición de sujeto procreador...xi.

Este rol resultante de una política maternal, es coherente con los mandatos que la
dictadura impuso a las mujeres: el lugar de lo privado y la importancia del cuidado de la
familia. Es desde ahí que nace la incuestionada fuerza moral de las mujeres de la AFDD y
la menor represión a la que fueron sometidas. El trabajo de estas mujeres ni siquiera pudo
ser cuestionado por la dictadura, en tanto ellas cumplían con el cuidado de la memoria de
los muertos, rol que les era innegable y que la misma derecha y los militares hubieran
esperado de sus propias mujeres, como señala Carla Peñaloza:

Es por esto mismo que nunca pudieron reprimir totalmente sus manifestaciones. Trataron
de quebrarlas moralmente diciéndoles que su marido se había ido con otra. Las trataron
de 'locas', o de 'agentes pagadas por el marxismo internacional', para desprestigiarlas,
pero al mismo tiempo las sabían cubiertas de la protección moral que otorga el deber
cumplidoxii.

Sin embargo el origen privado e individual del dolor que dio vida a esta organización, no
implica que asuntos eminentemente políticos fueran parte de su historia, ni que las
mujeres se hubieran quedado estancadas en un asunto meramente personal, como puede
leerse en un primer vistazo.
A diferencia de lo que señalan la mayoría de los trabajos sobre la AFDD, describiéndola
como un colectivo al que llegaron mujeres inexpertas políticamente, cuya lucha se limitaba
al vínculo emocional con el ser queridoxiii, la investigación realizada por Adela Gómez
Pickering muestra cómo la Agrupación -que en un origen efectivamente se componía por
mujeres con poca experiencia en la política tradicional- se transformó cuando, en 1976,
fueron detenidos dos Comités Centrales del Partido Comunista producto de la represión
dictatorial. Los miembros de estos dos Comités Centrales fueron desaparecidos, hecho
que implicó que un grupo importante de mujeres comunistas y/o pertenecientes a familias
con un historial comunista, se integrarán a la organización.
Este hito transformó no solo la composición de la organización derecho humanística, sino
que también generó una serie de cambios en las estrategias de lucha utilizadas por la
AFDD, que pasaron a ser mucho más confrontacionales y llamativas. Las mujeres
comunistas no sólo pasaron a integrar la organización sino que, desde 1977, la lideraron.
El origen del vínculo sanguíneo, entonces, y el cuidado materno, no bastan para explicar
la mantención en el tiempo de la AFDD como el mayor de los íconos de la defensa de los
derechos humanos y la memoria en Chile, cuestión que necesariamente debe entenderse
como un producto mucho más complejo que fue variando a lo largo de su historia y que
implicó un movimiento desde el origen de la feminidad tradicional a un lugar donde esa
feminidad permitió resistir a la dictadura en el espacio político-masculino.
Lo que en un inicio fue una causa individual y privada de las mujeres de la AFDD, en el
transcurso de los años, se transformó en un problema colectivo -a través del trabajo con
otros y otras familiares- y público -al ponerse como problema de todo un país-.
La necesidad del duelo personal a través del hallazgo de los cuerposxiv, mutó entonces en
un problema político, cuando no solo se trató de encontrar los cuerpos sino de mantener
viva la memoria de sus familiares, trabajo que a todas luces es fundamental para la
sociedad en general y no sólo para los familiares.
Coherente con el origen femenino de sus preocupaciones, la herramienta de lucha que
utilizaron fue también eminentemente femenina en términos históricos, siendo pacifistas y
oponiéndose a la violencia venga de donde venga, cuestión que caracterizó no sólo a los
AFDD, sino al movimiento de derechos humanos en general, compuesto también por
hombres aunque mayoritariamente integrado y liderado por mujeres.
La AFDD nunca estuvo a favor de la violencia, y propinó estrategias pacíficas para lograr
sus objetivos: encontrar la verdad acerca de los detenidos desaparecidos, lograr justicia,
mantener la memoria de sus familiares.
Sin embargo esta estrategia no puede desconocer que muchas de las integrantes de esta
organización y otras del ámbito de los derechos humanos, militaban al mismo tiempo en
partidos políticos que avalaban la resistencia armada contra Pinochet. Este es el caso de
las militantes del Partido Comunista, organización que avaló la resistencia armada contra
la dictadura y que incluso creó un brazo armado para estos fines llamado Frente Patriótico
Manuel Rodríguez (FPMR), organización que sería autora del fallido atentado contra
Pinochet en septiembre de 1986. Estos matices son importantes de tener en cuenta para
observar a esta organización en su complejidad, sacándolas de una categorización
absoluta y simplista que las muestra como mujeres actuando dentro de la más tradicional
de las feminidades mandatadas.
El origen pasivo y la lucha pacífica de la organización -a partir de cumplir con el mandato
femenino- no implica que la AFDD en su trayectoria se caracterizara por su pasividad. Por
tanto es importante distinguir pacifismo de pasividad.
Sobre todo después de la inclusión de un grupo importante de mujeres comunistas, las
acciones de la organización fueron más confrontacionales, desligándose de la pasividad
que supuestamente las caracterizaba en un primer momento.
Un ejemplo de esto, que evidencia una mayor confrontación con el Estado al que
interpelaban exigiendo verdad y justicia, fue la primera huelga de hambre que organizó la
Agrupación en la CEPAL, realizada en junio de 1977, en lo que sería el primer acto de
este tipo para obtener la atención de la comunidad nacional e internacional.
En esa ocasión, además, hubo un desencuentro entre dos sectores de la AFDD que por
entonces estaba dividida entre las históricas y las familiares de militantes comunistas
recientemente desaparecidos, existiendo dos Agrupaciones en paralelo. Fueron las
familiares de miembros del Partido Comunista quienes lideraron la huelga, dejando fuera
al sector tradicional, cuestión que provocó tensiones entre ambas estrategias de activismo
y que decantó en la unión de ambas organizaciones en una sola, y en la primacía -en
adelante- del liderazgo comunista dentro de la AFDDxv.
La huelga en la CEPAL fue la primera de una seguidilla de acciones que tuvieron un alto
impacto y que rompieron con la pasividad que caracterizó a la organización en al primera
etapa. El mismo año 1977, tres mujeres de la AFDD se presentaron ante las Naciones
Unidas pidiendo que se tomaran medidas ante las personas desaparecidas en Chile,
luego de lo cual no se les permitió ingresar de nuevo al país, para finalmente -y con la
intermediación de Estados Unidos- aceptarlas de vuelta con el compromiso de no realizar
más actividades políticas xvi.
En 1981 las mujeres de la AFDD se reunieron con otras organizaciones de familiares de
detenidos desaparecidos en Costa Rica, bajo el lema “No hay Dolor Inútil”, en lo que fue
el Primer Congreso Latinoamericano de Familiares de detenidos desaparecidos. En
noviembre de ese año nació la Federación de Familiares de Detenidos Desaparecidos
(FEDEFAM) integrada por agrupaciones de América Latina y el Caribexvii.
Estos hitos demuestran, por una parte, que la Agrupación es un espacio eminentemente
político, con discrepancias en su interior y con una historia de impacto y confrontación -
aun siendo pacífica- en la política tradicional chilena. Ello, independientemente del origen
privado e individual de su nacimiento.
Es entonces a partir del modelo de feminidad hegemónico tradicional -maternidad y
pacifismo-, que estas mujeres de la AFDD se originaron. Su papel fue cumplir con el rol
tradicional esperable y promovido incluso desde la derecha: el cuidado de las familias, las
responsables del duelo.
Sin embargo este inicio privado es transgredido cuando ellas emergen hacia lo público,
transformando un dolor individual y personal, en un asunto colectivo y político que implica
a la sociedad toda, sobre todo cuando se instalan como las guardianas de la memoria de
las víctimas de la dictadura.

La vía violenta: Miristas


Contrariamente a este nacimiento de la AFDD, desde el lugar del “deber ser” femenino,
las mujeres que participaron en organizaciones que propugnaron la lucha armada,
resistieron a la dictadura transgrediendo el papel materno y de cuidado de los otros y
justificando la violencia.
Las mujeres del MIR instalaron su lucha contra la dictadura desde el espacio público,
tradicionalmente político, y teniendo como origen de sus acciones causas colectivas y no
individuales, si bien es evidente que las individualidades de cada militante -además del
influjo revolucionario de la época y la geografía- insidieron en la elección de esta
estrategia de lucha.
Así como en el resto de la izquierda revolucionaria latinoamericana, las mujeres del MIR
actuaron en el contexto de una moral revolucionaria militantexviii específica. Esta moral
estaba enmarcada en los pensamientos guevaristas y el ideal del “hombre nuevo”, y en
las exigencias propias de una organización que actuó mayormente en la clandestinidad.
Las miristas soñaron con convertirse en el “hombre nuevo”, un personaje ejemplar,
sacrificial y heroico. Un sujeto que estaba dispuesto a dejar todas las comodidades y los
vínculos nacidos en el mundo de lo personal -los llamados placeres pequeño burgueses-
con tal de luchar por la causa colectiva y abstracta de la revolución, tal como lo señalan
los textos del “Che”:

“Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden
a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para
llevar la Revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco
de los compañeros de Revolución. No hay vida fuera de ella”xix.

La misma idea del partido antes que cualquier otra cosa en la vida, se encuentra en los
testimonios de mujeres miristas: “Había que creer en los postulados del MIR, tener el
convencimiento de querer trabajar, entregar su tiempo, porque yo pasaba matiné, vermut
y noche con el MIR, trabajamos en las poblaciones, fábricas, estudiábamos, íbamos a
reuniones, era una vida consagrada al MIRxx.
Esta actitud sacrificial del verdadero revolucionario, significaba estar dispuesto a darlo
todo por la causa, y a renunciar en pos de este ideal a todos los goces humanos, incluida
la familia y hasta la propia vida. La vida como mera herramienta para la revolución es
constante en los textos del Che y se evidencia en el grito “Patria o muerte” característico
del MIR. Al respecto señaló el francés Regis Debray: “Jugarse el todo por el todo quiere
decir; que una vez alzados en la montaña, los combatientes libran una guerra a muerte,
que ya no admite treguas, retrocesos o componendas. Vencer es aceptar, desde un
principio, que la vida no es el bien supremo del revolucionario”xxi .
Una de las renuncias más dolorosas para los militantes, y especialmente en el caso de las
mujeres, dado los roles para los que habían sido críadas, es la familia y específicamente
los hijos e hijas. Justamente son ellos, así como todo lo concerniente con los proyectos
personales, lo que se pospone en pos de priorizar por la lucha principal que -en el caso
del MIR- es derrocar a la dictadura y lograr la revolución socialista.
Y en el caso de las mujeres de esta organización, la renuncia a la vida privada y
específicamente a los hijos, se concretó mayormente cuando comienza la “Operación
Retorno”, definida por la dirección y que a fines de los '70 convocó a los militantes
exiliados a regresar clandestinamente a Chile tras un entrenamiento militar previo en
Cuba, con el fin de reunir a cuadros experimentados que fueran la vanguardia en la lucha
político-armada contra la dictadura.
Fue ese momento -y posteriormente la vida en clandestinidad- cuando las mujeres
debieron decidir entre separarse de sus hijos para seguir en tareas militantes que les
ocupaban el día entero e implicaban riesgos, o dejar la militancia para cumplir con las
labores de crianza.
Algunas definieron dejar a sus hijos e hijas con familiares o en el “Proyecto Hogares” que
se había creado para estos fines en Cubaxxii, otras decidieron no separarse de sus
descendientes y continuaron viviendo con ellos en la clandestinidad con los riesgos que
esto implicó. En el caso de la separación es evidente la dificultad mayor de las mujeres
para renunciar al ejercicio de la maternidad, toda vez que ésta es el rol principal que el
sistema hegemónico mandata a las mujeres, como testimonia una ex mirista:

Claro porque cuando se venía un compadre a Chile, atrás, que daba una mujer
haciéndole señas y un niño chico agarrado a la falda gritando por su papito. Y cuando se
venía uno nadie consolaba el niño chico y había que apagar la luz y cerrar la puerta.
Además había que demostrar por qué se venía. Nadie nos decía que debíamos ponernos
10 kilos más en la mochila, pero había que hacerlo para demostrar por qué una se
veníaxxiii.

Otra ex mirista reflexiona respecto de su maternidad en medio de la militancia, denotando


que la tensión respecto de las maternidades puestas en un segundo lugar implican
consecuencias hasta el día de hoy para las mujeres: “Ahora, si tú me preguntas ¿cómo lo
hacía yo como mujer? No, los resultados están a la vista, mis hijos se criaron solos y
tienen conciencia de eso y me lo echan en cara todos los días” (15).
La moral revolucionaria militante exigida en el MIR, nunca contempló entonces lo que para
las mujeres significaría asumir estos desafíos construidos para un militante neutro, que en
clo concreto era varón; tampoco contempló lo que implicaría para la vida privada de
quienes militaban, especialmente de las mujeres que -según el mandato sociocultural-
deberían poner la mayor parte de su esfuerzo e interés en que este espacio de sus vidas
sea exitoso, además de ser evaluadas socialmente por ello.
Lo que se requería para ser un militante ejemplar, se exigía por igual para hombres y
mujeres, independiente de la crianza y género con la que cada cual llegaba a la militancia:
“Se nos exigía igual, íbamos a la misma escuela de cuadros, teníamos la misma
formación militar, habían mujeres que tenían cargos militares igual que los hombres o que
en esos ámbitos eran mucho mejores que los hombres”xxiv.
El “hombre nuevo” guevarista, supuestamente neutral y centro de la moral revolucionaria
militante, era eminentemente masculino y les exigió masculinizarse para poder cumplir
con las labores como “una guerrillera más”xxv. Los problemas que para estas mujeres
implicó este salto respecto del mandato hegemónico de la feminidad tradicional, no fueron
un tema a discutir oficialmente por la organización política, porque -como ha sido en la
izquierda en general- se asumía que eran contradicciones secundarias que la misma
revolución socialista resolvería con el tiempoxxvi.
La causa trascendental y urgente era la lucha de clases, y todas las otras contradicciones
-incluida la de género y feminista- se verían después con el socialismo en el poder. Por
tanto las tensiones nacidas en la militancia político-armada, fueron pospuestas, si bien
algunas de estas miristas en el camino ya se cuestionaron sobre el doble y contradictorio
rol militante-mujer, tensión que se agudizó en el caso de la lucha armadaxxvii.
Esta contradicción se hizo aún más evidente cuando las herramientas elegidas para
resistir a la dictadura fueron violentas, siendo la violencia política una estrategia que
históricamente ha estado alejada de las luchas femeninas.
Con ello, estas mujeres fueron parte de un ethos revolucionario que entendió la violencia
como una respuesta válida y necesaria no solo para terminar con la dictadura, sino con el
fin de lograr la revolución socialista.
Independiente de si estas mujeres del MIR participaron o no de acciones armadas, o
tuvieron entrenamientos paramilitares, el solo hecho de participar en una organización de
este tipo les significó transgredir radicalmente el papel que la sociedad mandata a las
mujeres, de pasividad y en el que la familia y la maternidad es la principal tarea femenina.
Así, estas mujeres -al decidirse a formar parte de una organización que utilizaba la lucha
armada- abandonaron el papel tradicional que les encomienda la cultura de madres,
dadoras y cuidadoras de la vida; por el papel del guerrero, históricamente protagonizado
por varones y más valorado socialmente porque -al entregar la vida por una causa-,
demuestra que la sola reproducción es una tarea menor, sin la trascendencia del guerrero
que es capaz de dar su propia vida por un proyecto mayor, como plantea Simone de
Beauvoirxxviii.

Su actividad tiene otra dimensión, que le da su suprema dignidad, pero a menudo es


peligrosa. Si la sangre no fuese más que un alimento, no tendría mayor valor que la leche,
pero el cazador no es un carnicero, pues corre peligros en su lucha contra los animales
salvajes. El guerrero pone en peligro su propia vida para aumentar el prestigio de la
horda, del clan al cual pertenece. Y, de ese modo, prueba brillantemente que la vida no es
el valor supremo para el hombre, sino que debe servir a fines más importantes que ella
mismaxxix.

Todorov plantea que para el héroe -rol que jugaron estas mujeres militantes al enfrentarse
hidalgamente a la posibilidad de una muerte honorable a consecuencia del proyecto
político- la muerte es superior a la vida porque lo que está en el centro es el ideal
abstracto y no las personas concretas: “Para el heroísmo, la muerte es un valor superior a
la vida. Sólo la muerte (...) permite alcanzar lo absoluto: sacrificando la vida se prueba que
se amaba más al ideal que a la vida”xxx.
Este es el caso de las mujeres miristas: Trascienden sus roles hegemónicos femeninos
vinculados con las virtudes cotidianas, para cumplir con las virtudes heroicas requeridas
en tiempos de guerra, sin embargo es innegable que para ellas esto es un esfuerzo mayor
que para sus pares masculinos puesto que deben asumir un rol diferente a ese para el
que fueron preparadas desde la niñez, y abrazar una causa abstracta que va más allá de
la familia concreta a quien han aprendido a cuidar por medio de las virtudes cotidianas
que la división de género les ha encomendado como tarea a través del espacio privado.
Ésta división es también la separación entre las esferas pública y privada, pues mientras
el heroísmo guerrillero se enmarca perfectamente en el primero de estos espacios, las
virtudes femeninas se relegan al segundo y se ubican en una jerarquía inferiorxxxi.
En el caso de las mujeres del MIR, y al contrario de lo que pudiera pensarse, muchas de
las militantes decidieron ser madres aún en medio de las exigencias de la lucha política
armada, que exigía un alto compromiso por ejemplo en medio de la clandestinidad. Estas
mujeres entonces no sólo transgredieron el papel tradicional de la mujer, la maternidad,
sino que al mismo tiempo lo asumieron, aunque posponiendo la crianza para un momento
posterior una vez pasada la urgencia del periodo, en lo que hemos llamado las
“maternidades en resistencia”xxxii. En muchos casos ese momento nunca llegó, ya que
fueron asesinadas, o cuando pudieron encargarse de sus hijos, éstos ya era lo
suficientemente autónomos.
Estas mujeres se transformaron así en una especie de “monstruos” toda vez que contaron
con el doble poder de la vida -a través de la reproducción que continuaron ejerciendo- y la
muerte -concretada en la posibilidad de matar a sus enemigos-.
Este doble poder -la vida y la muerte, o eros y thánatos- les significó el brutal castigo por
parte de los organismos represivos, que castigaron en ellas no solo el que fueran
disidentes a la dictadura, si no que se salieran de los roles que la sociedad les imponía en
tanto mujeres.
La tortura sexual fue característica del periodo y mayoritaria en el caso de las mujeres,
como señala el informe Valechxxxiii. En medio de las sesiones que incluían golpes,
choques eléctricos y vejámenes sexuales, se las calificó de “putas” de “madres
desnaturalizadas”, y se las amenazó con la integridad de sus hijos e hijas, cuestionando la
inseguridad en que habían dejado a los pequeños por unirse a la lucha revolucionaria,
como lo evidencia el testimonio de una ex militante:
Allí el ogro me recuerda que le mordí la mano y se toma su revancha despellejando mi
pubis a tirones. Los otros también quieren sus pequeñas venganzas ¿de qué? Poco
importa. Empiezo a entender que los motivos sobran, seguiré entendiéndolo en las
sucesivas sesiones: ser mujer, estar metida en cosas de hombres, es una de las
recurrentes causas para el castigoxxxiv.

La tortura sexual y psicológica específica femenina, fue la evidencia más brutal de que
estas mujeres eran sancionadas por transgredir los roles para los que habían sido criadas.
El reencuentro con los hijos abandonados por la urgencia de la revolución, les haría
recordar por el resto de sus vidas que la elección de la juventud sería más pesada para
ellas que para sus compañeros. Mientras en medio de la lucha político-armada ellas
vivieron el espejismo de ser iguales a sus compañeros, al término de la dictadura la
inequidad entre unos y otras se evidenció.

Reflexiones finales

En una primera mirada existe una contradicción evidente entre las estrategias utilizadas
por las mujeres de la AFDD y las del MIR. Las primeras originan su lucha desde un interés
privado e individual, lo que en términos tradicionales ha sido catalogado como
“apolítico”xxxv y que resulta más coherente con los roles tradicionales esperables para la
feminidad, lo que se reafirma con la elección de una estrategia pacífica para lograr sus
fines. Este lugar más cómodo para las mujeres, en tanto implica una menor transgresión a
los mandatos de su género, se constata en el alto número de activistas femeninas en las
organizaciones de derechos humanos en general, y en la AFDD en particular, siendo
incluso siempre mujeres las que lideraron esta Agrupación. Estas son mujeres maduras
además, teniendo un promedio de por lo menos 40 años o más.
Las mujeres del MIR, en cambio, originan el interés de sus luchas en lo público y
colectivo, dejando lo privado e individual pospuesto por la urgencia de la revolución, lo
que las ubica en el lugar de lo eminentemente político. Además utilizan una estrategia
violenta para lograr sus fines políticos, todo lo cual las ubica en un lugar de transgresión
radical a los mandatos de género que la sociedad impone para el caso de las mujeres y lo
femenino. La juventud de estas militantes fue una característica que también las diferenció
de las activistas de la AFDD.
Sin embargo en ambas participaciones, la historia demuestra una transgresión en tanto
terminaron luchando en la arena política, actuaron en lo público y lucharon por causas
colectivas, todos espacios históricamente negados para las mujeres, por ser masculinos
según la hegemonía sexo-genérica.
Con las diferencias ya expuestas, tenemos también encuentros entre estas dos formas
tan disímiles de resistir frente a la dictadura.
Primero, que en ambos casos se trata de mujeres claramente de izquierda, puesto que -
como vimos en el artículo- las mujeres de la AFDD tienen, desde 1977, una influencia
marcada del Partido Comunista, ya sea por ser militantes o pertenecer a familias
históricamente comunistas, lo que las aleja de esa idea de “apoliticidad” con que fueron
leídas en un primero momento. Por tanto el objetivo común, desde frentes tan distantes,
era derrocar a la dictadura y terminar así con la represión a la que eran sometidas, ya sea
directamente o a través de sus familiares.
Segundo, que en ambos casos, y a pesar de contar con espacios donde las mujeres se
encontraban entre pares; la urgencia de la causa por la que estaban luchando imposibilitó
que los problemas específicos respecto de sus feminidades en una sociedad sexista
fueran discutidos. Si bien entre las mujeres del MIR existen trabajos y testimonios que dan
cuenta de que esta reflexión de género se realizó durante sus militancias y especialmente
de manera posterior a ella, lo cierto es que ni la AFDD ni el MIR incluyeron en sus
discursos ni prácticas las problemáticas de las mujeres en tanto tales. Quizás esta
diferencia se haya podido dar porque las mujeres del MIR terminaron con sus militancias
una vez acabada la dictadura, en cambio las mujeres de la AFDD todavía siguen en el
trabajo de encontrar los cuerpos de sus deudos. Por tanto para ellas el tiempo de
preocuparse de sí mismas todavía no ha llegado, y quizás nunca llegará.
Aun con estrategias disímiles, las mujeres lucharon y entregaron sus vidas por otros, no
por sí mismas. Los tiempos de urgencia dictatorial y represión sangrienta no estaban
como para pensar en aquello que se mantendría intacto luego de la emergencia: ellas no
eran iguales que quienes habían nacido hombres y esta diferencia las ubicaba en un lugar
de menor valor.
Lucharon contra la dictadura, que finalmente se acabó, sin embargo la “democracia” o
post dictadura, no cambió la posición que ellas tenían en la sociedad en tanto mujeres,
paradoja a la que hace referencia Tarrés:

“No es el momento, es peligroso, no es conveniente, ya se resolverá más adelante. La


paradoja política más dolorosa para las mujeres ha sido la entrega, por conciencia y
búsqueda de justicia en el mundo y en la propia vida, a procesos que han apoyado el
empoderamiento patriarcal de los hombres y el reforzamiento de escalafones y
estructuras de opresiónxxxvi.

i
Klein Naomi, "La doctrina del shock". Barcelona, Paidós, 2007.
ii
Augusto Pinochet Ugarte lideró el golpe de Estado de 1973 y se mantuvo como dictador hasta 1990, año en que
entregó el mando a Patricio Aylwin, electo el año anterior, tras un acuerdo entre la amplia oposición a la dictadura y
la derecha gobernante que incluyó un plebiscito previo -en 1988- cuando la mayoría votó “No” a la continuidad de
Pinochet en el poder.
iii
Es importante destacar, aunque no es objetivo de este artículo, que las mujeres no sólo fueron protagonistas del
movimiento de derechos humanos en Chile sino también de las organizaciones populares de subsistencia -que
trabajaban por lograr un mayor bienestar cotidiano en medio de la grave crisis económica que produjo la dictadura-,
y en el movimiento feminista -que se opuso claramente a la dictadura y salió a las calles exigiendo "Democracia en
el país y en la casa", mezclando demandas del mundo público y privado-.
iv
Hemos elegido a la AFDD por ser la agrupación de derechos humanos más emblemática del periodo, y a las mujeres
del MIR por ser de las que se dispone más investigaciones y testimonios, los que resultan muy escasos en las otras
dos organizaciones que propugnaron la lucha armada: Frente Patriótico Manuel Rodríguez (primero perteneciente al
Partido Comunista y luego Autónomo) y el Movimiento Juvenil Lautaro, de los que casi no existen trabajos.
v
En la época se responsabilizó de la escasez de alimentos básicos al gobierno, sin embargo el tiempo demostró que
los comerciantes que apoyaban un golpe de Estado como salida a la Unidad Popular, acapararon alimentos
produciendo una falsa escasez con el objetivo de provocar desestabilidad.
vi
Valenzuela, María Elena: “La mujer en el Chile militar. Todas íbamos a ser reinas”. Santiago, Ediciones chile y
américa. cesoc, achip, 1987.
vii
Hola, Eugenia: Politización de lo privado y subversión del cotidiano en “Mundo de Mujer, Continuidad y
Cambio, Centro de Estudios de la Mujer”. Santiago, ediciones CEM,1988.
viii
Feijoo, Maria Carmen y Gogna, Mónica: La mujer en la transición a la democracia, en E. Jelín (ed.)
“Ciudadanía e identidad: Las mujeres en los movimientos sociales latinoamericanos”. Ginebra, Instituto de
Investigaciones de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social (UNRISD), 1987, p.139.
ix
Lucía Hiriart citado por Larraín, Cristina: “Catastro de organizaciones femeninas de gobierno”. Santiago,
Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, 1982, p. 39.
x
Horvitz, María Eugenia: Entre lo privado y lo público: la vocación femenina de resguardar la memoria. Recordando
a Sola Sierra, en Revista electrónica “Cyber humanitatis” nº 19, invierno 2001.
xi
Montecino, Sonia: “Madres y Huachos, alegorías del mestizaje chileno”. Santiago, Cuarto Propio, 1991, p.
115.
xii
Peñaloza, Carla: Rebeldes y santas. Un análisis del rol político de las mujeres de la AFDD de Chile, en revista
“Al sur de todo”, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, nº 5, diciembre 2011, p. 4.
xiii
Esta idea de mujeres apolíticas y sin experiencia política anterior se evidencia en los libros de Kathya Araujo y
Hernán Vidal. Ver en Araujo, Kathya: “Retos para la acción colectiva. Género y movimientos sociales en Chile”.
Santiago, Programa Mujer y Democracia en el MERCOSUR, 2002 y Vidal, Hernán: “Dar la Vida por la Vida:
Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos”. USA, Mosquito Editores, 1983.
xiv
Es importante señalar que en un comienzo la AFDD luchaba por encontrar a sus familiares, puesto que no tenían
información sobre si estaban vivos o muertos. El paso de los años, y el hallazgo de algunas de las osamentas, fue
cambiando este único objetivo, sumándose el de exigir justicia y mantener la memoria de sus deudos.
xv
Gómez Pickering, Adela: “Mujeres contra el olvido : agrupación de familiares de detenidos desaparecidos 1973-
1990”, tesis de Licenciatura en Historia, Universidad de Chile, Santiago, 2001, p. 62.
xvi
Gómez Pickering, Adela, Op. Cit. , p. 62.
xvii
Gómez Pickering, Adela, Op. Cit. , p. 65 y 66.
xviii
Vidaurrázaga, Tamara: ¿El hombre nuevo?: moral revolucionaria guevarista y militancia femenina. El caso del
MIR, en revista “Nomadías”. Santiago, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, julio de 2012.
Disponible electrónicamente en http://www.revistas.uchile.cl/index.php/NO/article/viewArticle/21142/22392
xix
Guevara, Ernesto: El socialismo y el hombre en Cuba, en “Marcha”, Montevideo, 1965, versión electrónica tomada de
Ernesto Che Guevara, Escritos y discursos, Tomo 8. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1977.
xx
Brito, Eugenia, entrevista de Ruiz Olga, p.2.
xxi
Debray, Regis: Revolución en la revolución. En Punto Final, nº 25, 2ª quincena de marzo de 1967, Santiago,
Chile, p.15 (subrayado en el original).
xxii
Para resolver el tema de las madres que quisieron regresar a la resistencia en Chile, el MIR respondió con el
“Proyecto Hogares”, el cual implicó dejar a los hijos e hijas con padres y madres sociales que -sin tener lazos
sanguíneos ni conocer previamente a los pequeños- se hicieron cargo de ellos. Para más información ver documental
“El edificio de los chilenos”, de Macarena Águiló, donde se narra esta historia.
xxiii
Ojeda Arinda, entrevistada en Vidaurrázaga, Tamara: “Mujeres en Rojo y Negro. Reconstrucción de
memoria de tres mujeres miristas”. Santiago, Escaparate, 1996, p. 242.
xxiv
Op. Cit. Brito, Eugenia entrevista de Ruiz, Olga, p.5.
xxv
Op. Cit. Vidaurrázaga Tamara: ¿El hombre nuevo?
xxvi
Kirkwood, Julieta. “Ser política en Chile. Los nudos de la sabiduría feminista”. Santiago, Cuarto Propio, 1990.
xxvii
Para ver la historia de tres mujeres del MIR que se hicieron feministas durante sus militancias partidarias, ver
Vidaurrázaga, Tamara: “Mujeres en Rojo y Negro. Reconstrucción de memoria de tres mujeres miristas”. Santiago,
Escaparate, 1996.
xxviii
Beauvoir, Simone: “El segundo Sexo. La experiencia vivida”. Buenos Aires, Siglo XX, 1987.
xxix
Op. Cit. Beauvoir, Simone, p.109.
xxx
Todorov, Tzvetan: “Frente al límite”. México, Siglo XXI editores, 2009, p.18.
xxxi
Pateman; Carole: Críticas feministas a la dicotomía público/privado, en Castells, Carmen (coordinadora):
“Perspectivas feministas en teoría política. Barcelona, Paidós, 1996.
xxxii
Vidaurrázaga, Aránguiz: Maternidades en resistencia. Reconstruyendo la memoria desde la victimización. En
Revista La Ventana nº 22, Centro de Género Universidad de Guadalajara, 2005. Disponible en
http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/laventan/Ventana22/110-145.pdf
xxxiii
Informe Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, noviembre 2004. Disponible en
http://www.memoriaviva.com/Tortura/Informe_Valech.pdf
xxxiv
Ojeda, Arinda: “De memoria”. Concepción, 2001 (inédito), p. 81.
xxxv
En este caso sería interesante reflexionar desde la posición feminista que plantea que “Lo personal es político”,
lo que desenmarcaría a esta Agrupación de la “apoliticidad” en que ha sido enmarcada en sus orígenes.
xxxvi
Tarrés, María Luisa: Campos de acción social y política de la mujer de clase media, en “Informe de
investigación”. México, PIEM-COLMEX, julio de 1987, p. 16.

Bibliografía
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