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Pedro Pablo
Sin duda que el punto clave de esta crítica es la oración que proclama:
Es preciso que comprenda [el anarquismo] que un pueblo, sin una dirección
que construya estrategias en todos los terrenos, es un pueblo inerme
frente a sus enemigos y destinado a perderse en escaramuzas aisladas y de
segundo orden. La expresión habla por sí sola. Por lo pronto reconoce que
el anarquismo no admite supremacías ni liderazgos de nadie; pero lo grave
es que contradice el consejo que nos diera antes al hacer una clara
exposición de cómo considera al pueblo, puesto que afirma que por sí solo
es inerme y, como no puede pensar, está destinado a perderse. Ante esta
ineptitud de la gente, este infantilismo del pueblo, la revolución
bolivariana pregona que sólo le queda obedecer las esclarecidas
estrategias de los líderes, que son ellos (Mussolini no lo habría dicho
mejor). ¿Puede alguien sensato, anarquista o no, aceptar esta propuesta
(depositar toda esperanza en un grupito de mortales que en nuestro caso
ni siquiera tiene calificaciones altas en nada) cuando, desde la
revolución rusa hasta Hitler, pasando por Mussolini, Franco, Perón y
Fidel, ha demostrado su inutilidad en forma contundente? Sólo desde una
perspectiva anclada en el Siglo XIX se puede proferir una declaración tan
anacrónica e insultante para la inteligencia. Si algo ha aprendido la
gente en el mundo con todos los fracasos del Siglo XX, y lo está
aprendiendo en Venezuela a pasos agigantados, es precisamente que no se
debe dejar la dirección de ninguno de sus asuntos en manos de nadie que
no sea las de ellos mismos. A lo más, permitir que alguien coordine o
administre, un empleado, pero está fuera del buen sentido y de la
experiencia histórica optar por un centro de dirección revolucionaria que
organice y conduzca al pueblo, fije metas y objetivos, construya
estrategias, nos fiscalice y luego nos notifique en un círculo
bolivariano cuales son nuestras obligaciones, mientras sufrimos penurias
a causa de la revolución bonita. Todo esto porque somos supuestamente
incapaces para elegir nuestro camino.
A través de los años los únicos que han negado que el individuo deba
ceder las prerrogativas que le corresponden como persona en aras de una
ideología, de una religión, de un caudillo o de una revolución hemos sido
los anarquistas. Para la revolución real, no hay que ceder nada en manos
de nadie, sino que debemos sumar, buscar voluntaria y armónicamente lo
que consideremos lo mejor para todos. Somos adultos, podemos hacernos
cargo de nuestros asuntos sin necesidad de nadie que nos ordene y
conduzca. Y aprendimos esto de muchos de los indígenas de América que así
han vivido, de 150 años de luchas sindicales, de la revolución española
de 1936 y de tantas formas de organización que la gente sabe darse en su
propio beneficio, sin necesidad de que alguien nos diga qué debemos
hacer. A diferencia de lo que parece ser la propuesta bolivariana de
defender la supuesta revolución por la revolución misma, el anarquismo
nunca defendió las abstracciones vacías y cuando promueve la revolución
lo hace por cada uno de nosotros, buscando no el bienestar de la
humanidad en genérico sino el de cada persona concreta.
El panfleto dice: A los bolivarianos nos parecía que era suficiente [para
avanzar por la vía de la redención popular] un Estado que dirigiera de
manera consciente el reparto de riqueza de manera justa. Se dieron cuenta
de que no es así, sólo que la razón del fracaso no es la protesta de la
oposición del 11-A como afirman. La primera causa está en pretender que
alguien debe asumir el papel de salvador y por eso le debemos obediencia
ciega. La segunda causa es plantear la salvación mediada por un Estado
cuya propia existencia radica en impedir esa liberación. Es como tratar
de apagar un incendio con una lata de gasolina y, por hacer eso estamos
como estamos. Claro que también cabe que lo que buscan no sea la
redención popular sino mantener la dominación, pero con otros
beneficiarios y cambiando el discurso. Sea cual fuere la razón, el
anarquismo con su alternativa sirve como espejo, mostrando lo absurdo de
los intentos de maquillar el afán de poder y señalando el camino de una
auténtica revolución, que no se apoye en la esclavizante sumisión a una
estructura militarizada sino en la igualdad, la libertad y la solidaridad
entre los integrantes de esta sufrida humanidad.