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Las Hadas y otros seres como duendes, elfos, etc… son de naturaleza intermedia entre
humanos y ángeles. De igual manera todo lo que se cuenta sobre ello contiene un raro
eco de lo verdadero y lo legendario. Huellas de lo imposible cercano y lo lejano
posible. Presentes en las leyendas de todo el planeta con diversos nombres, siempre
son seres difusos y escurridizos de ver, pero rotundos en efecto de su presencia. Y
siempre en contacto, directo o indirecto, con las manifestaciones de la naturaleza. No
sólo materiales y geográficas, sino también en el plano de los sentimientos,
sensaciones y creaciones (la inspiración poética, los bosques y cuevas, las viejas
colinas y la pasión amorosa, los niños y la música, la generosidad, la belleza sublime y
la fealdad más grotesca, el fuego, lo sutil y el aire, los hechizos, lo delicado y lo
radical, la sabiduría ancestral y la frivolidad… En resumen: lo enigmático).
Su relación con los humanos ha estado siempre influida de su propia naturaleza
ambigua. Su contacto puede producir la locura, la muerte, las riquezas fabulosas, la
protección, o el amor. Y sus emociones y sentimientos pueden ser de un carácter o de
otro, pero siempre puro, pues no cabe en ellos la duda, o la indefinición. Su danza, su
amor, o su odio son inagotables y por eso se les ha considerado peligrosos, pues en
este sentido son lo opuesto a la naturaleza humana, cuyo corazón está hecho de
mezclas y contradicciones.
Hay auténticos tratados que abordan aspectos de estos seres desde varios enfoques,
pero sobre todo desde el mito y la leyenda e incluso desde un punto de vista
antropológico. Ahí están las obras del alquimista suizo Paracelso en el siglo XVI que
popularizó el término “elementales”, o la del abate francés Villiers.
Más recientemente, algunos autores se han aventurado a escribir libros donde hablan
profusamente sobre hadas, duendes y gnomos desde una perspectiva global, intentando
clasificarlos en familias, nombrarlos y definirlos. Una ardua tarea. Y ciertamente los
datos que nos ofrecen estas obras son valiosos y clarificadores pero siempre de una
parte del fenómeno. Obras que van desde el libro que escribió Walter Scott “La verdad
sobre los demonios y las brujas” hasta “El diccionario de hadas” de Katherine Briggs.
Todas ellas son muy válidas y hay que reconocer el esfuerzo y la dedicación de sus
autores por acercarnos a unos seres tan sutiles y por hacernos comprensible un mundo
totalmente incomprensible, pero que aportan una visión muy parcial de toda su
complejidad.
Podemos leer de arriba abajo el libro de Roberto Rosaspini Reynolds “Hadas, duendes
y otros seres mágicos celtas” y quedarnos como estábamos al principio. Porque,
ciertamente, nos habla de hadas (terrestres, acuáticas, domésticas, malévolas…), de
duendes, gnomos, silfos, salamandras, ninfas, elfos, trasgos y animales feéricos pero
redunda en más de lo mismo. Unos copian a otros y es lógico. No hay tantos datos que
aportar. Las fuentes son comunes y exiguas y todos bebemos prácticamente en las
mismas aguas.
Tal vez aquí radique una de las causas que explique el porqué se obliga a los
investigadores del mundo feérico a tener una perspectiva miope de este misterio,
porque misterio es al fin y al cabo acercarnos a una civilización que cohabita en un
mundo paralelo al nuestro y del que apenas sabemos unos pocos retazos
deshilachados. Supone un desafío saber algo más sobre esta Gente Menuda, aunque
solo sea para darnos cuenta de que no todo son fábulas o cuentos de niños. Si todo
fuera tan fácil como llegar a la conclusión de que no hay más que pura fantasía en el
origen de estos relatos, muchos pueblos y culturas se hubieran ahorrado mencionar a
seres que pululan por cada uno de los elementos de la naturaleza y a los que desde
antiguo se les ha rendido culto, se les ha reverenciado y se les ha temido. Si todo
fueran simples cuentos de hadas, sin ningún fundamento serio, tal vez no nos causaría
tantos quebraderos de cabeza pensar que en la creencia ancestral en esta clase de
criaturas está la génesis de algunas supersticiones sectas y religiones de corto alcance.
Al lado de estas sesudas obras de divulgación existen otras donde sus autores
respectivos cuentan sus experiencias personales con estos seres, sin ambigüedades,
proclamando a los cuatro vientos su realidad, su clara existencia. En ellas aparecen tal
cúmulo de datos que nos apabullan, todos ellos desde una perspectiva subjetiva y, por
tanto, indemostrables. Hablan de ellos como si les hubieran hecho una entrevista y nos
cuentan con todo lujo de detalles su aspecto físico, su forma de pensar, cómo se
alimentan e incluso su actividad sexual. Por ejemplo las obras como la del vidente
británico Geoffrey Hodson “El mundo real de las hadas” , fruto de sus experiencias
con estas criaturas y las visiones de las mismas que tuvo en los años veinte del siglo
XX. O el libro de Dorothy MacLean sobre “Comunicación con los ángeles y los
devas”. También podemos referirnos a libros como el del español Vicente Beltrán
Anglada, “Las fuerzas de la naturaleza”, o el del argentino Monseñor Claudio Paleka,
“Cuando el cielo pase lista”, que describen la vida sutil de estos seres en cada uno de
los cuatro elementos con todo lujo de detalles.
Esta tendencia literaria podría representar el ala crédula, es decir, la de aquellos que no
solo creen en las hadas sino que además afirman haberlas visto y hasta charlado con
ellas. Serían encuentros cercanos en la tercera fase por utilizar una terminología
ufológica.
La otra tendencia sería la escéptica, representada por aquellos que se acercan al
fenómeno no para negarlo rotundamente sino para interpretarlo y explicarlo desde
otras posturas y enfoques algo más científicos y racionales.
Las Hadas y la teoría de la relatividad de Einstein
Sería adecuado que nos acercarnos a esta especie de realidad paralela sin prejuicios,
con cierta curiosidad y con todos los conocimientos y datos que tengamos a nuestro
alcance. Ni negar ni aceptar nada a priori. Fijándonos en los aspectos más llamativos
que en ocasiones nos pasan desapercibidos como, por ejemplo, el concepto del tiempo
en casi todos estos relatos. ¿Por qué esa insistencia de que el tiempo transcurre más
despacio en el país de las hadas y que por tanto puede ser peligroso para un ser
humano el penetrar en esta dimensión?
La teoría de la relatividad de Einstein, donde se plantea esa singularidad del tiempo, se
publicó en 1913 y la gran mayoría de estas leyendas proceden, por lo menos, de la
Edad Media y se pusieron por escrito a partir del siglo XVII. Un enigma de tantos que
está aún por desvelar.
Ninguna teoría explica la totalidad del misterio, pero todas ellas nos acercan a una
realidad trascendente y escurridiza.