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THOMAS MUN

LA RIQUEZA DE INGLATERRA POR EL


COMERCIO EXTERIOR •

Este material se reproduce con fines didácticos para su


uso en las clases del profesor emérito Guillermo Ramirez
Hernandez, de la Facultad de Economía, en la
Universidad Nacional Autónoma de México, cualquier
otro uso no esta autorizado.

• Versión de Guillermo Ramírez Hernández

1
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 2

Capítulo I

Cualidades que se requieren en un perfecto mercader dedicado al comercio exterior.

El amor y el servicio de nuestra patria consiste, no tanto en el conocimiento de aquellas


funciones que deben desempeñar otros, como en la diestra ejecución de aquello que
hacemos nosotros y, en consecuencia (hijo mío), ahora es oportuno que te diga algo acerca
del comerciante, que espero que a su tiempo será tu profesión. Sin embargo, aquí expongo
mis pensamientos despojados de toda ambición, aunque te coloco en un lugar de tan alta
estimación, porque el comerciante es justamente llamado el administrador del patrimonio del
reino, por medio del comercio con otras naciones; obra de no menor reputación que
confianza, y que debe ser desempeñada con gran destreza y conciencia, para que el
provecho privado pueda siempre acompañarse con el bien público, y a fin de que la nobleza
de esta profesión pueda mejor despertar tus deseos y esfuerzos para obtener aquellas
habilidades que puedan hacer más eficaz su práctica, expondré brevemente las cualidades
sobresalientes que se requieren en un perfecto comerciante.

1. El comerciante debe ser un buen escribano, un buen aritmético y un buen contador, para
llevar bien la noble regla del Debe y del Haber, que se usa solamente entre comerciantes,
así como para ser un experto en la disposición y forma de los contratos de fletamento,
conocimiento de embarque, facturas, contratos, letras de cambio y pólizas de seguros.

2. Debe conocer las medidas, pesos y monedas de todos los países extranjeros,
especialmente de aquellos con los cuales tenemos comercio, y las monedas no sólo por sus
diferentes denominaciones sino también por sus valores intrínsecos, por su peso, y ley,
comparado con el patrón de este reino, sin lo cual no podrá dirigir bien sus asuntos.

3. Debe conocer las aduanas, peajes, impuestos, tributos, manejos y otras cargas existentes
sobre toda clase de mercancías exportadas o importadas a y de los dichos países
extranjeros.

4. Debe saber qué diferentes productos abundan en cada país y de qué mercancías
carezcan, y cómo y por quién son provistos de ellos.

5. Debe entender y ser un observador cuidadoso del tipo de cambio de las letras, de un
estado a otro, para que de esa manera pueda dirigir mejor sus asuntos y enviar y recibir sus
monedas con las mayores ventajas posibles.

6. Debe saber qué mercancías están prohibidas a la exportación o importación en dichos


países extranjeros, no sea que, de otra manera, incurra en gran peligro y pérdidas en el
arreglo de sus asuntos.

7. Debe saber de acuerdo con qué tarifas y condiciones fletar sus naves y asegurar sus
riesgos de un país a otro, y estar bien enterado de las leyes, reglas y costumbres de los
asuntos de seguros, tanto de las de aquí como las de allende los mares, por los muchos
accidentes que pueden suceder, por el daño o pérdida de las naves o de las mercancías, o
de ambas.

8. Debe tener conocimiento de la bondad y de los precios de todos los diferentes materiales
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 3

que se requieren para construir y reparar naves y las diversas operaciones de construcción
de las mismas, como también de las mástiles, guarniciones, cordajes, artillería, vituallas,
municiones y provisiones de todas clases, junto con los salarios acostumbrados de los
capitanes, oficiales y marineros, todo lo cual interesa al comerciante, puesto que es el
propietario de la nave.

9. Debe (por las diversas ocasiones que se presentan a veces en la compra y venta de una y
otra mercancía) tener conocimiento desapasionado, si no perfecto, de todo género de
mercancías o efectos, pues debe ser, por decirlo así, un hombre de toda clase de
ocupaciones y oficios.

10. Debe llegar a ser, por sus viajes frecuentes por mar, competente en el arte de la
navegación.

11. Supuesto que es viajero y a veces reside en países extranjeros, debe llegar a hablar
diversas lenguas y debe ser un observador atento de las rentas y gastos ordinarios de los
príncipes extranjeros, así como de su poder en mar y tierra, de sus leyes, aduanas, política,
costumbres, religión, oficios y otras cosas semejantes, para estar en condiciones de dar
cuenta de ello en cualquiera ocasión para el bien de su país.

12. Por último, aunque no es necesario que tal comerciante sea un erudito, sin embargo se
requiere (cuando menos) que en su juventud aprenda la lengua latina, que lo habilitará
grandemente en todo el resto de sus empeños.

De esta manera te he demostrado brevemente un modelo para tu diligencia, el comerciante y


sus excelencias, que en verdad son tales y tantas que no encuentro otra profesión que lleve
a su conocimiento más universal, y no puede negarse que su eficiencia se muestra
igualmente en el excelente gobierno de los estados de Venecia, Luca, Génova, Florencia, los
Países Bajos y varios otros lugares de la cristiandad. Aun en aquellos estados donde los
comerciantes son menos estimados, sin embargo, se emplea frecuentemente su destreza y
conocimiento por los que ocupan los puestos más altos de la autoridad. En consecuencia, es
un acto de ilimitada temeridad el de algunos, que descalifican mis juicios y consejos, aun en
libros impresos, y no les permiten la ejecución de aquellas acciones y medios por los cuales
se enriquece o se empobrece una república, cuando en realidad esto sólo se logra por el
misterio de su oficio, como lo demostraré abundantemente en lo que sigue. Es verdad, sin
duda alguna, que muchos mercaderes encuentran que se da menos estímulo a su profesión
aquí en Inglaterra que en otros países y no viéndose tan estimados como lo requiere su
noble profesión y de acuerdo con la gran consecuencia de esto, no se afanan, por lo
consiguiente, por alcanzar la perfección de su profesión, ni es practicada por la nobleza de
este reino, como lo es en otros estados, de padres a hijos a través de generaciones, para el
gran incremento de su riqueza y el sostenimiento de sus nombres y familias. Razón es esta
por la cual el recuerdo de nuestros más ricos comerciantes se extingue súbitamente, y al
quedar el hijo rico, desdeña la profesión de su padre conceptuando más honroso ser un
caballero, aunque sólo sea de nombre, que consume su hacienda en obscura ignorancia y
en excesos, que seguir los pasos de su padre como laborioso comerciante a fin de conservar
y aumentar su fortuna. Pero ahora, dejando el elogio del comerciante, trataremos de su
ejercicio o, cuando menos, en cuanto se refiere a traer riqueza al reino.
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 4

Capítulo II

Medios para enriquecer este reino y para incrementar su tesoro.

Aunque un reino puede ser enriquecido por presentes recibidos o por rentas tomadas de
algunas otras naciones, sin embargo, esto es incierto y de pequeña importancia cuando
ocurre. Los medios ordinarios, por tanto, para aumentar nuestra riqueza y tesoro son por el
comercio exterior, por lo que debemos siempre observar esta regla: vender más anualmente
a los extranjeros en valor de lo que consumimos de ellos. Supongamos que cuando este
reino está abundantemente abastecido con telas, plomo, quincalla, hierro, pescado y otros
productos nativos, exportemos anualmente el excedente a países extranjeros hasta el valor
de dos millones doscientas mil libras esterlinas; por este medio estamos en posibilidad de
comprar de ultramar y traer mercancías extranjeras para nuestro uso y consumo hasta el
valor de dos millones de libras esterlinas. Conservando este orden rígidamente en nuestro
comercio, podemos estar seguros de que el reino se enriquecerá anualmente con doscientas
mil libras esterlinas, que se nos deben traer en otro tanto de tesoro, porque la parte de
nuestro patrimonio que no nos sea devuelta en mercaderías debe necesariamente regresar
en dinero.

En este caso viene a suceder con los haberes del reino lo que a la hacienda de un particular
que supondremos que tenga mil libras esterlinas anuales de renta y dos mil libras esterlinas
de dinero efectivo en sus cofres. Si este hombre, por causa de sus excesos, gasta más de
mil quinientas libras esterlinas per annum, su dinero efectivo desaparecerá en cuatro años, y
en el mismo tiempo su aludido dinero se duplicará si sigue una vida frugal y gasta solamente
quinientas libras esterlinas per annum, regla que nunca falla, asimismo, en la república,
salvo en algunos casos (de no gran importancia) que explicaré más adelante cuando
muestre por quién y de qué manera esta balanza de las cuentas del reino debe hacerse
anualmente, o tan frecuentemente como convenga al estado revelar cuánto ganamos o
perdemos en el comercio con las naciones extranjeras. Pero primero diré algo concerniente
a aquellos medios y métodos que incrementarán nuestras exportaciones y disminuirán
nuestras importaciones de mercancías, una vez hecho lo cual presentaré algunos otros
argumentos, tanto afirmativos como negativos, para fortalecer lo que aquí se sostiene y así
demostrar que cualquier otro medio de los que se supone que enriquecen al reino con
tesoro, son del todo insuficientes y puramente falacias.

Capítulo III

Arbitrios y medios particulares para incrementar la exportación de nuestras mercancías y


para disminuir nuestro consumo de efectos extranjeros.

La renta o patrimonio de un reino por la cual es provisto de efectos extranjeros es bien


natural o bien artificial.. La riqueza natural lo es solamente en tanto que puede substraerse
de nuestro propio uso y necesidades para exportarse al extranjero. La artificial consiste en el
trueque de nuestras manufacturas por mercancías extranjeras, acerca de lo cual expondré
algunos detalles que puedan servir para el asunto de que nos ocupamos.

1. Primero, aunque este reino sea ya muy rico por naturaleza, sin embargo, puede
enriquecerse más, poniendo las tierras ociosas (que son infinitas) en empleos tales que de
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 5

ninguna manera estorben la renta actual de otras tierras abonadas, sino que de esta manera
nos abasteceremos y evitaremos las importaciones de cáñamo, lino, cordelería, tabaco y
varias otras cosas que ahora obtenemos de los extranjeros, para nuestro gran
empobrecimiento.

2. Podemos igualmente disminuir nuestras importaciones si nos refrenamos sobriamente del


consumo excesivo de efectos extranjeros en nuestra dieta y vestidos, que con tan frecuentes
cambios de costumbres en uso resulta un aumento de desperdicio y carga, vicios que en la
actualidad son más notables en nosotros que en épocas pasadas. Sin embargo, pueden
fácilmente corregirse obligando a la observancia de tan buenas leyes como las que se
observan estrictamente en otros países, en contra de los excesos mencionados, en los que,
ordenando igualmente que sus propias manufacturas deben usarse, evitan la aparición de
otras, sin prohibición o agravio a los extranjeros en su comercio mutuo.

3. En nuestras exportaciones no solamente debemos atender a nuestros sobrantes, sino


también debemos tomar en consideración las necesidades de nuestros vecinos, por lo que
se refiere a los efectos que no quieran recibir o de que no puedan ser provistos de ninguna
otra parte; así estaremos en posibilidad (además de dar salida a nuestras materias) de ganar
otro tanto por su manufactura, puesto que podemos y también debemos venderlas caras,
hasta tanto que el precio alto no ocasione una menor salida en cantidad. Pero el sobrante de
nuestras mercancías que los extranjeros usan y que también puedan obtener de otras
naciones, con pocos inconvenientes, puede reducir su salida por el uso de mercancías de
igual clase de otros lugares; en este caso debemos esforzarnos por vender tan barato como
nos sea posible, mejor que perder el mercado de tales efectos, ya que hemos encontrado,
por la buena experiencia de los últimos años, que estando en posibilidad de vender nuestras
telas baratas en Turquía, hemos aumentado grandemente su salida, y los venecianos han
perdido mucho en su mercado de las suyas en esos países, porque son más caras. Por otra
parte, hace pocos años, cuando por el precio excesivo de nuestras lanas nuestras telas
estuvieron demasiado caras, perdimos cuando menos la mitad de nuestras telas
manufacturadas para los países extranjeros, que desde que no es de esta manera se han
(casi) recobrado por la gran baja del precio de las lanas y las telas. Encontramos que
veinticinco por ciento menos en el precio de estas y de otras mercancías, con pérdida para la
rentas de los particulares, puede elevar al cincuenta por ciento la cantidad exportada, para
beneficio del público. Porque, cuando la tela es cara, otras naciones las manufacturan y
sabemos que no tienen in destreza ni materias primas para hacerlas; pero cuando por la
baja del precio los echamos fuera de esta actividad y así, con el tiempo, obtenemos nuestro
precio alto de nuevo, entonces también usan su remedio anterior, de tal manera que por
estas alternativas aprendemos que es en vano esperar una renta mayor de nuestros efectos
de lo que lo permiten sus condiciones, sino que más bien nos importa aplicar nuestros
esfuerzos en estas ocasiones con cuidado y diligencia, para favorecernos lo mejor que
podamos, haciendo nuestras telas y otras manufacturas sin dolo, lo que aumentará su
estimación y uso.

4. El valor de nuestras exportaciones puede subir mucho, igualmente, cuando las llevemos a
cabo nosotros mismos en nuestros propios barcos, porque entonces ganamos no solamente
el precio de nuestros efectos en lo que valen aquí, sino también la ganancia del comerciante,
los gastos de seguros y del flete de transporte marítimo. Así, por ejemplo, si los
comerciantes italianos vienen aquí en sus propias naves a sacar nuestra grano, nuestros
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 6

arenques ahumados y otros productos semejantes, en este caso el reino tendrá


ordinariamente sólo 25 chelines por arroba de trigo y 20 chelines por barril de arenques
ahumados, mientras que si nosotros transportamos estas mercancías a Italia por los precios
mencionados, es probable que obtengamos cincuenta chelines por el primero y cuarenta por
el último, lo que es una gran diferencia en las ventas o salidas de las existencias del reino y,
aunque es verdad que el comercio debe ser libre para los extranjeros para que traigan y
lleven lo que gusten, con todo, aun así, en algunos lugares la exportación de vituallas y
municiones es, ya sea prohibida o cuando menos limitada, para que la practiquen
únicamente el pueblo y las naves de los lugares donde se producen.

5. El gasto frugal de nuestra riqueza natural puede, igualmente, aumentar mucho


anualmente lo que es susceptible de exportarse y si en nuestro propio vestido somos
despilfarradores, seámoslo, a lo menos, con nuestras propias materias primas y
manufacturas, como telas, encajes, bordados, calados y otros semejantes, en los que el
exceso del rico puede ser el empleo del pobre, cuyos trabajos, serían, sin embargo, más
provechosos para la república si fueran hechos para el consumo de los extranjeros.

6. La pesca en los mares de Su Majestad en Inglaterra, Escocia e Irlanda, es nuestra riqueza


natural y únicamente costará trabajo, que los holandeses emplean de buen grado,
obteniendo un gran provecho anual para sí mismos y abasteciendo muchos países de la
cristiandad con nuestra pesca, por lo cual son recompensados y satisfacen sus necesidades
tanto de efectos extranjeros como de dinero, además de la multitud de marineros y naves
que de esta manera se sostienen, acerca de lo cual podría hacerse una extensa disertación
para aplicar el manejo particular de este importante negocio. También nuestros criaderos de
peces en Nueva Inglaterra, Virginia, Groenlandia, las Islas Summer y Terranova son de
naturaleza semejante, y proporcionan mucha riqueza y ocupación para sostener un gran
número de pobres y para aumentar nuestro declinante comercio.

7. Un mercado o almacén para maíz, añil, especias, seda cruda, algodón en rama del
extranjero o cualquier otro artículo de cualquier clase que se importe, y exportándolos de
nuevo a donde sean solicitados, aumentará la navegación, el comercio, la riqueza y los
derechos aduanales del rey; movimiento de comercio que ha sido el principal medio del
progreso de Venecia, Génova, los Países Bajos y algunos otros, y para este propósito
Inglaterra está situada holgadamente, sin necesitar para llegar a buen fin esta actuación más
que su diligencia y su empeño.

8. También debemos estimar y fomentar aquellos tráficos que tenemos en países remotos o
distantes, puesto que además del aumento que trae en la navegación y en marineros,
también los efectos enviados allá y recibidos de allí son mucho más productivos para el reino
que nuestro tráfico cercano y a la mano. Como ejemplo supongamos que la pimienta valga
aquí dos chelines la libra permanentemente; si entonces fuera llevada por los holandeses a
Amsterdam, el comerciante puede pagar allí veinte peniques por la libra y tener buena
ganancia en la transacción; pero si trae esta pimienta de las Indias Orientales, no debe dar
más de tres peniques a lo sumo por libra, lo que es una gran ganancia, no sólo en la parte
que empleamos en nuestro propio consumo, sino que también de la gran cantidad que
transportamos (de aquí) anualmente a otras diversas naciones para venderlas a un precio
más alto. Por este medio aparece con toda claridad que hacemos con ventaja un mayor
acopio de estas mercancías indias, que el que hacen las naciones en donde crece y a las
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 7

cuales propiamente pertenecen, puesto que es la riqueza natural de esos países. Pero para
un mejor entendimiento de este punto debemos siempre distinguir entre la ganancia del reino
y la ganancia del comerciante, pues aunque el reino no pague por esta pimienta más de lo
que se ha supuesto antes, como por ninguna otra mercancía comprada en comarcas
extranjeras más de lo que el extranjero recibe de nosotros por la misma, sin embargo, el
comerciante paga, no solamente ese precio sino también fletes, seguros, derechos de
aduanas y otras cargas que son muy elevadas en estos lejanos viajes; pero no obstante todo
esto, en la cuenta del reino se verifican ajustes entre nosotros mismos sin sacrificio del
patrimonio del reino, que bien considerado, con el apoyo también de nuestros artículos de
comercio en nuestros mejores embarques a Italia, Francia, Turquía, los Países Orientales y
otras comarcas, el transportar y dar salida a los efectos que traemos anualmente de las
Indias Orientales puede muy bien estimular nuestros mayores esfuerzos para sostener y
engrandecer este grande y noble negocio, que tanto interesa a la riqueza, a la fuerza y a la
felicidad públicas. Tampoco hay menor honor y discernimiento en enriquecerse (de esta
manera) con las mercancías de otras naciones, que por un aumento laborioso de nuestros
propios recursos, especialmente cuando estos últimos progresan por el beneficio de los
antes mencionados, como hemos descubierto en las Indias Orientales, por la venta de
mucha de nuestra quincalla, telas, plomo y otros efectos, la salida de los cuales de día en
día aumenta en aquellos países que antes no consumían nuestros productos.

9. Será muy provechoso exportar dinero así como mercancías; pues haciéndose esto en
intercambio solamente, aumentará nuestra riqueza; pero acerca de esto escribo más
extensamente en el próximo capítulo, a fin de demostrarlo plenamente.

10. Sería buena política y de resultados provechosos para el estado el permitir que las
manufacturas fabricadas con materiales extranjeros, como terciopelos y varias otras como
sedas en bruto, panas, sedas torcidas y otros productos semejantes sean exportadas libres
de impuestos aduanales; así se emplearía un gran número de indigentes con un incremento
anual de valor de nuestras mercancías remitidas a otros países y motivaría (con este
propósito) que se introdujeran más materias primas extranjeras, con el mejoramiento
consiguiente de los impuestos aduanales de Su Majestad: Recordaré aquí un aumento
notable de nuestra manufactura de tejidos y torcidos, únicamente de seda en bruto
extranjera, que de acuerdo con mis conocimientos en los últimos 35 años no empleaba más
de 300 personas en la ciudad y suburbios de Londres, en tanto que al presente da ocupación
a más de 1,400 almas, como después de cuidadosa investigación han sido verídicamente
informados los comisionados comerciales de Su Majestad. Y es cierto que si dichos artículos
extranjeros pudieran exportarse de aquí libres de impuesto aduanal, esta manufactura
aumentaría mucho todavía, decreciendo con la misma rapidez en Italia y en los Países
Bajos; pero si cualquiera alegara el proverbio holandés “vive y deja que los demás vivan”,
contestaría que los holandeses, a pesar de su propio proverbio, no solamente en estos
reinos sino también en otros países extranjeros en que practicamos el comercio (y donde
tienen poder), usurpan nuestros medios de vida y nos obstruccionan y destruyen nuestra
manera legal de vivir, quitándonos así el pan de todos los días, lo que nunca evitaremos
arrancándoles el bocado de la boca como hemos hecho muchos de nosotros en los últimos
años, con gran perjuicio y deshonra de esta famosa nación, cuando debiéramos más bien
imitar los tiempos antiguos tomando medidas sobrias y dignas, que fueran más agradables a
Dios y más apropiadas a nuestra antigua reputación.
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 8

11. También es necesario no cargar los artículos nacionales con impuestos aduanales
demasiado altos a fin de que, encareciéndolos para el consumo extranjero, no vayamos a
estorbar su venta. Especialmente deben favorecerse los artículos extranjeros que se traen
para ser transportados nuevamente pues de otra manera esa clase de tráfico (tan importante
para el bien de la república) no puede prosperar ni subsistir. Pero el consumo de estos
artículos extranjeros en el Dominio puede gravarse más, resultando en provecho para el país
y para la balanza de comercio y permitiendo así también al rey guardar más de los ingresos
anuales; acerca de este particular me propongo escribir con más extensión en lugar
adecuado, donde demostraré cuánto dinero puede atesorar convenientemente un príncipe,
sin perjuicio de sus súbditos.

12. Por último, en todas las cosas debemos de tratar de sacar todas las ventajas posibles, ya
se trate de cosas naturales o artificiales y puesto que la gente que vive de los oficios es
mucho más numerosa que los que son dueños de los frutos, debemos lo más
cuidadosamente posible sostener esos esfuerzos de la multitud, en los que consiste el mayor
vigor y riqueza tanto del rey como del reino, puesto que donde la población es numerosa y
las manufacturas buenas, el comercio debe ser grande y el país rico. Los italianos emplean
un mayor número de gente y obtienen más dinero por su industria y manufacturas de sedas
brutas del reino de Sicilia, de lo que el rey de España y sus súbditos tienen de las rentas de
estas ricas mercancías; pero ¿para qué necesitamos traer ejemplos de lejos cuando
sabemos que nuestros propios productos naturales no nos producen tanto beneficio como
nuestras industrias? Es por esto por lo que el mineral de hierro en las minas no es de gran
valor cuando se le compara con el empleo y ventaja que da el excavarlo, ensayarlo,
transportarlos, comprarlo, venderlo, fundirlo en cañones, mosquetes y muchos otros
instrumentos de guerra, ofensivos y defensivos; forjarlo en anclas, cerrojos, alcayatas, clavos
y otras cosas semejantes para el uso de embarcaciones, casas, carros, coches, arados y
otros instrumentos de labranza. Compárece nuestro vellón con nuestras telas que requieren
la trasquila, el lavado, el cardado, el hilado, el tejido, el bataneo, el teñido, el aderezo y otros
arreglos, y encontraremos que estas manufacturas son más provechosas que la riqueza
natural, de lo cual podría mencionar otros ejemplos, pero no seré más tedioso, pues si me
extendiera acerca de estos y otros detalles ya descritos podría encontrar tema suficiente
para hacer un gran volumen; pero mi deseo siempre es probar lo que sostengo con
brevedad y claridad.

Capítulo IV

La exportación de nuestra moneda en cambio de mercancías es un medio de aumentar


nuestra riqueza.

Esta actitud es tan contraria a la opinión común, que requerirá muchos y poderosos
argumentos para probarla antes de que pueda ser aceptada por la multitud que
amargamente protesta cuando ve cualquiera cantidad de dinero transportada fuera del reino,
afirmando por esa razón que hemos perdido absolutamente esa cantidad de riqueza y que
este es un acto que va directamente en contra de las leyes observadas por mucho tiempo,
hechas y confirmadas por la sabiduría de este reino en la alta corte del Parlamento y que
muchos países, y aun España misma, que es la fuente del dinero, prohibe su exportación
exceptuando solamente algunos casos, a todo lo cual puedo contestar que Venecia,
Florencia, Génova, los Países Bajos y otros varios países lo permiten y su pueblo lo aplaude,
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 9

encontrando gran beneficio en ello; pero todo esto hace mucho ruido y no demuestra nada,
por lo que debemos mencionar las razones que se refieren al asunto a discusión.

Primero convendré en lo que ningún hombre juicioso negará: que no tenemos otros medios
para conseguir riqueza sino el comercio exterior, pues no tenemos minas que nos la
proporcionen, y ya he explicado cómo este dinero se obtiene en el manejo de nuestros dicho
comercio, que se hace procurando que nuestros artículos que se exportan anualmente
superen en valor al de los artículos extranjeros que consumimos, de suerte que solamente
falta demostrar cómo nuestra moneda puede agregarse a nuestras mercancías para que sea
exportada junto con ellas y pueda aumentar nuestra riqueza en otro tanto.

Ya hemos supuesto que nuestro consumo anual de artículos extranjeros sea por valor de
dos millones de libras esterlinas y que nuestras exportaciones lo exceden en doscientas mil
libras esterlinas, suma que, por lo tanto, hemos sostenido nos es traída en riqueza para
equilibrar nuestras cuentas. Pero si ahora agregamos trescientas mil libras esterlinas más en
efectivo a nuestra anteriores exportaciones de mercancías (algunos se preguntarán), qué
provecho obtendremos, aunque por estos medios traigamos en dinero efectivo más de lo
que traíamos antes, viendo que hemos exportado el mismo valor.

A esto la contestación es que cuando hemos preparado nuestras exportaciones de


mercancías y hemos dado salida a otro tanto de cada cosa como podamos disponer o
vender en el extranjero, no se afirma, como consecuencia, que entonces debamos agregar
nuestro dinero para que entre más inmediatamente, sino más bien que primero debemos
aumentar nuestro comercio permitiéndonos traer más artículos extranjeros, los cuales siendo
exportados nuevamente traerán, a su tiempo, un gran aumento de nuestra riqueza.

Pues aunque de esta manera efectivamente multipliquemos cada año nuestras


importaciones para el sostenimiento de más navíos y marineros y para el mejoramiento de
los derechos aduanales de Su Majestad y otros beneficios, sin embargo, nuestro consumo
de esos artículos extranjeros no es mayor de lo que ya era antes, de tal manera que dicho
incremento de mercancías importadas por medio de nuestro dinero efectivo remitido al
exterior, como se asienta antes, a fin de cuentas viene a ser una exportación a nuestro favor,
de mucho mayor valor del que tenía nuestro dinero, lo que se demuestra por las tres
diferentes ejemplos siguientes:

1. Supongamos que se envíen en nuestros navíos 100,000 libras esterlinas a los Países
Orientales para comparar en ellos cien mil arrobas de trigo y transportarlo a bordo de
nuestros navíos, el cual, traído después a Inglaterra y almacenado para exportarlo en el
momento más oportuno para venderlo en España o en Italia, no puede producir menos en
esos lugares de doscientas mil libras, para provecho del comerciante, con lo que vemos que
por medio de esta maniobra el reino ha duplicado su riqueza.

2. Una vez más, este provecho será mucho más grande cuando trafiquemos de esta manera
con países remotos, como, por ejemplo, si enviamos cien mil libras esterlinas a las Indias
Orientales para comprar allí pimienta y traerla acá y de aquí enviarla a Italia o Turquía, debe
producir setecientas mil libras esterlinas cuando menos en esos lugares, en razón a las
excesivas cargas que los comerciantes pagan en esos largos viajes por flete, salarios,
vituallas, seguros, intereses, derechos aduanales, impuestos y otros semejantes, todos los
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 10

cuales, sin embargo, van a dar al rey y al reino.

3. Pero cuando los viajes son cortos y los artículos valiosos y, por lo tanto, no se emplea
mucho en transporte, las ganancias serán mucho menores, como cuando otras cien mil
libras esterlinas se empleen en Turquía en sedas sin labrar y sean traídas aquí para después
ser transportadas a Francia, los Países Bajos o Alemania: el comerciante tendrá buena
ganancia aunque lo venda en esos lugares solamente en ciento cincuenta mil libras
esterlinas y así considerando los viajes en conjunto, en su término medio, el dinero
exportado nos será devuelto más que triplicado. Pero si alguien objetara aún que estas
ganancias las obtendremos en artículos y no realmente en dinero, como se le dió salida, la
contestación (sosteniendo nuestra primera opinión) es que si nuestro consumo de artículos
extranjeros no fuere anualmente más de lo que ya se supone y que nuestra exportación sea
aumentada tanto por esta manera de comerciar con dinero efectivo como se dice antes, no
es posible entonces sino que toda la diferencia o ventaja deba devolvérsenos ya sea en
dinero o en aquellos artículos que debamos exportar nuevamente, lo que, como ya se ha
demostrado convincentemente, será aun un medio más grande de aumentar nuestra
riqueza.

Porque sucede con el patrimonio del reino como con la hacienda de un particular, que
teniendo almacén de artículos no dice sin embargo que no se arriesgará o traficará con su
dinero (pues esto sería ridículo), sino que también lo convierte en mercancías, con lo que
multiplica su dinero y así, por un continuo y ordenado cambio de uno a otra, se enriquece y
cuando le conviene convierte todas sus propiedades en tesoros, porque los que tienen
mercancías no padecerán falta de dinero.

Tampoco se dice que el dinero es la vida del comercio, como si no pudiera subsistir sin él,
supuesto que sabemos que existía un gran intercambio por medio del trueque o cambio,
cuando existía poco dinero en movimiento en el mundo. Los italianos y algunas otras
naciones tienen tales remedios contra esta carencia, que no puede ni decaer ni embarazar
su comercio, pues hacen transferencias de cuentas de deudor y tienen bancos, tanto
públicos como privados, en los cuales registran diariamente los créditos de unos contra los
otros por grandes sumas, con facilidad y satisfactoriamente, sólo con anotaciones, en tanto
que al mismo tiempo el grueso del dinero que dio nacimiento a estos créditos se emplea en
el comercio exterior como una mercancía, y por dichos medios tiene muy pocos usos el
dinero en estos países, aparte de para sus gastos ordinarios. En consecuencia, no es el
conservar nuestro dinero en el reino, sino la necesidad y empleo de nuestras mercancías en
los países extranjeros, y nuestra necesidad de sus productos lo que origina su salida y
consumo en todas partes y lo que hace un rápido y extenso comercio. Si alguna vez fuimos
pobres y ahora hemos logrado alguna acumulación de dinero por el comercio con la
determinación de conservarlos quieto en el reino, ¿ocasionaría esto que otras naciones
empleen más de nuestras mercancías de lo que lo han hecho con anterioridad, por lo que
podamos decir que nuestro comercio es acelerado y aumentado? No, ciertamente no
producirá tan buen resultado, sino que más bien, con las alteraciones del tiempo por sus
verdaderas causas, podemos esperar lo contrario, pues todo el mundo está conforme en que
la abundancia de dinero en un reino hace los artículos domésticos más caros, lo que, como
es en provecho de las rentas de algunos particulares, va directamente en contra del
beneficio del público en la cantidad del comercio, pues como la abundancia de dinero hace
los artículos más caros, así los artículos caros disminuyen en uso y consumo, como ya se ha
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 11

demostrado ampliamente en el último capítulo, que trata circunstanciadamente de nuestras


telas. Aunque esta es una lección muy difícil para que la entiendan algunos grandes
terratenientes, sin embargo, estoy seguro de que es una lección verídica que debe ser
observada por todo el país, a menos que cuando hayamos logrado alguna acumulación de
dinero por el comercio, lo perdamos de nuevo por no traficar con nuestro dinero. Conocí en
Italia un príncipe (de gran fama), Fernando I, Gran Duque de Toscana, que siendo hombre
rico en tesoros, trataba de aumentar con esto su comercio, girando a sus dependientes
grandes sumas de dinero con muy pequeña ganancia y yo mismo obtuve de él cuarenta mil
coronas gratis por todo un año, porque sabía que las remitiría inmediatamente en efectivo a
diversas regiones de Turquía para ser empleadas en artículos para sus países, estando
seguro de que en este proceso de cambio volvería nuevamente (como dice el proverbio
antiguo) con un pato en la boca, es decir, que como el perro de caza volvería con la presa,
cumpliendo con mi compromiso. Este noble e industrioso príncipe aumentó tanto la práctica
de esto, por su interés y diligencia en fomentar y favorecer a los comerciantes en sus
transacciones, que difícilmente existe un noble o caballero en todos sus dominios que no
comercie por sí mismo o en sociedad con otros, de donde ha resultado que en estos últimos
treinta años el comercio en su puerto de Liorna ha aumentado tanto que de una pequeña y
pobre aldea (como yo mismo la conocí) ha llegado a ser ahora una hermosa e importante
ciudad, y uno de los más famosos lugares comerciales de toda la cristiandad, y es tan
valiosa nuestra observación que la multitud de barcos y artículos que llegan, ya sea de
Inglaterra, los Países Bajos u otras comarcas tienen pocos o ningunos medios para hacer
sus pagos allí como no sea en dinero efectivo, el cual pueden llevar y de hecho lo llevan sin
restricción en todo tiempo, para ventaja increíble de dicho gran Duque de Toscana y sus
súbditos, quienes se enriquecen mucho por el gran concurso continuo de comerciantes de
todos los estados y de los príncipes vecinos, que les traen mucho dinero diariamente para
satisfacer sus necesidades de las mercancías mencionadas. De esta manera vemos cómo la
corriente de mercancías que ocasiona su tesoro, se convierte en un río abundante que los
llena de dinero nuevamente en mayor proporción.

Hay aún una o dos objeciones tan débiles como todas las demás; estas son que si
comerciamos con nuestro dinero exportaremos menos mercancías, como si alguien dijera
que aquellos países que han tenido oportunidad hasta ahora de consumir nuestras telas,
nuestro plomo, nuestra hojalata, nuestro pescado y otros productos semejantes, harán ahora
uso de nuestro dinero en vez de esas mercancías, lo que sería extremadamente absurdo
afirmar, o que los comerciantes deberían mejor no exportar artículos de los cuales se espera
siempre alguna ganancia, que exportar dinero que siempre es permanente y el mismo, sin
ningún incremento.

Pero, por el contrario, hay muchos países que pueden darnos muy provechosas ganancias
por nuestro dinero, que de otra manera no nos proporcionarían ningún comercio, porque no
consumen nuestros artículos, como por ejemplo las Indias Orientales, aunque lo importante
es comenzar, pues desde hace tiempo con laboriosidad en nuestro tráfico con esas naciones
las hemos acostumbrado al uso de mucho de nuestro plomo, tela, quincalla y otros objetos,
que es un buen agregado a la venta anterior de nuestras mercancías.

Todavía algunos han alegado que esos países que permiten que se saque dinero lo hacen
porque tienen pocos, o carecen del todo, de artículos con que comerciar, a más de aquél,
pero que nosotros tenemos grandes existencias de mercancías y, en consecuencia, sus
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 12

prácticas no deben de servirnos de ejemplo.

A esto la respuesta es, en pocas palabras, que si tenemos tal cantidad de artículos que nos
provee ampliamente de todas las cosas que necesitamos de ultramar, ¿por qué hemos de
dudar entonces que nuestro dinero enviado en tráfico, no deba necesariamente regresar de
nuevo en riqueza, junto con las grandes ganancias que de esa manera nos puede procurar,
como se ha afirmado antes? Y, por otra parte, si las naciones que exportan su dinero lo
hacen porque tienen solamente pocos artículos propios, ¿cómo llegan entonces a tener tanta
riqueza como se ve siempre en esos lugares que permiten libremente su exportación en todo
tiempo y por cualquiera? A lo que contesto: también por traficar con su dinero, pues ¿por
qué otros medios pueden obtenerlo si no tienen minas de oro o de plata?

Así vemos claramente que cuando este importante asunto es debidamente meditado en los
fines que persigue, como deben ser bien pensadas todas las acciones humanas, se llega a
resultados completamente opuestos a lo que la mayoría de la gente cree acerca de él,
porque no investigan más allá del comienzo de la obra, lo que informa equivocadamente su
criterio y los conduce a errores. Así, si contemplamos los actos de un labrador en la siembra,
cuando arroja el grano abundante y bueno en la tierra, lo tomamos más bien por un loco que
por un labrador, pero cuando pensamos en su tarea en la época de la cosecha, que es el
final de sus esfuerzos, descubrimos el mérito y pingüe producto de sus actos.

Capítulo V

El comercio exterior es el único medio de mejorar el precio de nuestras tierras.

Es un aserto común que la abundancia o la escasez de dinero hace a todas las cosas caras,
o buenas, o baratas; y este dinero es ya sea ganado o perdido en el comercio exterior por el
exceso o defecto del saldo del mismo, como ya lo he expuesto. Ahora falta que distinga la
aparente abundancia de dinero de la que es sustancial y capaz de desempeñar el trabajo,
pues hay varios métodos y maneras por los cuales procurar la abundancia de dinero en un
reino, los cuales no enriquecen sino que más bien lo empobrecen, por los diversos
inconvenientes que siempre acompañan tales alteraciones.

Primeramente, si fundimos nuestras vajillas de plata u oro para convertirlas en moneda (lo
que no es apropiado a la majestad de tan gran reino, excepto en casos de gran necesidad),
producirá abundancia de dinero por cierto tiempo; sin embargo, no seremos más ricos sino
que más bien alterándose así esta riqueza, se le hace más apta para ser sacada del reino, si
excedemos nuestras posibilidades por demasía de mercancías extranjeras, o sostenemos
una guerra por mar o tierra, en la cual no alimentemos ni vistamos a nuestros soldados ni
abastezcamos al ejército con nuestras provisiones locales, trastornos con los cuales nuestro
tesoro se extinguirá pronto.

Por otra parte, si pensamos almacenar dinero tolerando que circulen monedas extranjeras a
tipos más altos que su valor intrínseco comparado con nuestra moneda legal, adulterando o
encareciendo nuestro propio dinero, todo esto tiene varios inconvenientes y dificultades (que
más adelante explicaré); pero admitiendo que de esta manera puede traerse al reino una
gran cantidad de dinero, sin embargo, no seríamos más ricos ni semejante capital así
obtenido puede durarnos, supuesto que si un extranjero o un comerciante inglés traen este
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 13

dinero, deben hacerlo por razones importantes, bien sea por artículos ya exportados o para
ser exportados después, lo cual no nos favorece en nada, excepto cuando las circunstancias
desventajosas de excesivo consumo o de guerra antes mencionadas, que agotan nuestro
capital hayan sido alejadas pues, en otros términos, lo que un hombre trajo como ganancia,
otro estará forzado a sacarlo por necesidad, ya que siempre será preciso equilibrar nuestras
cuentas con el extranjero, aunque se haga con pérdida en el valor del dinero y aun por
confiscación, si es interceptado por la ley.

La conclusión de este tema es, brevemente, la siguiente: que como el capital que es traído al
reino por la balanza de nuestro comercio exterior es el único que permanece con nosotros y
por el cual nos enriquecemos, así por este excedente de dinero obtenido de esta manera (y
no de otra), mejoran nuestras tierras, pues cuando el comerciante tiene una buena remesa
para ultramar para sus telas u otros artículos, luego vuelve y acapara una cantidad mayor, lo
que eleva el precio de nuestras lanas y otras mercancías y consecuentemente mejora las
rentas de los propietarios, puesto que los arriendos expiran diariamente y también por este
medio se gana dinero y se trae más abundantemente al reino, capacitando a muchos para
comprar tierras, haciéndolas más caras. Pero si nuestro comercio exterior llegara a
detenerse o declinara por descuido en nuestra patria o por daños causados en el exterior,
resultaría que los comerciantes se empobrecerían y como resultado de ellos los artículos del
reino tendrían menor salida, cesando entonces todos los beneficios mencionados, y
disminuirían de precio diariamente nuestras tierras.

Capítulo VI

El tesoro español no puede vedarse a otros reinos por ninguna prohibición hecha en España.

Todas las minas de oro y plata que se han descubierto hasta la actualidad en los diversos
lugares del mundo no son de tan gran valor como las de las Indias Occidentales, que están
en posesión del rey de España, quien por medio de ellas están en posesión del rey de
España, quien por medio de ellas está en condiciones no sólo de mantener sojuzgados
muchos estados y provincias hermosas en Italia y en otras partes (que, de otra manera,
pronto dejarían de obedecerle), sino que también, aprovechándose de una guerra continua,
engrandece aún más sus dominios, aspirando ambiciosamente a un imperio por el poder de
su dinero, que es el nervio mismo de su fuerza y que se encuentra dispersado en varios
países muy alejados y sin embargo unidos de esta manera, y tiene abastecidas sus
necesidades de mercancía de guerra y paz de todos los lugares de la cristiandad de manera
abundante, que por lo tanto de esta suerte son participantes de su tesoro por los
requerimientos del comercio. Por esta razón la política española ha tratado siempre de evitar
a todas las otras naciones, lo más que ha podido, descubrir que España es demasiado pobre
y estéril para abastecerse a sí misma y a las Indias Occidentales con esa variedad de
artículos extranjeros que tanto necesitan, y saben bien que cuando sus mercancías
domésticas escasean para este objeto, su dinero debe servirle para equilibrar la cuenta, en
lo cual encuentra una ventaja increíble al agregar el tráfico de las Indias Orientales al tesoro
de las Occidentales, porque empleándose este último en aquel tráfico, acumula
grandemente ricas mercancías para comerciar con todas las partes de la cristiandad a
cambio de sus artículos y así satisfacer sus propias necesidades evitando que otros se
lleven su dinero, lo que es un asunto de estado, pues consideran menos peligroso dar
participación a las Indias remotas que a sus príncipes vecinos, poniéndolos en condiciones
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 14

ventajosas para resistir (y aun para atacar) a sus enemigos.

Esta política española en contra de los demás es tanto más notable cuanto que resulta
igualmente para su propia ventaja, pues cada real de a ocho que envían a las Indias
Orientales traía a la madre patria mercancías suficientes para ahorrarle (cuando menos) el
desembolso de cinco reales de a ocho aquí en Europa, con sus vecinos, especialmente en
tiempos en que ese comercio estaba únicamente en sus manos; pero ahora carecen de esta
gran ganancia, y los ingleses, los holandeses y otros se quitaron esa pérdida y participan en
ese comercio con las Indias Orientales tan abundantemente como los súbditos españoles.

Hay que considerar, además, que, aparte de la incapacidad de los españoles para proveerse
de mercancías extranjeras para sus necesidades con sus mercancías nativas (se ven
obligados a satisfacer esta carencia con dinero), tienen igualmente la enfermedad de la
guerra, que gasta enormemente su tesoro y lo desparrama, en la cristiandad, aun entre sus
enemigos, parte como represalia, aunque especialmente por el sostenimiento necesario de
esos ejércitos que están compuestos por extranjeros y que están a tan gran distancia que no
los pueden alimentar ni vestir ni de ninguna manera proveer con sus productos y provisiones
nacionales y deben recibir este alivio de otras naciones; clase de guerra que es muy
diferente de la que un príncipe hace en sus propios confines o en sus naves en el mar, en
las cuales el soldado que recibe dinero por sus pagas, debe gastarlo diariamente de nuevo
en necesidades, con lo que el tesoro del reino permanece inmóvil aunque se gaste el del rey;
pero vemos que el español (confiado en el poder de su tesoro) emprende guerras en
Alemania y en otros lugares remotos, que bien pronto empobrecerán de todo su capital al
más rico reino de la cristiandad y la carencia resultante traerá inmediatamente desorden y
confusión en los ejércitos, como acontece algunas veces a España misma, que tiene la
fuente del dinero, cuando ésta es detenida en su curso por la fuerza de sus enemigos o
cuando se gasta más de prisa de lo que mana, con lo que así mismo vemos que
frecuentemente el oro y la plata es tan escaso en España que se ven forzados a usar
monedas de apoyo de cobre, causando gran confusión en su comercio y no sin la ruina
también de mucho de su propio pueblo.

Ahora que hemos visto los casos en que el tesoro español se dispersa en tantos lugares del
mundo, descubramos también cómo y en qué proporción cada país disfruta de estos dineros,
pues hemos visto que Turquía y varias otras naciones tienen una gran abundancia de él,
aunque no sostengan comercio con España, lo que parece contradecir el primer argumento,
por el que sostenemos que esta riqueza se sostiene por una necesidad del comercio; pero
para aclarar este punto debemos saber que todas las naciones (que no tienen minas
propias) se enriquecen con oro y plata por este único e idéntico recurso que es, como ya se
ha demostrado, el equilibrio de su comercio exterior, aunque no sea estrictamente forzoso
que se practique en aquellos países donde está la fuente de la riqueza, sino más bien con el
método y reflexión que ya se ha dicho. Supongamos que Inglaterra, comerciando con
España, gana y trae a la madre patria quinientos mil reales de a 8 anualmente; si perdemos
otro tanto por nuestro comercio en Turquía y en consecuencia tenemos que llevar el dinero
allí, no son entonces los ingleses sino los turcos los que han ganado esta riqueza, aunque
no tengan comercio con España, de donde fué primeramente traído. Aun más, si Inglaterra,
habiendo de esta manera perdido con Turquía, gana, sin embargo, el doble con Francia,
Italia y otros clientes de su comercio general, entonces quedarán quinientos mil reales de a
ocho de ganancia líquida por la balanza de su comercio, y esta comparación es válida entre
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 15

otras naciones, tanto por la manera de ganar como por la proporción de la ganancia anual.

Pero si se hiciera aún la pregunta de si todas las otras naciones obtienen riqueza y España
solamente pierde, contestaría negativamente, pues algunos países por las guerras o por
excesos pierden lo que han ganado, de la misma manera que España por las guerras y la
carencia de artículos pierde lo que fue su propia ganancia.

Capítulo VII

Diversidad de beneficios del comercio exterior.

En el desarrollo del comercio exterior hay tres clases de ganancias, la primera es la de la


república, la cual puede obtenerse cuando el comerciante (que es el principal agente de ella)
pierde. La segunda es la ganancia del comerciante, quien a veces la obtiene justa y
rectamente, aunque la república resulte perdiendo. La tercera es la ganancia del rey, de la
cual siempre está seguro, aunque tanto la república como el comerciante pierdan.

Con relación al primero de estos casos, ya hemos mostrado ampliamente los métodos y
medios por los cuales una república puede enriquecerse en el proceso del comercio, por lo
que es innecesario hacer más repeticiones aquí; solamente afirmo ahora que tal felicidad
puede existir en la república aun cuando el comerciante en lo particular no tenga ocasión de
regocijarse. Así, por ejemplo, supongamos que la Compañía de las Indias Orientales remite
cien mil libras esterlinas a las Indias Orientales y recibe en la madre patria a cambio de ellas
un valor total de trescientas mil libras, de lo cual es evidente que esta parte de la república
es triplicada y sin embargo puedo audazmente decir y comprobar bien que dicha compañía
de comerciantes perderá cuando menos cincuenta mil libras por esa contingencia, si el pago
se hace en especias, índigo, percal, salitre refinado y otras mercancías voluminosas en sus
respectivas proporciones, de acuerdo con su salida y empleo en esos países de Europa,
porque el flete de los navíos, el seguro del riesgo, los pagos de los agentes en el extranjero y
de los empleados en la patria, el sostenimiento de las existencias, las aduanas de su
Majestad y los impuestos, con otros pequeños gastos incidentales, no pueden ser menos de
doscientas cincuenta mil libras esterlinas, lo que agregado al capital, produce la pérdida
indicada. Así vemos que no sólo el reino sino también el rey por sus aduanas e impuestos
pueden evidentemente ganar, aun cuando el comerciante, sin embargo, pierda
grandemente, lo que nos da una buena oportunidad aquí para meditar cuánto más se
enriquece el reino por este noble comercio cuando todo sucede tan felizmente que el
comerciante gane así como el rey y el reino.

En seguida afirmo que un comerciante, por sus esfuerzos laudables, puede para ventaja
suya, tanto llevar como traer mercancías vendiéndolas y comprándolas con buen provecho,
lo cual es el propósito de sus tareas, cuando, sin embargo, la república puede declinar y
empobrecerse por desórdenes públicos, cuando por orgullo y otros excesos consuma más
artículos extranjeros en valor que lo que la riqueza del reino puede satisfacer y pagar con la
exportación de nuestras propias mercancías, lo que es la característica del despilfarrador
que gasta más de lo que le permiten sus medios.

Por último, el rey está siempre seguro de ganar por el comercio, cuando tanto el país como
el comerciante pierden cada uno por su parte, como se dice antes, o juntamente, como
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 16

puede y de hecho a veces sucede cuando en un momento dado nuestras mercancías son
superadas por las mercancías extranjeras consumidas, y que el éxito del comerciante resulta
no ser mejor de lo que ya se dijo.

Pero aquí no debemos tomar la ganancia del rey en su sentido lato, porque de esa manera
podríamos afirmar que Su Majestad debe ganar aunque la mitad del comercio del reino se
pierda; supondremos más bien que aunque todo el comercio del país por las exportaciones y
las importaciones resultara ser aproximadamente de un valor anual de cuatro millones y
medio de libras esterlinas, sin embargo, puede incrementarse doscientas mil libras esterlinas
más per annum por la importación y consumo de artículos extranjeros. De esta manera
sabemos que el rey ganará aproximadamente veinte mil libras, pero la república perderá el
total de las doscientas mil libras así gastadas de más. El comerciante puede perder también
cuando el intercambio crezca de esta manera para provecho del rey, quien, sin embargo,
seguramente tendrá en último término una gran pérdida; si no evita este proceso
improductivo que empobrecerá a sus súbditos.

Capítulo VIII

El rebajamiento de nuestra moneda no puede enriquecer al reino con tesoros, ni impedir de


esa manera su exportación.

Hay tres medios por los cuales se altera comúnmente la moneda de un reino. El primero
consiste en que a las monedas en sus diversas denominaciones, se les hace circular con
más o menos libras, chelines o peniques que antes. La segunda consiste en alterar dichas
monedas en su peso y que sin embargo continúen en circulación a los valores anteriores. La
tercera consiste en que la unidad de moneda es, ya sea rebajada o aumentada en su ley de
oro o de plata y sin embargo la moneda continúa en su valor primitivo.

En todo caso de carencia o abundancia de dinero en el reino, siempre encontramos gente


que, usando su ingenio como remedio para suplir la primera y conservar la última, acaban
finalmente por alterar las monedas, pues, según dicen, el alza de la moneda ocasionará que
se traiga al reino de diversos lugares por la esperanza de la ganancia, y la rebaja de las
monedas en su ley o peso las conservará en el país por temor a una pérdida; pero estos
hombres, complacidos solamente con el principio de este importante negocio, no toman en
cuenta su desarrollo y fin; y a ello debemos especialmente dirigir nuestros pensamientos y
esfuerzos.

Con relación a esto debemos saber que el dinero no es solamente la verdadera medida de
todos nuestros otros recursos del reino, sino también de nuestro comercio exterior con los
extranjeros, y por esta razón debe conservarse exacto y constante para evitar esas
confusiones que siempre acompañan tales alteraciones; pues, primero en la madre patria, si
cambia la medida común, nuestras tierras, contratos, artículos, tanto extranjeros como
domésticos, deben cambiar proporcionalmente y aunque esto se hace no sin muchas
dificultades y peligros para alguna gente, sin embargo, pasa necesariamente en poco
tiempo, pues lo que se estima no es la denominación de nuestras libras, chelines y peniques
sino el valor intrínseco de nuestras monedas, a las cuales tenemos pocas razones para
aumentar más estimación o valor, aunque estuviera en nuestro poder hacerlo, porque esto
sería un servicio especial para España y un acto contrario a nosotros mismos: en carecer la
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 17

mercancía de otro príncipe. Tampoco pueden estos sucesos, que tanto perjudican a los
súbditos, en manera alguna beneficiar al rey, como algunos se imaginan, pues aunque la
rebaja o aligeramiento de toda nuestra moneda traiga un beneficio actual a la casa de
moneda (por una sola vez), sin embargo, todo esto y más se perderá de nuevo en las futuras
rentas importantes de Su Majestad, cuando por este medio tengan que pagarse anualmente
con dinero de menor valor intrínseco que antes. Tampoco puede decirse que toda la pérdida
del reino sea la ganancia del rey, sino que discrepan grandemente, pues todas las
propiedades de la gente (ya sea en contratos, tierras, deudas, artículos o dinero) deben sufrir
proporcionalmente, en tanto que Su Majestad debe tener ganancia solamente sobre tanto
dinero efectivo como pueda ser acabado de acuñar, lo que comparativamente será de muy
poca importancia, porque, aunque los que tienen otros bienes se dice que son en gran
número y que importan cinco o diez mil libras por hombre, más o menos, lo que significa
muchos millones en total, con todo, no son poseedores de esto completa o inmediatamente,
pues sería vanidad, y en contra de su provecho, conservar continuamente en sus manos
más de cuarenta o cincuenta libras esterlinas en una familia para sufragar los gastos
necesarios; el resto debe continuamente pasar de hombre a hombre en intercambio, para su
beneficio, por lo cual podemos concebir que un poco de dinero (siendo la medida de todos
nuestros otros recursos) rige y distribuye grandes negocios diariamente para todos los
hombres, en su justa proporción. Debemos, asimismo, saber que mucha de nuestra moneda
antigua se ha gastado ligeramente y en consecuencia produciría poco o ningún provecho a
la casa de moneda y la ganancia sobre la moneda de alto valor intrínseco ocasionaría que
nuestros vigilantes vecinos se llevaran una gran parte de ella para devolverla
inmediatamente en piezas de nuevo cuño. Tampoco dudamos de que algunos de nuestros
compatriotas se volverían monederos falsos y arriesgarían la horca por este provecho, de tal
manera que Su Majestad, en último término, ganaría poco de tales alteraciones.

Ciertamente, dirán algunos, si Su Majestad aumenta el valor del dinero, grandes cantidades
de metal serán también traídas a la casa de moneda de los países extranjeros, pues hemos
visto por experiencia que la última alza del diez por ciento de nuestro oro, de hecho trajo
grandes cantidades de él, más de lo que estábamos acostumbrados a tener en el reino;
hecho que como no puedo negar, tampoco lo afirmo, que este ora ocasionaba la salida del
total o de la mayor parte de nuestra plata (que no estaba muy gastada o de ley muy baja)
como podemos fácilmente percibir por el uso actual de nuestra moneda en sus respectivas
clases. La razón de este cambio es que nuestra plata no subió de valor en proporción con
nuestro oro, lo que aun hizo ventajoso para los comerciantes el traer las ganancias anuales
del reino en el comercio en oro más bien que en plata.

En segundo lugar, si somos inconstantes en el valor de nuestras monedas y de esa manera


violamos las leyes del comercio exterior, otros príncipes están atentos a estos casos para
alterar su monedas inmediatamente en proporción con nosotros, y en este caso ¿dónde
están nuestras esperanzas? O, si no la alteran, ¿qué podemos esperar de ello? Si el
comerciante extranjero trae sus artículos y encuentra que nuestro dinero ha subido, ¿no
conservará igualmente sus mercancías hasta que las pueda vender caras? Y ¿no subirá el
precio de los cambios de los comerciantes con países extranjeros en proporción con nuestro
dinero? Siendo todo lo cual indudablemente cierto, ¿por qué no puede ser transportado
nuestro dinero fuera del reino también y con tanto provecho después del alza de valor como
antes de la alteración?
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 18

Pero acaso alguien diga todavía que si nuestro dinero sube de valor y el de otros países no,
originaría el que se traigan más lingotes de metal y monedas extranjeras que con
anterioridad. Si esto se hiciera debería ejecutarse ya sea por comerciantes que han
exportado artículos o por comerciantes que se proponen comprar mercancías y es evidente
que ninguno de ellos puede tener ahora más ventaja o beneficio por este artificio del que
hubieran podido tener antes de la alteración del dinero, pues si sus expresados lingotes o
monedas extranjeras vale más que antes en libras esterlinas, chelines o peniques, sin
embargo, ¿qué ganancia obtendrán de esta manera cuando el dinero sea de menor ley o
peso y que, en consecuencia, suban proporcionalmente? Así pues, vemos claramente que
estas innovaciones no son medios recomendables para traer riqueza al reino ni aun para
conservarla en él, cuando la tenemos.

Capítulo IX

El tolerar que circulen monedas extranjeras aquí a tipos más altos que su valor con relación
a nuestra unidad no incrementará nuestra riqueza.

El discreto mercader, que para mejor manejar sus asuntos y sus cambios con letras, de y a
los diversos lugares del mundo donde acostumbra traficar, aprende cuidadosamente la
paridad o valor igual de las monedas, de acuerdo con su peso y ley comparados con nuestro
patrón, está en aptitud de conocer perfectamente la exacta ganancia o pérdida de sus
negocios. No puedo dudar que comerciamos con diversos lugares donde damos salida
anualmente a nuestras mercancías nativas por un alto valor, y, sin embargo, encontramos
pocos o ningún artículo en ellos que se acomoden a nuestro uso, por lo que nos vemos
obligados a recibir nuestros pago s en dinero efectivo, que o bien llevamos a otros países
para convertirlos en artículos que necesitamos, o bien es traído al reino en especie; y
parecería que permitiéndose que circule aquí en pago de valores más altos que su valor en
términos de moneda legal, será traída una gran cantidad de él; pero cuando se tomen en
cuenta debidamente todas las circunstancias de estas operaciones se encontrarán
igualmente tan débiles como las otras para aumentar nuestro tesoro.

En primer lugar, esta tolerancia por sí misma rompe las leyes del intercambio y pronto llevará
a otros príncipes a hacer los mismos actos o peores, en contra de nosotros, frustrando así
nuestras esperanzas.

En segundo lugar, si el dinero es la verdadera medida de todos nuestros otros recursos y se


permite que circule moneda extranjera libremente entre nosotros a tipo mayor que su valor
(comparada con nuestra moneda legal) resulta que la riqueza común no será distribuida
equitativamente cuando se le estime por una falsa medida.

En tercer lugar, si la ventaja entre nuestra moneda y las extranjeras es pequeña, esta traerá
poco a o ninguna riqueza, porque el comerciante importará efectos en los cuales
generalmente tiene una ganancia adecuada. Y, por otra parte, si toleramos que la moneda
extranjera tenga mucha ventaja, entonces esa ganancia hará salir nuestra moneda legal y
así, dejo este tema en un dilema, y como en todas las otras lecciones, demostraré que es
infructuoso buscar ganancia o pérdida en nuestra riqueza fuera de la balanza de nuestro
comercio general exterior, como aún trataré de demostrar más adelante.
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 19

Capítulo X

Las observaciones hechas por extranjeros a la ordenanza de empleos no pueden


incrementar ni aun preservar nuestro tesoro.

Conservar nuestro dinero en el reino es una tarea de no menos destreza y dificultad que
aumentar nuestra riqueza, porque las causas de su conservación y producción son de la
misma naturaleza. La ordenanza para el empleo de las mercancías extranjeras en nuestro
interés pareció, al principio, ser un medio bueno y legal que conduce a esos fines; pero
examinándola atentamente encontraremos que no puede producir tales benéficos
resultados.

Como el uso del comercio exterior es igual en todas las naciones, podemos percibir
fácilmente lo que se hará en esta materia por los extranjeros, cuando nosotros solamente
observamos nuestros métodos en este importante asunto, por el cual no solamente
aspiramos a dar salidas a nuestras propias mercancías para abastecer nuestras
necesidades de artículos extranjeros, sino también a enriquecernos con capital, todo lo cual
se hace por las diferentes maneras de comerciar de acuerdo con nuestras propias
oportunidades y con la naturaleza de los lugares con los cuales hacemos el comercio; por
ejemplo, en algunos países vendemos nuestras mercancías y traemos sus artículos o algo
de dinero; en otros países vendemos nuestros efectos y recibimos su dinero, porque tienen
pocos o ningún artículo que sea propio para pago, y todavía más, en algunos lugares
tenemos necesidad de sus mercancías pero emplean poco las nuestras, de tal manera que
toman nuestro dinero, que nosotros ganamos en otros países, y así, por un proceso de
tráfico (que cambia de acuerdo con el transcurso del tiempo), cada uno en lo individual
complace al otro y todos ejecutan el mecanismo total del comercio, que languidecerá
siempre que la armonía de su salud sea perturbada por enfermedades de excesos en
nuestro propio país, violencia en el extranjero, cargas o restricciones domésticas o en el
extranjero; pero en este lugar solamente tengo oportunidad de hablar de las restricciones, lo
que haré brevemente.

Hay tres maneras por medio de las cuales un comerciante puede obtener la utilidad de sus
mercancías de ultramar, es decir: en dinero, en mercancías o por el cambio: pero la
ordenanza de empleos no sólo restringe el dinero (en lo que hay una aparente prudencia y
justicia) sino también el uso del cambio por letras, lo cual francamente viola las leyes del
comercio y es ciertamente un acto sin ejemplo en ningún lugar del mundo en que
practicamos el comercio y, en consecuencia, debe tomarse en cuenta que cualquier acto (de
esta naturaleza) que impongamos a los extranjeros aquí, se convertirá en ley para nosotros
inmediatamente en su propio país, especialmente donde tenemos más grande comercio y
nuestros atentos vecinos no omiten cuidado ni ocasión para sostener su tráfico con los
mismos privilegios que otras naciones. Y así, en primer lugar, estaremos desprovistos de la
libertad de medios que tenemos ahora para traer riqueza al reino y de esa manera
igualmente perderemos la salida de muchos artículos que llevamos a diversas comarcas,
con lo que nuestro comercio y nuestra riqueza decaerán juntamente.

En segundo lugar, si por la ordenanza mencionada imponemos la exportación de nuestros


artículos (más que de ordinario) al extranjero, entonces debemos tomarlos de los ingleses, lo
cual sería perjudicial a nuestros comerciantes, marinos y navíos, además de dañoso a la
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 20

república, al vaciar las existencias del reino hacia el extranjero a precios mucho menores
aquí de lo que podríamos hacerlo si se las vendiéramos en su propio país, como se muestra
en el capítulo tercero.

En tercer lugar, como ya lo hemos demostrado suficientemente, sin nuestras mercancías son
superadas en valor por los artículos extranjeros, nuestro dinero tiene que salir. ¿Cómo es
posible evitar esto atando las manos a los extranjeros y dejando libres las de los ingleses?
¿No motivarán las mismas razones y ventajas que ellos hagan ahora lo que fue hecho antes
por otros? O, si hiciéramos una ordenanza (sin ejemplo) para prevenir ambos casos por
igual, ¿no se perdería todo inmediatamente, lo derechos aduanales del rey y las ganancias
del reino? Pues semejantes restricciones destruirían necesariamente mucho tráfico, a causa
de la diversidad de ocasiones y lugares que hace que un comercio amplio requiera que
algunos exporten e importen mercancías, que otros exporten solamente y que otros
importen; que unos envíen su dinero en cambio y otros lo reciban; que algunos lleven dinero,
que otros lo traigan y esto en mayor o menor cantidad de acuerdo con la buena producción
agrícola o el exceso en el reino, la cual solamente si tenemos una ley estricta regirá lo
demás y sin ella todos los otros estatutos no serán normas ni para conservar ni para
procurarnos riqueza.

Por último, para no dejar objeciones sin contestar, si se dijera que un estatuto que
comprendiera a los ingleses así como a los extranjeros debería de toda necesidad conservar
nuestro dinero en el reino, ¿qué ganaríamos con esto si ello impide la entrada de dinero al
decaer el abundante comercio impide la entrada de dinero al decaer el abundante comercio
que tenemos disfrutando de libertad? ¿No es el remedio mucho peor que la enfermedad?
¿No viviríamos más bien como irlandeses que como ingleses, cuando las rentas del rey, las
de nuestros comerciantes, nuestros marineros, nuestros navieros, nuestros artesanos,
nuestras tierras, nuestras riquezas y todo decayera juntamente con nuestro comercio?

Ciertamente, pero, dicen algunos, tenemos mejores esperanzas que eso, porque los
propósitos de la ley son que como todos los artículos extranjeros que son traídos deberán
ser empleados para nuestro provecho, para así conservar nuestro dinero en el reino, de tal
manera que no debemos vacilar sino remitir suficiente cantidad de nuestros propios artículos
y sobre todo, traer su valor en dinero efectivo.

Aunque esto es contradicho absolutamente por la razón antes asentada, sin embargo, ahora
convendremos en ello, porque deseamos terminar la disputa, pues si fuere cierto que otras
naciones emplearan más de nuestros productos de lo que nosotros consumimos de los
suyos en valor, entonces afirmo que el exceso debería necesariamente volver a nosotros en
riqueza, sin el uso del estatuto, el que, en consecuencia, no solamente sería inútil sino
perjudicial como resultan ser algunas otras restricciones parecidas cuando son inventadas
del todo.

Capítulo XI

No incrementará nuestra riqueza imponer a los comerciantes que exportan pescado, maíz o
municiones que restituyan todo o parte de su valor en dinero.

Las vituallas y municiones para la guerra son tan apreciadas en una república, que parece
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 21

conveniente restringir del todo su exportación, o (si su abundancia lo permite) obligar a que
los pagos provenientes de ella se hagan en otro tanto de moneda, lo que parece ser
razonable y carente de dificultades, pues España y otros países, de buen grado se deshacen
de su dinero por aquellos artículos, aunque en otras operaciones de comercio prohiban
terminantemente la exportación de él; todo lo cual concedo que es cierto; pero, no obstante
eso, debemos considerar que todos los medios y recursos que (en el proceso comercial)
compelen a la riqueza a entrar al reino, no la hacen nuestra por esta razón, pues esto puede
lograrse solamente por una ganancia legítima y ésta de ninguna manera puede alcanzarse
sino por el excedente de nuestro comercio, y este excedente disminuye con las restricciones;
de consiguiente tales restricciones positivamente impiden el incremento de nuestra riqueza.
El argumento es sencillo y no necesita demás razonamiento para darle fuerza, a menos que
alguien sea bastante presuntuoso para pensar que la restricción no motivará el que se
exporten menos efectos. También debe concederse, igualmente, que imponer al
comerciante que traiga dinero a cambio de vituallas y municiones exportadas, no originará el
que tengamos un centavo en el reino al fin del año, porque cualquiera que sea obligado a
seguir un método se verá forzado a descubrir otro de nuevo, porque permanecerá y quedará
con nosotros lo que se ha ganado e incorporado a la riqueza del reino por el excedente del
comercio.

Esto puede hacerse evidente con un ejemplo tomado de un inglés que tuvo oportunidad de
comprar y consumir artículos de varios extranjeros por valor de seiscientas libras esterlinas y
que teniendo artículos de su propiedad por valor de mil libras, las vendió a esos extranjeros
e inmediatamente obligó a todo el dinero de ellos a pasar a su propio poder, pero al liquidar
la cuenta entre todos, quedaban solamente cuatrocientas libras al inglés del cuento, por el
excedente de mercancías compradas y vendidas, así es que el resto de lo que había
recibido fué devuelto a donde él lo tomó. Esto bastará para demostrar que cualquiera que
sea el camino que tomemos para forzar al dinero a entrar al reino, sin embargo,
permanecerá con nosotros solamente tanto como hayamos ganado por la naturaleza de
nuestro comercio.

Capítulo XII

La depreciación de nuestro dinero que se entrega o se recibe por medio de letras de cambio
aquí o allende los mares no puede hacer disminuir nuestra riqueza.

El intercambio entre comerciantes por letras es un recurso y práctica por medio del cual
aquellos que tienen dinero en un país pueden entregar el mismo para recibirlo de nueva
cuenta en otro país, a determinado tiempo e interés convenidos de antemano, con lo cual el
que da dinero prestado y el que lo recibe quedan ajustados, sin transporte de tesoros de
estado a estado.

Estos cambios hechos en esta forma entre hombre y hombre no se arreglan a valor igual de
las monedas, de acuerdo con sus pesos y ley respectivas: primero, porque el que entrega su
dinero toma en cuenta el riesgo de la deuda y el plazo de vencimiento; pero lo que causa
una desestimación o una sobrestimación del dinero por el cambio, es la abundancia o
escasez de él en aquellos lugares en que se hace el cambio. Por ejemplo, cuando aquí hay
abundancia de dinero que debe librarse a Amsterdam, entonces nuestra moneda será
devaluada en el cambio, porque aquellos que reciben el dinero, viéndolo tan
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 22

abundantemente ofrecido, sacan provecho de esa circunstancia para sí mismos, recibiéndolo


con devaluación.

Por el contrario, cuando aquí hay escasez de dinero para ser entregado en Amsterdam, el
girador hará la misma ganancia, encareciendo nuestro dinero que él entrega.

Así vemos que como la abundancia o la escasez de dinero en una república hace a todas las
cosas caras o muy baratas, así en el proceso del cambio tiene siempre un efecto contrario,
por lo que es conveniente anotar a continuación las verdaderas causas de este efecto.

Como la escasez o abundancia de dinero evidentemente hacen al precio del cambio alto o
bajo, así el exceso o el defecto en nuestra balanza de comercio origina eficazmente la
abundancia o la escasez de dinero. Y aquí debemos explicar que la balanza de nuestro
comercio es, ya sea general o particular. Es general cuando todo nuestro tráfico anual es
estimado en conjunto, como lo he expuesto con anterioridad; es particular cuando nuestro
comercio con Italia, Francia, Turquía, España y otros países es considerado individualmente
y de esta última manera descubrimos perfectamente los lugares donde nuestro dinero está
devaluado o encarecido en el cambio, pues aunque nuestras exportaciones anuales de
mercancías en general pueden ser mayores en valor de las que son importadas, por lo que
la diferencia se nos compensa en cantidad igual de dinero, sin embargo, en ramos
particulares tiene efectos diversos, pues acaso los Países Bajos puedan traernos más en
valor de lo que nosotros les vendamos, lo que en caso de no ser así, entonces
inmediatamente los comerciantes de los Países Bajos no sólo se llevan nuestra moneda
para equilibrar las cuentas entre nosotros, sino que también, por este medio, siendo el dinero
abundante aquí y debiendo entregarse por el cambio, es devaluado consecuentemente por
los que lo reciben, como he dicho antes. Por el contrario, si llevamos más mercancías a
España y otros lugares de las que consumimos de ellos, entonces nos traemos su dinero e
igualmente en el cambio entre comerciantes sobrestimaremos nuestro propio dinero.

A pesar de esto hay todavía quienes pretenderán aclararlo demostrando que la devaluación
de nuestra moneda por el cambio la lleva fuera del reino, pues, dicen, vemos diariamente
grandes cantidades de nuestras monedas inglesas sacadas y que circulan en los Países
Bajos y resulta en gran ventaja llevarlas allí, para evitar la pérdida que los habitantes de los
Países Bajos tienen en el cambio, pues si cien libras esterlinas entregadas aquí son tan
devaluadas que noventa libras de la misma moneda legal entregadas in specie fueran
suficientes para devolver y librar plenamente las indicadas cien libras en Amsterdam, ¿no es
entonces (dicen) la devaluación de nuestra moneda lo que ocasiona que salga del reino?

A esta objeción daré una respuesta amplia y clara demostrando que no es la devaluación de
nuestro dinero en el cambio sino el que nuestro comercio sea superado lo que origina la
salida de nuestro dinero. Supongamos que todo nuestro comercio con los Países Bajos de
artículos traídos a este reino sea hecho solamente por los holandeses, por valor de
quinientas mil libras esterlinas anuales, y que todas nuestras mercancías, transportadas
únicamente por los ingleses a los mencionados Países Bajos, sean por valor de
cuatrocientas mil libras anuales; ¿no es evidente entonces que los holandeses pueden
permutar solamente cuatrocientas mil libras con los ingleses sobre el par pro pari o valor
igual de las monedas legales respectivas? En consecuencia las otras cien mil libras
esterlinas, que es la diferencia del tráfico, deben necesariamente ser transportadas en dinero
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 23

y exactamente la misma pérdida de capital deberá ocasionarse si no se permitiera el cambio,


porque habría aún cien mil libras esterlinas de pérdida al llevar los holandeses nuestra
moneda por sus mercancías y al traer nosotros sus monedas extranjeras por nuestras
mercancías.

Agregamos todavía otro ejemplo fundado en la proporción antedicha de tráfico entre


nosotros y los Países Bajos. Los holandeses (como se asienta antes) pueden permutar con
los ingleses por valor de cuatrocientas mil libras esterlinas y no más sobre el valor igual de
su dinero, porque los ingleses no tienen más medios de pago. Empero, supongamos ahora
que con relación a la abundancia de dinero que en este caso estará aquí en las manos de
los holandeses para ser entregado en cambio, y que nuestra moneda (de acuerdo con lo que
ya se ha dicho) sea devaluada diez por ciento, luego es manifiesto que los holandeses
deben entregar cuatrocientas cuarenta mil libras esterlinas que los ingleses tengan
cuatrocientos mil libras en los Países Bajos, de tal manera que entonces quedarán
solamente sesenta mil libras esterlinas para que las lleven los holandeses fuera del reino a
fin de equilibrar la cuenta entre ellos y nosotros. Por esto podemos claramente percibir que
la devaluación de nuestro dinero en el cambio, no lo sacará del reino, como algunos
suponen, sino que más bien es un medio para que se exporte en menor cantidad de lo que
se haría al par pro pari.

Además, supongamos que el comerciante inglés exporte tantas mercancías en valor como el
comerciante holandés importe, por lo que son iguales los medios de pago entre ellos por el
cambio, sin ninguna salida de dinero para perjuicio de uno u otro estado. Y que, sin
embargo, el comerciante holandés, por su ventaja o conveniencia rechaza este medio de
cambio y decide enviar parte de su producto en dinero efectivo.

A lo cual la contestación es que a esto debe seguir necesariamente que los holandeses
necesitarán exactamente tantos medios de cambio con los ingleses como los holandeses
lleven de este reino, y aquéllos estarán obligados a traer sumas equivalentes de dinero de
ultramar, de tal manera que podemos percibir claramente que las monedas que son llevadas
de nosotros en la balanza de nuestro comercio, no son importantes, pues de nueva cuenta
regresan a nosotros y perdemos únicamente el dinero que cubre el excedente del comercio
general, es decir, aquello que gastamos de más en valor de artículos extranjeros de lo que
ponemos en circulación de nuestras propias mercancías. Lo contrario de esto es el único
medio por el cual obtenemos nuestra riqueza. Es en vano, en consecuencia, que Gerardo
Malynes haya trabajado tanto y en tantos libros impresos para hacer creer al mundo que la
devaluación de nuestra moneda en el cambio agota nuestro tesoro, lo cual es una pura
falacia, que consiste en atribuir a causas secundarias aquellos efectos que son producidos
por otras más eficientes, lo que acontecería igualmente aunque dichas causas secundarias
no existieran. También ha propuesto un remedio igualmente inútil, conservar el precio de
cambio por letras, al par pro pari, por orden de la autoridad, que sería una oficina inventada
sin semejante en ningún lugar del mundo y que no solamente sería improductiva sino
también perjudicial, como se ha demostrado ampliamente en este capítulo, por lo que, en
consecuencia, continuaré con el próximo.

Capítulo XIII

El comerciante que es un simple cambista de dinero por medio de letras no puede aumentar
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 24

o disminuir nuestra riqueza.

Hay algunos comerciantes que trafican solamente con las ventajas del cambio y que ni
exportan ni importan efectos al reino, lo que ha motivado que algunos afirmen que el dinero
que esos simples cambistas traen o llevan del reino no está comprendido en la balanza de
nuestro comercio exterior, porque (según afirman) a veces, cuando nuestra moneda legal ha
sido devaluada y entregada aquí para Amsterdam al 10 por ciento menos que el valor
equivalente de la moneda legal respectiva, dicho simple cambista puede tomar aquí mil
libras esterlinas y exportar solamente novecientas de ellas in specie, lo que será suficiente
para pagar su letra de cambio, y de esta manera, en sumas mayores o menores, se hace
una ganancia semejante en un plazo de tres meses.

Pero a esto debemos tener presente que, aunque este simple cambista no trafique en
artículos, sin embargo, el dinero que saca de la manera antes asentada necesariamente
debe proceder de aquellos artículos que son traídos al reino por los comerciantes. De suerte
que aun así esto cae en la balanza de nuestro comercio exterior y produce el mismo efecto
como si el comerciante mismo se hubiera llevado ese dinero, lo que debe hacer si nuestras
mercancías son superadas por las extranjeras, como sucede cuando nuestro dinero es
devaluado, lo que se explica más ampliamente en el capítulo 12.

Y por el contrario, cuando el simple cambista (por dichas ventajas) traiga dinero al reino, no
hará más que lo que debe hacer necesariamente el comerciante mismo cuando nuestra
mercancías superen los artículos extranjeros. En estos casos algunos comerciantes mejor
pierden al entregar su dinero devaluado en el cambio, que correr todo el riesgo por ley, lo
que, sin embargo, harán por ellos estos simples cambistas, en su esperanza de lucro.

Capítulo XIV

Las hazañas admirables que se atribuyen a los banqueros y a los cambistas.

Aunque ya he escrito algo concerniente al mercado de cambios y al mismo tiempo a la


devaluación de nuestro dinero, a sus verdaderas causas y efectos y al simple cambista, sin
embargo, no será inoportuno continuar este tema un poco más extensamente aún y de esta
manera no solamente fortalecer nuestros argumentos, sino también evitar algunos errores
sutiles que pudieran embaucar al lector inexperto de libros tales como Lex mercatoria, p. 409
y El sostenimiento del libre cambio, p. 16, en los cuales el autor, Gerardo Malynes, relata las
hazañas admirables (como él las llama) que se realizan por los banqueros y los cambistas,
por el uso y el poder del cambio; pero pasa por alto del todo cómo pueden hacerse estas
maravillas, dejando al lector en una extraña impresión de estos misterios obscuros. No
puedo creer que haga esto por falta de conocimiento, pues lo considero competente en
muchas cosas que ha tanto escrito como compilado con relación a los negocios de los
comerciantes y en particular diserta hábilmente acerca de los diversos usos, formas e
incidentes del cambio, por todo lo cual merece muchas alabanzas pues se ha esmerado en
ello por el bien de los demás; pero donde ha ocultado su propio conocimiento sofísticamente
para llevar adelante algunos fines particulares con perjuicio del bien general debe ser
descubierto y obstruccionado, y en esta disertación acerca de la riqueza me considero
obligado, y en consecuenta trato de cumplir con ello, a mostrar las causas y medios
verdaderos por los cuales se hacen estas maravillas que Malynes atribuye al poder único del
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 25

cambio.

Pero primero considero conveniente describir en orden las hazañas particulares como
aparecen en sus libros mencionados.

Las admirables hazañas que se hacen por los cambistas

1. Colocar su dinero con ganancia en cualquier lugar del mundo donde se hace algún
cambio.

2. Ganar y enriquecerse y nunca entrometerse con los productos de los príncipes.

3. Comprar cualquier producto del príncipe y nunca traer ni un centavo ni nada que lo valga
al reino; pero hacer aquello con el dinero de los súbditos.

4. Enriquecerse y vivir sin correr riesgos en el mar, o sin trabajar.

5. Hacer grandes proezas teniendo crédito, aunque no se sea digno de él.

6. Saber si en apariencia su dinero empleado en el cambio será más productivo que en la


compra de efectos.

7. Conocer con exactitud lo que los comerciantes ganan en la compra y venta de


mercancías.

8. Vivir y prosperar a costa de todos los súbditos del príncipe que continuamente reciben
dinero por cambio, ya sea que ganen o no.

9. Sacar del reino todo el dinero del príncipe cuyos súbditos importen más artículos de los
que exportan del país.

10. Hacer ir la corriente del dinero hacia donde el príncipe rico tendrá que hacerlo traer, y
pagar por ello.

11. Desposeer al príncipe pobre de sus existencias de dinero, para conservar sus artículos
bajo dinero a rédito, si el enemigo lo solicita.

12. Proveer a sus necesidades de dinero demorando la venta de sus mercancías en


cualquier contrato hasta que las hagan llegar a su precio.

13. Conseguir dinero para acaparar cualquier mercancía ya sea acabada de llegar o de la
que haya alguna existencia, para monopolizar todo el comercio de ese efecto en sus propias
manos a fin de vender una y otra a su conveniencia.

14. Disimular el que se lleven el dinero de cualquier príncipe.

15. Llevarse el dinero de ley de un príncipe con su propio dinero de baja ley, o de otros
príncipes.

16. Tomar el dinero de baja ley de un príncipe y convertirlo en su dinero de ley, pagando al
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 26

vendedor con el suyo propio, ganando también.

17. Tomar a crédito en sus propias manos por cierto tiempo todo el dinero que los
comerciantes tengan que pagar, pagándoles con el suyo propio, y lucrar también.

18. Hacer que el país gane de todos los otros en que los súbditos viven más de sus propios
productos y venden a los demás el excedente anual, ocupando todo ese aumento anual así
como su existencia previa de capital en el cambio.

19. Arruinar países y príncipes que no vean por su república, cuando la riqueza de los
comerciantes es tal que las grandes casas se juntan para conspirar a fin de regular el
cambio, para que cuando ellos sean los que entreguen mercancía, reciban en otras
comarcas moneda de buena ley del príncipe adquirente y cuando sean los adquirentes,
paguen el importe en otro lugar que tenga una unidad de moneda inferior al del dinero que
toman del príncipe.

20. Obtener dinero efectivo para comprar cualquier producto que se ofrezca barato.

21. Conseguir dinero efectivo para ganar cualquiera oferta ventajosa de las manos de otro y
así, al mejorar el precio de otros, hacer subir frecuentemente el de las mercancías.

22. Tomar una parte, y a veces todas sus ganancias, del dinero empleado en el cambio de
artículos, haciendo así trabajar a otros para su provecho.

23. Impedir que los príncipes tengan derechos aduanales, subsidios o impuestos sobre su
dinero, cuando no lo emplean.

24. Valuar justamente cualquier artículo que lleven a cualquier país, ofreciéndolo a ese valor,
como estaba entonces por el cambio el dinero que lo compró, en el país a donde lo llevan.

Si tuviera deseo de extenderme en la explicación de estas maravillas, me proporcionarían


asunto suficiente para escribir un gran volumen; pero mi propósito es hacerlo tan
brevemente como pueda, sin oscuridad. Antes de que comience no puedo dejar de reírme al
pensar cómo un abogado respetable puede ser desalentado en sus plausibles estudios,
cuando vea más astucia en la Lex mercatoria, en una pequeña parte de la profesión del
comerciante, que en todos los casos legales de sus autores eruditos, pues el cambio llega a
más que a hechizo. En verdad pienso que ni el doctor Fausto ni su caballo Banks podrían
nunca haber hecho tan admirables hazañas, aunque sea seguro que tengan un diablo en su
ayuda; pero nosotros los comerciantes no tratamos con semejantes espíritus ni nos gusta
que se crea que somos ejecutores de falsas maravillas y, por lo tanto, me propongo
demostrar aquí la claridad de nuestros manejos (en estas supuestas hazañas) por ser
conveniente al plausible proceso del comercio.

Examinemos la primera: Cómo puede colocarse nuestro dinero con ganancia en cualquier
lugar del mundo donde se practique el cambio. ¿Cómo puede hacerse esto (se preguntarán
algunos) en Amsterdam, donde la pérdida por el cambio es a veces ocho o diez por ciento
más o menos, por el uso del dinero durante un mes? La respuesta es que aquí debo
considerar primero que la causa eficiente principal de esta pérdida es un mayor valor en los
efectos traídos de Amsterdam que los que llevamos allí, que resulta en un mayor número
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 27

aquí de los que entregan que los que reciben, por cambio, con lo que el dinero es devaluado
con ganancia para el que lo recibe, por lo que el que entrega, antes que perder con su
dinero, toma en cuenta esos países a los que llevamos más mercancías en valor de las que
recibimos de ellos, por ejemplo; España, Italia y otros, lugares en los cuales está seguro (por
las razones mencionadas antes) que entregará su dinero con ganancia. Pero, se dirá ahora
que el dinero está más lejos de Amsterdam que antes ¿cómo se podrá obtener en junto?
Bastante bien y mientras más lejos resultará el camino más cercano a la patria, si viene al fin
con buena ganancia; la primera parte de la cual será hecha como hemos supuesto en
España, y al considerar entonces donde hacer una segunda ganancia, y encontrar que los
florentinos envían un mayor valor en tela de oro o de plata o seda cruda y satenes a España
de la que reciben en vellón, cueros de las Islas Occidentales, azúcar y cochinilla, sé que no
puedo fallar en mis propósitos al entregar mi dinero para Florencia; por donde (haciendo aún
la misma suposición) dirijo mis actividades de allí a Venecia y así encuentro que mi próxima
ganancia debe ser en Franckfort o en Amberes, hasta que por fin llegue a Amsterdam por el
camino más corto o más largo, de acuerdo con las oportunidades de ganancia que me
proporcionen las ocasiones y lugares. Así vemos una vez más que la ganancia y la pérdida
en el cambio es guiada y regida por el exceso o el defecto de la balanza de los diferentes
ramos de comercio que predominan y operan, haciendo el precio del cambio alto o bajo, el
que, por lo tanto, es pasivo, al contrario de lo que repite con tanta frecuencia el mencionado
Malynes.

A los puntos segundo, cuarto, decimocuarto y vigésimo tercero, digo que todas estas son las
acciones propias del simple cambista, y que sus actos no pueden producir ni beneficio ni
perjuicio a la república; ya lo he demostrado ampliamente en el capítulo anterior y por lo
tanto puedo ahorrarme aquí ese trabajo.

Al tercero digo que es cierto que puedo entregar mil libras esterlinas aquí por cambio para
recibir su valor en España, en donde con este dinero español puedo comprar y traer otro
tanto de artículos españoles; pero todo esto no prueba sino que, en último término, el dinero
o las mercancías inglesas deben pagar por dichos artículos, pues si entrego mis mil libras
esterlinas aquí a un inglés, me debe pagar en España, bien sea con artículos ya remitidos o
por remitir allí, o, si lo entrego aquí a un español, lo toma de mí con el propósito de
emplearlo en nuestras mercancías, de tal manera que de cualquier modo debemos pagar al
extranjero por lo que recibimos de él. ¿Hay en todo esto alguna hazaña digna de nuestra
admiración?

Al quinto, decimotercero, vigésimo y vigesimoprimero debo contestar que todas estas


maravillas a raudales, donde quiera que sucedan, son una misma en formas diversas y tan
nimias también que cualquier idiota las conoce y puede decir que todo el que tiene crédito
puede contratar, comprar, vender y tomar gran cantidad de dinero por el cambio, lo cual
puede hacer también fácilmente a interés; con todo, en estos asuntos no hay siempre
ganadores, pues a veces algunos pierden, así como los que tienen poco crédito.

Al sexto y séptimo puntos, que es un tema sin importancia, pues cuando conozco los precios
corrientes de mis artículos, tanto aquí como en el extranjero, puedo fácilmente conjeturar
cuál será mayor ganancia, si la del cambio o la que espero obtener de mis artículos. Y aún
más, como todo comerciante sabe bien lo que gana en los artículos que compra y vende,
cualquier otro puede hacer lo mismo con tal de que sepa cómo el referido comerciante ha
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 28

procedido; pero ¿qué hay en todo esto que nos haga admirar el cambio?

Al octavo y al decimosegundo hay que decir que como los banqueros y los cambistas de
hecho proveen de dinero a la gente para estas oportunidades, así proceden igualmente los
que prestan su dinero a interés con las mismas esperanzas e iguales ventajas, las cuales,
sin embargo, muchas veces fracasan, así como los prestatarios a menudo trabajan en
provecho únicamente de los prestamistas.

Al noveno y al decimoctavo, que mi autor tiene aquí un significado secreto o que, consciente
de sus propios errores, señala estas dos maravillas con una mano en el margen, pues, ¿por
qué ha de ser atribuida al cambio esta gran obra de enriquecer o empobrecer a los reinos, lo
que sucede únicamente en los casos en que la balanza de nuestro comercio exterior sube o
baja, como ya he expuesto con tanta frecuencia y como las palabras mismas del propio
Malynes en estos dos lugares pueden insinuar a un lector juicioso?

Al decimoquinto y al decimosexto confieso que el cambio puede ser empleado en convertir


moneda baja en oro o plata, como cuando un extranjero puede acuñar y traer una gran
cantidad de cuartos de penique, que en poco tiempo puede hacer circular, o convertir en
moneda buena y entonces entregar la misma aquí por cambio, para recibir el valor en su
propio país, o puede hacer lo mismo llevando dicho dinero in specie, sin usar del cambio
para nada, si se atreve a arriesgar el castigo de la ley. Los españoles saben bien quiénes
son los monederos falsos conocidos de la cristiandad, que se atreven a traer cantidades de
moneda de cobre con el sello español y llevar el valor en buenos reales de a ocho, en lo
cual, no obstante sus maquinaciones ingeniosas, a veces son sorprendidos.

Al decimoséptimo hay que decir que los banqueros están siempre dispuestos a recibir las
sumas de dinero que se pongan en sus manos por hombres de todas condiciones, que no
tienen habilidad ni medios apropiados para manejar por sí mismos, con beneficios, esas
sumas en el cambio. Es asimismo cierto que los banqueros realmente vuelven a pagar a
todo el mundo con su propio dinero, y sin embargo, se reservan buenas ganancias para sí
mismos, las cuales justamente merecen por su provisión y concesión, igual que aquellos
factores que compran o venden a comisión por cuenta de comerciantes; y ¿no es esto
igualmente justo y muy frecuente al mismo tiempo?

Al undécimo debo confesar que aquí indudablemente hay una proeza y consiste en que un
príncipe pobre mantenga ya sea sus guerras o sus mercancías (tomo las dos juntas, pues el
autor las considera de ambos modos diferentes en sus dos libros mencionados) con dinero a
interés, porque ¿qué necesidad tiene el enemigo de dicho príncipe pobre de entendérselas
con los banqueros para decepcionarlo o quitarle su dinero, en momento de necesidad,
cuando el interés mismo hará esto con suficiente prontitud? Así pues, dejo este punto sin
importancia.

Al número decimonoveno digo que he vivido por mucho tiempo en Italia, en donde negocian
los bancos y banqueros más grandes de la cristiandad, y sin embargo, nunca pude ver ni oír
que pudieran o estuvieran en posibilidad de determinar el precio del cambio haciendo una
alianza; sino que, una vez más, la abundancia o la escasez de moneda en las operaciones
de comercio siempre los domina y hace a los cambios estar a tipos altos o bajos.
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 29

Al vigesimosegundo, que el cambio por letras entre comerciante y comerciante en las


operaciones mercantiles no puede perjudicar a los príncipes en sus derechos aduanales e
impuestos, pues el dinero que un hombre entrega porque no espera tener o no tiene
oportunidad de emplearlo en mercancías, otro hombre lo toma, ya sea porque espere
emplearlo o ya lo haya empleado en mercancías. Pero es cierto que cuando la riqueza de un
reino consiste en gran parte en dinero efectivo y que también existen en él buenas
oportunidades y ventajas en comerciar con el mismo y con países extranjeros, ya sea por
mar o por tierra o por ambos de estos medios, si se descuida este comercio, entonces el rey
perderá esas ganancias y si el cambio fuera la causa de ello deberíamos saber de qué
manera opera, ya que podemos practicar el cambio bien sea entre nosotros mismos o con
extranjeros; pero si es entre nosotros mismos, de esa manera no se puede enriquecer la
república, pues la ganancia de un súbdito es la pérdida de otro. Ahora bien, si practicamos el
cambio con extranjeros, entonces nuestro provecho viene a ser la ganancia de la república y,
sin embargo, por ninguno de estos medios puede el rey recibir ningún beneficio en sus
aduanas. Busquemos, en consecuencia, los lugares en donde se acostumbre ese cambio y
determinemos las razones por las cuales se permite esta práctica, investigando lo cual
encontraremos solamente un lugar de renombre en toda la cristiandad, que es Génova,
acerca de la que me propongo decir algo tan brevemente como pueda.

El estado de Génova es pequeño y no muy fértil, tiene poca riqueza natural o materias
primas para darle empleo al pueblo, ni tampoco víveres suficientes para alimentarlo; pero,
sin embargo, por su industria de tiempo antiguo y por su comercio con Egipto, Siria,
Constantinopla y todos esos lugares de Levante productores de especias, drogas, sedas
crudas y muchos otros ricos artículos de los cuales abastece a la mayor parte de Europa, se
enriquecieron increíblemente dando vida y fuerza a sus ciudades, pompa y singular belleza a
sus edificios. Pero después de la fundación y engrandecimiento de la famosa ciudad de
Venecia, dicho comercio tomó ese camino y desde entonces igualmente la mayor parte de él
llegó a Inglaterra, España y los Países Bajos, navegando directamente de las Indias
Orientales, alteraciones en el tráfico que obligaron entonces a Génova a cambiar sus
operaciones de comercio de artículos en cambio de dinero, que para su ventaja desparramó
no solamente en diversos países en donde el comercio se hacía con mercancías, sino más
especialmente para así satisfacer las necesidades de los españoles en Flandes y en otros
lugares, para sus guerras, por lo cual los comerciantes privados se enriquecieron mucho;
pero el tesoro público por este medio no aumenta y las razones por las que la república de
Génova sufre esos inconvenientes son las siguientes.

Primero y principalmente está forzada a abandonar aquellas transacciones que no puede


impedir a otras naciones, que tienen mejores recursos por su situación, productos, marina,
municiones y otras cosas semejantes para llevar adelante este negocio con más ventaja de
lo que ella es capaz de hacerlo.

En segundo lugar procede como un estado experimentado, que retiene aún tanto comercio
como puede, aunque no esté capacitado para procurarse la vigésima parte de lo que tenía,
pues teniendo pocas o ninguna materia prima propia para dar empleo a su pueblo, sin
embargo, suplen esta carencia por el vellón de España y las sedas crudas de Sicilia,
convirtiéndolas en terciopelos o damascos, satenes, paños y otras manufacturas.

En tercer lugar, en vista de que no encuentran medios en su propio país para emplear y
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 30

cambiar su gran riqueza con provecho, se contentan con hacerlo en España y otros lugares,
ya sea en mercancías o cambiando su dinero con ganancia a los comerciantes que trafican
luego en artículos y así, aunque vivan en el extranjero por algún tiempo recorriendo el
mundo para obtener ganancias, sin embargo, en último término se concentra este provecho
en su propio país nativo.

Por último, siendo el gobierno de Génova una aristocracia, están seguros de que, aunque el
pueblo gane poco, sin embargo, si sus comerciantes privados ganan mucho de los
extranjeros, prosperarán bastante, porque los tesoros más ricos y más seguros de un estado
libre son las riquezas de la nobleza (que en Génova son comerciantes), que descendieron
así, no de una monarquía en donde entre los ingresos de un príncipe y los medios de los
particulares hay la distinción de meum e tuum, sino en las aventuras y peligros de una
república o comunidad, donde la libertad y el gobierno pueden cambiarse en servidumbre, y
en la que la esencia misma del particular es la riqueza pública, lista para ser empleada junto
con sus vidas en defensa de su propio soberano.

Al vigesimocuarto Si un comerciante comprara mercancías aquí con intenciones de remitirlas


a Venecia y después valuarlas según esté el cambio con Londres, puede encontrarse
completamente equivocado en sus cálculos, pues antes de que sus artículos lleguen a
Venecia, tanto el precio de ellos como el tipo de cambio pueden variar mucho; pero si lo que
el autor quiere decir es que esta valuación puede hacerse después de la llegada de los
objetos y de su venta en Venecia y que el dinero se remite hacia acá por cambio, o que en
otro caso, el dinero que compró las dichas mercancías aquí puede valuarse según haya
estado el cambio en aquel momento entre este lugar y Venecia. ¿No es todo esto un asunto
común y sencillo, y no merecedor de colocarse en el número de las hazañas admirables?

Al décimo debo decir que aunque un príncipe rico tiene gran poder, sin embargo, no hay
poder en todos los príncipes ricos para hacer pasar la corriente del dinero donde les plazca,
pues el mercado de cualquier cosa no se establece donde se puede obtener, sino donde la
cosa, más que todo, es abundante. Por todo esto podemos generalmente decir que los
españoles, con relación a sus grandes tesoros de las Indias Occidentales, tienen la fuente o
el mercado del dinero, que ellos hacen que se mueva o corra a Italia, Alemania, los Países
Bajos u otros lugares donde la oportunidad lo requiere, ya sea en paz o en guerra. Tampoco
es esto efectuado por ningún poder especial del cambio, sino por medios y métodos diversos
que convienen a aquellos lugares en donde debe emplearse el dinero; pues si el uso de él
debe hacerse en los confines de Francia para sostener allí una guerra, entonces puede con
toda seguridad ser remitido in specie, en carruajes, por tierra; si es para Italia, en galeones,
por mar; si es para los Países Bajos, en navíos, también por mar, pero aun con más peligros
en vista de sus poderosos enemigos en ese paso. Por esta razón, en estas situaciones,
aunque el cambio no es absolutamente necesario, es, sin embargo, muy útil, y en vista de
que la necesidad de los españoles de mercancías de Alemania y de los Países Bajos es
mayor en valor que los artículos españoles que se introducen en esos países, en
consecuencia el rey de España no puede ser abastecido allí por sus propios súbditos de
dinero por cambio, sino que está y ha estado por mucho tiempo obligado a transportar una
gran parte de sus tesoros en galeones para Italia, en donde los italianos, y entre ellos los
comerciantes de Génova especialmente, lo reciben y vuelven a pagar el valor de ello en
Flandes, a lo que están posibilitados por su gran tráfico en muchas mercancías que envían
continuamente de Italia a esos países y los lugares próximos, en donde los italianos no
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 31

ganan un gran valor en artículos, sino que entregan su dinero por el servicio de España y
reciben el valor por cambio, en Italia, de la riqueza española, que es llevada allí en galeones,
como se anotó antes.

De tal manera que por esto podemos ver claramente que no es el poder del cambio el que
aumentará la riqueza de la cual el príncipe rico la tomará, sino del dinero que procede de los
artículos del comercio exterior que así vigorizan el cambio y reglamentan el precio de él, alto
o bajo, de acuerdo con la abundancia o la escasez de dicho dinero, lo cual (en esta
disertación y en varias ocasiones creo que lo he repetido casi tan frecuentemente como
Malynes en sus libros) hace del cambio una parte esencial del comercio, parra hacerlo
activo, predominante, determinando el precio de los artículos y del dinero, y siendo vida,
espíritu y ejecutor de proezas admirables. Todo esto lo hemos expuesto brevemente y que
nadie admire que él mismo no se haya tomado este trabajo, porque entonces no solamente
debería borrar la gran opinión del cambio que se afanó en sostener, sino también, por un
verdadero descubrimiento de la debida manera de operar de él, debería desechar totalmente
su par pro pari, proyecto que (si se realiza) habría sido un magnífico negocio para los
holandeses, con gran perjuicio para esta república, como se ha demostrado ampliamente en
el capítulo doce.

Ahora, en consecuencia, dejamos al erudito abogado volver alegremente a sus libros de


nuevo, pues el comerciante no puede derrotarlo si no tiene más ingenio del que hay en su
cambio. ¿Son estas cosas proezas admirables, cuando pueden ser tan fácilmente conocidas
y hechas en las operaciones del comercio? Pues bien, si entonces por este descubrimiento
hemos tranquilizado el espíritu de los abogados y llegado a provocar su admiración, dejemos
que tome su parte y que haga la defensa del par pro pari, pues este proyecto ha llevado a
error a muchos y nos ha puesto en dificultades para explicar esos enigmas.

Pero, esperemos un momento, ¿puede todo esto pasar por natural para aclarar de esta
manera un asunto que (dice el autor) ha sido tan seriamente condenado por ese famoso
Consejo y esos dignos comerciantes de la reina Isabel, de bendita memoria, y también
condenado por esos reyes franceses Luis IX, Felipe el Hermoso y Felipe de Valois, con la
confiscación de los bienes de los banqueros? Debo confesar que todo esto requiere una
contestación que en parte es hecha por el autor mismo, pues dice que la sabiduría de
nuestro estado encontró el mal pero perdió el remedio y, sin embargo, cuál debe ser éste,
nadie puede decirlo, pues nadie se lo ha propuesto, sino que todos practican y usan del
cambio y se sostienen todavía hasta la fecha en la misma manera y forma en que lo hicieron
en la época en que esas hazañas fueron descubiertas, porque el estado sabía bien que no
necesitaba remedio donde no había enfermedad.

Ahora bien, ¿cómo podremos entonces estar en condiciones de explicar el proceder de los
reyes franceses que condenaron rotundamente a los banqueros y confiscaron sus bienes?
Pues demasiado bien, porque los banqueros pudieron quizá haber sido condenados por
algún hecho en sus cambios en contra de la ley y, no obstante, su profesión puede continuar
siendo legal, como lo es en Italia y en Francia misma, hasta la fecha. De ninguna manera
concederemos, igualmente, que los bancos sean abolidos cuando los banqueros sean
castigados, y, sin embargo, todo esto no prueba nada en contra de los cambistas porque los
reyes y los estados decretan muchas leyes y súbitamente las repelen; hacen y deshacen.
Los príncipes pueden equivocarse o bien Malynes está completamente en un error cuando
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 32

calcula que son treinta y cinco los estatutos diferentes y otras ordenanzas dictadas por este
estado en un plazo de trescientos cincuenta años a fin de remediar la decadencia del
comercio, y, sin embargo, todas son defectuosas. Solamente su reforma del cambio o par
pro pari es eficiente, si le creemos; pero estamos mejor enterados y por esa razón lo
dejamos.

Puedo aquí aprovechar la ocasión para decir algo en contra de otro proyecto de la misma
ralea que últimamente concurría al éxito de este par pro pari, como he sido verídicamente
informado, el cual es el cambio repetido aquí en el reino de toda la plata, lingotes y
monedas, extranjeras o esterlinas que deberían pasar únicamente por la oficina llamada El
Cambio Real del Rey, o de sus delegados, pagándoles un centavo por cada noble1, lo que
puede levantar mucho para su beneficio privado y destruir más, con perjuicio público, pues
haría decaer la acuñación del rey, despojaría al reino de mucha riqueza, reduciría a los
súbditos su justa libertad y echaría por tierra completamente el valioso comercio de los
orfebres, todo lo cual, siendo sencillo y fácil aun para los entendimientos escasos, omitiré
extenderme más sobre estos detalles.

Capítulo XV

Que trata de algunos excesos y males de la república, que, sin embargo, no hacen decaer
nuestro comercio ni nuestra riqueza.

No es mi intención excusar o en manera alguna atenuar el más pequeño exceso o mal en la


república, sino, más bien, aprobar en sumo grado y alabar aquello que otros han dicho y
escrito en contra de tales abusos. Sin embargo, en esta disertación acerca de la riqueza,
como ya lo he expuesto afirmativamente, expondré cuáles son las verdaderas causas que
pueden, ya aumentar, ya disminuir la riqueza, de tal manera que no es impertinente
continuar mis declaraciones contrarias a aquellas enormidades y acciones que no pueden
producir estos efectos, como alguien ha supuesto. Así pues, para enderezar estos
importantes asuntos, si equivocamos la naturaleza de la enfermedad, siempre aplicaremos
tales curaciones que retardarán, cuando menos, si no dificultan el remedio.

Comencemos, entonces, con la usura, que si se le pudiera convertir en caridad y que los
ricos prestaran a los pobres gratuitamente, sería una obra agradable a Dios Todopoderoso y
conveniente para la república; pero considerándola en la situación en que ahora está, ¿cómo
podemos fundadamente decir que a medida que la usura aumenta así decrece el comercio?
Pues aunque es cierto que algunos dejan el comercio y compran tierras, o ponen su dinero a
interés para usarlo cuando sean ricos o viejos, o por otros motivos semejantes, sin embargo,
de todo esto no se desprende que la cantidad del comercio deba disminuir, pues este
proceder en el rico da oportunidad inmediatamente a los comerciantes más jóvenes y
pobres, para el ejercicio de los cuales, si carecen de medios propios, pueden y de hecho lo
toman a interés, de tal manera que nuestro dinero no queda inactivo, continúa el movimiento.
¿Cuántos comerciantes y tenderos han comenzado con poco o ningún capital propio y, sin
embargo, se han enriquecido mucho traficando con el dinero de otros? ¿No sabemos que
cuando las transacciones son rápidas y buenas, muchos, aprovechándose de su experiencia
y teniendo crédito para pedir prestado dinero a interés, comercian por cantidad mucho mayor

1Antigua moneda inglesa de oro.


La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 33

de lo que valen por su propio capital? Por la diligencia de estos hombres industriosos, los
negocios de la república aumentan, el dinero de las viudas, de los huérfanos, de los
abogados, de los caballeros y de otros que por sí mismos no tienen experiencia para
hacerlo, se emplea en el movimiento del comercio exterior. Encontramos al presente que, no
obstante la pobreza en que hemos caído por los excesos y las pérdidas de los últimos
tiempos, con todo y que muchos hombres tienen mucho dinero en sus cofres y no saben
cómo emplearlo, si el comerciante no lo toma a interés (aunque sea a tipo bajo) habría una
paralización del comercio con España y con Francia, razón por la cual no podría emplear sus
propios medios y mucho menos el dinero de otra gente, de tal manera que por esta razón y
por otras que pudieran ser mencionadas, podríamos concluir negando a los que afirman que
el comercio decrece cuando la usura aumenta, pues suben y bajan juntamente.

A mayor abundamiento, escuchamos a nuestros abogados condenar mucho las vejaciones y


cargas del gran número de juicios, que excede los de todos los otros reinos de la cristiandad,
pero si esto proviene de la avaricia de los abogados o de la perversidad de la gente, es una
cuestión muy controvertida. Sea esto como fuere no llevaré mis investigaciones más
adelante de lo que lo requiere nuestra presente disertación, concerniente a la decadencia de
nuestro comercio y al empobrecimiento del reino. Estoy seguro que muchos juicios hacen a
muchos hombres pobres y despojados; pero no puedo concebir bien cómo podría esto
hacernos comerciar por una cantidad menor solamente en un centavo, pues aunque entre
gran número de los que son vejados y arruinados por las controversias habrá siempre
algunos comerciantes, de todas maneras sabemos que la pobreza de uno viene a ser la
oportunidad de otro. Nunca había sabido yo hasta el presente que la disminución en nuestro
comercio y en nuestra riqueza la ocasionara la falta de comerciantes o de recursos para
emplearlos, sino más bien por el excesivo consumo en el país de artículos extranjeros o por
baja en la venta al exterior de nuestras mercancías, causada ya sea por los ruinosos efectos
de las guerras o por algunas alteraciones en los tiempos de paz, de lo cual he hablado más
ampliamente en el capítulo tercero. Pero, para terminar con los abogados, digo que su noble
profesión es necesaria para todos y sus casos, escritos, plazos y cargas son perjudiciales
para muchos y estas cosas son, en verdad, llagas en los patrimonios de los particulares,
pero no de la república, como algunos creen, pues la pérdida de uno viene a ser la ganancia
de otro, queda en el reino y ojalá pudiera quedar exactamente en el lugar justo.

Por último, no toda clase de liberalidad o pompa debe evitarse, pues si llegáramos a ser tan
frugales que usáramos pocos o ningún artículo extranjero, ¿cómo daríamos entonces salida
a nuestras propias mercancías? ¿Qué sucedería con nuestros navíos, nuestros marinos,
nuestras municiones, nuestros pobres artesanos y muchos otros más? ¿Esperamos que
otros países nos proporcionen dinero por todas nuestras mercancías, sin que compremos o
cambiemos alguno de sus productos? Esto resultaría una esperanza inútil; es más acertado
y seguro llevar un paso mediano gastando moderadamente, lo que comprará tesoros en
abundancia.

Una vez más, el lujo en los edificios, en los vestidos y en otras cosas parecidas en la
nobleza, en la clase media y en otras personas de posibles no puede empobrecer al reino, si
se hace con obras curiosas y caras, con nuestras materias primas y por nuestra propia
gente, y mantendrá al pobre con la bolsa del rico, que es la mejor distribución de la riqueza
común. Pero si alguien dijera que cuando el pueblo quiere trabajar entonces el comercio de
pescaderías será un empleo mejor y de mucho más rendimiento, lo apruebo con gusto, pues
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 34

en ese gran negocio hay medios suficientes para emplear tanto al rico como al pobre, acerca
de lo cual se ha dicho y escrito mucho y falta solamente que algo se haga acertadamente
para el honor y la riqueza, tanto del rey como de sus reinos.

Capítulo XVI

De cómo pueden elevarse equitativamente las rentas e ingresos de los príncipes.

Ya que hemos establecido los verdaderos medios por los cuales un reino puede
enriquecerse; en seguida trataremos de exponer los métodos por los cuales un rey puede
justamente participar en ello, sin perjudicar u oprimir a sus súbditos. Así como las rentas de
los príncipes difieren mucho en cantidad, conforme a la grandeza, riqueza y comercio de sus
respectivos dominios, así, igualmente, hay una gran diversidad de métodos de obtenerlas,
de acuerdo con la constitución de los países, de los gobiernos y de las leyes y costumbres
de los pueblos, que ningún príncipe puede alterar, si no es con gran dificultad y peligro.
Algunos reyes tienen sus tierras de la corona, fruto primero de los beneficios eclesiásticos,
de los derechos aduanales, de las contribuciones e impuestos sobre todo comercio hacia y
de los países extranjeros, y préstamos, donaciones y subsidios en todas las ocasiones
necesarias. Otros príncipes y estados, dejando permanecer los tres últimos, agregan a éstos
un derecho aduanal sobre artículos nuevos transportados de una ciudad para ser usados en
otra ciudad o lugar de su propio dominio; derecho aduanal sobre cada enajenación o venta
de ganado, tierras, casas y las dotes y aportaciones matrimoniales de las mujeres,
autorización de dinero o casas de avituallamiento y hosteleros, capitación, derecho aduanal
sobre todo los granos, el vino, el aceite, la sal y otros artículos semejantes, que se producen
y consumen en sus propios dominios, etc., etc., todo lo cual parece ser una multitud de
gravámenes que sirven para enriquecer a los príncipes que los recaudan y para hacer al
pueblo que los soportan pobre y miserable, especialmente en aquellos países en donde
estas cargas son impuestas a tasas altas, al 4, 5 6 y 7 por ciento; pero cuando se toman en
consideración debidamente todas las circunstancia y distinciones de lugares, se encontrarán
no solamente necesarias, y en consecuencia legal que se les imponga en algunos estados,
sino que también, en varios respectos, serán muy beneficiosas para la república.

En primer lugar hay algunos estados, como por ejemplo, Venecia, Florencia, Génova, las
provincias de los Países Bajos y otros, que se distinguen por su belleza y excelencia tanto
por su fuerza natural como artificial, y que tienen igualmente súbditos ricos; sin embargo, no
siendo de una gran extensión y no gozando de tal riqueza por las rentas ordinarias que los
puedan sostener en contra de invasiones inesperadas y peligrosas de los príncipes
poderosos que los rodean, están obligados, por lo tanto, a fortalecerse no sólo con
confederaciones y ligas (que pueden a menudo fallarles cuando más lo necesitan), sino
también por acumular existencias de riqueza y municiones por los medios extraordinarios
antes descritos, que no pueden defraudarlos, sino que estarán siempre listos para hacer una
buena defensa y atacar a apartar a sus enemigos.

No son estas pesadas contribuciones tan perjudiciales para la felicidad del pueblo como se
cree frecuentemente, pues así como la comida y el vestido del pueblo se encarece por los
impuestos sobre consumo, así el precio de su trabajo sube en proporción, por lo que la carga
(si hay alguna) sigue recayendo sobre el rico, que es ocioso o que cuando menos no trabaja
de esta manera; pero, no obstante, tiene el uso y es el gran consumidor del trabajo del
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 35

pobre. Tampoco descuida el rico, en los diversos lugares y profesiones, anticipar sus
esfuerzos de acuerdo con las oportunidades que agotan sus medios y rentas, por lo que, si
por acaso fracasan y son forzados a disminuir sus pecaminosos excesos y sus criados
ociosos, ¿qué es todo esto sino felicidad para la república, cuando la virtud, la abundancia y
las artes progresan juntamente de esta manera? Tampoco puede decirse verazmente que
un reino se empobrece cuando la pérdida del pueblo es la ganancia del rey, de quien
solamente los ingresos anuales tienen salidas también anuales para el beneficio de sus
súbditos, con excepción solamente de esa parte del tesoro que se reserva para el bien
público, de lo cual igualmente aquellos que sufren tienen su seguridad y por lo tanto tales
contribuciones son a la vez justas y provechosas.

Sin embargo, debemos confesar que como las mejores cosas pueden ser viciadas, así se
puede abusar de estos impuestos y la república puede ser perjudicada notablemente cuando
son inútilmente gastados y consumidos por un príncipe, ya sea en sus propios placeres
excesivos, o en personas indignas, tales que no merecen ni recompensas ni protección de la
majestad de un príncipe; pero estos peligros desórdenes se ven pocas veces, especialmente
en estado como los mencionados antes, porque la disposición de la riqueza pública queda
bajo la facultad y prudencia de muchos. Tampoco es desconocido para otros principados y
gobiernos que la consecuencia de tales excesos es siempre ruinosa, pues ocasiona gran
escasez y pobreza, que con frecuencia los lleva del orden al exceso, y por lo tanto es política
frecuente entre los príncipes el evitar tales males con grandes cuidados y providencias, no
haciendo nada que pueda motivar que la nobleza se desespere de su seguridad y no dejan
nada sin hacer que pueda ganar la buena voluntad de la comunidad para conservar todo en
debida obediencia.

Pero ahora, antes de que terminemos el asunto en estudio, debemos recordar, igualmente,
que no todos los cuerpos son de una y la misma constitución, pues lo que es un
medicamento para algunos es poco menos que veneno para otros como ellos, no pueden
subsistir sino por la ayuda de esas contribuciones extraordinarias, de las cuales hemos
hablado, porque no son capaces de otra manera de levantar en poco tiempo suficientes
riquezas para defenderse de un enemigo poderoso, que tenga fuerza para invadirlos
repentinamente, como ya se ha expuesto. Pero un príncipe poderoso, cuyos dominios son
grandes y unidos y sus súbditos numerosos y leales, sus países ricos tanto por naturaleza
como por el comercio, sus vituallas y provisiones bélicas abundantes y listas, su situación
propicia para atacar a otros y difícil de ser invadidos, sus bahías buenas, su marina
poderosa, sus aliados fuertes y sus rentas ordinarias suficientes para sostener dignamente la
majestad de su estado, además de una suma razonable que puede anticiparse para reservar
anualmente en atesoramiento para ocasiones futuras; todos estos beneficios (estando bien
arreglados) ¿no habilitarán a un príncipe en contra de la invasión repentina de un enemigo
poderoso sin imponer contribuciones extraordinarias y pesadas? ¿No deberán los súbditos
ricos y leales de tan grande y justo príncipe sostener su honor y sus propias libertades con
sus vidas y hacienda, abasteciendo siempre el tesoro de un soberano hasta que por una
guerra bien llevada pueda imponer una paz feliz? Sí, ciertamente, no puede esperarse otra
cosa y así podrá un príncipe poderoso ser más fuerte conservando la riqueza y el amor de
sus súbditos, que gravando sus riquezas con tributos innecesarios, que no pueden menos de
alterarlos y provocarlos.

Ciertamente, dicen algunos, podemos fácilmente contradecir todo esto con ejemplos
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 36

tomados de las grandes monarquías de la cristiandad, las cuales, además de los ingresos
que aquí se denominan ordinarios, agregan también todas o la mayor parte de las otras
gravosas contribuciones. Concedemos todo esto y más, pues acostumbran también vender
sus cargos y puestos de justicia, lo que es un acto a la vez bajo y perverso, porque los quita
a hombres dignos por sus méritos y traiciona la causa del inocente, con lo que se desagrada
a Dios, se oprime al pueblo y la virtud se destierra de esos infelices reinos. ¿Diremos
entonces que estas cosas son legítimas y necesarias porque se acostumbran? No lo permita
“ Dios, pues discernimos mejor y estamos bien seguros de que estas extorsiones no se
hacen para una defensa necesaria de sus propios derechos, sino por orgullo y codicia para
agregar reinos al reino y así usurpar el derecho de otros; actos de impiedad que siempre
están velados con alguna bella presunción de santidad, como el hacerse por la causa
católica, por la propagación de la fe, por la supresión de los herejes y por engaños
semejantes que sirven solamente para realizar sus propias ambiciones acerca de lo cual en
este lugar será innecesario hacer disertaciones más extensas.

Capítulo XVII

Acerca de si es necesario para los grandes príncipes hacer reserva de riqueza.

Antes de que determinemos la cantidad de tesoro que un príncipe puede reservar cada año
convenientemente, sin perjudicar al país, será apropiado examinar si el acto del
atesoramiento es necesario, pues en la opinión general siempre encontramos gente que
desea y espera tanto de la liberalidad de los príncipes, que la llaman ruindad y piensan que
les es innecesario hacer reservas de tesoros, considerando que el honor y la seguridad de
los grandes príncipes consiste más en su boato que en su dinero, lo que se esfuerzan en
confirmar con los ejemplos de Cesar, Alejandro y otros quienes odiando la avaricia,
realizaron muchos actos y victorias por pródigas dádivas y gastos liberales. A esto también
agregan el pequeño fruto que resultó de la gran suma de dinero que el rey David ahorró y
dejó a su hijo Salomón, quien, a pesar de esto y de todos sus otros valiosos presente e
importante tráfico en un reino tranquilo, consumió todo en pompa y vanos deleites, con
excepción solamente de lo que se gastó en la construcción del templo.

Entonces (dicen estos contradictores) si tanta riqueza reunida por tan justo rey dio tan poco
resultado, ¿qué debemos esperar de los esfuerzos de esta clase en otros príncipes?
Sardanápalo dejó diez millones de libras esterlinas a los que lo asesinaron. Darío dejó veinte
millones de libras esterlinas a Alejandro, quien lo capturó; Nerón, quien quedó rico y
extorsionó mucho a sus mejores súbditos, dilapidó más de doce millones de libras esterlinas
en sus serviles aduladores y en gente indigna de esta clase, lo que motivó que Galba,
después de él, revocara estos obsequios.

Un príncipe que tiene existencia de dinero odia la paz, desprecia la amistad de sus vecinos y
aliados, y entra no sólo en guerras innecesarias sino también peligrosas (a veces), para
ruina y para derrota de su propio estado; todo lo cual, con algunos otros débiles argumentos
de esta clase (que omito por razón de la brevedad), no significa nada en contra de la
formación y acumulación legal de tesoros por príncipes prudentes y previsores, si son
correctamente comprendidos.

Pero, primero, en lo que concierne a estos grandes señores que han alcanzado las cumbres
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 37

más altas del honor y de la dignidad por sus valiosos obsequios y gastos, ¿quién no sabe
que esto ha sido hecho con el despojo de sus enemigos más bien que extraído de sus
propios cofres, lo que ciertamente es una liberalidad que no causa pérdida ni peligro? En
tanto que, por lo contrario, aquellos príncipes que no reservan dinero previsoramiento o que
lo consumen inmoderadamente cuando lo tienen, caerán súbitamente en necesidad y
miseria, pues no hay nada que cause tan rápida decadencia como la liberalidad excesiva,
para usar de la cual se necesitan grandes recursos. Este fue el caso del rey Salomón, quien,
a pesar de sus infinitos tesoros, sobrecargó a sus súbditos de tal manera, que por esta
causa muchos de ellos se rebelaron en contra de su hijo Rehoboam, quien de esa manera
perdió una gran parte de sus dominios, habiendo sido burdamente desviado por sus jóvenes
consejeros.

En consecuencia, un príncipe que no oprime a su pueblo y que no obstante es capaz de


mantener su rango y defender sus derechos, no será conducido a la pobreza ni al desprecio,
al odio ni al peligro, y debe hacer reservas de capital y ser ahorrativo y para más pruebas de
esto podría poner algunos otros ejemplos, los que omito aquí por innecesarios.

Solamente agregaré, como una regla necesaria que debe ser observada, que cuando tenga
que levantarse más tesoro del que puede obtenerse por las contribuciones ordinarias, debe
siempre hacerse con igualdad, para evitar el odio del pueblo, que nunca está satisfecho a
menos que sus contribuciones sean impuestas por consentimiento general, motivo por el
cual la invención del parlamente es una excelente política de gobierno para conservar una
amable cordialidad entre el rey sus súbditos, restringiendo la insolencia de la nobleza,
reparando las injurias del vulgo, sin comprometer a un príncipe a adherirse a ningún partido,
sino a favorecer a ambos indiferentemente. Nada podía haber sido discurrido con más juicio
para la tranquilidad general del reino o con más cuidado para la seguridad del rey, que de
esta manera tiene también buenos medios para despachar, por otros, aquello que provoca
envidia, y a ejecutar él mismo lo que merezca gratitud.

Capítulo XVIII

Cuánto tesoro puede un príncipe ahorrar convenientemente cada año.

Hasta aquí hemos expuesto los ingresos ordinarios y extraordinarios de los príncipes, la
conveniencia de ellos y a quien justa y necesariamente corresponde solamente recibir las
contribuciones extraordinarias de sus súbditos. Falta ahora examinar qué parte de este
tesoro puede ahorrar convenientemente al año un príncipe determinado. Este tema parece
ser al principio muy sencillo y fácil, pues si un príncipe tiene de renta anual dos millones y
gasta solamente uno, ¿por qué no deberá ahorrarse el otro? Ciertamente, debo confesar que
este proceder es común en los recursos y ganancias de los particulares, pero en los asuntos
de los príncipes es muy diferente; hay otras circunstancias que deben ser tomadas en
consideración, pues aunque los ingresos de un rey sean muy grandes, sin embargo, si la
ganancia del reino es muy pequeña, esta última debe siempre dar la pauta y proporción para
dicho tesoro que puede ahorrarse convenientemente al año, pues si se acumulara más
dinero del que se gana por el excedente de la balanza de su comercio exterior, no despojará
sino que arruinará a sus súbditos y así, con su ruina, se derribará a sí mismo por falta de
futuros esquilmos. Para hacer esto más claro supongamos que un reino es tan rico natural y
artificialmente que puede abastecerse de artículos extranjeros por el comercio y, sin
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 38

embargo, ganar anualmente 200,000 libras esterlinas en dinero efectivo; en seguida


supongamos que toda la renta del rey sea de 900,000 libras esterlinas y sus gastos
solamente 400,000, por lo que puede guardar 300,000 libras más en sus cofres anualmente
de lo que todo el reino gana de los extranjeros por el comercio exterior; ¿quién no ve
entonces que todo el dinero de ese estado irá prontamente a parar al tesoro del príncipe, por
lo que la vida en los campos y en las manufacturas decaerá y llegará a la ruina tanto la
riqueza pública como la privada? De tal manera que un rey que desea guardar mucho dinero
debe proponerse por todos los medios lícitos mantener y aumentar su comercio exterior,
pues es el único medio no sólo que lo puede conducir a sus fines propios, sino también a
enriquecer a sus súbditos para su mejor beneficio, pues un príncipe es considerado no
menos poderoso por tener muchos súbditos ricos y bien presentados que por poseer mucho
tesoro en sus cofres.

Pero aquí debemos enfrentarnos con una objeción que quizá pueda ser hecha con relación a
esos estados (de los cuales he hablado antes) que no son de gran extensión y que, sin
embargo, colindando con príncipes poderosos, están obligados a imponer contribuciones
extraordinarias sobre sus súbditos, con lo que se procuran para sí mismos grandes ingresos
anuales y están ricamente provistos en contra de cualquier invasión extranjera, sin embargo
de no tener mucho comercio con el extranjero, sino lo que es suficiente para superar la
balanza o ganancia del mismo que pueda bastar para guardar la mitad de lo que cada año
pagan, además de sus propios gastos.

A esto la contestación es que la ganancia en el comercio exterior debe ser aún la regla para
reservar riqueza, la cual, aunque no sea mucha cada año, en tiempos de una paz duradera,
y siendo bien manejada, llegará a ser una gran suma de dinero, capaz de sostener una larga
defensa, que puede terminar o desviar la guerra. Tampoco es estrictamente obligatorio
atesorar todos los aumentos de riqueza de los príncipes, pues tienen otros medios no menos
necesarios y provechosos para hacerlos ricos y poderosos, gastando continuamente una
gran parte del dinero de los ingresos anuales de sus súbditos de los cuales fue tomado
primero, empleándolo, por ejemplo, en hacer barcos de guerra con todas las provisiones que
corresponden a ello, en construir y reparar fuertes, en comprar y almacenar granos en cada
provincia para el consumo de un año (cuando menos) de antemano, para que sirvan en caso
de hambres, lo que no puede ser descuidado por un estado sino con gran peligro; en fundar
bancos con su dinero para el aumento del comercio de sus súbditos; en tener al corriente en
sus pagos a los coroneles, capitanes, soldados, comandantes, marineros y otros, tanto de
mar como de tierra, con buena disciplina; en llenar sus almacenes (en lugares diversos y
fuertes) y abastecerse con pólvora, azufre, salitre, municiones, artillería, mosquetes,
espadas, picas, armaduras, caballos y de muchas otras provisiones semejantes propias para
la guerra, todo lo cual hará que sean temidos en el extranjero y amados en su país,
especialmente si se cuida de que todo (hasta donde sea posible) se haga de los materiales y
manufacturas de sus propios súbditos, quienes soportan el peso de las contribuciones
anuales; pues un príncipe (en este caso) es como el estómago en el cuerpo, el cual si cesa
de digerir y distribuir a los otros miembros, no sólo los corrompe, sino que se destruye a sí
mismo.

Así, hemos visto que un pequeño estado puede reservar una gran riqueza en provisiones
necesarias, que son las joyas de los príncipes, no menos estimadas que sus tesoros, pues
en tiempo de necesidad están listas cuando no pueden obtenerse inmediatamente de otra
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 39

manera (en algunos lugares), ya que un estado puede perderse mientras intenta proveerse
de municiones; de tal manera que podemos considerar tan pobre a un príncipe que no tiene
artículos que comprar cuando los necesita, como al que no tiene dinero para comprarlos,
pues aunque el dinero se dice que es el nervio de la guerra, sin embargo, esto es así porque
provee, une y mueve el poder de los hombres, las vituallas y municiones donde y cuando la
ocasión lo requiere; pero si estas cosas faltan en el momento necesario, ¿qué haremos
entonces con nuestro dinero? La meditación de esto hace que diversos estados bien
gobernados sean muy previsores y estén bien abastecidos de tales provisiones,
especialmente sus graneros y almacenes, como los famosos arsenales de los venecianos,
que son admirados por la magnificencia de los edificios, la cantidad de municiones y
almacenes tanto para mar como para tierra, la multitud de los trabajadores, la diversidad y
excelencia de las manufacturas, por la previsión del gobierno. Son estas cosas raras y
dignas, propias de que los príncipes tomen nota de ellas y las imite, pues majestad sin
previsión, fuerza competente y provista de los abastecimientos necesarios no está
asegurada.

Capítulo XIX

De algunos de los varios efectos que produce la riqueza natural o la artificial.

Al final del tercer capítulo de este libro, escribí algo concerniente a la riqueza natural y a la
artificial, y allí expuse cuánto el arte enriquece a la naturaleza; pero es necesario tocar aún
esos asuntos separadamente, para así poder discernir mejor sus diferentes maneras de
operar en una república. Para la realización de esto haré algunas comparaciones entre
Turquía e Italia, o entre otros países remotos, pero no iré lejos, pues hay materia suficiente
aquí en la Gran Bretaña y en las provincias unidas de los Países Bajos, para hacer este
asunto claro; por lo cual, en primer lugar, comenzaremos brevemente con Inglaterra y en
términos generales solamente, para describir las riquezas naturales de esta famosa nación,
con algunas de las consecuencias más importantes que produce en el carácter del pueblo y
en la fuerza del reino.

Si tomamos en cuenta debidamente la magnitud, la belleza, la fertilidad y la fuerza de


Inglaterra, tanto en el mar como en la tierra, por la multitud de sus guerreros, caballos,
naves, municiones, posiciones ventajosas para la defensa y el comercio, número de puertos
de mar y de bahías, que son de difícil acceso para el enemigo y de fácil salida para las
riquezas de los habitantes, ya consista esta en vellón, hierro, plomo, hojalata, azafrán,
granos, vituallas, cueros, cera u otras riquezas naturales, encontraremos que este reino es
capaz de erigirse como jefe de una monarquía. Pues qué gloria y ventaja mayor puede
cualquiera nación poderosa tener, que ser de esta manera poseedora rica y abundante de
todo lo necesario para la alimentación, el vestido, la guerra y la paz, no sólo para sus propios
usos abundantemente, sino también para abastecer las necesidades de otras naciones, en
tal medida que de esta manera se puede ganar mucho dinero anualmente, para hacer
completa su felicidad. Pues la experiencia nos dice que, no obstante el consumo excesivo de
este reino únicamente, para no decir nada de Escocia, se exporta communibus annis de
nuestros productos nacionales, por valor de dos millones doscientas mil libras esterlinas o
algo más, de tal manera que sino nos movieran tanto el orgullo, las modas monstruosas y el
desenfreno, que exceden a los de otras naciones, un millón y medio de libras esterlinas
podría suplir abundantemente nuestras innecesarias necesidades (si pudiera llamarlas así)
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 40

de sedas, azúcar, especias, fruta y otras, de tal manera que podría atesorarse setecientas
mil libras esterlinas en dinero, para hacer al reino extraordinariamente rico y poderoso en
poco tiempo. Pero esta gran abundancia de que gozamos nos hace un pueblo no solamente
vicioso e inmoderado, desperdiciador de los bienes que tenemos, sino también imprevisor y
descuidado de gran cantidad de otras riquezas que desperdiciamos vergonzosamente, como
es la pesca en los mares de Su Majestad en Inglaterra, Escocia e Irlanda, lo que es de no
menor importancia que todas nuestras otras riquezas que exportamos y vendemos a los
extranjeros, en tanto que mientras (por pereza vergonzosa) una gran multitud de nuestro
pueblo engaña, grita, roba, es ahorcada, pide limosna, hace gazmoñerías, desfallece y
muere, la que por estos medios y mantenimientos podría progresar, para la mayor riqueza y
fuerza de estos reinos, especialmente por mar, para nuestra propia seguridad y para el terror
de nuestros enemigos. Los esfuerzos de los laboriosos holandeses proporcionan testimonio
suficiente de esta verdad, para nuestra gran vergüenza y no menor peligro, si no tiene un
oportuno remedio, pues mientras dejemos nuestros acostumbrados y honorables ejercicios y
estudios, para seguir nuestros placeres y, en los últimos años, para aturdirnos fumando y
comiendo de una manera bestial, chupando humo y tomando bebidas hasta vernos cara a
cara con la muerte, los mencionados holandeses han abandonado hace tiempo estos
groseros vicios y tomado nuestro habitual valor, que con frecuencia hemos demostrado
gallardamente en mar y tierra, particularmente en su defensa, aunque no sean ahora tan
agradecidos para reconocerlo. La suma de todo esto es que la lepra general de nuestras
borracheras, nuestras comilonas, nuestras fiestas, nuestras modas y todos los gastos
indebidos de nuestra época en ocio y placer (en contra de la ley de Dios y de las costumbres
de otras naciones) nos han hecho afeminados de cuerpo, débiles de conocimientos, pobres
en tesoros, decadentes de nuestra valentía, desafortunados en nuestras empresas y
despreciados por nuestros enemigos. Escribo lo más que puedo acerca de estos excesos,
porque malgastan tanto nuestras riquezas, que es el tema principal de la disertación de todo
este libro, y en verdad nuestra riqueza podría ser un relato extraordinario para que lo
admirara y temiera toda la cristiandad, si sólo agregáramos arte a la naturaleza y trabajo a
nuestros recursos naturales, el descuido de todo lo cual ha dado una notable ventaja a otras
naciones y especialmente a los holandeses, de lo cual diré algo brevemente en seguida.

Pero primeramente expondré mi opinión concerniente a nuestra telas, que, aunque es la


riqueza más grande y el mejor empleo para los pobres de este reino, sin embargo, quizás
podamos ocuparnos aun con más seguridad, abundancia y provecho, empleando más
cultivo y pesca, que confiando tan completamente en la manufactura de las telas, pues en
tiempo de guerra y por otros motivos, si algún príncipe extranjero prohibiera el uso de ellas
en sus dominios, podría de pronto causar mucha pobreza y tumultos peligrosos,
especialmente entre nuestros indigentes, cuando tenga que privárseles de su sustento
ordinario, lo que no puede tan fácilmente faltarles cuando su trabajo se divida en la
mencionada diversidad de empleos, por lo cual también varios miles estarán en mejores
condiciones de hacer al reino buenos servicios en ocasión de guerra, especialmente por
mar, así es que, dejando a Inglaterra, pasaremos a las provincias unidas de los Países
Bajos.

Como la abundancia y el poder hacen a una nación viciosa e imprevisora, así la pobreza y la
necesidad hacen a un pueblo prudente e industrioso, y con relación a esto último podría
mencionar varias repúblicas de la cristiandad que temiendo poco o nada en su propio
territorio, sin embargo, adquieren gran riqueza y fuerza por su laborioso comercio con los
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 41

extranjeros, entre las cuales las provincias unidas de los Países Bajos son ahora de gran
notoriedad y fama, pues desde que sacudieron el yugo de la esclavitud española, ¡cuán
maravillosamente han mejorado en toda actividad humana! ¡Qué grandes recursos han
obtenido para defender su libertad en contra del poder de tan gran enemigo! Y ¿no es hecho
todo esto por su continua laboriosidad en el tráfico de mercancías? ¿No son sus provincias
el almacén y bodega de mercancías para la mayoría de los países de la cristiandad, por lo
que su riqueza, su navegación, sus marinos, sus manufacturas, su pueblo y por lo tanto las
rentas públicas y los impuestos han llegado hasta maravillosas alturas? Si comparamos la
época de su servidumbre a su estado presente no parecen el mismo pueblo, pues quién no
sabe que las condiciones de esas provincias eran malas y turbulentas bajo el gobierno
español, que más bien trajo una gran carga que una fuerza adicional a sus aspiraciones;
tampoco resultaría una prueba muy difícil para los príncipes vecinos reducir esos países
nuevamente a su estado anterior, si su propia seguridad lo requiriera, como ciertamente
sucedería si los españoles fueran los únicos señores de estos Países Bajos; pero nuestra
disertación no tiende a exhibir los medios de estas mutaciones, de otra manera que no sea
encontrar el principal fundamento de la riqueza y grandeza de los holandeses, pues parece
una maravilla para el mundo que semejante pequeño país, no tan grande como dos de
nuestros mejores condados, que tiene poca riqueza natural, vituallas, madera, y otras
municiones necesarias, ya sea para la guerra o para la paz, posea, sin embargo, todas ellas
en tan gran abundancia que, además de abastecer sus propias necesidades (que son muy
grandes), pueda e igualmente de hecho abastezca y venda a otros príncipes naves,
cañones, cordajes, trigo, pólvora, municiones y varias otras mercancías que por su diligente
comercio reciben de todas partes del mundo; proceso en el cual no son menos perjudiciales
al sustituir a otros (especialmente a los ingleses) como cuidadosos de fortalecerse a sí
mismo. Y para realizar esto y más de lo que se ha dicho (que es su guerra con España)
tienen poco fundamento, además de la pesca, que se les permite en los mares de Su
Majestad, lo que, sin duda, es un recurso de increíble riqueza y fuerza, tanto por mar como
por tierra, como Robert Hichcock, Tobías Gentleman y otros han publicado extensamente en
letras de molde para los que son dados a la lectura. Aun los Estados Generales mismos, en
su proclamación, han asentado sutilmente el valor de ello, en las siguientes palabras: La
gran pesca y captura de los arenques es el comercio principal y la más importante mina de
oro de las provincias unidas, por el cual son puestas a trabajar varios miles de casas,
familias, oficios, industrias y ocupaciones, bien sostenidas y prósperas, especialmente en la
navegación, que tanto dentro como fuera de estos países se le tiene en gran estimación, y
por otra parte, muchos ingresos de dinero aumentan y prosperan por ella, juntamente con el
aumento de recursos, convoyes, derechos aduanales y otras rentas de estos países, con
otras palabras a continuación, como se expresa extensamente en la dicha proclamación,
expedida por los Estados Generales para la conservación de la mencionada industria de la
pesca, sin la cual es notorio que no pueden subsistir independientes, pues si estos cimientos
sucumben, todo el edificio de su riqueza y poder, tanto en mar como en tierra, debe caer;
porque la multitud de sus naves decaerán prontamente, sus rentas y derechos aduanales se
reducirán , el país se despoblaría y todo su otro comercio de las Indias Orientales o a
cualquier parte declinaría forzosamente; de tal manera que la gloria y poder de estos Países
Bajos reposa en su pesca de arenques y bacalao en los mares de Su Majestad. Falta saber,
pues, qué derecho o título tienen a ello y como están en posibilidades de poseerlo y
conservarlo, contra todas las otras naciones.

Las contestaciones a estas dos preguntas no son difíciles, porque, primero, no es el autor
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 42

holandés de Mare Liberum quien puede autorizarlos a pescar en los mares de Su Majestad,
pues además de la justicia de la causa y de los ejemplos de otros países que pueden
alegarse, diré solamente que tales derechos serán más bien decididos por las armas que por
las palabras. Ciertamente creo que hay libertad para los peces para ir hacia allá a su placer;
pero que los holandeses puedan capturarlos y llevárselos de allí sin permiso de Su Majestad,
no puedo albergar tal pensamiento. Puede ser una buena política tolerar aún y por tanto
tiempo permitirles la pesca pues están en perfecta liga con Inglaterra y en guerra con
España; pero si los españoles fueran los dueños de las provincias unidas como antes, casi
correspondería a estos reinos reclamar su propio derecho y cuidadosamente hacer tan buen
uso de él para incrementar su riqueza y poder, a fin de oponerse a ese poderoso enemigo,
como lo hacen ahora los holandeses, y estar así bien capacitados ahora de hacer con la
conveniencia de esas provincias que ya tuvo en posesión, pues no es la comarca sino su
empleo, no la estéril Holanda, sino la rica pesca, lo que da fundamento, tráfico y subsistencia
a esa multitud de navíos, industrias y pueblo, por la cual también los impuestos y otras
rentas públicas son continuos, y sin la dicha explotación todas las referidas grandes
actividades necesariamente deben deshacerse y desaparecer en poco tiempo. Aunque
confieso que esa acumulación de dinero puede traerles materias primas (de las cuales
carecen completamente) y artesanos para construirles naves, sin embargo, ¿dónde están las
mercancías que fletar para sostenerlas? Si el dinero entonces fuera la única manera para
hacerlos salir a comerciar, ¿qué pequeño número de naves emplearía esto? O, si las
inciertas oportunidades de guerras los deben sostener, ¿no requerirá la décima parte de
tantos navíos y hombres como los holandeses ponen ahora a trabajar en la pesca y otras
industrias que dependen de ella? Pero si aún se dijera que haciéndose el español señor de
todos esos Países Bajos cesarían sus gastos de la guerra presente allí y así este poder se
podría volver en contra de nosotros, la respuesta sería que cuando los príncipes envían
grandes ejércitos al extranjero para invadir otros países, deben igualmente aumentar sus
cargas y poder en la madre patria, para defenderse a sí mismo, y también debemos pensar
que si los españoles atentaran en cualquier forma en contra de estos reinos, deberían
consumir gran parte de su tesoro en navíos, por lo que los recursos de su poder de invasión
en dinero y en hombres para desembarcar, sería mucho menor de lo que lo es ahora en los
Países Bajos. Tampoco debemos limitarnos a contemplarlos sino estar siempre listos para
resistirlos, cuando nuestra riqueza y nuestra fuerza por mar y tierra pueda ser aumentada
mucho por la posesión y ejercicio de nuestra pesca, tema acerca del cual diré aún algo más
cuando se ofrezca la ocasión en lo que sigue. Ahora, en este lugar, solamente agregaré que
si el español fuera el único dueño de los Países Bajos, entonces necesariamente sostendría
un gran comercio marítimo para abastecer las necesidades generales de esos países, por lo
que, en casos de guerra, deberíamos tener medios para quitarle mucha riqueza diariamente,
en tanto que ahora los españoles, practicando poco o nada el comercio en estos mares, pero
empleando sus naves de guerra al máximo de su poder, solamente toman y nosotros
perdemos continuamente, grandes cantidades de él.

Ahora refirámonos a la segunda pregunta de si los holandeses son capaces de poseer y


conservar esta pesca en contra de cualquier otra nación. Es muy probable que aunque ahora
no reclaman ningún otro derecho más que su propia libertad en esta pesca, aparentando
reconocer la misma a los demás, sin embargo, si en la práctica cualquier nación buscara ya
sea pescar con ellos o suplantarlos, estarían listos a la vez que capacitados para sostener
esta mina de oro, en contra de la más fuerte oposición, con excepción de la de Inglaterra,
cuyas bahías y tierra firme, con otras ayudas diarias, son muy necesarias si no
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 43

absolutamente indispensables para este empleo, y cuyo poder, también por mar, es capaz
(en poco tiempo) de causar a este negocio perturbaciones y completa ruina, si la ocasión
fuere tan urgente como se supone antes. Tampoco es bastante para contradecir todo esto
afirmar que los holandeses son poderosos en el mar, cuando tanto en mar como en tierra se
encuentren con un poder más grande; debemos observar desde cuándo ha crecido su
poder, y si la raíz puede echarse a perder, las ramas pronto se secarán y en consecuencia
sería un error estimarlos o valorarlos de acuerdo con su poder y riqueza presentes, los
cuales los han obtenido por el comercio o por compra; pues aunque su riqueza fuere más
grande de lo que en realidad lo es, con todo, sería pronto consumida en una guerra costosa
en contra de un enemigo poderoso, cuando el curso de estos accidentes puede detenerse y
cambiarse prohibiendo la causa misma (que es la pesca en los mares de Su Majestad) que
da base y es el verdadero cimiento de su poder y felicidad. Sabemos que las provincias
unidas son como un hermoso pájaro con brillantes plumas prestadas; pero si cada ave se
llevara su pluma, quedaría casi desnudo. Tampoco hemos visto nunca a estos holandeses,
ni aun en las grandes ocasiones, dar salida a tantas naves de guerra al mismo tiempo como
lo han hecho frecuentemente los ingleses sin ningún impedimento a su tráfico ordinario. Es
cierto, en verdad, que tienen un infinito número de naves para pescar y transportar granos,
sal, etc., para su propio avituallamiento y comercio, lo mismo que para traer madera, tablas,
brea, cáñamo, alquitrán, lino, mástiles, cordaje y otros pertrechos semejantes para hacer esa
multitud de navíos, que para ellos son como los arados para nosotros, los cuales, a menos
que los pongan en movimiento, el pueblo pasará hambre; su navegación, en consecuencia,
no puede ser suprimida de su actividad (como la nuestra, si la ocasión lo requiere) ni aun por
un período de tiempo muy corto, sin ruina total, porque es la manutención diaria de sus
grandes multitudes que ganan su vida al día y de la cual también dependen los grandes
impuestos y otras rentas públicas que sostienen al estado mismo. Tampoco son, en verdad,
esas naves ni fuertes ni adecuadas para la guerra y con su uso apropiado, para la pesca y el
comercio llegarán a ser los más ricos o la presa de un poderoso enemigo en el mar, como en
parte lo encuentran en esa pobre aldea de Dunkirk, a pesar de su gran custodia de barcos
de guerra, pesados convoyes y otros recomendables cuidados, que emplean continuamente
para prevenir estos perjuicios; pero si la ocasión de un enemigo más poderoso por mar los
forzara a duplicar o triplicar aquellas custodias, podemos con razón dudar de las
posibilidades de su supervivencia, especialmente cuando (nosotros) les prohibiéramos la
pesca, que les procura su mantenimiento. Estas y otras circunstancias me hacen a menudo
maravillarme cuando oigo a los holandeses jactarse vanamente, y a muchos ingleses creer,
que las provincias unidas son nuestros fuertes, baluartes, murallas, puestos avanzados, y
qué se yo qué, sin los cuales no podemos subsistir mucho tiempo en contra de las fuerzas
españolas, cuando, en realidad, nosotros somos la principal fuente de su felicidad, tanto en
la guerra como en la paz, para el comercio y el enriquecimiento, para municiones y hombres
que gastan nuestra sangre en su defensa, en tanto que su pueblo es reservado para las
conquistas en las Indias y para cosechar los frutos del rico comercio que sacan de nuestro
seno, lo que siendo concedido a nosotros mismos (como tenemos derecho y poder de
hacerlo) aumentaría poderosamente la progenie de nuestro pueblo por este medio de
sostenerlo y nos habilitaría bien en contra del enemigo más poderoso y obligaría igualmente
a grandes multitudes de esos holandeses mismos a buscar su vida aquí con nosotros por
falta de mejorar sostenimiento, y de este modo, nuestras aldeas costeñas y castillos en
decadencia serán bien pronto reedificados y poblados de manera más amplia de lo que
antes lo fueron en su mejor situación.
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 44

De esta manera, estando unidas estas fuerzas, estarán siempre más listas, seguras y fuertes
que otras más poderosas que estén divididas, y que están siempre sujetas a dilaciones,
distracciones y celos, de todo lo cual no debemos estar ignorantes sino saberlo
perfectamente y usar nuestra propia fuerza cuando tengamos oportunidad, y especialmente
debemos estar siempre vigilantes para conservar esta fuerza, no sea que prevalezca la
sutileza de los holandeses (por obra de algún hermoso presente o de su dinero), como sin
duda trataron de hacer últimamente en Escocia, para tener privilegio para la posesión,
ocupación y fortificación de la excelente isla de Lewis, de las Orcadas, cuya situación,
bahías, pesca, fertilidad, extensión y otras ventajas los habrían hecho capaces (en poco
tiempo) de atacar estos reinos por invasión súbita y haber defendido la pesca antes
mencionada en contra del mayor poder de Su Majestad, y también para que de esa manera
salieran y regresaran felizmente sus navíos a y de los Indias Orientales y de las
Occidentales, España, los estrechos y otras comarcas sin pasar a través de los estrechos
mares de Su Majestad, en donde ahora este reino tiene ventajas en todo momento para
apresar sus naves y evitar su mejor comercio, lo que les traería pronto su ruina, por lo que
tenemos sobre ellas un lazo y poder más grande que cualquiera nación.

Como quiera que la mencionada isla de Lewis puede haberse conseguido en nombre de un
particular y bajo el justo pretexto de llevar el comercio a esas remotas comarcas de Escocia,
sin embargo, al final, cuando la obra haya sido realizada con alguna perfección, la posesión
y poder hubieran, sin duda, recaído en los Lores, o en los Estados Generales, como
sabemos que últimamente han conseguido diversos lugares de gran fuerza y riqueza en las
Indias Orientales, en nombre y con el dinero de sus comerciantes, por lo cual también sus
acciones ahí se han oscurecido y se han hecho menos manifiestas en el mundo, hasta que
han alcanzado sus fines, los que son de tal trascendencia que importa mucho a esta nación
en particular observar cuidadosamente su conducta, pues evidentemente siguen los pasos
de aquel valiente y político capitán Filipo de Macedonia, cuya máxima era: Cuando no se
pueda emplear la fuerza, usar del soborno y del dinero para corromper aquellos que podían
mejorar su fortuna, política con la que dio principio a una monarquía. Y ¿qué sabemos
nosotros si los holandeses pueden aspirar a semejante soberanía, cuando encuentren que
sus intentos en las Indias y en otros complots sutiles tengan tanto éxito? ¿No vemos que sus
tierras se han vuelto ahora demasiado pequeñas para contener a este pueblo crecido, por lo
cual sus naves y mares se han convertido en las habitaciones de grandes multitudes? Y, sin
embargo, para darles más progenie, ¿no se les ahorra sus propias guerras para enriquecer
al estado y a ellos mismos por el comercio y las industrias? En tanto que por esta política
muchos miles de extranjeros también son llevados allí a desempeñar su marcial ocupación,
por la que el considerable ingreso de sus impuestos es tanto más aumentado y todas las
cosas están tramadas tan sutilmente que, aunque el soldado extranjero sea bien pagado, sin
embargo, todo debe gastarlo de nuevo allí, y así la riqueza permanece inmóvil en su propio
país y no son enriquecidos los extranjeros que les hacen este gran servicio.

He oído a algunos italianos prudente y atinadamente disertar acercar de la fuerza natural y la


riqueza de Inglaterra, que consideran ser inigualable, si nos aplicáramos (aunque sea en
parte) a semejante política y esfuerzos como los que se usan frecuentemente en algunos
otros países de Europa y mucho han admirado que nuestros pensamientos y celo estén
puestos solamente en la grandeza española y francesa, sin sospechar ni una sola vez, sino
constantemente abrazar a los holandeses como a nuestros amigos y aliados, cuando en
verdad (como ellos observan con acierto) no hay pueblo en la cristiandad que nos socave,
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 45

perjudique y eclipse diariamente en nuestra navegación y comercio, tanto en el extranjero


como en la madre patria y esto no sólo en la rica pesca en los mares de Su Majestad (acerca
de lo cual ya hemos escrito), sino también en nuestro tráfico interior entre ciudad y ciudad,
en la manufactura de sedas, lanas y otras cosas semejantes que se hacen en este reino, en
las cuales nunca dan empleo ni educación a los ingleses, sino que siempre (de acuerdo con
la costumbre de los judíos, ya residan en Turquía o en cualquier comarca de la cristiandad)
viven completamente para sí mismos, en sus propias tribus. De tal manera que podemos
ciertamente decir de los holandeses que aunque están entre nosotros, sin embargo, no son
de los nuestros, ni siquiera aquellos que nacen y son educados aquí en nuestro propio país,
porque continúan siendo holandeses, sin tener siquiera una gota de sangre inglesa en sus
venas.

Podría escribirse más acerca del orgullo y de los propósitos ambiciosos de estos
holandeses, por los cuales esperan con el tiempo hacerse poderosos, si no se les impide, y
mucho más puede decirse de su cruel e injusta violencia (usada especialmente con sus
mejores amigos, los ingleses) en cuestiones de sangre, comercio y otros beneficios en los
que han tenido ventaja y poder para emplearla; pero estas cosas ya están publicadas para la
vista y admiración del mundo, de lo cual concluiré, como resumen de todo esto, que las
provincias unidas, que ahora son una gran dificultad si no es que un terror para los
españoles, fueron antiguamente poco más que una carga para ellos cuando las poseyeron,
lo que sucedería de nuevo en la misma situación, y las razones las podría ampliar aun más;
pero no es pertinente hacerlo en esta disertación más de lo que ya se ha dicho, para mostrar
los diferentes efectos entre la riqueza natural y la artificial, la primera de las cuales, como es
más noble y ventajosa y está siempre lista y manifiesta, hace al pueblo descuidado,
orgulloso y dado a todos los excesos; en tanto que la segunda fomenta el cuidado, la
literatura, las artes y la política. Mis deseos son, en consecuencia, que como Inglaterra
disfruta abundantemente de una y está ampliamente capacitada para la otra, que nuestros
esfuerzos puedan útilmente asociarse para la reforma de nuestra viciosa ociosidad y para la
gloria de estos famosos reinos.

Capítulo XX

Orden y medios por los cuales podemos alcanzar el equilibrio de nuestro comercio exterior.

Ya que hemos comprobado ampliamente que la balanza de nuestro comercio exterior es la


verdadera norma de nuestra riqueza, falta que mostremos por quién y de qué manera puede
lograrse su equilibrio en todo tiempo, cuando el estado desee descubrir cómo prosperamos o
declinamos en este grande e importante asunto, para lo cual los empleados de las aduanas
de Su Majestad son los únicos agentes que deben emplearse, porque tienen las cuentas de
todas las mercancías que se exportan o importan al reino y aunque (es cierto que) no
pueden asentar con exactitud el costo y cargas de artículos comprados aquí o en el
extranjero, sin embargo, si se apoyan en el libro de tarifas, estarán en posibilidad de hacer
un cálculo que pueda satisfacer la investigación, pues no es de esperarse que dicha cuenta
pueda alcanzar un equilibrio exacto, y bastará solamente con que la diferencia no sea
demasiado grande.

Primero, en lo que concierne a nuestras exportaciones, cuando hemos valuado su costo


inicial, debemos agregar veinticinco por ciento por las cargas de aquí: flete de naves,
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 46

seguros por los riesgos y ganancias del comerciante, y por lo que hace a nuestra industria
de la pesca, que no paga derechos aduanales a Su Majestad, el valor de tales exportaciones
puede calcularse fácilmente por una atenta observación que se ha hecho y puede hacerse
continuamente, de acuerdo con el incremento o la disminución de esos negocios, estando el
estado actual de estas mercancías valuado en ciento cuarenta mil libras esterlinas de
exportación anual. También debemos agregar a nuestras exportaciones todo el dinero que,
con licencia de Su Majestad, sale para el comercio.

En segundo lugar, para nuestra importación de artículos extranjeros, los libros de la aduanas
sirven solamente para guiarnos en lo que concierne a la cantidad, pues no debemos
valuarlos como son estimados aquí, sino por lo que nos cuestan con todas las cargas
agregadas a nuestros barcos en los diferentes lugares donde son comprados, porque la
ganancia del comerciante, las cuotas del seguro, los fletes de las naves, las aduanas, los
impuestos y otros derechos locales que las encarecen grandemente para nuestro uso y
consumo, son, sin embargo, solamente compensaciones entre nosotros mismos, en lo cual
el extranjero no tiene participación, por lo que nuestras referidas importaciones deben
valuarse a veinticinco por ciento menos de lo que se considere que valen aquí. Y aunque
esto puede parecer una gran concesión para muchas mercancías valiosas que vienen
solamente de los Países Bajos y otros lugares cercanos, sin embargo, se encontrará
razonable cuando tomemos en consideración mercancías en bruto y artículos embarcados
en países remotos, como nuestra pimienta, que nos cuesta, con cargas, solamente cuatro
peniques la libra en las Indias Orientales y aquí se le valúa en veinte peniques la libra, de tal
manera que cuando todo se reduce a un término medio, la valuación debe hacerse como se
asienta arriba. En consecuencia, el método que se ha empleado para multiplicar por veinte
todas las tarifas de las mercancías que se introducen, producirá un gran error en la balanza,
pues de esta manera los diez mil sacos de pimienta que este año hemos traído de las Indias
Orientales deberán ser valuados a muy cerca de doscientas cincuenta mil libras esterlinas,
siendo así que toda esta pimienta en la cuenta del reino no cuesta arriba de cincuenta mil
libras esterlinas, porque las Indias no han obtenido más de nosotros, aunque paguemos
precios extraordinariamente altos por la misma. Todas las otras cargas (como he dicho
antes) son solamente un cambio de efectos entre nosotros mismos, y del súbdito al rey, que
no puede empobrecer a la república. Pero es cierto que cuando nueve mil sacos de dicha
pimienta están ya embarcados para diversas comarcas extranjeras, éstas y todas las otras
mercancías, extranjeras o domésticas, que se transportan hacia el exterior, deben ser
calculadas a las tarifas de los impuestos aduanales de Su Majestad, multiplicadas por veinte,
o más bien por veinticinco (a que he supuesto que llegará a aproximarse la cuenta) cuando
consideremos todo nuestro comercio reducido a un término medio.

En tercer lugar debemos recordar que toda mercancía exportada o importada por extranjeros
(en sus navíos) será estimada, por ellos mismos, por lo que sacan, pues el reino tiene
solamente el costo inicial y los derechos de aduana. y lo que traen debemos estimarlo a lo
que vale aquí, deduciendo solamente los impuestos aduanales, las contribuciones y otras
cargas pequeñas.

Por último, debe tomarse buena nota de todas las grandes pérdidas que experimentamos en
el mar, en nuestros navíos, ya sea de ida o de regreso, pues el valor de una debe deducirse
de nuestra exportación y el de la otra debe agregarse a nuestra importación, ya que perder o
consumir produce uno y el mismo resultado. Igualmente, si sucediere que Su Majestad
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 47

ganara grandes sumas de dinero por el cambio para mantener una guerra extranjera, en la
cual no alimentáramos ni vistiéramos a los soldados ni abasteciéramos a los ejércitos,
debemos deducir todas estas cargas de nuestras exportaciones, o cargarlas a nuestras
importaciones, ya que estos gastos provocan la salida o impiden la entrada de otro tanto de
dinero. Aquí debemos recordar las grandes colectas de dinero que se dice que se hacen en
todo el reino anualmente entre nuestros disidentes por sacerdotes y jesuitas quienes las
llevan secretamente a sus colegios, claustros y conventos de ultramar, de donde nunca
vuelven a nosotros de nuevo en ninguna forma; en consecuencia, si este perjuicio no puede
ser evitado, siquiera debe ser tomado en consideración y registrado como una pérdida real
para el reino, con exclusión (para compensar esto) de un valor que supondremos
equivalente y que puede quizás ingresar por pagos hechos por príncipes extranjeros a sus
pensionistas aquí, a cuenta de servicios o información secreta, lo cual algunos estados
consideran buena política pagar con gran liberalidad, la entrada de todo lo cual es, sin
embargo, simple traición.

Hay aún algunas otras pequeñas cosas que parecen tener relación con esta balanza, de las
cuales los mencionados empleados de las aduanas de Su Majestad pueden no tomar nota,
para considerarlas en la cuenta. Por ejemplo, los gastos de los viajeros, los presentes a los
embajadores y extranjeros, el fraude de algunos objetos valiosos no registrados en la
aduana, la ganancia que se hace aquí por extranjeros con el cambio practicado
frecuentemente, el interés del dinero, el seguro sobre artículos y vidas de ingleses, todo lo
cual puede ser pequeño cuando se deducen los gastos de su vida aquí, además de que las
mismas ventajas se suministran ampliamente a los ingleses en países extranjeros, que
compensan todas estas cosas y por lo tanto no son importantes en el equilibrio de la
balanza.

Capítulo XXI

Conclusiones acerca de todo lo que se ha dicho concerniente a la exportación o importación


de riquezas.

El resumen de todo lo que se ha dicho con relación al enriquecimiento del reino y al aumento
del tesoro por el comercio con el extranjero es, brevemente, el siguiente. Es una norma
verdadera de nuestro comercio exterior que en aquellos lugares en donde nuestras
mercancías exportadas son superadas en valor por mercancías extranjeras traídas a este
reino, allí nuestro dinero está devaluado en el cambio, y en donde lo contrario de esto
sucede, allí nuestro dinero es sobrestimado. Pero que sea el cambio de los comerciantes a
tipo alto o bajo, o par pro pari, o abatido completamente; que los príncipes extranjeros
encarezcan sus monedas o bajen su ley y que Su Majestad haga lo mismo o que las
conserve invariables como ahora permanecen, que las monedas extranjeras circulen aquí en
todos los pagos a precios más altos de lo que valen en la casa de moneda; que la ordenanza
de empleos para extranjeros esté en vigor o sea derogada; que el simple cambista abuse;
que los príncipes opriman, que los abogados extorsionen, que los usureros expriman, que
los derrochadores desperdicien y por último, que los comerciantes exporten todo el dinero
que tengan oportunidad de emplear en el trueque, todas estas acciones, sin embargo, no
pueden producir otros resultados en el curso del comercio del que se ha referido en esta
disertación, pues solamente será traída o llevada fuera de la república tanta riqueza como el
comercio extranjero supere o sea inferior en valor en la balanza. Y esto debe suceder por
La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior 48

una necesidad más fuerte que todo lo que se oponga, de tal manera que cualesquiera otras
operaciones (que no tiendan a este fin), aunque pueda aparecer que compelen al dinero a
entrar al reino por algún tiempo, sin embargo (en último término), no sólo son estériles sino
también perjudiciales; son como las corrientes violentas que destruyen las riberas y de
pronto se secan de nuevo por falta de agua.

Considerad, pues, la verdadera forma y valor del comercio exterior, el cual es: la gran renta
del rey, la honra del reino, la noble profesión del comerciante, la escuela de nuestros oficios,
la satisfacción de nuestras necesidades, el empleo de nuestros pobres, el mejoramiento de
nuestras tierras, la manutención de nuestros marineros, las murallas de los reinos, los
recursos de nuestro tesoro, el nervio de nuestras guerras, el terror de nuestros enemigos.
Por todas estas grandes y poderosas razones muchos estados bien gobernados fomentan
grandemente esta profesión y cuidadosamente estimulan esta actividad, no solamente con
una política que la aumente, sino también con poder para protegerla de daños externos,
pues saben que entre las razones de estado es la principal el mantener y defender aquello
que los sostiene a ellos y a sus haciendas.

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