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Cuando Saúl decidió regresar habían trascurrido seis días de exilio inútil y perjudicial. Lejos de madurar con la
experiencia, tuvo una regresión. En su mente se fijaron las escenas que habían echado a perder su vida: el
accidente involuntario (porque eso fue exactamente) de su maestra de inglés, las desavenencias con la
autoridad paterna, la dificultad de relacionarse afectivamente con las muchachas, la imposibilidad de hallar a su
<<amor ideal>>, su confusión sexual… Su terrible, ingente, pavorosa soledad. Todo ello lo fue hundiendo en el
pantano de la degradación y totalmente auto humillado y desmoralizado, aun viéndose zozobrar, no tuvo
fuerzas para salvarse. Cuántas cosas debieron pasar por su mente en esos días, cuántas lágrimas habrá
derramado, cuánto desconsuelo, cuánto frio físico… pero, sobre todo, cuánto frío emocional.
Decidió regresar, pidió ayuda económica a la familia que lo alojaba, él volvió con la idea de que su padre lo
recibiría con los brazos abiertos.
Por otro lado, para el padre de Saúl lo que él estaba haciendo carecía de lógica: era un berrinche infantil, un
desplante arrogante de amenaza y desafío. En su ausencia el padre de Saúl se sumió en un tremendo estado de
ANSIEDAD, INDIGNACIÓN e IRA. No se cruzó de brazos aguardando el voluntario retorno del desquiciado
vástago: lo busco aunque únicamente durante dos días y una noche- por todos los medios a su alcance:
acudió a la policía, centros de ayuda juvenil, hospitales, delegaciones, familiares y amigos, pero fue inútil. Y
con el paso de interminables horas sin noticias fue acumulando una peligrosa mezcla de TRISTEZA y
RENCOR. No era justo que Saúl hiciera eso. Se le había dado todo cuanto un joven de su edad pudiera pedir.
La angustia y desesperación de tener un hijo díscolo se tornaron lentamente en corolarios prácticos: la calle le
daría lecciones duras y tarde o temprano valoraría su hogar, justipreciaría a la familia que abandono y
regresaría cambiado.
AMBOS SE EQUIVOCARON. Ni Saúl retornó cambiado ni su padre lo recibió con los brazos abiertos. Por
esas cuestiones del destino que nadie puede explicar, sólo su padre estaba en casa cuando Saúl llegó. Su madre
y su hermana, aunque no solían hacerlo, esa noche habían ido a casa de Lucy huyendo, de las maldiciones y
protestas del señor de la casa, que se mostraba renuente a aceptar la insistente invitación que le hacían para
asistir al curso de superación familiar del día siguiente.
¿Quién rayos podría ser a esta hora? -masculló el papá de Saúl sabiendo que las mujeres traían llave. Se dirigió a
la puerta con peor malhumor que el normal.
-¿Saúl?
Su rostro pálido le daba a todas luces aspecto enfermo y demacrado. Era evidente que no se había rasurado ni
cambiado de ropa desde que se fue.
Su padre lo contempló sin saber qué hacer. La inesperada aparición le produjo más miedo que gusto. Se
volvió de espaldas y dio unos pasos sin invitar a su hijo a entrar.
La parte emotiva de su ser le suplicaba que permitiera a su hijo pasar, ofreciéndole calor, tranquilidad,
descanso. Pero el lado cerebral de su persona, que siempre lo dominó, se lo impedía. En ningún tiempo se
había dejado llevar por sus emociones y esa vez no iba a ser excepción. Su raciocinio, aunque en ese trance era
un poco turbio, le indicaba que como padre agraviado no podía mostrarse consecuente con lo que el joven
hizo. ¿Había regresado? Bien. ¡Era de esperarse! Pero que no se le ocurriera pensar que con su teatrito de huir
y volver ganaba concesiones en esa casa.
¿Por qué no estaban las mujeres? O es que todo el mundo estaba en contra con Saúl.
Saúl entro al recibidor con pasos lentos e inseguros. Necesitaba desesperadamente ver un gesto de aceptación,
pero tampoco habló. Siempre se le inculcó que los hombre son fuertes, fríos y formales y por ende los
sentimentalismos bobadas femeninas.
-¿Perdóname? Un hombre de bien no puedes ser capaz de largarse sin importarle cuantas mortificaciones
cause para después simplemente pedir perdón y pretender que nada ocurrió.
<<-¿No crees que ya has hecho demasiado daño a la gente? Tus imprudencias no pueden solucionarse
con pedir perdón. ¡Lo que cuenta son los hechos! Es hora de que entiendas eso y cambies. ¿Tú
supones, por ejemplo, que con pedirle disculpas a tu maestra de inglés resucitaras a su hijo?
-¡Eso fue un accidente!
-¿Y también fue un accidente que te encerraras con esa chiquilla en el baño para manosearla? ¿O dirás
que te sedujo? ¿Y tu borrachera de hace un mes? ¿Y tu indiferencia en la casa? ¿Y tu rebeldía para
obedecer lo que se te ordena? ¿Y tu deserción escolar? ¿Y tu paseíto por la calle estos días? ¿Todo ha
sido un accidente? ¿Todo se soluciona pidiendo perdón?>>
La reprimenda resultaba aún más cruel e hiriente por lo que tenía de verdadera, De haber sido injusta, Saúl
hubiese podido alegar en su defensa. Pero era cierta. Y ante el dolor de comprobar cómo la vergüenza
producida por la voz de su conciencia era reforzada por las recriminaciones de su padre, guardó absoluto
silencio.
Pero no se quedó quieto. Aun aplastado por la denigración, tomó una decisión rápida. Dio media vuelta
dispuesto a salir.
Y en cambio era fácil percibir el peligro latente de dañar, como no lo había hecho antes, su relación
matrimonial.
Perseverar en rebelarse hubiese significado llegar a extremos inusitados. ¿Cómo superar los gritos del marido?;
gritando aún más fuerte. ¿Y cómo quitarse la opresión de la mano que la sujetaba de la muñeca?; empujando,
mordiendo, abofeteando a su esposo. Todo frente a Laura su hija. Y luego, ¿Qué? Lo pasaría después de llegar a
menoscabar irremediablemente una relación conyugal que había defendido tantos años con no pocos
sacrificios.
Se sentó en la escalera tapándose el rostro con ambas manos. Laura, no pudiendo soportar la escena, subió a
encerrarse en su habitación. No hubo necesidad de advertirle que tampoco ella tenía permiso de saludar a su
hermano.
La discusión había sido tan vehemente que seguramente Saúl la escucho DESDE SU CUARTO
ENTENDIENDO QUE SU PRESENCIA CAUSABA ENCONADAS E INNECESARIAS RIÑAS.
Tal vez esto fue la gota que derramó el vaso, tal vez el vaso se derramó desde antes. ¿Quién lo sabe?
Nadie cenó esa noche. La madre de Saúl lloró por horas en su cama antes de conciliar el sueño.
Su padre no durmió. No podía darse el lujo de seguir fallando en su dirección tutelar. No con Saúl.
Sin embargo, algo en su fuero interno le decía que lo que había hecho estaba mal.
A las tres de la mañana, procurando hacer el menor ruido posible, se levantó con intenciones de ver a su hijo.
Necesitaba al menos cerciorarse de que no había vuelto a huir. Cruzo sigilosamente el corredor que unía su
habitación con la de los varones y entro cuidadosamente. Encendió la luz y su rostro se crispó en un gesto de
asombro e ira. No estaba. ¡Maldición! Ni siquiera había destendido la cama. ¡Maldición, maldición, maldición!
¡Se había vuelto a ir! Dio un puñetazo de rabia a la pared y giro la cabeza con la respiración alterada buscando
algún rastro. La sangre se le helo en las venas al notar un resquicio de luz encendida en la bodega de
herramientas. ¿Saúl se habría escondido allí? O había tratado de entrar un ladrón…Lo primero era absurdo
puesto que el lugar era frio y sucio, lo segundo lo era aún más porque los rateros no suelen interesarse en
sierras de cortar, polipastos colgados de la viga que sostiene un techo falso, llantas usadas y cajas de clavos y
tornillos, que era lo único que ahí había.
Bajó cuidadosamente por la estrecha escalera sin poder controlar un repentino temblor en las rodillas,
sintiendo la boca seca y la saliva acidificada. Al llegar a la puerta dudo unos segundos: estaba entreabierta
cuando siempre se la mantenía cerrada. Quizá había sido demasiado temerario al bajar desarmado, pero tenía
el presentimiento de que aunque en ese sitio hubiera una gran amenaza, no era para él…
Abrió la puerta que como de costumbre, emitió un leve rechinido. El cuadro con el que se encontró lo
hizo levantar las manos y abrir la boca con todas sus fuerzas sintiendo que el ALMA misma se le escapaba en
un grito.
Saúl estaba ahí, frente a él, COLGADO DE LA VIGA DE LOS POLIPASTOS, AHORCADO CON SU PROPIO
CINTURON.
Una daga penetró en ese instante hasta lo más profundo de las entrañas de su padre, paralizándolo. Con sus
dedos crispados trato de arrancarse los cabellos, pero solo consiguió rasguñarse cruelmente el rostro pasmado,
atónito.
¡NOOOO! ¡NO! ¡NO! ¡NO! No, no…no… -Clamó mientras el cuerpo de su hijo GIRABA
LEVEMENTE EN EL AIRE SUSPENDIDO POR EL CUELLO CON SU CEÑIDOR DE PIEL.
Su padre venció el agarrotamiento producido por la enajenación y corrió a descolgar a Saúl, chillando,
jadeando, ahogándose de dolor…Al depositarlo en el suelo quiso revivirlo, pero estaba inerte y ya había
comenzado a enfriarse.
La última vez que su padre lloro fue cuando apenas contaba diez años de edad. Nunca más volvió a
hacerlo…hasta esa noche. Derramó sobre su hijo muerto las lágrimas contenidas durante toda una vida de
fingirse fuerte. Sus plañidos fueron tan terribles que creyó que se ahogaría con su propio llanto, pero no le
importaba. Cuando levanto la cabeza pudo distinguir a su esposa parada en la entrada de la bodega,
contemplándolo. No vio a Laura, que también estaba ahí.
A la madre de Saúl no se le oyó gritar. Su reacción fue contraria porque quizá la resquebrajadura de su
espíritu era tan profunda y dolorosa que superaba todo el suplicio que en un ser humano consciente es capaz
de soportar, y por ende manifestar. Había quedado como idiotizada, con un rictus de dolor en el rostro en el
rostro, pero sin moverse.
Entonces su padre comenzó a destrozar todo lo que encontraba en su camino, se golpeó la cabeza contra la
pared una y otra vez hasta que perdió el conocimiento y cayo sangrando sobre la alfombra.
Muy temprano se llevaron el cuerpo de Saúl para practicar la autopsia, la cual, por más que se le suplico a las
autoridades, no le fue dispensada, El forense informo. A Saúl le encontraron rastros de una infección venérea
adquirida recientemente. Al saberlo, el padre de Saúl se puso tan mal que por un momento se creyó que fuese
a seguir los pasos de su hijo cometiendo la misma atrocidad.
Su padre salió de la agencia de donde velaban a Saúl a buscar a su otro hijo, cuando llego a la conferencia
creyó hallar en ella un posible bálsamo para su dolor, pero fue peor. Escucho casi todo respecto a la ley de las
normas de disciplina y lo referente a la ley de comunicación profunda. En la plática se dio cuenta de lo fácil
que hubiese sido en darle la bienvenida a Saúl con un fuerte abrazo, acariciarle el cabello y manifestarse el
gusto que le daba volver a verlo. Pero también se dio cuenta que nunca le había sido fácil demostrar sus
sentimientos y mucho menos comunicarse a nivel profundo.