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Carla Leal Bräm

La inteligencia de las marcas se define por la estrategia que el mercado utiliza para
posicionar su imagen en el mundo globalizado que trasciende hoy en día de la política, la religión
y los conflictos entre países, incluso trascienden del producto en sí mismo tomando la mayor
relevancia la imagen que proyectan, imagen que se esparcirá por el mundo, donde Álvarez (2008)
en ‘’Chile Marca Registrada’’ expresa esta de la siguiente manera:

Todavía hay quien muere por la patria, como también hay quienes dan la vida -o toman
las de otros- por sus creencias religiosas. Es más dudoso, en cambio, que alguien pueda
auto inmolarse por una marca. Las marcas configuran lo que sea ha dado en llamar el
poder blando: más que por la violencia, operan por contagio, por seducción, mediante la
fluidez, y así como a través de una amabilidad corporativa, sin aristas, van apropiándose
del territorio común.

Este “Poder blando” de igual manera opera con una cierta violencia pasiva, a través del
engaño visual, nos hacen sentir la necesidad o nos crean la necesidad de poseer productos -o mejor
dicho marcas- y de sentirnos de manera negativa al no tener los recursos para alcanzarlos, donde
paralelamente se presentan una serie de “servicios” que el mismo mercado nos ofrece a través de
los bancos que igualmente venden imagen -o marca- generando un círculo vicioso el cual va
dirigido expresamente a la clase trabajadora -la misma que trabaja para esas marcas- produciendo
así el nuevo control de la población, si antes lo fue la religión, que ya de hace décadas va perdiendo
credibilidad y poder, ahora lo es el mercado que existe históricamente desde que las población se
asentó y comenzó a acumular recursos, intercambiarlos, más tarde el uso de la moneda. Pero este
mercado es un mercado evolucionado en el tiempo, es uno globalizado, donde las grandes
transnacionales existen desde las metrópolis más influyentes, hasta los pueblos más escondidos
del 3º mundo.

Chile por su parte no queda libre de esa globalización del mercado y las marcas que
comúnmente son consumidas provienen desde afuera, el café de Starbucks, la bebida Coca-Cola,
la comida rápida del Mc Donald’s, la ropa de Zara, y un sin fin de marcas que ocupan el mayor
porcentaje del común consumo chileno, sin embargo, chile en el mundo aparece de manera débil
-aun que aparece-, debilidad que atenta de alguna manera con la identidad chilena, ámbito en el
que aún queda mucho por desarrollar. Álvarez (2008) plantea que, “existe una necesidad de hacer
Historia cotidiana de nuestro país […] hay cierto tipo de historia o de teoría que solo puede hacerse
a partir de los detalles de las pequeñas señales que emite el contexto”. Para lograr emerger esta
identidad chilena es de gran importancia -sino total- del aspecto visual que debe surgir a partir de
esos detalles que otorga el contexto, de características muy diversas que posee chile, donde la
investigación transversal y el debate en torno a esta imagen de Chile es un eje primordial para
posicionar a este en el mundo.

Finalmente, en un mundo controlado por la religión del Siglo XXI, el mercado, tenemos
un paíss emergente, país que en pos de su crecimiento, debe enfrentar la dificultad de situarse en
este mercado globalizado, donde ya las grandes potencias están más que posicionadas y aferradas
a este, y para esa problemática es imperante el desarrollo visual, la imagen de Chile en el mundo.
Referencia bibliográfica
Alvarez, P. (2008). Chile Marca Registrada. Santiago: Ocho Libros.

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