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CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA

APUNTES DE CLASE
TEOLOGIA II
UCSP - AREQUIPA 2016

SEGUNDA UNIDAD:
DIOS CREADOR-------------------------

1. La pregunta sobre la creación


1.1. La revelación de la creación como obra de Dios.
1.2. Creación obra de la Trinidad
1.3. Características de la creación
1.4. Errores acerca de la creación
1.5. El hombre Señor de la Creación
1.6. La Providencia

LA PREGUNTA SOBRE LA CREACION


Introducción:

La importancia de la verdad de la creación estriba en que es «el fundamento de todos los


designios salvíficos de Dios; [...] el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en
Cristo. Tanto la Biblia ( Gn 1,1) como el Credo inician con la confesión de fe en el Dios
Creador.

A diferencia de los otros grandes misterios de nuestra fe (la Trinidad y la Encarnación), la


creación es «la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y
nuestro fin», que el espíritu humano ya se plantea y, en parte, puede también responder,
como muestra la reflexión filosófica; y los relatos de los orígenes pertenecientes a la cultura
religiosa de tantos pueblos (CEC , 285), no obstante, la especificidad de la noción de
creación sólo se captó de hecho con la revelación judeocristiana.

La creación es, pues, un misterio de fe y, a la vez, una verdad accesible a la razón natural
(CEC, 286). Esta peculiar posición entre fe y razón, hace de la creación un buen punto de
partida en la tarea de evangelización y de diálogo que los cristianos están siempre –
particularmente en nuestros días [1] – llamados a realizar, como ya hiciera San Pablo en el
Areópago de Atenas ( Hch 17,16-34).

Se suele distinguir entre el acto creador de Dios (la creación active sumpta ), y la realidad
creada, que es efecto de tal acción divina (la creación passive sumpta ) [2] . Siguiendo este
esquema se exponen a continuación los principales aspectos dogmáticos de la creación.
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1.4 ERRORES A CERCA DE LA CREACION

1.4.1 PRUEBAS DE LA CREACION

1) La razón prueba la creación de los seres, porque de otra suerte hay que admitir:
a) O que los seres vienen de la nada, lo que es absurdo.
b) O que vienen unos seres de otros en serie infinita, lo que no explica nada.
c) O bien que el mundo es, como Dios, eterno e increado; lo que tampoco admite la ciencia.

La Escritura nos enseña la creación en muchos lugares. Basta citar las palabras con que
inicia el Génesis. "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1,1).

Dios creó al mundo libremente y con un simple acto de su voluntad. "Habló y todo fue
hecho: dijo y todo fue creado".

LOS PRINCIPALES ERRORES SOBRE LA CREACIÓN SON TRES:

 Materialismo
 Dualismo
 Panteísmo.

A) El materialismo niega la existencia de Dios, y afirma que la materia es eterna, y


que la combinación de sus elementos basta para explicar la existencia de los seres.

Refutación. El materialismo es un sistema absurdo, pues admite todas las


contradicciones del ateísmo, a saber: que el mundo, que es un efecto, no tiene causa
de sí; que existe la serie infinita de seres contingentes, sin que exista un primer ser
necesario; que el orden maravilloso del universo es fruto del azar; que la vida brotó
espontáneamente de la materia; y que lo espiritual no es más que una fase o estado
de la materia.

B) El dualismo es un sistema que admite dos principios eternos: un principio bueno


y causa de todo lo bueno, que es Dios; y un principio malo e independiente de Dios,
causa de todo mal.

Refutación. El dualismo es un sistema falso. Si hubiera un principio independiente


de Dios, Dios dejaría de ser Infinito y Omnipotente, pues ni lo tuviera todo, ni lo
pudiera todo.

C) El panteísmo enseña que todos los seres se confunden con Dios porque son una
emanación de la sustancia divina

Refutación. El panteísmo es también un grave error. Dios y el mundo son


realidades enteramente diversas. Dios es eterno, y el mundo tuvo principio; Dios es
infinitamente perfecto, y el mundo tiene una perfección muy limitada; Dios es
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Inmutable, y el mundo está sujeto a perennes cambios. El panteísmo es un ateísmo
disfrazado. Negar la existencia de un Dios personal, y admitir que Dios se confunde
con el mundo, es en realidad negar a Dios.

TIEMPO Y ESTADO EN QUE FUE CREADO

Respecto al tiempo, sabemos que el mundo tuvo principio. La Geología y la


Astronomía nos lo demuestran. También nos lo enseña la fe, y así dice San Pablo:
"Dios nos elegió antes de la creación del mundo, para ser santos en su presencia"
(Efesios 1,4).

Pero no sabemos cuándo fue creado. Los científicos calculan muchos millones de
años; y la fe no necesita decirnos nada en este sentido.

Respecto al estado en que fue creado, la fe nos enseña que Dios creó al mundo, pero
no que lo creara como existe hoy. Para la ciencia, su organización actual es obra de
miles de siglos.

Podemos establecer las siguientes conclusiones:

1.-Respecto a la materia, se puede admitir la intervención directa de Dios, para la


creación de las primeras especies.

2.-Respecto a la vida, es necesario admitir la intervención directa de Dios para la


creación de su alma y para la formación de su cuerpo.

3.-Respecto al hombre, se debe admitir la intervención directa de Dios para la


creación de su alma y para la formación de su cuerpo.

4.-Por último el evolucionismo absoluto, según el cual una materia eterna, no


creada por Dios, da origen espontáneamente y sin intervención de Dios a la vida de
las plantas, a la sensibilidad de los animales y a la inteligencia del hombre, es una
teoría materialista y errónea, que va a un mismo tiempo contra la razón y la fe.

RELATO BIBLICO DE LA CREACION

La Escritura dice que Dios hizo el mundo en seis días:

-El día primero creó la luz y la separó de las tinieblas.


-El día segundo creó el firmamento separando las aguas superiores (nubes) de las -
inferiores (mares).
-El día tercero separó la tierra del mar, y la hizo producir plantas.
-El día cuarto hizo el sol, la luna y las estrellas.
-El día quinto hizo los peces y las aves.
-El día sexto formó los animales terrestres, y al fin de éste, creó al hombre.
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Sobre la descripción que se hace de la creación, la Iglesia enseña que es un relato


donde el hagiógrafo no propone un fin científico, sino un fin religioso.

Siendo así que no se propuso un fin científico, no hay para que exigir un acuerdo
rígido entre la ciencia y la descripción del Génesis. Basta que no haya contradicción
entre ellas.

De hecho, la ciencia y el relato bíblico están de acuerdo en los puntos


fundamentales, en especial en estos tres:

a) El mundo no es eterno.
b) El mundo fue formado sucesivamente.
c) Aparecieron primero los seres inferiores y después los superiores; primero la
materia, luego las plantas, los animales y por fin el hombre.

A la objeción: ¿Cómo pudo Dios crear la luz el primer día cuando el sol no
apareció sino hasta el cuarto?, se puede contestar: antes de la luz del sol existió la
luz producida por la materia confusa del mundo en ignición. Los diversos astros no
vinieron a formarse sino mucho más tarde.

Para explicar los seis días de la creación en griego "yom", se han presentado tres
hipótesis:

1) La primera llamada literal, enseña que Dios creó al mundo en 6 días de 24


horas. Hoy nadie la sigue, pues las ciencias modernas han demostrado que el mundo
exigió muchos siglos para su formación.

2) La segunda, llamada concordista, (porque intenta un acuerdo entre las ciencias


modernas y la Biblia), enseña que la palabra "yom" no designa días de 24 horas,
sino largos períodos. En efecto, dicha palabra tiene en el hebreo, que es una lengua
muy pobre en vocablos, el significado de día solar y el de época o período.

3) La tercera, llamada simbólica, enseña que el hagiógrafo empleó la palabra


"yom" para designar días de 24 horas, no porque creyera que Dios creó al mundo en
6 días de 24 horas, sino con un fin simbólico. A saber, quiso referir toda la obra de
la creación a 6 días de trabajo y 1 de descanso para autorizar con el ejemplo del
mismo Dios la santificación y descanso del séptimo día.

EL FIN DE LA CREACION

Fin primario: La gloria de Dios.


Fin secundario: La felicidad de las criaturas.
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1.1 LA REVELACION DE LA CREACION COMO OBRA DE DIOS

Acto libre por el que Dios comunica su misterio a la humanidad invitándola a compartirlo.
La revelación constituye el fundamento de la fe y su referencia constante; la teología, que
nace de la revelación. Intenta comprender su misterio a la luz de la inteligencia.

El término "revelación» debe su origen al griego apokalyptein, que significa quitar el velo,
hacer manifiesto; sin embargo, el uso que hace de este término la Escritura no puede
reducirse a la terminología. En el Antiguo Testamento la revelación se expresa
preferentemente por la expresión «palabra de Yahvé»; en efecto, según la concepción judía
es imposible ver a Dios y sólo puede escucharse su voz. El Nuevo Testamento utiliza al
menos 15 términos diferentes para hablar de la revelación, pero su referencia es siempre
Jesús de Nazaret y su actividad; por tanto, la revelación es principalmente la descripción de
su persona, de su actividad y de su enseñanza.

Dios se ha revelado como Ser personal, a través de una historia de salvación, creando y
educando a un pueblo para que fuese custodio de su Palabra y para preparar en él la
Encarnación de Jesucristo.

Dios quiso manifestar su gloria y darse a conocer al hombre. Para ello creo un mundo
perfecto, modelo de grandeza, esplendor y belleza, armónicamente ordenado. Lo invisible
de dios se hace de este modo manifiesto al hombre.

Sin embargo esta revelación de Dios al hombre por la creación no se dirige primariamente
al entendimiento discursivo, sino al hombre entero en su dimensión espiritual. Un cielo
estrellado evoca en el hombre una sensación de algo más grande, la profundidad de un
paisaje le sugiere la idea de lo infinito. En el destino de su vida, de su pueblo descubre el
hombre la presencia de una mano providente que es a la vez justa y vengadora. Todo esto
constituye una interpelación para el hombre y le descubre el carácter personal de la
revelación.

1.2. «LA CREACIÓN ES OBRA COMÚN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD»

(CEC, 292)

La Revelación presenta la acción creadora de Dios como fruto de su omnipotencia, de su


sabiduría y de su amor. Se suele atribuir especialmente la creación al Padre, así como la
redención al Hijo y la santificación al Espíritu Santo. Al mismo tiempo, las obras ad extra
de la Trinidad (la primera de ellas, la creación) son comunes a todas las Personas, y por eso
cabe preguntarse por el papel específico de cada Persona en la creación, pues «cada persona
divina realiza la obra común según su propiedad personal» ( Catecismo , 258). Este es el
sentido de la igualmente tradicional apropiación de los atributos esenciales (omnipotencia,
sabiduría, amor) respectivamente al obrar creador del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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En el Símbolo nicenoconstantinopolitano confesamos nuestra fe «en un solo Dios, Padre
omnipotente, creador del cielo y de la tierra»; «en un solo Señor Jesucristo [...] por quien
todo fue hecho»; y en el Espíritu Santo «Señor y dador de vida» (DH 150). La fe cristiana
habla, por tanto, no solamente de una creación ex nihilo , de la nada, que indica la
omnipotencia de Dios Padre; sino también de una creación hecha con inteligencia, con la
sabiduría de Dios –el Logos por medio del cual todo fue hecho ( Jn1,3)–; y de una
creación ex amore (GS 19), fruto de la libertad y del amor que es Dios mismo, el Espíritu
que procede del Padre y del Hijo. En consecuencia, las procesiones eternas de las Personas
están en la base de su obrar creador [3] .

Así como no hay contradicción entre la unicidad de Dios y su ser tres personas, de modo
análogo no se contrapone la unicidad del principio creador con la diversidad de los modos
de obrar de cada una de las Personas.

«Creador del cielo y de la tierra»

«“En el principio, Dios creó el cielo y la tierra”: tres cosas se afirman en estas primeras
palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo lo que existe fuera de él. Él
solo es creador (el verbo “crear” –en hebreo bara – tiene siempre por sujeto a Dios). La
totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula “el cielo y la tierra”) depende de aquel
que le da el ser» ( Catecismo , 290).

Sólo Dios puede crear en sentido propio [4] , lo cual implica originar las cosas de la nada
( ex nihilo ) y no a partir de algo preexistente; para ello se requiere una potencia activa
infinita, que sólo a Dios corresponde (cfr. Catecismo , 296-298). Es congruente, por tanto,
apropiar la omnipotencia creadora al Padre, ya que él es en la Trinidad –según una clásica
expresión– fons et origo , es decir, la Persona de quien proceden las otras dos, principio sin
principio.

La fe cristiana afirma que la distinción fundamental en la realidad es la que se da entre Dios


y sus criaturas. Esto supuso una novedad en los primeros siglos, en los que la polaridad
entre materia y espíritu daba pie a visiones inconciliables entre sí (materialismo y
espiritualismo, dualismo y monismo). El cristianismo rompió estos moldes, sobre todo con
su afirmación de que también la materia (al igual que el espíritu) es creación del único Dios
trascendente. Más adelante, Santo Tomás desarrolló una metafísica de la creación que
describe a Dios como el mismo Ser subsistente ( Ipsum Esse Subsistens ). Como causa
primera, es absolutamente trascendente al mundo; y, a la vez, en virtud de la participación
de su ser en las criaturas, está presente íntimamente en ellas, las cuales dependen en todo de
quien es la fuente del ser. Dios es superior summo meo y al mismo tiempo, intimior intimo
meo(San Agustín, Confesiones, 3,6,11; cfr. Catecismo , 300). (Tu, Señor, eres lo más
íntimo de mi intimidad y más superior a aquello más supremo en mí).
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«Por quien todo fue hecho»

La literatura sapiencial del AT presenta el mundo como fruto de la sabiduría de Dios


(cfr. Sb 9,9). «Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del
azar» ( Catecismo , 295), sino que tiene una inteligibilidad que la razón humana,
participando en la luz del Entendimiento divino, puede captar, no sin esfuerzo y en un
espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cfr. Jb 42,3; cfr.Catecismo ,
299). Este desarrollo llega a su expresión plena en el NT: al identificar al Hijo, Jesucristo,
con el Logos (cfr. Jn 1,1ss), afirma que la sabiduría de Dios es una Persona, el Verbo
encarnado, por quien todo fue hecho ( Jn 1,3). San Pablo formula esta relación de lo creado
con Cristo, aclarando que todas las cosas han sido creadas en él, por medio de él y en vista
de él ( Col 1,16-17).

Hay, pues, una razón creadora en el origen del cosmos (cfr. Catecismo , 284) [5] . El
cristianismo tiene desde el comienzo una confianza grande en la capacidad de la razón
humana de conocer; y una enorme seguridad en que jamás la razón (científica, filosófica,
etc.) podrá llegar a conclusiones contrarias a la fe, pues ambas provienen de un mismo
origen.

No es infrecuente encontrarse con algunos que plantean falsas disyuntivas, como por
ejemplo, entre creación y evolución. En realidad, una adecuada epistemología no sólo
distingue los ámbitos propios de las ciencias naturales y de la fe, sino que además reconoce
en la filosofía un necesario elemento de mediación, pues las ciencias, con su método y
objeto propios, no cubren todo el ámbito de la razón humana; y la fe, que se refiere al
mismo mundo del que hablan las ciencias, necesita para formularse y entrar en diálogo con
la racionalidad humana de categorías filosóficas [6] .

Es lógico, pues, que la Iglesia desde el inicio buscara el diálogo con la razón: una razón
consciente de su carácter creado, pues no se ha dado a sí misma la existencia, ni dispone
completamente de su futuro; una razón abierta a lo que la trasciende, en definitiva, a la
Razón originaria. Paradójicamente, una razón cerrada sobre sí, que cree poder hallar dentro
de sí la respuesta a sus interrogantes más profundos, acaba por afirmar el sinsentido de la
existencia, y por no reconocer la inteligibilidad de lo real (nihilismo, irracionalismo, etc.).

«Señor y dador de vida»

«Creemos que [el mundo] procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer
participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad: “Porque tú has creado
todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue creado” ( Ap 4,11). [...] “Bueno es el
Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras” ( Sal 145,9)» (Catecismo , 295).
En consecuencia, «salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (“Y vio
Dios que era bueno [...] muy bueno”: Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida
por Dios como un don» ( Catecismo , 299).
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Este carácter de bondad y de don libre permite descubrir en la creación la actuación del
Espíritu –que «aleteaba sobre las aguas» ( Gn 1,2)–, la Persona Don en la Trinidad, Amor
subsistente entre el Padre y el Hijo. La Iglesia confiesa su fe en la obra creadora del
Espíritu Santo, dador de vida y fuente de todo bien .

La afirmación cristiana de la libertad divina creadora permite superar las estrecheces de


otras visiones que, poniendo una necesidad en Dios, acaban por sostener un fatalismo o
determinismo. No hay nada, ni “dentro” ni “fuera” de Dios, que le obligue a crear. ¿Cuál es
entonces el fin que le mueve? ¿Qué se ha propuesto al crearnos?

1.3 CARACTERÍSTICAS DE LA CREACIÓN

1. Dios crea por sabiduría y por amor

295 Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este no es producto
de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la
voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su
sabiduría y de su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no
existía fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho
con sabiduría" (Sal 104,24). "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas
sus obras" (Sal 145,9).

2. Dios crea “de la nada”

296 Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear
(cf. Concilio Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación
necesaria de la substancia divina (cf. ibíd., 3023-3024). Dios crea libremente "de
la nada" (Concilio de Letrán IV: DS 800; Concilio Vaticano I: ibíd., 3025):

«¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia


preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo
que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte
de la nada para hacer todo lo que quiere» (San Teófilo de Antioquía, Ad
Autolycum, 2,4: PG 6, 1052).

297 La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura como una


verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos
los alienta al martirio:

«Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu


y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador
del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de
todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora
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no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes [...] Te ruego, hijo, que mires
al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la
nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia»
(2 M 7,22-23.28).

298 Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la
vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf. Sal 51,12), y
la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. Él "da la vida a los
muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rm 4,17). Y puesto que,
por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf. Gn 1,3), puede
también dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf. 2 Co4,6).

3. Dios crea un mundo ordenado y bueno

299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo
dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por el Verbo
eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación está destinada, dirigida
al hombre, imagen de Dios (cf. Gn1,26), llamado a una relación personal con
Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino,
puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamente
no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y
su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa en esa
bondad ("Y vio Dios que era bueno [...] muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31).
Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como
una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas
ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material
(cf. San León Magno, c. Quam laudabiliter, DS, 286; Concilio de Braga I: ibíd.,
455-463; Concilio de Letrán IV: ibíd., 800; Concilio de Florencia:ibíd.,1333;
Concilio Vaticano I: ibíd., 3002).

4. Dios transciende la creación y está presente en ella

300 Dios es infinitamente más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28): "Su
majestad es más alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza no tiene medida"
(Sal 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo
que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: "En él vivimos, nos
movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las palabras de san Agustín, Dios
es superior summo meo et interior intimo meo ("Dios está por encima de lo más
alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad") (Confessiones,
3,6,11).
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5. Dios mantiene y conduce la creación

301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le


da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar
y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al
Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:

«Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases,
no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido?
¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque
todo es tuyo, Señor que amas la vida» (Sb 11, 24-26).

1.5 EL HOMBRE SEÑOR DE LA CREACIÓN

1. La plenitud de la humanidad se manifiesta también en la plenitud de toda la


creación. La razón de ello está en la relación del mundo humano y extrahumano. La
vida del hombre es una vida en el mundo y con el mundo y está unido a él por
numerosas y profundas relaciones. Fuera de él no puede encontrar ni alcanzar un punto
de Arquímedes para sacarlo de quicio. Sin embargo, el hombre es cabeza y señor de la
creación. Fue llamado por Dios a la existencia cuando ya habían sido creadas las demás
cosas, las estrellas, las rocas, las plantas, los animales, la luz, el agua, la tierra.
Necesitaba todas estas cosas para existir. Por él y por amor a él fueron creadas todas
ellas por Dios. Dios habló a los dos primeros hombres: "Procread y multiplicaos y
henchid la tierra; sometedla, dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y
sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra" (/Gn/01/28). Con
estas palabras se entregó al hombre el dominio sobre la tierra. Debe considerar su
dominio como un feudo de Dios y realizarlo sometido a Dios. Lo que Dios dice es a la
vez indicativo e imperativo.

Una forma especial del dominio del hombre sobre la creación es el hecho de dar
nombres. Se narra en el Génesis: "Y se dijo Yavé, Dios: No es bueno que el hombre
esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él. Y Yavé, Dios, trajo ante el hombre
todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que
viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera. Y
dio el hombre nombre a todos los ganados y a todas las aves del cielo, y a todas las
bestias del campo" (/Gn/02/18-20). En el hecho de poner nombres se expresa la unión
del hombre con la naturaleza y su superioridad sobre ella. Dar nombre significa tanto
como definir el ser. El hombre determina el ser de las cosas. Lo define válidamente. Lo
define con sus palabras humanas, con su medida humana. Introduce su propia medida
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en las cosas y ella tiene validez para ellas. Al poner nombres crea orden entre las cosas.
Al darles nombre determina su rango y su puesto en la eternidad. El mundo es confiado
al hombre para que lo administre (Lc. 16, 1-13). Entre el hombre y el cosmos hay, por
tanto, una estrecha relación. En la unidad total que surge entre él y la creación restante
el hombre es el superior. Desde el punto de vista meramente cuantitativo, el fuego y el
agua y el hierro son ciertamente más poderosos que el hombre. Pueden aniquilarlo. Pero
en el hombre hay una fuerza que lo eleva sobre todas las cosas: el espíritu. Dice
·Pascal-B: "No tengo que buscar mi dignidad en lo espacial, sino en orden de mi
pensamiento; poseer países no me servirá de nada. Por la magnitud espacial el universo
es lo que me rodea y me devora como a un punto. Pero por el pensamiento soy yo quien
lo abarca" (Vol. 2, 127).

El hombre realiza su unión con el mundo y su puesto dominante en él de múltiples


modos; por ejemplo, en la respiración, en el comer, en el vestido, en la vivienda, en el
conocimiento, en la configuración artística y en el trabajo cultural de cualquier tipo. En
todas las formas de su dominio sobre el mundo configura la tierra. La profundidad de
este proceso se expresa ya en el hecho de que el cosmos, tanto en el microcosmos como
en el macrocosmos, se hace tanto más abigarrado y variado cuanto más se aproxima el
hombre. Y a la inversa se hace tanto más monótono y uniforme cuanto más se aleja del
hombre. En el universo hay distancias inimaginablemente grandes. Pero los
acontecimientos cósmicos se mueven en un transcurso vacío y desolado. Donde el
hombre no llega, impera el desierto y la soledad (Ph. Dessauer).

Este hecho significa que el hombre está en el centro del cosmos y a la vez es superior a
todo el resto de la creación. La misma situación resulta del hecho de que la creación
está abierta a las preguntas del hombre. El hombre hace a la creación las preguntas que
ascienden de su propio ser. Lleva consigo su medida. Sólo cuando la creación está
ordenada al hombre y lleva de algún modo la imagen del hombre en sí puede ser
alcanzada por las cuestiones humanas y dar respuesta a ellas. En la misma dirección
apunta una observación de la actual teoría del conocimiento. El conocimiento humano
significa trato con el mundo, participación en su ser y en su vida. Los ensayos que la
actual ciencia de la naturaleza ha hecho en los procesos atómicos aclaran esta
importancia del conocimiento. Mientras que, según la concepción aristotélico-
escolástica, el mundo se enfrenta como objeto al sujeto cognoscente, de forma que el
hombre, en el proceso del conocimiento, no añade nada al ser de las cosas conocidas,
mientras que, según Kant, el hombre imprime al ser desconocido de las cosas sus
formas de intuición, según las concepciones de la actual ciencia de la naturaleza, el
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proceso del conocimiento ocurre cuando tanto el objeto como el sujeto contribuyen a la
figura de lo conocido. Según la física atómica actual, los últimos elementos
estructurales de la materia (ondas o partículas) se cambian cuando el hombre se dirige a
ellos con sus aparatos de observación. El hombre sólo puede conocer la materia
cambiada y configurada por el proceso de observación. El es, por tanto, quien da
configuración al mundo material. Por esa actividad configuradora del hombre es
ordenado el mundo. Si las cosas aparecieran a los ojos del hombre en su ser primitivo,
despojadas de la forma que el hombre les da, darían la impresión de una complicación
caótica. El mundo está, por tanto, creado de tal forma para el hombre, que puede recibir
de él forma y orden. En esto se ve que el comportamiento del hombre tiene
significación decisiva para el mundo.

Donde más claro se ve la ordenación recíproca de hombre y naturaleza es en la relación


del animal con el hombre. Por una parte, el hombre presiente en el animal una extrañeza
y cerrazón inevitables. Tiene una posesión inaccesible para el hombre. Por otra parte el
animal está abierto al hombre, lo mismo que él está abierto al animal. Esta recíproca
patencia es importante para ambos. Ante el animal el hombre puede hacerse consciente
de sí mismo al darse cuenta de su parentesco y de su diversidad. El placer del hombre
en contemplar al animal significa que el hombre ve en el animal algo significativo para
él. Los animales tienen análogo simbolismo para los hombres. El hombre debe
contemplarlos para recordar su propio ser. No es indiferente el tipo de imágenes que el
hombre tenga. Determinan y alimentan su vida. Cumplen esta función, aunque el
hombre no sea claramente consciente de su sentido. Cuanto más grande sea el
simbolismo de las imágenes que viven en su interior para su propia vida, tanto más
fecunda será la actividad que desarrollen. Las imágenes que el hombre se apropia al
contemplar a los animales tienen un efecto de especiales características. Ello ocurre
aunque no se explique reflejamente en su espíritu el simbolismo de los animales.
Cuando el animal tiene fuerza simbólica para él, al contemplarlo se apropia de
imágenes que tienen su fecundidad inconscientemente y sin análisis racionales.

Más importante que para el hombre es para el animal esta relación recíproca. Lo mismo
que el hombre recuerda su propio ser por medio del animal, el animal es llevado a su
verdadera forma de ser por el hombre. Al encontrarse con el hombre se realizan las
diversas y opuestas posibilidades del animal. Vamos a aclararlo con algunos ejemplos.
Si un niño sin malicia entra sin miedo en la caseta de un mastín y se echa a dormir,
puede ocurrir que el perro no le haga daño alguno. El niño ha despertado las
posibilidades buenas en el perro. Lo que puede sentir así, está contenido en el primitivo
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saber de ·Laotsé, sabio de la antigüedad china, que enseña: "Quien sabe dirigir bien su
vida camina por el país y no necesita esquivar ni al tigre ni al rinoceronte... El
rinoceronte no tiene en él dónde meter su cuerno; el tigre no tiene dónde hacer presa
con sus garras..." Tal hombre no tiene sitios vulnerables ni mortales. El miedo es
vulnerabilidad. El hombre puede, con su ser, poner al animal en buen orden con él. El
ser del animal está abierto a este orden, no es para él una violencia extraña, es la
plenitud última de la naturaleza animal. La misma comprensión de los animales
encontramos entre los hindúes.

La contraprueba aparece en la siguiente narración: "Un buen hombre se había


empobrecido y vivía como guarda de una viña. Todas sus posesiones consistían en diez
perros pastores con los que compartía su cabaña. Estaban pendientes de él y obedecían
su palabra. Una noche se emborrachó hasta perder el sentido. Cuando al día siguiente
no apareció en el servicio, se abrió su cabaña y fue encontrado muerto y destrozado por
sus perros. El hombre borracho no era señor de los animales. Los animales no lo
reconocieron. Bastó una falsa acción del borracho para excitar la animalidad, para
despertar el instinto del animal. La posibilidad más general por que yacía en sus
profundidades. La decisión estuvo en el hombre, no en el animal." El hombre se
convierte en destino del animal (Ph. Dessauer).

Esto suele ocurrir no raras veces, como si el animal tuviera un oscuro presentimiento de
estas relaciones, como si esperara del hombre su verdadero ser, como si pusiera en él
ciertas indeterminadas esperanzas. Algo parecido parece estar en juego cuando el
animal no sólo mira y observa al hombre, sino que lo examina. De esto se puede
deducir que el animal no sólo ve en el hombre al cuidador que le da comida, sino otra
cosa y mucho más. Así puede ocurrir que un animal cuando tiene que ser operado no
deje acercarse a sí a ningún hombre. Pero cuando está presente su dueño soporta
paciente y sosegadamente cualquier dolor hasta que todo se acaba. Este ejemplo indica
que el animal necesita de lo que el hombre hace.
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1.6 LA PROVIDENCIA

El semblante de Dios en la Biblia es el de un padre que cuida de sus criaturas y les procura
lo que necesitan: “A todos das el alimento a su tiempo” (Sal 145,15s; 104,27s), a los
animales y a los hombres (Sal 36,7; 147,9). Este aspecto es el que evoca la palabra
providencia, voz que no tiene equivalente en hebreo, mientras que el correspondiente
griego pronoia sólo se emplea dos veces para designar la providencia divina (Sab 14,3;
17,2). La solicitud vigilante del Creador se ve, sin embargo, afirmada en la Biblia (Job
10,12); se manifiesta sobre todo en la historia, pero no a la manera de un destino que lleve
al hombre al fatalismo, ni de un mago que asegure al creyente contra los accidentes, y ni
siquiera de un padre sin exigencias; si la Providencia establece al hombre en la esperanza,
le exige también que sea su colaborador.

La creación no se reduce a los comienzos; una vez «realizada la creación, Dios no


abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la
mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término» ( Catecismo ,
301). La Sagrada Escritura compara esta actuación de Dios en la historia con la acción
creadora (cfr. Is 44,24; 45,8; 51,13). La literatura sapiencial explicita la acción de Dios que
mantiene en la existencia a sus criaturas. «Y ¿cómo habría permanecido algo si no hubieses
querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado?» ( Sb11,25). San Pablo
va más lejos y atribuye esta acción conservadora a Cristo: «él existe con anterioridad a
todo, y todo tiene en él su consistencia» ( Col 1,17).

El Dios cristiano no es un relojero o arquitecto que, tras haber realizado su obra, se desentiende de
ella. Estas imágenes son propias de una concepción deísta, según la cual Dios no se inmiscuye en
los asuntos de este mundo. Pero esto supone una distorsión del auténtico Dios creador, pues separan
drásticamente la creación de la conservación y gobierno divino del mundo .

La noción de conservación “hace de puente” entre la acción creadora y el gobierno divino del
mundo (providencia). Dios no sólo crea el mundo y lo mantiene en la existencia, sino que además
«conduce a sus criaturas a la perfección última, a la que Él mismo las ha llamado» ( Compendio ,
55). La Sagrada Escritura presenta la soberanía absoluta de Dios, y testimonia constantemente su
cuidado paterno, tanto en las cosas más pequeñas como en los grandes acontecimientos de la
historia (cfr.Catecismo , 303). En este contexto, Jesús se revela como la providencia “encarnada” de
Dios, que atiende como Buen Pastor las necesidades materiales y espirituales de los hombres
( Jn 10,11.14-15; Mt 14,13-14, etc.) y nos enseña a abandonarnos a su cuidado ( Mt 6,31-33).
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Si Dios crea, sostiene y dirige todo con bondad, ¿de dónde proviene el mal? «A esta pregunta tan
apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El
conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta [...]. No hay un rasgo del mensaje
cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal» ( Catecismo , 309).

La creación no está acabada desde el principio, sino que Dios la hizo in statu viae , es decir, hacia
una meta última todavía por alcanzar. Para la realización de sus designios, Dios se sirve del
concurso de sus criaturas, y concede a los hombres una participación en su providencia, respetando
su libertad aun cuando obran mal (cfr.Catecismo , 302, 307, 311). Lo realmente sorprendente es que
Dios «en su providencia todopoderosa puede sacar un bien de las consecuencias de un mal»
( Catecismo , 312). Es una misteriosa pero grandísima verdad que «todo coopera al bien de los que
aman a Dios» ( Rm 8,28) [10] .

La experiencia del mal parece manifestar una tensión entre la omnipotencia y la bondad divinas en
su actuación en la historia. Aquélla recibe respuesta, ciertamente misteriosa, en el evento de la Cruz
de Cristo, que revela el “modo de ser” de Dios, y es por tanto fuente de sabiduría para el hombre
( sapientia crucis ).

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961 pág. 292-31
CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA
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HAGIÓGRAFOS
VocTEO

Del griego aghioi-graphoi (escritores sagrados); en sentido amplio se llaman así todos los autores-
escritores de los libros de la Biblia, va que las obras que escribieron son el fruto de la colaboración
con Dios, autor principal; así pues, están elaboradas por ellos bajo la inspiración de Dios;
constituyen el canon.

San Jerónimo fue el primero que utilizó la expresión «escritos sagrados», hagiographa, para indicar
los libros de la Biblia. Según el judaísmo posterior al destierro, los libros del Antiguo Testamento se
subdividían en tres grupos: Ley, Profetas y Escritos. Esta subdivisión figura claramente en el
prólogo del Sirácida griego. Del grupo de los Escritos (hagiógrafos) forman parte: Salmos,
Proverbios, Job, Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Qohélet, Ester Daniel, Esdras,
Nehemías, 1-2 Crónicas. en el canon cristiano se añadieron el Sirácida y 1-2 Macabeos.

L. Pacomio

BibI.: C. Gancho, Hagiógrafos, en Enciclopedia de la Biblia, III, Barcelona 1964, 1014; A, M.


Artola - J M. Sánchez Caro, Biblia y palabra de Dios. Introducción al estudio de la Biblia, II, Verbo
Divino, Estella, 1995.

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