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La Industria Peruana durante el siglo XIX

Por Idel Vexler Tello

INTRODUCCIÓN

Para poder entender el desarrollo de la industria en el Perú del Siglo XIX, es necesario
conocer y entender, los antecedentes previos. Nuestro trabajo se remonta al proceso
político y social que vivió el Perú durante las Reformas Borbónicas, en adelante. Y
como influye en el mercado de las élites y artesanos, por ello el análisis del Tribunal del
Consulado, y su recomposición frente al libre comercio legalizado, a través de las
reformas. Este grupo de comerciantes se encontraba abastecido de las ventajas de un
mercado cerrado como el colonial , por ello su transformación a través de este cambio
político y económico, sino también la influencia de nuevos aires liberales que se
dejaban sentir entrado el siglo XIX.

Por ello, es también necesario tocar la transición económica, política y social; producida
en pleno desarrollo emancipador. Mucho se menciona la importancia de los
comerciantes (nobles o no) y las élites (desplazadas o con cierta preponderancia); pero
la naciente república peruana, se hallaba en los vaivenes políticos de luchas intestinas
entre los caudillos militares, lo cual dejaba poco margen al desarrollo de una industria
de exportación. El estado se hallaba enfrascado en gastos militares y reformas políticas,
no invirtiendo –si es que había mucho que invertir- en el desarrollo de la
industrialización nacional.

Pero los primeros momentos de la industria nacional, se detectan a mediados del siglo
XIX, motivados no sólo por el desarrollo industrial europeo, sino también de los pocos
beneficios que generaban algunos productos de exportación, como el guano o el salitre,
por ejemplo. Pero estos productos, tenían capacidad de generar más recursos
económicos, el problema era la venta y comercialización de estos en el mundo europeo,
ya que era en condiciones muy desfavorables para el Perú. Y sus pocos réditos, eran
invertidos en la importación, dejando de lado a una naciente industria que podía generar
mayor cantidad de productos de exportación para su venta, generando mayor cantidad
de recursos para el Estado y por ende la industria. Todo esto dentro de un marco legal,
generado por el Estado y el Congreso, que favorezca la industria nacional, antes que la
extranjera.

A pesar de estas contradicciones, se desarrollaron industrias, a nivel local y al interior


del país; muchas de ellas motivadas por el capital migrante, que veía en el Perú una vía
para su desarrollo individual.

Pero todo este influjo industrial, se ve frenado, con la Guerra del Pacífico (1879 –
1883), la cual no sólo destruye muchos lugares de producción; sino también deja a un
país en la bancarrota, incapaz de pagar sus préstamos (ferrocarriles), y ve desaparecidos
los beneficios del guano, por ejemplo; en donde Europa ya había elaborado uno de
manera sintética en Inglaterra.

La industria peruana, tiene un renacer sobre la última década del siglo XIX, la cual
enfoca su explotación en otros sectores, como el algodón, la azúcar, la minería y el
caucho; los cuales podían dar un nuevo aire, tras la catástrofe de la guerra.
La industria peruana, durante el siglo XIX, se mueve al vaivén de nuestra historia
política, sin rumbo definido y sin un plan de desarrollo eficaz que mire nuestro propio
desarrollo, y si el propósito individual.

LA INDUSTRIA PERUANA DURANTE EL SIGLO XIX

1. ANTECEDENTES
El inicio del capitalismo moderno, se dio como consecuencia de un Estado liberal. La
financiación de campañas bélicas, el mercantilismo y hasta la imposición fiscal son
comunes y varían más que nada cuantitativamente en la tradición europea occidental. La
revolución industrial europea integró una nueva dinámica mercantil. Los países que se
inician hacia una orientación capitalista, construyen categorías generales para la
formación de un mundo industrial o condiciones para una revolución, de tipo laboral,
agrícola, técnica, etc. No fue un cambio puramente económico, significó el desarrollo de
varios niveles sociales: el industrialismo, la clase obrera, las ideologías, el socialismo y
el liberalismo, nuevos sistemas jurídicos, etc.

A) Los comerciantes y el Tribunal del Consulado


El Tribunal del Consulado es de origen medieval, se trasladó a México durante el
mandato de la Corona de Aragón (1592). Estuvo integrada por un prior y dos cónsules,
bajo el modelo de Burgos y Sevilla. Se fundó en 1593, y se implantó en el Perú en 1613.
Fue convertida por José de San Martín en Cámara de Comercio en 1822 y fue repuesta
por Simón Bolívar en 1829. Superó los vaivenes de la emancipación, hasta ser
transferida a jueces ordinarios, originando su disolución en 1885.

Estuvo integrada por los comerciantes de éxito de Lima, dedicados al comercio


ultramarino, y que invertían inteligentemente sus ganancias a sectores de gran
producción, además de sus contactos con sectores comerciales desarrollados. Desde
1627 garantizó empréstitos y donativos tomando cantidades a interés de prestamistas
particulares. La principal función del Consulado, fue zanjar las disputas comerciales
entres los mercaderes limeños, además de recaudar impuestos, actuar como oficina de
contabilidad, tener una red de administración descentralizada que recorría Panamá,
Guayaquil, Quito, Paita, Buenos Aires y Chile. Intervenía en todas las áreas económicas
y comerciales, con excepción de la minería el cual tenía su propio tribunal. Participaba
en la compra, venta, trueques, cambios, etc; donde participaran mercaderes, que eran
bastantes, a partir de la legislación española, donde se estipulaba que cualquier
individuo que pudiese hacer negocios, era comerciante.

A partir de 1777 el Consulado, va dar garantías y amortizaciones, a los principales


prestamistas. Se introducen impuestos de 1.75% sobre el comercio de la plata y el 0.5%
sobre el oro, gravámenes que sirvieron de fondo para garantizar los préstamos en pesos
solicitados. Con el tiempo llegó administrar mas de 6 millones de pesos, cuyo interés
oscilaba entre el 3 y 6%. La pérdida de los capitales vinculados a las finanzas, se acelera
bajo el gobierno del virrey Abascal, quien hace lo imposible por financiar enormes
gastos en guerras (la invasión británica a Buenos Aires y las luchas independentistas en
Sudamérica) además de préstamos a particulares. Adicionalmente se expropiaron las
propiedades y los fondos de la Inquisición que fueron o enviados a España o
consumidos en gastos bélicos y salarios. Así los préstamos entre 1810 y 1818 a las
Cajas Reales fueron por 1 millón 116 mil pesos, y con ello se le eximía de el juicio de
residencia a Abascal.

El Consulado era un gremio de profesión mercantil. Los gremios regularon la actividad


económica de cualquier asentamiento urbano. Contribuyó a ello la migración Vasco -
Navarra, la cual era muy experimentada en las lides mercantiles. El consulado a fines
del siglo XVIII, estuvo integrado por cargadores (almaceneros o comerciantes);
navieros, tenderos o cajoneros; y mercachifles (ambulantes). Los dos primeros tenían
como objetivo mantener la jerarquía económico social. Todos ellos bajo el dominio de
la burguesía, la cual los consideraba como compartimentos de estanco social. Por ello el
consulado se dividía entre ser un gremio y un tribunal, frontera difusa pues había
comerciantes dueños de barcos y navieros que cargaban su propia cuenta, además de
dedicarse a los fletes.

Los conflictos en el seno mercantil, se centraron entre la comunidad exportadora y la


importadora. El comercio libre dado entre 1778 y 1880, colapsó el mercado, por la
llegada de comerciantes de distintos lugares, generando el beneficio de quienes no se
beneficiaban del monopolio comercial regido por España. El istmo de Panamá hasta
1810, fue el núcleo comercial, reemplazado más adelante por Guatemala.

Los comerciantes de Lima no eran propensos a la asociación, eran individualistas, solo


se comprometían comercialmente con particulares en determinadas actividades. Los
medianos y pequeños comerciantes, recurrían a las casas de los grandes comerciantes,
en búsqueda de productos para venderlos en el mercado. No todos los grandes
comerciantes compraban sus productos de Europa, algunos lo hacían aquí, como por
ejemplo Antonio Álvarez del Villar y el Conde de Premio Real, quienes invirtieron en la
producción de cascarilla (quina) y la utilización de esclavos. O el cacao que era
exportado de Guayaquil a Chile y Buenos Aires. Pero esto era muy mínimo con relación
a la importación de productos, que era desde el trigo chileno hasta productos de la India.

El Consulado limeño fue respetado durante su desarrollo, dando abrigo a burgueses y


aristócratas de negocios. Su vertiginoso aumento en su conformación, originó grandes
disputas por el control de dicha institución, el interés era el de defender los intereses de
peninsulares, comerciantes con autonomía comercial, comerciantes con raíces en
Madrid, o cualquiera que tenga alguna jurisprudencia comercial.

Dentro de su integración cabe destacar la presencia de Manuel Gorbea, Antonio José de


Sarraoa y Manuel Barreda. Estos dos primeros huirían durante la llegada de San Martín
al Perú, siendo reemplazados por los limeños José Gonzáles y Fuente, y Manuel
Santiago y Volalde. Con el tiempo Barreda dejaría el cargo, siendo reemplazado por
Francisco Javier de Izcue de origen Peninsular.

Una de las formas para erosionar la jurisdicción mercantil, fue el fuero militar, el cual
fue el medio para socavar el comercio civil, en definitiva la milicia funcionaba como
uno de los mecanismos utilizados por las clases económicas débiles para lograr ascenso
social, todo ello sobre 1770. Al sentirse postergados públicamente, los comerciantes,
vieron una nueva vía de encumbramiento social, el aro militar. Pero por detrás de ello
está la competencia comercial con los militares, en momentos en que comercio de Lima
atravesaba una seria crisis.
A fines del siglo XVIII, más que “mineros y comerciantes”, habría que hablar de
“militares y comerciantes”, ya que muchos militares ejercían mucha actividad mercantil.
El mundo de los negocios no pertenecía a la sociedad civil, sino a los mercaderes, y un
grupos inferior, donde militares y milicianos hacían negocios considerables. Mercaderes
militares o militares negociantes, eran los encargados del comercio limeño. Siendo vital
la participación de los militares, en esta época, no sólo por su participación en
economía, sino también porque América se preparaba para una defensa militar.

El Consulado, además de ser plataforma de la élite mercantil a través de la que se


desarrollaban aspiraciones económicas y sociales, tenían la misión del fomento. A pesar
de su desprecio a las actividades agrícolas, viendo sólo a la minería como actividad
productora. Por ello, su principal objetivo se centró en que América recibiera productos
de la metrópoli española, generando la caída de las manufacturas locales (obrajes). A
pesar de algunas licencias dentro de la industria textil, como a Jerónima Pineda (1780).
El Consulado carecía de iniciativa con relación a las manufacturas y actuaba siempre
que algún particular demostraba interés. Por ejemplo, José Hipólito Bernal (1798), con
respecto a la cochinilla. O la industria de lanas y linos de Chiloé, encabezada por el
gobernador de la región, la fábrica de pintados y estampados de Pablo Vergara (1796).
Esto demuestra que el tribunal no se oponía a la fábrica, pero si al monopolio. Pero su
inacción contradecía esta premisa, dado que la industria textil, constituía una parte
cualitativa de la industria y el comercio colonial.

De los beneficios de esta “supuesta industria” y exportaciones e importaciones, se


tendrían los fondos necesarios para reactivar la industria existente e introducir otras, y
las ganancias de ello generarían la construcción de obras públicas. Como el inconcluso
camino Callao - Lima (1778 – 1821), cuyo presupuesto fue de 200 mil pesos y tuvo la
oposición de los comerciantes. El Virrey Amat y Juniet echó la culpa de este mal
manejo al Consulado. Además se intentaron construir puertos para un mayor acceso de
barcos (1795 – 1796), y un local para los comerciantes.

En conclusión el Consulado mostró cierta atención a las actividades productivas, pero


siempre empujado por las circunstancias. Además no fomento la industria extractiva, a
excepción de la minería, porque iba contra el trabajo de los mercaderes. Los últimos
años del gobierno español, el Consulado como la Real hacienda, habían dejado de
recibir ingresos regulares desde 1817, eran sólo una autentica oficina de administración
a favor del Estado, pero el armazón financiero de la institución seguía dependiendo de
las entradas en concepto de derechos, con los que se abonaba los intereses de los
numerosos comerciantes morosos, que solicitaban postergaciones a su deuda. Así entre
1820 y 1821, se hizo patente la quiebra del Consulado, a pesar del intento de La Serna
por recuperarla, tras el golpe de militar dado a Pezuela dentro del poder español; y las
luchas intestinas por el poder español entre Fernando De Riego y Fernando VII por el
control de la metrópoli española. Y con ello el fracaso en la creación de un banco
auxiliar del virreinato.

La sociedad limeña estaba determinada en función a la economía y el color racial de las


personas, la integraban blancos y criollos, además de indígenas y negros. Durante la
última decada del siglo XVIII, la población era aproximadamente de 1 millón 400 mil
personas, de las cuales el 60% era indígenas, negros y mestizos el 22%, blancos el 12%
y mulatos y negros el 6%. Además los criollos superaban a los peninsulares. A nivel
geográfico los indios se hallaban en mayor número al interior del país, mientras los
blancos y negros en litoral peruano.

Los comerciantes estaban integrados a través de círculos concéntricos: el externo, a los


que recién llegaban a América o los que no se conectaron con los estratos económicos
más elevados, o no tenían liquidez, o no tuvieron la motivación suficiente para dicha
actividad. Entre ellos podemos mencionar a Joaquín de Lavena, Vicente Martínez y los
Santiago y Rotalde. El segundo círculo, el intermedio, estuvo integrado por
comerciantes opulentos, de fortunas diversificadas e inversiones mercantiles de gran
crédito, manejaron extensas tierras y fincas urbanas; además tenían buenas conexiones
matrimoniales y ocupaban cargos públicos. Entre ellos estaban los hermanos Elizalde,
Domingo Ramírez de Arellano, etc. El tercer círculo y el más importante, a nivel social
y comercial, eran ricos mercaderes, terratenientes, propietarios de casas, cargos públicos
de gran notoriedad, grandes relaciones de linaje, y con posibilidad de conseguir con
facilidad títulos nobiliarios. Entre ellos se destacan el Conde de Torre Velarde, el Conde
Fuentes Gonzáles y el Conde de San Isidro (Isidro Abarca).

Debajo de estos tres, en primer término existían sectores menos dinámicos o


afortunados del gremio comercial, funcionarios de poca monta y propietarios medianos.
Por en cima de ellos nobles en decadencia económica; y por último, los de mayor rango
dentro de este grupo, los que ocuparon algún cargo dentro de la administración colonial,
con propiedades agrícolas e incursión en el tráfico ultramarino.

El principal anhelo de los comerciantes, además del económico, era el de pertenecer a la


aristocracia. Esta clase social era conservadora y latifundista, y se hallaba conectada al
mundo mercantil a partir de las exportaciones agrícolas y los obrajes. A fines del siglo
XVIII, a causa de la emergente burguesía, tuvo que aceptar nuevos modelos de
subsistencia social, como los parentescos con los nuevos ricos; de no hacerlo no eran
funcionarios, o no participaban del comercio. Se dedicaron al transporte (marina
mercante), como el Conde de San Isidro, el Marques Celada de la Fuente, el Marques
Fuente Hermosa, entre otros.

Para acceder a la aristocracia, los comerciantes debían por lo menos, seguir algunos
pasos, como formar parte del ejército o milicia, la caballería, comprar “hábitos” que los
distingan de las demás clases sociales, comprar cargos (de regidores, como Javier María
Aguirre, Antonio Elizalde por ejemplo) establecer relaciones de parentesco a través de
los matrimonios, etc. Pero los descalifica a formar parte de este grupo social los oficios
viles: platero, pintor, bordador, cartero, mesonero, tabernero, escribano, es decir todo el
trabajo que viene de sus manos.

B) El tránsito de la Colonia a la República: desde el gobierno de Abascal hasta San


Martín

El estrecho vínculo que, desde finales del siglo XVIII, se tejió entre una hacienda con
crecidas necesidades financieras y un sector de comerciantes que representaban a los
acreedores privados del Estado, continuó en las apremiantes circunstancias previas a la
independencia del Perú. El período entre 1806 (período de Fernando Abascal y Souza
como virrey) y 1820, cuando se inicia la penetración libertadora desde Buenos Aires por
San Martín, es uno de plena crisis de la producción y comercio colonial.
Alrededor de los primeros años del siglo XIX, la crisis económica y comercial se desató
de manera fulgurante. El inicio de la crisis, se desataría por las guerras europeas en las
que se vio comprometida España desde 1796, y las incesantes intentonas en pro de la
independencia, sobre todo entre 1808 y 1810, paralizaron el comercio intercontinental
por largas temporadas y perturbaron el orden colonial interno. La minería decayó
considerablemente y la agricultura languideció. El Estado empezó a sobrevivir cada vez
más recurriendo al crédito interno.

Al inicio de su vida independiente (1822), la población del Perú, puede estimarse en


1250 mil habitantes, y de manera aproximada, porque las estadísticas son deficientes,
estimándose el componente indígena en un 60%; mestizos en 24%, blancos en 16% y
negros esclavos y libertos en toda su variedad racial en 10%. Las investigaciones llevan
a estimar que el 85% de la población peruana vivía en el campo y el 15%, en ciudades y
pueblos, siendo su distribución racial muy disímil, pues en algunas regiones, como por
ejemplo los Andes centro - sur (desde Huancavelica a Puno), la población indígena
llegaba de un 65 % a 90% y aún el 95 % en algunas localidades; mientras los negros que
eran una minoría a nivel nacional van a conformar una abrumadora mayoría en algunos
valles de la costa central como Cañete (80%), Lima (40%) y Chincha e Ica (50%
aproximadamente). En los primeros 20 años de vida independiente debido a las pugnas
entre los caudillos militares y las guerras internacionales (Gran Colombia y Chile), se
observa un desplazamiento de la población de las ciudades al campo. Lima por ejemplo,
que había tenido unos 60 mil habitantes en 1821, disminuyó a 50 mil en 1840, Cusco en
similar período pasó de 35 mil a 20 mil habitantes. Sin embargo, a partir de 1845-50,
debido al boom del guano y salitre, Lima comienza a recuperar su población, llegando,
de acuerdo al censo de 1876, a tener alrededor de 100 mil habitantes de una población
total 2 669 945. Las incongruencias numéricas se debieron, en gran medida, a que no
hubo una política estatal en este período para realizar censos poblacionales y que se va a
reflejar en un buen número de municipios y parroquias que carecieron de libros, de
matrimonios entre 1890 y 1914. En estas condiciones de falta de información estadística
poblacional ¿cómo saber entonces cuánto fue, por ejemplo, la población del Perú
durante la administración de Piérola (1895-1899)? Sólo existen estimados, la población
llegaba a 4 500 000 habitantes e incluso a 5 millones ¿Son creíbles estas cifras
poblacionales? ¿Es posible que haya crecido el Perú entre 1876 y 1896, a un promedio
de 97 mil habitantes? Si bien es cierto que no existen para estas décadas (1876-1896)
censos que nos permitan acercarnos a la realidad poblacional del Perú, sí hay, con las
reservas del caso, información sobre la tasa de natalidad y mortalidad del Perú y que nos
pueden permitir conocer, deductivamente, la población del Perú en el último tercio del
siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Estas cifras indican que la población del
Perú, en el tránsito del siglo XIX al XX, habría crecido, anualmente, a un promedio de
74 mil habitantes, lo que nos llevaría a afirmar que en 1896, la población llegaría a los 4
100 000, y de ninguna manera a los 4,5 millones y mucho menos a 5 millones. Incluso
sobre la cifra de 4,1 millones habría que formular algunas reservas, pues no se han
considerado algunas causas que tienen que haber influido en la baja poblacional, como
la guerra con Chile, las revoluciones, epidemias, etc.

Como ha ocurrido en otras ocasiones históricas, en circunstancias de colapso económico


por motivos de guerra interna o externa, los caudales buscan cobijarse en donde se
percibe puedan estar mejor protegidos. La inversión en propiedades o en el comercio
corren altos riesgos en circunstancias de destrucción debido a la guerra. El invertir en
imposiciones sobre la Hacienda Real protegía hasta cierto punto sus caudales. Además
durante el gobierno de Abascal, se exigió y forzó, imposiciones, empréstitos y
donativos. Mediante ello el estado de la colonia, obligaba a los capitalistas prestamistas
a que permaneciesen fieles y apostasen a la causa realista, de lo contrario sus
inversiones caerían en manos de otros. El sector comercial de la élite colonial tenía
interés de permanecer dominando el eje Guayaquil – Lima – Valparaíso que la
independencia amenazaba desmembrar; además de mayor autonomía y dominio local,
sobre todo a nivel financiero, junto con ello la defensa de sus comercios frente a la
lucha interna que generaría la independencia.

A pesar de esto, se agudizó la escasez del circulante y el crédito privado se retrajo, ante
los peligros bélicos. La flota mercante peruana se reduce drásticamente debido a la
necesidad de formar una flota de guerra en la costa del pacífico. Así, los comerciantes
locales no pudieron hacer frente a la oleada de comerciantes extranjeros que llegaron al
Perú después de la independencia.

A inicios de la república, San Martín, recurrió a una serie de préstamos, reuniendo un


fondo económico de 400 mil pesos. Este fondo, se supo, fue robado en una parte por el
marino inglés Tomas Cochrane. Se gestionó por parte del gobierno peruano, un
préstamo a Londres, siendo encargado Juan García del Río y Diego Paroissien, el cual
llegaría después de la salida de San Martín.

Además Bernardo Monteagudo, principal asesor de San Martín, persiguió a muchos


comerciantes, ya sea por su tendencia ideológica o por su negativa a dar préstamos al
naciente Estado peruano, dando como resultado la pérdida de muchas fortunas
coloniales, que pasaban a manos de jefes militares que lucharon por la independencia.
Sin embargo muchas de estas adjudicaciones, entre agrícolas y mineras, que habían sido
devastadas por la emancipación, necesitaban capacidad de manejo económico para
sacarlas de la depresión. Monteagudo se ufanaba en señalar que gracias a su campaña de
secuestros y expropiaciones los españoles se redujeron en número de diez mil a sólo
seiscientos entre 1820 y 1823.

Además, las circunstancias inmediatamente posteriores a la independencia eran adversas


para las haciendas costeñas, debido a la pérdida de mercados tradicionales que
funcionaban en la época colonial. La emigración y secuestro de muchos agentes
coloniales significó una dura pérdida para la economía republicana inicial. A pesar de
las promesas posteriores de indemnizar a los perjudicados en esta situación, que se llevó
a cabo en medio de corrupción entre 1850 y 1854 con la Consolidación.
El Tribunal del Consulado fue reemplazado por la Cámara de Comercio. De esta forma
San Martín le “cortaba las alas al consulado”, era obvio que sus integrantes no querían
perder su ascenso que habían logrado desde las últimas décadas del siglo XVIII. La
emancipación “trastocaba los beneficios políticos y económicos” que habían obtenido
durante la decadencia colonial. Con San Martín esta situación podía cambiar o
mantenerse, pero el libertador corría el riesgo de que fuese saboteado por los
comerciantes (préstamos o apoyo de otro tipo, como se planteaba en algunos), por ello
las restricciones al Consulado.

Hipólito Unánue ministro de Hacienda del gobierno, emitió 500 mil pesos en papel
moneda, pero sin respaldo de capital alguno. Esto generó la desconfianza de los
hombres de negocio. Ante este fracaso, se acuñaron monedas de cobre, ante la
desaparición de las monedas pequeñas (cuartillos). A pesar de no ser exitoso, no llegó al
desastre del papel moneda.

No resulta del todo convincente el achacar la debilidad crediticia y financiera a inicio


del siglo XIX a una profunda e irreversible crisis colonial. Al desgarrarse la economía,
mercados y capitales con la independencia, se dieron las condiciones para un dominio
del crédito comercial con fuerte influencia extranjera. La eventual recuperación
económica durante la época del guano fue acompañada de una política con respecto al
crédito interno que mino las posibilidades del surgimiento de una más equitativa
distribución de la riqueza entre la población. Al respetar y garantizar adecuadamente a
los acreedores locales, el estado abrió amplio margen para mayor especulación, presión
externa y represión de las posibilidades para los capitales locales. No se dieron entonces
tempranamente las bases institucionales del crédito para distribuir la riqueza del guano
entre mayor cantidad de agentes económicos, y superar así las mezquinas vinculaciones
entre estado y élite especulativa. Se delinearon así los inicios de una trayectoria peruana
de endeudamiento y carencia de capitales locales crónicos.

2) LOS PRIMEROS PASOS INDUSTRIALES: El Perú entre 1820 y 1840.

a) Las élites

Desde su independencia hasta la década del 40, la república peruana avanzó a


trompicones, en medio de luchas caudillistas, desintegraciones políticas y regionales.
Las bases económicas coloniales colapsaron a medida que haciendas, minas, obrajes y
pueblos comerciales caían en el abandono y la inoperancia. Plagado de incesantes
golpes de estado o guerras regionales, la anarquía peruana hizo que la nacionalidad
peruana se hiciera borrosa. El guano se convirtió en el “salvavidas” del estado
caudillista, haciendo que el liberalismo económico del estado exportador pasara a ser un
auténtico acto de salvación nacional. El Perú postindependiente luchaba entre, el
proteccionismo y el libre comercio, además de su lucha por definirse a si mismo como
nación.

Sus gobiernos y sus deseos de progreso estaban marcados por una corriente elitista y
otra profundamente popular pero, juntas, ahogaron a la primera generación de
librecambistas teóricos.

El proteccionismo de las élites fue un resago de la mentalidad corporativa colonial y en


parte un acto defensivo, después de 1821, de la mentalidad independentista que
imperaba en América. Todas las clases altas peruanas participaban en este movimiento:
el Consulado de Lima, los navieros, los hacendados azucareros de la costa, los
molineros urbanos, las camarillas financieras, los comerciantes, los hacendados y los
obrajeros de provincia, así como oficiales, diplomáticos y políticos nacionalistas. Sin
embargo todo se concentraría en la tradicional Lima virreinal. Entre sus prácticas
domésticas encontramos, aranceles elevados, la prohibición de las importaciones, la
exclusión de los comerciantes extranjeros, los tratados comerciales discriminatorios,
monopolios y privilegios nacionales. La idea era la de promover una “clase capitalista
nacional” para un Estado endeble, ventajas para los empresarios peruanos, una
independencia económica complementaria, la integración de los sectores económicos
alejados entre sí, la corrección de desequilibrios comerciales, la preservación de
empleos y técnicas, y nociones de armonía social. Además estaba el ejemplo de Gran
Bretaña y Francia quienes se apoyaron en el libre comercio.

Este movimiento nacionalista surge en defensa de la competencia del comercio del


Atlántico norte en la región, como la influencia de teoría comercial liberal. Abrazaron
principios individualistas, mercantilistas o fisiocráticos (incluyendo el bullonismo), o
imitaban la mentalidad autárquica del estado colonial de los Habsburgo. El pensamiento
económico se difundió en los andes, como lo reflejan los pedidos proteccionistas
cusqueños o ayacuchanos.

En tanto Lima gozaba de tradiciones cosmopolitas, por los menos en su vida intelectual
en referencia a la economía. Las negaciones nacionalistas llegadas de Europa, revelaban
una crítica del crecimiento comercial y un inequívoco sentido del interés nacional. Pero
sobre todo reflejaban fielmente las aplastantes contradicciones económicas de los años
posteriores a la independencia y la ansiedad que las élites tenían de ser desplazadas por
los comercios extranjeros.

A lo largo de este período, pocos centenares de comerciantes nacionales importantes,


sobrevivieron a la atracción que generaban las casas comerciales que se instalaron en
medio de ellas. A diferencia de los entusiastas comerciantes peruanos de la era del
guano. La ayuda fiscal del Consulado, permitió a funcionarios y militares desviar las
incesantes presiones librecambistas procedentes del extranjero con la red de
restricciones comerciales y leyes de navegación peruanas. Los hacendados azucareros
de la costa norte, defendieron el sistema comercial bilateral con Chile, y con ellos otros
grupos comerciales intentaron evitar la penetración de productos extranjeros, como la
harina, el tabaco, el arroz, la manteca y los vinos. Estos defensores de los mercados
regionales, contrastan con la oligarquía exportadora agraria que dominaría la agricultura
peruana en la segunda mitad de la era del guano.

Los comerciantes y hacendados andinos buscaban sobre todo preservar rutas


comerciales internas consagradas por el tiempo, o bien proteger sus obrajes, la dispersa
manufactura serrana de lana y algodón. En las pujas políticas de los veinte, los
provincianos resultaron ser capaces de detener la inundación industrial de telas de Gran
Bretaña y los Estados Unidos. Pero envolvían su deseo de una industria nacional,
aunque los ineficientes y primitivos obrajes eran una especie en vías de extinción. Los
políticos de la era del guano fueron cualquier cosa menos simpatizantes de la industria.
El gamarrismo lanzó cruzadas contra los extranjeros, paralizando sus negocios, incluso
los mineros de plata de Cerro de Pasco, el único grupo exportador de ese entonces en
vías de recuperación, rechazó ofertas para abril la minería al capital extranjero,
temiendo la pérdida de sus propiedades, permitiendo más bien el acceso de limeños en
estos proyectos mineros que el Estado auspiciaba.

En el Perú hubo dos tipos de librecambistas, además de los residentes europeos; el


primero de ellos lo conformaban clases comerciales y terratenientes de Arequipa, que se
opusieron a los designios comerciales chilenos y acogió en su seno al capital británico;
sin influir en el mercado limeño. En segundo lugar, se encontraban intelectuales y
burócratas que laboraban en círculos gubernamentales, como José María Pando, Manuel
de Vidaurre y Santiago Távara, junto con ellos los vástagos de Simón Bolívar y los
remanentes del Estado borbónico. Ligados al Ministerio de Hacienda, adoptaron el
comercio libre, es decir el “internacionalismo”, en donde el Perú debía integrarse con el
comercio atlántico, transformando el puerto del Callao en una animada factoría del
comercio de importación. El Perú cosecharía las recompensas fiscales procedentes de
las rentas arancelarias, reduciendo de esta forma el contrabando.

Estos planes no fueron rival alguno para el nacionalismo de las élites, en todo caso,
estos años de depresión no eran el momento adecuado para inculcar experimentos
liberales de largo plazo.

A comienzos de los años cuarenta, el núcleo de las élites peruanas dio inicio a una
transición difícil pero sorprendentemente rápida al comercio libre, como piedras
angulares del Estado y la economía. Es claro que el surgimiento del comercio guanero
en 1841, les dio impulso al brindarles nuevos espacios para la acumulación, las finanzas
públicas y los bienes importados. Su conversión también coincidió con la expansión del
comercio y la caída de los aranceles en toda América Latina, y a lo largo y ancho de la
economía noratlántica. Pero igual de importantes fueron los realineamientos
geopolíticos del Perú y los desplazamientos en la dinámica de la construcción del estado
– nación, sobre todo para definir el éxito y los límites del liberalismo. En el Perú, el
comercio libre se plasmó en el tejido mayor de la estabilización de la política nacional y
la formación de la élite, surgida rápidamente después del primer gobierno de Ramón
Castilla (1845 – 1851), de carácter netamente nacionalista.

La década de 1840 terminó por desacreditar el estatismo tradicional, al asociarlo a la


anarquía caudillista. Entre 1841 y 1844, las desmesuradas exigencias fiscales del
ejército casi destruyeron al gremio comercial nacional y terminaron de hundir sus
diversos proyectos de desarrollo, como el monopolio comercial con Asia. La protección
de las élites se había convertido en su opuesto exacto, fracasando en toda línea. Siendo
el comercio libre, una solución financiera para la construcción del Estado (adelantos del
guano y un ejército profesionalizado). Ofreciendo a los comerciantes limeños su
largamente ansiada, recuperación como clase. Se les prometía el alivio y la protección
del Estado. Incluso era una manera de pacificar a todo el país.

Castilla y sus partidarios veían, al comercio libre como una forma de integrar al sur con
Lima, el cual durante mucho tiempo había sido rebelde, y de esta forma atraer a las
oligarquías provincianas devastadas o no, al proyecto nacional; lo cual sucedería al poco
tiempo. Una última reacción a favor de las políticas proteccionistas, vendría con las
luchas de clase desatadas por los artesanos limeños a finales de la década de los
cuarenta.

La generación de liberales de los cincuenta, recordó a su clase que todo retorno al


exclusivismo equivalía el retorno de la confusión anárquica que había amenazado su
misma existencia como clase en la temprana república. En el Perú, la opción entre
“barbarie y civilización” adquirió un significado exagerado, representado por el estado
mismo. El pensamiento librecambista, predicaba nuevas libertades para consumidores y
comerciantes y un fisco menos agobiante. Se pensaba en un desarrollo más
descentralizado y capitalista, la expansión comercial alimentaría a las clases
trabajadoras, desatando el espíritu capitalista de la sociedad civil.

Se ridiculizaba a los monopolistas, los usos feudales y los estados ineficientes. Los
peruanos se familiarizaron con el libre comercio francés, que disolvía los remanentes
feudales ya catalizaba la armonía entre clases. Las ideas socialistas y las revueltas
proletarias fueron un buen argumento para la no industrializarse. El liberalismo se
convirtió en la doctrina oficial, primaban el comercio y el modesto papel promocional
del Estado.

El comercio libre de obstáculos, era estímulo para el consumo, producción y formación


de capitales. Después de dolorosos ajustes, el comercio extranjero habría de servir como
el motor del crecimiento peruano que ensancharía los mercados. Abarataría la
subsistencia, generaría ahorro e inducía a la eficiencia; de modo dinámico, el comercio
multiplicaba los gustos, expectativas, tecnologías, productividad y crecientes
inversiones de capital mercantil. A nivel social, el efecto moral se trasladaría a la
mentalidad capitalista y de mercado, generando espíritu de asociación entre los
trabajadores y empresarios por igual. Los librecambistas, privilegiaban el impacto
visible del comercio, sobre la ficticia producción.

El Perú enfrentaba dos obstáculos que estorbaban su desarrollo: la falta de capital


privado y la despoblación. Las inversiones en el comercio, la minería y la agricultura de
exportación acelerarían la formación de capital y el espíritu asociativo liberal. En estas
actividades se gozaba de sobresalientes ventajas naturales y de costos. Sin embargo, la
mano de obra nativa era difícil de encontrar y los liberales vieron en esta escasez la
razón decisiva por la cual jamás se debía asignar mal el capital y los recursos laborales
en manufacturas fútiles y nada rentables. En lugar de ello, la población crecería con el
tiempo, gracias al beneficio del comercio: mejor nivel de vida para los trabajadores
nacionales y la inmigraciones extranjeras. Una vez que el Perú acumulase un superávit
de capital, mano de obra y destrezas técnicas, entonces podría darse una transición
natural a actividades más complejas y diversificadas. El Estado debía facilitar estos
procesos, menos interferencia e impuestos más livianos; a pesar de las enormes tareas
que enfrentaba: eliminación de trabas coloniales a la propiedad y práctica privada,
reemplazándolas con instituciones judiciales y burocráticas de carácter capitalista pero
eficaces; la creación de una infraestructura vial, portuaria, educativa y de seguridad
pública; y la promoción de las ciencias y la inmigración. La estabilidad del estado y su
despolitización es una obsesión de los liberales de la época.

Los liberales guardaron un notable silencio sobre las peculiaridades económicas de la


sociedad rural andina del Perú, y las oportunidades y dilemas públicos del guano. Sin
embargo para 1850, el desarrollo oficial de la economía era netamente exportador.
Sin embargo, el nacionalismo en vías de desaparición, marcarían o distorsionarían el
liberalismo exportador del guano. La principal de ellas era el monopolio estatal del
guano, organizado a partir de 1841 por los tumultos caudillistas, y el agonizante nexo
entre ellos y el Consulado, y sus tradicionales estancos fiscales. Inicialmente este
recurso para sus finanzas y transporte perteneció a franceses e ingleses, ahora el estado
peruano tenía el control de su exportación (1850 – 1870)[2].

En segundo lugar, para las élites surgidas de las cenizas del guano, su exportación
alimentaba la permanencia de privilegios, promociones y prebendas públicas, que iban
desde lucrativos contratos de servicios o subsidios en las manumisiones de esclavos,
hasta cortes de impuestos y dádivas masivas. Aunque crecía lentamente, durante el siglo
XIX este círculo de comerciantes, profesionales y políticos jamás pasó de unos cuantos
miles de familias bien conectadas. Al igual que el proteccionismo, de décadas
anteriores, el elitista comercio libre peruano dependía en buena medida de una relación
simbiótica entre las élites capitalinas y el tesoro público, ahora bajo el dominio de los
financistas extranjeros. La competencia desenfrenada de las importaciones y las
mezquinas medidas de desarrollo, fueron sobrellevadas por artesanos y pequeños
comerciantes, trabajadores, sociedades regionales y las mayorías campesinas. El
impacto del liberalismo exportador peruano no siempre fue congruente con los ideales
libertarios y republicanos con relación a otras naciones del mundo.

b) Los artesanos

Lima lucía un diversificado sector artesanal dedicado mayormente a bienes suntuarios


acabados para su europeizada aristocracia burocrática y mercantil. A fines de 1820, esta
manufactura ligera incluía entre 700 y 900 talleres, producía un cuarto de la renta fiscal
municipal y empleaba entre 3 mil y 5 mil aprendices, jornaleros y esclavos negros.
Organizados en aproximadamente 40 gremios, la mayoría de los artesanos se
especializaba en bienes elaborados como muebles finos, joyas, vestidos, monturas,
encajes, botones, carruajes, relojes, lámparas y exóticas especialidades limeñas como la
saya y el manto de las mujeres; otros trabajaban en la herrería y reparaciones, o
procesaban desde licores hasta manteca, para el mercado urbano. Estos productores se
entrelazaban con centenares de pequeños comerciantes y ambulantes criollos que
dominaban las plazas y calles de la ciudad. Ubicados en el puerto, organizados y
alfabetos, este grupo a partir de 1821, se convirtió en una vibrante presencia política. En
este sentido, el artesanado urbano se encontraba en las antípodas de su mucho más
grande y difusa contraparte rural, las decenas de miles de tejedores y fabricantes de
toscos bienes domésticos de estilo andino que estaban, alejados de la política. A medida
que las distancia sociales disminuían en Lima durante la depresión que siguió a la
independencia, los gremios se volvieron útiles para los notables urbanos, ya sea para
elecciones amañadas, como contrapeso a las milicias y caudillos, o en servicios
municipales como la vigilancia de esclavos cimarrones y los perros rabiosos. Los
gremios se encontraban entre las élites blancas, y el populacho de piel oscura; además
de su acercamiento con las élites tempranas a través del proteccionismo.

Los artesanos buscaban proteger sus pequeñas manufacturas livianas con aranceles
altos, o su prohibición total. Promocionaban la mano de obra especializada y el empleo,
no las mejoras en la tecnología, la eficiencia, la escala o el industrialismo (Lima todavía
no tenía ninguna fábrica[3]). Muchos artesanos compartieron el interés nacional. Para
este sector, los comerciantes y los productos manufacturados del extranjero que
inundaron Lima entrado el siglo XIX, era algo innecesario, ruinoso, injusto y
antipatriótico. Los maestros de los talleres levantaros las banderas de los artesanos,
promoviendo el republicanismo y la educación popular. Al cual el Estado debía prestar
su total atención. Los dirigentes artesanos podían criticar también los modelos
económicos aplicados en distintas naciones, y que no existía ninguna relación con la
sociedad económica peruana. Advertían que si el país perdía sus escasas técnicas
nativas, los peruanos serían tributarios de cuantos se acerquen a nuestras costas a
comerciar.

Era “obligación” del Estado respaldar la “industria” nativa, dado que el artesano esta
especializado en la elaboración de artículos de calidad, la cual abastecía a los restos de
una aristocracia colonial. Pero hay que agregar, que los maestros de los talleres dieron
una cálida bienvenida a los pocos inmigrantes artesanos europeos que llegaron a Lima,
aprovechando de ellos sus creaciones y técnicas, las cuales fueron propagadas entre los
artesanos y nativos de poca preparación.
La eficiencia de la mano de obra y el costo final no eran en modo alguna, la principal
preocupación de los artesanos, buscaba la defensa del producto nacional sobre el
foráneo. Con todo ello los gremios tuvieron que luchas con la subida y bajada de
aranceles; y inestable política de importaciones y exportaciones (1828 – 1840). Además
de su acceso con el mundo de la política, a través de comerciantes y abastecedores de la
élite, o en la elaboración de leyes de migración pro – artesanal. En 1840, los talleres
urbanos siguieron contando con aranceles protectores especiales incluso después que los
textiles. Los gremios hicieron tratos con caudillos, candidatos y clubes políticos,
llenando el congreso para apoyar o burlarse de los congresistas.

Para a mediados de los años 40, en medio de la emergente prosperidad importadora y la


consolidación del Estado elitista, la influencia artesana había empezado a caer. Para
1852 estaba en ruinas tras la victoria de un arancel librecambista a favor de los
productos ingleses. Su derrota llegó después de una dramática campaña, entre 1849 y
1850, en un desesperado intento por imponer el proteccionismo a una clase
consumidora que se encontraba en vías de recuperación gracias al guano.

La importación guanera permitía acceder, a una buena gama de bienes suntuarios,


negados durante tres décadas. La dependencia de los artesanos, a la clientela de clase
alta resultó ser su “talón de Aquiles”. El buen gusto, fue lo que primó sobre el estilo
“tosco, miserable y primitivo”, de los artesanos limeños. A tal punto que los artesanos
franceses, italianos e ingleses, coparon a finales de los 40, los principales talleres,
desplazando a los artesanos limeños. La capacidad de abastecimiento de los gremios,
diminuyó notablemente en la capital y las provincias, sus pretensiones democráticas
eran anacrónicas, con relación a la maquinaria noratlática y la moderna producción
fabril. No pudieron hacer frente a los primeros experimentos fabriles de 1850.

El estallido político del artesanado se dio a comienzos de 1850, contra la alta


aristocracia limeña y los hostiles liberales. La controversia se dio con motivo de las
listas de los electores artesanos y políticos que todavía complacían a los gremios,
“queremos un gobierno que mire la industria de nuestro país, y que ofrezca garantía a
los artesanos ....somos la mayoría y el poder reside en nosotros”[4]. Sin embargo, los
gremios percibieron claramente como las instituciones civiles intentaban dejarlos de
lado, la época liberal pertenecía a los mercaderes, los consumidores acomodados y las
clases propietarias. Los gremios pasaron a la clandestinidad, estallando en actos
destructivos como los de Lima y callao de 1858.

Regresarían tibiamente, en plenos vaivenes comerciales del guano, en 1860. Para


entonces era una nueva generación de escépticos, movidos por la política, el interés
nacional y los riesgosos comercios.

3) EL MOVIMIENTO INDUSTRIAL A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

El término industrialización generalmente se usa de manera imprecisa. Se ha


considerado al proceso de industrialización en su técnica, como la generación de nuevas
relaciones tecnológicas productivas (fundamentalmente la mecanización), haciéndolas
extensivas al conjunto de la economía. Abarca la transformación de materias primas en
productos semielaborados. La industrialización es un proceso determinante en el
desarrollo y evolución de las sociedades. La experiencia histórica, demuestra que la
“Revolución Industrial” ha sido el proceso a través del cual los países han podido
conocer incrementos significativos en su producción[5].

La actividad industrial de la primeras décadas de la república fueron circunscritas a la


manufactura artesanal (carpinterías, talleres, herrerías, etc.) Se localizaban
principalmente en Lima. Los operarios y artesanos de los talleres de trabajo se
organizaban de acuerdo a la ley de gremios. Entidades poco flexibles para la movilidad
del trabajo, que definían la rama la rama que representaban. Los reglamentos de los
gremios eran monopolistas, rígidos y conservaban fuertes rasgos feudales; encareciendo
la mano de obra, limitando la oferta, estimulando el contrabando y frenando la iniciativa
privada que buscaba lucro.

En el área andina, luego del período seudo liberal de los Borbones y de la liberal
legislación republicana aduanera, conocía un lento y progresivo agotamiento del
desarrollo de sus posibilidades pre industriales. La disociación de los viejos circuitos
comerciales coloniales y la apertura de los circuitos extranjeros arrasó el área central
andina con la producción de tocuyos. Quedando abandonados telares de Cajamarca y así
mismo la industria curtiembre de Huamanga, fue decayendo sucesivamente.

Así los llamados obrajes, embrión de las fábricas, que habían surtido con telas
fabricadas a la población andina, agonizaban frente a las mercaderías extranjeras. Casas
inglesas de Arequipa y Tacna, con el fin de evitar cualquier ensayo industrial, elevaban
el precio de la materia prima nacional. En Puno en 1858, al construirse una fábrica para
la extracción de sulfato de quinina, las casas extranjeras elevaron su precio en un 22%.
Del mismo modo en el sur andino la alteración de los circuitos económicos que
producían los capitales británicos cuando se interesaron por las lanas. La pre industria
de los obrajes fue liquidada por la competencia extranjera, pero también el seudo
monopolio (con la alza de precios) que causaría la compra de insumos que eran la base
de la producción textil.

Desde 1840 el Perú, o en este caso Lima, se había convertido en el decadente centro del
colonialismo: un militarismo caótico, las quiebras y las desesperaciones económicas.
Las élites fraccionadas y conservadoras manifestaban un confuso objetivo nacional;
además la mayoría de los peruanos manifestaba cierta reticencia con el mundo exterior.
El antiguo esplendor imperial de la capital, era una sombra, su población era menos de
55 mil personas, junto con ello su riqueza, gloria y poderío. Pero todo esto cambio con
el descubrimiento europeo del guano, por ello su estatización con el militarismo,
considerándolo un fuerte capital para el Estado (1841 – 1845).

A) Algunos datos sobre la comercialización del guano

La revolución industrial inglesa. Se desarrolla un período de transformaciones en la


estructura de la sociedad inglesa. Básicamente las clases rurales impulsaron el
desarrollo de una agricultura terrateniente y las transformaciones políticas previas,
fueron las que sentaron las bases de la revolución industrial. Además del triunfo de la
industria textil y un mercado externo sobre el interno.

Hacia 1800 la agricultura no ocupaba más de un tercio de la población inglesa, sin


embargo sus intereses dominaban la vida política y social de los británicos. Por
constituir una fuente exclusiva de alimentos para la población, ya que las importaciones
eran marginales, debido a que los costos de transporte y tecnología no permitían a la
población que se alimentara de productos agrarios importados. Entre 1750 y 1830 hubo
una gran prosperidad agrícola, por el aumento de la tierra de cultivo, la mayor eficiencia
de las fincas, los cambios de cultivo, los sistemas de rotación y mejores métodos en la
cría de ganados. La innovación técnica, genera resultados a partir de 1840, esto generó
el aumento de la productividad para compensar la caída de los granos, luego de las
guerras napoleónicas. Esto produjo tensiones sociales y políticas, basadas en el
proteccionismo estatal y leyes sobre los pobres.

Las innovaciones agrícolas, dadas por las herramientas y el drenaje, fueron alimentadas
por el guano y la cosecha mecanizada. La naturaleza había concedido al Perú cuantiosos
depósitos de ese producto. La ausencia de lluvias en el litoral permitió que el guano
almacenado sobre las islas no perdiera su contenido químico. Evidencias arqueológicas
y de crónicas indican la utilización del guano en el período precolombino y colonial,
igualmente, la agricultura de la costa siguió haciendo uso del guano para elevar la
rentabilidad de la tierra.

Gracias a Alexander von Humboldt, se introdujo en los círculos científicos el


conocimiento sobre la composición y virtudes de este abono.

El “boom guanero”. Durante esta etapa en Inglaterra, se producen transformaciones


sustanciales en economía y la sociedad en general. Este período de auge se produce
como consecuencia de la existencia del capital barato y rápidos beneficios en auge
inflacionario. Esta etapa estará marcada por el desarrollo del ferrocarril, el buque a
vapor, el telégrafo, el incremento vertiginoso de las exportaciones, que generan una
mayor extensión geográfica de la economía. Las exportaciones se triplicaron en
cantidad y mercado entre 1850 y 1870. Asimismo, se produce un gran flujo de la
inversión extranjera hacia 1875 (Gran Bretaña había invertido mil millones de Libras
Esterlinas en el extranjero). A este proceso se agrega la presencia del liberalismo
económico, como la liberación del movimiento de los factores de producción.

En el marco de estas transformaciones a mediados del siglo XIX, la agricultura dejó de


constituir la estructura general de la economía británica, aunque siguió siendo la mayor
en términos de ocupación, era clave porque era la base de la sociedad que descansaba en
los hombres que producían la tierra y eran gobernados por los hombres que la poseían.
Eran 4 mil terratenientes, sobre la cual trabajaban un cuarto de millón de agricultores.
Pero a pesar de esta prosperidad, la agricultura tuvo que hacer frente a dos razones: la
necesidad de traer importaciones para que sus clientes compren sus exportaciones y la
concurrencia de productos agrarios de otros países.

La edad de oro de la agricultura inglesa esta vinculada a la explotación del guano de las
islas del Perú. Significó durante este período un apoyo, para compensar las necesidades
del incremento de la productividad y una mayor demanda del mercado inglés. Pero los
depósitos de guano eran agotables, y fueron utilizados a la espera de un guano artificial.

La explotación guanera en el Perú. La demanda del guano a pesar de que fue transitoria
y provisional alteró el cuadro de la economía peruana. Después de la independencia,
tras una pequeña y pobre participación en el mercado internacional basado en la
producción de plata y lana. El guano significará la reapertura del Perú al mercado
internacional centrado fundamentalmente en Europa. Hacia 1841 Europa recibió los
primeros embarques de guano peruano, convirtiéndose en 1847, en el producto más
importante de nuestras exportaciones. Entre 1841 y 1849, la súbita importancia que
adquirió el guano sorprenderá a los locales quienes con poca capacidad empresarial, sin
capital, fracasaron en su intento por controlar la venta y explotación del guano
recayendo en manos de extranjeros. Su explotación se diversificó de manera directa, a
través de las consignaciones y el monopolio. Cada una de ellas se fueron sucediendo de
manera temporal. El Estado peruano en calidad de propietario otorgaba la explotación
guanera a extranjeros o nativos (quienes le prestaban capitales), otorgándoles una
comisión por la venta.

Fue Francisco Quirós, quien logra, organizar la primera explotación del abono, uno de
los pocos empresarios que conocían los procedimientos europeos del comercio y
finanzas. Firmándose entre el 40 y 47, siete contratos con casas francesas e inglesas; a
través de alianzas económicas de Quirós con la firma británica de Joseph William
Myers Company y con el comerciante francés Aquiles Allier, dando origen a las
empresas: Baroillet y Allier, Gibbs Crawley and Corporation y A. Puyemerol y
Poumeroux et Cía. Los cuales se comprometían al pago de nuestra deuda, suspendida
desde la década del 20.

Sin embargo ya desde el 42, este abono sufre una baja en los precios, fruto de la
especulación y lucro desmedido de las casas comerciales, al abono encontrado en otras
tierras (África occidental, Islas de Ichaboe) y la lentitud de los transportes y la lejanía de
las regiones a exportar. Por eso desde 1842 hasta el 49, el sistema de contratos se fue
modificando, por el de consignación entre 1847 y 1849 hasta 1861, en un primer
momento en manos de Gibbs y Montané; y finalmente Gibbs . El Estado otorgaba la
conservación del abono, los consignatarios actuaban como mandatarios a comisión; en
esta condición se encargaban de su venta, transporte y colocación, corriendo con dichos
gastos. El contratista cobraba un porcentaje de comisión por los gastos de operación y
ventas. Entre el 50 y el 61 se exportaron cerca de 2 millones de toneladas de guano cuya
venta produjo un benéfico de mas de 760 mil Libras Esterlinas. Esto generó un
incremento en el volumen de la importaciones, la exportación del guano entre 1849 y
50, salto del 34.4% al 50.2%.

En 1862, tras las ganancias ilícitas y la corrupción existente, Nicolás de Piérola canceló
el sistema de consignaciones y lo reemplazó por la fórmula del monopolio, otorgándole
este a Augusto Dreyfus. El Estado vendía 2 millones de toneladas a precio fijo, mientras
Dreyfus debía girar al Estado peruano 700 mil soles mensuales. Los resultados no
fueron los que se esperaron, en 1874 Dreyfus comunicó al gobierno que hasta 1875,
atendería la deuda externa. Manuel Pardo llegado al poder intenta reorientar la política
económica, pero el colapso era ya inevitable.

B) La exportación del guano y la industria

“El desbalance cubierto por el guano, es por que las materias primas no se consumen y
se exportan, se traen productos de primera necesidad, lo que genera que no se alimente
nuestra industria. Por ello su prosperidad es ficticia, procurando vender nuestras
riquezas al exterior, convirtiéndonos en dependientes de la industria foránea,
destruyendo nuestra independencia económica y con ello amenazada la independencia
política del Perú.
Los beneficios del guano no son invertidos en la industria, solo se usan para la
importación de productos, esto permitía adquirir empréstitos, acabada su hipoteca no
hay nada que comprar por que no tenemos con que. El gobierno peruano utilizó el
guano para satisfacer las exigencias internas y el comercio exterior. Pero no se
entendió que el guano era un paliativo, falseaba la economía, destruye los hábitos de
trabajo, dando margen a una deuda inmensa (35 a 40 millones de Libras Esterlinas,
durante el inicio de la guerra con Chile, igualada sólo por el imperio otomano).

El guano no podía salvar ni equilibrar nuestra situación económica, por ser agotable y
reemplazable por el guano artificial, por el consumo extranjero del salitre y su uso en
ciertos terrenos y culturas. Además su exportación debería ser superior a los 80
millones de toneladas, y no las 300 mil que se exportarían, lo que no cubriría las
exigencias de la deuda externa.” JUAN COPELLO Y LUIS PETRICONI: “Estudios
sobre la independencia económica del Perú (1876)”

En la primera década, las exportaciones aumentaron 10 veces (700 mil pesos por 24.
701 toneladas métricas en 1845, a más de 6 millones de pesos por 316.116 toneladas en
1853), lo equivalía el 75% de las exportaciones, siendo complementadas con plata de
Cerro de Pasco. Esta prosperidad, trajo consigo el fin de las luchas militares en 1845.
Con Castilla nació lo más parecido a un Estado nacional con un congreso, códigos,
ministerios y presupuestos que funcionaban.

El flujo del guano, generó la llegada de renovados créditos extranjeros, y comerciantes


acudían ahora en masa a Lima. La importaciones extranjeras que entraban al Callao,
subieron a más del doble (1845 – 1850). Además se comenzaron a pagar las deudas
extranjeras y domésticas impagas. Su posición tradicionalmente aislacionista, fue
reemplazada por un orden comercial liberal más vigoroso de la región, el Perú se
apoyaría en sus riquezas guaneras y en el libre comercio, favoreciendo a las élites
limeñas, pero sin conformar a los artesanos.

Juan Norberto Casanova presentó un “Ensayo económico – político sobre el porvenir de


la industria algodonera fabril del Perú” (1849), el cual al principio parecía ser un
proyecto publicitario, se trato de un proyecto con el cual derivar los procedentes del
guano hacia la diversificación industrial. La preocupación con la industria inundó Lima
en dos oleadas contradictorias: primero con una difundida fascinación con el
industrialismo como una parte integral del recién encontrado progreso peruano, luego
con una reacción clasista, dogmática y fóbica a las posibilidades industriales de la élite.
La política pro manufacturera peruana, transcurrida desde la independencia, estaba
dirigida hacia las artes urbanas ligeras o a los obrajes rurales atrasados. A mediados de
1830 fracasaron las campañas provincianas que buscaron revivir las factorías de tipo
colonial (o a los tejedores rurales). No sobrevivió ni un solo obraje en el Cusco,
Ayacucho o La Libertad; debido a la importación de ropa de algodón industrial, los
incesantes conflictos civiles, la fuga de mano de obra y las depresiones regionales que
siguieron a la independencia. En Huamanga se perdieron los beneficios de los telares,
debido a la ilimitada libertad de comercio. Los artesanos urbanos avanzaron a
trompicones en igual forma y número.

La precaria pacificación forjada por Castilla, impulsada por las nuevas alianzas
regionales y el guano, le permitieron al Perú recomenzar la política civil. La promoción
industrial, fue un conflicto no tanto entre proteccionistas y liberales sino, más bien en
torno a las perspectivas serranas en oposición a otras costeñas. Las delegaciones de
Ayacucho y Cusco criticaron la incapacidad del gobierno limeño en salvar, a sus
extintos manufactureros: “no hay nación que permita anular sus fábricas por acceder a
las extrañas, ni siquiera España”.

En los debates del congreso hubo dos temas que despertaron preocupación: primero, la
noción de que el empleo industrial podría tal vez apaciguar el malestar social, que
durante tanto tiempo había avivado las latentes luchas entre los caudillos. Una industria
prospera fortalecería la frágil paz de la nación. Segundo, se percibió con fuerza que la
reciente calma del país hacía que surgiera la posibilidad de emprender todo tipo de
empresas económicas, ya sea en agricultura e industria. La élite veía las manufacturas
como algo crucial para la consolidación de una política civil progresista. La libertad, la
estabilidad y las industrias marcharían juntas.

Un influyente grupo de delegados costeños, en el congreso, enfatizó que el Perú


necesitaba el mismo tipo de fábrica moderna de EE.UU. e Inglaterra y con ello captar la
obsesión de las máquinas. Estas industrias revolucionarias debían basarse en las más
recientes plantas importadoras y ubicarse en el corazón consumidor de la costa; esto
marcaba un giro hacia los intereses limeños. Los costos de transporte eran un obstáculo
intimidante a toda forma de desarrollo serrano. Esta idea de las máquinas, la paz y el
capital eran infinitamente mayor que el de las ineficaces leyes restrictivas, pero debía
ser aplicado de manera gradual.

Este plan creció, e hizo que caducaran los obrajes coloniales, y las industrias rurales; a
pesar de las voces regionales, como las del puneño Juan Bustamante quien criticaba el
engrandecimiento de la industria europea, en desmedro de las lanas y el oro peruano.
Hasta 1860, ningún limeño mostraría interés alguno por la fabricación regional. Pero es
notable considerar que en 1845, nadie se molestase en considerar a la prosperidad
guanera, como un nuevo obstáculo de la prosperidad industrial peruana, por el contrario
constituyó un umbral tecnológico. En ese mismo año se preparó un proyecto de ley de
promoción de fábricas modernas en Lima, premios para los pioneros fabriles, y
privilegios tributarios para técnicos y trabajadores inmigrantes. Todo ello generaría un
movimiento empresarial, eminentemente de élite, que se contraponía al proteccionismo
de artesanos y tejedores. Los fabricantes incipientes peruanos, habrían de captar el
apoyo de funcionarios y prominentes librecambistas.

El mercader Jorge Moreto, ya había establecido su fábrica de cristalería y utensilios en


1841. Los hermanos Bossio la revivieron en 1847, la mudaron al Callao, ampliando su
gama de productos, ofreciendo nuevas acciones y trayendo administradores europeos
capacitados.

En sedería, José de Sarratea y José Francisco Navarrete, hacendado y héroe de la


independencia; operó una empresa de cría de gusanos de seda y tejidos. Con ello
multiplicó sus plantíos de moras y prosiguió con la importación de máquinas a vapor
especializadas para una amplia gama de sedas. Ambos proyectos recibieron monopolios
y subsidios estatales.

Una reluciente fábrica de papel impulsada por agua, fue abierta por Manuel Amunátegui
y “un señor Villota” en 1847; los comerciantes propietarios de “El Comercio”, el diario
más influyente y librecambista del Perú. Trajeron maquinaria importada, que no sólo
produciría papel periódico barato y confiable, sino también puestos de trabajo para los
pobres de la ciudad.

Eugenio Rosell, abrió una fábrica de velas estearinas, destilación de ácido sulfúrico y
surtidos productos derivados de las ballenas. Con el apoyo del gobierno, el cual invirtió
en la fundición naval de Bellavista de 1846; la cual habría de preparar mecánicos para la
empresa privada.

Sin embargo el proyecto más impresionante, fue la fábrica de telas de algodón en 1848
de “Los Tres Amigos”, instalada en la Alameda de los Descalzos, Juan Norberto
Casanova (fundador y director), José Santiago (socio y jefe del Consulado) y el
importador Modesto Herce, quien reemplazaría al comerciante Carlos de Cacigao; que
con máquinas de los EE.UU. visualizaban una planta con capacidad de cien telares y
veinte máquinas hiladoras. Se emplearon quinientos trabajadores y produjeron diez
millones de yardas al año, esto es, virtualmente todo el monto de telas importadas por el
país. Pedro Gonzales Candamo, el financista más rico y mejor conectado del Perú, dio
un préstamo de 85 mil pesos, procedentes de sus fondos de la consolidación. En 1852
los trabajos fueron detenidos y la fábrica cambiaría de propietarios y transportada a
Vitarte.

En Lima se instalaron fábricas algodoneras, como la fábrica nacional de Tejidos “La


Victoria”, la fábrica de tejidos “Inca”, la fábrica de tejidos “El Progreso”, la fábrica de
tejidos “San Jacinto”; y de lanas llamada “Santa Catalina”. En el Cusco existían fábricas
textiles como la de “Marangani”, “Urcos”, “Lucre” de Francisco Garmendia, “Huáscar”
y “La Estella”. En Arequipa se instaló la fábrica de tejidos “El Huayco”, y otra en
Ancash de carácter textil, con Jacinto Terry (Urcón). Domingo Elías “el capitalista” más
importante del país y de mayores aspiraciones políticas, habría de proponer abundante
algodón en florecientes haciendas de Ica.

La prensa peruana como el diario oficial “El Peruano”, “El Comercio” (vocero de los
comerciantes) y “El Progreso” de Domingo Elías (precursor del civilismo de los
setenta); alababan los esfuerzos patrióticos y atrevidos de los honrados capitalistas y el
creciente clima de la industria nacional. Aquí mencionamos más industrias de la década
del cuarenta: la patente tecnológica de Héctor Davelouis y Melchor Cheron, sobre el
beneficio de metales por la vía húmeda, en agosto de 1847; la fábrica de tejidos de
algodón de Ica de Pedro Lloy; Juan Zambrano, Clemente y Basilio Moyano, en octubre
de 1847; la fábrica de velas y blanqueo de cera, establecida por Labiosa y Torcello en
1847; la casa molino de La Perricholi de los “Tres Amigos”, en 1848, que laboraba una
maquinaria tasada en 200 mil pesos; la fábrica de tejidos de algodón de Ica, de
Clemente y Basilio Moyano, instalada en setiembre de 1848; la fábrica de chocolates
por medio de una máquina a vapor de Juan Hoyos, en marzo de 1849; la empresa de
molienda de trigo por medio de una máquina a vapor de Manuel Flores, en marzo de
1849.

Las inversiones iniciales llegaron a mas de $200 mil, una suma nada insignificante en el
Perú. Unos 162 trabajadores, en su mayoría indigentes, operaban en las máquinas. El
gobierno concedió privilegios industriales a este grupo, generando en los viajeros
extranjeros que visitaban Lima, que regresaran impresionados con dicho respaldo. La
cuestión para Castilla no ha sido de benevolencia para los empresarios, que realmente lo
merecen, sino de interés general, de riqueza y de poder de una nación. Es claro que se
estaba conformando un grupo industrial de élite, era como si la industria moderna fuera
el símbolo principal de un Perú progresista y una alternativa respetable para los
artesanos. Castilla mismo visitaba las fábricas, y los propios provincianos, solicitaban
“imitaciones” para sus regiones.

“El Ensayo económico – político sobre la industria algodonera del Perú” de Juan
Casanova, pretende argumentar sobre las industrias nacientes en el país, presentado
como el método de industrialización por substitución de las importaciones y una fuerte
crítica a la falta de elementos esenciales para la industrialización. Muestra sus
experiencias en EE.UU., y su admiración por la empresa española y mexicana (cercano
al promotor textil de Puebla Estevan Antuñano). Su principal objetivo era el de
publicitar su fábrica textil y obtener mayor respaldo del gobierno.

Muchos suponían que en el Perú, no se podían reunir eficientemente una mano de obra
barata, capital excedente y otras cosas más. Casanova afirmaba que en el Perú, se
cultivaba el algodón más fino que en los EE.UU., la abundante energía hidráulica de
Lima sólo esperaba ser encausada, buenos salarios podían atraer cientos de trabajadores,
se debía mirar con buenos ojos las migración industrial extranjera (maestros y
maquinaria) la cual facilitaría el trabajo de la mano de obra; donde agricultores, pobres,
capitalistas y el Estado se beneficiarían armoniosamente de la industria integrada. No
había motivo alguno para que la protección necesariamente significará un monopolio, su
finalidad era apuntalar la confianza empresarial y el espíritu de asociación de los
liberales. La industrialización aseguraba el orden a través del empleo masivo y la
disciplina (se le prohibía a los trabajadores “inmorales” conversar, jugar e incluso
cantar, además de multas por beber, fumar y hurtar).

Casanova subrayaba la necesidad, de contar con el apoyo sostenido del Estado


(encontrando precedentes legales, como los obrajes coloniales por ejemplo); y el
respaldo público de las fábricas modernas que abastecían los mercados con bajos
precios. Los obrajes y los tejedores manuales conformaban una forma miserable de
industria y sugería que los sastres locales serían arrasados por las telas importadas, que
eran más baratas.

Para Casanova el libre comercio, era una hipocresía grosera de las naciones, cuya
grandeza deriva de las políticas gravosas y de los monopolios. Pedía alcanzar los
factores de eficiencia temporal, aprendizaje y escala, adoptados a un contexto
subdesarrollado, eliminándose los aranceles a favor de los subsidios, en beneficio de los
capitales creados hacia la industria nacional, llamándola “una verdadera y legítima
protección”. Apoyado de los beneficios del “supuesto” comercio guanero, utilizados en
mayor número para la importación y menor importancia en el incentivo de la industria
nacional. Su plan era algo utópico, a partir de que su autor no tenía una apreciación
adecuada de los contextos imperialistas. La industria no era plausible en siglo XIX, por
la falta de un mercado interno viable. Además una incapacidad nacional de la aspirante
burguesía peruana.[6] Se carecía de condiciones sociales para alcanzar esta
industrialización. Las ganancias tecnológicas más graduales podían venir, a partir de la
substitución más selectiva, privando a la sociedad de consumo innecesario. Durante el
XIX fue un momento óptimo, para que el Perú iniciara industrias modernas, antes de la
Segunda Revolución Industrial, que fue intensa en capital, demandas tecnológicas y
necesidades de capital. Pero esta oportunidad se alejó, por contextos económicos
mayores y la elección de erradas políticas nacionales. Incluso la fábrica de Casanova,
fue solo un proyecto teórico, después que la fábrica cerrara en 1853, sus máquinas
quedaron olvidadas hasta 1869 en un almacén limeño; Carlos López Aldana mudó los
equipos hasta Vitarte, para fundar la primera fábrica de algodón moderno de Lima, a
pesar de su anticuada tecnología. Casanova fue víctima de los emergentes liberales
limeños de mediados del XIX, pero fue peor la lucha entre los desunidos artesanos y
dueños de fábricas.

El paso al anti – industrialismo, agrupado en torno al empresario Elías, fue vertiginoso,


incluso hasta la misma prensa como “El Comercio” nacido de la industria del papel. La
lucha frente a las leyes arancelarias del Estado a favor de las fábricas, fue derogado por
los liberales en 1851; había que derogar toda política proteccionista en favor del
comercio exterior, del cual una élite se beneficiaría.

Todas las fábricas de Lima desaparecieron en estos años, la causa fue la competencia de
las exportaciones frente al auge de las importaciones. La élite capitalista limeña, fue
revivida con el auge importador y enriquecida con las dádivas estatales de la
exportación. Y con ello ni un solo hombre de negocios respetable, quería exponerse al
clima tormentoso de la industria nacional de la década de 1850.

Otra experiencia de industrialización temprana fue una fábrica de tejidos, instalada con
asesoramiento extranjero, en el Cusco en 1861 y compuesta de 20 telares importados
franceses. Estos ensayos manufactureros en provincias, podían resultar poco exitosos
por una situación de depresión económica de la zona, por el deterioro de las vías de
comunicación existentes o simplemente la incapacidad de articular mercados urbanos.
Existía una relación social específica, que se intentaba generar en algunas unidades de
producción en proceso de industrialización: fábricas en las que trabajaban neo esclavos
con salarios ínfimos. En una fábrica de algodones de Lima, el salario de un chino era
menos de la tercera parte de lo que recibía un soldado del ejército de 1869. Sin embargo
contratar niños y mujeres, como en la industrialización inglesa, eran medios usados para
lograr grandes márgenes de beneficios, tratando de alargar el tiempo de trabajo y
conseguir mayor cantidad de productos por unidad de trabajo.

Las demás experiencias industriales que se han presentado entre 1860 y 1870, son las
siguientes: la fábrica de galletas y chocolates de Arturo Field en 1864; la fábrica de
cigarrillos de Antonio Pouchang en 1869; la fábrica de chocolates y licores de Bernal
Roselló en 1869; la fábrica de mosaicos de Pedro Roselló en 1870; la fábrica de tejidos
trasladada a Vitarte y de mosaicos de Carlos López Aldana en 1871; en 1872 se instaló
en Chincha una fábrica de tejidos de cuero; la fábrica de marmolería de Ludovico Isola;
la fábrica de manteca de los hermanos Aparicio; la fábrica de vapor de chocolates “El
Tigre” de Ravettino; la fábrica de chocolatería de Vignolo y Cía.; el laboratorio
farmacéutico, productos de manteca, jabón, aceite y cristales de Leonard; la fábrica de
velas estearinas de Prugue; fábrica de pianos de Luis Freund en 1875; la fábrica de
cerveza alemana de Gustavo Sprinckmoller; la fábrica de cerveza de Schmidt y Cía.; la
fábrica de cerveza “La Nacional” de A. Kieffer (1863) en el Callao; la fábrica de
cerveza de los socios de Meiggs: Jacobo Backus y J. Howard Johnston (1878); en el
Cusco se establecieron en 1872 dos cervecerías, la de Mangesdorf y la de Vignes; otras
fábricas cerveceras en Tarma y Arequipa; y las fábricas de molino y fidelería de Suito,
Falco, Demutti y Chiappe.
Estas experiencias, con sus éxitos y fracasos, fueron fruto de iniciativas individuales y a
las cuales el Estado no las consideraba en su política de desarrollo. La devaluación del
signo monetario (el sol billete) y una mínima protección aduanera volvía rentables a las
empresas industriales nacionales y posibilitaban su desarrollo.

Entre 1791 y 1866 se produce una apertura hacia el exterior de 26.64% al 38.51%, cifra
esta última producida en pleno auge del modelo guanero. Mientras la población de esos
mismo años se multiplicaba en 2.18 veces. Entre 1855 y 1869 se produce en los sectores
monetizados de la economía un ciclo positivo de la capacidad en términos reales.

Algunos índices de la actividad económica permiten suponer que el aparente período de


expansión entre 1866 y 1877, debiera dividirse en dos ciclos: uno de expansión y otro
depresivo. Tomando los índices de apogeo, se presenta entre 1866 hasta 1873, mientras
el ciclo de expansión del guano acababa en 1869. Los años que siguen a esa fecha
conocieron financieramente la ingente entrada de adelantos del contrato Dreyfus y
préstamos con intervención de este agente. Entre 1866 y 1868 ingresan con cierta fuerza
las exportaciones de lana algodón y azúcar respectivamente. Además entre 1868 y 1875
el estado invierte fuertes sumas en ferrocarriles. Bajo estas variables, el ciclo de
expansión va de 1866 a 1872 – 1873, y que a partir de entonces se entra en un ciclo
depresivo y con una inusitada inflación anual para una país que socio económicamente,
todavía se presenta básicamente como una pre industria. En 1877, la cifra de apertura
exportadora desciende en un 23.69%, cifra menor a la de 1791. La tendencia de la
década de los setenta obtenida en estos cálculos, coincide con la interiorización en el
manejo de la finanzas públicas, el control monetario y las primeras producciones
sustitutivas de bienes importados, luego de la apertura del comercio, hacia el exterior.

La industrialización del país en el período guanero, es en dimensión al consumo del


país. En otras palabras, la ausencia de un mercado interno con capacidad suficiente para
alentar el proceso de industrialización, el Perú se encontraba frente a un raquitismo del
mercado interno. Hay que tener presente que el país en la década del setenta era un
espacio económico profundamente ruralizado. Quienes vivían en poblados de alguna
significación constituían sólo el 9.57% del total de la población peruana. En este
sentido, el mercado urbano de consumo era minoritario en el conjunto del espacio
económico, además el sector monetarizado de la economía es básicamente extendido en
la parte urbanizada. En el campo el salario monetario es parte del salario total de las
haciendas que trabajaban para la exportación o en los fundos muy cercanos a las
grandes ciudades. El eje comercial Lima – Callao, concentra el 52% de la población de
los centros urbanos de más de 5 mil habitantes y todos los poblados costeños
comprenden el 73% del total de la población republicana. Estas cifras verifican la fuerza
de la emergencia costeña afín al modelo exportador y la naturaleza hegemónica que le
imprime el modelo al espacio costeño en relación al área andina. De esta manera la
contradicción costa – sierra en desarrollo del espacio republicano es anterior a la
contradicción ciudad – campo, aún no definida en sus elementos básicos en el período
guanero. En 1876 el país tenía una población económicamente activa de más de un
millon trescientos mil habitantes, lo que representaba el 48% de la población total. Se
puede considerar que por lo menos el 75% realizaba trabajos rurales, aunque recibiendo
el 60% del ingreso nacional.

Hacia la década del 70 y 80, la disminución de propietarios y hacendados tiene varias


explicaciones: hubo un afán de restarle importancia a la cuantificación de los grupos
propietarios, los problemas técnicos de encuestar a los más ricos y, porque no eran
abundantes a nivel nacional. Un total de 33 mil personas conformaban este grupo.

El sector social rentístico, el grupo de la fuerza laboral urbana conforma el 14.07% de


total de la fuerza laboral, obteniendo el 32,36% del ingreso nacional. Estas 183 189
personas, son el punto más interesante del mercado a nivel de la demanda. Los rentistas
de tierra urbana y rústica, los hacendados, grandes financistas y comerciantes, entre los
años 60 y 70, conforman el grupo más rico. Luego viene el mediano comercio, los
empleados de gobierno, los artesanos limeños y otros asalariados de la actividad
económica. La categoría más pobre son los artesanos de provincia. Todas estas
categorías concentran la capacidad de consumo y una demanda potencial para un
supuesto proceso de industrialización.

Aquí algunos datos obtenidos de “Política Económica y financiera del Estado: Siglo
XIX”, de Tantaleán Arbulú:

Población económicamente activa 1 312 371 (según Pablo Macera)

Población económicamente activa 1 308 495 (según Shane Hunt)

Desocupados 353 173 (según Macera)

Población total 2 704 998 (1877, Paz Soldán)

La otra variable, de la que se puede inferir los volúmenes de consumo, es la importación


de mercaderías extranjeras. Las importaciones textiles de ingleses significaban un valor
anual de 4 067 470 pesos entre 1846 y 1878. En 1877 los eran el 55% del total de
textiles que se importaban. Lo que quiere decir que la capacidad de importación medida
en el consumo de textiles durante más de tres décadas no puede ser una cifra
despreciable, y que junto con las sedas, ropas, licores, etc., sumaron en 1877, más de 13
millones de pesos.

Si la condición necesaria, que no es lo mismo que suficiente, para instalar fábricas


industriales es la dimensión del mercado, medida por la capacidad de consumo, la
demanda interna con relativa capacidad de gasto es el 7% de la población
económicamente activa y la importancia del consumo de las importaciones, se puede
pensar que si existían las condiciones necesarias para iniciar un proceso de aliento a una
oferta inexistente de productos manufacturados en el país. La demanda crea su propia
oferta, la oferta no existía, debió producirse. La cuestión de fondo, es porqué no se
produce la transformación del capital guanero en capital industrial.

En “Estudios sobre la independencia económica del Perú (1876)”. De Juan Copello y


Luis Petriconi, ven posibilidades industriales al Perú, manifestándose del siguiente
modo: “No es una vergüenza que las lanas se vendan al extranjero, a un vil precio; no es
una vergüenza que compremos cueros, zapatos y botines a un gran precio, cuándo
tenemos los cueros y curtiembres para su producción; no es una vergüenza comprar
muebles al extranjero cuando tenemos artistas muertos de hambre, y tenemos las
maderas más finas del mundo”. “El guano nos ha hecho dependientes de la industria
extranjera, su crecimiento es ficticio, porque se gasta en importar y no se invierte en
producir nuestra industria, de este modo a destruido nuestra independencia económica...
con nuestra industria y trabajo se podrá suplir lo que compramos en el comercio
extranjero.”

El proceso de sustitución de importaciones era ya un hecho en materia de tejidos y


textiles entre 1875 y 1876, cuando la fábrica de Vitarte alcanza a sustituir las
mercaderías inglesas de algodón por 543 685 soles.

La ganancia en la rama industrial, se produce colocando capitales en el comercio del


guano, de chinos, en las actividades bancarias, en la construcción de ferrocarriles y en
los mecanismos de deuda interna. En cambio las menores ganancias, se registraban en
agricultura de exportación (por ejemplo caña de azúcar), y la minería. En suma, el
rendimiento del capital era sumamente alentador en relación al modelo exportador, en la
cual se obtenían mayores ganancias, en relación al mercado interno.

El guano no producía, un aumento significativo en los factores comprometidos en la


producción de los bienes exportables. De otro lado el sistema de producción que oferta
las exportaciones era básicamente explotador. Y por último las importaciones en el
modelo exportador, eran bienes valorados, según el lugar que ocupan los agentes en la
estructura social. Desde el punto de vista de las posibilidades de desarrollo, lo que
Inglaterra importaba del Perú le producía un beneficio productivo, no así lo que
importaba el Perú del centro inglés, el mínimo benéfico se producía en el consumo. En
síntesis, el modelo exportador guanero tiene sectores de alta rentabilidad entre los
cuales la industria no aparecía, para esto era fundamental la función del Estado y la
clase gestionadora del capital guanero.

Una economía fundamentalmente precapitalista articulaba a través del capital comercial


y del dinero (empréstitos) a las sociedades industrializadoras, y que obtiene un
excedente considerable en su comercio exterior, puede iniciar un proceso de desarrollo
industrial, en la medida en que las posibilidades de absorción de la incipiente industria
(sobre todo artesanal) reciben el impacto como efecto positivo de los excedentes del
comercio externo. Ello supone el apoyo del Estado con una política de protección y que
las tasas de cambio de la moneda nacional en relación a la Libra Esterlina respondan a
las necesidades del desarrollo de la oferta industrial interna. En los aranceles, el Estado
los usó para captar ingresos o en su defecto liberando a las importaciones; porque de
acuerdo al pensamiento liberal, que el mercado libre al interior del país debe asociarse
con el mercado mundial, también libre. Ello garantizaba conseguir mayor riqueza y
eficiencia el aparato productivo nacional. La política arancelaria no fue hecha con
ningún criterio de promoción y desarrollo para con las líneas de producción interna,
ocasionando, por el contrario, la destrucción en gran parte de las clases artesanales.

Si analizamos los nombres y apellidos de los grandes comerciantes guaneros, no


hallaremos a ninguno de los pioneros industriales de la década del 40 al 70. Es decir no
se encuentran intereses económicos concertados, que pudieran pensar que la clase
consignataria tuviera inclinación por la industrialización. Lo mismo puede decirse de los
bancos. De manera similar puede sostenerse de los grandes hacendados y la oligarquía
guanera del sur. En consecuencia parece ser que, en general, no existían vínculos
económicos concretos entre la temprana clase empresarial industrial y los grandes
comerciantes, financistas y hacendados. La clase empresarial productiva conformada
entre otros por medianos y pequeños empresarios nacionales y por inmigrantes
(italianos, norteamericanos, chilenos, etc.), estaba lejos de la oligarquía de la época y de
las posibilidades de incidir sobre las grandes decisiones del Estado en materia
económica. En cambio, dada la estrecha relación entre la oligarquía y el Estado, durante
el civilismo de los 70, es lógico suponer que el interés del Estado se centraba reproducir
el modelo exportador mediante la política económica y fiscal. Porque en ese modelo de
economía abierta, se apoyaban la generación de beneficios económicos de los agentes
sociales participantes de las ganancias de aquel modelo.

4) EL PERÚ INDUSTRIAL DESPUÉS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO

A) Influencia de la guerra en la economía peruana

La guerra del Pacífico fue, en esencia una lucha por la exportaciones entre Chile,
Bolivia y el Perú. Al terminar la ocupación sobre el Perú, no se tenía nada que mostrar
de la época exportadora. Es difícil evaluar la devastación, se perdieron los campos de
nitratos y la mayor parte de las reservas decrecientes del guano. De los veinte bancos
plutocráticos y regionales que había en 1877, sólo sobrevivió el protegido Banco de
Londres, México y Sudamérica, de propiedad europea. El Perú perdió su sistema fiscal,
la inflación y las depreciaciones llegaron a un 800% durante la guerra, dejando como
moneda nacional a una confusa montaña de billetes de papel, casi sin valor alguno. Se
perdió la modernizante administración civil: hacia 1885, los ingresos llegaron a menos
de un tercio del nivel anterior a la guerra, a medida que los recaudadores de impuestos
recurrían nuevamente a exacciones arcaicas. El militarismo y el desorden renacieron:
una nueva generación de fuerzas y clanes caudillistas rivales (pierolistas y caceristas),
reemplazó a los refinados políticos civiles. El frágil orden social peruano se quebró con
salvajes revueltas de trabajadores asiáticos y negros, y la más seria oleada de rebeliones
indígenas desde la década de 1780, que no se apaciguaron con llegada de la paz.
La esmirriada hacienda debió retornar entonces a sus fuentes pre guaneras: impuestos y
aduanas, retomando una gran importancia, ya que el guano las había desplazado en un
15% del ingreso fiscal.

En gran medida la élite civil peruana, perdió su legitimidad de gobernar, se perdió su


“vigorosa” economía internacional, las importaciones cayeron a los niveles de los años
40 y los déficits comerciales se incrementaron a medida que las exportaciones caían a
una cuarta parte de los niveles prebélicos. Las ganancias alcanzadas entre los 60 y 70 se
evaporaron. Las tropas chilenas arrasaron diligentemente las haciendas de la costa norte,
llevándose sus relucientes refinerías como botín: la producción azucarera cayó en dos
terceras partes del total. El comercio de lanas fue golpeado duramente, los ferrocarriles
quedaron destruidos, los edificios en ruinas; el Perú perdió la plutocracia capitalista y la
clase media urbana fomentada por los gobiernos de la era del guano. Para 1894 de 11
587 “ricos”, sólo 1725 sobrevivieron, la clase media se redujo a unos 2 mil, y medio
millón de mendigos merodeaban por los campos, y la hambruna y las epidemias
asolaron Lima durante años.

El núcleo comerciante – financiero había sido durante todo el período guanero, el eje
del poder local. Para el primer período (hasta 1881), las firmas operaban del siguiente
modo: Banqueros y Comerciantes dedicados al salitre, guano y finanzas, entre las que se
encontraban Frederick Hunt, Grace Brothers, F. L. Lachambre, Dreyfus, Gibbs e hijos,
Gildemeister, Canevaro, Zaracondegui, Denegri e hijos. Y por lado importador de
mercaderías a Europa y EE.UU., y exportador de azúcar, minerales y lanas: E. Ayulo,
Graham Rowe, Duncan Fox, E. Heudebert, Figari e hijos, Bates Stockes, T. Hart, H. M.
Beausire, P. H. Ott, J. Calderón.

Después de la guerra del Pacífico, muchas de las casas banquero – comerciantes


emigran a Chile, y las casas importadoras y exportadoras en razón de la pérdida del
control que Lima sufre con respecto a los mercados de Bolivia, Ecuador y Tarapacá, así
como por la creación de puertos mayores que disminuyen el radio de acción de la
capital, en medida que ahora los barcos harán directamente escala en ellos. Nuevas
firmas aparecerán ahora entretejiendo con algunas de las anteriores, un nuevo y
poderoso grupo: E. Ayulo, Grahan Rowe, W.R. Grace, Duncan Fox, T. Hart, H.M.
Beausire, J.W. Lockett, Brahm, F. Gulda, E. y W. Hardt, A. F. Oeschsle, Ludowieg, P.H.
Ott.

Se perdieron volúmenes de la Biblioteca Nacional, las máquinas y herramientas pasaron


a los artesanos chilenos. Incluso la fábrica de Vitarte fue vendida en 1890 a
compradores británicos.

Los legados duraderos de la era del guano, fueron una deuda impagable de 40 – 50
millones de Libras Esterlinas y una red de ferrocarriles a medio hacer a lo largo de los
andes. A pesar de las resistencias 1889 Cáceres firmó el Contrato Grace, para aliviar
nuestra deuda y de algún modo levantar nuestro país. Los incumplimientos por parte del
Estado peruano con Grace generó la participación de “La Peruvian Corporation” de
Inglaterra. Quien asumió (1891) el control a largo plazo de los ferrocarriles peruanos, el
comercio del guano, las aduanas, el servicio de la deuda, la navegación a vapor, la
amazonía y minerales andinos.

El contrato Grace. Dos fueron los extranjeros más beneficiados con el proyecto de Balta
y Piérola: Dreyfus y Meiggs, este último llegó para la construcción de ferrocarriles.
Construyendo el ferrocarril más caro y alto del mundo (Lima – La Oroya, 40 mil Libras
Esterlinas), esto le permitió participar en el petróleo y la minería. En Cerro de Pasco (la
región minera más explotada por aquel entonces), es donde dirige sus intereses, junto
con Backus, Pflucker y Gildemeister; donde proyectan una obra decisiva para la región
“el Socavón de Rumiallana”, que facilitaría el desagüe de las minas de la región hasta
120 metros por debajo de la superficie y evitaría el costoso y difícil bombeo de las
aguas que se empleaban entonces para la prosecución de los trabajos de explotación.
Pero la crisis económica, la muerte de Meiggs y la guerra del 79, ponen en riesgo este
proyecto y los capitales de estos financistas. Los herederos de Meiggs, venden sus
capitales en una suma ínfima a la firma Grace, y con ello sus actividades alcanzan
dimensiones mundiales diversificándose en distintos espacios de la economía.

La insolvencia económica del Perú, constituye una situación no muy favorable, a los
prestamistas europeos. El paquete más importante de esta deuda correspondía a los
préstamos de 1870 y 1872. En 1885 la situación llega a su punto más álgido, cuando los
bonos de deuda externa peruana llegan a cotizarse en menos del 10%. En 1876 se
conformó un Comité de Tenedores de Bonos de la deuda externa peruana, la cual
adquirió los títulos depreciados que tenían con el Perú miles de bonistas. Entre 1885 –
86, Grace se presentó frente al gobierno peruano, como representante de dicho comité,
con la idea de apropiarse del guano, ferrocarriles y minas, entre lo más importante.
En 1889 se firmaría el convenio en donde el Perú quedaba relevado por los Tenedores
de Bonos de la deuda externa, de todas las deudas y préstamos. Por ello los Tenedores
recibieron por 66 años los ferrocarriles estatales, en donde los extranjeros estaban
obligados a reparar, construir y terminar los faltantes, así como la libertad fiscal en la
explotación del guano. Además se les dio libre navegación con bandera peruana por el
Titicaca y la propiedad de todos los vapores peruanos ahí existentes. Además el
gobierno peruano se comprometió a pagar al comité 33 anualidades de 80 mil Libras
Esterlinas cada una, correspondiendo a este entregar 50 mil Libras al ponerse en
vigencia el contrato y 190 mil Libras en 19 mensualidades de 10 mil libras. El comité
debía formar en Londres una compañía que subrogara de todos lo derechos y
obligaciones determinados en el contrato.

En 1891 se crea la Peruvian Corporation, empresa encargada de viabilizar el Contrato


Grace. A esta empresa, como si los anteriores dispositivos fueran poco, se le entregó
cerca de medio millón de hectáreas en Junín, de dos millones que se habían planteado.
Como esto no fue cumplido la Peruvian Corporation recurrió a una serie de maniobras
administrativas y judiciales para retener estas tierras.

B) Una etapa de recuperación, 1890.

Entre tanto, desde 1892 hasta comienzos del siglo XX, la expansión económica debió
organizarse, financiarse y controlarse localmente. El desafío generó su respuesta en
unos cuantos años. Durante la segunda mitad de la década de 1890, los capitalistas
peruanos e inmigrantes tuvieron éxito promoviendo el desarrollo autónomo del país. Se
permitió el desarrollo simultáneo en nuevos sectores de exportación, así como la rápida
expansión de la construcción urbana y de los servicios públicos. Se creo un sistema
financiero compuesto por bancos, compañías de seguros y una Bolsa de Valores para
captar y asignar el excedente económico generado por las industrias de exportación. Los
efectos regionales de crecimiento fueron también amplios. El crecimiento por concepto
no sólo se circunscribió a la costa, sino que también llegó a afectar a las minas de plata,
oro y cobre de la sierra, a la producción del café y cocaína de la montaña y la
producción de caucho en la selva. Varias regiones del país contaban con sus propios
polos de desarrollo y la integración entre ellas aumentaba constantemente. Los
acontecimientos de la década de 1890 demostraron que, con un conjunto apropiado de
medidas el Perú podía crear empresarios capacitados, movilizar recursos para la
inversión y hacer posible el crecimiento económico.

La fuerza impulsora del rápido crecimiento económico experimentado en la década del


90 fue la expansión de las exportaciones durante la segunda mitad de dicho período. La
confianza y las actividades empresariales fueron restablecidas con la estabilidad política
y la paz civil, aumentando las exportaciones hasta 1920. Los datos muestran una
tendencia alcistas de los ingresos de exportación entre 1887 y 1892, una tendencia
descendente entre 1893 y 1894 y una fuerte expansión del orden del 19% desde 1895
hasta 1900, debido al azúcar, minerales y caucho. A mediados de 1890, unos 24 mil
trabajadores estaban empleados en la producción del azúcar, y 66 mil en la minería. La
propiedad nacional fue la regla de los sectores de exportación más importantes y la
rentabilidad de aquellos sectores suministró fondos excedentes a los capitalistas
nacionales que excedían sus necesidad de reinversión. Cuando se restableció la
confianza tras la guerra civil, se invirtieron sumas importantes en actividades que
prometían grandes beneficios. Sin embargo, una fuerte demanda interna y considerables
sumas para la inversión no son suficientes para generar un proceso de diversificación en
una economía abierta. La demanda puede ser satisfecha por las importaciones, así como
por la producción nacional. Los fondos pueden invertirse en los sectores de exportación
o en el exterior, o utilizarse en el consumo suntuario, en vez de emplearse en actividades
distintas a la exportación. Solo los sectores que están protegidos de la competencia
externa por su propia naturaleza (servicios públicos, por ejemplo), pueden esperar un
beneficio automático de tal situación. No obstante, en la década de 1890, los precios
relativos en el Perú favorecieron a la industria sustitutiva de importaciones, la cual, por
ello, atrajo la inversión de capital. La expansión de la demanda fue alimentada por los
sectores de exportación. En las industrias productoras de bienes de consumo que podían
establecerse o expandirse rápidamente, el efecto combinado de una alta protección
efectiva y la baja de un tipo de cambio trajo como consecuencia que la producción
interna se volviera rentable en su competencia con los productos importados, lo que
ocurrió en un momento en que el aumento de los ingresos por exportación daba un
fuerte y continuo impulso a la demanda nacional. La industria atrajo capital, lo que
alarmó a los defensores nacionales de las teorías del libre comercio y de la ventaja
comparativa.

Los años que siguieron a la guerra del Pacífico, se caracterizaron por el establecimiento
de un número de empresas que precedieron el auge industrial que ocurrió a fines de
1890. la responsabilidad de estas empresas recayó sobre el capital extranjero
(principalmente británico), o sobre los empresarios inmigrantes que deseaban
establecerse en el Perú y que consideraban la economía urbana como el más adecuado
punto de entrada. Varios grupos de inmigrantes habían empezado a operar en líneas
particulares de productos industriales antes de la guerra: los alemanes en cervecería, los
italianos en pastas y los británicos en molinerías de trigo y en trabajos de ingeniería,. En
los años posteriores muchas de las empresas aludidas aumentaron su capacidad, al
mismo tiempo que se establecerían otras nuevas. El Banco Italiano, posibilitó la base de
las finanzas de pequeñas y grandes empresas de propiedad italiana, que operaban en el
sector alimentario. Pero mientras la cúspide de la estructura industrial era ocupada por
el capital extranjero e inmigrante durante la década de 1880 y los comienzos de los 90,
se dio además un renovado crecimiento de la producción artesanal, en manos de una
pequeña burguesía nacional, que producía cueros, muebles, camisas y productos
comestibles.

Lo más importante es la disminución en la proporción de los bienes de consumo


(incluso textiles) en el monto total de las exportaciones entre los años 1891 y 1907.
Estos grupos de bienes que representaban el 58% del total de las importaciones entre
1891 – 92, en 1900 su participación fue del 49%. Esto se debió a la industrialización
sustitutiva de las importaciones, los avances en los medios manufacturados nacionales.
Entre 1891 y 1897, se registró una reducción en la cantidad y valor de las importaciones
de cerveza, velas, jabón, cigarrillos, zapatos, camisas, muebles, vinos y textiles, que
habían estado sujetos a la sustitución.
En la década de 1890 el Perú, alcanzó por lo menos un cierto grado de “desarrollo
autónomo”, caracterizado por una expansión dinámica, controlada y de base amplia, lo
cual estableció las bases para una economía más diversificada, con mayor capacidad
tecnológica y bienes de capital.
C) Sectores de exportación

El sector azucarero

Después de la guerra se emprendió la rehabilitación de la industria azucarera con el


aumento de la mecanización para ahorra los costos de la mano de obra, y la fusión de
haciendas para ahorrar costos de administración y para hacer uso de fábricas mayores y
modernas. El capital peruano, sin embargo desapareció del mercado después que se
había acabado ya el comercio del guano y que muchos bancos habían cerrado durante la
guerra. Gran parte de las haciendas azucareras, pasaron a manos de extranjeras
(inglesas, alemanas, italianas, norteamericanas, etc.), que tenían suficiente capital para
reconstruir y manejar las haciendas con arreglo a normas más modernas. A
consecuencia de ello, entre 1885 y 1890 se produce intenso proceso de concentración de
tierras que modifica la anterior fisonomía de la estructura agraria de la costa peruana.
Por ello, surgirían tres grupos que se beneficiarían de esta absorción: Andrés y Rafael
Larco, quienes llegaron al país a mediados del XIX, logrando cierta fortuna en el
comercio, se trasladarían al valle de Chicama, dedicándose al algodón y azúcar. A pesar
de la guerra Pacífico, se benefician de la crisis de la Grahan Rowe and Co., adquiriendo
8 haciendas en la década siguiente. Similar procedimiento es el empleado por Juan
Gildemeister, en 1889 traspasa sus tenencias salitreras, e incursiona en la agricultura
costeña fundando la Sociedad Agrícola Casagrande, convirtiéndose en el centro de sus
operaciones azucareras y apoderándose de gran parte del valle de Chicama, después de
la familia Larco. Finalmente, Grace, controlaba los ferrocarriles, minas, compañías
navieras, etc. Adquiere en 1882 Cartavio, como pago de una cuantiosa deuda de su
propietario Guillermo Alzamora. Sobre la base de ello se conformará la “Cartavio Sugar
Company”.

Estos modernos empresarios empezaron a aplicar modernas técnicas capitalistas en una


industria que hasta entonces había operado tradicionalmente, modernizando el proceso
de producción a partir de 1890. El resultado final fue el desarrollo de una lucha desigual
entre los hacendados sobrevivientes y los recién llegados, orientados de manera más
moderna.

Sector algodonero

Pero la producción de algodón a inicios de la siguiente centuria, se convirtió en la


actividad fabril más importante desplazando a la azúcar de la costa, constituyendo el
grupo Grace el más poderoso de ella, con su fábrica que operaba en Vitarte, establecida
en 1848 por Casanona, Cacigao y Santiago, cerrada en 1852; y restablecida por López
Aldana quien la trasladaría del Rimac a Vitarte, en donde es comprada en 1890 por
Grace, naciendo la Peruvian Cotton M.C. “Vitarte”, las más importante de las siete
fábricas que funcionaban en la capital, en las primeras décadas de este siglo. Junto
Grace, Duncan Fox, Grahan Rowe y Locketts se interesan por el algodón.

Su principal característica es su amplio valor de retorno en sus exportaciones, debido al


pequeño valor de importación para sus exportaciones.

El cultivo comercial del algodón en el Perú empezó en plantaciones que utilizaban


mano de obra esclava, hasta la abolición de la mismas, y la utilización de chinos hasta
1870. Los grandes terratenientes que contaban con un acceso preferencias a las aguas de
irrigación, utilizaron el sistema del yanaconaje para el trabajo, con un fuerte
requerimiento en las épocas de siembra y cosecha, pero con pequeña mano de obra
durante todo el año.

En el siglo XIX el algodón había sido incapaz de competir con el algodón de fibra corta
producido en el sur de los EE.UU. El sector había experimentado una fase de breve
crecimiento sobre 1860, durante la guerra civil norteamericana, lo que generó que sus
exportaciones disminuyeran. Después de esta crisis, la recuperación de la producción de
los EE.UU. se recuperó, generando el estancamiento del algodón peruano por tres
décadas. Sólo las innovaciones técnicas de la industria británica, hizo posible la mezcla
de algodón local de fibra larga (áspero) con la lana. Las exportaciones comenzaron a
aumentar a fines de la década de 1880, mientras que en 1890 los precios comenzaron a
bajar, aunque en 1900 los mercados mejoraron drásticamente y la creciente demanda
inglesa por pasta de semilla de algodón (la “torta”; esto es, los residuos que quedan
después de la extracción de la fibra y el aceite de semilla de algodón) hicieron posible
una salida rentable para un producto que hubiera resultado inútil.
Desde 1890 los algodoneros habían estado ocupados en una campaña por establecer un
banco Agrario que les proveyera del capital para el trabajo, pero no hubo ningún
proceso concreto hasta 1927. El algodón fue un sector controlado localmente que se
servía de las empresas comerciales (muchas de ellas extranjeras), para proveerse de
crédito y de servicios de comercialización y también, hasta cierto punto, para el
procesamiento del algodón para fines de exportación.

El sector de la lana

Representó sólo el 10% de los ingresos de exportación en la década de 1890. Su


producción se dio principalmente en la sierra sur, a pesar de que la sierra central es una
región productora de lana, su economía está dividida entre la lana y la crianza de
ganado, mientras que en el norte, la crianza de ganado predomina en la producción. El
modo de producción, muestra una notoria división estructural existente entre los
sectores modernos y tradicionales de la economía, su exportación se estableció
integrando a pequeños productores al mercado a través del mecanismo del intercambio
o también por la expansión de lana de las grandes haciendas. Esto dio origen a tres
polos productores, los de pequeña escala, los productores de gran escala (haciendas) y
los comerciantes que se encargaban de la exportación de la lana.

La exportación comercial de este producto comenzó con el desarrollo de un mercado


para la lana de alpaca en Gran Bretaña en 1830. Las exportaciones aumentaron a
mediados del siglo XIX cuando los productores se integraron al mercado internacional,
al establecerse ferias anuales en la sierra sur, donde comerciantes viajeros adquirían la
producción local.

Los problemas políticos y la guerra del Pacífico, generaron su estancamiento, hasta su


recuperación exportadora en 1890, como lo fue en 1870. En 1894 la depreciación del sol
de plata y el retorno a la estabilidad política, coincidieron con la extensión del
ferrocarril del sur hasta Sicuani (Cusco). La producción de lana se volvió más rentable,
lo que incentivo a los productores de gran escala a expandir sus empresas, perjudicando
al sector de pequeña escala y desplazando a los pastores de las tierras de pastoreo. En
1890 Batolomé Boggio, junto con Mariano Ignacio Prado Ugarteche y Juan Manuel
Peña Acosta, constituyeron la sociedad industrial de lana “Santa Catalina”, organizada
con un capital de 100 mil Libras peruanas y en donde trabajaron más de 300 operarios.

El sector del caucho

Vinculado estrechamente a la economía regional, y en este caso a la selva. Su ubicación


lo aisló de la mayoría de las exportaciones. Su industria funcionaba sobre una base
primitiva, ya que los trabajadores recogían el caucho de los árboles en forma dispersa,
sin intentar establecer plantaciones. La fuerza laboral se componía de aventureros
oportunistas y nativos explotados.

La economía de la región se centraba en Iquitos y todos los bienes de consumo no


producidos localmente eran importados del exterior (la industria virtualmente no
generaba un comercio interno en el Perú). El control del Estado sobre la región fue
mínimo y las empresas más importantes de Iquitos, estaban conformadas por
comerciantes locales que eran totalmente independientes de las empresas situadas al
oeste de los andes. El caucho era obtenido de dos maneras: de la tala de los árboles de la
especie “castilloa”, y el “jebe”, un producto más valioso de la especie “hevea”. El
caucho estaba sujeto a impuestos de exportación, según las reformas de Piérola de 1896;
pero era menor por que existía en Brasil y Bolivia.

La industria del caucho durante la segunda mitad del siglo XIX, era consumido por los
europeos y norteamericanos, aumentando considerablemente entre 1850 y 1900, de 400
toneladas a 50 o 60 mil. Se producía caucho en África y el Brasil (principal exportador).
Cuando el creciente consumo mundial empezó a acceder a la producción de caucho
silvestre en la década de 1890, los crecientes precios hicieron posible que los productos
tuvieran ganancias independientes.

En 1851 Iquitos eran una población pescadores de menos 200 habitantes, a comienzos
de 1900 eran de 20 mil habitantes y el pueblo poseían una élite comercial, hermosas
construcciones y una economía en expansión. El auge del caucho se inicio a mediados
de la década del 80 y a comienzos del 90 las exportaciones alcanzaron un nivel que no
fue superado hasta 1904.

Los pioneros del caucho fueron los extranjeros Kahn e Israel, sin embargo, hubo
algunos peruanos de importancia como, el “rey del caucho” de 1890 Carlos F.
Fitzcarrald, era de Ancash; y Julio Arana de origen peruano, fundador de la Peruvian
Amazon Company. Todos ellos operaban desde 1880.

El interés del gobierno peruano por la industria del caucho, empezó a fines de la década
de 1890, cuando el Perú y Brasil hicieron un esfuerzo conjunto por evitar las
exportaciones ilegales del caucho. En 1898, se dio una ley para controlar el desarrollo
de la industria, el gobierno entregaba concesiones bajo la condición de que se pagara
una pequeña renta, así como regalías por el caucho producido. Bajo una nueva ley,
durante la década de 1900, se establecieron nuevas empresas, siendo las más
importantes la Inca Rubber Company (relacionada a las actividades de la empresa
norteamericana Inca Mining Company, establecida por Arana en 1904, con capitales
británicos).
La principal característica del auge del caucho, entre 1890 y 1900 es el reducido efecto
que tuvo sobre la economía, aunque influyó en gran manera en las expectativas de los
políticos y empresarios respecto del desarrollo futuro de la selva. Aún en esta región, la
prosperidad dependía de las exportaciones del caucho y no hubo ningún incentivo para
diversificar e incentivar la economía local, por lo que una vez desvanecida su capacidad
de importación, la región cayó en una fase de estancamiento.

El sector minero

La historia de la minería de metales en el Perú es complicada por la variedad de


productos. En distintos períodos, a partir de 1890, el primer lugar ha sido ocupado por
el oro, la plata, el cobre, el zinc y el hierro, y en segundo grado, un sin fin de metales.
Hasta el año 1900, el sector minero se caracterizaba por un considerable número de
pequeñas empresas ubicadas a lo largo de la sierra que se dedicaban a la extracción de
metales preciosos. Hasta la llegada del cobre a inicios del XX, el cual fue dominó la
exportación hasta 1930.

El Perú cuenta con una tradición minera que se remonta hasta antes de la conquista,
siendo el oro y la plata los principales productos de exportación durante la colonia. El
siglo XIX, empero, trajo consigo un prolongando estancamiento en la minería. El
mercurio que se usaba en las minas de se había vuelto escaso y caro, luego del colapso
de la mina de Santa Bárbara en 1780, en Huancavelica. Además las guerras de
independencia causaron la destrucción de las instalaciones mineras. En Cerro de Pasco
hubo problemas de drenaje para explotar los yacimientos más profundos del Perú. Los
mejores yacimientos de óxido (susceptible a tratarse por intermedio de la amalgama con
mercurio) se estaban agotando, y la tecnología para los yacimientos de sulfuros sólo
tenía un desarrollo incipiente. En síntesis, era un área difícil y riesgosa para la inversión
y en la era del guano atrajo poco interés del capital.

A partir de 1870, y particularmente tras la guerra del Pacífico, se reanudó la explotación


de la plata debido a la depreciación de la moneda (del peso en billete) que elevó la
rentabilidad de este metal y la presencia de ingenieros de minas peruanos formados en
la Escuela de Minas establecida en 1876, que mejoró la calidad de explotación y
prospección. A ello le siguieron el avance en el descubrimiento de nuevos depósitos y la
tecnología. Los descubrimientos de nuevos depósitos, generaron en la década de 1880,
una rápida expansión de la minería de la plata en Casapalca, donde la mina de “Aguas
Calientes” de Ricardo Bentín sirvió de base para una de las más importantes fortunas
familiares del país. A mediados de la década de 1890, importantes descubrimientos en
Morococha, gracias al ferrocarril central concluido en 1893, enriquecieron a un nuevo
grupo de empresarios. En lo referente a la tecnología, los dos avances más importantes,
fueron el rápido desarrollo de la fundición para tratar minerales de plomo y plata, y la
introducción del proceso de Patera de lixiviación, en el centro minero de Hualgayoc,
que se difundió rápidamente por todo el país. En 1898, Hualgayoc contaba con 4
fundiciones y 9 plantas de lixiviación. Cerca de Cerro de Pasco, la fundición de
Huamanrauca fue ampliada y reequipada durante las década de 1880 y 1890.

En 1889, los ingenieros norteamericanos Jacob Backus y J. Howard Johnston,


establecieron una refinería en Casapalca. En 1897 habían en el Perú 13 plantas de
lixiviación, 13 fundiciones, 17 molinos de amalgamiento (incluyendo 2 compañías
dedicadas a la explotación de oro) y 6 instalaciones varias (incluyendo 2 fundiciones y 2
plantas de lixiviación). La mayor parte de esta inversión fue hecha por empresarios
peruanos e inmigrantes. Se aprecian claramente empresas extranjeras: “Las Maravillas
British Silver Company, de Jhon T. North; y la “Inca Gold Mining Company” de
propiedad norteamericana; y con sede en Londres “La Caylloma Silver Mining
Company”. La producción comenzó a crecer, produciéndose un importante
desplazamiento desde las minas de Cerro de Pasco, entonces en decadencia, hasta los
centros mineros de plata en expansión, tanto en la sierra central como en otros lugares:
Casapalca, Morococha, Yauli, Quiruvilca, Hualgayoc, Ancash, Castrovirreyna y
Cailloma.

Sin embargo, en la década de 1890, hubo una serie modificación en los precios de los
distintos metales en los mercados mundiales. Los precios de la plata sufrieron una fuerte
caída en 1892, que continuó en el resto de la década, pese a los esfuerzos del gobierno
norteamericano por estabilizarlos. Durante cierto tiempo, la situación de las minas de
plata peruanas fue aliviada por el uso de este metal en la acuñación de monedas; pero en
1897, el gobierno de Piérola, alarmado por la inestabilidad de la plata, suspendió la
acuñación de monedas de este metal y clausuró la casa moneda de este metal en Cerro
de Pasco. A pesar de que las exportaciones de este metal, se incrementaron en un 150%
en lo que respecta al volumen, entre 1890 y 1900, el valor de esas exportaciones sólo
aumentó en un 47%. La plata había dejado de ser un sector generador de grandes
benéficos.

Durante la década de 1890, al caer el precio de la plata con relación al oro, el precio del
oro en moneda nacional se elevó, lo generó una serie de intentos por resucitar la
industria aurífera. Pero esta reactivación cesó prácticamente , pues los minerales de
óxido de fácil procesamiento estaban ya agotados y se daba mayor importancia a la
plata.

La compañía minera “El Gigante”, en 1894, en el distrito de Pataz, en La Libertad,


introdujo el proceso de cianuración para el tratamiento de minerales sulfurosos, que
hizo posible la reapertura de algunas minas. Pero este proyecto tuvo muchas dificultades
por el transporte y la demora de adoptar la nueva tecnología a los minerales peruanos.
Los descubrimientos y redescubrimientos de depósitos de oro, fueron gracias a los
procesos de lavado y amalgamiento. Los 2 principales fueron la mina de Santo
Domingo en Puno (1890) y la de Ccochasay en Apurímac, que fue abandonada durante
la inquisición y redescubierta en 1893.

La mina de Santo Domingo, fue la que dicto la pauta, produciendo casi una tonelada de
oro fino por año. En 1894, esta empresa fue vendida en 210 mil US$ a un sindicato de
capitalistas norteamericanos, los que formaron la “Inca Mining Company”. Este éxito,
unido al nuevo clima empresarial en Lima entre 1896 – 1897, produjeron una nueva
atmósfera de fiebre de oro en esos dos años. Entre los principales promotores e
inversionistas dedicados a la explotación del oro encontramos a los principales
miembros de una élite empresarial del país: Payán, Pardo, Aspíllaga, Leguía, Candamo,
Barreda y muchos otros. Sin embargo el auge del oro no fue de larga duración. A la
estabilización de la plata, y la reforma monetaria de 1897 siguió una disminución en el
premio sobre el precio del oro, conforme la inflación se ajustaba a la depreciación
anterior del tipo de cambio. Además los problemas de transporte y tecnología fueron
severos para las nuevas empresas.
Cuando eran evidentes las dificultades con el oro, los capitalistas se orientaron a la
minería de cobre, metal que no había despertado interés hasta 1890. En 1893, el
ferrocarril central llegó a La Oroya, lo que permitió al distrito de Morococha contar con
transporte a bajo costo. Al año siguiente, la fundición de Backus y Johnston, en
Casapalca, empezó por primera vez a pagar por el precio de cobre, su explotación en los
dos primeros años aumento del 30 al 60%; sin embargo la mina se encontraba a cien
millas del ferrocarril de La Oroya, aumento el costo del trasporte, solo siendo fundidos
localmente. A mediados de 1897, el inmigrante inglés George Steel organizó el primer
sindicato para construir una fundición en Cerro de Pasco y su empleo fue seguido por
otros empresarios. En 1898 operaban dos fundiciones de cobre, un año después,
funcionaban 5 plantas y se construían otras 2. En 1900, habían 11 fundiciones en el
mismo Cerro de Pasco y cuatro en las áreas aledañas. Pero los problemas de drenaje y
combustible, limitaban la producción de cobre, además de la necesidad de contar con
una línea ferroviaria de La Oroya a Cerro de Pasco y de lograr una escala de operación
más eficiente en la minería y la fundición.

En suma las últimas décadas del siglo XIX, constituyeron un período en el cual los
capitalistas peruanos e inmigrantes demostraron su capacidad para movilizar fondos e
introducir nueva tecnología, lo que dio como resultado un rápido incremento en la
producción de la plata y luego en la de oro y el cobre. No hay razón para suponer que el
proceso no pudo haber continuado en el siglo XX y, pese a las restricciones que
limitaban producción en uno de los nuevos centros mineros de cobre, se puede afirmar
que el cobre iba a pasar por un proceso de rápido crecimiento durante las próximas
décadas, independientemente de los que controlasen el sector. Los hechos demostraron
luego que el desarrollo del sector en poder del control local no tuvo la oportunidad de
seguir su curso. El capital norteamericano se estaba expandiendo en el exterior y el Perú
fue uno de los países que llamó su atención por sus ricos recursos minerales. En los
veinte años siguientes a 1900, el capital nacional fue desplazado de la minería peruana.

D) Influencia ideológica

Era inevitable que un desastre nacional tan profundo no impulsara nuevas corrientes de
pensamiento, sobre la forma de reconstrucción nacional, todas ellas planteadas desde la
desilusión de la vieja oligarquía. Hubo quienes se opusieron al contrato Grace como
José María Químper. Hubo otros quienes vieron el civilismo como el camino evolutivo
del Estado, el cual había sido obstruido por los intereses extranjeros y el militarismo
doméstico. Sociólogos de San Marcos, criticaban el nacionalismo y el estatismo como
desarrollo, entre ellos Joaquín Capelo, quien examinaba los problemas de las clases
industriales limeñas, promovía las autopistas, la educación en masas y la defensa laboral
en todo el Perú; Carlos Lissón rechazaba el retorno de los préstamos y las inversiones
extranjeras. Manuel González Prada condenó la clase e ideología dominante, aunque se
conoce sus ambiciones industriales en 1870, como aspirante a zar del almidón y su
valiente lealtad pardista. Surgió el indigenismo (Clorinda Matto de Turner), entre los
círculos intelectuales provincianos después de 1890. Los movimientos populares
revivieron y tomaron nuevas formas, desde los trabajadores y artesanos que se
reorganizaban en Lima y Cusco contando con una fresca gama de ideologías sociales
europeas.

Para 1890, los temas económicos habían adquirido una mayor sofisticación y
profundidad histórica. Aparecieron nuevos tecnócratas económicos, varios de los cuales
reaccionaron enérgicamente en contra de las ineficiencias y excesos de los constructores
del Estado del XIX: el liberal José Payán en la banca y la reforma monetaria; José María
Rodríguez en el desarrollo fiscal y las aduanas; Alejandro Garland, pionero de las
estadísticas modernas e históricas; y Emilio Dancuart, recopilador codificador
enciclopédicos de los documentos económicos republicanos.

Para finales de la década de 1890, el papel de la industria manufacturera en este orden


liberal, que substituían importaciones avanzaron rápidamente tras la guerra, en respuesta
a las debilidades mercantiles y comerciales, las duras necesidades de consumo y el
arancel de emergencia fiscal de 1886, el cual tuvo un fuerte impacto proteccionista. Para
1899, alrededor de 150 fábricas modernas y talleres ampliados operaban tan sólo en
Lima, empleando unos 6 mil trabajadores y los industrialistas de la época, surgían como
un grupo de interés genuino, con el apoyo del Banco Italiano y la nueva Sociedad
Nacional de Industrias. A finales de los años 90, el debate entre el proteccionismo y el
libre comercio llegó a su clímax, a medida que la nueva economía exportadora entraba
en un boom impulsado por el azúcar, el algodón y la minería industrial, pero esta vez no
sobre unas fábricas ficticias. Se promovía el uso concertado de las exportaciones como
el motor, dirigido nacionalmente, de un desarrollo capitalista y regional.

En “Apuntes para la historia económica del Perú” de Manuel Atanasio Fuentes (1882),
hace una retrospectiva nacionalista, una explícita vertiente indigenista (dándole la
espalda económica a Lima) y su postura abiertamente anti imperialista, dejando de lado
las realidades de la guerra del pacífico. Favorece explotación de la agricultura y el
pastoreo de la costa y de la sierra; la tolerancia de los trabajadores libres o nativos; la
eficiencia de los cultivadores de algodón, azúcar y vino; cuestiona la perfidia extranjera
del guano; incentiva los ferrocarriles para unir la nación; ataca al contrato Dreyfus;
incentiva la explotación de la plata como clave para retirar los billetes peruanos y la
nacionalización de los nitratos. Sin embargo, despiertan el interés de Esteves: el
imperialismo, el horizonte manufacturero y el trabajador indio. Afirma que la
especialización guanera, únicamente nutrió a la industrialización europea, relegándonos
al papel de subalternos proveedores de materia prima.
BIBLIOGRAFÍA

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(1778 – 1821)”. De Carmen Parrón Salas. Edición Academia general del Arte, Murcia
(España), 1995.
• “Comerciantes limeños a fines del Siglo XVIII: capacidad y cohesión de una élite
(1750 – 1825).” Capítulo: Vinculación parental y social de los comerciantes de Lima a
fines del período virreinal, de Paul Rizo Patrón. Lima, Pontificia Universidad Católica
del Perú, Dirección Académica de Investigación, 1999.
• “Deudas Olvidadas. Instrumentos de Crédito en la Economía Colonial Peruana 1750 -
1821”. Capítulo 3: El quiebre del crédito nacional. Capítulo 4: El tránsito al crédito de
la República inicial. De Alfonso Quiroz. Pontificia Universidad Católica del Perú.
Fondo Editorial 1993.
• “Imaginar el desarrollo. Las ideas económicas en el Perú postcolonial”. Capítulo 2:
Tradiciones heterodoxas nacionales. De la década de 1820 a la de 1840. Capítulo 3:
Diversificándose con el guano. Casanova, 1845 – 1853. Capítulo 6: Historia económica.
Esteves, la década de 1880. Ediciones IEP. 1998.
• “Política económico – financiera y la formación del Estado: Siglo XIX”. De Javier
Tantaleán Arbulú. Capítulo 3, numeral 9: sector minería. Ediciones CEDEP. 1983.
• Revista del Instituto del Investigaciones Sociales 2002. Finanzas en el Perú 1895 –
1914. De Alejandro Reyes Flores. Ed. UNMSM.
• “Estudios sobre la independencia económica del Perú (1876)”. De Juan Copello y Luis
Petriconi. Imprenta de “El melchormalo” (1876). Serie de la biblioteca peruana de
historia económica / dir. Pablo Macera, Lima (1971).
• “Historia social y económica del Perú en el siglo XIX”. De Virgilio Roel. Páginas 190
y 293. Distribuidora “El Alba”, 1986.
• “Historia Universal e Historia Nacional: integraciones y deslindes en el ámbito
económico (siglos XVI – XX). Colección de Cuadernos de Historia, Tomo I.
Universidad de Lima, departamento de Ciencias Humanas, 1986.
• “Perú 1820 – 1920 ¿un siglo de desarrollo capitalista?. De Ernesto Yepes del Castillo.
Ediciones Signo, 1981.
• “Perú 1890 – 1977: crecimiento y políticas en una economía abierta”. De Rosemary
Thorp y Geoffrey Bertram. Parte II: El nacimiento y la caída de un esfuerzo nacional de
desarrollo, período 1890 – 1930. Fundación Fredrich Ebert. Universidad del Pacífico.
Mosca azul editores. 1988.

[1] “Deudas olvidadas. Instrumentos de crédito en la Economía Colonial Peruana 1750


-1820”. Capítulo 3: El quiebre del crédito nacional. Pág. 148.
[2] “Imaginar el desarrollo. Las ideas económicas del Perú postcolonial”. Paul
Gootemberg. Capítulo 2.
[3] Ibíd. Capítulo 2.
[4] Ibíd. Capítulo 3.
[5] “Política económico – financiera y la formación del Estado: Siglo XIX”. De Javier
Tantaleán Arbulú. Capítulo 8.
[6] Ibíd. Capítulo 3.

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