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Tomás de Aquino y Duns Escoto son las figuras más señeras de las dos
principales corrientes de la escolástica y la culminación del pensamiento teológico y filosófico
del siglo XIII, sin duda el más importante y productivo del pensamiento medieval (aunque Duns
Escoto está ya a caballo del siglo XIV –murió en 1308, a los 43 años de edad, por lo que su obra
principal se desarrolla en los últimos años del siglo XIII y los primeros del XIV- debe ser
considerado como el último gran filósofo del siglo XIII y posiblemente como el último gran
escolástico). Al mismo tiempo, representan el agotamiento de la propia escolástica; la figura
de Santo Tomás fue tan importante para los dominicos que sus sucesores se limitan a
reproducir sus ideas sin añadir apenas nada novedoso; por su parte los franciscanos, que
mantienen un alto nivel de producción filosófico-teológica (en buena parte como contrapunto
y crítica frente al arraigado tomismo) están ya poniendo las bases del final del pensamiento
medieval y van apuntando los cambios que darán paso al pensamiento renacentista, lo que se
hace especialmente palpable en la importantísima obra de Guillermo de Ockam.
Por muy importante que sean las figuras individuales de los dos pensadores, y
por mucho que los avances de la escolástica e deban a impulsos personales, no podemos
limitarnos a analizar su obra fuera del contexto histórico en que se desarrolla como si fueran
islas sin ninguna conexión entre sí. Ambos son hijos de su tiempo y sus aportaciones son
consecuencia del desarrollo político y de la elaboración cultural de su siglo y de los anteriores.
El primer dato que debemos tener en cuenta es que ambos son hombres de la
Iglesia Católica y son fundamentalmente teólogos; piensa, sienten y actúan como teólogos
ante que como filósofos, y su fin es antes que nada la defensa de la fe y la defensa de la
primacía de la Iglesia Católica frente a los grandes retos religiosos y culturales a los que debe
enfrentarse en el siglo XIII. Hasta tal punto esto es así, que muchos historiadores niegan con
fundamento la existencia de una auténtica filosofía escolástica, y consideran que en realidad
no encontramos ante teólogos que con distintos argumentos tratan siempre de proteger la
verdad revelada por la fe de los desafíos cada vez mayores de los filósofos y también de
salvaguardar el poder del papado y de la jerarquía eclesiástica ante los riesgos evidentes para
su primacía que encuentran en el pensamiento pagano, en los planteamientos de
secularización del poder (que tiene su principal expresión en el continuo enfrentamiento entre
el imperio y el papado), en los continuos movimientos heréticos y, especialmente en el siglo
XIII, en la pujanza de la filosofía árabe y judía que con amparo en la divulgación de la obra de
Aristóteles ponía en jaque el papel de la iglesia como intermediaria entre Dios y el hombre.
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actividad de la Inquisición), y que desde el punto de vista de la creación filosófica y teológica
representan la dos grandes ramas del pensamiento escolástico del siglo XIII (el agustinismo,
con un fuerte peso de los planteamientos neoplatónicos, y el aristotelismo cristianizado que
culmina en la síntesis de Tomás de Aquino).
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La iglesia consigue una gran expansión, especialmente hacia Alemania y las
Islas Británicas (en este caso es muy significativo, puesto que apenas se produjeron en este
territorio invasiones bárbaras, por lo que se paso directamente de la cultura romana a la que
representaban los monasterios, lo que explica su gran pujanza y su papel como conservadores
de la cultura clásica, especialmente en los monasterios irlandeses).
A principios del siglo XIII varios movimientos heréticos lograron una gran
difusión y un alto grado de organización, hasta el punto de que se convirtieron en un gran
peligro para el poder del papado, al poner en cuestión tanto la legitimidad de los clérigos
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corruptos para administrar los sacramentos como la propia necesidad de la Iglesia para
conseguir el diálogo con Dios o para conocer y explicar las Escrituras.
Cabe destacar entre otras, la de los cátaros o albigenses, que logró una gran
implantación en el sur de Francia como consecuencia del malestar creado por el fracaso de las
cruzadas y por la depravación y acumulación de riquezas de que hacía gala el clero. La herejía
cátara, procedente de Asia, buscaba ante todo la santidad personal a partir del puritanismo
moral (los que conseguían seguir todos los preceptos eran los denominados “perfectos”) y la
práctica de una vida de pobreza. Su teología era dualista, consideraban que el dios del Antiguo
Testamento era falso y malvado y que el único dios verdadero es el del Nuevo Testamento;
muy espiritualistas entendían la materia como esencialmente mala; reservaban la resurrección
de la almas (no la de los cuerpos) para los más virtuosos, estando condenados los no virtuosos
a la transmigración de sus alma a cuerpo de animales (esta creencia les llevó a ser
vegetarianos); su doctrina tiene grandes afinidades con la doctrinas gnósticas.
La situación de la iglesia a principios del siglo XIII, sumida en las luchas con el
imperio, rodeada por múltiples movimientos heréticos, lastrada por la corrupción del clero y
las órdenes monásticas (las creadas en el siglo XI para superar la corrupción del Cluny habían
caído en los mismos comportamientos), y la recuperación de sistemas filosóficos que ponían
en cuestión la certeza de la fe revelada, suponía un cierto y grave peligro de rebelión y de
ruptura interna.
Se hacía necesario por ello una nueva reforma monástica y sobre todo una
respuesta a las herejías que exigían una vuelta a la pobreza evangélica y ponían en cuestión a
la propia iglesia como depositaria de la verdad revelada. Una de las principales vías de
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encauzamiento de estos problemas fue la fundación de las denominadas “ordenes
mendicantes” (llamadas así porque en un principio rechazaban la propiedad y las riquezas,
planteando como forma de vida lo obtenido del trabajo y en su caso de la mendicidad, aunque
estos planteamientos fueron pronto abandonados), esto es, los franciscanos y los dominicos,
trascendentales en la formación y desarrollo del pensamiento cristiano a partir del siglo XIII y,
por lo que aquí nos interesa, para el apogeo de la escolástica y los sistemas tomista y
agustiniano que alcanzaron su mayor esplendor en las universidades de París y Oxford.
a) Franciscanos.
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excomuniónde su general Miguel de Cesena y a la declaración de herética de la tesis de que
Jesús y los apóstoles no poseían nada.
b) Los dominicos
La orden de los dominicos fue fundada casi al mismo tiempo que la de los
franciscanos (se aprobó inicialmente por Inocencio III verbalmente en 1215 ó 1216 –no son
unánimes los autores consultados- y ratificada posteriormente por Honorio III).
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Un elemento importante y común a ambas órdenes religiosas, que explica su
gran importancia intelectual y el desarrollo de la escolástica en las universidades, fue su
decisión de constituirse en órdenes implantadas en las ciudades, renunciando al alejamiento
de la vida propio de las órdenes anteriores, y a participar en los asuntos sociales y mundanos.
A partir del siglo XIII la escuela medieval de siglos anteriores (en la que surge la
escolástica y que trataba de imitar a las escuelas de la edad antigua) se configura como
universidad. El término “universidad” en su origen no indicaba un centro de estudios, sino más
bien una asociación corporativa de estudiantes y profesores.
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relación entre razón y fe; la posibilidad de prueba de la existencia de Dios; el problema de los
universales; la tradición platónica y agustiniana frente a la irrupción del aristotelismo.
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filosofía y la de los dogmas de la revelación sobre las especulaciones racionales, por lo que su
aparente reconocimiento de la independencia de la filosofía no conlleva una relación de
igualdad respecto a la teología, sino que lo que hacen es señalar los límites que el pensamiento
humano no debe rebasar.
La segunda línea de reacción viene dada por los que señalan que el problema
no está en Aristóteles, sino en la interpretación de éste que procede de Averroes, al que
acusan de haber interpretado erróneamente el aristotelismo y haberlo desvirtuado en favor de
sus ideas propias, incompatibles con las verdades reveladas. Así, lo que procede no es
enfrentarse a Aristóteles sino reinterpretarlo para lograr una integración con la síntesis
filosófica y teológica cristiana. Este es el objetivo de los dominicos, aunque no de todos como a
veces se señala erróneamente; de hecho los primeros pensadores dominicos (Juan de San
Egidio, Hugo de Sancher o Rolando de Cremona) deben incluirse en la antigua escolástica
enfrentada radicalmente a las nuevas doctrinas; el trabajo de síntesis no se hará hasta Alberto
Magno, y será culminado por su alumno Tomás de Aquino. Pero incluso figuras dominicas
posteriores a éste, como el obispo de Oxford Roberto de Kilwardby, se opusieron férreamente
al tomismo y contribuyeron a la condena de muchas de sus aportaciones.
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bases del posterior empirismo inglés y la exigencia demostrativa propia de sus pensadores y
muy especialmente de Duns Escoto. Por su parte la metafísica aristotélica apenas consiguió
introducirse y los agustinianos (especialmente los franciscanos) siguieron imponiendo sus
tesis.
Hay un doble orden de verdades cognoscibles por el hombre, incluso sobre las
“cosas divinas”, para Santo Tomás “que Dios existe, y otras cosas de este género, que pueden
ser conocidas por la razón natural sobre Dios, no son artículos de la fe, sino preámbulos para
los artículos”.
La fe, pues, mejora la razón, al igual que la teología lo hace con respecto a la
filosofía. La teología rectifica la filosofía, pero no la sustituye, al igual que la fe orienta la razón,
pero no la elimina.
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Sin embargo, la autonomía de la filosofía no puede llevar a aceptar la teoría de
la doble verdad propia del averroísmo latino. Su incorporación de la filosofía aristotélica no es
para Tomás de Aquino más que la armonía entre la verdad revelada con la verdad
racionalmente cognoscible; así, mediante la razón puede llegarse a conocer la verdad de las
cosas, pero finalmente esta verdad tiene que coincidir necesariamente con la verdad de la fe.
En la Summa contra Gentiles escribe sobre las verdades que hacen referencia a Dios que
“existen algunas verdades que superan todos los poderes de la razón humana, por ejemplo,
que Dios es uno y trino. Hay otras verdades a las que se puede llegar a través de la razón
natural, por ejemplo, que Dios existe, que Dios es uno, y otras semejantes”. Así, hay verdades a
las que se puede llegar tanto a través de la razón (y por lo tanto de la filosofía), como de la fe
(y por lo tanto de la teología).
Para Santo Tomás es preciso partir de las verdades racionales, porque la razón
es la que nos sirve de terreno común: “Es necesario recurrir a la razón, a la que todos deben
asentir”. Sobre esta base es posible obtener los primeros resultados universales, porque son
racionales, y edificar sobre ellos un razonamiento posterior que nos sirva para profundizar
desde un punto de vista teológico. A este motivo de carácter apologético hay qu eañaidr dos
consideraciones de carácter más general. La razón constituye nuestro rasgo distintivo. No
utilizar dicha potencia implicaría el abdicar de una exigencia primordial y natural, aunque sea
en nombre de una luz superior. Además existe un corpus filosófico –fruto de ese ejercicio
racional- que es la filosofía griega, cuyos resultados han sido estimados y utilizados por toda la
tradición cristiana. Finalmente Tomás está convencido de que el hombre y el mundo, a pesar
de su radical dependencia de Dios en el ser y en el obrar, disfrutan de una relativa autonomía,
sobre la que debe reflexionarse con los instrumentos de la pura razón, poniendo en juego todo
el potencial cognoscitivo para responder a la vocación originaria de conocer y dominar el
mundo. El saber teológico, pues, no sustituye el saber filosófico, ni la fe sustituye la razón,
porque la fuente de la verdad es solo una.
La filosofía se ocupa del ente en cuanto ente y de todo lo que pueda reducirse
a él o deducirse de él. La teología, en cambio, trata de los articula fidei u objetos d ela fe. La
filosofía sigue un procedimiento demostrativo, mientras que la teología adopta el
procedimiento persuasivo; la filosofía se restringe a la lógica de lo natural, mientras que la
teología se mueve dentro de la lógica de lo sobrenatural. La filosofía se ocupa de lo general o
universal, porque se ve obligada a ajustarse por statu isto al itinerario cognoscitivo de la
abstracción; la teología profundiza y sistematiza todo aquello que Dios se ha dignado
revelarnos acerca de su naturaleza personal y de nuestro destino. La filosofía es esencialmente
especulativa, porque se propone conocer por conocer, mientras que la teología es
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tendencialmente práctica, porque deja de lado ciertas verdades, con objeto de inducirnos a
actuar más correctamente.
Sin embargo, no debe entenderse que con este planteamiento Duns Escoto se
oponga frontalmente a la teoría agustiniana de la iluminación por la fe, o que esté planteando
una emancipación en un sentido moderno de la filosofía respecto a la autoridad teológica.
Escoto no sitúa en ningún caso a la filosofía y a la teología en un plano de igualdad, ni siquiera
habla en sus escritos de la filosofía como un saber racional definido en su esencia y en sus
límites. Su expresión más habitual es la de “los filósofos” e incluso en sentido despectivo la de
“filosofantes”. Los filósofos son los que han buscado conocer la verdad con la sola luz de la
razón, pero en el presente estado de humanidad caída en el pecado el hombre no puede por
sus solas capacidades naturales alcanzar a conocer aquella verdad a la que su entendimiento
está, por otra parte, “naturalmente ordenado”.
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la esencia y la existencia son todo uno. En consecuencia, si pudiéramos conocer la esencia de
Dios no sería necesaria su demostración, sería evidente.
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- Dios es su propia esencia, puesto que de otro modo no sería simple, sino
compuesto de esencia y existencia. En Dios, pues, la esencia y la existencia
son idénticas.
- No hay accidentes en Dios, no puede ser especificado por ninguna
diferencia sustancial.
- No está en ningún género. No puede ser definido, pero no carece de la
excelencia de cualquier género.
- Dios es bueno y es su propia bondad, es el bien de todo lo bueno.
- Es inteligente, y su acto de inteligencia es su propia esencia.
- Comprende pos su esencia y se comprende a Si mismo perfectamente.
Así, si las cosas son posibles también es posible el ente primero, pero con la
diferencia de que éste no solo es posible sino que necesariamente existe en acto, porque si no
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existiese no sería posible su existencia dado que ningún otro ente estaría en condiciones de
producirlo.
Las diferencias entre estos dos pensadores van más allá en este tema. No se
trata solo de establecer lo que es accesible a la razón y lo que debe reservarse a la revelación,
sino de lo que se tiene derecho a llamar demostración dentro del ámbito mismo reservado a la
razón. Es preciso distinguir entra la demostración a priori, que va de la causa al efecto, y la
demostración a posteriori, que va del efecto a la causa. Santo Tomás es consciente de que la
segunda, dentro de la doctrina aristotélica, es inferior a la primera, pero la estima suficiente
para proporcionarnos un conocimiento seguro de su conclusión. Para Duns Escoto, por el
contrario, solo tiene valor la demostración a priori, ninguna demostración del efecto a la causa
merece el nombre de demostración. De ello resulta que todas las pruebas de la existencia de
Dios son relativas, porque nunca alcanzamos a Dios sino partiendo de sus efectos; la
consecuencia de ello es que los atributos de Dios no pueden ser objeto de demostración
alguna y que en consecuencia para el cristiano sean mucho más ciertos y válidos los hechos
objeto de revelación que los derivados de la razón.
Se trata sin duda de uno de los temas más candentes y más difíciles de
conciliar con el aristotelismo desde las posiciones cristianas. Aristóteles no llegó a
pronunciarse de forma unívoca al respecto, pero parece mantener la tesis de un alma
preexistente, y por lo tanto eterna, que se une al cuerpo corruptible y mortal de una forma
temporal, y que lo abandona al morir éste; esta unión constituye una forma de la existencia
como compuesta de materia (en este caso el cuerpo, el receptáculo) y forma (el alma),
conocida como hilemorfismo. Si el alma es preexistente y abandona al cuerpo no cabe hablar
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de una futura resurrección de los cuerpos (dogma de fe cristiano) y por el contrario es posible
mantener una teoría de reencarnación del alma en sucesivos cuerpos. El averroísmo llevó aún
más lejos el planteamiento aristotélico al hablar de un intelecto único y referir tal unicidad no
solo al intelecto divino, sino también al intelecto posible, que es único para toda la humanidad;
esta tesis se hallaba en una clara oposición con la fe en la inmortalidad personal, uno de los
núcleos de fondo de la religión cristiana. Si el intelecto posible no forma parte del alma
humana, sino que se halla unido a ella sólo de un modo temporal, la inmortalidad no
pertenece al hombre individual sino a esta realidad supraindividual. Esta doctrina podía llevar
a una interpretación ascética de la elevación del alma para unirse con el intelecto, pero
también a una interpretación de falta de responsabilidad del hombre respecto a su actividad
espiritual, puesto que si con la muerte desaparece todo lo individual pierde su sentido el
discurso cristiano sobre la muerte y sus consecuencias (premio para los buenos, castigo para
los malos), por lo que la Iglesia dejaría de ser la guía moral del hombre.
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4.- La metafísica
Dios es el ser que es, que existe necesariamente por sí mismo, mientras las
demás cosas toman el ser de él por participación, y forman una jerarquía ordenada en el ser de
Dios. El término ser, aplicado a la criatura, tiene un significado no idéntico, sino análogo, al ser
de Dios. Para Tomás la ciencia que trata de las sustancias creadas y se sirve de su desarrollo de
principios evidentes a la razón humana es la metafísica.
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originaria y las criaturas de forma derivada. Por ello se ha calificado su metafísica como la
metafísica del ser, o del actus essendi.
De esta forma Duns Escoto rechaza la teoría de Tomás según la cual la materia
prima es el principio de la individualización, lo que parece implicar que la cantidad es
realmente la que determina a cada individuo; pero la cantidad es un accidente y una sustancia
no puede ser individualizada por un accidente. El principio de individualización no puede ser la
materia prima ni la forma, ni tampoco la cosa compuesta de materia y forma, puesto que
materia y forma son indeterminadas y por lo tanto indiferentes tanto a lo universal como a lo
individual. Tampoco se puede intentar llegar a lo individual desde lo universal. Un ser humano
es ese ser compuesto, mientras la haecceitas individualiza su ser como ser propio y singular;
así, cada cosa tiene su propia haecceitas, es en sí misma un universal, pero de tal modo forma
parte de cada individuo que podemos decir que la naturaleza física de una objeto es
inseparable de su ser como ser propio y singular. La individualidad es la realidad última, cada
realidad haec est, es ésta y no otra (de ahí el término haecceitas, formalidad o perfección por
la cual todo ente es aquello que es y se distingue de todo lo demás.
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Cada hombre es supremo y originario porque está destinado al diálogo con el Dios uno y trino.
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El instrumento conceptual básico con el que aborda este problema es su
doctrina de la distinción formal objetiva, que es una distinción intermedia entre la distinción
real y la distinción de la razón:
Un aspecto en el que a primera vista puede parecer que existe acuerdo entre
ambos pensadores es el de la creación como un acto propio de la libre voluntad de Dios.
Ambos rechazan la inmanencia propia del intelectualismo del averroísmo.
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deshacer el pasado, cometer pecados, hacer otro Dios, hacer que Él mismo no exista, que la
suma de los ángulos de su triángulo no valga dos rectos,etc.).
Frente a este planteamiento Dun Escoto responde que en tal caso se hace
inexplicabla contingencia (el poder ser de otro modo) de las funciones volitivas. Si el proceso
de querer se encuentra univócamente determinado no haya elección ni, propiamente
hablando, libertad. Por lo tanto defiende en la voluntad la fuerza radical del alma y considera
quela voluntad es la que determina el curso de la actividad racional.
Sostiene Duns Escoto que si Dios es libre y ha querido crear entes singulares en
su individualidad, y no categorías o ideas, el mundo es contingente y también todo lo que hay
en él, incluidas las leyes morales.
Así, la idea del bien no se deduce de la idea del ser, sino que depende
exclusivamente de la voluntad del Dios infinito: el bien es aquello que Dios impone. La única
ley por la que Dios se haya vinculado es la del principio de no contradicción, pero nada más.
Todos lo que está prohibido podría dejar de estarlo por la mera voluntad del legislador. No
existe, por lo tanto, un derecho natural (derivado de la naturaleza humana). En consecuencia
el mal es pecado, no error, es actuar contra la voluntad de Dios, no desconocimiento de una
supuesta ley natural o de una supuesta idea de bien.
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Dios podría haber establecido otras leyes, que serían igualmente correctas
porque habrían sido establecidas por su libre voluntad.
Conclusión
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Pese a ello es imposible negar su enorme categoría cultural e intelectual, su
talla como teólogos y la influencia de sus ideas que llega hasta nuestros días.
Bibliografía utilizada:
- Historia del pensamiento filosófico y científico. Tomo I: antigüedad y edad media. Giovanni
Reale y Dario Antiseri. Editorial Herder.
- Historia de la filosofía occidente. Tomo II: la filosofía moderna. Bertrand Rusell. Editorias
Austral (Colección Ciencias y Humanidades).
- Curso de filosofía tomista, historia de la filosofía medieval. F Canals Vidal. Editorial Herder.
- La filosofía en la edad media. Étienne Gilson. Editorial Gredos.
- Historia del cristianismo. Tomo II: el mundo medieval. Emilio Mitre Fernández
(coordinador). Editorial Trotta, Universidad de Granada.
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