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Doctorado en Literatura

Seminario: Tramas de la “ciudad letrada”. Producción cultural latinoamericana y las redes intelectuales.

Informe:
Estado de los estudios de las redes intelectuales en Colombia y América Latina

Elkin Andrés Heredia Ríos


Universidad de Antioquia

El agotamiento demostrado en el eurocentrismo, el cientificismo, la dominación y la exclusión


del otro, que han revelado varias de las categorías fundamentales de la modernidad (sujeto,
ciencia, historia, Estado, etc.), ha señalado la necesidad de “pensar de otra manera”, o mejor,
de abrir el pensamiento y el análisis a realidades que trascienden la forma de lo verdadero, y
que invitan a una reconsideración de aspectos de la producción cultural-simbólica que habían
sido ignorados y que resultan determinantes a la hora de estudiar las causas de las creaciones
culturales. En alguna de sus obras decía Deleuze que “las relaciones son exteriores a sus
términos”, expresión de combate que le permitió señalar el error que supone buscar lo que las
cosas son en su propia interioridad, aislándolas del resto de determinaciones (exteriores) que
resultan ser cruciales en la constitución de cualquier identidad. Justamente, la modernidad creía
resumir toda identidad en la experiencia independiente de cada sujeto, situación que queda
plasmada en la concepción del genio como un ser especial y único, que dotado de cualidades
naturales o divinas logra emplear la expresión de una manera tal que le permite “hacer visible”
lo que para los mortales de otra manera nos sería absolutamente vedado; en el ámbito de la
cultura, la categoría de “influencia” nos habla de la apropiación por parte de algún autor
privilegiado de los contenidos específicos de algún otro autor por medio de su obra, o a través
de un contacto personal que surge como un acto puro de la “mística intelectual” (v.g. el
encuentro Rodin-Rilke). Si pensamos estos mismos fenómenos, pero desde una perspectiva
que tenga presente la historia, el inconsciente, el lenguaje y la sociedad, resulta imposible
defender posiciones que no tengan como presupuesto fundamental la predeterminación de lo
social en la constitución de toda subjetividad; concretamente, las relaciones interpersonales
dadas en contextos determinados, mediadas a partir de diversas circunstancias, resultan ser las
protagonistas principales en la escena de la producción intelectual y cultural. El genio es
producto de sus relaciones con x intelectual (por no mencionar su capital cultural heredado),
además, su genialidad depende de los lugares que pudo visitar, pues, de otro modo no hubiera
entrado en contacto con el nuevo capital cultural que le sirvió de insumo; la “influencia” es en
realidad la consecuencia de una serie de conexiones, contactos, intermediaciones que dos
autores pueden establecer, y que las más de las veces no dependen exclusivamente de ellos
mismos sino de un tercero (v.g. Vasconcelos a comienzos de siglo). Gracias a las propuestas
postestructuralistas que tuvieron como intención la deconstrucción de las categorías estáticas y
esencialistas de la modernidad, podemos comprender que son el movimiento, los cruces, los
conflictos, las alianzas, los proyectos comunes, las articulaciones –“las relaciones” en una
palabra-, los que terminan por configurar las producciones culturales.

Esto resulta todavía más llamativo para el contexto latinoamericano, debido a que desde los
orígenes de las repúblicas nuestra producción se ha encontrado marcada por las relaciones que
nuestros intelectuales establecieron entre ellos, pero también, porque estas relaciones se dieron
típicamente en el contexto europeo, y en gran medida bajo la inspiración de los intelectuales
del centro. De esta manera, también debemos pensar que la idea de un Estado-nación como
marco dentro del cual surge “lo propio” resulta limitada, pues, es claro que los vínculos entre
intelectuales se dieron en un espacio mucho más amplio que el de la nación territorial (Maíz y
Fernández Bravo, 2009, p.10). Por ejemplo, el modernismo aunque se reconoce como una
corriente latinoamericana, se gestó en las tertulias de París y en las publicaciones gestadas en el
“antiguo continente”. Las diversas producciones culturales que pudieron darse en un momento
histórico encuentran una conexión intrínseca a través de la consideración de las relaciones que
establecieron los autores entre sí, con lo cual la propia obra adquiere un significado distinto al
que ya tenía, trayéndola de su lugar de abstracción y ubicándola en un espacio de relaciones de
poder y de posicionamientos morales y estéticos.

Para los estudios culturales del continente la realidad y prioridad de las relaciones desde hace
algún tiempo se ha convertido en un tema de análisis, que además ha exigido el compromiso
con una metodología precisa y campos de acción delimitados en el tiempo y el espacio. A partir
de las consideraciones de la escuela de la Teoría del Actor Red (TAR) encabezada por Bruno
Latour, pero también de los acercamientos de Manuel Castells al mundo de la comunicación y
el poder contemporáneas, se ha constituido al concepto de “red” como objeto de análisis al
momento de establecer acercamientos a las producciones culturales del pasado. La red permite
en primer lugar hacer una lectura no reduccionista de la dispersión cultural, no solo en cuanto
a sus objetos (libros, revistas, cartas, películas, etc.), sino también en relación con sus temas o
contenidos; y en segundo lugar, sirve de elemento de conexión de esta dispersión; la red sería la
unidad en la dispersión (Maíz y Fernández Bravo, 2009, p.11).

Pero concretamente, en la red de las producciones culturales se ha querido rastrear la


naturaleza de un sujeto particular como lo es el intelectual. ¿Qué tipo de relaciones, bajo qué
condiciones, en qué lugares, a través de qué medios, en orden a cuáles temas surge X
intelectual? Es la pregunta de investigación que guía diversas investigaciones de nuestro
contexto cultural (Cf. Gordo Piñar, 2012). La discusión en torno a la definición de intelectual
es bastante amplia; por ejemplo, Edwar Said lo entendió a partir de su compromiso político
anti statu quo, como un exiliado que por no encajar en el modo de producción capitalista no
encuentra su lugar en esta sociedad. También aparecen los acercamientos que lo definen a
partir de su adecuación a los modelos institucionalizados y comercializables del saber en el
capitalismo tardío (Bourdieu). Parece preferible la opción de entenderlo a partir de lo que hace,
lo que produce, más que por su ideología, y entonces, así podemos decir que el intelectual es
una persona que crea conocimiento por medio de los símbolos disponibles en la cultura y la
historia. Con lo cual llegamos, finalmente, a la definición de red intelectual: “Se entiende por
tal a un conjunto de personas ocupadas en la producción y difusión del conocimiento que se
comunican en razón de su actividad profesional, a lo largo de los años” (Devés-Valdés, 2007,
p. 30).

Los estudios de redes intelectuales en el contexto latinoamericano tienen una fecha de


nacimiento reciente. Susana Zanetti (1994) y su acercamiento a la religación latinoamericana de
entre siglos, que sirvió de experiencia de modernización de la región, puede considerarse como
uno de los primeros. En este trabajo la autora argentina señala la diversidad de vínculos que se
dieron en el modernismo entre intelectuales de la región en contextos europeos, y que
terminaron por ir conformando la autoconsciencia de una literatura latinoamericana, por
medio de la apertura y salida del aislacionismo en el que se encontraba hasta ese momento la
región. En el período que analiza Zanetti (1880-1916) encuentra el comienzo de un diálogo
trasatlántico de tipo horizontal entre autores como Darío, Martí o Ugarte y la intelectualidad
europea, lo que entendido de una forma generalizada, comienza a crear la idea de una cultura
hispanoamericana. Maíz (2008, p.176) ha señalado el problema del acercamiento de Zanetti,
que consiste en su incapacidad de diferenciar contextos de religación más propicios que otros,
con lo cual se estaría desconociendo la evidencia de condiciones materiales concretas que son
fundamentales y que solo podían encontrarse en ciudades como París o New York, pero no en
las señaladas por la autora.

Otro trabajo pionero es el de Beatriz Colombi, Viaje intelectual (2004), donde la investigadora
argentina, siguiendo la trayectoria de diversos intelectuales latinoamericanos (1880-1915), nos
muestra el carácter central que posee el viaje –en tanto tópico- para los escritores
latinoamericanos. Estos viajes no solo tenían la función de brindar legitimidad social al
escritor, sino que permitía que el viajero se adentrara en una realidad ajena, la europea, de la
cual extraía nuevos símbolos para resignificar su espacio original. En este sentido, el escritor se
convierte en un agente modernizador que posibilita nuevas representaciones metropolitanas
por medio de un desplazamiento en el espacio y la coincidencia entre el sujeto del enunciado y
la enunciación.

En años recientes autores de diversos países han emprendido la tarea de analizar determinados
momentos históricos y determinados personajes a partir de la noción de red intelectual.
Eduardo Devés-Valdés (2007, p. 19) señala los siguientes autores y sus respectivos países:
Guatemala: Marta Casaús y Arturo Taracena, quienes realizan un acercamiento a partir de las
redes de teosofía que resultaron fundamentales en el momento de la construcción del Estado-
nación Centroamericano; Chile: Germán Alburqueque y Javier Pinedo, utilizándola para un
análisis del campo literario; Brasil: Ángela Castro Gómez y Claudio Wasserman, quienes
analizan el surgimiento de la figura del intelectual en su país; Paraguay: Beatríz González, quien
piensa el futuro cultural de su país; y finalmente, Argentina: Claudio Maíz, quien explora las
primera décadas del siglo XX; Eugenia Molina y Florencia Ferreira, quienes buscan las
relaciones entre los intelectuales y los políticos, e Isabel Roccaro, que rastrea las relaciones
intelectuales entre chilenos y argentinos.

Probablemente el trabajo más destacado, por su alcances y sus contribuciones metodológicas


sea el de Devés-Valdéz. El filósofo chileno analiza el modo en que se constituyeron
determinadas redes a partir del criterio centro-periferia, abarcando el mundo entero dentro de
un periodo de tiempo determinado (1920-1940). Allí nos muestra que las redes intelectuales
periféricas regularmente se formaron desde una postura antiimperialista y de reivindicación de
lo nacional (v.g. los asiáticos islámicos y los chinos con respecto a los japoneses) que lograba
consolidarse en el espacio europeo, bien fuera en París, Berlín o Ámsterdam. Queda claro a
partir de este estudio que en las redes hay un actor central que permite lograr el
establecimiento de la misma, este es el mediador, quien se encarga de viajar y conectar a
diversos intelectuales del centro con los periféricos (en el caso de Latinoamérica este rol lo
cumplió Vasconcelos). De la misma manera, las redes intelectuales logran concretarse en este
periodo a partir de otro elemento fundamental a la hora de entablar un análisis, como lo son
las revistas y la correspondencia. Un aspecto importante del modus operandi de estas redes
fueron las revistas que fomentaban la colaboración a partir de un tema común, y por supuesto,
una postura política determinada. Finalmente, en este trabajo de Devés-Valdéz aparece otro
elemento conector de las redes, como lo son los congresos. En Bruselas, la Liga de los
comunistas convocó a una reunión a la cual asistieron personas de todas partes del mundo,
especialmente, de los países periféricos, lo cual permitió consolidar redes ya establecidas y crear
otras nuevas. Dice el autor: “La reunión más amplia tenida hasta ese momento y la que
comprendió más gente de las regiones periféricas. Por otra parte, sirvió como articuladora de
numerosas organizaciones preexistentes o generadas a partir de allí y que establecieron algún
tipo de vínculos: China, India, Indonesia, Perú, Senegal, Sudáfrica, Cuba, Argelia, Egipto, son
algunos de los lugares desde donde proceden personas claves y con vastas proyecciones:
Nehru, Haya de la Torre, Hatta. Y personas que no asistieron pero que estuvieron en conexión
muy cercana con quienes sí lo hicieron: Gandhi con Nehru…” (2011, en línea).

En un trabajo previo, Redes intelectuales en América Latina (2007), Devés-Valdéz propuso los
lineamientos metodológicos para el análisis de las redes intelectuales. Propone los siguientes
criterios o formas de relación que pueden darse en una red intelectual: 1. Cara a cara, 2.
Correspondencia, 3. Participación en los mismos congresos, 4. Prolongación, comentario o
presentación de libros, 5. Publicación en los mismos medios, 6. Participación en las mismas
campañas o iniciativas, 7. Diálogos, polémicas, 8. Citaciones recíprocas, 9. Otras posibles.
Propone una tabla de análisis a partir de la consideración de los sujetos concretos:
Año 1 Año 2 Año 3 Año 4
X1 1,3 4,6,7 1,4 2,5
X2 3 7 9
X3 5,6 4 1 2

Con una periodización anual se establece la relación concreta que entabló el intelectual.

Para Devés- Valdéz son varias las razones que hacen importante el estudio de las redes
intelectuales: a. Establecen una relación no eurocéntrica ni subordinada entre intelectuales, b. el
intelectual deja de ser un Robinson y comienza a ser entendido como agente de poder e
intereses, c. Se determina el papel de la intelectualidad más allá del Estado-nación, d. propicia
(muy interesante) redes intelectuales, e. se comprenden las relaciones de los intelectuales con
otros sectores, f. se identifica el rol del intelectual en los proceso de mundialización.

En otro interesante trabajo de corte metodológico (en la introducción básicamente) Claudio


Maíz y Álvaro Fernández Bravo (2009) conectan el estudio de las redes directamente con la
herencia postestructuralista. Parten del principio de que son las interacciones entre miembros
de una red las que construyen la cultura latinoamericana y no exclusivamente los elementos
dados en un contexto determinado. Por medio del concepto de “formación” de Raymond
Williams definen el marco de análisis de las redes: “estructuras de contornos laxos reunidas por
intereses convergentes entre sus participantes y mediadas por una distancia espacial entre sus
miembros” (p. 12). Esto permite en últimas comprender que la teoría en torno a las redes nos
permite revaluar discursos existentes pero creyendo que se trata de un nuevo objeto (p. 14).
Ahora se trata de analizar los discursos desde una categoría que implica la hibridación, el
devenir y el análisis de las circunstancias concretas, algo que no se consideraba desde posturas
modernas. Lo que resulta muy interesante de este acercamiento es la doble cara que puede
tener la constitución de una red: por un lado, puede, ser el fruto de un espacio intermedio de
encuentro, donde la oposición desaparece; pero por otro, puede ser el producto de una
oposición radical ante un enemigo común, como puede ser el imperialismo: “…las redes
culturales fueron ámbitos de resistencia frente a la influencia norteamericana, así como durante
la emancipación articularon un discurso antiespañol” (p. 23). En este punto me llama mucho
la atención la relación que establecen los autores entre las redes y la teoría de la hegemonía, tal
y como la elaboraron Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en Hegemonía y estrategia socialista. El
punto nodal de encuentro es la categoría de “articulación”, puesto que a los ojos de Maíz y
Fernández Bravo estamos ante la afirmación de que toda identidad social posee un carácter
relacional. Para la teoría de la hegemonía las diversas demandas del espacio social son
articuladas alrededor de un significante, pero bajo el presupuesto de una transformación
permanente de la identidad de los elementos implicados. Dejo este punto acá porque pienso
volver sobre él más adelante cuando me refiera a Colombia.

A nivel centroamericano el trabajo de Marta Casáus Arzú es el más destacado. Aunque


radicada en España, profesora de la UAM, Casáus de origen guatemalteco se interesa por los
procesos de formación de los Estado-nación centroamericanos (Guatemala, Nicaragua, El
Salvador) apoyándose en la teoría de las redes intelectuales. Casáus es un personaje importante
dentro de los estudios sobre en Hispanoamerica, en parte porque fue la organizadora del
Congreso Internacional Redes intelectuales y formación de naciones en España y América
Latina 1890-1940 (2002), del cual hay un libro compilado, sino también porque ha puesto en
primera línea el tema de la raza dentro del análisis de las redes. En un trabajo de 2006, Casáus
señala que la constitución del Estado centroamericano estuvo mediada por la pregunta ¿qué
hacer con los indios?, ante la cual los intelectuales tomaron diversas posiciones dependiendo
del período histórico. Antes de 1930 existía la idea, a partir de corrientes teosóficas, de una
“raza cósmica” en la que tenían cabida todos los grupos sociales del territorio en cuestión. Se
trataba de un “nacionalismo espiritualista” que abría el campo, en oposición a los modos del
centro, para cualquier persona. Sin embargo, más adelante, después del 30 surge una idea
eugenésica (similar a Colombia) que señalaba la necesidad de reformar la naturaleza para poder
estar en igualdad de condiciones con el resto del mundo, en especial, teniendo presente los
ideales de la ilustración y la modernidad. Las redes intelectuales de este periodo propendieron
por establecer criterios ineludibles que permitieran la exclusión de aquellos sectores que no
estaban aptos para adaptarse a un mundo eurocéntrico. Es por eso que para Casáus el proyecto
de nación centroamericana nunca logró “cuajar”, pues, supuso la exclusión de gran parte de su
población: “En Centroamérica las élites vinculadas al positivismo proyectaron su modelo de
nación eugenésica, con escasas incorporaciones de los sectores subalternos a la ciudadanía,
especialmente, con permanentes intentos de exclusión de los indígenas” (consultado en línea).
¿Colombia? ¿Cuál es el estado del arte de los estudios de redes intelectuales en Colombia? En
el libro de Devés-Valdéz no se menciona a ningún investigador(a) colombiano(a), y fue escrito
hace más de 6 años, creo que –de acuerdo a lo que investigué- no habría nada que agregar nada
a esa parte del libro del autor chileno. Los estudios sobre redes en Colombia son escasos, por
no decir nulos, aunque, como siempre ocurre, existen aquellos que emprenden estas tareas en
solitario. Como antecedente podemos citar el trabajo de Rafael Gutiérrez Girardot, La formación
del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX (1992), donde se nos muestra el acoplamiento
paulatino de nuestros intelectuales a la forma de vida burguesa a través de la integración de
Iberoamérica y España a las dinámicas del capitalismo mundial, lo cual supuso la creación y
consolidación de una clase social que sería la cuna y material de trabajo de los intelectuales
(eran burgueses, pero también antiburgueses). Para Gutiérrez Girardot la idea de un análisis a
partir de redes no resultaba clara todavía, en especial, porque entendía la producción cultural
como un proceso unívoco de secularización que surgía de una estructura global (el capitalismo)
y no le otorgaba la suficiente importancia a las relaciones que establecían los intelectuales.

Carlos Andrés Charry (2011) se concentra en el paso del XIX al XX para describirnos la
manera en que los intelectuales colombianos imaginaron la nación. La particularidad de este
estudio, que puede ser su defecto también, es que en un periodo tan largo resulta imposible
vislumbrar las vicisitudes de diversas redes a partir de acercamientos a los objetos en los que
quedan consignadas las pruebas, cartas, congresos, artículos, revistas, es por eso que el autor
no se refiere a pruebas concretas en su análisis, sino a elementos generales del pensamiento de
diversos intelectuales. Me pregunto hasta qué punto podemos llamar a esto un estudio de
redes, cuando no hay manera de concretar los vínculos, los encuentros, etc.; muchas ocurre en
las ciencias sociales que un concepto sufre un “estiramiento” hasta el punto de que puede ser
utilizado sin ningún rigor y para múltiples propósitos. Más allá de esto, lo interesante de Charry
radica en señalar la doble actividad política y literaria de la mayoría de los intelectuales
colombianos de este período. Aunque en el período liberal que va hasta la regeneración de
Núñez se pudo pensar de otra manera, lo cierto es que los intelectuales colombianos se
caracterizaron por importar formas de identificación europeas y por pretender fundar una
nación a partir de la exclusión de la población, bien sea por cuestiones demográficas, climáticas
o raciales. La constitución del 86, idead por las redes conservadoras del país se propuso crear
una nación a partir del triple imperativo de una sola lengua, una sola raza, un solo Dios. Charry
llega hasta el período de Los nuevos (años 20) para mostrar cómo estos surgieron como
reacción a los principios conservadores, católicos y excluyentes de los inicios de la nación
colombiana.

Recientemente, Juan Zapata (2012), intelectual colombiano radicado en Francia, ha pretendido


redefenir la posición social del intelectual colombiano, y aunque no lo haga desde un enfoque
de redes explícitamente, su trabajo –dentro de la escasez mencionada- resulta ser muy
llamativo al proponer una metodología de análisis. Zapata señala que a la hora de estudiar al
intelectual hay que incluirlo en tres esferas superspuestas: a. al interior de la institución cultural,
b. desde la posición de la institución cultural en la estructura social y c. a partir de la nación en
el campo mundial de producción cultural. No cabe duda de que este enfoque se complementa
muy bien con la idea de red, y permite comprender las determinaciones sociales nacionales e
internacionales que se ponen en juego en el momento de toda creación cultural. La tesis de
Zapata es que en Colombia no ha existido con claridad un campo intelectual, debido a que –
siguiendo a Bourdieu- para que este exista es necesario que se independice de los poderes
políticos y económicos. Como ya se mencionó, el intelectual del siglo XIX no era tal en razón
de su extendida doble funcionalidad, como creador y como político (además, como miembro
de la élite). Por otro lado, la ausencia de instancias masivas de “mediación”, como imprentas,
editoriales, las mismas redes, han impedido la autonomización del campo intelectual en
Colombia y obligado a buscar más allá de las fronteras ese tal campo. Asimismo, en razón del
alto analfabetismo de la nación colombiana (siglo XIX) toda la producción intelectual ha sido
destinada a la misma élite que por ende ha preferido los temas en consonancia con sus ideales.
En este sentido, se puede decir que: a. a nivel de la institución cultural era necesario migrar
para poder obtener el campo literario, b. a nivel de la estructura social, la institución cultural
era dependiente de los poderes políticos y económicos y c. a nivel mundial, la estructura
nacional dependía completamente de los referentes extranjeros.

El autor termina su estudio mencionando el papel central que jugaron Silva y Sanín Cano en
aras de la consolidación del campo intelectual colombiano. El cosmopolitismo de ambos
autores abrió las puertas a las influencias externas que permitieron la consolidación y
acumulación de un capital simbólico previamente precario. La europeización, por otro lado –
siguiendo a Gutiérrez Girardot en este punto-, trajo consigo el cuestionamiento de las
aspiraciones religiosas y monárquicas que cooptaban la mayoría de discursos culturales del
momento.

Quisiera terminar mencionando dos redes que se gestaron y desarrollaron en Colombia, aún no
estudiadas desde un enfoque metodológico preciso, pero que –a primera vista- parecen reunir
las condiciones propuestas por Devés-Valdéz para ser consideradas redes intelectuales. Lo que
quisiera destacar en la descripción de esta redes es el papel que juego la Iglesia católica en su
conformación; se trata de una función bivalente, pues, mientras para la primera significó un
instrumento de cooperación y consenso, para la segunda se trató de un enemigo, señalado de
provocar diversos males a la sociedad. Acá la teoría de la hegemonía tratada por Maíz y
Fernández Bravo adquiere un valor de aplicabilidad importante.

El Mosaico fue probablemente la primera red que se dio en el espacio social colombiano.
Surgió como una tertulia y posteriormente se consolidaría como una revista (1858-1872). El
Mosaico se planteó la labor de crear un espacio literario autónomo en la sociedad colombiana a
partir de la publicación de la producción autóctona, dejando por fuera la mayoría de las
contribuciones extranjeras. El fundador Jose María Vergara y Vergara, poseía una clara
preocupación nacionalista que lo llevó a proponer la revista como un espacio para contribuir
en la construcción de la identidad nacional. Pero esto sin caer en ninguna ideología, es decir, la
revista se definió a sí misma como un espacio apolítico, exclusivamente dedicada al fomento de
las artes. A esto se le añadía una cierta hispanofilia que coincidía con el pensamiento de varios
de sus miembros de una España culta:

“Procuramos complacerlos, ofreciéndoles escritos en prosa i verso de escritores nacionales i de cuando en cuando
artículos de los hábiles escritores de la Península. Las cuestiones políticas i los odios personales los dejamos para
mejor ocasión; por ahora publicaremos únicamente lo que se nos envíe relacionado con la ciencias i las glorias del
país donde nacimos” (Citado en Agudelo, 2015, p. 19)

El grupo estaba conformado por los liberales: Salvador Camacho Roldán, Próspero Pereira
Gamba y Anibal Galindo; y por los conservadores: José María Vergara, José Manuel
Marroquín, José David Guarín, José Joaquín Borda y Ricardo Carrasquilla. Todos estos
intelectuales creían que la “alta cultura” permitía crear una imagen de nación urbana y culta
formando la conciencia nacional y al ciudadano. Evidentemente, su supuesta neutralidad
política solo era un ideal, porque en la práctica, es decir, en los escritos que publicaba la revista,
lo importante era instruir a la población bajo la sombra de una ideología muy clara y directa
como lo era la de la Iglesia católica (Cf. Gordillo, 2003, p. 40). Los cuadros de costumbres, un
tipo de escritura usual para la época, fue el modo en que a través de un uso inteligente de la
expresión se pretendieron impartir los ideales católicos y de reverencia a la Madre-Patria. Dice
Vergar y Vergar de su Historia de la literatura en la Nueva Granada: “Quise escribir solamente una
historia literaria [...] Mas, ya que lo que buscaba, las letras, lo encontré siempre en el seno de la
Iglesia misma, no tenía para que negar que me es muy grato reunir las glorias de la Iglesia a las
de la patria” (Vergara y Vergara, 1974, p.24). Para esta red, la función ideológica que poseía la
religión católica resultaba ser un punto de articulación de vital importancia, incluso más que la
propia creación artística porque aquello que tuviera algún rasgo de anticatolicismo era excluido.

Sin entrar tampoco a analizar documentos concretos como cartas, prólogos de libros, etc., sino
refiriéndome a asuntos muy generales (debido al espacio de este informe) quisiera tratar otra
red intelectual colombiana, conocida como los jóvenes Panidas (1915). Al igual que El Mosaico,
la revista Panida surge por la necesidad de determinadas personalidades de lograr consolidar un
espacio de producción cultural autónomo. Surge a partir de tertulias entre personajes (entre
ellos, León de Greiff y Fernando González) que experimentaban el cambio de perspectiva que
significaba el acceder a una serie de lecturas e ideas novedosas, como las de Nietzsche,
Baudelaire y los modernistas. En Medellín, lugar de creación de la revista, se vivía por aquellos
años un ambiente de absoluto catolicismo, Medellín era, como lo dice Fernando Vallejo, un
potrero con obispo, donde el obispo representaba tanto la moralidad como la posibilidad de
adquirir conocimientos, en razón de que manejaban la educación gracias a la hegemonía
conservadora. La Iglesia cumplía el rol de ser la detentadora de la cultura y el orden social. Los
panidas tocan en los temas de su revista asuntos como la queja del artista herido por una
sociedad que no lo reconoce, críticas por no poseer las condiciones sociales para el ejercicio del
arte, la necesidad de la originalidad que no podía venir de una moral tradicional, etc. En todo
caso, el blanco de los ataque era la Iglesia, responsabilizándola del atraso cultural y social del
país. La opinión pública formada por una Iglesia anquilosada en el tiempo, solo podía tener
consideraciones negativas y de indiferencia antes las creaciones del artísticas. La Iglesia tenía
sumida en la ignorancia a la población (Loaiza, 1996). El caso de los Panidas es el caso
contrario a El Mosaico, para ellos la Iglesia era la responsable de su no-lugar en la sociedad
colombiana.

Final y brevemente, se puede decir que en este par de redes de intelectuales de Colombia la
Iglesia católica cumplió un rol central, bien fuera como punto de afirmación y defensa, en este
caso de consenso y homogeneidad, o bien como elemento de negación y oposición. En ambos
casos, siguiendo a Maíz y Fernández Bravo, hubo una articulación hegemónica pero a partir de
la consideración de un mismo elementos de formas diferentes. Esto implica que en lo social las
identidades no surgen a partir de principios claros y transparentes, sino que todo se juega en la
forma en que se crean las relaciones y las interacciones entre los diversos actores.

Referencias
AGUDELO, Ana María. (2015). Devenir escritora. Emergencia y formación de dos narradoras
colombianas en el siglo XIX (1840-1870), Medellín, Universidad de Antioquia
CHARRY, Carlos Andrés. (2011). “Los intelectuales colombianos y el dilema de la
construcción de la identidad nacional (1850-1930)”, European Review of Latin American and
Caribbean Studies, Ámsterdam, nº90.
COLOMBI, Beatriz. (2004). Viaje intelectual, Argentina, Beatriz Viterbo

DEVÉZ-VALDÉZ, Eduardo (2011). “Las redes de la intelectualidad periférica entre 1920 y


1940: Intento de una cartografía y de un planteamiento teórico”, Cuad.
CILHA vol.12 no.1 Mendoza ene./jun. 2011

DEVÉZ-VALDÉZ, Eduardo. (2009). Redes intelectuales en América Latina, Santiago de Chile,


Universidad de Chile
GORDILLO RESTREPO, Andrés. (2003). “El Mosaico (1858-1872): nacionalismo, elites y
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GORDO PEÑAR, Gemma. (2011). “El papel de las Redes Intelectuales en la construcción y
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LOAIZA CANO, Gilberto. (1996). “Jóvenes Panidas (1915). El desafío de ser artistas”,
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MAIZ, Claudio. (2008). “Teoría y práctica de la “patria intelectual: la comunidad transatlántica
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MAIZ, Claudio y FERNÁNDEZ BRAVO, Álvaro, et al. (2009). Episodios en la formación de redes
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ZAPATA, Juan. (2012). “¿Cómo analizar la posición social del intelectual en Colombia?
Presupuestos metodológicos y culturales”, Lingüística y literatura, Universidad de Antioquia, Nº
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