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Bolaño como excusa:

Contra la representación sinecdótica e n


la Literatura Mundial

Héctor Hoyos1

Resumen
El principio de la sinécdoque –la parte por el todo– que rige el ámbito
literario internacional, hace que se considere la obra de Roberto Bolaño
como estrella solitaria, por los rasgos de conciencia global que conjura.
La confrontación de su visión inicial de la Weltliteratur con las de Pascal
Casanova y Franco Moretti, y la consideración de fenómenos y procesos
literarios latinoamericanos contemporáneos –la provocación y el riesgo
de banalidad de las ficciones nazi, la reinscripción mundial a través del
mercado del arte, la narconovela energizada por la cocaína–, permiten
explicar por qué, en cambio, resulta “familiar” para los lectores latinoa-
mericanos. Aspectos descriptivos, prescriptivos y performánticos que de
ahí se desprenden, piden el reconocimiento del sujeto literario y teórico
latinoamericano, y de su agenciamiento como “anfitrión” y no solo como
“huésped”.

Palabras clave
Roberto Bolaño, weltliteratur/literatura mundial, procesos literarios
latinoamericanos contemporáneos, sujeto literario y teórico latinoameri-
cano.

Bolaño, as an Excuse: Against the Synecdochic Representation


in the World Literature

1. Dr. Phil. de Cornell University, Prof. Ass. de Stanford University, Becario de la Hum-
boldt Stiftung en Berlín. Beyond Bolaño. The Global Latinamerican Novel (2015) es su libro
más reciente, publicado por Columbia University Press de New York.

Recibido: 2 de junio de 2015 / Aprobado: 7 de septiembre de 2015

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Abstract
The principle of the synecdoche –the part for its all– which rules the
international literary realm, makes Bolaño’s work be considered as a so-
litary star, for the traits of global conscience it conveys. The confrontation
of his initial vision of the Weltliteratur with those of Pascal Casanova and
Franco Moretti, and the consideration of contemporaneous Latin Ameri-
can literary phenomena and processes –the provocation and risk of ba-
nality of Nazi’s fictions, the world re-inscription through the art market,
the narco-novel energized by cocaine–, allow for an explanation of the
why, in turn, it becomes “familiar” for Latin American readers. Descripti-
ve, prescriptive and performance-like aspects derived from it, ask for the
acknowledgement of the Latin American theoretical and literary subject,
and of its agency character as “host”, and not only as “guest.”

Key words
Roberto Bolaño, weltliteratur/world literature, Latin American con-
temporaneous literary processes.

Introducción
En el presente texto quiero compartir con ustedes una reflexión basada
en un libro mío titulado Beyond Bolaño: The Global Latin American Novel. En
dicho estudio argumento que hay novelas latinoamericanas posteriores
a 1989 que son “globales” en el sentido de que articulan modos e ideas
originales para pensar el orden mundial posterior a la caída del muro de
Berlín. Sostengo que uno de los autores que hacen tal cosa es Bolaño, pero
que es necesario considerar un corpus más amplio. Examino obra narra-
tiva de César Aira, Mario Bellatin, Fernando Vallejo, Diamela Eltit y Chi-
co Buarque, principalmente, aunque también aludo en menor detalle a la
de Jorge Volpi, Juan Gabriel Vásquez, Alberto Fuguet e Ignacio Padilla,
entre otros. El argumento, me parece ahora que veo mi estudio de mane-
ra retrospectiva, es sencillo. Sin embargo, la operación que busca realizar
al seno de la Literatura Mundial es compleja, porque combina aspectos
descriptivos, prescriptivos y performativos. La realización del potencial
crítico de las obras supone una estructura circular, pues solo serán propia-
mente globales si llegan a tener una acogida en un ámbito transnacional
similar a la que hasta ahora apenas Bolaño ha tenido. Considero que el
impacto de su obra se debe en parte a que logra conjurar cierta conciencia
global: Bolaño escribió siempre como si el mundo le perteneciera. Busco
extender ese efecto recursivo de llegar a un ámbito trasnacional a través de
su representación a narrativas que han contado con menos suerte. El razo-

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namiento circular es, pues, inevitable. Está presente, en otro contexto, en
las películas de ciencia ficción que adquieren notoriedad mundial repre-
sentando a un mundo en peligro y a la vez circulando por canales tras-
nacionales de distribución. Colapsan el texto y la recepción, como en un
genuino acontecimiento cultural, que tiene lugar casi simultáneamente en
muchos lugares. Agradezco a Gustavo Guerrero por la gentil invitación a
participar de este evento, al otro lado del Atlántico, tanto más cuanto ello
contribuye a que el círculo vaya cerrándose.

Desarrollo
Para los latinoamericanistas es evidente que Bolaño no sale de la nada,
ni es una estrella que brilla sola en el panorama de la Literatura Mundial.
Para lectores inmersos en otras tradiciones, ello resulta menos evidente.
Son dinámicas propias de las relaciones entre centro y periferia, similares
a nivel regional a la manera en que los lectores porteñocentristas o chi-
langocéntricos, por nombrar dos capitales influyentes como Buenos Aires
y Ciudad de México, se preguntan qué vale la pena leer de Centroamé-
rica (Rey Rosa, Castellanos Moya) o peor, de Brasil (Paulo Lins, Moacyr
Scliar). La realidad del consumo literario y de la relectura académica es
que la oferta con mucho excede la capacidad de asimilación y análisis. No
hay tiempo para navegar sin brújula y mapas, por lo cual el Mercado entra
a mediar. Los anaqueles y mesones de las librerías tradicionales se arti-
culan con otras demarcaciones de excelencia o simple visibilidad, inclu-
yendo blogs literarios, antologías ad hoc (Bogotá 39, Granta) y cartografías
críticas partidarias de estéticas particulares. Los factores que afectan este
desarrollo son muchos, desde la producción de obsolescencia propia del
capitalismo avanzado, constantemente hambriento de novedad, pasando
por el control de distribución regional que ejercen las editoriales españo-
las, analizado en su momento por Daniel Link.
El mercado busca eficiencia; la literatura, como tan bien ilustra la obra
de César Aira, es improductiva. O no, depende: hay literatura que recom-
pensa a sus lectores con lecciones de vida y experiencias edificantes. No
es, personalmente, la que más me interesa. El status que avanza en direc-
ción de los nichos de mercado y las comunidades de lectura cerrada, y
eso es particularmente cierto para las manifestaciones periféricas o, por
cambiar la metáfora espacial por una de flujo, aquellas que no hacen parte
del mainstream. García Márquez en la alta cultura, al igual que Shakira en
el pop, van al ritmo del centro y de los flujos principales. Su público prác-
ticamente se reproduce solo, llevado por su propia inercia. El consumo
cultural de todo lo otro, en cambio, es segmentado, específico. Fuera de
lo que David Damrosch llama un hipercanon, los cánones son parciales,
limitados y endogámicos.

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Fue un verdadero evento literario que Bolaño saliera del ámbito de la
literatura chilena, o de la literatura latinoamericana editada en Cataluña,
al ámbito global. Un evento, por contraposición a la cotidianidad de la
maquinaria literaria. Vienen y van los libros edificantes, sus lectores, y en
general las funciones predecibles de la literatura, incluso la de “cuestio-
nar”. Graciela Montaldo se ha preguntado si aquello que llamamos litera-
tura ya no es más que la institucionalización de una práctica: la pregunta
puede ser signo de derrota o de reto, según se mire. Aunque los latinoa-
mericanistas seamos los primeros en negarlo, porque en algunos círculos
Bolaño se convierte en el malo de la película, que opaca a todos los de-
más, su irrupción trasnacional fue un genuino evento, de los que puede
llevar a cambiar las reglas del juego. Considero que conviene potenciar
ese evento, más que ignorarlo o ponerlo en duda. De ahí que coincida
con Sarah Pollack en su diagnóstico del ascenso de Bolaño en los Esta-
dos Unidos, mas no en su valoración del fenómeno. En lo que su notable
ensayo tiene de reflexión de primer orden, estamos de acuerdo: a Bolaño
lo fraguaron en Estados Unidos el esfuerzo concertado del New Yorker,
Harper’s y la editorial New Directions, que alimentaron selectivamente
su aura de rebelde, de buen salvaje, sobre la base de cierta imagen román-
tica de los años sesenta y setenta en América Latina, una que cobija tanto
al Boom como al Che Guevara. Me parece convincente esta descripción, en
especial si lo relacionamos con la primera parte de Los detectives salvajes
(1998), de que el éxito en ventas de Bolaño se debe a que el mercadeo de
la marca Bolaño se avenía con esos estereotipos. Mi discrepancia empieza
en la reflexión de segundo orden, apenas esbozada, de que los latinoame-
ricanistas tenemos que abandonar a Bolaño. En ese punto el muy valioso
ejercicio de sociología literaria de Pollack, a mi modo de ver, se convierte
en prescripción y reificación, reforzando aquello que critica: la extracción
de Bolaño del contexto de donde provino.
Antes de morir, Bolaño hizo varios gestos para constelar con escritores
más jóvenes, como consta en Palabra de América (2004): en términos de eco-
nomía de prestigio, por usar un término de James English, le prestaba su
estatura a escritores más jóvenes y recibía a cambio la condición de aban-
derado. Y abanderado fue, en su momento de canonización transnacional,
pero la bandera ondeó en el vacío.
Decir que Bolaño fue exitoso por la operación comercial-intelectual
que le dio impulso ignora el hecho de que, en Estados Unidos, muchos
autores son sujeto de operaciones semejantes, sin éxito (no hay sino que
ver la cantidad de ejemplares de The Corrections, de Jonathan Franzen, que
se consiguen en los descuentos de las librerías del país). O que son nu-
merosos los autores y personajes latinoamericanos que son promovidos
como poetas rebeldes, a la manera de la película Los diarios de la motocicle-
ta. Muchos elementos confluyeron en el evento Bolaño, incluida su trágica

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muerte, el volumen y la calidad de su obra. Pero también, propongo, está
el que su obra presente un sentido de globalidad único. Este es el punto
central de mi lectura de Bolaño: el escritor chileno se hizo global porque
ofrece una escritura de la globalidad.
El término “globalidad” es menos importante que apreciar su desplie-
gue en la narrativa de Bolaño; podría hablarse de sentido de lugar y sen-
tido de planeta, a la manera de Ursula Heise, o de planetaridad, como lo
hace Gayatri Spivak. El quid del asunto es que Bolaño, tanto en Los detec-
tives como en otras de sus obras, construye la forma literaria a partir de
la oposición entre ámbitos locales y transnacionales. No solo a nivel de la
trama, aunque ello es lo más evidente, pues Arturo Belano y Ulises Lima
pasan por México D.F., Israel, Austria, Francia y el desierto de Sonora, en
medio de una plétora de personajes de muchos orígenes, catalanes, perua-
nos, estadounidenses, en fin. La prosa misma recoge estas tensiones, como
cuando Barbara Patterson habla con el castellano, con perdón, más chin-
gón que puede, en un despliegue de hipercorrección y localismo, o cuando
Quim Font marca su acento catalán, Polito Garcés estafa en limeño, en su
chambre de bonne no muy lejos de aquí. Más que humor idiosincrático, aquí
hay una exploración de las condiciones de base de la experiencia transna-
cional, empezando por su registro oral. Cuanto Natasha Wimmer pudo
capturar de esa rica textualidad en su traducción inglesa, bastó para cau-
sar un efecto potente, y lo mismo puede decirse de las traducciones a las
otras lenguas que presiden sobre lo que Pascale Casanova llama république
mondiale des lettres: el francés y el alemán.
Ahora bien, Bolaño imagina la Literatura Mundial de modo distinto a
Casanova, y ciertamente a mi colega Franco Moretti. Ambos estudiosos
han sido criticados desde el latinoamericanismo, notablemente en la co-
lección de artículos de Ignacio Sánchez Prado. Aunque tengo una visión
mucho más favorable de su trabajo que buena parte del campo, y con-
sidero valiosas tanto sus contribuciones como el concepto de Literatura
Mundial en general, encuentro que hay algunos interrogantes relevantes
por plantear desde una lectura de Bolaño.
A mi modo de ver, Bolaño invita a cuestionar los elementos comunes
a sus respectivos modelos: la presunción y posible refuerzo del modelo
centro-periferia, la ambición de totalidad, y la reducción sociologizante.
Los detectives presenta su propia sociología alegórica de la Literatura Mun-
dial, pero no se trata de una república de letras sino de un oligopolio, de
una dictadura: los realvisceralistas son una insurgencia fracasada frente
a los poderes de la literatura. La novela es una obra total que tematiza la
imposibilidad de la totalidad, como puede verse en el final a la vez absur-
do y evocador, el encuentro imposible con Cesárea Tinajero, ombligo de la
literatura mundial o fuente primigenia, que no se encuentra en ninguna
parte. Se nos prometió un alumbramiento trágico, a la manera del Roca-

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madour de Cortázar o del niño de cola de marrano de García Márquez,
pero la estructura sacrificial no se completa, y con ello, la red trasnacional
que tan laboriosamente se venía trazando. Cesárea, como la operación;
Tinaja, como el útero: es un mal chiste, muy de Bolaño, pero Los detectives
salvajes es un aborto. A lo largo de quinientas páginas vemos un ardiente
deseo de experiencia literaria que viaja por el mundo y lo ocupa por com-
pleto, pero sin llegar al clímax ni a la procreación. Las vísceras reales, nada
más, expuestas. En cambio para Casanova y Moretti las transacciones son
inteligibles, y en el caso del segundo, incluso son reducibles a diagramas
de flujo. Los flujos que imagina Bolaño son más bien torrentes que desbor-
dan la forma de la novela.
También de la crítica, como lo sugiere un pasaje fascinante, que cito a
continuación:
Iñaki Echavarne, bar Giardinetto, calle Granada del Penedés, Barcelona,
julio de 1994. Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego
la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje
puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra
sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acom-
pasándose a su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores
mueren otra vez y sobre esa huella de huesos sigue la Obra su viaje hacia la
soledad. Acercarse a ella, navegar a su estela es señal inequívoca de muerte
segura, pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e im-
placables y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente la Obra viaja
irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como
mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema
Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres. Todo lo que
empieza como comedia acaba como tragedia (484).
Para Moretti es evidente que la literatura se reproduce en más literatu-
ra, y que los críticos vendríamos a ser, en el mejor de los casos, las parteras
de ese alumbramiento, o cuando menos la oficina de registro civil. Para
Bolaño la precariedad del acto literario siempre está a la vista; su grande-
za y su fragilidad son una misma cosa. De ahí la citada fábula de ciencia
ficción, rematada con una inversión de la conocida frase del 18 brumario. A
medio camino entre el genetista y el genealogista, la labor de Moretti es la
de descifrar los aires de familia, las herencias directas, las afiliaciones. Su
filosofía de la historia literaria, si así se la puede llamar, es lineal y teleo-
lógica, aunque reconoce varios desenlaces posibles a la evolución de las
formas literarias. La de Bolaño es más ambigua: azarosa, como sugiere el
juego con la teleología marxista, o de fuga hacia el futuro, como ese cohete
solitario que vendría a ser la Obra. La metáfora fundamental para Moretti
es el árbol genealógico. Sin embargo, así como el objeto de la sexualidad
humana no es la procreación, tampoco el deseo afincado en la creación y
en la lectura se comporta de modo tan edificante, productivo. Sí hay una
economía que rige sobre las dinámicas de la Literatura Mundial, pero se

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trata de una economía eminentemente libidinal. Encuentro esta trama en
personajes como Piel Divina, o el proxeneta Alberto, o Simone Darrieux,
la joven francesa que estudia antropología, quien frente a la impotencia
de Ulises Lima le pide que le dé nalgadas, mientras confiesa que no ha
leído a Rigaut, Max Jacob, Banville, Baudelaire, Catulle Mendés o a Cor-
bière, aunque, por supuesto, sí ha leído al Marqués de Sade. La lista va
marcando las palmadas, mientras que el desenlace irónico permite que
haya humor en lo que es básicamente un comentario sobre los placeres
masoquistas del no leer y el poder que le concedemos a quien conoce el
objeto de nuestro deseo.
Quede establecido entonces que Los detectives salvajes imagina una Li-
teratura Mundial como un espacio de deseo y contienda, vitalista, des-
provisto de teleología. Su correlato como figura de globalidad es la sub-
versión de las estructuras de poder, el cuestionamiento de los centros y la
afirmación de la frontera. En un registro decididamente menos cómico,
2666 retornará al desierto de Sonora y situará allí el ombligo del mundo.
Román de la Campa ha observado oportuna y mordazmente que los De-
tectives es una novela sudaca, mientras que 2666 es una novela chicana.
Para situarse en el mundo hoy, diría Bolaño, o para ubicar las expresio-
nes literarias en su contexto mundial, hay que entender esas transaccio-
nes pulsionales, abiertas, terribles: Bolaño no cree en la autonomía de la
literatura. Tampoco Moretti, quien sabe que la novela detectivesca es un
proyecto de la racionalidad liberal y entiende el tropo del vampiro como
expresión del capitalismo. Tampoco Casanova, la primera en admitir que
el lugar protagónico de París en las transacciones de su República es un
legado de su papel como antigua metrópolis colonial. Pero Bolaño va más
allá, porque sabe que la literatura cede del todo su autonomía, no solo
de manera contingente: es una empresa heterónoma, cooptable, al igual
que el deseo puede devenir en prostitución o pornografía, pero también
en amor. El axioma sobre el que se sostienen las aproximaciones relativa-
mente sistemáticas de aquellos críticos es que hay una bondad intrínseca
de la creación.
Para Bolaño hay una escritura del mal, como ya hace tiempo lo es-
tudiaran ensayos recopilados por Cecilia Manzoni, Patricia Espinosa, y
los coeditores Edmundo Paz-Soldán y Gustavo Faverón. Obras menores
como Literatura Nazi en América (1996), por ejemplo, o Nocturno de Chile
(2000), no resultarían tan inquietantes si tuviéramos la certeza de que un
espacio alegórico separa el horror de su representación, si pudiéramos de-
cir que la literatura siempre enaltece, hasta que los fascistas la envilecen,
si tuviéramos la certeza de que no hay poesía fascista. Bolaño se para en el
filo de la heteronomía literaria, nos señala, una vez más, que la república de
las letras puede tomar otras formas de gobierno, incluida la latente y no
muy lejana dictadura. Del mismo modo nos hace ver que la globalización

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no sigue un libreto natural, un telos hacia la democracia liberal mundiali-
zada. Cuenta la gran narrativa posterior a 1989, esto es, la intensificación
de una interconexión que ya existía, pero no a este ritmo. Y de un modo
que fascina e inquieta a los lectores norteamericanos y a los de muchos
otros lugares, nos hace ver que no sabemos hacia dónde nos dirigimos.
Conviene aprovechar ese espacio de incertidumbre para subvertir he-
gemonías. La hegemonía, al seno de la Literatura Mundial, se expresa en
ignorancia. Con personajes que aluden de manera tan cercana, y a la vez
distorsionada, a autores reales de la escena cultural chilena, como Raúl
Zurita o Willy Thayer, en la figura del aviador-poeta Willy Schürholz,
Bolaño deja sembrada cierta lectura en clave que viene a evidenciar los
límites del lector transnacional. Ina Jennerjahn ha descifrado el código y
el cuestionamiento a los valores de la Escena de Avanzada chilena, en par-
ticular del Colectivo de Acciones de Arte (CADA), cifrado en las páginas
del autor chileno. Bolaño vendría a coincidir con la propuesta de Thayer,
para quien el golpe era una continuación de la vanguardia, como dicien-
do: el rupturismo del arte de postdictadura es una afrenta ética y estética
en un momento de continuidad destruida. Sin elidir las fisuras y sin negar
su propia posición idiosincrática, Bolaño entreteje a Neruda y a la gene-
ración del golpe, a los críticos de derecha; pone a prueba la resistencia del
tejido de la literatura chilena. O en otros momentos, la latinoamericana,
la mundial: nación, región y orbe. Ahora que Bolaño es un autor hiperca-
nónico, convoca desde su lugar de privilegio a otros autores. No por vo-
luntad de figurar, como algunos miembros de aquel grupo de Sevilla han
querido entender el gesto, sino porque la lucha por la autonomía literaria,
cultural y política de América Latina interesa al lector transnacional. Para
situarse históricamente, ese lector, esa lectora, no solo escucharía la pre-
gunta de Adorno sobre si se puede escribir poesía después de Auschwitz,
sino que habitaría en el espacio incómodo de las tertulias de golpe de sitio
bajo Pinochet.
De modo que una primera manera de usar a Bolaño como excusa es re-
crear el mundo real que ficcionaliza su obra para un público más amplio.
Es una transacción de prestigio cultural que ya ha sucedido antes, con
resultados desiguales: los lectores de Cien años de soledad no saben quién
es el general Rafael Uribe Uribe, aunque sea esencial a la obra. Bolaño
deja sus referentes históricos más cerca de la superficie del texto, incluso
pedagógicamente. Una edición anotada de Los detectives, que ojalá ya se
esté preparando en alguna parte en este momento, tendría notas a pie de
página con todos y cada uno de los miembros de La Onda, le explicaría
al mundo por qué Octavio Paz puede ser detestable para generaciones
emergentes de escritores mexicanos, y así sucesivamente.
Sin embargo, la manera más interesante de potenciar la obra de Bolaño
es la de tender puentes con la de otros escritores latinoamericanos. Consi-

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dero que la invocación del nazismo en Bolaño es una manera de pensar la
globalización por vía negativa: en lugar de trasnacionalizarse la economía
de mercado o el sistema financiero, Bolaño nos brinda una trama soterra-
da de fascismo global. Sus nazis haitianos, que buscan “en la raza aria y
en la raza masai un destino común en lo universal” son caricatura del mal,
pero especialmente de las disonancias entre ámbitos locales y globales.
Dicho con una metáfora musical: contra la búsqueda de armonía entre
provincia y planeta que busca la Literatura Mundial, Bolaño presenta sus
ruidos, sus fricciones. Sin buscar asimilar su prestigio con el de Bolaño,
y evitando la tan equívoca comparación en términos de calidad literaria,
considero que En busca de Klingsor (1999) de Jorge Volpi, Amphytrion (2000)
de Ignacio Padilla y Los informantes (2004) de Juan Gabriel Vásquez per-
siguen todas un objetivo parecido. Leídas en su conjunto, estas fantasías
nazi latinoamericanas buscan renegociar su lugar en la historia de Occi-
dente. Mientras que la región fue la única que, con contadas excepciones,
no se vio afectada directamente por los combates de la Segunda Guerra
Mundial, sus autores buscan inscribirse en su legado. Es un desplaza-
miento del canibalismo: no se trata de insultar al colonizador en la lengua
que nos ha enseñado, sino de ocupar su idioma y su pasado. El riesgo de
trivialización es evidente, y de ello podría acusarse a Padilla, que lee La
banalidad del mal de Arendt en un sentido demasiado literal, construyendo
un personaje basado en Eichmann que es, propiamente, banal. De todas
formas, postcolonizar el nazismo es el tipo de provocación que concebir
bajo otro lente la circulación cultural trasnacional. Sin saberlo, estos auto-
res le abrieron paso a otro tipo de creador: el realizador cinematográfico
norteamericano Quentin Tarantino, director de la polémica película Inglo-
rious Bastards (2009). Revelan que la Segunda Guerra Mundial, además de
ser el acontecimiento histórico más decisivo del siglo XX, es también un
tropo de la Literatura Mundial al que un escritor de cualquier procedencia
puede acceder, con mayor o menor fortuna. No se trata solamente de que
las tradiciones o los temas se compartan, sino que la misma memoria his-
tórica hace parte las transacciones culturales globalizadas. La Guerra, y el
gran vacío alrededor del cual gira mucho de la obra de Bolaño, es decir, El
Holocausto, son acontecimientos que pertenecen al mundo entero. Así su
recuerdo pese más o menos en las costas de Normandía o en los bosques
de Polonia, entre gentiles o judíos.
Bolaño y Vásquez proponen, además, un intercambio bidireccional.
Empiezo por el segundo, pues es más sencillo: la historia marginal de los
ciudadanos alemanes apresados en un hotel de Fusagasugá, Colombia,
entra a hacer parte del imaginario del periodo. El episodio marginal se
vuelve central, cuando menos en el espacio de la singular ficción del li-
bro, como cuando Rosencrantz y Guildernstern irrumpen a hablar en la

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obra de Tom Stoppard. Entonces un lector de Vásquez en su traducción
inglesa, reseñada favorablemente por The Guardian, descentra en alguna
medida su imaginario del nazismo. Lo de Bolaño es más complejo, pues le
pide a ese lector trasnacional que adopte la escena chilena, pues también
le pertenece. Incluso cuando no pueda tomarse el trabajo de descifrar la
novela en clave, sentirá ese exceso ficcional de la historiografía literaria,
sus cualidades mitopoiéticas.
La novela latinoamericana global que caracterizo en mi libro hace de
las contradicciones y desavenencias entre lo local y lo mundial el prin-
cipio generador de su forma. A contrapelo de los modelos de Literatura
Mundial que cultivan el distant reading, suponiendo que será allí donde
emerjan las tendencias del conjunto, encuentro en el close reading un ele-
mento esencial para apreciar las representaciones de globalidad que, o
bien presentan estas novelas, o bien generan con su circulación.
Quiero pasar a extrapolar, a manera de conclusión, lo que significa esto
para el sistema de cuotas, más o menos consciente y articulado, que rige
sobre la praxis de la Literatura Mundial. Mis esfuerzos están encaminados
a mostrar que la novela latinoamericana global revela y reta las estructu-
ras de poder subyacentes a ese espacio cultural. Pero antes, quisiera refe-
rir brevemente mis hallazgos sobre otros autores que presentan distintas
estrategias de inscripción global.
Es el caso de César Aira y Mario Bellatin, que a mi modo de ver sub-
vierten las dinámicas de la Literatura Mundial, echando mano de las de
otra construcción semejante, e incluso vecina, pero de un medio y una
organización disciplinar diferentes. Se trata del Mundo del Arte, de más
está decirlo, “contemporáneo”: un entramado trasnacional que no está
compuesto principalmente por editoriales, agentes y escritores, sino por
galerías, curadores y artistas. Aira y Bellatin operan dentro de la Literatu-
ra Mundial como si su entorno natural fuera aquél. Bellatin, el menos sutil
de los dos autores, se va de gira por las universidades norteamericanas
llevando consigo una casetera, en plena era del mp3, en la que reprodu-
ce su conferencia. Cuando la grabación termina, la detiene y contesta las
preguntas de la audiencia. U orquesta en el Instituto Cultural de México,
aquí en París, un performance que nunca es llamado así abiertamente. En
el evento, cuatro personas, tras meses de entrenamiento, imitan los gestos
y las frases hechas de Salvador Elizondo, Margo Glantz, José Agustín y
Sergio Pitol. Dos mujeres encarnan a los escritores, dos hombres a las au-
toras. Y esa puesta en escena es la obra de Bellatin, que consiste en parte
en desestabilizar la figura del Gran Novelista Latinoamericano a través de
las fronteras, valiéndose de los recursos del arte contemporáneo, tanto en
novelas como en escenarios. Aira, por su parte, como bien han analizado
Sandra Contreras, Michel Lafon y otros, aviva el gesto de Duchamp a lo
largo de su extensa serie de novelitas.

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Otra faceta de Aira, especialmente en el cuento “El carrito” (2004) y
en las novelas cortas La prueba (1992) y El mármol (2011), es la de imaginar
el mundo como un supermercado. Encuentro la misma figura en Mano
de obra (2002), de Diamela Eltit, y en una escena destacable de Mala onda
(1991), de Alberto Fuguet, que transcurre en un supermercado Jumbo. El
supermercado latinoamericano, fenómeno relativamente reciente, presen-
ta el tipo de experiencia que revela del paso de la globalización por la vida
cotidiana. Llegan productos de tierras lejanas y se instalan en los anaque-
les, el país se enorgullece de las frutas que exporta, y así se tejen y destejen
vínculos afectivos, se transforma a las ciudades en cadenas de suministro
más eficientes, afianza la sociedad de consumo. Las novelas del Cono Sur
muestran las costuras en las lisas superficies del comercio moderno y per-
miten pensar la globalización “desde abajo”. Si la excusa del éxito de Bo-
laño sirve para traerlas a la atención del lector transnacional, que así sea.
También propongo considerar a las narconovelas como un género tras-
nacional, minimizando la lectura en clave criminal, que se convierte en
un impedimento para ver más allá de lo urgente. Considero obras como
La Virgen de los sicarios de Fernando Vallejo y La Santa Muerte, de Home-
ro Aridjis, que yuxtaponen la globalidad de la religión con la del tráfico.
Son obras cuya energía proviene de la cocaína, como puede decirse de La
Vorágine con el caucho, de la narrativa de Asturias con el banano, o de la
célebre novela de César Vallejo que lleva por título El tungsteno. (Ericka
Beckman ha publicado un reciente estudio sobre el tema, proponiendo la
noción de commodity novel; por mi parte, estoy iniciando un estudio que
las aborda desde el pensamiento materialista contemporáneo).
Termino este recuento de mis lecturas sobre la novela latinoamericana
global mencionando la fascinante Budapeste, de Chico Buarque, que a mi
modo de ver revela los límites del escapismo en un mundo globalizado y
refleja el rol de poder que adquiere Brazil en el nuevo orden mundial. La
historia de cómo el publicista y ghost writer carioca José Costa se convir-
tió en el poeta húngaro Zsosé Kosta, a mi modo de ver, traza un arco de
escape imposible, pues en un mundo globalizado no hay tierras de nunca
jamás, e incluso en un país centroeuropeo puede un brasileño hacerse a
una vida casi idéntica a la que tuvo. Es claro que Buarque confunde los
términos de la oposición que hace Zygmunt Bauman entre turistas y refu-
giados, o sea entre quienes viajan sin restricciones y quienes enfrentan mil
trabas al desplazamiento: en la obra del famoso compositor y escritor, los
refugiados se convierten en turistas, y viceversa.
Habida cuenta de algunas de las figuras de globalidad de la novela
latinoamericana contemporánea y reconociendo también que hay muchas
formas ultralocales de lo contemporáneo que no podrían ni tendrían por
qué hacer parte de ese corpus, la pregunta que queda por abordar es ¿qué
consecuencias tiene esta aproximación para el desarrollo de la Literatura
Mundial?

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Una primera respuesta posible es: ninguna, pues la Literatura Mun-
dial, esa galaxia inmensa, pasará de largo por nuestro pequeño sistema
solar, como ya ha ocurrido antes. Ello evocando el citado pasaje de Bolaño.
Otra menos trágica es que se amplíe el espacio de reconocimiento, cuando
menos a los autores estudiados. Difícilmente podría una iniciativa crítica
generar un efecto de mercado que supliera los vacíos de recepción y tra-
ducción que tuvieron las obras durante su primera circulación. Pero como
el longseller y el bestseller se comportan de maneras distintas, tanto en la
escritura comercial como en la que no lo es tanto, sí existe la esperanza de
que crezca el público trasnacional de la novela latinoamericana global. A
fin de cuentas, Lectores, Obra y Crítica no son objetos astronómicos distin-
tos, sino partes de un conjunto dinámico.
La tercera respuesta, que se anticipa en el título de mi charla, es que la
irrupción de estas formas sacuda las estructuras y las prácticas de la Li-
teratura Mundial. Notablemente la de la representación sinecdótica, a mi
modo de ver es una ley no escrita del Realpolitik del ámbito planetario.
Según su lógica, la parte vale por el todo, de modo que Bolaño vendría a
representar el conjunto de la literatura latinoamericana contemporánea, o
el Boom se considera como lo más representativo de la tradición, y así su-
cesivamente. Es un sabido efecto del Mercado que le da más capital cultu-
ral a quien ya tiene, y le quita a quien tiene poco. Los raros, los marginales,
pierden. Los latinoamericanos ya de por sí son raros, pues la despropor-
ción entre lo que se traduce hacia y desde Latinoamérica habla por sí mis-
ma; qué decir de los que menos figuración tienen dentro de esa provincia.
Esto es un problema real, y afecta incluso a la escritura misma, porque son
pocos los escritores que tienen el temple y las finanzas personales necesa-
rias para desarrollar una obra literaria antes de recibir reconocimiento o
poder vivir de ella.
La academia en algunas cosas no hace parte del mercado, pues la en-
señanza supone una economía del don que no se deja mercantilizar por
completo. Pero la pequeña o mediana industria de los cursos introducto-
rios a la literatura, sean de World Literature o de Literatura Latinoame-
ricana, refuerza la representación sinecdótica. En el mejor de los casos,
como puentes hacia otras escrituras, pero a menudo como fin en sí mismo.
Entonces la creciente multipolaridad geopolítica posterior a 1989 no cum-
ple su promesa, y la amplitud de espíritu que supone el paradigma de la
Literatura Mundial, tampoco.

Conclusiones
La verdadera medida del éxito de mi propuesta radica en dos cues-
tiones: una, que la Literatura Latinoamericana sea tenida por fuente de
teoría, y no solo como objeto sobre el que proyectamos categorías teóricas

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metropolitanas –dicho esto, espero, sin adanismo, nacionalismo o aisla-
cionismo. Es evidente el reto que ello supone dentro de la política univer-
sitaria, por ejemplo cuando se espera que los departamentos de literatura
comparada, inglés o francés, según sea el caso, sean quienes provean los
conceptos, y todos los demás, el material (véase el ensayo de Idelber Ave-
lar al respecto). Sucede también algo análogo dentro de las colecciones
editoriales, muchas veces a pesar de los editores mismos, que responden
a presiones externas. Me refiero a la manera como suele distinguirse lo
latinoamericano, lo asiático y lo africano, hermanados en la periferia, de
modo que “Pensamiento latinoamericano” es otra cosa que “Pensamien-
to”, o la colección de serie A “Literatura” es otra que la de serie B “Litera-
tura Latinoamericana”. Intenten persuadir a una editorial académica nor-
teamericana tradicional, por ejemplo, de publicar un libro sobre nuestros
temas: les dirán que eso es provincia de editoriales o colecciones especia-
lizadas. Al mismo tiempo, el lector trasnacional no especializado se siente
en relativa libertad de opinar sobre nuestro campo, aunque desconozca
muchas de sus especificidades, y a menudo los hechos más elementales de
nuestra historia. Lo contrario es una transgresión o una irrelevancia: que
los latinoamericanos, imbuidos en la historia de Occidente como si no fue-
ran, en palabras de Uslar Pietri o de Beatriz Sarlo, parte de su extremo o de
su borde, opinen sobre Jeffrey Eugenides, Paul Auster o Michel Houelle-
becq, por mentar nombres que me vienen a la mente. Y sin embargo Houe-
llebecq y Auster escriben con Borges a la cabecera, viendo en él un precur-
sor y no una influencia, repitiendo un gesto que ya tuvieron Foucault y el
grupo Tel Quel, mientras que Eugenides escribe obras de una sensibilidad
cercana a las del Crack o McOndo, pero con una mucho mayor caja de
resonancia. Disculpen si dramatizo, pero considero que para lograr ese
reconocimiento del sujeto literario y teórico latinoamericano hace falta, en
muchos campos, resistir su insistente objetivación.
La segunda medida del impacto de la propuesta, con la cual termino,
es que se reconozca en la Literatura Latinoamericana la agencia del anfi-
trión, no solo la del huésped. Pienso en Derrida, que en su estudio sobre
el concepto de hospitalidad lo contrapone al de solidaridad. Solidaridad
con la Literatura Latinoamericana, felizmente, ha habido mucha. Hasta
el punto de que, si me permiten sugerir, el asilo político ha sido el modo
dominante de asimilar la Literatura Latinoamericana en el primer mundo.
Dada la historia política de la segunda mitad del siglo XX en América La-
tina, pero también la relativa falta de cohesión de un cuerpo político en el
que esa literatura pueda florecer, hemos dependido de la solidaridad y el
asilo como modo de figurar en la Literatura Mundial. Bolaño, quizá el úl-
timo de los grandes exilados de dictadura, trazó un arco de la solidaridad
hacia la hospitalidad, pero con un giro inesperado: convirtió el espacio
de su obra en el lugar del anfitrión. Ahí están, con nombre y apellido, de-

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cenas, si no cientos, de escritores de alrededor del mundo, y aludidos de
manera oblicua, muchos más.
No faltan algunos críticos, tampoco, como Ignacio Echevarría, referen-
te apenas oculto tras el citado Iñaki Echavarne. Bolaño sabe que hay un
poder del anfitrión, pero también un riesgo enorme, pues los huéspedes
pueden deshacer la casa. Dice Derrida que el buen anfitrión aspira a la
hospitalidad absoluta, a dar todo de sí. Pero entonces no quedaría casa ni
nada que dar, y la economía del don se rompería. En el caso que nos atañe,
sería un borramiento de las categorías, y con ellas, de las especificidades.
Para bien y para mal. Sería como leer Literatura Latinoamericana en tanto
Literatura Mundial, y Literatura Mundial en tanto Latinoamericana.

École Normale Supérieure, 14 de marzo de 2013

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