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Consecuencias

sociopolíticas del
derrumbe del Estado
de Bienestar en la
Argentina
Consecuencias
sociopolíticas del
derrumbe del Estado
de Bienestar en la
Argentina

Patricia Berrotarán
Celina Bonini
Ernesto Villanueva

Carpeta de trabajo
© Universidad Nacional de Quilmes
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de
Bienestar en la Argentina
Primera edición: Agosto de 2004

Diseño de tapa e Interior: Hernán Morfese


Procesamiento Didáctico: Adriana Imperatore / María Cecilia Paredi

La Universidad Nacional de Quilmes se reserva la facultad de dispo-


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Es la bibliografía imprescindible que acompaña el desarrollo de los conteni-
dos. Se trata tanto de textos completos como de capítulos de libros, artícu-
los y "papers" que los estudiantes deben leer, en lo posible, en el momento
en que se indica en la Carpeta.

Actividades
Se trata de una amplia gama de propuestas de producción de diferentes ti-
pos. Incluye ejercicios, estudios de caso, investigaciones, encuestas, elabo-
ración de cuadros, gráficos, resolución de guías de estudio, etc.

Leer con atención


Son afirmaciones, conceptos o definiciones destacadas y sustanciales que
aportan claves para la comprensión del tema que se desarrolla.

Para reflexionar
Es una herramienta que propone al estudiante un diálogo con el material, a tra-
vés de preguntas, planteamiento de problemas, confrontaciones del tema con
la realidad, ejemplos o cuestionamientos que alienten la autorreflexión, etc.

Lectura recomendada
Es la bibliografía que no se considera obligatoria, pero a la cual el estudian-
te puede recurrir para ampliar o profundizar algún tema o contenido.

Pastilla
Se utiliza como reemplazo de la nota al pie, para incorporar informaciones
breves, complementarias o aclaratorias de algún término o frase del texto
principal. El subrayado indica los términos a propósito de los cuales se in-
cluye esa información asociada en el margen.
Índice

Introducción .........................................................................................9
Objetivos ............................................................................................13

1. Distintas maneras de pensar el Estado de Bienestar........................15


1.1. Algunos hechos antes del debate..................................................15
1.1.1. Alemania ...........................................................................16
1.1.2. Dinamarca.........................................................................19
1.1.3. Los países nórdicos: Suecia, Noruega y Finlandia ................20
1.1.4. Gran Bretaña .....................................................................21
1.1.5. Estados Unidos .................................................................24
1.1.6. Reflexiones .......................................................................24
1.2. Los inicios del debate...................................................................27
1.2.1. La experiencia de la guerra ................................................29
1.2.2. T. H. Marshall y Keynes dominan la escena .........................32
1.2.3. Los neoclásicos silenciados ...............................................37
1.2.4. La izquierda en los años dorados .......................................40

2. El debate en el contexto de la crisis ...............................................49


2.1. La crisis del modelo de desarrollo capitalista de la posguerra.........49
2.2. La crisis del estado de Bienestar Keynesiano vista desde
distintas perspectivas de análisis .................................................52
2.2.1. La crisis analizada desde la izquierda marxista....................52
2.2.2. Los neoliberales conquistan el sentido común social ...........72
2.3. La cuestión del trabajo .................................................................81

3. El Estado de Bienestar en la Argentina............................................91


3.1. Pensar el Estado de Bienestar ......................................................91
3.2. Un poco de historia de las Políticas Sociales en la Argentina ..........95
3.2.1. La Argentina y la cuestión social.........................................95
3.3. El estado como solución .............................................................100
3.3.1. La respuesta inmediata a la crisis ....................................101
3.3.2. La construcción del Estado de Bienestar...........................104
3.3.3. Entre la Construcción y la Crisis (1955-1976) ...................116

4. La crisis del estado de bienestar en Argentina...............................137


4.1. A modo de introducción ..............................................................137
4.2. La crisis.....................................................................................141
4.2.1 El Proceso........................................................................141
4.2.2 La transición democrática .................................................149
4.3. La respuesta neoliberal: Política económica y social de los
gobiernos de Menem (1989-1995 y 1995-1999) .........................158
4.3.1. El Consenso de Washington (C.W.)....................................158
4.3.2. Plan Económico y reforma del Estado ...............................162
4.3.3. Transformaciones en las relaciones laborales y el
papel de los sindicatos....................................................169
4.3.4 Las políticas públicas del bienestar ...................................176

Palabras finales ................................................................................183

Anexo Figuras...................................................................................185

Referencias bibliográficas .................................................................199


Introducción

El objetivo último de la Carpeta es analizar la crisis del Estado de Bienestar


en la Argentina, sin embargo éste será el punto de llegada de un itinerario
que nos proponemos recorrer. La justificación del mismo se relaciona con
preguntas básicas pero no por ello menos complejas ¿Qué es y qué defini-
mos como Estado de Bienestar? ¿La crisis es una crisis económica o es la
crisis de una forma particular de relación entre Estado y sociedad? ¿Es po-
sible hablar de Estado de Bienestar en la Argentina durante la segunda mi-
tad del siglo XX en la cual las dictaduras, las proscripciones y las crisis eco-
nómicas cubren una importante parte del período y es la primera referencia
al analizarlo? ¿Es posible comparar el Estado de Bienestar de la Argentina
con el desarrollo de los Estados de los países llamados centrales?
Para ello, pareciera razonable abordar este objetivo intentando, primero,
una definición, aunque sea aproximada, de lo que se entiende por Estado de
Bienestar. Sin embargo, rápidamente se descubre – al repasar el conjunto
de la literatura disponible– que la propia definición está fuertemente teñida
por los marcos ideológicos desde los que se la enuncia; y, también, por los
distintos campos de las ciencias sociales desde los cuales se aborda su es-
tudio (ciencias políticas, economía, sociología del trabajo, entre otros).

❘❚❚ “Las explicaciones sobre el origen, ascenso y desarrollo del Estado de Bie-
nestar son abundantes. Montones de teorías compiten para explicar por qué
existe, docenas de análisis comparativos explican sus variaciones, legiones de
relatos detallan cómo ejemplos individuales confirman o refutan hipótesis gene-
rales. La industrialización, el comercio libre, el capitalismo, la modernización, el
socialismo, la clase trabajadora, los funcionarios, el corporativismo, los refor-
madores, el catolicismo, la guerra: rara es la variable que no ha sido traída a
colación para explicar algún aspecto de su desarrollo. El Estado de Bienestar
ha sido considerado como un plan conscientemente diseñado por las élites pa-
ra mantener a raya a un proletariado que de otro modo tendería a la rebelión,
como una victoria de los trabajadores sobre la burguesía en la transición pacífi-
ca hacia el socialismo, como un efecto necesario de la sociedad industrial al
margen de la política, como una vuelta a normas preindustriales, tal vez prehis-
tóricas, de reciprocidad y moralidad, como creación de administradores neutra-
les a la búsqueda de soluciones a problemas sociales de índole técnica, como
producto de la lucha de clases, y de la armonía y el consenso social. Incluso al
observador maduro puede disculpársele que en ocasiones se sienta perdido en
este Babel de paradigmas, modelos, interpretaciones y explicaciones”. (BALD-
WIN, 1990, PP. 71-72) ❚❚❘

En efecto, el tema “Estado de Bienestar” contiene una gran densidad de sig-


nificados, de presupuestos, de maneras de abordar y conceptualizar –que

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son también tomas de posición– lo que se entiende por Estado, por socie-
dad, por clase, por democracia, por desarrollo, por ciudadanía, por política
económica, por mercado, y lo que se puede y debe esperar de cada una de
estas dimensiones de la realidad social, así como de sus mutuas relacio-
nes.
Adicionalmente, el debate sobre el Estado de Bienestar ha tenido, y sigue
teniendo, una fundamental incidencia política en el decurso de las socieda-
des y en la vida de las personas, ya que tiene la capacidad de sancionar la
legitimidad de políticas públicas concretas tomadas por los gobiernos, de
generar o clausurar expectativas de cambio en los diversos sectores socia-
les, de impulsar o frenar políticas que afectan la calidad de vida de las per-
sonas y las familias. En pocas palabras, no hay ninguna manera neutral de
abordar su estudio.
Consecuentemente, es posible encontrar una variedad importante en las
maneras en que los distintos autores no sólo analizan, sino también definen
lo que debe entenderse por Estado de Bienestar (EB); por eso también se
pueden encontrar diferencias no menores en la periodización que se hace
de su existencia; así como algunos hablan de que actualmente el EB ha de-
jado de existir, otros entienden que sólo se ha reformado para adaptarse a
los tiempos.
Las maneras de definir el Estado de Bienestar, por parte de los muchos
estudiosos que han producido trabajos de desigual rigor sobre el tema, van
desde su simple asimilación a las políticas sociales impulsadas a nivel gu-
bernamental, cualquiera sean sus contenidos específicos, hasta su identifi-
cación con el conjunto de políticas y arreglos institucionales que predomina-
ron en la Europa Occidental entre el inicio de la segunda pos guerra y
mediados de la década de 1970. Otros autores, por el contrario, definen el
EB de este período como una modalidad particular, denominada Estado de
Bienestar Keynesiano (EBK), postulando implícitamente que es sólo una de
las formas que el EB asumió o puede asumir.
Si nuestro objetivo es analizar el EB en la Argentina debemos, en primer
lugar, comprender la evolución histórica de esta particular forma de Estado
allí donde tuvo lugar en su forma más acabada, los países de Europa Occi-
dental y su crisis desde fines de la década de 1970 que nos permitirá com-
parar y comprender mejor las características y el proceso particular que tuvo
en nuestro país, así como la magnitud de su crisis. Por otro lado, el análisis
de estos fenómenos, en el contexto de los países desarrollados, nos permi-
tirá, dada la influencia de estas versiones, reflexionar sobre las matrices po-
líticas e ideológicas que dan sustento a estos estudios pero también a las
políticas.
En Argentina, la conceptualización como Estado de Bienestar de la parti-
cular construcción estatal ocurrida en la posguerra se inició recién cuando
se produce su crisis; esto es, alrededor de 1989. Esto, de por sí, constituye
una particularidad con respecto a lo ocurrido en Europa en donde el fenóme-
no y la conceptualización son contemporáneos. Inicialmente, además, este
uso conceptual estuvo restringido a un grupo de investigadores en particular
nucleados alrededor del CIEPP (Centro de Investigación y Estudios de Políti-
cas Públicas), sin que el mismo obtuviera consenso suficiente en el resto de
los estudiosos en estos temas. El uso de esta manera de definir las políti-
cas sociales características de ese período, se difundirá y se harán de uso
común en fecha tan tardía como mediados de la década del noventa cuando

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Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

los efectos de las políticas neoliberales resultaban ya incontrastables en


términos de la destrucción de las capacidades del Estado para intervenir en
la regulación de la sociedad y del mercado de trabajo en particular.
Las diferencias en la manera de definir el tema Estado de Bienestar, por
supuesto, no son sólo de orden metodológico o teórico sino que tienen im-
portantes consecuencias políticas y sociales.
Por otro lado, dado que la legitimidad social del Estado de Bienestar fue va-
riando en los distintos momentos históricos, encontraremos que desde una
misma perspectiva ideológica se fueron alterando las argumentaciones y los
estilos discursivos, aunque esto no significará, en la mayoría de los casos, un
verdadero cambio de posición con respecto a nuestro tema de estudio.
Entonces, la segunda constatación a hacer es que el análisis y el debate
sobre el EB tanto en Europa como en Argentina, dada su fuerte incumbencia
política, han estado muy influenciados por las coyunturas históricas, en más
de un modo. Entre otros, señalemos los siguientes factores que intervienen
en las diversas orientaciones de su estudio:

• La hegemonía de distintas matrices ideológicas, tanto en los estudios so-


ciales, como en las opiniones prevalecientes en las sociedades en general.
• La legitimidad social del Estado de Bienestar (influida en buena medida
por lo enunciado en el punto anterior).
• La existencia o no de alternativas políticas e ideológicas (o, en todo ca-
so, la aceptación social de su existencia) que competían sobre todo en-
tre los sectores trabajadores hacia una mayor radicalidad de los dere-
chos sociales y económicos.
• Los éxitos y fracasos económicos y sociales del modelo de desarrollo del
que el EB era parte (keynesianismo – fordismo).
• Las características en la dinámica de acumulación de capital en las dis-
tintas etapas del desarrollo capitalista.
• La existencia de un bloque no capitalista con capacidad para competir en
términos económicos y políticos en la arena internacional (los países so-
cialistas).

Evidentemente, nuestro presente es todavía parte de una de esas coyuntu-


ras que afectan directamente el debate sobre el Estado de Bienestar. En
otras palabras, ese debate aún está lejos de poder ser considerado “históri-
co” en el sentido de algo ya pasado y cerrado como experiencia viva del pre-
sente. Por el contrario, el debate sobre el EB, su crisis y sus alternativas, si-
gue estando en la agenda de estudiosos, políticos, dirigentes sociales,
gobiernos e, incluso, de organismos internacionales tales como el Banco
Mundial y el FMI. Pero, al mismo tiempo, es un proceso histórico que tiene,
según los distintos análisis posibles, entre 50 y más de 100 años de exis-
tencia. Y para poder alcanzar una mejor comprensión de las preocupaciones
y posiciones que se dirimen en la actual etapa de debate, es conveniente re-
correr tanto la historia del debate en sí mismo como repasar, al menos, los
aspectos más significativos de las coyunturas históricas en las que éste se
ha ido dando.
El tema Estado de Bienestar y su crisis, como venimos diciendo, se en-
cuentra en estrecha relación con un conjunto muy amplio de variables. Si
bien hemos intentado no descuidar ninguna, en este texto se privilegiarán
las relaciones que se establecen con la construcción y ampliación de lo que

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ha dado en denominarse la democracia social, las dinámicas económicas


del capitalismo y la centralidad de las regulaciones del trabajo asalariado
como expresión fundamentalmente de la lucha de clases.
La lógica de exposición que se ha adoptado intenta presentar, en primer
lugar, los antecedentes históricos y analíticos dados en el contexto europeo
y, parcialmente, en el norteamericano combinando, por una parte, el desarro-
llo histórico concreto y, por la otra, el análisis desde las distintas perspecti-
vas teóricas e ideológicas, grosso modo agrupadas en marxistas clásicas,
neoclásicas (en lo que respecta al análisis económico) y neoliberales en
cuanto a su adscripción político ideológica, y socialdemócratas o, más en
general, expresiones de la izquierda no marxista y neomarxista. Con todas
las limitaciones que este agrupamiento tiene, permite sin embargo, delimi-
tar los trazos centrales desde los cuales se han realizado la mayoría de los
análisis. Asimismo, en la medida de nuestras posibilidades, hemos intenta-
do contextualizar históricamente la producción de los análisis más importan-
tes de manera que permita su mejor lectura e interpretación. Por otra parte,
se ha separado analíticamente el desarrollo y construcción del Estado de
Bienestar de sus crisis. La unidad 1 abarca el debate desde la década de
1930 hasta aproximadamente fines de la década de 1960. La unidad 2 des-
cribe los debates desde los primeros síntomas de la crisis a comienzos de
la década de 1970 hasta fin del siglo XX.
En segundo lugar, analizamos la particular construcción del Estado de
Bienestar en la Argentina. Para ello, hemos privilegiado como ejes del análi-
sis los siguientes: la centralidad del Estado en esta construcción, la escasa
incidencia de la condición ciudadana en este proceso; y, consecuentemente,
la primacía de los elementos corporativos y particularistas dentro de una
configuración en la que los derechos sociales se consideraban como una ex-
tensión del contrato laboral.
Al igual que para el caso europeo, dividimos la exposición del caso argen-
tino en dos unidades. En la primera se realiza un recorrido histórico de la
construcción de las políticas sociales hasta mediados de la década del se-
tenta, momento en que el modelo económico vigente entra en crisis. Y en la
segunda, analizamos las respuestas que desde el mismo Estado se desa-
rrollan frente al agotamiento del anterior modelo de acumulación y, conse-
cuentemente, los cambios estructurales que se plantean con respecto a los
arreglos institucionales en materia de seguridad social que eran propios del
modelo anterior. Concretamente, se analizan las reformas del Estado, la
desregulación del mercado de trabajo, y la remercantilización en la provisión
de bienes sociales.

12
Objetivos

1. Analizar el Estado de Bienestar y su crisis en Argentina.


2. Identificar las variables más relevantes para el análisis según los distin-
tos marcos ideológicos.
3. Contrastar el caso argentino con los desarrollos de Estados de Bienestar
clásicos (europeos).
4. Promover la reflexión sobre la capacidad explicativa de las diferentes con-
ceptualizaciones para dar cuenta del fenómeno del Estado de Bienestar.

13
1
1.

Distintas maneras de pensar el Estado de


Bienestar

Objetivos
1. Identificar las principales corrientes de pensamiento que han abordado
esta cuestión, sus supuestos, sus argumentos, sus preocupaciones, sus
intereses.
2. Analizar las relaciones usualmente establecidas entre Estado de Bienes-
tar y democracia y derechos sociales, por un lado; y con los paradigmas
económicos de producción y políticas económicas, por el otro.

1.1. Algunos hechos antes del debate


Antes de que el capitalismo se convirtiera en la forma dominante de produc-
ción, la mayoría de los habitantes de Europa se ganaban el sustento dentro
de relaciones sociales para las que la fuerza de trabajo no era un aspecto
separado (discriminable) de la persona como tal. Es decir, las relaciones so-
ciales que permitían la producción no eran exclusivamente económicas. Tan-
to los que trabajaban la tierra como los artesanos desarrollaban su trabajo
dentro de relaciones sociales que implicaban una serie de compromisos,
obligaciones y derechos que excedían lo extrictamente económico.
Fue la difusión de las formas capitalistas de producción lo que estableció
la separación entre la condición de productor y todos los demás aspectos
de la inserción social de las personas. Este proceso fue, a su vez, parte de
otro caracterizado por la masiva expropiación de los productores de las con-
diciones de producción (tierra, herramientas y el proceso de producción co-
mo tal). La figura arquetípica que ejemplifica este proceso es la del artesa-
no medieval, dueño de su taller, sus herramientas y del proceso completo de
producción, transformado en obrero manufacturero. En su nueva condición,
ya no posee las herramientas y el taller, pero también ha perdido el control
sobre el proceso de producción en cuanto tal.
Al mismo tiempo, se han perdido los anteriores marcos institucionales de
protección y contención social (el gremio para los artesanos, la comunidad
rural y las formas de reciprocidad feudal para los trabajadores agrícolas). A
medida que el capitalismo fue suplantando los anteriores modos de produ-
cir, se fueron generando masas cada vez más numerosas de individuos que,
despojados de sus anteriores medios de subsistencia, migraban desde el
campo, aldeas y pequeñas ciudades hacia las nuevas ciudades industriales
para tratar de emplearse en las fábricas a cambio de un salario. Nacía y se
desarrollaba de esta manera el proletariado, hacinado en los suburbios ur-
banos, desprovisto de las anteriores redes de contención social, y sin que
éstas hubieran sido reemplazadas por otras nuevas.

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Para la segunda mitad del siglo XIX era evidente que los Estados naciona-
les se enfrentaban a una problemática social totalmente novedosa para la
cual no se habían previsto políticas adecuadas. De hecho, las primeras medi-
das fueron por lo general de orden represivo o, en el mejor de los casos, ree-
diciones de viejas prácticas ahora asumidas a nivel estatal, en general, bajo la
forma de leyes de pobres. Veamos suscintamente algunos casos nacionales.

1.1.1. Alemania

Alemania fue, según opinión general, el primer país en asumir la cuestión


social no sólo desde una óptica represiva, sino también como algo que re-
quería intervenciones sociales del Estado. En la década de 1880 y fuerte-
mente motivado por la activa militancia revolucionaria de la clase obrera, el
gobierno del Canciller Bismark toma una serie de decisiones que hoy se eva-
lúan como dando nacimiento a lo que recién en la década de 1940 empeza-
ría a llamarse Estado de Bienestar.
En la década de 1880 se adopta un conjunto de leyes que otorgaba una
protección elemental bajo la forma de seguros en previsión de accidentes,
enfermedades, ancianidad e invalidez. Todas estas medidas tomaron la for-
ma de seguro social; es decir, su financiamiento descansaba básicamente
en los mismos beneficiarios y la calidad y magnitud de los beneficios esta-
ban en relación al monto del aporte. Una segunda característica importante
de estas medidas es que no estaban dirigidas y, de hecho, no cubrían a los
pobres en cuanto tales, sino a los asalariados. Es decir, los pobres sin tra-
bajo quedaban tan desprotegidos como antes. Esto constituyó una pauta es-
table del EB alemán, ya que la mayor parte de los gastos del mismo funcio-
na (aún hoy) según la lógica del seguro.
La ley de junio de 1883 sobre asistencia por enfermedad obligatoria era
financiada por los trabajadores y los patrones y gerenciado por un ente au-
tónomo con control del Estado. Tal como menciona Rosanvallon, los obreros
estaban en mayoría en la institución y gerenciaban un patrimonio colectivo
que fue fundamental en la historia de la socialdemocracia alemana.
Otra ley de 1884 establecía un seguro en caso de accidentes laborales,
financiado a través de los aportes de empresarios cuya cobertura se relacio-
naba a los casos de invalidez total o parcial.
En tercer lugar, un seguro por incapacidad y vejez, que entró en vigor en
1889 e instituía un primer seguro obligatorio de retiro financiado por em-
pleadores y obreros. El alcance de estas leyes se expandió y otorgó cobertu-
ra a nuevos grupos de trabajadores en las dos primeras décadas del siglo
XX y fue institucionalizado en el Código de Asistencias Social de 1911. En
Alemania, así, encontramos el primer sistema de protección obligatoria aun-
que, tal como dijéramos al comienzo, incluía exclusivamente a la población
asalariada.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, con el advenimiento de la Repúbli-
ca de Weimar y el primer gobierno socialdemócrata se amplió el sistema a
través de un seguro de desempleo completado en 1927 y el establecimien-
to de la jornada laboral de ocho horas. De esta manera, se buscaba dar res-
puesta a la crítica situación de la desocupación, que alcanzó altísimas tasas
en la década del ‘20.
Este tipo de políticas se expandió en la mayoría de los países de Europa
occidental entre fines del siglo XIX y la década de 1930. En general, estos

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Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

seguros nacieron cubriendo determinadas ramas de actividad (normalmen-


te, las que involucraban las industrias más dinámicas que eran, a su vez, las
que habitualmente tenían las organizaciones obreras mejor organizadas y
con mayor capacidad de lucha); y luego se expandieron en procesos más o
menos lentos según el país a otras ramas de actividad. Pero hasta la segun-
da posguerra no tuvieron carácter universal, y ni siquiera entonces el carác-
ter universal fue común a todos los países.
Al igual que en toda la Europa capitalista, la prioridad alemana en la pos-
guerra fue restablecer los niveles de rentabilidad existentes antes de la des-
trucción bélica. Para ello el requisito previo básico fue la subordinación de la
fuerza laboral. Obviamente, los nazis habían destruido el movimiento laboral
de entreguerras, pero inmediatamente después del término de la Segunda
Guerra Mundial, las autoridades de ocupación favorecieron el restableci-
miento de sindicatos fuertes y, en la zona británica de Alemania, incluso, el
establecimiento de un alto grado de control estatal sobre la economía. En
este entorno, incluso los demócrata cristianos eran partidarios de un nuevo
orden con rasgos socializantes de la sociedad y varios Lander (división polí-
tico- administrativa federal de Alemania) aprobaron leyes que favorecían el
derecho a la co-decisión por parte de los sindicatos y consejos laborales, en
todos los niveles de determinación económica. De este modo, los trabajado-
res alemanes pudieron moverse rápidamente para establecer consejos en
las fábricas, que a menudo mantenían la producción en ausencia de los an-
tiguos propietarios. Pero, cuando a comienzos de 1946 los obreros de Ham-
burgo organizaron un sindicato socialista Libre, políticamente radical, las au-
toridades de ocupación lo suprimieron rápidamente. En 1947-48, bajo
condiciones de extrema privación debido a los trastornos económicos y a la
escasez de alimentos, los obreros alemanes comenzaron a hacer huelgas
masivas en las cuales las exigencias para la socialización de parte o toda la
economía eran puntos importantes. Este movimiento fue rápidamente derro-
tado o desviado de su propósito por la presión combinada de las autorida-
des de ocupación, el gobierno alemán y los empleadores privados. Estos úl-
timos, después de aguantar el efímero compromiso de las fuerzas de
ocupación con la desnazificación y el desmantelamiento de las grandes cor-
poraciones, pronto pudieron restablecer las mismas asociaciones de nego-
cios que habían utilizado durante los años de la república de Weimar y los
nazis. En 1948 una serie de medidas económicas “draconianas” tuvo como
consecuencia directa la elevación del desempleo del 4,5% al 12% en 1950.
Este solo hecho puede explicar en alto grado la desarticulación de la resis-
tencia de la clase obrera. En este escenario, una dirección sindical conser-
vadora que había jugado un papel importante, desde fines de la guerra, en
la restricción de la militancia radicalizada de los trabajadores, consolidó su
poder. Pronto surgió un movimiento sindical centralizado y altamente integra-
do con sólo 16 sindicatos que consideraba que una de sus tareas principa-
les era hacer que las exigencias de los trabajadores fueran coherentes con
los requerimientos de rentabilidad y competitividad.
Hacia 1960 la situación económica había cambiado radicalmente. Las
penurias de la posguerra habían sido dejadas atrás y Alemania disfrutaba
una situación de pleno empleo (el desempleo se ubicaba por debajo del
1%). Sin embargo, el movimiento laboral alemán no aprovechó esas condi-
ciones para aumentar su poder político o institucional. Al contrario, según to-
das las informaciones, fue puesto aún más a la defensiva por los empleado-

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Universidad Virtual de Quilmes

res cada vez mejor organizados y cuya presión contribuyó a una realineación
del centro de gravedad en el movimiento sindical hacia la moderación. Aun-
que la presión de los empleadores fue un factor, no hay muchas pruebas de
que el movimiento sindical haya siquiera intentado explotar la escasez de
mano de obra. Los sindicatos buscaron más bien ventajas salariales aproxi-
madamente de acuerdo con la productividad. Hasta 1958, generalmente hu-
bo una huelga importante cada año. Después de esa fecha las acciones
huelguísticas oficiales prácticamente desaparecieron hasta 1969-70.
Fue en este marco político y social que el EB alemán tomó sus notas dis-
tintivas. Desde un punto de vista institucional se basó sobre cinco pilares:

a) los seguros públicos contra los riesgos esenciales de la vida (vejez/inva-


lidez, enfermedad, desempleo transitorio)
b) los subsidios directos e indirectos provenientes de los presupuestos es-
tatales para personas necesitadas
c) los gastos obligatorios de las empresas (en particular: continuación del
pago de salarios a los trabajadores enfermos)
d) educación escolar y universitaria, en gran medida gratuita, a disposición
de todos los residentes
e) subsidios y exenciones tributarias para amplias capas de población (fa-
milias con niños, ahorradores, compradores de vivienda propia y otros).

A estos pilares visibles se debe agregar uno disfrazado, que consistió en los
subsidios a varias actividades económicas que por sí solas no eran viables
en el mercado (particularmente la agricultura y la minería del carbón).
Lo anterior se traduce en que el EB en Alemania está estrechamente liga-
do al trabajo dependiente. Esta conexión con el trabajo dependiente tiene
consecuencias importantes:

• El sistema protege a los ciudadanos solamente en la medida en que ten-


gan trabajo asalariado.
• Las finanzas del sistema dependen de la cantidad de la gente empleada
y sufren cuando el desempleo crece.
• Los costos del seguro social afectan al costo del factor trabajo para las
empresas, entran en los precios de sus productos e influyen sus decisio-
nes con respecto al empleo de trabajadores y a la localización de inver-
siones entre Alemania y el extranjero.

Esta particular configuración del EB no es privativa de Alemania (ya que con


sus diferencias, también se encuentra en Austria, Francia, Italia, Suiza, entre
otros) cuya gran prosperidad que duró unos veinte años aproximadamente
no se debió tanto al conjunto de seguros, subsidios y bienes públicos, como
al pleno empleo con salarios aceptables. Cuando desde mediados de los
‘70 el desempleo abierto y disfrazado empezó a afectar a una minoría cada
vez más grande, el conjunto de los arreglos institucionales del EB de esta
modalidad basada en el seguro, mostró su debilidad para seguir garantizan-
La información para Alemania fue do esos niveles de prosperidad para la mayoría de los trabajadores. En la
obtenida de: ISUANI, E. A., RUBÉN medida en que la “economía” lo confrontaba con una marcada cantidad de
LO VUOLO Y EMILIO TENTI FANFANI víctimas del mercado, su efectividad se reducía cada vez más a dos funcio-
(1991), GALBRAITH, J. K. (1994),
PFALLER, A. (2000), nes: a) la protección contra la miseria; y b) la continuación del estatus eco-
BRENNER, R. (1998) nómico adquirido más allá de la vida activa (jubilaciones).

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Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

1.1.2. Dinamarca

Dinamarca, que terminaría desarrollando uno de los Estados de Bienestar


más completos bajo lo que se ha dado en llamar el modelo nórdico de EB,
muestra un buen ejemplo de cómo fue la evolución del proceso a través del
cual los Estados nacionales europeos fueron asumiendo responsabilidades y
atribuciones en materia social. En 1708, la Ley sobre la Pobreza impuso a ca-
da parroquia la obligación de hacerse cargo de la manutención de sus parro-
quianos necesitados no aptos para el trabajo, mientras que los aptos eran
destinados a trabajos forzados en, por ejemplo, los correccionales. A partir de
1803 se instauró un impuesto destinado a cubrir los gastos parroquiales de
asistencia a los indigentes. Los beneficiarios de dicha asistencia no podían
sufragar ni contraer matrimonio, entre otras restricciones. En 1856 se creó
por ley la Caja de los Pobres, financiada a través de contribuciones particula-
res, entre ellas, las limosnas recolectadas por la iglesia. Dicha caja tenía co-
mo propósito asistir a los indigentes antes de que se vieran obligados a recu-
rrir a la asistencia pública, lo que les privaría de sus derechos de ciudadano.
En 1891 la Ley de Ayuda a la Vejez y la revisión de la Ley sobre Pobreza,
introducen la subvención pública para los tratamientos médicos y los servi-
cios funerarios. Pero más importante fue que la Ley de Ayuda a la Vejez in-
trodujo el principio de que los ciudadanos mayores de 60 años accedían al
estatuto de necesitados meritorios, es decir, que ser sujetos de esta ayuda
o beneficio no los hacía perder derechos ciudadanos, lo que suprimía el ca-
rácter de limosna que tenía hasta ese momento la ayuda social y a su vez
obtendría un financiamiento estatal.
En 1898 entró en vigor una ley sobre el seguro de accidentes. En 1907
el Estado empezó a subvencionar las cajas de desempleo sin que ello signi-
ficara la pérdida de los derechos de ciudadano del beneficiario. En 1921 se
aprueba la ley de ayuda en caso de invalidez bajo el mismo principio.
En 1933 tiene lugar una gran reforma social que por primera vez estable-
ció como principio general que la condición de beneficiario de la ayuda so-
cial del Estado no anulaba los derechos ciudadanos. Sin embargo, dichas li-
mitaciones no fueron completamente suprimidas hasta la aprobación de la
ley de 1961 sobre la asistencia pública.
Es recién después de 1945 cuando se empiezan a generar marcos uni-
versales de beneficios. Es el caso de la ley de pensiones de vejez e invali-
dez de 1956 que introduce el principio según el cual todo ciudadano tiene
derecho a percibir una pensión de vejez independientemente de su fortuna,
sus ingresos, su actividad profesional y sus ingresos anteriores. En 1960 se
aprueba el régimen de salarios en caso de enfermedad; en 1965 el seguro
de invalidez; en 1970 la ley sobre la seguridad social. En 1973 se creó el
seguro obligatorio de enfermedad financiado mediante impuestos genera-
les, a la vez que se adoptó la reforma del subsidio en caso de enfermedad
que aseguraba a todos los asalariados contra la pérdida de ingresos duran-
te el período de enfermedad.
En 1974 entró en vigor la Ley de Asistencia Social que introdujo una es-
tructura única que implicaba que cualesquiera que fueran las razones de la
situación de necesidad social, la oficina de asistencia social municipal esta-
ba obligada a hacerse cargo de los problemas.
Este proceso de desarrollo de la fórmula de EB en Dinamarca tuvo lugar
en un determinado contexto sociopolítico. En 1945, como en toda la Europa

19
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occidental, Dinamarca tuvo que concentrarse en normalizar su situación po-


lítica. Como en todo los países ocupados por el nazismo, los propósitos ini-
ciales de ajustar cuentas con los colaboracionistas se detuvieron rápida-
mente, luego de enjuiciar a algunos nazis declarados. También como en la
mayoría de los países de Europa continental, el Partido Comunista salió muy
fortalecido de la Segunda Guerra gracias a la conducta de su organización y
militantes en la lucha contra el nazismo y sus colaboradores. Y al igual que
en los otros países, el resto de los partidos políticos generaron diversas
alianzas que excluían y trataban de anular el peso electoral del Partido Co-
munista; resultado que consiguieron (lo mismo que en el resto de Europa
occidental).
La situación económica en la primera década de posguerra fue particular-
mente difícil en Europa y Dinamarca no fue una excepción. Recién a media-
dos de la década de 1950 una coalición de la socialdemocracia, el Partido
Radical y los Georgistas, disfrutó de la primera coyuntura económica favora-
ble. Es por esto que es recién a partir de esta fecha cuando el Estado co-
mienza a dar respuestas en cuanto a una mayor protección social de sus
ciudadanos.
A mediados de la década de 1960 en sintonía con lo que ocurría en el
resto de los países capitalistas avanzados, las generaciones jóvenes empe-
zaron a desarrollar una serie de batallas político culturales. Como se sabe,
los temas de esta lucha fueron muchos y variados: protestas contra el rear-
me nuclear, contra la guerra de los EEUU en Vietnam y, en general, por pro-
cesos democratizadores más profundos e integrales, en las fábricas, univer-
sidades y en el sistema político todo. Este Estado de movilización fue
coincidente con una renovada fuerza de las corrientes ideológicas marxistas
y de otras expresiones radicalizadas. Fueron comunes en los diez años que
mediaron entre 1965 y 1975 las nuevas formas de activismo: marchas de
La información para
protesta, ocupación de casas, fábricas y universidades, las huelgas salva-
Dinamarca fue obteni- jes, las representaciones callejeras, etc.
da de: PLOUG, N. Y NIELS FINN
CHRISTIANSEN (2002)
1.1.3. Los países nórdicos: Suecia, Noruega y Finlandia

Históricamente, los EB de los países nórdicos se basaron en primer lugar en


la existencia de un compromiso de clases entre empresarios y sindicatos,
que se concretó en la firma de acuerdos de base en los años 30 en Suecia
y Noruega, y después de la Segunda Guerra Mundial en Finlandia. Estos
compromisos se negociaron en caliente la mayoría de las veces y pretendían
poner fin a una situación de conflictos industriales intensos con huelgas y
cierres patronales. A través de esos compromisos se institucionalizaron de
forma duradera el reconocimiento del uso de prerrogativas patronales y en
contrapartida el ejercicio de ciertos derechos sindicales y de la negociación
colectiva. Estos históricos compromisos de clases fueron posibles y durade-
ros por la existencia de condiciones políticas favorables como la presencia
de coaliciones políticas en las que los socialdemócratas ocuparon a partir
de los años 30 y durante mucho tiempo un lugar destacado.
La fuerza principal de la socialdemocracia de los países nórdicos residió
en su carácter y en su capacidad reformadora. A cambio de aceptar el desa-
rrollo tecnológico, la racionalización de las empresas, la movilidad en el mer-
cado de trabajo y la moderación salarial, que debían contribuir a un creci-
miento activo y a la estabilidad de los precios, el proyecto socialdemócrata

20
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

ofrecía a las clases trabajadoras el pleno empleo, la solidaridad salarial y


las ventajas del Estado providencia.
Tanto el sindicalismo como los empresarios optaron prontamente por una
pauta de organización y funcionamiento con un alto grado de centralización;
esto les permitió ejercer un grado de disciplina interna relativamente eleva-
do sobre sus miembros, lo que era una condición organizativa necesaria pa-
ra el funcionamiento del modelo de EB de estos países. Por lo tanto, y como
consecuencia de esta pauta de organización, la negociación colectiva, insti-
tución clave del EB, se estructuró de manera más centralizada que en otros
lugares, lo que a su vez permitió mantener los grandes equilibrios económi-
cos y las políticas de solidaridad salarial típicas de este modelo.
Los objetivos específicamente nórdicos de la política de solidaridad sala-
rial fueron tradicionalmente los siguientes:

a) desarrollar una estructura salarial basada no en el resultado económico


de los diferentes sectores o empresas, sino en la naturaleza y exigencias
del trabajo efectuado, a fin de reducir las diferencias salariales entre sec-
tores industriales con altas tasas de beneficio y los de menor beneficio,
entre empresas rentables y menos rentables, entre puestos calificados y
menos calificados
b) ser un factor de moderación de los salarios que permitiera contener las
reivindicaciones de los sectores rentables y dinámicos orientados a la ex-
portación y sometidos a los azares de la competencia internacional
c) la norma media establecida interprofesionalmente debía contribuir a eli-
minar las empresas no eficientes, animando con ello a las empresas a
racionalizar muy pronto su producción y gestión
d) debía facilitar la movilidad en el empleo; en efecto, en un sistema salarial
con reducidas desigualdades sectoriales y entre empresas, la pérdida de
las ventajas adquiridas es poco importante para un asalariado que cam-
bia de empresa. La movilidad geográfica y sectorial era precisamente una
de las piezas clave del pleno empleo.

El modelo nórdico de EB, como dijimos, tiene como uno de sus ejes centra-
les la negociación salarial paritaria. En este esquema el Estado tiene un rol
importante que cumplir. El objetivo de su intervención era, generalmente, ha-
cer aceptables las políticas de austeridad salarial en el marco de un cambio
político mayor del cual solamente el Estado llevaba las riendas. Estas políti-
cas de austeridad tenían como fundamento político y económico la doble
La información para
preocupación de salvaguardar el pleno empleo y velar por la competitividad
estos países nórdicos
de la economía. fue tomada de: GOETSCHY, J.
(1994)
1.1.4. Gran Bretaña

La necesidad de una intervención directa del Estado para dar respuesta al


problema de la miseria y de la desprotección en caso de enfermedad o vejez
entró en la agenda política en la época anterior a la Primera Guerra Mundial.
Una serie de estudios alarmaban sobre la magnitud de la pobreza y el au-
mento de la desocupación y abrían interrogantes sobre su posible solución.
Una comisión real fue convocada para estudiar la reforma de la asistencia
pública. Beatrice y Sidney Webb, líderes del movimiento fabiano –utópicos-
serían sus principales impulsores y en 1909 exponían su Reporte en Mino-

21
Universidad Virtual de Quilmes

ría en el que planteaban la necesidad universal de un mínimo de vida civili-


zada que debía ser objeto de la responsabilidad solidaria de la sociedad. A
comienzos de la década de 1910, el liberal David Lloyd George en su condi-
ción de ministro de hacienda, presentó un presupuesto que incluía la finan-
ciación de los seguros sociales. Este proyecto generó un largo y ríspido de-
bate que culminó con la base de la implementación de la ley de seguros de
1911. Tres años antes, la primera Ley de Pensiones fue rápidamente sancio-
nada y llegaba al parlamento con el acuerdo entre el gobierno liberal y los
trabajadores. En cambio, la propuesta de seguro de salud trajo aparejadas
tantas negociaciones que a lo largo del debate parlamentario fue perdiendo
el objetivo de la cobertura universal debido a la fuerte oposición de las aso-
ciaciones de caridad, los médicos, las empresas de seguros y de sus em-
pleados. En el mismo año se creó un seguro de desempleo que, por sus ca-
racterísticas, en poco tiempo se tornó insuficiente para dar respuesta al
problema de la desocupación. Durante los años ‘20, el problema del desem-
pleo se incrementó sensiblemente y se agravó con la crisis de 1930. Este
Fondo de Desempleo se vio desbordado por la falta de recursos y el gobier-
no se concentró en la creación de una Junta de Asistencia al Desempleo cu-
yo objetivo era prestar ayuda al creciente número de pobres. Paralelo al pro-
ceso social, el economista liberal John Maynard Keynes señalaba la
necesidad de que el Estado tomara medidas que permitieran aumentar el
gasto público, a los efectos de garantizar la demanda, para asegurar un de-
terminado nivel de la actividad económica y el pleno empleo y evitar, de es-
ta manera, el aumento de la conflictividad social. Las ideas de Keynes se
complementaron con los planteos de otro liberal, William Beveridge, autor
del informe de 1942 que proponía un plan de reforma del sistema de políti-
cas sociales que rompe con la versión restrictiva de la asistencia social y
obedece tal como dice el llamado Plan Beveridge a tres ideas principales.
La primera es que cualquier proposición debería aprovechar la experien-
cia ganada en el pasado y no debería estar limitada por los intereses de gru-
pos establecidos que se han aprovechado de esta experiencia. En el mo-
mento en que la guerra borraba todas las diferencias, se presentaba la
oportunidad de usar la experiencia en un campo sin vallas. “Un momento re-
volucionario en la historia del mundo es una etapa para revoluciones y no
para enmiendas” (BEVERIDGE, 1942).
La segunda idea, es que la organización de la seguridad social debería
considerarse solo como parte de una amplia política de progreso social. El
seguro social completamente desarrollado podría proporcionar seguridad de
ingresos; estaba pensada como un ataque contra la necesidad. Pero la ne-
cesidad era considerada sólo una de las cinco rutas de la reconstrucción y,
en cierta manera, la más fácil de atacar. Las otras eran la enfermedad, la ig-
norancia, la indigencia y la ociosidad.
La tercera idea es que la seguridad debería realizarse en cooperación en-
tre el Estado y el individuo. El Estado debería ofrecer seguridad social a
cambio de trabajo y contribución. Al organizar la seguridad, el Estado no de-
bería suprimir el incentivo, la oportunidad y la responsabilidad; al establecer
un minimum racional debería permitir e incitar al individuo a mejorar este mi-
nimun en su propio provecho y el de su familia.
El Plan preconizaba la unificación de todos los sistemas existentes, la ex-
tensión del seguro a todos los ciudadanos en general y la incorporación de
la asistencia social subsidiaria bajo el control de una sola autoridad, finan-

22
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

ciada por una sola contribución y otorgando idéntica prestaciones por la pér-
dida del salario, independientemente de la causa de esta pérdida. Conserva-
ba, sin embargo, el principio de la contribución tripartita, el de las contribu-
ciones fijadas independientemente de las ganancias y el de la
administración descentralizada en regiones y localidades, en estrecha coo-
peración con las comunidades. La conservación de un importe igual de las
prestaciones aunque elevadas al nivel necesario de la subsistencia y la ex-
clusión de la determinación del grado de necesidad del individuo para las
pensiones contributivas, se hacen con el objeto de dejar un vasto campo pa-
ra el seguro voluntario complementario y para el ahorro. Se afirma en los
considerandos del informe que: ”El plan en sí mismo es esencialmente un
plan de seguro que cubre al conjunto de la población activa, que cubre los
riesgos generales de pérdida de los medios de subsistencia. Sin embargo,
está explícitamente entendido que el plan será complementado por asigna-
ciones infantiles, por un servicio médico nacional y por una política estatal
de manutención de empleo.”
La preocupación era asegurar niveles de vida mínimos para toda la pobla-
ción, a partir de reunir los recursos de la sociedad en su conjunto y distribuir
los riesgos, para garantizar a todos los ciudadanos la protección “desde la
cuna hasta la tumba”, como se decía en la época.
Es un sistema generalizado, que afecta al conjunto de la población, es un
sistema unificado, centralizado y uniforme y est asociado al pleno empleo.
Los conservadores que venían gobernando el país desde hacía décadas
perdieron el consenso de la sociedad en la segunda posguerra. El Informe
Beveridge había tenido el mérito de generar un consenso nacional en torno
a la cuestión social. Sin embargo, esto no se tradujo en el apoyo popular al
gobierno conservador. Los primeros 18 meses de gobierno laborista produ-
jeron una profunda transformación de la economía británica. Las medidas
socializadoras apenas encontraron dificultades de aplicación en el ambiente
de la época, porque, además, las compensaciones que obtuvieron los pro-
pietarios afectados fueron generosas. Ese primer gobierno de posguerra la-
borista fue un caso excepcional también en cuanto a su origen social. De un
total de veinte ministros, doce procedían de la clase obrera. El panorma que
enfrentó este gobierno no era menos difícil que el del resto de los países
europeos involucrados en la guerra. Durante ésta, había perdido una cuarta
parte de su riqueza nacional y un 28% de su flota; la deuda pública se había
triplicado y los problemas de la libra esterlina alcanzaron especial gravedad.
El Partido Laborista no tenía planes sistemáticos para las nacionalizaciones
de las grandes industrias, pero sin embargo, en 1946 fueron nacionalizados
el Banco de Inglaterra y la Aviación Civil; en 1947, lo fueron la industria del
carbón, telégrafos y teléfonos, en 1948 fueron nacionalizados el transporte
y la electricidad; el gas en 1949 y en 1951 el hierro y el acero.
Pero la obra más importante de los laboristas en el poder consistió en la
difusión del Welfare State (Estado de Bienestar). La verdadera novedad, al
igual que en los otros países, fue el objetivo de llegar a la universalización
de los servicios sociales. El EB se concretó en dos medidas especialmente
importantes: el National Insurance Act, el llamado Plan Beveridge y el Natio-
nal Health Service Act o seguro de salud, ambas de 1946. Lo más controver-
tido resultó la nacionalización de los hospitales.
Particularmente interesante es destacar que el Partido Conservador no
se oponía a la política social laborista. En 1951 los Conservadores retornan

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al gobierno con W. Churchill e incluso profundizan las políticas del bienestar,


impulsando, por ejemplo, la política de viviendas para los sectores trabaja-
dores. La dureza de la primera década de posguerra se ejemplifica también
en Gran Bretaña donde sólo en 1954 concluyó el período de racionamiento
presente desde los inicios de la Segunda Guerra.

1.1.5. Estados Unidos

En Estados Unidos, la existencia de una estructura asistencialista societal


había permitido dar respuesta a las necesidades básicas de la población sin
alterar los supuestos del liberalismo. Una red de instituciones de caridad,
en muchos casos de carácter religioso, cubría algunas necesidades de los
pobres y de los enfermos de cada comunidad por lo que la formación de po-
líticas sociales de alcance nacional son tardías. Un sistema de pensiones
heredado de la Guerra de Secesión sólo brindaba cobertura a un porcentaje
mínimo de los ancianos. Por otra parte, estas acciones dejaban afuera a la
gran mayoría de la población que tenía necesidades insatisfechas en mate-
ria social y no podían cubrirlas por sus propios recursos. Aun cuando la red
asistencial resultara insuficiente, el sistema federal de gobierno no posibili-
taba la sanción de leyes nacionales de seguridad social que interfirieran con
las decisiones políticas tomadas por cada uno de los Estados. Recién con la
crisis del ‘30 se logró un acuerdo político que permitió la implementación de
un nuevo sistema. Cuando en 1932, Franklin Delano Roosevelt resultó elec-
to se impulsaron medidas orientadas a dar respuestas a las situaciones de
mayor gravedad que afectaban a la sociedad estadounidense. Estas iniciati-
vas fueron el comienzo del programa de gobierno conocido como New Deal.
La sanción de la Ley de Seguridad Social, recuperaba tres proyectos: un fon-
do de pensiones basado en el ahorro de cada asalariado para asegurar una
pensión para su vejez, un seguro de desempleo y subsidios familiares. Este
fue el andamiaje institucional que sentó las bases de la nueva política de
bienestar que se desarrolló a partir de los años ‘50 junto con medidas que
promovieron una mejoría en las condiciones laborales. Las leyes de protec-
ción federal a las negociaciones sindicales, la fijación del límite máximo de
horas de trabajo y del salario mínimo de la mayoría de las categorías profe-
sionales fueron el otro soporte lega. Los sindicatos, cada vez más fuertes,
apoyaron la profundización del New Deal.

1.1.6. Reflexiones

Estas breves notas sobre algunos desarrollos nacionales en el contexto eu-


ropeo y Estados Unidos del EB permiten precisar ciertos rasgos comunes
que es importante resaltar.
En primer lugar, más allá de que, en los estudios que se empezaron a ha-
cer a partir de la década de 1960 sobre las intervenciones sociales de los
Estados nacionales, se planteaba el surgimiento del EB a fines del siglo XIX,
el hecho es que esta caracterización empezó a usarse recién durante la Se-
gunda Guerra y se popularizó en la posguerra. Esta denominación hacía alu-
sión a un modo particular de intervención estatal en el terreno social que
sólo fue característico de la etapa iniciada durante la Segunda Guerra y que
alcanzó su máximo desarrollo en las tres décadas posteriores. Por lo tanto,
a pesar de que hay muchos estudios que hablan de Estado de Bienestar, ya

24
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

a fines del siglo XIX, en este texto se considera tal perspectiva un exceso de
extrapolación. Por el contrario, lo que se inició en Alemania en la década de
1880 fue la asunción por los Estados nacionales de los países industriales
avanzados de la cuestión social como un tema de su agenda. De la mano
del desarrollo de la organización de la clase obrera y de su mayor capacidad
de presión y del consecuente aumento de la confrontación de clase, los Es-
tados nacionales empiezan a combinar las tradicionales políticas represivas
con respuestas conciliatorias de protección social para los trabajadores ga-
rantizadas legalmente. Los desarrollos en este terreno ocurridos entre fines
del siglo XIX y la década del 30 modelaron en gran medida las formas que
tomarían los Estados de Bienestar a partir de fines de esta década y sobre
todo a partir de la posguerra.
En segundo lugar, es importante no perder de vista que en ningún mo-
mento las políticas atribuibles al EB o al keynesianismo pueden ser con-
fundidas con algún interés por abandonar el modo de producción capitalis-
ta a favor de formas socialistas. Por el contrario, el objetivo último fue
siempre la preservación y el mayor desarrollo posible del capitalismo a ni-
vel de cada nación. Por lo tanto, los gobiernos estaban obligados “a hacer
que la rentabilidad de ‘sus’ capitalistas fuera una prioridad”. De ello se
derivaba, como una de las consecuencias más paradójicas en el período
de posguerra, que

❘❚❚ “los sindicatos y los partidos socialdemócratas generalmente aceptaron el


principio de la primacía de las utilidades e intentaron imponerlo a sus seguido-
res. En proporción directa al grado en que han sido bien organizados, podero-
sos y reales representantes de la clase trabajadora en general, los sindicatos
y los partidos socialdemócratas han sistemática y conscientemente intentado
evitar que el crecimiento salarial amenace la rentabilidad en interés de la acu-
mulación de capital y crecimiento que ellos consideraban una condición previa
para las conquistas materiales de la clase trabajadora. En la medida en que
un aumento en las exigencias materiales de los trabajadores hubiera sido res-
ponsable por la disminución de la rentabilidad, los sindicatos oficiales y los
partidos socialdemócratas habrían ciertamente usado su poder para revertir
ese desarrollo.” (BRENNER, R. 1998) ❚❚❘

En tercer lugar, este “acuerdo o compromiso entre el capital y el trabajo” só-


lo fue posible luego de la derrota de las luchas obreras. Esta derrota se dio
en distintas etapas. En un primer momento, a lo largo de la década de
1930, producto del ascenso de los gobiernos fascistas o nazis. En un se-
gundo momento, en los primeros años de la posguerra en los países euro-
peos y en EEUU. Por lo tanto, sólo a posteriori y en base a la previa subordi-
nación de la clase obrera fue posible la aceptación de los términos de este
acuerdo. Esto es importante porque, en realidad, sólo a partir de la década
del ‘60 y hasta la del ‘70 los sectores asalariados disfrutaron de un están-
dar de vida razonablemente aceptable. En los primeros diez o quince años
de la posguerra, el esfuerzo de recomposición de las economías nacionales
luego de la destrucción masiva ocasionada por el conflicto bélico se realizó
en base a la contención de los costos de producción, entre los cuales la
contención salarial fue una de las piezas clave.

25
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“Los aumentos de capital fueron protegidos por la decisiva


derrota en la posguerra de las revueltas trabajadoras y la
emergencia de nuevas organizaciones sindicales conserva-
doras que dieron prioridad a la necesidad de acumulación
de capital. Durante los años 30, tanto en Alemania como en
Japón, regímenes fascistas y autoritarios habían destruido
las organizaciones obreras domésticas. Pero justo después
de la derrota militar, en ambos países se produjeron rebelio-
nes obreras militantes, inicialmente alentadas por las políti-
cas pro sindicalistas de las fuerzas de ocupación. Sin embar-
go, con la llegada de la Guerra Fría, las autoridades
estadounidenses de ocupación cambiaron radicalmente de
postura. Se unieron a los gobiernos conservadores y a los
empleadores partidarios de la línea dura para reprimir siste-
máticamente dichos levantamientos (como en Japón) o con-
tenerlos (como en Alemania). Es verdad que después de la
Segunda Guerra Mundial, con la consolidación en ambos
países de regímenes formalmente democráticos, los movi-
mientos obreros de Alemania y Japón lograron por primera
vez un lugar reconocido y relativamente seguro. Esto indu-
dablemente les daría una considerable influencia en lo refe-
rente a mantener su estándar de vida cuando la economía
internacional comenzó a declinar después de 1973. Queda
el hecho de que el boom de posguerra en ambos países se
basó más en la derrota de la fuerza laboral que en su reco-
nocimiento, más en la subordinación explícita del trabajo
que en una supuesta consolidación de un ‘acuerdo capi-
tal/trabajo’. En especial, las largas oleadas de acumulación
de capital que crearon la larga fase ascendente de la década
del 50 fueron condicionadas por el logro de tasas de utilida-
des extraordinariamente altas que a su vez, se basaron en la
represión del trabajo y su consecuente aceptación de bajos
salarios, de crecimiento lento (respecto al crecimiento de la
productividad). De este modo, fue la larga expansión de
posguerra en sí misma la que hizo posible las considerables
ventajas materiales de la fuerza laboral y su ulterior (aunque
parcial) integración sociopolítica mediante las emergentes
burocracias sindicales, y no viceversa.
Por supuesto que la derrota y subordinación de la fuerza la-
boral no puede comprenderse meramente como un reflejo
del desarrollo posterior de estas economías sino que fue el
resultado “de luchas de clase a gran escala llevadas a cabo
implacablemente por los empleadores a comienzos y me-
diados de los años 50. Sin embargo, una vez que fueron su-
ficientemente controlados como para eliminar cualquier
cambio radical en las instituciones, los trabajadores alema-
nes y japoneses tendieron a considerar que no tenían más
opción que asociar su destino al de ‘sus propias’ empresas”.
(BRENNER, R. 1998)

26
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

1.2. Los inicios del debate


Muchas de las obras de referencia para el estudio del EB tienden a conside-
rar que éste comenzó a implantarse en los últimos decenios del siglo XIX,
con las medidas de protección social impulsadas por el Canciller Bismark en
Alemania y que llega hasta nuestros días, reconociendo distintas etapas en
su desarrollo. La primera, duraría desde estos comienzos hasta aproximada-
mente la Gran Depresión. La segunda, desde la crisis de 1929 hasta la fina-
lización de la Segunda Guerra. La tercera, desde entonces hasta mediados
de la década de 1970. Y la cuarta, sería la de su crisis y búsqueda de nue-
vos arreglos institucionales, congruente con las nuevas formas del desarro-
llo capitalista, y que llegaría hasta nuestros días.
La tercera etapa, en esta perspectiva, es, por un lado, la de mayor desa- Para una mirada de
tipo histórica reco-
rrollo del Estado de Bienestar; y, por el otro, la de su conjunción con la má-
mendamos dos autores (y
xima expansión del modo de organización de la producción denominado for- dos de sus obras en parti-
dista y con la orientación de políticas económicas de tipo keynesiana. Es cular) que de maneras dife-
justamente esta conjunción lo que explicaría en buena medida el propio éxi- rentes contribuyen a con-
textualizar el debate que
to del EB en estos años. De esto deriva también la denominación de Estado nos ocupa: por un lado, la
de Bienestar Keynesiano para el EB de este período. Historia del Siglo XX de Eric
Hobsbawm (1995); y por el
otro lado, la Historia de la
economía de John K. Gal-
La lectura del libro de Galbraith permite un recorrido inteligente - y con notas de braith (1994).
fina ironía- por las tendencias teóricas e ideológicas predominantes en los princi-
pales centros de producción académica dedicados a las ciencias económicas y en
los equipos gubernamentales, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos.
Es particularmente interesante la descripción que realiza de las “batallas” li-
bradas a partir de la década de 1930 entre grupos de jóvenes profesionales que
rompían la ortodoxia neoclásica, tanto en las universidades como en áreas, al
principio marginales, del gobierno, y el “establishment” neoclásico conformado
tanto por políticos y economistas como por las organizaciones empresarias y las
propias instituciones universitarias.
Galbraith enhebra con maestría el plano teórico de este debate con sus reali-
zaciones prácticas de políticas públicas que van construyendo los arreglos institu-
cionales que conformarán el Estado de Bienestar.
En Hobsbawm resultan de particular interés, por un lado, la traducción que rea-
liza de las preocupaciones dominantes en los gobiernos europeos y norteamerica-
no en las distintas etapas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y cómo éstas
explican en buena medida las orientaciones principales de las políticas públicas de
los países desarrollados (y que también impactarán en distintas medidas en mu-
chos de los países periféricos). Por otro lado, resulta sugestiva la descripción que
realiza de los treinta años posteriores a la Segunda Guerra, llamados “los treinta
gloriosos” o “la edad dorada” y que constituyen el período de desarrollo del EBK.

En general, la literatura especializada está de acuerdo en señalar que se


empieza a hablar por primera vez de Welfare State en los albores de la se-
gunda posguerra en Gran Bretaña. Hasta ese momento, las diversas medi-
das de protección social encaradas por los gobiernos europeos o estadouni-
denses no habían sido vistas como una propuesta integral, y menos aún
como el desarrollo de un nuevo tipo de estado.
La percepción general seguía explicando los cambios, en todo caso, co-
mo respuestas públicas estatales necesarias a los diversos fenómenos so-

27
Universidad Virtual de Quilmes

ciales o económicos que se habían venido sucediendo: la amenaza revolu-


cionaria en la Alemania de fines del siglo XIX, la presión obrera organizada
en la Inglaterra de principios del siglo XX, las brutales consecuencias socia-
les y económicas de la Gran Depresión en Estados Unidos. Quizás la única
excepción a esto, haya sido Suecia en donde una peculiar combinación de
circunstancias y características originales, dieron lugar ya en la década de
1930 a lo que con pleno derecho puede llamarse Estado de Bienestar (Ver
GALBRAITH, 1994, PP 243-245).
Pero en la mayoría de los países desarrollados, las medidas de protec-
ción social que se habían ido implementando, no habían cambiado las con-
diciones sociales de las mayorías de ningún modo que resultara espectacu-
lar o evidente a simple vista. Por el contrario, dichas medidas no habían
tenido efectos de significación en las dinámicas sociales o en la manera en
que las mayorías se integraban al mercado. Esto no quiere decir que se pon-
ga en duda que estas medidas representaran un avance en las condiciones
de seguridad de amplias masas trabajadoras que, gracias a ellas, se encon-
traban más a resguardo de las arbitrariedades de los mercados de trabajo y
de los riesgos de vida más comunes como la enfermedad y la vejez. Más
bien, aquí se quiere alertar sobre los límites que estas medidas tenían para
modificar la dinámica social y las características de los estados, como sí
ocurriría con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.
Hasta ese momento, además, las políticas en materia de protección so-
cial seguían teniendo altos niveles de resistencia y cuestionamiento desde
diversos sectores sociales y grupos de interés.

❘❚❚ “Bajo el patrocinio de Lloyd George, Ministro de Hacienda de Gran Bretaña,


se adoptaron en 1911 leyes mediante las cuales se implantaron los seguros
oficiales de enfermedad y de invalidez, y posteriormente de desempleo. Con an-
terioridad a esto ya se había promulgado una ley que establecía pensiones de
ancianidad sin aportaciones de los particulares, pero no había previsto las con-
tribuciones necesarias para su mantenimiento. [...]
Paralelamente a la implantación de los impuestos correspondientes – que se
incluyeron por primera vez en el presupuesto de 1910-, la legislación de bienes-
tar social en Gran Bretaña desencadenó conflictos y perturbaciones sociales
sin precedentes. Esta situación dio lugar a que se celebraran elecciones en
1910, a la vez que se suscitó una memorable crisis constitucional, durante la
cual la oposición a los impuestos necesarios, en la Cámara de los Lores, sólo
pudo superarse cuando los liberales amenazaron con crear tantos nuevos pa-
res como fuesen precisos para que se aprobara dicha legislación. Si es verdad
que tanto en Gran Bretaña como en Alemania las medidas de promoción del
bienestar venían a proteger a los afortunados contra futuras agresiones, salta
a la vista que los privilegiados no se daban cuenta entonces de semejante ne-
cesidad. (GALBRAITH, J. K, 1994, P. 230) ❚❚❘

Todavía a mediados de la década de 1930, a pesar de la Gran Depresión


y de que Europa llevaba algunos decenios experimentando diversas medi-
das de protección social sin que el capitalismo se derrumbara, en Estados
Unidos los sectores empresarios seguían irreductibles al avance de estas
políticas.

28
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

❘❚❚ “Ningún texto jurídico en la historia de Estados Unidos fue tan enconada-
mente atacado por los portavoces de [el mundo de los negocios] como el pro-
yecto de la Ley de Seguridad Social. [...] la Asociación Nacional de Fabricantes
declaró que dicha ley facilitaría ‘la dominación definitiva del socialismo sobre la
vida y la industria’; [...] James L. Donnelly, de la Asociación de Fabricantes de
Illinois, proclamó que se trataba de una conspiración destinada a socavar la vi-
da nacional, ‘destruyendo la iniciativa, desalentando el ahorro y sofocando la
responsabilidad individual’; Charles Denby, Jr., miembro de la Asociación Ameri-
cana de Abogados, manifestó que ‘en un momento u otro acarreará el inevita-
ble abandono del capitalismo privado’; y George P. Chandler, de la Cámara de
Comercio de Ohio, dictaminó, de forma algo sorprendente, que la caída de Ro-
ma había sido originada por una medida de esa índole. En una paráfrasis des-
tinada a abarcar todas esas actitudes, Arthur M. Schlesinger, Jr., escribió lo si-
guiente: ‘Con el seguro de desempleo, nadie trabajaría; con el seguro de vejez
y de supervivientes, nadie ahorraría, y el resultado final sería la decadencia mo-
ral, la bancarrota financiera y el derrumbe de la República’. El representante
John Taber, del norte del estado de Nueva York, dijo en el Congreso, como por-
tavoz de la oposición: ‘Nunca en la historia del mundo se ha preconizado una
medida tan insidiosamente destinada a impedir la recuperación de los nego-
cios, a esclavizar a los trabajadores y a eliminar toda posibilidad de que la pa-
tronal cree puestos de trabajo.’ [Finalmente] fue aprobada por abrumadora ma-
yoría”. (GALBRAITH, J. K, 1994). ❚❚❘

1.2.1. La experiencia de la guerra

En realidad, fue la propia guerra la que dirimió en alto grado la suerte del Es-
tado de Bienestar, ya para ese entonces, ligado estrechamente a politicas
económicas de tipo keynesiano.
La guerra influyó de dos maneras principales en lo que pasaría, una vez
finalizada ésta, con el modelo de desarrollo capitalista prevaleciente en los
tres decenios siguientes. Por un lado, en los Estados Unidos – y también
en Gran Bretaña - la propia necesidad política de responder al desafío mili-
tar de los países del Eje (Alemania, Japón e Italia) llevó pragmáticamente a
implementar de manera masiva los postulados de Keynes; básicamente la
pertinencia de la intervención del Estado para elevar el nivel de los gastos
de inversión, la emisión de deuda pública y el aumento del gasto público.
Pero también, la regulación de precios, el aumento de la presión tributaria
y, en general, y posiblemente lo más importante, la legitimidad de la inter-
vención económica y social del Estado como tal, ganada firmemente por los
éxitos obtenidos en el frente militar, pero más importantemente, por los éxi-
tos internos (sobre todo en el caso de Estados Unidos) en materia econó-
mica y social.

“Desde 1939 hasta 1944... el producto nacional bruto en dólares constantes (de
1972) aumentó de 320.000 millones a 569.000 millones de dólares, o sea, que casi
se duplicó. Mientras que se aludía constantemente a las privaciones ocasionadas
por la guerra, lo cierto es que los gastos de consumo personal, también en dólares
constantes, no disminuyeron, sino que por el contrario aumentaron de 220.000 mi-
llones a 255.000 millones de dólares. El desempleo, que en 1939 comprendía el

29
Universidad Virtual de Quilmes

17,2 por ciento de la fuerza de trabajo civil, había descendido en 1944 a sólo el 1,2
por ciento... en el último año completo de guerra los norteamericanos estaban vi-
viendo mejor que en ninguna época anterior. Nadie podía dudar seriamente de
que éste fuera el resultado de una creciente presión de la demanda pública sobre
la economía, pues las compras de bienes y servicios por parte del gobierno federal
durante esos años aumentaron de 22.800 millones de dólares en 1939 a 269.700
millones en 1944. Marte, el dios de la guerra, con su intromisión tan ineludible co-
mo imprevisible, había suministrado a Keynes una demostración más completa de
lo que nadie hubiera podido (ni debido) exigir”. (GALBRAITH,1994, pp. 270 – 271).

Por otro lado, y sobre todo en Europa, la experiencia de una guerra particu-
larmente prolongada y brutal que había implicado para la mayor parte de la
Europa continental sufrir la barbarie de la ocupación nazi, volvía imperativo
atender varios frentes a la vez, con igual prioridad: refundar unas economías
devastadas, luego de una destrucción de fuerzas productivas como no se te-
nía memoria; rearmar sentidos de ciudadanía y de pertenencia nacional lue-
go de años en que la necesidad de sobrevivir había teñido de miserabilidad
la mayoría de las conductas de los seres humanos que vivieron la humilla-
ción y el horror de esa guerra, y más grave aún quizás, la de las institucio-
nes políticas nacionales o locales que habían seguido actuando bajo la ocu-
pación nazi, sirviendo a ésta, y sumando abandono e incluso opresión a los
ciudadanos a los que deberían haber defendido; reparar hasta donde fuera
posible los daños en las vidas y en los patrimonios de las mayorías trabaja-
doras que, sin duda, habían llevado la peor parte de la guerra, tanto en su
condición de soldados como en la de civiles.
Así como en Gran Bretaña y sobre todo en Estados Unidos el Estado na-
cional había salido con su legitimidad particularmente fortalecida, en la Eu-
ropa continental, el Estado debía refundar una legitimidad seriamente daña-
da. La claridad sobre este escenario heredado de la experiencia de la guerra
en los elencos gubernamentales europeos de la posguerra, los inclinó casi
inevitablemente a asumir una lógica de intervención social y económica que
privilegiara el reconocimiento de los derechos políticos, sociales y económi-
cos de las mayorías, al tiempo que se las convocaba para el enorme esfuer-
zo de la reconstrucción.

❘❚❚ “Tampoco cabe dudar de que el capitalismo fuese deliberadamente reforma-


do, en gran medida por parte de los hombres que se encontraban en situación
de hacerlo en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, en los últimos años de la
guerra. Es un error suponer que la gente nunca aprende nada de la historia. La
experiencia de entreguerras y sobre todo la Gran Depresión habían sido tan ca-
tastróficas que nadie podía ni siquiera soñar, ...en regresar lo antes posible a
los tiempos anteriores a las alarmas antiaéreas. Todos los hombres... que es-
bozaron lo que confiaban serían los principios de la economía mundial de la
posguerra y del futuro orden económico mundial habían vivido la Gran Depre-
sión... y por si la memoria económica de los años treinta no hubiera bastado
para incitarles a reformar el capitalismo, los riesgos políticos mortales en caso
de no hacerlo eran evidentes para todos los que acababan de luchar contra la
Alemania de Hitler, hija de la Gran Depresión, y se enfrentaban a la perspectiva
del comunismo y del poderío soviético avanzando hacia el oeste a través de las
ruinas de unas economías capitalistas que no habían funcionado. [...]

30
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

La Gran Depresión se había debido al fracaso del mercado libre sin restriccio-
nes. A partir de entonces habría que complementar el mercado con la planifica-
ción y la gestión pública de la economía, o bien actuar dentro del marco de las
mismas. Finalmente, por razones sociales y políticas, había que impedir el re-
torno del desempleo masivo”. (HOBSBAWM, 1995, PP 274). ❚❚❘

Más allá de la orientación ideológica de los elencos gubernamentales, so-


cialdemócratas o demócratacristianos, más o menos liberales, conservado-
res o socialistas, la necesidad de restablecer la legitimidad social del Esta-
do, de sus estructuras, de sus intervenciones, impulsó en la mayoría de los
países capitalistas de la Europa Occidental el desarrollo de lo que empezó a
llamarse Estado de Bienestar. Obviamente, cada país lo resolvió según sus
propias modalidades. Pero, en la base, todos estaban movidos por la misma
memoria reciente, por las mismas necesidades políticas, por los mismos ob-
jetivos de legitimación. En definitiva, por la misma necesidad de reestable-
cer aparatos estatales fuertes, con control real sobre el territorio y la pobla-
ción, así como con el mayor grado de consenso posible.
Esta necesidad de establecer una especie de “nuevo pacto social” con
sus ciudadanos, se volvía aún más apremiante por el hecho de la existencia
del bloque socialista y del predicamento en alza con el que los partidos co-
munistas europeos salieron de la guerra, toda vez que fueron el núcleo más
consecuente e irreductible en la lucha de resistencia contra el nazismo y el
fascismo.
El temor al avance político de los comunistas, llevó a que en los países
europeos que quedaron en la órbita capitalista, bajo regímenes democráti-
cos, el conjunto de los otros partidos rápidamente concluyeran diversas es-
trategias de alianza que tenían como principal objetivo dejar fuera de compe-
tencia a los partidos comunistas. Cosa que lograron con relativa facilidad.
Sin embargo, la acción comunista siguió siendo relevante tanto como oposi-
ción política como, más importante aún, en las organizaciones sindicales,
particularmente en Francia e Italia; en cambio, el proletariado inglés y ale-
mán se volcó mayoritariamente hacia las versiones socialdemócratas de
sus respectivos países, luego de los años iniciales en los que las expresio-
nes radicalizadas tuvieron que ser dominadas.
Por último, pero no por ello con menor capacidad explicativa, la ya seña-
lada masiva destrucción de fuerzas productivas consecuencia de la Segunda
Guerra, requería ingentes inversiones de capital para recuperar en pocos
años al menos los niveles previos a la guerra. Esto era impensable de ser
llevado a cabo por capitalistas privados en el contexto devastado de la pos-
guerra. Al mismo tiempo, la fundamental ayuda financiera norteamericana
que llegó a Europa a través del Plan Marshall – y que fue la base de la recu-
peración económica - no podía ser cursada y administrada de otro modo que
no fuera a través de los Estados Nacionales. Estos dos factores explican
por sí mismos, así no hubieran existido otras razones, la inevitabilidad de
que los Estados nacionales asumieran la planificación, la regulación, super-
visión y, en muchos casos, la misma ejecución de los proyectos económicos
(obras y servicios) que se pusieron en marcha en los años de la posguerra.
Los Estados europeos, en realidad, no tuvieron opción; debieron convertirse
en gran medida en Estados planificadores y administradores de la actividad
económica y, consecuentemente, de las relaciones sociales básicas - entre

31
Universidad Virtual de Quilmes

empresarios y trabajadores - porque esta tarea exedía en mucho la posibili-


dad del empresariado de asumir por sí la ingente tarea de reconstrucción de
Europa.
Si bien el bienestar social en Europa demoró unos años en hacerse
sentir, ya para mediados de 1950, es decir, una década luego de finaliza-
da la guerra, los cambios eran evidentes y el temor a un nuevo período
de depresión se había disuelto de las preocupaciones cotidianas. Los
países no dejaban de crecer a muy buen ritmo, y al tiempo que la econo-
mía crecía, se dejaban sentir sus efectos benéficos ente la gran mayoría
de la población, gracias a las efectivas intervenciones políticas del Esta-
do y los sistemas de gobierno, en tres áreas en particular, que influyeron
a su vez, en el funcionamiento del sistema económico, a saber: la políti-
ca social y de seguridad social; la regulación política del mercado de tra-
bajo y de pleno empleo, y la política económica en sus dimensiones fiscal
y monetaria.
El mercado de trabajo en esta etapa se convierte en un mercado muy in-
tervenido en el que la relación salarial estará determinada por los convenios
colectivos, por la institución de un salario mínimo fijado por el Estado, y por
el sistema de protección social, financiado por cotizaciones obligatorias; to-
do ello enfocado a que, en última instancia, quedase garantizado el mante-
nimiento de la demanda efectiva y de la rentabilidad empresaria.
Esta dimensión de los nuevos arreglos institucionales, tiene el efecto, a
su vez, de debilitar con bastante eficacia los motivos y razones del conflicto
social y contribuye a hacer más aceptable la situación del trabajo asalaria-
do, al eliminar parte de los riesgos que resultaban de imponer la forma mer-
cancía a la fuerza de trabajo, típica del capitalismo.

La política social, la de regulación del mercado de trabajo y la


política de pleno empleo no son independientes entre sí, sino
que se interrelacionan reforzándose la una a la otra.

Efectivamente, los diversos sistemas de protección social garantizaban el


poder adquisitivo de la población y, por ende, la demanda efectiva como mo-
tor del crecimiento y del sistema productivo, pero tales sistemas son finan-
ciados con las cotizaciones de trabajadores y empresarios y con los recur-
sos del Estado que la política presupuestaria les asigna, de manera que
todos esos sistemas se retroalimentan permanentemente.

1.2.2. T. H. Marshall y Keynes dominan la escena

En los años de la inmediata posguerra lo que dominaba era el consenso y


posiblemente, quien mejor expresó ese estado de cosas existente en ese
momento fue T. H. Marshall, en unas conferencias pronunciadas en la Univer-
sidad de Cambridge, Gran Bretaña, en el año 1949, publicadas más tarde
con el nombre de “Ciudadanía y clase social”.
A partir de la década de 1960, en que se inicia el debate sobre el Esta-
do de Bienestar, la obra de Marshall será la referencia obligada para la ma-
yoría de los autores.

32
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

A partir de este extracto sobre las ideas de T. H. Marshall so-


bre ciudadanía y la relación entre la tendencia a la igualdad
de la que ésta es portadora y la desigualdad producida por un
sistema de clases como el capitalismo, reflexione por qué Bar-
balet puede realizar la siguiente afirmación: “la igualación de
las personas como ciudadanos puede afectar la percepción
social de las diferencias sociales, pero no puede modificar las
relaciones materiales entre las clases. [...]. El desarrollo de los
derechos de ciudadanía solamente puede cambiar la forma en
que la gente se auto identifica”. (BARBALET, J.M., 1993).
El esquema ya clásico de Marshall, planteaba una línea histó-
rico evolutiva de conquista de derechos por parte de los hom-
bres que arrancaba en el siglo XVII con la afirmación de los
derechos civiles (libertad de la persona, libertad de palabra,
de pensamiento y de fe, derecho a la propiedad y derecho a
la justicia); continuaba en el siglo XIX, con la extensión de los
derechos políticos a los varones (como el sufragio y el dere-
cho a ocupar cargos públicos), y alcanzaba su cenit en el si-
glo XX al conquistar los derechos sociales, desde el derecho a
un mínimo bienestar y seguridad económicos, hasta el dere-
cho de compartir plenamente el patrimonio social y a vivir co-
mo un ser civilizado de acuerdo con los patrones vigentes en
la sociedad.
Si bien la ciudadanía es una inquietud central de T.H. Mars-
hall, su interés primordial radica en la incidencia que ella tie-
ne sobre el fenómeno de la desigualdad social. En su opinión,
mientras el desarrollo de la ciudadanía tiende a la igualdad,
las clases sociales constituyen un “sistema de desigualdad”.
Su hipótesis central en este punto es que “la igualdad implíci-
ta en el concepto de ciudadanía, aún cuando limitada en con-
tenido, socava la desigualdad del sistema de las clases socia-
les...” (MARSHALL, 1965, P. 93).
Uno de los aspectos propuestos por este autor que más ha lla-
mado la atención en el debate sobre la ciudadanía moderna,
es su planteamiento de que ésta contendría tres elementos o
componentes: el elemento civil, el elemento político y el ele-
mento social.
El elemento civil estaría compuesto por el conjunto de dere-
chos necesarios que definirían la libertad individual de las
personas, la libertad de expresión, pensamiento y culto, el de-
recho a la propiedad privada, a contraer contratos válidos y,
finalmente, el derecho a la justicia. T.H. Marshall enfatiza que
el derecho a la justicia es de naturaleza especial, dado que
sustenta el derecho a defender y alegar en términos igualita-
rios con los otros miembros de la sociedad todos los derechos
en cuestión, en el marco de un debido proceso legal. En su
opinión, esto mostraría que la institución más directamente li-
gada al conjunto de los derechos civiles son los tribunales de
justicia”.
Por su parte, el elemento político está en relación “con el de-
recho a la participación en el ejercicio del poder en tanto

33
Universidad Virtual de Quilmes

miembro de un cuerpo investido de autoridad política, o bien


como miembro de un cuerpo de electores” (MARSHALL, 1965,
P. 79). Con ello hace referencia a un aspecto de igualdad en la
participación en la esfera de la toma de decisiones, que no
debe remitir a criterios o condiciones externas. Las institucio-
nes más directamente asociadas a este conjunto de derechos
tienen que ver, por lo tanto, y para ponerlo en términos ac-
tuales, con el poder legislativo y todo aquel conjunto de enti-
dades encargadas del gobierno en los ámbitos locales.
El más controvertido componente de la ciudadanía sugerido
por el autor es el elemento social. Marshall vincula a este
componente el amplio rango de derechos que proporcionan
un mínimo de bienestar económico y seguridad de modo que
se otorgue a cada uno de los ciudadanos “el derecho de par-
ticipar en la herencia social y a vivir una vida civilizada de
acuerdo a los estándares prevalecientes en cada sociedad. Las
instituciones más fuertemente relacionadas con ello son el sis-
tema educacional y los servicios sociales” (MARSHALL, 1965, P
79). A juicio del autor, la culminación del desarrollo de la ciu-
dadanía se evidencia una vez que los derechos sociales han
sido estatuidos. Con el advenimiento del Estado de Bienestar
en la Europa Occidental posterior a la Segunda Guerra Mun-
dial, se habría cumplido para él la emergencia del marco ins-
titucional más proclive al reconocimiento de una ciudadanía
íntegramente concebida.

Este espíritu complaciente y optimista con el curso que los acontecimientos


tomaban no era patrimonio de determinados grupos. Por el contrario, por
distintas razones (o no tanto) los diversos sectores sociales y políticos, con
la casi exclusiva excepción de los partidos comunistas y sus movimientos
afines y los liberales a ultranza, compartían esta manera de ver y evaluar lo
que se estaba construyendo en los países capitalistas desarrollados. No só-
lo un primer ministro conservador y británico podía hacer campaña para las
elecciones generales de 1959, que ganó, con la frase “Jamás os ha ido tan
bien” (HOBSBAWN, 1995, P 260); esta parecía ser la manera en que la mayo-
ría apreciaba la situación. De allí que los textos producidos en esta época
sean particularmente laudatorios del estado de cosas reinante.
Es el caso, por ejemplo de R. Titmus, autor de la tipología más clásica de
los Estados de Bienestar. Según él, es posible identificar tres modelos de
política social: el modelo residual, el meritocrático particularista y el institu-
cional redistributivo.

• En el modelo residual el Estado interviene ex post, cuando los que son


considerado los canales naturales y tradicionales de satisfacción de las
necesidades sociales (la familia, las redes de parentesco, el mercado) no
están en condiciones de resolver determinadas situaciones de los indivi-
duos. Estas intervenciones poseen, por lo tanto, un carácter temporario,
limitado y selectivo, debiendo cesar cuando la situación de emergencia
desaparece. La experiencia inglesa de la Ley de Pobres constituye la ba-
se de este modelo. Para este autor, el tipo de Estado de Bienestar nor-
teamericano, al mismo tiempo, residual y selectivo, porque va dirigido a

34
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

grupos particulares dotados de características específicas, responde ple-


namente a este modelo.
• El modelo meritrocrático particularista o corporativo se fundamenta en la
premisa de que cada uno debe estar en condiciones de resolver sus pro-
pias necesidades en base a su trabajo, a su mérito, a la productividad.
En este sentido podría ser considerado una variante del primero. La polí-
tica social interviene sólo parcialmente, corrigiendo las acciones del mer-
cado. El sistema de bienestar, por importante que sea, sólo es comple-
mentario a las instituciones del mercado. Este modelo descansa más en
una cobertura de tipo corporativa que estatal, donde cada individuo apor-
ta según sus ingresos y, por lo tanto, recibe una cobertura diferenciada.
• El modelo institucional redistributivo concibe el sistema de Bienestar co-
mo un elemento importante e, incluso, constitutivo de la sociedades con-
temporáneas. En él, el Estado tiene un papel muy activo en la producción
y distribución de bienes y servicios sociales “extramercado”, los que son
garantizados para todos en su condición de cuidadanos, sin que sea rele-
vante su tipo de inserción en el mercado. Por lo tanto, el tipo de cobertu-
ra social tiene el máximo de universalismo posible (aunque esto no será
tan así, como luego veremos. Por ejemplo, quedaban fuera de la titulari-
dad de los beneficios las mujeres casadas, que sólo eran sujetos de la
protección social a través del marido, verdadero beneficiario de la mis-
ma). Este modelo combina los mecanismos de renta mínima, integración
y sustitución de renta con aquellos típicos de los equipamientos colecti-
vos públicos gratuitos para la prestación de servicios esenciales, espe-
cialmente los de salud y de educación. Los países escandinavos y la pri-
mera época de posguerra en Inglaterra ejemplifican este modelo. Lo más
interesante aquí es una aceptación plena de las incapacidades del mer-
cado para realizar, por sí mismo, una asignación de recursos tal que pue-
da eliminar la inseguridad o, incluso, la pobreza actual o futura.
Resultan evidentes las limitaciones de esta clasificación, construída bási-
camente en función de la relación entre Estado y mercado, y el tipo de
selección de beneficiarios. Pero, lo interesante, es que este esquematis-
mo le permita a Titmus resaltar lo que quería poner en evidencia: las bon-
dades políticas y sociales del modelo institucional, que surgía victorioso de
una tipología que tenía como antecedente más importante las posiciones
de T. H. Marshall sobre ciudadanía, derechos sociales y el rol del Estado pa-
ra garantizar su ejercicio.

En el terreno de la política económica, el autor que marcaría el camino de la


naciente “ortodoxia” que dominaría la escena por treinta años fue John May-
nard Keynes (1883-1946). Los elementos básicos de su teoría estaban des-
tinados a liberar a la política antidepresiva de sus restricciones clásicas. Se-
gún él, la economía capitalista no encuentra necesariamente su equilibrio
en el pleno empleo, sino que puede hallarlo aunque el desempleo subsista,
o en otros términos, es posible un equilibrio con paro. En este caso, la ley
de Say ya no rige y puede haber una escasez de la demanda. Entonces, el
gobierno puede y debe tomar medidas para subsanarla. Cuando aparece
una depresión, los preceptos de la hacienda pública correcta deben ceder
ante esta necesidad.
Por lo tanto, el equilibrio con subempleo, la abolición de la ley de Say, la
necesidad de promover la demanda recurriendo a gastos públicos, más allá

35
Universidad Virtual de Quilmes

del límite de ingresos disponibles, son los elementos básicos del sistema
de Keynes.

Las ideas centrales de la obra más importante de Keynes, La


Teoría General del Empleo, el Interés y la Moneda son resumi-
das como sigue por Galbraith:
El problema decisivo de la economía, según Keynes, no era el
de determinar cómo se establece el precio de las mercancías
(punto alrededor del cual habían girado los autores neoclási-
cos). La cuestión importante era averiguar cómo se determina-
ban los niveles de producción y de empleo. A menudo, cuan-
do aumentan la producción, el empleo y la renta, va
disminuyendo el consumo obtenido de los aumentos adicio-
nales de ingreso; es decir –en los términos de la formulación
histórica de Keynes-, decrece la propensión marginal al con-
sumo. Es decir, que aumenta el ahorro; pero, contra lo que
postulaban los neoclásicos, no hay ninguna seguridad de que
ese mayor ahorro se destinará a inversión. Que esto ocurra o
no depende de una serie de factores, resumidos por Keynes
como la función de preferencia por la liquidez. Ahora bien, si
los mayores ingresos no se gastan en consumo, sino que se
ahorran, pero este ahorro no se destina a inversión (otro com-
ponente de la demanda), tendrá lugar una reducción de la de-
manda total de bienes y servicios, y con ello, una disminución
del producto y del empleo.
Lo mismo que en la concepción clásica del problema, el aho-
rro y la inversión deben ser iguales. La diferencia en Keynes
es que ya no se igualan necesariamente, ni siquiera normal-
mente, en los niveles correspondientes al pleno empleo. De
modo que la situación de equilibrio en la economía no asegu-
ra el pleno empleo obligatoriamente, sino que puede asumir
distintos grados de desocupación, inclusive en severas pro-
porciones.
Keynes marcó otra nota discordante con la teoría neoclásica
de su época. Según ésta, una situación de desempleo se debía
a que los salarios eran demasiado elevados o demasiado rígi-
dos. En ese caso, era evidente que los causantes eran los sin-
dicatos con sus exigencias. Por lo tanto, bastaba con reducir
los salarios, superando todas las resistencias a tal baja, y los
trabajadores desempleados volverían a encontrar trabajo. En
opinión de Keynes tal hipótesis ya no respondía en absoluto
a la realidad. Si los empresarios en general redujeran los sala-
rios en una situación de desempleo, la demanda efectiva agre-
gada disminuiría pari passu con la reducción de los salarios.
Y en ese caso, la reducción de la demanda incrementaría el
desempleo.
Si la economía funcionaba de esta manera, no podían los go-
biernos esperar que el remedio viniera de fuerzas autocorrec-
tivas del mercado. En esta lógica, quedaba un solo recurso
para restablecer la salud de la economía: la intervención del

36
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

Estado para elevar el nivel de los gastos de inversión por me-


dio de la emisión de deuda pública y el aumento del gasto
público. Es decir, el déficit deliberado.
Esta posición teórica vino a sancionar la legitimidad de lo que
de hecho se venía haciendo en países tales como Estados
Unidos, Suecia o Alemania, entre otros.
Es importante resaltar que Keynes no modificó el resto de los
presupuestos neoclásicos, particularmente, los que intentaban
explicar el funcionamiento de la economía capitalista a nivel
micro o no agregado, lo que luego se denominaría microeco-
nomía, por oposición a la macroeconomía de orientación key-
nesiana. En palabras de Galbraith, la revolución keynesiana
no sólo fue limitada sino también intensamente conservadora.
(GALBRAITH, J. K., 1994)

1.2.3. Los neoclásicos silenciados

Decíamos que, hacia fines de los años ’40 y principios de los ‘50, predomi-
naba un consenso extremadamente amplio sobre el Estado de Bienestar
que ninguna fuerza política significativa, ni de derecha ni de izquierda, alcan-
zó a cuestionar con legitimidad.
Esto no quiere decir que no hubiera voces disidentes, sino que éstas no
encontraban público suficiente para obtener un mínimo de legitimidad. Es lo
que pasó, señaladamente, con la producción de quien, ya en otro contexto
Friedrich A. Von Ha-
histórico, obtendría el premio Nobel de Economía (1974): Friedrich A. Hayek. yek, nació en 1899, en
Este adalid de la economía de mercado cuyas ideas obtuvieron tanta di- Austria. Estudió leyes, filosofía y
fusión a partir de mediados de la década de 1970, escribió sus principales psicología en la Universidad de
Viena. Fue simpatizante del so-
obras económicas entre 1929 y 1944. En esos años, las ideas favorables a cialismo y del nacionalismo en
la intervención estatal (política) en la regulación de los mercados iban ga- sus comienzos. Pero luego se
nando cada vez más legitimidad, fundamentalmente de la mano de Keynes, distancia de estas posiciones y
se inclina por una versión cada
y – como hemos señalado – impulsadas por las evidencias concretas que se
vez más extrema del liberalismo
desprendían de la realidad. En este escenario, las opiniones y análisis de de mercado. Fue un activo pero
Hayek no tuvieron repercursión. Sin embargo, 30 años después, cuando el poco escuchado opositor a Key-
modelo keynesiano de intervención económica mostraba sus límites y sus nes. Entre sus obras más desta-
cadas, figuran: Teoría monetaria
contradicciones, Hayek fue rescatado por los sectores neoliberales y conver-
y el ciclo económico (1929),
tido en uno de sus máximos exponentes. Precios y Producción (1931),
Este autor era un neoclásico y un liberal puro. Y como tal propugnaba la La Teoría Pura del Capital
más absoluta libertad económica y la más marginal intervención estatal po- (1941) La Planificación Econó-
mica Colectivista (1935), Cami-
sible. El mercado era la mejor garantía de libertad (no sólo económica), de no de Servidumbre (1944), La
eficiencia y de progreso. Por el contrario, un Estado que avanzara más allá Constitución de la Libertad
de las regulaciones legales generales de respeto a la propiedad y a los con- (1960).
tratos básicos, sólo podía generar autoritarismo, infelicidad, despilfarro y es-
tancamiento e, incluso, retroceso.
Hayek, en los años de la Segunda Guerra y en la inmediata posguerra,
se mostraba verdaderamente alarmado por el cariz que iban tomando las
políticas económicas y sociales en los países capitalistas democráticos.
Los avances en países como Estados Unidos y Gran Bretaña de las accio-
nes de planificación y de intervención reguladora de los mercados, le pare-
cían sólo el primer paso hacia lo que denominaba la colectivización, es de-
cir, el socialismo.

37
Universidad Virtual de Quilmes

❘❚❚ “Es sobre todo los efectos del avance gradual hacia el colectivismo en los
países que todavía acarician la tradición de libertad en sus instituciones socia-
les y políticas, lo que da pasto al pensamiento. La queja acerca del ’nuevo des-
potismo’ de la burocracia puede haber sido prematura y exagerada; pero quien
quiera que haya tenido una oportunidad de mirar de cerca la evolución intelec-
tual de los países que al fin sucumbieron al autoritarismo, no puede dejar de
observar un cambio muy semejante, en una etapa mucho menos avanzada, en
los países que aún son libres. Y muchos cambios que en sí mismos parecen
bien inocentes, toman un aspecto enteramente diferente si se ven en ese es-
cenario.” (HAYEK, F. S/F) ❚❚❘

En el contexto de la Segunda Guerra, para Hayek el verdadero enemigo era


el socialismo; y los fascismos lo eran sólo en la medida en que estos se ha-
bían copiado los métodos de aquellos, traicionando el principio de libertad
de mercado:

❘❚❚ “¿Pero estamos ciertos de que sabemos con exactitud en dónde está el pe-
ligro que acecha a la libertad? [...] ¿Es tan evidente, como muchos creen, que
el surgimiento de los regímenes fascistas fue simplemente una reacción inte-
lectual fomentada por aquellos cuyos privilegios dañaba el progreso social? Es
verdad, sin duda, que la dirección de los asuntos en estos países se arrebató
de las manos de las clases obreras para ponerla en las de una oligarquía más
eficiente. Pero los nuevos gobernantes ¿no se han adueñado de las ideas y los
métodos fundamentales de sus opositores socialistas y comunistas transfor-
mándolos simplemente para sus propios fines?” (HAYEK, OB. CIT.) ❚❚❘

Hayek veía horrorizado cómo profesores e intelectuales que claramente no


comulgaban con el comunismo, eran convencidos de que la defensa de la li-
bertad pasaba por otorgar al sistema político y, particularmente, al Estado,
nuevas funciones que limitaban la irrestricta libertad del mercado, la única
base sobre la que podía edificarse el entero edificio de la libertad humana:

❘❚❚ “Si fuera justa la sospecha de que la dilatación del control del Estado sobre
la vida económica, que tanto se desea, llevará necesariamente a la supresión
de la libertad intelectual y cultural, esto significaría que estamos siendo testi-
gos de una de las más grandes tragedias de la historia de la raza humana: más
y más gente está siendo arrastrada por su indignación acerca de la supresión
en algunos países de la libertad política e intelectual [los países con gobiernos
fascistas], para unirse a las fuerzas mismas que hacen inevitable la supresión
final de su propia libertad [la de los intelectuales engañados con la prédica key-
nesiana]. ...Por supuesto que no es una nueva idea la de que la dirección cen-
tral de la actividad económica pudiera implicar la destrucción de la libertad y de
las instituciones democráticas”. (HAYEK, OB. CIT). ❚❚❘

Hayek argumenta en contra de toda acción planificadora del Estado, como


se ha visto, en términos del peligro que tal función entraña para la libertad

38
Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

de los individuos. Pero, ¿cómo es que de la planeación económica se llega


a la supresión de la libertad en cualquier área de actuación humana? El au-
tor despliega su razonamiento apelando estrictamente a los principios del
neoclasicismo y del liberalismo:

❘❚❚ “El punto principal es muy simple. Es que la planeación económica general,
a la que se mira como necesaria para organizar la actividad económica dentro
de lineamientos más racionales y eficientes, presupone un acuerdo mucho más
completo sobre la importancia relativa de los diferentes fines sociales del que
en realidad existe, y que, en consecuencia, la autoridad planeadora, para que le
sea posible planear, debe imponer a la gente el código detallado de valores que
falta. Imponer tal detalle significa más que leer sólo un código expresado en va-
gas fórmulas generales que la gente está dispuesta a veces a aceptar con re-
lativa facilidad. Debe hacerse creer a la gente en el código particularizado de
valores, porque el éxito o el fracaso de la autoridad planeadora puede depen-
der ...de si tiene éxito en crear esa creencia. [...]
Una exposición más completa debe empezar con los problemas que surjan
cuando una democracia se embarca en la corriente de la planeación económi-
ca. Aún cuando las consecuencias políticas cabales de la planeación se reve-
lan, por lo general, sólo después de que han conducido a la destrucción de la
democracia, es durante ese proceso de transición cuando puede verse mejor
por qué la libertad personal y la dirección central de los asuntos económicos
son irreconciliables y en dónde surge el conflicto. [...]
Podemos “planear” un sistema de reglas generales, aplicables de igual mane-
ra a toda la gente y con intención de que sean permanentes..., que provee de
un marco institucional dentro del cual se deja a los individuos las decisiones de
lo que hay que hacer y cómo ganarse la vida. En otras palabras, podemos pla-
near un sistema en el cual se da a la iniciativa individual el campo más amplio
posible... O podemos “planear” en el sentido de que la acción concreta de los
diferentes individuos,... qué hará y cómo lo hará, lo decida el agente planeador.
[...] Sin embargo, puede demostrarse de una manera que nunca ha contradicho
quien haya entendido el problema, que la colaboración inconsciente de los indi-
viduos en el mercado conduce a la solución de problemas que, aún cuando nin-
guna mente individual haya formulado jamás estos problemas en una economía
de mercado, tendrían que ser resueltos de manera consciente por el mismo
principio en un sistema planeado. Dentro del sistema de precios la solución de
estos problemas es impersonal y social en el sentido estricto del término; por
eso, apenas si podemos indicar de paso el curioso salto intelectual por el cual
muchos pensadores, después de ensalzar la sociedad en su conjunto como in-
finitamente superior e insistir que en cierto sentido, es algo más que una mera
colección de individuos, todos concluyen pidiendo que no debe dejársela guiar
por sus propias fuerzas sociales impersonales, sino que debe estar sujeta al
control de una mente directriz, que es por supuesto, en último análisis, la men-
te de un individuo”. (HAYEK, OB. CIT) ❚❚❘

De los textos citados, interesa rescatar su asimilación de libertad y democra-


cia con el mecanismo de libre mercado, único lugar en donde la libertad y la
democracia se recrean. Igualmente interesante, y por contraste, es la conep-
tualización del Estado y del sistema político democrático, como el terreno que

39
Universidad Virtual de Quilmes

alberga el fantasma del autoritarismo y la supresión de la libertad. Sin merca-


do absolutamente libre, la democracia política tal como la conocemos (sufra-
gio universal, separación de poderes, delegación de representación, etc.) só-
lo puede devenir autoritarismo. En palabras de Milton y Rose Friedman:

❘❚❚ “La urna de las votaciones da lugar a un sometimiento sin unanimidad; el


supermercado, por el contrario, a una unanimidad sin sometimiento”. [...]
“Cuando votamos cada día en el supermercado, conseguimos exactamente lo
que hemos votado, y lo mismo ocurre con todas las demás personas” (FRID-
MAN M Y R, S/F) ❚❚❘

Como se ve, la democracia es aquí apenas una democracia de consumo. La


idea no deja de resultar tentadora, toda vez que uno se detiene a pensar en
los terribles déficit de las democracias tal como existen. Se vuelve, por el
contrario, dramática cuando hacemos el ejercicio de recordar que esa liber-
tad de mercado es la que ha generado la actual distribución del ingreso, en-
tre personas y entre países, que explica en alto grado la miseria reinante en
la mayor parte del planeta. En todo caso, desde esta matriz de pensamien-
to fue desde donde arreciaron las críticas más rotundas al keynesianismo y
a los nuevos roles sociales de los Estados de Bienestar. Críticas que no tu-
vieron eco mientras estos modelos de desarrollo no dejaban de cosechar
éxitos, pero que saltaron al primer plano cuando entraron en crisis y algunos
de los análisis contenidos en sus formulaciones resultaron útiles para expli-
car el agotamiento de ese modo de intervención estatal.

1.2.4. La izquierda en los años dorados

Los partidos socialdemócratas y los movimientos obreros, por su parte, que


tan importantes eran en Europa después de la guerra, encajaban perfecta-
mente con el nuevo capitalismo reformado, porque a efectos prácticos no dis-
ponían de una política económica propia. En los hechos, esta izquierda dirigió
su atención hacia la mejora de las condiciones de vida de su electorado de
clase obrera y hacia la introducción de reformas a tal efecto. La izquierda tu-
vo que fiarse de que una economía capitalista fuerte y generadora de riqueza
financiaría su política de reformas. Un capitalismo que reconociera la impor-
tancia de la mano de obra y de las aspiraciones socialdemócratas ya les pa-
recía bien a la mayoría de sus expresiones partidarias y sindicales.
Por distintas razones, los políticos, funcionarios e incluso muchos hom-
bres de negocios occidentales durante la posguerra estaban convencidos de
que la vuelta al laissez faire y a una economía de libre mercado inalterada
era impensable. Determinados objetivos políticos –el pleno empleo, la con-
tención del comunismo, la modernización de unas economías atrasadas o
en decadencia– gozaban de prioridad absoluta y justificaban una interven-
ción estatal de la máxima firmeza.

❘❚❚ “La edad de oro del capitalismo habría sido imposible sin el consenso de
que la economía de la empresa privada... tenía que ser salvada de sí misma
para sobrevivir”. (HOBSBAWN, 1995, P 276) ❚❚❘

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Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

En ese contexto, las únicas voces críticas del EBK, antes de 1960 y con au-
diencia propia, provinieran de los sectores marxistas de cuño ortodoxo. Pero
fueron planteos más de índole política coyuntural que teórica. Estas críticas se
podían leer más en clave de las disputas entre los partidos comunistas y los
socialdemócratas por la hegemonía ideológica dentro de la clase obrera; y, por
lo tanto, estaban acentadas mas bien en cuestiones de tácticas políticas.
La producción intelectual marxista de los veinte años posteriores a la
guerra no se interesó sino muy marginalmente por analizar el tipo de desa-
rrollo que estaba produciendo el capitalismo. Este silencio tiene complejas
causas. Perry Anderson lo expresa del siguiente modo:

❘❚❚ “La consecuencia de tal estancamiento fue el meditado silencio del marxis-
mo occidental en los campos más importantes... : el examen de las leyes eco-
nómicas del movimiento del capitalismo como modo de producción, el análisis
de la maquinaria política del Estado burgués y la estrategia de la lucha de cla-
ses necesaria para derribarlo.[...]
Las trabas institucionales representadas por los efectos del fascismo o las res-
tricciones del comunismo de posguerra, sin embargo, no fueron en modo algu-
no la única razón de la esterilidad de la teoría marxista en esos dominios en el
escenario de Europa occidental. Porque ésta fue también la época de una con-
solidación objetiva sin precedentes del capital en todo el mundo industrial
avanzado. Económicamente, el dinamismo global del prolongado auge de los
años cincuenta y sesenta fue mayor que el de cualquier período anterior en la
historia del capitalismo. El crecimiento general y masivo que se registró en es-
te período inició, en efecto, una nueva fase en el desarrollo del modo de pro-
ducción como tal, desmintiendo aparentemente las predicciones clásicas de su
inminente decadencia o crisis... [...]
[Este fenómeno] presentó un formidable desafío teórico al desarrollo del mate-
rialismo histórico: la tarea, en todas sus dimensiones, nunca fue llevada a ca-
bo dentro de la tradición del marxismo occidental. Al mismo tiempo, después
de la segunda guerra mundial se produjo el establecimiento, por primera vez en
la historia de la dominación burguesa, de la democracia representativa basada
en el sufragio universal como estructura normal y estable del Estado en todos
los principales países capitalistas... Los problemas implícitos en la elaboración
de una teoría política capaz de captar y analizar la naturaleza y los mecanismos
de la democracia representativa, como forma madura del poder burgués, no
fueron menores que los planteados por el rápido avance de la economía capita-
lista mundial, durante las dos primeras décadas siguientes a la guerra. Tam-
bién ellos constituían una laguna dentro de la corriente principal de la obra mar-
xista en Occidente”. (ANDERSON, P, 1979, PP. 35 – 63) ❚❚❘

En este contexto quizás valga la pena rescatar el análisis que Maurice


Dobb, si bien de manera marginal, realiza en su Estudios sobre el desarrollo
del capitalismo (Dobb, 1975). Su importancia se debe a consideraciones de
distinto tipo. En primer lugar, porque fue uno de los mejores exponentes del
análisis marxista clásico aplicado al estudio del desarrollo histórico del capi-
talismo. En segundo lugar, porque al escribir su obra hacia 1945 no podía
estar influenciado ni por los hechos ni por los análisis que se produjeron ya
avanzado el modelo keynesiano de desarrollo, típico de la posguerra; y por lo

41
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tanto, es sólo su destacada capacidad de análisis lo que le permite descu-


brir en fecha tan temprana las que serán las características centrales del fu-
turo desarrollo del Estado de Bienestar Keynesiano (denominación que él no
utiliza), así como las contradicciones y limitaciones de tal modelo de desa-
rrollo. Tercero, porque en 1963 agrega un postscriptum a su texto en donde,
en un tono en que se advierte la intención polémica con respecto a autores
que -desde perspectivas mas bien socialdemócrata- producían análisis parti-
cularmente optimistas sobre el desarrollo futuro de las sociedades capitalis-
tas, alerta sobre lo que entiende son las líneas centrales del desarrollo que
se está produciendo, con su carga de futuros estallidos de contradicciones.
Su obra se inscribe dentro del campo de la historia económica, de lo que se
deriva que sólo tangencialmente introduce consideraciones propias del aná-
lisis político.
Maurice Dobb encara el análisis del proceso económico del período
(aproximadamente 1920 – 1945) resaltando como característica clave la de
constituir la etapa en la cual se consolida un sistema industrial capitalista
organizado en lo esencial sobre la base de un alto grado de monopolio. De
ello deriva varias consecuencias. Resaltemos aquí una en particular:

“Cabría esperar que un período de capitalismo monopólico se


caracterizará por un anormal languidecimiento de los merca-
dos y una crónica deficiencia de la demanda: factor que no
sólo provocará una profundización de las depresiones y un
acortamiento de los períodos de recuperación, sino que agra-
vará el problema de largo plazo de la capacidad ociosa y el
desempleo crónicos”. (DOBB, 1975, P 383)

A partir de esta caracterización, Dobb desarrolla un análisis que le permite


concluir que las diferencias sustantivas entre las anteriores crisis económi-
cas y la de 1929, y que los mecanismos de recuperación posteriores en ca-
da caso nacional descansan en la diferencia en las fuerzas que inducen la
salida de la crisis. Para 1929, afirma, ya no provienen de dentro del sistema
(es decir, de la libre intervención de los agentes económicos) como había
ocurrido hasta entonces, sino de estímulos externos cuya fuente es política,
bajo la forma de gastos públicos y de medidas gubernamentales destinadas
a estimular la inversión y asegurar ciertos mercados
En base al análisis histórico y económico que realiza, Dobb se inclina por
proponer que, dadas las tendencias evidentes del desarrollo capitalista ha-
cia una forma de funcionamiento cada vez más monopolístico y cartelizado,
la economía funcionará, como norma, por debajo de las posibilidades de
producción existentes. Es decir, dejando ociosa una parte importante de los
factores de producción y, por lo tanto, con porcentajes altos de desocupa-
ción de mano de obra. En otras palabras, demostrando una preferencia por
ajustar (disminuir) la oferta antes que bajar los precios, exactamente al re-
vés de lo que propone el modelo de competencia perfecta del modelo clási-
co y neoclásico. Que esto no ocurra, dependerá en alto grado de la interven-
ción estatal dirigida a alterar la dinámica propia del capitalismo
monopolista.

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Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

Dobb, en su condición de marxista, presta especial atención al desarrollo de la


lucha de clases como factor con alto poder de explicación de los procesos histó-
ricos. En su análisis del proceso que lleva a una cada vez mayor concentración
del capital, desde el período de entreguerras, describe las formas despiadadas
que asumen las respuestas de las grandes corporaciones de negocios a la lucha
de los trabajadores por la conquista de sus derechos y las lecciones que de esto
podían extraerse para el futuro de las democracias.
“Fuera de los países fascistas, es en los Estados Unidos donde encontraremos
la demostración más acabada de los últimos tiempos acerca de los esfuerzos des-
plegados por las grandes corporaciones a fin de privar a los trabajadores de sus
derechos de asociación, reunión y opinión. [...]
En el distrito de Los Ángeles, la Asociación local organizó petitorios para ne-
garse a mantener tratos con los sindicatos, presionando... sobre los patronos que
no querían entrar en razón; establecieron una oficina especial para el recluta-
miento de rompehuelgas, así como una ligazón con la policía a los fines del es-
pionaje entre sus empleados. [...] Concluyeron alianzas con la prensa, la policía,
los funcionarios de justicia locales. [...]
Detrás de este vasto y poderoso movimiento, estaban los líderes de los nego-
cios y de la industria... los grupos de banqueros y financistas, los dirigentes de la
prensa local y hasta hace muy poco, muchos de los funcionarios públicos. Cali-
fornia en modo alguno fue una excepción en esto: era sólo un símbolo de lo que
sucedía en muchas otras partes de la Nación. [...]
Importantes empresas norteamericanas, como la Republic Steel Corporation,
la U. S. Steel Corporation, Carnegie’s Bethlehem Steel y la Goodyear Tyre Com-
pany, gastaron grandes sumas en la compra de armas e hicieron una práctica de
emplear un cuerpo de guardias armados para utilizarlo contra los huelguistas y
organizadores sindicales. Estos armamentos industriales consistían, no sólo en re-
vólveres, rifles de guerra, carabinas de recámara y de repetición, sino también en
ametralladoras similares a las del ejército y en cantidades prodigiosas de gases y
de equipos para utilizarlo... Las corporaciones industriales, ciertamente, compra-
ron gas lacrimógeno en cantidades muchas veces superiores a las requeridas por
los departamentos de policía de algunas de nuestras mayores ciudades. [...]
En ciertas poblaciones de una compañía hullera, en el condado de Harlan, no
sólo almacenes y viviendas pertenecían a la compañía, sino que ésta poseía cár-
La información utiliza-
celes...” (DOBB, 1975, PP. 415-419) da por el autor está to-
La enumeración de casos que realiza Dobb son muchos más, por cierto; valgan mada de diversos documentos:
éstos a título de ejemplos de lo que le permite al autor concluir que “el empleo de Informe sobre Violations of Free
tales métodos... es prueba del inmenso e irresponsable poder que detentan las mo- Spech and Rights of Labor: Em-
dernas unidades de los negocios y de la constante amenaza de una concentración ployement Associations and
Collective Bargaining in Califor-
de poder económico que puede competir en pie de igualdad con el Estado moder-
nia (1943); informe sobre Viola-
no... y hasta reemplazarlo.”. El subrayado es nuestro (DOBB, 1975, P 419) tions of Free Spech, etc.: Indus-
trial Munitions; Informe sobre
Private Police System: Harlan
Country (1939)
La intervención estatal, hasta ese momento fuertemente resistida por la
mayor parte de los hombres de negocio, pasó a ser considerada como facti-
ble e, incluso, deseable, por lo que Dobb llega a calificar de “obsesión por la
demanda”. Es decir, la preocupación general, tanto de los gobiernos como
de los propios capitalistas, a partir sobre todo de la década de 1930 por las
dificultades cíclicas cada vez más profundas y generales que encontraba el
capital para realizarse en los mercados.

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“Testimonio de esto es la predisposición de los industriales


–al menos de ciertos sectores– a propiciar, terminada la gue-
rra, una nueva función para el Estado en reemplazo de los
encargos de armamentos: la función de financiar un progra-
ma expansionista de gastos para sostener el mercado. Frente
al inmenso problema que presentaba la cesación de los gas-
tos de tiempos de guerra del Estado, y a los recuerdos de
1929 – 33 que esta perspectiva despertaba, un considerable
sector del mundo norteamericano de los negocios parece dis-
puesto a tolerar –y hasta a propugnar– gastos públicos de
gran escala como medidas normales de tiempos de paz, para
después de la guerra. Al mismo tiempo, el Gobierno británi-
co aceptó en 1944 el principio totalmente nuevo de admitir
“como una de sus metas y responsabilidades básicas el man-
tenimiento de un alto y estable nivel de ocupación después
de la guerra” y formuló propuestas de gastos públicos desti-
nados exclusivamente a mantener la demanda. [...] Sin embar-
go, otras propuestas –como las de sir William Beveridge–,
que no implican avances considerables sobre la estructura de
la sociedad capitalista, asignarían al gasto estatal un papel
más vasto y, a la vez, más continuo, en una economía de
paz; por lo demás, hay indicios de que la lógica de los acon-
tecimientos impulsará a los futuros gobiernos en esta direc-
ción. (DOBB, 1975, P 443)

Recordemos aquí, una vez más, que el autor está escribiendo esto en 1945,
cuando aún no está definido el curso que tomará lo que luego será conoci-
do como Estado de Bienestar Keynesiano. De allí el particular interés que re-
viste este análisis al poner en evidencia cómo era posible prever en los ini-
cios del proceso muchas de las que serían las características económicas
distintivas de las décadas posteriores a la Segunda Guerra, así como las li-
mitaciones que este proceso contenía en sí mismo y que sólo se volvieron
evidentes a fines de la década de 1960. En este último aspecto, Dobb afir-
ma que si se terminara aceptando que el Estado compita con la inversión
privada destinada a bienes de consumo y se acepta la cooperación del sec-
tor público como único medio de proporcionar un mercado adecuado a los
productos de la industria pesada, se

❘❚❚ “derribaría un fantasma sólo para levantar otro. En tal caso no puede evitar-
se por mucho tiempo que se presente de nuevo el problema de la capacidad
ociosa en las industrias de bienes de consumo, excepto si, mientras tanto, se
ha elevado la capacidad de consumo de la masa de la población: incremento
que difícilmente se producirá en escala considerable si la desigualdad de ingre-
sos, característica de la sociedad capitalista, no se reduce mediante serias dis-
minuciones en los ingresos de la clase propietaria”. Y agrega que esto, junto
con el financiamiento en gran escala de la industrialización de los países colo-
niales, le permitirían al capital una “solución temporaria, por una o dos déca-
das” (DOBB, OB. CIT) ❚❚❘

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Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

Efectivamente, lo que terminó ocurriendo fue algo de esto, al menos lo sufi-


ciente como para darle al capitalismo esa “solución temporaria”. Si bien no
hubo una “seria disminución en los ingresos de la clase capitalista”, los al-
tos niveles de crecimiento de la economía, junto con un incremento impor-
tante en la productividad, permitieron que, sin afectar los ingresos de la cla-
se capitalista, la masa de la población aumentara sus ingresos en grado
suficiente para sostener la expansión de los mercados. Al mismo tiempo, en
las dos décadas posteriores a la guerra, diversos países del tercer mundo
desarrollaron procesos de industrialización en base al financiamiento exter-
no (de los países centrales) que si bien sólo excepcionalmente resultaron
sustentables en el largo plazo, le dieron al capitalismo el oxígeno suficiente
para dos décadas de crecimiento, más allá de los altibajos que se pueden
rastrear en este período.
Pero si este proceso se daba (como finalmente ocurrió), Dobb advertía
que entonces la sociedad capitalista se enfrentaría a una dificultad “todavía
más fundamental”. Señalaba que si la expansión del mercado se volvía ge-
neral, es decir, para el conjunto de las producciones, entonces no sólo pro-
vocaría el funcionamiento a plena capacidad de las plantas industriales sino
también el “pleno empleo de la fuerza de trabajo”; y, entonces, todo el
“equilibrio del mercado de trabajo se transformará”.

“La reserva de trabajadores habrá desaparecido y el gobierno


tomará sobre sí la obligación de impedir que reaparezca. El
arma de la disciplina industrial de que la sociedad capitalista
ha dependido siempre... habrá sido arrebatada de manos de
los capitalistas. Esto no significa que los obreros, faltándoles
el acicate del hambre, preferirán holgazanear antes que traba-
jar, como han pretendido algunos con una exageración infun-
dada. Pero implica, sí, que el proletariado se encontrará en
una posición mucho más fuerte que en cualquier período an-
terior de la historia para influir sobre los términos en que
prestará su trabajo. Un pronunciado aumento de salarios y
una participación creciente en el ingreso nacional, serán por
vez primera objetivos fácilmente alcanzables por la clase
obrera organizada; contra esta amenaza, por lo demás, la cla-
se privilegiada ya no tendrá protección económica, salvo en
una inflación de precios general y continua... o en la recrea-
ción del desempleo. [...] No es difícil advertir que la alarma an-
te la perspectiva de semejante situación [un proletariado forta-
lecido en su capacidad de negociación] explica buena parte
de la renuencia demostrada por ciertos sectores a apoyar sin
reservas una política de pleno empleo.” El subrayado es nues-
tro. (DOBB, 1975, P 446-447)

Lo que luego sería denominado por la mayor parte de la literatura especiali-


zada como Estado Keynesiano o Estado de Bienestar Keynesiano, es carac-
terizado por Dobb como capitalismo de Estado. Modo del desarrollo capita-
lista que podía vislumbrarse como dominante ya en los años de la Segunda
Guerra Mundial. Esta diferente denominación no se debe tan sólo a que en-

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Universidad Virtual de Quilmes

tonces el término aún no había sido acuñado, sino más bien, principalmen-
te, a una diferente perspectiva de análisis en donde el hincapié está puesto
en la propia dinámica del capital en su búsqueda de reproducción ampliada
y en las contradicciones y limitaciones que encuentra para su realización.
Contradicciones y limitaciones que se derivan tanto de la lucha de clases co-
mo de los cambios que se van produciendo en la composición orgánica del
capital, y las consecuencias que esto tiene en aspectos tales como la con-
centración y centralización del capital, el funcionamiento del mercado, la re-
lación entre capital productivo y financiero, y, finalmente, la evolución en la
relación entre capital y Estado. Desde esta perspectiva, podría decirse que
lo que Keynes aportó fue el análisis que otorgaría legitimidad al nuevo rol
del Estado como garante de la demanda frente a las evidentes incapacida-
des de los capitalistas en esa fase del desarrollo para garantizar la deman-
da suficiente para la expansión de los negocios. Y, por tanto, el Keynesianis-
mo no sería otra cosa, en última instancia, más que la sanción ideológica de
la necesidad que el capital tuvo de la intervención estatal para su reproduc-
ción y para mantener su tasa de ganancia (función que ya había cumplido en
los inicios históricos del desarrollo capitalista).
Asimismo, los avances en materia de Estado de Bienestar, se explicarían
tanto por la necesidad de una distribución del ingreso que sin afectar la acu-
mulación capitalista ampliara sustantivamente la demanda, como por efecto
de la lucha de clases, con una clase obrera particularmente fortalecida por
la situación de pleno empleo.
La tendencia general que presentaba el mundo capitalista era, entonces,
hacia una forma denominada capitalismo de Estado. Pero, en la medida que
esta solución dependía de procesos históricos concretos, la diferencia de-
pendió de la forma del Estado en cada nación, de la índole de las relaciones
de clase prevalecientes y de los intereses de clase a que respondía la orien-
tación del Estado en cada país.

❘❚❚ “El elemento común a estas diversas especies [de capitalismo de Estado]
es la coexistencia de propiedad y manejo capitalistas de la producción, con un
sistema de controles generalizados sobre los actos económicos, impuesto por
el Estado, que persigue metas que no son idénticas a las de una empresa indi-
vidual. [...]
Mucho había cambiado desde la guerra, tanto en el equilibrio de poder entre
las naciones como en el equilibrio de poder entre las clases. Mucho de lo que
antes se consideraba... como parte integrante de la estructura económica de la
sociedad, se encontraba ahora en ruinas. Era evidente para todos que los expe-
dientes ensayados en décadas anteriores ya no darían resultado en la situación
contemporánea y que, aún cuando pudieran resultar eficaces, los intereses que
se beneficiarían con ello a menudo carecían del poder para ponerlos en prácti-
ca. (DOBB, 1975, P 449-450) ❚❚❘

En el postscriptum del libro, incorporado en 1963, casi veinte años después,


y ya con la posibilidad de una perspectiva mayor del curso que habían toma-
do los desarrollos nacionales capitalistas, Dobb resalta varios fenómenos.
En primer lugar, “la considerable extensión de las actividades económicas
del Estado”, es decir, lo que denomina el desarrollo del “capitalismo mono-

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Consecuencias sociopolíticas del derrumbe del Estado de Bienestar en la Argentina

polista de Estado”. En segundo lugar, el cambio ocurrido en la situación de


las áreas antes coloniales y semicoloniales, en especial Asia y Africa, y por
lo tanto, en las relaciones ocurridas entre éstas y los “países imperialistas”.
La magnitud del cambio que observa lo llevan a calificarlo de un “cambio
cualitativo”.

❘❚❚ Su forma no consistió tanto en un control directo sobre la producción indus-


trial – o en la participación en ella- [por parte del Estado], como en una exten-
sión considerable de los gastos del Estado y, por lo tanto, de su influencia so-
bre el mercado, en especial con respecto a medios de producción o bienes de
capital. (DOBB, 1975, P: 455) ❚❚❘

Sin embargo, rápidamente Dobb se preocupa por establecer los límites de


este “cambio cualitativo”, polemizando (aunque sin nombrarlos) con los au-
tores que para esos años venían sosteniendo una versión, a los ojos de
Dobb, excesivamente optimista, y a quienes podemos fácilmente identificar
como pertenencientes al campo político socialdemócrata y, en cuanto a doc-
trina económica, al keynesianismo. En primer lugar, resalta que dado el gra-
do de concentración económica de esta etapa monopolística, no es concebi-
ble suponer que los cambios producidos puedan introducir, por sí mismos,
un cambio radical tanto en el carácter del Estado como en el sistema preva-
leciente de las relaciones sociales. En segundo lugar, cuestiona que los ci-
clos económicos del capital (de auge y crisis periódicas) se hayan modifica-
do sustancialmente, como el optimismo imperante en esos años hacía decir
a muchos. Para ello realiza un análisis más micro de las fluctuaciones reco-
nocibles entre 1945 y 1962, mostrando la existencia de al menos cuatro
momentos de crisis o recesión. Si bien reconoce que han sido mucho me-
nos profundos y generales que los habidos con anterioridad, también desta-
ca que estas crisis han ocurrido en lapsos menores de tiempo.
En tercer lugar, observa que a diferencia del típico efecto deflacionista de
las crisis anteriores a la Segunda Guerra, ahora éstas generan presiones in-
flacionarias y diversas consecuencias ligadas a este fenómeno; y atribuye al
menos en parte la causa de este cambio al elevado nivel de gastos públicos
que se mantiene más allá de estos “miniciclos” de crisis.
En cuarto lugar, destaca como otro elemento a incorporar en el análisis el
nivel más alto de los ingresos totales de la clase trabajadora, producto de
su mayor capacidad de negociación (tanto por la situación de pleno empleo
como por el desarrollo de su organización sindical y política). Sin embargo,
también aquí prefiere la cautela frente a análisis que considera excesivos:

❘❚❚ Es cierto que tanto los salarios monetarios como los reales se incrementa-
ron; pero también lo hicieron las ganancias y no se produjo un cambio aprecia-
ble en la participación proporcional de los asalariados en el ingreso nacional.
Tampoco sobrevinieron cambios radicales en la estructura de la distribución de
ingresos personales, a pesar de ciertas alteraciones experimentadas por los
grupos de ingresos más altos, principalmente en su participación en los ingre-
sos deducidos los impuestos, como resultado del establecimiento de tasas
más progresivas... En los EE. UU., la participación en el ingreso total de los

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tres deciles inferiores [de ingresos] declinó en la práctica, en comparación con


el período de preguerra. (DOBB, 1975, PP 459-460) ❚❚❘

Por último, y a manera de cierre de su análisis afirma que en cuanto al capi-


talismo considerado en su conjunto, para los casi veinte años transcurridos
desde la guerra, siguió afirmándose la tendencia a la concentración econó-
mica y al monopolio. En ciertos aspectos, la propia intervención del Estado
contribuyó a reforzar estas tendencias. Esto fue acompañado por lo que ca-
lifica de viraje a la derecha en la mayoría de los gobiernos de países indus-
triales avanzados, en parte producto de la guerra fría. Son los casos de Es-
tados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania.

Offe, C. (1992), “Es-


tado del Bienestar y
HOBSBAWM, E. (1995), Historia del Siglo XX, Crítica, Barcelo-
cambios estructurales: el na. Capítulos IX a XI
caso alemán”, en: Las
transformaciones de lo polí- GALBRAITH, J. K. (1994), Historia de la Economía, Ariel So-
tico, Alianza, Madrid, 75-
112.
ciedad Anónima, Buenos Aires. Capítulos XV a XVII

Brenner, R. (1998), El desa- DOBB, M. (1975), Estudios sobre el desarrollo del capitalismo,
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se descendente: las econo-
mías capitalistas avanzadas
desde el boom al estanca- MARSHALL, T. H. (1998), “Ciudadanía y clase social en en T.
miento, 1950-1998. Origi- H. Marshall y T. Bottomore, Ciudadanía y clase social, Alian-
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al español y publicado en:
www.cep.cl/XXI/XXI_14/
Brenner/EXXI_14_Brenner. 1.
html
Análisis de casos nacionales europeos
Pfaller, A, (2000), El Estado A partir de las lecturas realizadas, seleccione dos países y rea-
de Bienestar alemán des- lice un análisis comparativo, en no más de dos páginas, de
pués de la unificación, sus modelos de Estado de Bienestar, teniendo como eje prin-
Fundación Friedrich Ebert,
Bonn. cipal para esa comparación el concepto de ciudadanía presen-
te en T. H. Marshall: ¿Sobre qué conceptualizaciones de socie-
Goetschy, J (1994), ‘’El difí- dad, individuo, ciudadano, derecho y mercado entiende que
cil cambio de los ‘modelos’
han sido construidos los EB de los países que eligió?
sociales nórdicos (Suecia,
Noruega, Finlandia, Islan-
dia)”, en: Formación profe-
sional nº 4, Revista euro-
pea. UE, 7-16.
2.
Interpretaciones sobre el EBK en la primera etapa de su
Titmus, R. (1963), Essays on desarrollo
the welfares state, Allen & Seleccione dos de los siguientes autores: Galbraith, Maurice
Unwin, London;
Dobb y Friedrich von Hayek. Realice un análisis de las diferen-
cias conceptuales desde las que dichos autores encararon el
estudio del fenómeno histórico que nos ocupa y las conse-
cuencias que de ellas derivan. Adicionalmente, cuáles variables
resultan más importantes para cada autor en cuanto a su capa-
cidad de explicar el nacimiento y las características del EBK.

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