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Expectativa y sufrimiento

Según el diccionario, la palabra expectativa designa la esperanza y deseo de conseguir algo. El estar a la
expectativa, por lo tanto, sitúa inevitablemente nuestra mente en un lugar distinto del aquí y el ahora.
Cuando estamos en este estado ocurren además muchas otras cosas importantes: puesto que las
posibilidades futuras son múltiples, en el momento en que decidimos esperar que los acontecimientos se
desarrollen de una manera y no de otra, estamos haciendo una elección y asociando la misma a un
determinado estado de ánimo: si pasa lo que deseamos nos sentiremos bien, de lo contrario,
experimentaremos sensaciones desagradables.

En esta pre-determinación de nuestros estados emocionales, la frustración juega un importante papel.


Esta respuesta, muy relacionada con la ira y la decepción, surge en nosotros cuando percibimos que hay
algo que está impidiendo que nuestra voluntad individual se cumpla.

Si dedicamos algún tiempo a observarnos a nosotros mismos, nos daremos cuenta de que estamos
constantemente imaginando cómo van a ir las cosas: estas películas mentales sobre el futuro pueden
llegar a ser muy elaboradas y constituir un gasto importante de nuestra energía.

El impulso que nos lleva a intentar prever el futuro es sin duda algo característicamente humano: puesto
que a menudo tememos a lo desconocido, el imaginar lo que sucederá nos permite tener cierta sensación
de control, y esto, en cierta manera, nos tranquiliza. Ocurre sin embargo que estas predicciones son un
arma de doble filo, ya que a menudo nos añaden un sufrimiento innecesario.

Cultivar expectativas en el huerto de nuestra mente no es en sí mismo ni bueno ni malo, de hecho las
expectativas sobre el futuro pueden llegar a ser un factor motivador tremendamente poderoso en algunas
circunstancias. Por esta razón, el objetivo no es entrar en una lucha con uno mismo para intentar
suprimirlas. Más bien se trata de tomar consciencia de su función, sus causas y sus consecuencias para
poder vivir sus efectos desde la comprensión y no des del desconcierto y la rabia.

Si al poner en la balanza las ventajas e inconvenientes de generar constantemente películas mentales


sobre lo que ocurrirá, decidimos intentar disminuir la energía que dedicamos a la fabricación de las
mismas, debemos de entrada comprender que no es posible hacer un cambio a la ligera en este sentido.
Conseguir que nuestra mente deje de representarse constantemente posibles futuros imaginarios
requiere, de entrada, de un cambio profundo en nuestra manera de ver las cosas. Nos puede ser de
utilidad, en un principio, el reflexionar sobre el carácter ilusorio de nuestras construcciones mentales, así
como sobre la frustración y el sufrimiento que éstas nos generan a menudo.

Una vez nos hayamos planteado esto, debemos centrarnos en trabajar nuestra actitud ante la
incertidumbre. El discernimiento entre los aquellos aspectos de la realidad que podemos controlar, y
aquellos que escapan a nuestra influencia puede ser un primer paso en este sentido. Llegados a este
punto, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Cómo me quiero situar ante aquello que escapa a mi
control?
Cuando uno se enfrenta por primera vez y con sinceridad a la idea de que el no saber sobre el futuro es
una realidad palpable e inescapable en la vida, se suele sentir profundamente turbado y vulnerable.
Hemos aprendido las ventajas y el poder que nos da el “tenerlo todo controlado”, de manera que cuando
esto no es así solemos sentirnos indefensos. Este sentimiento es una oportunidad irrepetible de aprender
una nueva lección que, una vez más, podemos extraer de la observación de nuestro entorno natural.

Hace un tiempo me comentaron que un grupo de científicos, intrigados por la resistencia de las secuollas
a los fuertes vientos que las afligen a gran altura, decidieron investigar cuál era su secreto. Fruto de sus
indagaciones hallaron unas estructuras tubulares que recorrían el tronco del árbol desde la raíz hasta su
cumbre y que permitían que el árbol se mantuviera erguido pese a los fuertes temporales.
Asombrosamente, se dieron cuenta de que estas fibras eran flexibles, ya que si fueran rígidas,
simplemente se quebrarían al ser zarandeadas por el viento. La flexibilidad, que a priori podría hacerlas
parecer menos fuertes y robustas, era precisamente la fuente de su resistencia.

El cese de la generación de expectativas requiere, en primer lugar, que cultivemos una actitud de
apertura ante la incertidumbre. Este cambio debe provenir, como en el caso de los túbulos de las
secuollas, de las raíces de nuestro ser y no sólo de la superficie del mismo. De igual manera, como
ocurre con estos grandes árboles, esta actitud de apertura debe ir irremediablemente asociada a una
cierta flexibilidad ante las circunstancias.

A la hora de enfrentarnos con lo desconocido, dos caminos alternativos se dibujan ante nuestros ojos. El
primero consiste en construir mentalmente varias alternativas de sucesos y asociar cada una de las
mismas a un determinado sentimiento. Esta manera de proceder, como hemos comentado antes, tendría
en nosotros un cierto efecto tranquilizador a corto plazo: si tengo mis representaciones mentales sobre lo
que puede ocurrir, ya no me encuentro sólo ante el vacío, sino que al menos mi mente tiene algo que la
mantiene ocupada y le proporciona cierta sensación de control.

El otro camino, caracterizado por la apertura hacia la vida y sus sorpresas y circunstancias, queda
reflejado en las siguientes palabras del actual Dalai Lama:

“Estoy dispuesto a dejarme llevar por las sincronicidades de la vida y no dejar que las expectativas
entorpezcan mi camino. Encuentro esperanza en lo más oscuro del día y me centro en lo más luminoso.
No juzgo el universo.”

Estas sencilla cita entraña, sin lugar a dudas, una gran sabiduría vital que se podría simplificar en las
siguiente idea: puesto que no puedo saber de antemano lo que ocurrirá, decido mantenerme atento, con
una actitud abierta hacia el futuro intentando no emitir un juicio previo a lo que vaya a ocurrir.
Si yo no espero nada, simplemente no me frustraré, no empezaré a sufrir ni a disfrutar antes de hora: no
me sentiré defraudado por los demás ni por la vida, de manera que dejaré de estar pidiéndoles
explicaciones o reprochándoles a cada instante.
En vez de esto, seré capaz de acoger con más calma los acontecimientos inesperados, en lugar de luchar
constantemente contra los mismos. Será entonces cuando podré invertir todo mi tiempo y energía en
buscar posibles alternativas de acción en el aquí y el ahora, que es el único espacio en el que puedo
actuar en realidad.

Paradójicamente a lo que podríamos imaginar, el situarse de esta manera ante lo desconocido no


aumenta la sensación de incertidumbre sino que, por el contrario, hace que aflore en nosotros una gran
sensación de confianza y seguridad: aceptando el devenir sin condiciones ni juicios previos nos abrimos
a la experiencia sabiendo que, pase lo que pase, seremos capaces de encontrar la manera continuar hacia
delante.
VNP
http://www.resiliencia.org/Textos/712AED0D-B57F-4C55-BD8A-7F7DC3DBB65C.html

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