You are on page 1of 9

Explotados en Nombre de la Patria

El Infierno Verde
El abuelo Don Liborio en su chacra, rodeado de sus nietos en la hamaca, abajo de su choza con
techo de paja y karanday fumó el cigarro poguazú, escupió al suelo, se frunció el seño y miró
fijo a cada uno de sus 20 nietos/as como pasando revista si ninguno faltara a la cita familiar.

El silencio de la noche era sepulcral, le dio ese


aire de misterio de lo que les iba a contar
aquel día, parecía que el aire se detuviera para
escuchar, las luciérnagas y las estrellas del
cielo le dieron un poco de luz a tanta
oscuridad, eran como las únicas velas o
lámparas que les iluminaba en la campaña
para verse los rostros.

Algo tenía atragantado en la garganta el


abuelo por largos años que no se animaba a
contar, era como un mudo que de repente
recuperaba la posibilidad de hablar. Sus ojos se
llenaron de lágrimas al recordar, las heridas de
su corazón eran tantas como las arrugas de su
rostro. Su mirada se detuvo en una parte de la ronda familiar, el espacio estaba vacío, uno
de sus nietos estaba ausente aquella noche, no le dejaron venir para escuchar sus cuentos,
su nombre era Manuel. Era su historia la que estaba por contar.

¡Vamos abuelo! -cuéntanos ya, el cuento que nos has prometido contar.

El abuelo perdió el miedo y empezó a hablar, no sin antes hacerles prometer a todos sus nietos
que la historia que les iba a relatar se las vuelvan a contar a sus hijos y éstos a su vez a los hijos
de sus hijos para que no “muera la memoria”, así como él les enseñara. ”Podrá faltarnos el
pan, pero nunca nos falta memoria y dignidad". En la ciudad de Mariscal Estigarribia, en pleno
corazón del chaco, distante a 500 kilómetros de Asunción, existe un cementerio de soldados
en el medio del monte. Las fosas comunes y las cruces sin nombres son un mudo testigo de los
centenares de soldados muertos en tiempos de paz, de la paz de los sepulcros. La guerra del
Chaco culminó hace años, pero seguimos enterrando soldados -niños, donde alguna vez fue
cuna de heroísmo de un verde olivo de glorias hoy solo quedan comandantes que juegan a la
guerra y cuerpos mutilados de un ejército de niños sepultados por la ambición de aquellos que
hicieron de la patria su negocio.

Quién hablará por ellos, si casi todos murieron y sus voces yacen bajo la tierra herida de
muerte, solo el viento norte chaqueño sopla tan fuerte a veces que parece la danza triste de
cientos de almas en pena que recorren por la ciudad, como queriendo gritar a los cuatro
vientos que están ahí, que tenían nombres, padres, hermanos, sueños, ciudades, una patria,
que preguntan donde están ?, donde están sus hijos -niños -soldados esclavos desaparecidos?.
El cementerio fantasmal tiene cientos de tumbas de niños arreados del campo, condenados a
trabajos forzados, muertos de sed e insolación en la espesura del monte en la huida hacia la
muerte como desertores. El campo santo está lleno de cruces de niños caídos en la peor de las
batallas, la de los cuarteles, que en tiempos de paz están en guerra contra sus propios
compatriotas. No tuvieron funerales, ni honores quienes les rindieran, eran solo desechos
humanos que el ejército depositaba bajo un puñado de tierra, apilonado y olvidado en tumbas
NN.

Los buitres revolotean en círculo en los montes del Chaco, mientras los animales de carroña se
pelean por devorar los cuerpos calcinados por el sol, son cuerpos de niños soldados esclavos
que ante los abusos de poder en los cuarteles emprenden el camino sin rumbo de los
desertores. La mayoría murieron en las picadas mordidos por víboras, atacados y
despedazados por yaguaretés, de sed e insolación por el calor que oscila permanentemente los
40ºC para arriba. Las tunas, kcaraguatás, el yukerí y la enmarañada vegetación es un muro
imposible de atravesar. Son muy pocos los desertores que lograron ver el río Paraguay que
divide las dos regiones occidental y oriental, el infierno y el paraíso, la muerte o la vida.

Las carrocerías de los vetustos camiones militares regresaban al pueblo llenas de cuerpos
calcinados, una escena que se repetía cada vez que el yrubu (buitre) volaba en círculo en las
picadas polvorientas, era la señal de muerte más precisa para el vaqueano. Quien se perdió
alguna vez en una picada del Chaco sabe que es un camino sin retorno, todas las picadas son
iguales, es un caminar por horas sobre el mismo punto, sin norte ni sur, siempre en dirección
segura a la muerte. En la carpintería del pueblo se fabricaban los ataúdes de maderas para
desertores, eran cajones deformados, que hacía difícil pensar que servirían para enterrar
dentro suyo a algún ser humano.

El "infierno verde", el Chaco, se convirtió al amparo de la dictadura en una cárcel de niños y


jóvenes, un alcatraz al servicio de generales que más parecían aves de rapiña, sepultureros de
un cementerio de ilusiones infantiles y juveniles. Los señores feudales cada año arreaban de
cada pueblito lejano niños apenas, a la fuerza eran secuestrados de sus padres en nombre del
servicio a la patria, los camiones militares con guardias armados irrumpían cada año en las
compañías y la chacras dejaban vacías de quienes las trabaje, no importaba la edad, si eran
hijo sostén, si estaban enfermos, en edad escolar, si estaban con 13, 14, 15 o 16 años, lo que
importaba era llenar los cuarteles de manos de obras baratas, a punta de fusil les alzaban en
los camiones militares para convertirlos en niños soldados, en niños esclavos. Uno de ellos fue
Manuel.

Un Niño Soldado/ Esclavo Llamado Manuel


Tú fuiste "arreado" a cumplir con la patria allá lejos, al Chaco, dejando atrás tu pueblito, la
chacra, manos de amigos que se levantaban despedido, el último abrazo, el último beso del
amor que no olvida y espera, el adiós del viejo al que roban, el único cariño del hijo que le
queda. Adiós Papá, te quedas solo, cuida la casa y la chacra, no te olvides viejo de luchar que
para eso nacimos, en vez de la botella el arado en la mano que eso da de comer y no lo otro
que alimenta solo a los que se aprovechan de nuestra cosecha y nuestra ignorancia.

Por los senderos polvorientos de su querido San Juan, vio alejarse de sus ojos de niño su
pueblo, su tierra, se marchaba como tantos otros sueños juveniles en esa vía crucis
interminable de los que salen del campo para emprender el viaje quizás sin retorno, quizás
eterno. Su rostro curtido por el sol y la piel llena de surcos por los trabajos forzados que desde
pequeño realizó en el campo hacían difícil evidenciar su edad 16 años, porque su realidad era
muy diferente a aquellos niños que tuvieron el derecho a la infancia, el pertenecía a esos miles
de niños/as que en largas jornadas de sol a sol en las chacras, de niños ya se hacían hombres y
de jóvenes ya se hacían viejos.

Con el verde olivo sucio y remendado, el birrete, el zapatón viejo y el fusil en la mano, aquel
niño disfrazaban de hombre, para sufrir por una patria que no existía, allí en los cuarteles del
chaco comenzará a comprender aquel engaño, miles de jóvenes reclutados para ser
explotados en nombre de la patria, en las estancias de los generales, en los obrajes infernales
o como pokyrá en las lujosas casas de los patrones de esta patria.

Las cartas de Manuel a su padre quedan como únicos testimonios de las historias secretas de
los cuarteles del Chaco, de los relatos prohibidos, de aquello que se cuenta solo en voz baja en
la campaña de generación a generación, como un pacto del silencio de los sobrevivientes del
infierno verde: El Chaco, son historias que corren de boca en boca, en rueda de amigos, de
familias enlutadas, son como lamentos de los sin voces por sus seres queridos que se fueron y
ya nunca volvieron.

1° Carta: 5 de enero de 1980


Mariscal Estigarribia, Chaco paraguayo.

Desde los obrajes.

Por qué Papá?


Mis manos me sangran de tanto trabajar. Soy un niño que con golpes en hombre quieren
transformar, porque papá?.

Cuando cansado, enfermo, el hacha ya no puedo levantar, de mi dolor de el dueño del garrote
que no sabe perdonar, por qué papá?. Soy un peón con uniforme, soy un soldado de esta era
de paz, que por una patria falsa tiene que la vida dar, por qué papá. O es que solo el pobre
tiene "patria" o impuestos que pagar, y el hijo del Ministro? Y el Hijo de mi Genera?.

O es que la Ley tiene precio parca ellos y se compraron hasta la Constitución Nacional?.

2° Carta: 10 de marzo de 1980


Por qué Papá?.

El cuartel hace hombre al hombre?.

Mienten quienes dicen que el cuartel hace hombre al hombre, acaso es cosa de hombres
aprender a matar?.

Acaso es más hombre aquel que solo sabe garrotear?

Acaso no es hombre aquel que sabe amar?, la vida dar.

Acaso es más hombre el hombre que más sabe odiar, pelear, las armas tomar?

El cuartel hace hombre al hombre, nos dice el General, pero lo único que nos enseñan es ser
un asesino profesional.

La patria necesita más escuelas y menos cuarteles, menos soldados y más hospitales, menos
armas y más universidades.

3° Carta: 13 de mayo de 1980


Por qué Papá?

Nos enseñan a disparar, matar y a estar en guerra contra enemigos imaginarios, y nosotros
tenemos nuestra propia guerra, la de la supervivencia, contra el hambre, la miseria, la falta de
tierras y de educación de nuestro pueblo, nuestra guerra es contra enemigos reales, son
batallas que no se ganan con fusiles, ni con balas, es la guerra más digna porque en ella no se
mata, se da vida.

Nos enseñan a dar órdenes y una obediencia ciega, está prohibido pensar y también hablar,
aprendemos que la fuerza es la única razón, y que la violencia es el único lenguaje, la lección
que golpear, torturar nos hace hombres, porque se hace en defensa de la patria, que da lo
mismo matar o morir, porque la vida no vale nada.

Cuartel no es Hotel.
Soldado firme!, grita el coronel. Apunte... fuego!.
Soldado a discreción, un paso al frente pecho saliente.

Soldado firmes Directo al cuartel. Vista a la daré, marchen uno, dos, tres, en fila siempre
cumpliendo el deber.

Manos a la visera recluta, carrera mar..., garrotepupe nos enseñan a respetar a la autoridad.
¡Batallón de frente!, vista al cielo, por desobediente, recluta agacharse para probar el remedio
al ñensybó (revelarse) el tucumbó. Berrenque vevepe ma ore mopé. ¡Soldados o putos?, dice
el sargento, que el cuartel es sólo para machos, acá no hay lugar para el Kuñai. Mamita,
mamita, oi la osapukáiva, ipuma tukumbó poi, Ko'á la nde sy, ko'á la nde ru, hei sargento
pochy ha garrotepupe orembo'e a ser kuimba'e.

Fue la última carta qie envió Manuel a su padre. En frío papel de un telegrama del ejército se
le comunicó la trágica noticia de su muerte.

10 de noviembre de 1980
Comandancia del 3° Cuerpo de Ejército - Chaco paraguayo - Cuartel General

Comunícanosle el fallecimiento de su hijo Manuel González en cumplimiento del deber.

General de División Rosendo Diarte

La pequeña choza medio del campo se vistió de luto. Se echó al sucio revolcándose en la tierra
que vio a su hijo nacer y crecer, rompió el papel y su llanto lastimero era el dolor más
desgarrador de un padre por el hijo que le han robado, sus gemidos y lagrimas de rabia e
impotencia se habrá escuchado en el mismo cielo buscando un por qué.

Al atardecer de ese mismo día un camión militar se abrió paso hacia su chacra, traía dos
cajones sellados, traía dos pequeños pedazos de patria muertos para sepultarlos en el
cementerio del olvido. El pueblo miró resignado la tragedia mientras el cortejo fúnebre de un
chofer y dos niños soldados custodiaban los cuerpos para entregarlos a sus familiares, la
tradición se repetía de generación en generación, cuántos cajones herméticamente sellados
han sido enviados al campo por los militares?, cuántos más seguirán enviando y hasta
cuándo?. Los pobladores se agolparon para mirar el dolor ajeno, el dolor solo siente cuando es
propio, cuando es de un hijo, además quien podría culparlos de esa desgracia, siempre fue un
pueblo que miró cira aru gui e, era el espectáculo público de la tragedia de los desposeídos.

Los picudos verdes (como les llamaban los campesinos a los militares) cumplían una vez más
con su ceremonia solemne al entregarle al padre su hijo muerto en cajón sellado y la bandera
paraguaya encima del féretro como queriendo dar al crimen un ropaje de honor y patriotismo
en el cumplimiento del deber y no a consecuencia de un abuso de poder.

Los dos niños soldados, camaradas de Manuel en el cuartel, antes de subir al camión militar
que los llevaría a otro pueblo como mensajeros de la muerte transportando el otro pueblito
olvidado, se abrazaron al padre de Manuel como despedida y lloraron junto a él como los
niños que son, ante la atenta mirada del superior que les reprochaba la sensible humanidad
que no es propio del que viste un uniforme militar. Llorar es de niños, de mujeres, de maricas,
de débiles, que avergüenzan la imagen de un ejército de “hombres”.

Los niños soldados hicieron entrega al padre del mayor tesoro que puede recibir de un hijo
ante la pérdida: sus últimas poesías escritas a escondidas y una carta de sus compañeros para
que la verdad viva y no muera, pese a la “orden superior”.

Y mi patria donde está?

En el cuartel no hay patria que encontrar, ni un lugar para soñar. Ahora sé papá porque con el
infierno al Chaco han de comparar, como esclavos nos hacen trabajar haciéndonos la cabeza
rapar, quieren acabar con un pueblo que pueda pensar. En las estancias del General las vacas
hacen engordar, las protegen para no enfermar, en los cuarteles del General no sobra ni
galleta ata para ranchear, a los niños soldados nos hacen hambrear.

En las estancias del General a los animales se los hace cuidar, tienen siempre algo que pastar,
un veterinario que de la salud se pueda encargar, en los cuarteles del general no hay médicos
ni medicina a la hora de enfermar pala curar, menos comida para alimentar.

Donde está papá?, la patria amada que tú me enseñaste a amar, que no es solo el himno
cantar, la bandera izar, a los héroes honrar, donde está papa que no lo pude encontrar, esa
patria que tú me enseñaste a amar, que se llama libertad.

Carta de los niños -soldados

Manuel, no murió cumpliendo el deber, sino por sus derechos defender, una orden superior
injusta tuvo que desobedecer y por eso la vida perder, nunca pudo aprender a callar el abuso
de poder, murió en los obrajes, cuando el látigo logró su cuerpo vencer. Dirán que fue un
accidente, como cada vez que un niño soldado muere en el cuartel, dirán que fue eso un
suicidio y no un homicidio, dirán que se le escapó una bala en su guardia, que su fusil osoró
heséve. Pero la verdad no s mata con balas, ni se la entierra en un cajón sellado.

Camaradas de Manuel en el cuartel.


El Adiós
Frente a su tumba de rodillas en el cementerio del pueblo aquel padre a su niño muerto dijo
un adiós. Hay heridas que el corazón nunca podrá sanar, es cuando un padre al hijo debe
enterrar, es la despedida que más duele al alma, es el más triste adiós del cual nunca se deja
de llorar.

Roban nuestros hijos, roban nuestros campos y... las chacras quedan vacías de jóvenes que
puedan trabajar, ya no quedan frutos para cosechar.

Quién podrá los campos arar, con qué manos la tierra se ha de sembrar, acaso habrá más
sueños por cultivar?. El algodón y el maíz en la chacra se van a marchitar, de tanto esperar al
hijo ausente que ya nunca va a regresar, Adiós mi niño, adiós... Te arrancaron de mi lado para
ser soldado, te llevaron sano y te devuelven en un cajón sellado.

El padre puso una flor sobre la tumba de su hijo, mientras leía el epitafio escrito por su puño y
letra que decía "Aquí yace la patria".

El Abuelo Cuentacuentos

El abuelo cuenta cuentos para no olvidar, cuenta cuentos para recordar, para que nunca la
memoria a sus nietos pueda fallar de historias que no se han de borrar. Ustedes a sus hijos
deben volver a contar, para que por una verdadera patria puedan la vida dar, podrán con balas
una vida matar, pero cada vez que cuenten cuentos volverán a resucitar, las palabras siempre
vivirán mientras haya cuentos por contar, sus voces no podrán censurar, que de boca en boca
puedan por los campos andar mil historias al contar, de rancho en rancho, de chacra en
chacra, de padres a hijos, de abuelos a nietos, un cuentacuentos tendrá por misión mantener
viva la llama de la memoria, para que nadie nunca la pueda apagar, la palabra encarcelar, la
verdad enterrar. Cuando la voz pierda por la edad y ya cuentos no pueda contar, cuando la
memoria por los años me haga las historias olvidar, ustedes serán mis pequeños
cuentacuentos para recordar.

Marcos Ybañez

You might also like