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Señorita anSiedad

y otras manías

Sylvia Aguilar Zéleny


Señorita ansiedad y otras manías

Colección Emergencias

Primera edición

Esta obra resultó ganadora por unanimidad en la 1a Convocato-


ria de Narrativa Emergencias. El jurado estuvo conformado por
Gidi Loza, Joaquín Guillén Márquez y Davo Valdés de la Campa.

(CC) Sylvia Aguilar Zéleny

(CC) 2014, Kodama Cartonera


Tijuana, B.C., México

http://kodamacartonera.tumblr.com
http://www.facebook.com/kodama.cartonera
Twitter: @KodamaCartonera

Diseño de la colección: Mexa


Edición: Mexa, Jhonnatan Curiel y la autora
Diseño de portada: Talia Pérez
Ilustraciones: Luis Eduardo Álvarez Marín
Logo Kodama: Careli Rojo, a partir de un personaje de Mononoke
Hime creado por Hayao Miyazaki (Studio Ghibli, 1997).

Los kodama son espíritus del bosque en la mitología japonesa. Su nombre


puede signi car “eco”, “espíritu de árbol”, “bola pequeña” o “pequeño es-
píritu”. En la película de Miyazaki, los kodama sólo se mani estan cuando
el bosque es puro y, al ser contaminado por el hombre, mueren y caen de los
árboles como hojas fantasmas.

Esta obra está protegida bajo una licencia Creative Commons


Atribución-No Comercial-Licenciamiento Recíproco 2.5 Mé-
xico. Algunos derechos reservados.
Índice

Señorita ansiedad • 7

Conversación con Val Cervera • 15

La casa en la playa • 27
To venture causes anxiety,
but not to venture is to lose one's self.

Søren Kierkegaard
Señorita ansiedad
Sylvia aguilar Zéleny

1. Soy una niña. No duermo. Comparto la habita-


ción con mi hermana mayor. Ella duerme y duerme.
Yo, tan despierta como si el sol: un destello. Me mue-
vo para acá, me muevo para allá. Un lado, el otro.
Dormir bocarriba, dormir bocabajo. Nada: no puedo
dormir.

2. Una, otra, otra, otra noche.

3. Una, otra, otra noche, otra almohada, luego dos,


luego tres… cero almohadas y no concilio el sueño.

4. Cuento borregos, cuento perros, gatos y hasta bar-


bies. Me cuento historias y nada. Me ocurre todo el
tiempo.

5. En algún momento entre los ocho y los nueve


años Mamá me mete a natación. Aprendo a nadar y
a dormir. Duermo lo que no he dormido en siglos.

6. Despierto y de pronto tengo doce años. Sueño to-


doeltiempo: dormida o despierta. Sueño y sueño. El
mundo no es realidad.

8
Señorita anSiedad
7. El insomnio vuelve con la primer gotita de san-
gre entre las piernas. Ya era hora, dice mi Mamá. No
quiero saber, dice mi Papá.

8. Le llaman a mi Mamá de la escuela. Su hija se


duerme en Historia. Es que por las noches tiene un
Señor Insomnio, explica ella.

9. Hola, Señor Insomnio.

10. Para poder dormir comienzo a contar. Eso pare-


ce entretenerle al Señor Insomnio.

11. De pronto ya no sólo cuento en la cama, lo hago


siempreysiempre. Mis pasos, los carros blancos en la
calle, las letras de la sopa, los números en la placa de
un auto. Mi mente nunca descansa, cuenta y cuenta.

12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20.

21. Yo pienso que es normal. Le platico a mi mejor


amiga de la secundaria que conté algo increíble y ja-
másvisto: catorce vochos blancos en un lapso de tres
horas y veinticinco minutos. Ella dice qué raro, yo
sólo cuento cuando hay que contar. Yo siempre ten-
go que contar, le digo. ¿Quieres saladitos de tamarin-
do? Me regala siete.

22. Yo siempre tengo que contar. Yo siempre tengo


que contar. Yo siempre tengo que contar.

9
Sylvia aguilar Zéleny
23. Entre los veinte y los veintitrés años ya no sólo
vivo con el Señor Insomnio. Se ha acercado también
el Joven Cosquilleo. Un hormigueo, un calambre, un
noséqué en las piernas.

24. Mi Hermana dice que imagino cosas, que no ten-


go nada. Mi Papá me dice que soy nerviositaporna-
turaleza. Mi Mamá dice: tienes que ver a Alguien.

25. La Terapeuta me dice que escriba lo que siento.


Escribo hasta la madrugada. Trato de llevarle ventaja
al Señor Insomnio.

26. Y así pasan tres, cinco, ¿cuántos años?

27. Deja el café, dicen mis amigas mientras en cada


reunión de los martes en la cafetería del centro. Pues
vamos a vernos en una cervecería, les digo. La cerve-
za engorda. Mejor insomne que gorda, ¿acaso?

28. La Secretaria del Trabajo me recomienda bañar-


me antes de dormir y untarme aceite de lavanda, de
almendra o de ajonjolí antes de vestirme. ¿De ajon-
joli, cómo se exprime un ajonjolí? Deja ya de pensar,
Señorita Ansiedad. Si eso fuera posible.

29. La Señora de Intendencia me receta té de siete


azahares, pastillas de pasi orina y valeriana.

30. La Terapeuta me manda a hacer ejercicio. ¡Cansa


tu cuerpo! Mi cuerpo está cansado, pero no sabe dor-
mir, no sabe estarse quieto.

10
Señorita anSiedad

31. Mis dedos teclean como el viento. Noche a no-


che, sólo un tac tac tac tac en la habitación.

32. Tac tac tac tac tac.

33. A los veintinueve años: Me enamoro y duermo.

34. A los treinta: Me caso y descanso.

35. Se va mi esposo y su lugar en la cama lo ocupa el


Señor Insomnio, ¿creías que podías escapar?

36. Ésta es la vida de una Mujer Adulta, tengo una


casa de interés social, un gato tuerto, deudas muchas
y dos empleos: uno de 7:00 a.m. a 5:00 p.m. de lunes
a viernes y uno de tres horas los sábados. Soy mi pro-
pia Ama de Casa y por la noche estudio una maestría
en línea. El cosquilleo, el insomnio, se vuelven la for-
ma de hacerlo todotodo sin parar. Pero los domingos
siempre me siento mal, me cuesta dejar la cama, me
cuesta dejar de llorar, cualquier pequeñacosa se vuel-
ve en cualquier grancosa. Preparar un té, la comida
o tender la cama se vuelven una tortura, mi cuerpo
es un animal entumecido que vuelve a la vida cada
lunes.

37. ¿Cuándo comenzaron los días con personalidad


de domingo? De pronto, todos los días se sienten
como el domingo. Me cuesta moverme, me siento
lenta, me siento triste. Me siento y siento. Todo-el-
tiempo. El problema ya no es el Señor Insomnio, el
problema es la Señora Somnolencia. El pesar en el

11
Sylvia aguilar Zéleny

alma. Soy un derrumbe.

38. Tengo sueño. Tengo sueño. Tengo sueño.

39. Termino sentada frente a una Psiquiatra. Tiene


cara de Maestra de Primaria, es dulce, es amable. Me
sonríe después de revisar sus notas y me dice que
no hay nada peor que no saber qué es lo que se tie-
ne. Pero lo tuyo es claro, qué extraño que nadie te lo
haya dicho. Tú tienes ansiedad, el efecto secundario
es esta depresión.

40. Llego a casa y googleo la palabra. Ansiedad (del


latín anxietas, “angustia, a icción”) es una respuesta
emocional o conjunto de respuestas que engloba: as-
pectos subjetivos o cognitivos de carácter displacen-
tero, aspectos corporales o siológicos caracterizados
por un alto grado de activación del sistema periféri-
co, aspectos observables o motores que suelen impli-
car comportamientos poco ajustados y escasamente
adaptativos.

41. Señorita Ansiedad, diagnosticada primero por


una Secretaria que de día teclea y por la noche da
clases de zumba a señoras de su edad, y después por
una Psiquiatra que colecciona elefantitos.

42. En mi tercera cita le cuento a la Psiquiatra que


no me gusta abrir las puertas con las manos moja-
das, dormir en medio de la cama, hablar por teléfo-
no, usar más de un mes el mismo cepillo de dientes...
¿esto también es por la ansiedad? le pregunto. No,

12
Señorita anSiedad
esas son otras manías, contesta sólida.

43. Salgo del consultorio hecha pedazos. La Señorita


Ansiedad nos modela su nerviosismo y unas elegan-
tes ojeras en negro casi morado.

44. Brinco de tratamiento en tratamiento.

45. Neuril. Xanax. Clonazepam. Diazepam. Paroxe-


tina.

46. Neuril is the winner. Finalmente, el adecuado


para mí, me deja funcionar durante el día, no me qui-
ta ni me exagera el apetito, me permite dormir, deja
mis piernas en paz.

47. Neuril: Derivado benzodiazepínico con propie-


dades anticonvulsivantes, ansiolíticas y antipánico.
El 15% de personas a rman que da buenos resulta-
dos y no causa dependencia.

48. Señorita Neuril y Señorita Ansiedad, al n jun-


tas.

49. Escribo de ello, escribo de lo que ha sido dormir


y no dormir, sentir y no sentir. Derrumbarse y cons-
truirse. Señorita Ansiedad 2013, sería un buen título.

50. Comienzo: “Soy una niña. No duermo”.

13
Conversación con Val Cervera
Revista mexicana de aRte contempoRáneo

CONVERSACIÓN CON VAL CERVERA:


La petri cación del esferismo1
El tránsito rompe las formas
urdamos la esfera
el choque del tiempo
la circularidad.
Tomado del Mani esto del Arte Esferista

Val C. Autorretrato, 2007. Acrílico sobre lienzo.

1
La exposición La petri cación de la esfera estará al alcance del público a
partir de hoy y hasta el 23 de marzo en Serdán 109 (galería y departamento
propiedad de la familia Cervera). Para visitarla es necesario concertar una
cita al 215 23 18.
16
ConversaCión Con val Cervera

C uando en 1991 Val Cervera (Los Mochis, 1973)


terminó sus estudios en el Centro de Bachillera-
to Tecnológico e Industrial, ella sabía ya que su des-
tino nada tenía que ver con la tecnología o la indus-
tria. Lo suyo era el arte.

Si bien su propuesta plástica no fue secunda-


da en 1994 —y hasta la fecha ni un solo artista se
ha unido al Movimiento Esferista liderado por Cer-
vera— están a punto de cumplirse diez años de la
publicación de su Mani esto del Arte Esferista e ini-
cia la celebración inaugurando su primer retrospec-
tiva individual titulada La petri cación de la esfera,
exhibición compuesta por veinticinco obras de arte
esférico.

Val Cervera, única representante y defensora


incesante de la ideología esferista, explica que su
propuesta nació accidentalmente: “Después de lo
ocurrido [Cervera perdió el ojo derecho en un per-
cance automovilístico] me fue difícil crear guras
complejas, sólo podía hacer bolitas. Luego, la me-
moria me llevó a las canicas y poco a poco, después
de mucha experimentación, nació mi arte esferista;
descubrí que para lograr el éxito debía esferarme
[sonríe], ¿me entiendes? Esferarme”. La artista co-
menzó, como dice ella misma, a dibujar como loca.

“Lo de las canicas es importante, mi infancia


y adolescencia siempre se vieron afectadas por las
crisis [no desea abundar en ello]; con frecuencia me
evadía de esa realidad a través de las canicas. Jugar
17
Revista mexicana de aRte contempoRáneo

La esfera le dijo a la olla, 1997. Lápiz.

con ellas era lo que más me gustaba. Mamá decía que


las canicas eran para niños y las muñecas para niñas.
Yo odiaba las muñecas, le contestaba que las canicas
eran para todos, para quien las necesitara. Y yo, por
ejemplo, las necesitaba”. Cervera toma una canica y
juega con ella mientras explica cómo las canicas la
hacían estar contenta consigo misma. “Obviamente
después del accidente yo quería sentirme bien, en
especial cuando me dijeron que no había nada más
qué hacer. No sé, de alguna manera el regreso a las
canicas fue lo mejor que pudo ocurrirme, pero yo ya
no era una niña; o sea, no era momento ya de jugar
canicas [cuando ocurrió el accidente Cervera tenía
dieciocho años] era la hora de hacer arte con ellas”.
Así comenzó la aventura artística de Val Cervera.

“Un tiempo después redacté el Mani esto del


Arte Esferista. Debo admitir que tomé unas ideas

18
ConversaCión Con val Cervera

prestadas del Primer Mani esto Surrealista de, de,


de este, ¿cómo se llama? Breton, André Breton. Bue-
no en el suyo él inicia: ‘Tanta fe se tiene en la vida’...
El mío dice: ‘Tanta esfera se tiene en la vida’... Re-
partí ejemplares de mi mani esto junto con una cani-
ca a cada uno de mis compañeros y maestros de la
Academia [se re ere a la Academia de Artes Plásti-
cas del Centro Cultural Universitario Sinaloense,
donde fue alumna por ocho años]. Pero a nadie le
interesó. Supongo que es a lo que se refería Breton
cuando decía que todavía vivimos bajo el imperio de
la lógica, en estos tiempos también vivimos bajo el
imperio de la lógica, la lógica del cuadrado”.

Val Cervera nos muestra algunas de las obras


que el público habrá de obsevar en su exposición
mientras cuenta que, en ocasión de la visita de Ol-
medo, ella aprovechó la oportunidad para entrevis-
tarse con una de las más importantes artistas y cu-
radoras en México. “Sí, hablé con ella, la mismísima
maestra Olmedo. Le di el mani esto y no una, sino
una bolsa entera de canicas. Se sorprendió mucho,
le dije que yo quería llevar las esferas a la esfera del
arte nacional. Sonrió y me dijo que mi ingenuidad
era genuina. Eso me motivó muchísimo, después de
todo, era ¡La Olmedo! quien hablaba”.
La obra de Val Cervera se caracteriza por rom-
per ciertos principios armónicos; plantea que el ser
humano está equilibrado a partir de la simetría y la
cuadratura y que eso es una contradicción con su
medio: “Nosotros, los seres humanos, somos simé-
19
Revista mexicana de aRte contempoRáneo

tricos: ojos, nariz y labios en perfecto equilibrio, sin


embargo nuestra sociedad dista mucho de la armo-
nía o el equilibrio... Mi pieza titulada Abrí las puertas
de la percepción y pasé hasta otra esfera habla de
eso, en ella usted encontrará dos esferas separadas
por una puerta, todo está en total asintonía con rela-
ción al marco, la esfera del interior es asimétrica, es
otra esfera. Todo tiene un alcance metafórico en mi
obra”.

Abrí las puertas de la percepción y pasé hasta otra esfera, 2002. Acuarela.

La propuesta de Val Cervera es una experi-


mentación de la forma, sus primeras piezas se in-
clinan hacia el uso de lápiz o carbón, también se
observan acrílicos y sus piezas más recientes van
de la fotografía digital a la instalación. El nombre de
esta artista, sin embargo, es casi desconocido en el
medio, “aunque mi nombre aparece en dos de los
asientos que forman parte del Auditorio del Centro
Cultural Universitario Sinaloense, por las donacio-
nes que he hecho en repetidas ocasiones al Centro”.
20
ConversaCión Con val Cervera

La artista cree en la importancia de aportar granitos


de arena para el arte y la cultura. “Por eso apoyé al
Auditorio, también mis obras han formado parte de
subastas silenciosas realizadas por la sociedad de
alumnos de Ingeniería y por el Club Rotario... Es
una forma de colaborar”.

Esferita, Esferita, ¿quién es la más bonita?, 2000. Instalación.

Cervera piensa que tal vez su obra no ha sido


aceptada del todo por los coleccionistas “cuyo con-
servadurismo no les permite ver más allá de su mun-
do so sticado”. Una de sus primeras obras “La esfe-
ra le dijo a la olla” fue terriblemente criticada: “decían
que eso no era una olla sino un jarrón pero hágame
el favor, eso es una nimiedad comparado con el jue-
go metafórico que yo estaba buscando”. Más recien-
temente una escultura de Cervera fue rechazada de
21
Revista mexicana de aRte contempoRáneo

la colección de Empresarios de Sinaloa sin ningún


argumento válido. “Sólo admiten a Ross, a Faz o
a Guerrero en sus salas, pero la crítica ha habla-
do muy bien de mi trabajo; alguien escribió que era
demasiado ambiciosa por mi ‘carencia de sentido’ o
algo así. Por otro lado, también está la cuestión de
género, pero ya estoy cansada de hablar de ello, de
repetir que estamos en una sociedad machista que
sigue pensando que las canicas son sólo para va-
rones. Si para ser reconocida tengo que colgar mis
cuadros en hoteles de paso, lo haré”.

Teoría y praxis del rechazo esférico, 2004. Lápiz.

La obra de Val Cervera difícilmente puede


centrarse dentro de una corriente o escuela artísti-
ca; esto, admite la autora, la pone en una posición
desventajosa: “Ahora resulta que si no viene uno de
22
ConversaCión Con val Cervera

una escuela o corriente rechazan tus obras. Los ga-


leristas no se entusiasman con las nuevas propues-
tas, alegan la di cultad de cuidar una obra con tantas
pinches canicas, de no tener espacio para las dimen-
siones de mis cuadros [uno de ellos mide tres metros
de largo] y pre eren promover a otros artistas. Yo los
entiendo, pero también sé que están perdiendo la
oportunidad de estar a la altura de las mejores gale-
rías del mundo, que no temen acercar al público con
un lenguaje plástico original y redondo”.

Ahora presenta una muestra curada por ella.


Cervera admite que “no hay mejor curador que uno
mismo, una sabe qué exploró y qué busca comuni-
car y además nadie más sabría cómo cuidar a mis
canicas”. En esta colección el espectador observará
el uso de esmaltes sobre diversos materiales y, por
supuesto, canicas; se explora lo que la autora llama
“la esfera de lo mexicano”, donde se analizan e idea-
lizan nuestras tradiciones de forma abstracta.

“En el cuadro México no puede esferar traté


de introducirme en la veta de nuestra mexicanidad
a través de las canicas y el rebozo [aprendió a tejer
en telar]. Para esta colección eché mano de colores
contrastantes y en vez de pinceles utilicé diversos
tipos de goteros: las gotas de pintura ofrecen a mis
obras una textura distinta, tridimensional. Es mi ver-
sión del puntillismo, del drooping de Jackson Pol-
lock. En cuanto a las esculturas, hice ensamblajes
con esferas, canicas [elemento básico en su obra] y

23
Revista mexicana de aRte contempoRáneo

otras formas circulares [como pelotas]. La fusión de


esto con los rebozos y las gotas hace una esta de
color y gura”.

Esférame, 2005. Fotografía digital.

Val Cervera está a punto de viajar por Europa:


“Bueno, es un tour vacacional de Europa en quince
días, sin embargo me parece una buena oportunidad
para mostrar mi obra en algunas galerías. He prepa-
rado un portafolio con lo más representativo de mi
trabajo esférico. Tengo grandes expectativas”.
24
ConversaCión Con val Cervera

La petri cación de la esfera es, quizá, la obra


incomprendida de una artista incomprendida; quizá
sólo el tiempo nos demuestre lo contrario.

25
La casa en la playa
Sylvia aguilar Zéleny

Me prometí que el 21 de agosto me iba a deshacer de


mi Padre y así lo haré. Es la única forma de crearle
un rumbo a mi vida. No hay de qué asustarse, no
voy a asesinarlo, se trata más bien de que a pesar de
estar muerto se ha mantenido vivo o, en todo caso,
lo he mantenido vivo. Y es que a Papá lo traigo al
presente a diario: hablo con él, comparto con él, dis-
cuto con él... Me guía todo el tiempo: “¿Cómo hago
con esto, Papá?”, “Dime, ¿cómo resolverías tú esto?”
Papá también es mi catarsis: “¿Por qué carajos no nos
enseñaste que amar no es lo mismo que amor?” Mis
respuestas, mis soluciones son las de Papá. Donde
otros escuchan silencio, yo oigo a mi padre con el
mar de fondo.

Es como si hubiera tomado posesión de mí.


O yo de él.
No sé.

Entro a su casa un mes después del funeral.


Antes, simplemente no pude. Trato de no electrocu-
tarme con la cochera eléctrica. Bonita cosa hubiera
sido. Dos muertes en la familia en un mismo año. Me
doy toques. “Sólo a ti, Papá, se te ocurre 1) comprar

28
La casa en La pLaya
una cochera eléctrica usada y 2) colocarla justo en
una casa frente al mar más rabioso”. A las reuniones
siempre llegaba un invitado quejándose por culpa de
la reja. “O sea, no sólo había que manejar más de cua-
renta minutos para venir a visitarte, Papá, además
tenía uno que correr el riesgo de recibir choques eléc-
tricos como bienvenida”.
Entro ilesa. La cochera es, como siempre, un al-
macén. Cajas y más cajas. El auto que siempre prome-
tió arreglar y el auto que siempre prometió vender.
Ambos son, también, almacén de las locuras de mi
Padre. Me pregunto si vale la pena venderlos. “Una
bicoca, eso, una bicoca te van a dar”, hubiera dicho
él. Ay, Papá, que de ganar unos cuantos pesos a se-
guir con estas hojalatas aquí... Me acerco al Datsun;
en este carro Papá me enseñó a manejar. Claro, si a
eso se le llama enseñar a manejar: “Mira, aquí están
las llaves. La primera es para acá, la segunda para
acá. Para meter cambio...”
Al entrar a su casa me recibe un tufo horrible,
marea de moscas que zumban y vuelan y zumban
y vuelan. Sobre la mesa descubro la última cena de
Papá: una sopa de mariscos a medio acabar, galletas
saladas, una cerveza negra y un par de Delicados en
el cenicero. En el fregadero encuentro una olla sin la-
var, platos cuyos restos de comida han sido el aperi-
tivo de cientos de insectos a los cuales, por cierto, hoy
no temo. Bastante es el terror de estar aquí. Lo prime-
ro que hago es tirar la comida. Luego lavo los platos.
Supongo que en ello quiero lavarme la conciencia de
lo que estoy a punto de hacer o de todo lo que nunca
hice por él. “Lo que nunca hice por ti, viejo”. Lo que

29
Sylvia aguilar Zéleny

en realidad no sé si hubiera querido que hiciera por él.


Limpiar la cocina no es labor incómoda, la ven-
tana de frente se vuelve la pantalla de ese espectácu-
lo que es el mar. “¿Por qué pusiste la cocina aquí en
vez de colocar una sala?” El estudio, por ejemplo, da
a una calle fea donde lo único que pasan son los ven-
dedores de cocos, los artesanos y la masa de spring-
breakers cada semana santa. Esos son los tipos de
misterios que nunca habré de resolver sobre la vida
de mi Padre, como este otro “¿por qué tantas ollas y
platos sucios si vivías solo en esta casa?” Nunca nada
está de más, me hubiera dicho. Nosotras casi nunca
veníamos, su esposa menos. Mientras lavo, pienso:
¿quién habrá sido el primer hombre en disponer que
las mujeres limpiemos los restos de todo?
“Estoy aquí, Papá, limpiando los restos de tu
todo”. Me siento obligada a decir: “Vine sola, Papá,
vine sin mis hermanas y sin tu esposa porque ellas
ya han tenido bastante de ti”. Su silencio es, como
siempre, mucho más. Y es que Papá no era tarea fácil,
entre sus idas y salidas de la clínica, entre sus asaltos
de sinrazón y los insultos y necedades de viejito alco-
hólico, no sin mencionar su dramática muerte, ellas
ya no pueden más. “¿Por qué lo hago yo? ¿Por qué
crees? Porque quiero evitarles este escenario. Tus bo-
tellas de cerveza, vino, vodka, las sondas en el piso,
manchas por todos lados, objetos sin ton ni son que
se vuelven el arte-objeto de tu vida, el desorden de tu
locura, Papá”. Además, es más fácil limpiar el caos de
un hombre muerto que el propio. Es más fácil orga-
nizar la vida de los otros, es más fácil salirse de sí. “Y
ya déjame en paz que tengo mucho qué organizar”.

30
La casa en La pLaya

Entro a la sala y me doy cuenta de todo lo que


debo hacer: repartir sus cuadros, sus sillas, sus ca-
jas de madera, sus muebles de bambú, su colección
de discos de vinilo, vaya, hasta los libros y revistas.
Tal vez pueda donar algunas cosas. “Me vas a decir
que a mí no me corresponde decidirlo, pero ¿sabes?
Por qué no tomas tu bronceador y te vas a jugar a la
playa. Sólo déjame en paz”. El silencio es su respues-
ta. “Déjame, anda, voy a hacer, como siempre, todo
lo que te correspondía hacer a ti. Ahora vete, vete al
fondo del mar y déjame terminar”.
Abro los ventanales y las moscas comienzan a
salir, se van, huyen. Ellas las que pueden. ¿”Y aho-
ra?”, me pregunto. No sé ni por dónde seguir, me
doy vuelta y veo la casa como un estado de sitio.
Todo tal cual lo vi en mi última visita. Papá en de -
nitiva no tenía interés alguno en tener orden en esta
casa, ni siquiera sé si la disfrutaba, la hizo simple-
mente el almacén de sus pesares, y por pesares me
re ero al cuantimadral de cosas que siempre tuvo.
Papá el coleccionista. Papá el acumulador. Papá el
guardalotodo. Un reality show se daría un festín con
este universo que Papá sembró en sus pasillos, en sus
paredes, en cada uno de sus pinches muebles.
Se mudó aquí porque decía: “un hombre que
nació cerca del mar, que vivió dentro del mar, tiene
que morir cerca del mar”. Su esposa: “¿ahora resul-
ta que sabes cuándo te vas a morir?, no esperes que
me mude contigo...” Papá: “no espero nada si tú no
esperas nada”. Fin. Un mes después, mi Papá remo-
delaba la vieja casa del abuelo frente a la playa. No lo
detuvimos: “no te detuvimos, Papá, porque era más

31
Sylvia aguilar Zéleny
fácil vivir sin ti”. Era bonito extrañarte, era lindo que
nos extrañaras. Verte, entonces, era un carnaval de
diversión. “Tu risa, Papá, tu risa y tus bromas. Tus
regalos. Tus historias”. Todo lo que tú eras antes de
la primera copa, antes de la primera botella, antes del
primer portazo. “Porque siempre, ay, siempre Papá,
había una botella y luego un portazo”.
Sigo limpiando. Me llama una nota, la leo: “No
te has aparecido para el dominó”. Es de Aguirre, otro
loco que al jubilarse dejó la ciudad para venirse a la
playa. Me doy cuenta entonces que Aguirre nunca
fue al hospital ni estaba en el funeral. “¿Será que no
se enteró?” Levanto el teléfono y lo llamo, se lo digo
sin mucho artilugio, “Papá murió”. Aguirre ya lo
sabía, alguien le avisó. Se apena conmigo, “no tuve
valor de ir, Gloria, a esta edad a uno sólo lo invitan
a bodas y a funerales y ninguno de los dos me gus-
ta”. Le pregunto si de casualidad Papá no le quedó
debiendo dinero. Eso es lo único que nos dejó: gran-
des, pequeñas y medianas deudas. “Nada, nada, no
importa”. Decido invitarlo: “venga al rato, aquí voy a
estar, seguro hay cosas que a él le gustaría que usted
tuviera”. Cuando cuelgo le digo a papá: “Aguirre no
va a venir”.
Mi plan era estar sólo unas horas y regresarme
a media tarde, pero se me metió en la cabeza que es
mejor acabarlo todo para ya no volver. He armado
siete bolsas de objetos, ropa, zapatos y cosas incom-
prensibles. Primero pensé en tirarlo todo en el conte-
nedor y dejar que se lo llevaran. Luego pensé en que
podía manejar al pueblo y dejárselo a alguien por
ahí, siempre hay niños caminando descalzos y sin

32
La casa en La pLaya
camiseta a pesar del pinche calorón. Pero ¿qué ha-
cer con lo demás? Papá coleccionaba botellas, bolsas
de supermercado y cajas de madera. Su sueño eco-
lógico. Todo lo reciclaba. Papá coleccionaba motores
y piezas de lanchas, redes, tuercas, herramientas de
todo tipo, cañas, mafufadas que nunca usó para pes-
car. La casa en la playa era el almacén de su mundo.
Ah, y no he mencionado las llaves, llaves de todos los
tamaños. Llaves que no abren nada y que uno se en-
cuentra en cada rincón de la casa. De niña me decía:
“con esta llavecita abres corazones”. Pero mi llaveci-
ta nunca abrió un corazón.
Trabajar en el segundo piso es otra faena. Papá
no usaba ganchos, colgaba la ropa con un sistema de
sogas de barco instaladas en las escaleras. Con so-
gas más pequeñas hizo unos colgantes para los he-
lechos que se han ido muriendo después de un mes
sin agua. “¿Me los debería llevar?” le pregunté. “Se
te van a morir, a ti todo se te muere, hasta tú, Papá”.
Decidí que no le haría caso y me los llevaría a casa,
los regaría tres veces por semana y estarían más boni-
tos que nunca. Él quería mucho a sus plantas, quizás
más que a sus hijas. Es probable que esté exagerando,
Papá nos quería mucho, es sólo que con seguridad le
hablaba más a sus plantas que a nosotras.
Se hace tarde y estoy cansada. Preparo una ha-
bitación para mí, de milagro encuentro un par de sá-
banas limpias. No me da miedo quedarme, total y
qué, el fantasma ya me persigue. Necesito un baño,
voy por una toalla para darme un regaderazo, desde
la ventana de la cocina veo y escucho al mar. “¿Hace
cuánto que no te metes?” Me quito los zapatos, cam-

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Sylvia aguilar Zéleny
bio mis pantalones por un shorts y mi blusa por una
de sus camisetas.

Me voy a la playa.

Pienso en la primera vez que vi el mar. No es


que lo recuerde, es que me pregunto qué habré pen-
sado, qué habré dicho. “¿Lo señalé con el dedo y dije
abua-abua-abua, Papá?” Imagino que me trajeron
aquí los dos, Papá y Mamá. Me tenían de la mano, yo
en medio de ellos, el lazo que los tuvo juntos hasta
que ella murió. Apenas la recuerdo. “¿La recuerdas
tú, Papá? ¿Pensaste en ella cuando sentías que te ibas
a morir?”
El mar, extrañamente, está tibio y tranquilo;
apenas entro, mi cuerpo comienza a ceder, como si
el peso de todo lo ocurrido en el último mes, en el
último año, se desmontara al n de mis hombros.
Soy ligera, soy ligera. Me dejo otar, me dejo arras-
trar por las pequeñas olas que de cuando en cuando
aparecen. Minutos que parecen horas, el mar tiene
eso supongo, un tiempo distinto al nuestro. Un mun-
do distinto al nuestro. Recuerdo, eso sí lo recuerdo
como si hubiera sido ayer, el día que Papá me enseñó
a nadar. El día que me dijo: “así mueves los brazos,
así las piernas, así respiras. ¿Viste? Es tu turno”. Papá
y su bigote y su barba y su mata de cabello remo-
jada en esa alberca. Papá y su bigote y su barba y
su mata de cabello remojadas siempre. Papá. Cuan-
do menos lo imagino es de noche pero no importa,
me quedo aquí:
siendo.
Al sentir que vuelvo a la orilla, me paro y cami-
34
La casa en La pLaya
no mar adentro. Es entonces que la descubro, la luz,
la luz del mar. Había oído hablar de ella, es proba-
ble que de niña la hubiera experimentado pero esta,
sin duda, se siente como la primera vez. Le llaman la
chispa de mar, pero no es una chispa, es algo mucho
mayor. Esas pequeñas algas que se encienden con el
movimiento, dejan una estela de ti, tras de ti. Qué
maravilla, las luces me siguen, alumbran mi cuerpo.
Me quito la ropa, la aviento a la orilla y me permito
abrazar por el destello del mar.

Yo necesito el destello del mar.

“Ah, disfrutando la noctiluca”. Por un instante


pienso que es mi padre que ahora sí me habla en serio,
que nalmente he caído en su propia locura. “No te
encontré en la casa y me imaginé que estarías aquí”.
Levanto la cabeza y descubro en la orilla a Aguirre.
Se ve mejor que antes, la playa le ha hecho bien. Me
avergüenzo y sumerjo mi cuerpo. Supongo que se da
cuenta porque me dice: “Nada de apenarse, que lo
más delicioso es desnudarse en el mar”. Asentí. “Tie-
nes suerte, es la primera noctiluca del año”. Noctilu-
ca, claro, ¿cómo olvidar esa palabra? Aguirre saca un
cigarrillo y lo enciende, se sienta en la orilla. Estoy
segura de que me va a preguntar por Papá, usará ese
tono de lástima que todos usan cuando hablan de él y
de su muerte. “Un hombre tan brillante, cómo pudo
morir así”. “Un ejemplo para la Naval”.
“¿Sabes?”, me dice Aguirre, “una vez en televi-
sión vi una chica contando la historia de su naufra-
gio. Pasó más de cinco días en el mar. Habían muerto

35
Sylvia aguilar Zéleny
sus amigos. Quedaban dos personas y su lancha co-
menzaba a ceder. Estaba a punto de rendirse cuando
se dio cuenta de que había noctiluca. Empezó a reír,
a reír como loca. Dice que eso la salvó por unas horas
hasta el rescate que ocurrió justo en la madrugada.
Curioso, ¿verdad?”.

Quiero hablarle de Papá.


Quiero preguntarle de Papá.
Pero en cambio, guardo silencio.
Floto.

Después de unos minutos de silencio Aguirre apagó


el cigarrillo, se levantó y me dijo: “Te dejo sola, dis-
fruta el mar, es tuyo. La herencia de tu Padre”.

“El mar es mío. La herencia de mi Padre”.


Me quedo otando un rato más.

Una luz, una nueva luz me rodea. Me envuelvo


en ella y, nalmente, lloro. Lloro por la vida de Papá.
Por la muerte de Papá. Lloro por todo lo que Papá
fue para nosotros: un misterio, un accidente constan-
te, un insulto largo, una risa loca. Un peligro, Papá
era un peligro.
No sé cuánto tiempo pasa. El cielo se viste de la
misma luz del mar. Mi piel está completamente arru-
gada. Decido salir, vestirme. Camino por la orilla.
Me encuentro con el amanecer. La playa se acaba. Es
hora de volver, camino de regreso a casa y el sol me
toca la espalda, me abraza.
Voy a quedarme aquí en la casa en la playa,
la casa de papá será mi casa. “Tu casa será mi casa,

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La casa en La pLaya
Papá”. Yo, de todos modos, no sé qué hacer con mi
vida, la mía –como su casa– también es un caos. Que-
darme ahí es quedarme con Papá, él me dirá qué ha-
cer, cómo y dónde. “Y si no lo haces, no importa”.
Pondré su butaca de mimbre afuera y me sentaré to-
dos los días en ella a mirar el mar, a leer, a pensar, a
encontrar. Por las noches me meteré al mar.
Prometí que el 21 de agosto me iba a deshacer
de mi padre.

No me deshice de él, me hice de él.


Me hice de una casa en la playa.

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A la memoria de Gerardo Aguilar Zéleny,
nuestro Príncipe Húngaro.
Estas manías se cocinaron y perfeccionaron has-
ta transformarse en un libro, en julio de 2014. Se
utilizaron las familias tipográ cas Arial y Book
Antiqua. Los espíritus kodamas darán prueba
de ello

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