Al final del capítulo veintiuno de Apocalipsis la Palabra de Dios nos recuerda
que la eternidad no es solo para una nación en particular, o un pueblo terrenal privilegiado. Sino que como tantas veces lo dijo anteriormente el libro, en la eternidad habrá “una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas”. Y esto es importante recordarlo porque el evangelio no es nacionalista, la salvación no es por parentesco, imposición o grandeza humana; la salvación es por gracia. Ya desde el Antiguo Testamento Dios venía mostrando su plan para todas las naciones. Esto fue lo que le dijo Dios a Abraham, cuando le hizo la mayor de todas las promesas en Génesis 12:3 “¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!” Y efectivamente esa bendición ha alcanzado a todas las familias de la tierra, no solo a los Israelitas, sino que, por medio de Cristo, la Simiente Prometida, la salvación se extiende hasta el último rincón de este planeta. Es por esto que la verdad de Cristo debe ser proclamada por toda la tierra. Cristo es salvación y vida eterna sin importar las fronteras o barreras que el hombre quiera colocar, para Dios nada hay imposible, Él puede salvar a quien quiera. Así que en Apocalipsis capítulo veintiuno, versículos veinticuatro al veintisiete la Palabra de Dios dice: “Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus espléndidas riquezas. Sus puertas estarán abiertas todo el día, pues allí no habrá noche. Y llevarán a ella todas las riquezas y el honor de las naciones. Nunca entrará en ella nada impuro, ni los idólatras ni los farsantes, sino solo aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida, el libro del Cordero.” Y es que, así como la salvación no está limitada a una familia humana en particular, tampoco está condicionada por las limitaciones humanas; en la gloria eterna “Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus espléndidas riquezas.” El evangelio es para los pobres como lo dijo Cristo mismo en Mateo 5:3 en la Nueva traducción viviente leemos: “Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de él, porque el reino del cielo les pertenece.” Así es, pobres, pero pobres de espíritu; porque allí en la eternidad estarán los salvos de todas las naciones caminando a la luz de Dios mismo, quien es el que ilumina la ciudad celestial. Allí estarán “reyes de la tierra”, ya lo dijimos, Dios no está limitado por un estrato social, a quien Dios quiere Él salva. La salvación no es para los que tienen necesidades económicas, sino necesidad espiritual. El evangelio no es para mejorar el estrato social, sino para transformar el corazón de los hombres y llevarlos a colocar su fe en Cristo. Así que la Palabra de Dios nos muestra esta imagen hermosa de “los reyes de la tierra… [entregando] sus espléndidas riquezas” al Único que es digno: a Dios mismo. Ellos comprendieron que la verdadera riqueza, y la mayor grandeza era tener a Dios en sus vidas. Sí, estas son aquellas personas que amontonaron riquezas en el reino de los cielos. Fueron los que vivieron a la luz de la eternidad sin importar su posición terrenal. Por eso ahora que están en la gloria, rinden ante Dios todo lo que son. Siempre reconocieron que si hago eran aquí en este mundo, se lo debían a Aquel que es digno de alabar por siempre. Allí sigue diciendo de la ciudad celestial que “Sus puertas estarán abiertas todo el día, pues allí no habrá noche.” En este mundo sucede todo lo contrario, estamos preocupados por la seguridad. En la antigüedad las ciudades poderosas eran amuralladas, y sus puertas solo se habrían a la luz del día para así evitar un ataque invasor; pero en la eternidad esto jamás ocurrirá, a pesar de que allí estará la verdadera y competa riqueza; allí simplemente no hay nada que temer; primero porque en aquel lugar ya no existe el mal, y segundo porque “allí no habrá noche”, allí ya no habrá oscuridad, no existe ni rastro de la maldad; sencillamente allí no hay nada por qué preocuparse; al contrario, todo es una completa y eterna seguridad; así que “llevarán a ella todas las riquezas y el honor de las naciones.” Esta es una gran realidad, al cielo todos llevarán sus riquezas, porque lo que allí brilla no es gloria pasajera. En este mundo algunos tendrán mucho, otros poco, pero al fin y al cabo nada de lo material de esta tierra cuenta para la eternidad; las riquezas celestiales toda persona las puede poseer; porque la riqueza que una persona atesora en Dios es un corazón que lo adora de verdad, es una vida de entrega y devoción a Dios. Allí nadie llegará con las manos vacías, sino que cada hijo de Dios entrará a esta ciudad de gloria, con riquezas y honor para Dios. Qué maravilloso saber que todos podemos vivir para Dios, que grande es saber que a Dios no se le adora con sacrificios humanos, con dinero, oro o riquezas materiales, sino que a Él le adoramos con un corazón sincero, y con una entrega voluntaria de nuestra vida en adoración y alabanza. Estas riquezas las puede ofrecer cualquier persona desde esta tierra, pero cuando lleguemos a la eternidad, la adoración y alabanza a Dios será sin igual. Por esto como un sello de seguridad la Palabra de Dios nos recuerda: “Nunca entrará en ella nada impuro, ni los idólatras ni los farsantes, sino solo aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida, el libro del Cordero”. No, allí ya jamás habrá engaño. Estar en la misma presencia del Único Dios santo hará imposible cualquier impureza; allí no entrarán “ni los idólatras ni los farsantes”, porque allí será evidente de que hay un solo Dios verdadero. Así que la gloria es solo para “aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida”. Aquellos que viven a la luz de la eternidad; aquellos que no se jactan de su posición en esta tierra, de su grandeza o riqueza; los que no viven de apariencias, sino que saben que ha sido el sacrificio de Cristo quien les ha dado la salvación y la vida eterna. Aquellos cuya verdadera bendición y mayor riqueza es saber que Cristo murió por ellos, que su seguridad está en que Dios mismo ha escrito sus nombres en “EL LIBRO DEL CORDERO”.