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Historia de la Psicología

Mgs. Juan Alfredo Robles Chang, Psic.

PSICOLOGÍA DE LA ANTIGÜEDAD GRIEGA Y LATINA

SÓCRATES: Realmente, me parece que has encontrado una razón nada despreciable para
enjuiciar la ciencia, razón, que, desde luego ya formulaba Protágoras. Él dijo lo mismo que dices
tú, aunque con otras palabras. Pues afirmaba que el hombre es la medida de todas las cosas; de
las que son como medida de su ser y de las que no son como medida de su no ser. ¿Sin duda,
habrás leído esto?

TEETETO: Sí, lo he leído muchas veces

SÓCRATES: ¿No dice en verdad que las cosas son para mí tal como se me aparecen, y para ti
también tal como se te aparecen?

TEETETO: Desde luego, eso es lo que él afirma.

SÓCRATES: Es natural, sin embargo, que un hombre sabio no lance afirmaciones gratuitas.
Sigámosle, por tanto, en su desarrollo. ¿No ocurre a veces que el mismo soplo de viento hace a
uno tiritar de frío y a otro no y que a uno le acaricia ligeramente y a otro de manera violenta?

TEETETO: Efectivamente.

SÓCRATES: ¿Qué será entonces el viento en sí mismo? ¿Diremos que es frío o que no es frío?
¿O daremos la razón a Protágoras, afirmando que es frío para aquel que tirita y que no lo es para
el otro?

TEETETO: Parece natural.

SÓCRATES,-¿No se mostrará de este modo a cada uno de ellos?

TEETETO: Lógicamente.

SÓCRATES: ¿Y en esa apariencia consistirá la ciencia?

TEETETO: C1aro que sí.

SÓCRATES: Entonces, apariencia y sensación son una misma cosa, tanto para el calor, como
para los demás estados análogos. Porque las cosas parecen ser tal cual las siente cada uno.

TEETETO: Así parece.

SÓCRATES: Solo hay, pues, sensación de lo que es, y sensación verídica que constituye ciencia.

TEETETO: No cabe duda.

SÓCRATES: ¿Admitiremos, por las Gracias, que este Protágoras era un compendio de sabiduría,
que hablaba enigmáticamente a la chusma y a nosotros mismos, en tanto a sus discípulos enseñaba
la verdad, envuelta en el misterio?

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TEETETO -¿Qué quieres decir con esto, SÓCRATES?

SÓCRATES: Te lo haré presente de manera aceptable. Como lo que es en sí y por sí nada es; no
existe cosa alguna que pueda ser denominada rectamente. Supón que tú consideras algo como
grande; nada impide que aparezca como pequeño. Si pesado, que se nos muestre como ligero.
Con todo ocurrirá exactamente igual; porque de ningún ser podrás afirmar la unidad ni cualidad
individual alguna.

SÓCRATES: Bien, veamos ahora: ¿no se destruye la normal constitución del cuerpo por la calma
y la pereza, en tanto la gimnasia y el movimiento procuran su salvación?

TEETETO: Sí.

SÓCRATES: ¿Y qué otra cosa ocurre con el alma? ¿No son el estudio y el ejercicio, verdaderos
movimientos, los que le proporcionan las ciencias, la conservan en su estado y la vuelven mejor?
Y al contrario, ¿no es la calma, o ausencia de ejercicio y de estudio, la que le impide aprender, o
incluso le hace olvidar lo ya aprendido?

TEETETO: Sin duda alguna.

SÓCRATES: Así, en efecto, hay que considerar las cosas, querido amigo. Eso que, con referencia
a los ojos, llamas tú color blanco, ni es color blanco en sí, ni lo es fuera ni delante de tus ojos, ni
siquiera en lugar alguno. Si fuese de este modo, tendría realmente su puesto y se mantendría en
él, en vez de variar continuamente.

TEETETO: ¿Cómo lo explicas?

SOCRATES: Sigamos con la razón expuesta hace poco y admitiendo por consiguiente que no
hay nada en sí ni por sí, comprobaremos que tanto el color blanco, como el negro, como cualquier
otro color, es el resultado del acercamiento de los ojos a esa traslación propia que les origina, y
habremos de afirmar entonces que todo color existente no es ni lo que se aplica ni lo que es
aplicado, sino algo intermedio, adecuado a cada uno. Porque ¿podrías aseverar que tal como se te
aparece a ti el color se aparece también a un perro o a cualquier otro animal?

TEETETO: ¡Por Zeus!, no es esa mi opinión.

SÓCRATES: ¿Diremos, pues, que no hay semejanza alguna entre lo que percibe otro y lo que
percibes tú? ¿Podrías mantenerlo con fuerza o, si acaso, aún tendrías que afirmar que nada es
idéntico para ti, ya que ni tú lo eres contigo mismo?

TEETETO: Me inclino más por esto último.

SÓCRATES: Si, por tanto, aquello con lo que nosotros nos medimos o a lo que tocamos era
grande, blanco o cálido, así permanecerá en cualquier otra circunstancia, de no experimentar un
determinado cambio. Y si alguna de estas cosas que medimos y tocamos sufriese las
determinaciones mencionadas, no habría que atribuirlo al hecho de que algo se le aproximase o
experimentase modificación, sino al hecho de que ella misma sufriese alguna. Bien se ve, querido,

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que resultan extrañas y risibles estas afirmaciones a que somos llevados tan a la ligera; Protágoras,
y todos los que le siguen, las juzgarían de esta manera.

SÓCRATES: El principio del cual dependen todas las teorías de que hacíamos mención es, para
ellos, el siguiente: el todo es movimiento y nada más que movimiento. Este movimiento se
aparece bajo dos formas, una y otra en número ilimitado, con poder de actuar en un caso y de
sufrir en otro. Del contacto y del frote de ambas surgen vástagos en número ilimitado, hermanos
gemelos como son lo sensible y la sensación, pues esta última surge y se engendra al mismo
tiempo que lo sensible. Hay muchas sensaciones a las que puede aplicarse un nombre: así, las
visiones, las audiciones, las sensaciones olfativas, las de frío y de calor, los placeres, las penas,
los deseos y temores, por no nombrar más que unas cuantas. No tienen fin, sin embargo, las que
carecen de nombre, en contraste con las que reciben una determinada denominación. La raza de
lo sensible opone a cada una de las sensaciones un vástago gemelo: a 1as visiones, los colores, y
a la variedad, una nueva variedad; a las audiciones, sonidos que se corresponden con ellas, y a las
demás sensaciones, los otros sensibles que con ellas tienen relación. ¿Qué nos dice, por tanto, este
mito, TEETETO, con referencia a lo que antes afirmábamos? ¿Tienes algo que contestar?

TEETETO: Nada en absoluto.

SÓCRATES: Veamos entonces cómo termina la cosa. Queríamos decir, efectivamente, que en
todo esto de lo que hablábamos se mueve. Añadiremos, no obstante, que hay rapidez y prontitud
en el movimiento. Y mientras el movimiento se desarrolla lentamente, actúa en el mismo lugar y
en relación a lo próximo, engendrando a su vez. Ahora bien: todo lo que así se engendra, adquiere
más rapidez, ya que la traslación se convierte en su movimiento característico. Cuando el ojo o
algún objeto apropiado a él, engendran, por su contacto, bien la blancura, bien la sensación que
le es connatural, todo lo cual no se hubiese producido siguiendo un camino distinto, entonces, por
mor de la traslación y de la visión de los ojos, por esa visión misma que emana de los ojos y la
blancura que proviene del objeto y que, juntamente con aquella, da origen al color, el ojo se llena
de visión. Ahora sí que diremos que ve, y más aún; que sin ser visión, es, en cambio, ojo vidente.
De esta conjunción generadora del color surge, no la blancura, sino el color blanco; por ejemplo,
la madera blanca, la piedra blanca y todo aquello que en su superficie se reviste de este color. La
misma explicación podríamos dar en cuanto a lo seco, a lo cálido y a todo lo demás; y como
decíamos no hace mucho, nada es en sí ni por sí, y todo recibe, a través de la aproximación mutua,
eso que llamamos el movimiento, su propio devenir y la diversidad que lo caracteriza. No tendría
solidez, realmente, que la cualidad de agente o de paciente la pensásemos como fija en uno de los
términos opuestos. Porque no puede hablarse de agente que no haya venido a unirse al paciente,
ni de paciente que no haya venido a unirse al agente: lo que es agente en la unión, al producirse
el encuentro se muestra claramente como paciente. De modo que de todo esto hay una conclusión
explícita, ya anticipada al principio por nosotros: nada es en sí mismo y por sí mismo, sino que al
contrario, está siempre en devenir. El ser tendrá, pues, que suprimirse, y nada podrá ayudarle, ni
el hábito ni el desconocimiento en boga, Si hemos de expresarnos como los sabios, no convendrá
decir ya que algo es posible, o que alguien, o que incluso yo, o que esto o que aquello lo es, pues
no se encontrará nombre apropiado para todo ello. Expresaremos la realidad hablando de lo que
llega a ser, o se hace, o se destruye, o se vuelve otro, porque cualquier razón que instituyamos
fácil será de contradecir. Tal es la ruta que habrá de seguirse, tanto si se trata de una cosa sola
como de muchas reunidas, sea, por ejemplo, de esa conjunción llamada hombre, o de la piedra, o
del animal, o de una determinada forma. ¿Son o no gratas para ti estas razones TEETETO, y les
darías con gusto tu aprobación?

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SÓCRATES: Pues bien: no dejemos en aire lo que todavía nos resta. Falta por considerar aún el
extravío que suponen los sueños y las enfermedades, y entre otras las que afectan al oído, a la
vista o a cualquier otra sensación. Tú sabes, sin embargo, que en todas estas situaciones cabe
encontrar una unánime refutación a la tesis que exponíamos. En nosotros mismos, más que en
ningún otro, las sensaciones experimentales son falsas y mucho me temo que pueda ser en efecto
real lo que a cada uno así se aparece porque muy al contrario, nada es tal como se presenta.

TEETETO: Dices una gran verdad.

SÓCRATES: ¿Qué razón tendrá que aducir ahora, querido, el que afirma que la sensación es
ciencia y que la misma apariencia es justamente la realidad?

TEETETO: Yo, al menos, SÓCRATES, mantengo mucha incertidumbre para contestar a tu


pregunta, y tú ciertamente mueves mi ánimo para que así lo haga. En verdad, no sería yo quien
pusiese en duda que, tanto en la locura como en el ensueño, no se forjan opiniones falsas, pues
sabido es que unos, en el primer estado, se creen dioses, y otros, en el ensueño, piensan .que tienen
alas y que surcan los aires.

SÓCRATES: ¿Aceptarías, por tanto, una disputa sobre esta cuestión, de modo especial respecto
a los estados de sueño y de vigilia?

TEETETO: ¿Qué quieres decir?

SÓCRATES: Muchas veces has debido prestar oído a esto: ¿qué contestación podrá darse a-quien
desee saber, por ejemplo, si en este momento dormimos realmente y soñamos todo lo que
pensamos, o si, despiertos, sostenemos un diálogo entre nosotros.

TEETETO: Ciertamente, SÓCRATES, resulta difícil suministrar una prueba de todo ello. En este
caso, todas las cosas parecen hallarse en correspondencia. Y las palabras que ahora acabamos de
intercambiar podríamos, en efecto, manifestarla durante el sueño. Cuando en pleno ensueño
parecemos dar pábulo a nuestros sueños, bien sorprendente se hace la semejanza.

SÓCRATES: Comprueba, pues, que la discusión no encierra dificultad cuando se refiere a los
estados de vigilia y de sueño. Como el tiempo en que dormimos y estamos despiertos es
sensiblemente igual, y en una y en otra circunstancia nuestra alma mantiene con firmeza la
veracidad de sus creencias, fácilmente se comprende que gastamos también el mismo tiempo en
afirmar unas y otras y, de la misma manera, en sostenerlas con idéntica energía.

TEETETO: Idéntica, desde luego.

SÓCRATES: Nada habrá que añadir, según creo, al hecho ya mencionado: mi condición de
hombre que siente no será nunca la misma. A un agente corresponderá una sensación, que
modificará y hará distinto al hombre que siente. Solo bajo esa condición de agente, que se une a
un paciente, puede darse un efecto idéntico. Cualquier otra conjunción distinta originará una
nueva alteración

TEETETO: Así es.

SÓCRATES: Mas ni yo podré negar a esa conclusión por mí mismo, ni aquel otro lo hará por sí.

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TEETETO: Indudablemente.

SÓCRATES: Es necesario, por tanto, que yo me vuelva algo y con respecto a algo, cuando me
convierto en un hombre que siente. Llegar a ser un hombre que siente, sin sentir a la vez nada,
resulta ciertamente imposible. Así ocurre con el agente que se convierte en algo para alguien; por
ejemplo, en dulce o amargo u otra cosa por el estilo. Hablar de dulce a secas, sin hacer referencia
a nadie, es un verdadero contrasentido.

TEETETO: En todos los órdenes.

SÓCRATES: Si en efecto somos, creo que nuestro ser tendrá que descansar en esta mutua
referencia, como también nuestro devenir si realmente estamos en trance de ser algo. La necesidad
enlaza a nuestros seres, pero no los une a nada ajeno, como tampoco a nosotros mismos. Ese
enlace mutuo es, en efecto, lo más importante. De modo que cuando a algo se da nombre de ser,
estamos mentando una referencia a determinada cosa o a alguien que es lo que se encuentra en
trance de ser. Ahora bien: qué en sí o por sí sea un ser o pueda llegar a serio, no hay razón alguna
para decirlo o admitirlo. Tal es el significado de nuestra tesis.

TEETETO: Bien lógica, por cierto, SÓCRATES.

SÓCRATES: Así pues, cuando la acción se da en mí y no en otro, ¿no soy yo quien la siente y no
ese otro?

TEETETO: ¿Cómo no?

SÓCRATES: Mi sensación, por tanto, es verdadera para mí, porque siempre es algo propio de mi
ser. Debo juzgar, siguiendo a Protágoras, de las cosas que son para mí como realmente existentes,
y de las que no lo son como, si en verdad, no lo fuesen.

TEETETO: Así parece.

SÓCRATES: ¿No resulta extraño, pues, que poseyendo la verdad sin trabas en nuestro
pensamiento, por lo menos en cuanto a lo que es o está en trance de ser, no poseamos, en cambio,
ese poder respecto a la sensación?

TEETETO: De ningún modo es concebible.

SÓCRATES: Decías entonces con pleno fundamento que la ciencia no es otra cosa que la
sensación, y en esto coinciden Homero, Heráclito y todos los que les siguen: "Todas las cosas se
mueven como las aguas del rio», afirman aquellos, y no otra es la opinión del sapientísimo
Protágoras: «El hombre es la medida de todas las cosas», y la de TEETETO, para quien, a ese
tenor, la sensación se convierte en ciencia. ¿Es o no es así, TEETETO? ¿Diremos pues, que nos
encontramos aquí, tú con un recién nacido y yo con un parto feliz? ¿O no lo quieres así?

TEETETO: Necesariamente ha de ser así, SÓCRATES.

SÓCRATES: En muchos aspectos sus razones no me disgustan; así, por ejemplo, cuando muestra
que lo que a cada uno parece, es, en ese sentido real. Pero el comienzo de su reflexión produjo en
mí gran sorpresa. ¿No vino a decir, al exponer su verdad, que la medida de todas las cosas es el
cerdo», o el cinocéfalo, o cualquiera otra de esas bestias más insólitas que poseen sensación? ¡Y

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vaya manera presuntuosa y altisonante de comenzar su discurso! A todos los que le admirábamos
como si fuese un dios por su sabiduría, no solo nos demostró que no era superior por su juicio a
cualquier otro hombre, sino que ni siquiera resultaba serio con respecto a un simple renacuajo.
¿Qué responderemos a esto, Teodoro? Porque si para cada uno es verdad es lo que así trasluce su
sensación y nadie mejor que él puede enjuiciar sus experiencias ni, con más autoridad, considerar
la rectitud o falsedad de sus propias opiniones, hasta el punto de que, como ya hemos dicho
muchas veces, es uno mismo el que establece esas opiniones sobre la base de la sensación
personal, ¿qué sabiduría cabe atribuir a Protágoras, querido, y en virtud de qué mérito educativo
podrá asignársele una fuerte retribución, si nosotros mismos, que pasamos por los más ignorantes
y nos creemos necesitados de sus lecciones, somos, realmente la medida de la propia sabiduría.
¿Cómo no afirmar entonces que Protágoras habla tan solo para la multitud? En cuanto a mi
propósito y a mi arte mayéutica, no sería yo el que dijese con qué irrisión debería pagárselos,
junto con toda la actividad de tipo dialéctico. Porque vamos a ver: ¿no estimas una grande y
descomunal fruslería el examinar y tratar de contradecir las representaciones y opiniones de los
demás, supuesto ya que son justas para ellos, si consideramos como verdadera la Verdad de
Protágoras y no como una voz que bromea desde lo más íntimo de su libro?

SÓCRATES: Vayamos entonces por él y consideremos en fin si la ciencia y la sensación son


cosas idénticas o diferentes. A esto tendía todo nuestro razonamiento, y en gracia a su desarrollo
pusimos sobre el tapete muchas cosas extrañas. ¿No es así?

TEETETO: Efectivamente

SÓCRATES: ¿Convendremos, por tanto, que todas las cosas que percibimos por la vista o por el
oído constituyen nuestro conocimiento? Y así, antes de llegar a aprender la lengua de los bárbaros,
¿negaremos que escuchamos sus ruidos o diremos, por el contrario, que no solo los escuchamos,
sino que incluso los entendemos? O en el caso de que no supiésemos leer, ¿diríamos que no vemos
las letras si las tenemos ante los ojos, o sostendríamos con fuerza que no solo las vemos, sino que
también las desciframos?

TEETETO: Diremos, SÓCRATES, que sabemos, en efecto, todo eso que vemos y escuchamos.
De la forma y el color, afirmaremos que con verlos los distinguimos; de la agudeza y la gravedad,
sostendremos que con oírlas las damos ya por conocidas. En cuanto a lo que enseñan los
gramáticos y los intérpretes de estas cosas sentaremos una sola afirmación, y es que no tenemos
sensación de ellas; ni por la vista, ni por el oído, por lo cual no alcanzamos su conocimiento.

SÓCRATES: Nada mejor podrías contestar TEETETO, y por ello no sería justo que te refutase
no sea que disminuyese tu ímpetu. Pero observa lo que ya se acerca hasta nosotros y mira cómo
lograremos rechazarlo.

TEETETO: ¿De qué se trata?

SÓCRATES -De lo que ahora vaya decir. Supón que te preguntan: ¿Sería posible que lo que
alguien llegó a saber algún día, aun teniendo memoria y recuerdo de ello, no lo sepa ya en el
momento en que procede a recordarlo?» Creo que me hago prolijo, en verdad queriendo aducir
tan solo si puede, desconocerse que alguna vez se ha aprendido y permanece en el recuerdo.

TEETETO: ¿Cómo podríamos admitir eso, SÓCRATES? ¿No ves que lo que dices es algo fuera
de lugar?

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SÓCRATES: ¿Te parece entonces que desvarío? ¿Crees, pues, que la acción de ver es una misma
cosa con la acción de sentir y que la visión es la sensación?

TEETETO: Yo, al menos, no lo pongo en duda.

SÓCRATES: Por consiguiente, todo el que ve, obtiene conocimiento de lo que ve, de acuerdo
con lo dicho recientemente.

TEETETO: En efecto.

SÓCRATES: ¿Y no afirmas también la existencia de la memoria?

TEETETO: Sí.

SÓCRATES: ¿Memoria de algo o de nada?·

TEETETO: De algo, indudablemente

SÓCRATES: ¿Querrás decir, de algo que se ha aprendido o se ha sentido; esto es, de alguna de
estas cosas?

TEETETO: ¿Por qué no?

SÓCRATES: ¿Y también puede recordarse lo que se ha visto?

TEETETO: Sí, también puede recordarse.

SÓCRATES: ¿Incluso con los ojos cerrados? ¿O damos al olvido nada más cerrarlos?

TEETETO: Extraño me parece esto, SÓCRATES.

SÓCRATES: Pues habrá que aceptarlo así, si queremos dejar a salvo el razonamiento anterior. Si
no, perdido lo tenemos.

TEETETO-¡Por Zeus!, yo, desde luego, mantengo alguna sospecha, pero no acierto a
comprenderla suficientemente. Ofréceme tu ayuda.

SÓCRATES: Cuenta con ella. Según decíamos todo el que ha visto, ha adquirido conocimiento
de lo que ha visto, porque visión, sensación y ciencia son una y la misma cosa. ¿No
concordábamos en esto?

TEETETO: Desde luego.

SÓCRATES: Pues bien: todo el que ha visto y, que, por esta misma acción, toma conocimiento
de lo que ve, aun cerrando los ojos, Conserva recuerdo de su visión sin tener el objeto a su
presencia. ¿O no es así?

TEETETO: Si.

SÓCRATES: Pero el que "no ve", realmente “no sabe”, porque solo el que “ve”, “sabe”.

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TEETETO: Efectivamente.

SÓCRATES: Ocurre, pues, que de aquello de lo que se tiene conocimiento no se puede dar razón,
aun conservándolo en la memoria, si realmente no se le ve. Y ya decíamos que si esto ocurriese,
habría que considerarlo como cosa extraordinaria.

TEETETO: Estás muy en lo cierto.

SÓCRATES: De lo cual se infiere, por tanto, que parece postularse algo imposible, si afirmamos
la identidad de la ciencia y de la sensación.

TEETETO: No cabe duda.

SÓCRATES: Entonces, habrá que decir que son diferentes.

TEETETO: Es muy posible.

SÓCRATES: Tendremos que volver a preguntarnos qué es la ciencia. Y de nuevo, en este caso,
parece justo tomar la cosa desde el principio. ¿Qué será, TEETETO, lo que ahora nos convenga
hacer?

TEETETO: No comprendo bien lo que quieres decir.

SÓCRATES: Intentaré entonces hacerte ver lo que yo pienso sobre esto. Preguntábamos si lo que
cada uno ha aprendido y recuerda, puede realmente no saberlo; y demostrábamos que el que ha
visto y cierra los ojos recuerda, aunque no vea, y que así mismo no sabe, aunque a la vez haga
memoria. Mas esto se aprecia como imposible. Así se echaban por tierra el mito de Protágoras y
el tuyo, que, a un tiempo, afirmaban la identidad de la ciencia y de la sensación.

TEETETO: Eso parece.

Fragmento del libro Teeteto de Platón

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