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Elliot

Él es un varón blanco de 30 años. A primera vista parece una persona corriente. Viste bien, tiene
un posición social buena y su puntuación en pruebas de inteligencia, memoria y lenguaje
corresponde al promedio normal. En cuanto a su personalidad, no parece que haya nada que
destacar. Pero Elliot es distinto, muy distinto, a los demás de dos sentidos

En primer lugar, Elliot se acaba de recuperar de una operación de cirugía cerebral. Tras
diagnosticarle que tenía un tumor de tamaño de una naranja en el lóbulo frontal, Elliot ha tenido
que someterse a una intervención radical en la que le han extirpado no solo el tumor sino también
una parte considerable de tejido cerebral circundante.

En segundo lugar, Elliot se comporta de modo muy distinto como lo hacía de que le extirparan esa
parte del cerebro. Antes, era un empresario de éxito, que llevaba una vida feliz y equilibrada.
Ahora, parecía que estaba totalmente desprovisto de emociones.

Comenzó a mostrar un comportamiento realmente extraño: necesitaba analizar constantemente


detalles en su vida cotidiana que hasta ese momento habían sido irrelevantes para él.
Si tenía que firmar un documento estudiaba hasta la extenuación la posibilidad de usar un
bolígrafo azul o negro; antes de salir a una comida, diseccionaba minuciosamente las cartas de los
restaurantes y, una vez en ellos, podía tardar muchos minutos en elegir una mesa en función de la
iluminación, la distancia a la entrada, etc…; y para poder cerrar una cita con el médico podía pasar
más de media hora mientras hablaba de citas previas, citas próximas o de condiciones climáticas,
comparando opciones y previendo posibles consecuencias hasta que hacía perder la paciencia
incluso a quienes estaban analizando a su singular forma de vivir.

Su vida se había vuelto ridícula. Y tristemente trágica porque ese comportamiento arruinó toda su
existencia anterior. Perdió el empleo y fracasó en varios negocios. Y en 1982 se presentó en la
consulta del neurólogo Antonio Damasio gracias al cual conocemos su caso puesto que se
convirtió en el inicio de una apasionante investigación. Damasio estudió al pobre Elliot y advirtió
que su inteligencia era normal y que la intervención quirúrgica en su cerebro no había alterado su
capacidad cognitiva y su cociente intelectual. Seguía siendo un tipo listo pero tras su paso por el
quirófano se había provocado un cambio drástico en él: era incapaz de sentir ninguna emoción ni
siquiera ante lo que estaba sucediendo con su vida.

A partir de este encuentro, Damasio comenzó a trabajar con otros pacientes que habían sufrido
lesiones similares en una zona cerebral denominada corteza orbitofrontal, observando que las
personas que no podían experimentar emociones sufrían verdaderos problemas para tomar
decisiones, incluso las más triviales. Una década después, el neurólogo y premio Príncipe de
Asturias publicaba un título clave para el conocimiento humano titulado El error de Descartes en
el que concluye que solo cuando conectamos los sentimientos con el pensamiento consciente
podemos tomar decisiones y que para elegir una pareja, un plato en el menú o una mercancía en
el escaparate o en el lineal debemos sentir emociones hacia una u otra opción.

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