You are on page 1of 10

En el Evangelio de hoy aparece la última mención del

Paráclito, el Espíritu Santo, que tanto necesitamos,


para que nos siga dando de lo propio de Jesús y nos
siga introduciendo en el Misterio de Dios, guiándonos
a la verdad completa. Ojalá que Él sea la guía de
nuestra vida. Así viviremos eternamente.
Evangelio de Juan 16,12-15
Vamos a pasar a estudiar la perícopa, denominada por
Xavier León Dufour: “El Espíritu, guía hacia la
verdad” (Juan 16,12-15). Así pues, al escuchar al
Espíritu los discípulos pueden estar seguros de la
victoria de Cristo y se ven sostenidos por él para ser
sus testigos ante el mundo. ¿Pero qué efecto tiene esta
victoria en su propia existencia? Nos lo revela un
último texto sobre el Paráclito que corona a los
anteriores: «Este» (ἐκεῖνος en masculino, como en
15,26) conducirá a los cristianos hacia la plena
apropiación de la verdad del Hijo; mediante su soplo,
participarán de lo que es de Jesús, el Glorificado. El
anuncio de 16,8-11 evocaba un estado de crisis que el
Espíritu ayudará a superar; aquí el acento es de
exultación. Esta dualidad podría corresponder de
antemano a la transformación de la tristeza en gozo
que se anuncia a continuación en el discurso,
versículos 12-13a: «Todavía tengo muchas cosas que
deciros (λέγειν), pero ahora no podéis soportarlas.
Pero cuando venga él (ἐκεῖνος), el Espíritu de la
verdad, os conducirá (ὁδηγήσει) a la verdad entera».
Este anuncio enlaza dos partes entre sí. En primer
lugar (16,12-13a) se oponen dos épocas: el tiempo de
Jesús de Nazaret, cuyo «decir» ya no es oído por los
discípulos, y el tiempo del Espíritu que los guiará
hacia la verdad completa. Luego (16,13b-15) se
volverán a reunir los dos actores que anteriormente se
distinguían: el «hablar» del Espíritu, su comunicación,
su origen en Jesús glorificado. De este modo el
Espíritu de la verdad y el Hijo son ciertamente «dos»,
pero son «uno» en su obrar. Jesús todavía tiene
muchas cosas por decir (16,22). ¿Cuáles? En este
versículo no se nos dice [Según algunos, se trataría del
sentido de la muerte/resurrección de Jesús, según
otros, de las pruebas que atravesaría la comunidad
pospascual. Precisaremos nuestra opinión a lo largo de
la lectura]. En compensación, el contraste que se
establece en el versículo 13a con la acción del Espíritu
permite precisar, al menos negativamente, que, si
Jesús de Nazaret no condujo a sus discípulos a la
verdad entera, es porque éstos no podían todavía
«soportar» [En griego βαστάζειν. Este término
significa en sentido propio «llevar un objeto pesado»
(véase 10,31; 19,37; 20,15), puede tener un sentido
metafórico y sugerir aquí que, en su situación
prepascual, los discípulos sentirían una gran dificultad
en acoger las revelaciones de Jesús] la revelación. El
«ahora» de la última cena se opone al tiempo de la
venida del Paráclito; ésta depende de la pascua del
Hijo (véase 16,7). Ciertamente Jesús dio a conocer a
los discípulos «todo» lo que había oído del Padre
(15,15), pero, para que tengan una inteligencia
profunda de ello, tiene que intervenir el Espíritu -
como decía ya el segundo texto sobre el Paráclito -.
Formalmente, los versículos 12-13a se encadenan
como los 14,25-26: «Estas palabras os las he dicho...
Pero el Paráclito... os lo enseñará todo». Allí el
Paráclito es el intérprete autorizado de Jesús: la era del
Espíritu santo es aquella en la que el pasado se ilumina
para el presente. Según nuestro texto, en donde el
punto de partida se encuentra, no en las palabras, sino
en el silencio de Jesús, la era del Espíritu es más
todavía: el Paráclito transmitirá el «hablar» del Hijo
glorificado, comunicará lo que le pertenece en
propiedad por su comunión perfecta con el Padre. Lo
vamos a constatar examinando los tres verbos que
describen aquí la acción pospascual del Espíritu: guiar
hacia la verdad entera, expresar lo que él ha oído y
comunicar a los discípulos lo que es propio del Hijo.
El Espíritu guiará (ὁδηγήσει) a los discípulos hacia la
verdad, atendiendo así la oración del salmista:
«¡Guíame (ὁδήγησόν) hacia la verdad!» (Salmo 24,5
[LXX]). Este ardiente anhelo hace eco a la tradición
bíblica del camino del Señor que hay que conocer y en
el que hay que caminar para tener la vida; Dios es su
guía [Véase Éxodo 15,13; Isaías 49,10; 58,11; Salmo
48,15; 73,24; 119,105]. Esta tradición atribuía la
travesía del mar Rojo al espíritu de Yahvé: “El
Espíritu bajó de junto al Señor y los guio” (Isaías
63,14 [LXX]). El Espíritu actúa entre los hebreos que
buscan la tierra prometida; asociado a veces al fuego,
puede ser reconocido en la columna de fuego (véase
Nehemías 9,12; 9,19), de la que nos dice la Sabiduría
que guio al pueblo por el desierto (Sabiduría 18,3;
véase 10,10). Filón, digno heredero de la tradición
judía, dice que «el espíritu de Moisés no habría
acertado tan perfectamente si no hubiera tenido un
soplo divino para que lo guiara plenamente hacia la
verdad misma»; y en otro lugar: «El soplo lo condujo
por un camino totalmente recto» [Filón, Vida de
Moisés, II,165: “Indeciso entre dos fuerzas opuestas
que lo arrastraban hacia una y otra parte, hacia aquí
y hacia allí, no sabía qué correspondía hacer. Pero,
mientras consideraba el problema, le llegó este Divino
mensaje: "Marcha rápido de aquí. Desciende. El
pueblo se ha lanzado tras la ilegalidad. Han fabricado
una obra de sus propias manos, un dios, que no es
dios, en forma de toro, y lo adoran y ofrecen
sacrificios, olvidados de todo cuanto conduce a la
piedad que han visto y escuchado" y Sobre los
Gigantes, 55: “A éste, pues, se aproxima siempre el
Divino espíritu guiándolo permanentemente en todo
recto camino; de los otros, en cambio,
rapidísimamente se separa, como dije. Éstos son
aquellos a cuya vida Él ha fijado una duración total
de ciento veinte años. Dice, en efecto; "Los días de
éstos serán ciento veinte años" (Génesis VI,3”]. Es a
la verdad entera hacia donde conduce el Espíritu.
¿Será esto simplemente otra manera de dar a entender
que el Paráclito «enseñará todo lo que yo os he dicho»
(14,26)? En efecto, es al final de su vida cuando se
comprende plenamente a un hombre, indica justamente
J. Calloud. Si con la muerte de Jesús tiene lugar el
final de su discurso en la tierra, con el Espíritu se abre
una comprensión totalizante de los elementos
dispersos en las palabras y también en las acciones de
Jesús. Pero, por la evocación de algo que no se dice y
por la indicación «la verdad entera», el evangelista nos
indica algo más. Además de esta iluminación del
pasado de Jesús, está la revelación de su presente, que
es el del Hijo glorificado en Dios. La verdad entera es
la plenitud de este misterio. En otras palabras, es el
señorío del Cristo Salvador, establecido por el Padre
«por encima de todo nombre que pueda nombrarse»
(Efesios 1,20-23; véase Filipenses 2,9-11) y que
celebra el himno de Colosenses 1,15-20. No se trata de
«verdades» múltiples, a las que el Espíritu vaya
guiando progresivamente; a pesar de lo que podría
sugerir la traducción de la Vulgata [La Vulgata traduce
«Docebit vos omnem ventatem» (enseñar toda la
verdad)], este pasaje no significa que el Espíritu vaya a
garantizar las formulaciones dogmáticas de la Iglesia.
A lo que se refiere, es a la verdad una y total del Cristo
glorificado en Dios y que se comunica como tal a los
suyos) PERO CUANDO VENGA ÉL, EL
ESPÍRITU DE LA VERDAD, OS CONDUCIRÁ A
LA VERDAD ENTERA. EN EFECTO, NO
HABLARÁ POR PROPIA INICIATIVA, SINO
QUE MANIFESTARÁ TODO LO QUE OIGA Y
OS COMUNICARÁ LO QUE VA A VENIR. ÉL
ME GLORIFICARÁ, PORQUE RECIBIRÁ DE
MI PROPIEDAD Y OS LO COMUNICARÁ.
TODO LO QUE TIENE EL PADRE ES MÍO;
POR ESO HE DICHO: 'RECIBE DE MI
PROPIEDAD Y OS LO COMUNICARÁ (Para
guiar hacia la verdad, el Espíritu «hablará» o
«expresará» (λαλήσει) [Cuando λαλέω (hablar) va
seguido de un complemento adverbial (como en
16,13b), es preferible traducirlo por «expresar», a fin
de respetar las exigencias de la lengua española] lo que
oye del Hijo. El evangelista, según su costumbre [Con
E. Franck, que cita en su apoyo a Juan 1,37-38; 3,11;
4,26; 7,12-13; 8,12; 8,30-31; 12,29; 19,10], distingue
entre los verbos λαλέω (hablar) y λέγειν (decir): el
primero designa el acto de hablar, el otro el enunciado.
Si deja ahora de oírse el «decir» de Jesús, su «hablar»,
que equivale a «revelar», continuará haciéndose oír
por la mediación del Espíritu. Efectivamente, el hablar
del Espíritu no proviene de su propia autoridad, de la
misma manera que tampoco Jesús hablaba por propia
iniciativa [Véase 5,19; 8,28]: el Espíritu oirá de Jesús
lo mismo que Jesús oía del Padre (8,26). Su hablar no
llega sin duda a los oídos lo mismo que llegaban antes
las palabras de Jesús, pero sí que llega al corazón. El
Hijo prolongará su revelación de una manera distinta,
«espiritual», tal como lo señala el tercer verbo que
caracteriza a la función del Paráclito. Si el Espíritu
expresa (λαλέω) lo que oye del Hijo, es para
«comunicarlo». El verbo ἀναγγέλλω (anunciar)
aparece en tres ocasiones. Compuesto de αγγέλλω
(anunciar, véase Juan 20, 18) y de ἀνά, encierra
esencialmente el sentido de anunciar, de revelar una
cosa desconocida. Sin embargo, en virtud del prefijo
ἀνά que sugiere una reiteración, supone un redecir: el
anuncio, nuevo para los destinatarios, ha sido recibido
antes por el que lo transmite; no es él su autor [Así los
apóstoles, que anuncian lo que han recibido del Señor:
Hechos 20,20; 20,27; 1 Pedro 1,12; véase Hechos
14,27. Esto se explícita en 1 Juan 1,1-5 (donde el
verbo es ἀπαγγέλλω, de sentido equivalente). En Juan
4,25 hemos traducido ἀναγγέλλω por «manifestar», ya
que la samaritana ignora el contenido de lo que
revelará el Mesías]. Por consiguiente, el Espíritu será
la expresión del mismo Jesús. El texto dice en primer
lugar: «Él os comunicará lo que va a venir (τὰ
ἐρχόμενα)». Esta fórmula es vaga y los comentaristas
presentan varias hipótesis interpretativas. Dejemos de
lado a los que, sin razón alguna para ello, ven
anunciadas aquí las formulaciones de los concilios. J.
K. Barrett [Este autor piensa además que la fórmula se
refiere a los acontecimientos venideros en la historia
de la misma comunidad] propone los acontecimientos
de la pasión-resurrección, dado que Jesús pronuncia
estas palabras la noche misma de la traición. Pero, para
expresar ese contenido, habría sido necesario precisar,
como en 18,4: «lo que le iba a suceder». Apoyándose
en Isaías 41,23 (LXX) [ἀναγγείλατε ἡμῖν τὰ
ἐπερχόμενα ἐπ᾽ ἐσχάτου], otros críticos piensan en los
acontecimientos del final de los tiempos, deduciendo
de esto que Juan querría justificar aquí la actividad de
los «profetas» cristianos. Sin embargo, el texto de
Isaías habla de «las cosas últimas» (τὰ ἔσχατα), pero
no así el de Juan. Y no se pueden invocar las visiones
del Apocalipsis para sostener esta hipótesis. Según la
mayor parte de los críticos actuales, el anuncio «Os
comunicará lo que va a venir» evoca el curso de la
historia en su duración indefinida, pero no en el
sentido de su predicción, sino en cuanto que el Espíritu
hará ver a los creyentes cómo tienen que reaccionar
ante los acontecimientos que se van presentando. Esta
lectura obliga a matizar el significado de ἀναγγελεῖ,
que habría que traducir por «interpretará», si se
excluye el sentido de revelación del porvenir, que es el
que se impone a primera vista. Por eso, nos parece
preferible, o por lo menos posible, otra lectura,
teniendo en cuenta la repetición, en cascada, de la
misma expresión «os comunicará». En efecto, por
medio de esta expresión, el final del versículo 13
resulta formar un solo conjunto con lo siguiente. Lo
que vendrá a lo largo de la historia no son entonces las
vicisitudes de este mundo, sino lo que enuncian los
versículos 14-15: el don a los creyentes de lo que
pertenece al Hijo. En este final del anuncio, construido
in crescendo a partir del contenido de conjunto del
versículo 13, no se trata ya de unas palabras de
revelación oídas y transmitidas: lo que el Espíritu
recibe para comunicarlo procede de la «propiedad» de
Jesús, de lo que el Hijo posee. La expresión ἐκ τοῦ
ἐμοῦ («de mi propiedad», literalmente «de lo mío»),
pronunciada dos veces (versículos 14-15; véase
17,10), queda aclarada por la afirmación solemne:
«Todo lo que tiene el Padre es mío» (versículo 15).
«De mi propiedad» orienta no solamente hacia el
conocimiento del misterio, sino hacia la vida que está
en el Padre y en el Hijo (véase 5,26), hacia la gloria
dada desde toda la eternidad al Hijo (véase 17,5;
17,24), hacia el amor que es propio de Dios. El
Espíritu comunicará a los creyentes lo que recibirá por
medio de Jesús de este tesoro inagotable. Al obrar así,
glorificará al Hijo, cuya misión tenía la finalidad de
hacer a todos partícipes de la «vida eterna» ya desde
esta tierra (véase 3,16; 10,28). El capítulo 17
explicitará el contenido de la comunicación de Jesús,
confiada al Espíritu: «Les he dado la gloria que tú me
has dado», «que el amor con que me amaste esté en
ellos y yo en ellos» (17,22; 17,26).

You might also like