You are on page 1of 187

Gilbert Durand

MITOS Y SOCIEDADES
INTRODUCCIÓN A LA MITODOLOGÍA

E d i t o r i a l Kil
I S COLECC
B d a im *
Gilbert Durand

MITOS Y SOCIEDADES
INTRODUCCIÓN A LA MITODOLOGÍA

Fundador en Francia de los estudios sobre lo imaginario,


Gilbert Durand es catedrático de filosofía y profesor honorario
de la Universidad de Grenoble.
Su inmenso trabajo sobre los mitos y los símbolos, que abarca
la antropología, la etnología, la sociología, el psicoanálisis
y la psicología de las profundidades, lo hace reconocido como
uno de los que más contribuyeron a la revolución intelectual
del fin del siglo XX.
Resumiendo el conjunto de sus trabajos desde Las estructuras
antropológicas de lo imaginario (que en el momento
de su publicación se impuso como un manifiesto de lo imaginario
rehabilitado), estos textos sobre la "mitodologia", es decir,
sobre el método y la función de los mitos a la vez, nos introducen
de manera simple y animada en el corazón de una
de las problemáticas más fuertes de nuestro tiempo.
Lejos de considerar a la imaginación como la "loca de la casa"
que nos induciría al error, Ourand muestra que, por el contrario,
es una dimensión constitutiva de la humanidad y que toda
razón, cualquiera sea, no se elabora más que a partir de ella
y de su base.

E ditorial B iblos
«■ C O L E C C IÓ N
Ü5 D A I M O N
Gilbert Durand

MITOS Y SOCIEDADES

INTRODUCCIÓN A LA MITODOLOGÍA

T ra d u c c ió n
Sylvie Nante

C O L E C C IÓ N
DAIM O N

öl
E d ito ria l B ib lo s
MITOS Y SOCIEDADES

INTRODUCCIÓN A LA MITODOLOGÍA
COLECCIÓN
DAIM O N

Dirigida por
Leandro Pinkler
y Fernando Schwarz
Durand, Gilbert
Mitos y sociedades: introducción a la mitodología.-
Ia ed.- B uenos Aires: Biblos, 2003.
192 p.; 23 X 16 cm. (Daimon)

Traducción de: Sylvie Nante

ISBN 950-786-393-1

1. Mitología - I. Título
CDD 2 9 1 .1 3

© Éditions Albin Michel, S.A.. Paris, 1996


Título del original francés: Introduction à la m ythodologie. M ythes et
sociétés

D iseño de tapa: Horacio O ssa n i


Armado: H ernán Díaz
Coordinación: Mónica U rrestarazu

© Editorial Biblos. 2003


Pasaje J o sé M. Giuffra 318, C1064ADD B uenos Aires
editorialbiblos@editorialbiblos.com / www.editorialbiblos.com
Hecho el depósito que dispone la Ley 11.723
Impreso en la Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede repro­


ducirse, alm acenarse o transmitirse en forma alguna, ni tampoco por medio algu­
no. sea éste eléctrico, químico, m ecánico, óptico de grabación o de fotocopia, sin
la previa autorización escrita por parte de la editorial.

Esta primera edición de 1.000 ejemplares


fue impresa en Gráfica Laf SRL.
Loyola 1654, B uenos Aires,
República Argentina,
en noviembre de 2003.

Indice

Prefacio. La razón de las imágenes, p o r M ichel Cazenave 11

P ró lo g o 15

C apítulo 1. El re to r n o del m ito (1860-2100) 17


C om o que es esclarecedor comenzar por el final - Los medios técni­
cos de la imagen - M useo imaginario - Psicoanálisis y nuevas críticas
- Λ partir del iconoclasma occidental - La herencia socrática - El re­
bote positivista - La desmitologización com o mito - Revueltas ro­
mánticas y rupturas decadentistas - Los grandes remitologizadores:
Richard Wagner, Emile Zola, Thom as Mann, Gustave Moreau, Sig­
mund Freud... - Perfil m itológico de una sociedad definida - Ejem ­
plo: corte anatómico de nuestra sociedad - La capa prometeica de
nuestras pedagogías - El contrapeso dionisíaco de los medios - La vía
hermesiana de la ciencia - El debilitamiento de la episteme clásica - El
Encuentro de Córdoba - La antropología en rumor - El descubri­
miento de los “pensamientos salvajes” - Los africanistas franceses -
Lejanías y “Américas negras” - Las síntesis de Mircea Eliade y Cari
G. Jung - La Escuela de Francfort y el repliegue del marxismo - Geor­
ges Dum ézil y la desmitificación del historicismo - Los “initos del
siglo XX” y las religiones seculares

C apítulo II. Epistem ología del significado 43


Retorno sobre una pesada herencia - D e la “loca de la casa” a la
“reina de la facultades” - Gaston Bachelard y la epistemología del
nombre - N uevas etapas del “nuevo espíritu científico” - Lejos de la
objetividad “pesada” (Bernard d ’Espagnat) - La física paradójica: de
Paul Langevin a la EPR - La “no-separabilidad” - La causalidad efi­
ciente en trizas - Lo “real velado” - El “orden implicado” (David
Bohm) - El objeto complejo - Recurrencias de saberes muy antiguos
- El tiempo de la rosa - Paracelso y b m n etk a vatio - Las dos identida­
des no idénticas (René T hom ) - El mito, discurso “no locaiizable” -
La no-metricidad - La no-decidibilidad (Pitirim Sorokin) - Lo real
semántico - “Lo que permanece” - La no-agnosticidad - El universo
de la comprensión (Max Weber, Max Schclcr, G eorg Sim m el) - La
“profundidad" (JU11S» Eliade) - F.l m étodo sigue al mítodo.

C a p ítu lo III. La noción de “cuenca sem án tica” ...................................71


El cóm o y el porqué de la “cuenca semántica” - Las fases de la histo­
ria - (Oswald Spengler) - El problema de los barrocos (Eugenio d’Ors,
Germain Bazin, etc.) - La dinámica sociocultural (Sorokin) y los trend
de los economistas - La cuestión de las “generaciones” estéticas - Las
seis fases de la “cuenca semántica”: torrentes, división de las aguas,
confluencias, nombre del río, aprovechamiento de las orillas, mean­
dros y deltas - El ejemplo de la “cuenca semántica” franciscana - El
ejemplo de la Naturphilosophie - El problema de la duración de una
“cuenca semántica”.

C ap ítu lo IV. El c o n c ep to de “tópica” sociocultural ......................... 115


L'n concepto inspirado por Freud - Articulación de las pluralidades,
de los niveles, de las “profundidades” sisteinicas - Los tres niveles del
m odelo tópico - El “ello ” fundador, com o “inconsciente colectivo”
de una especie - “E llo ” ν psicoide - El segundo inconsciente colecti­
vo: la neotenia, la impregnación (Karl Lorenz) y el primer aprendiza­
je - Hacia el “superyó” y las racionalizaciones - Roles y jerarquías del
“y o” cultural - Roles dominantes, roles marginados - La noción de
escala en el espacio y las duraciones culturales - Aplicación de la tópi­
ca a la época “decadentista” (1860-1920) - Los roles dominantes pro-
m eteicos - El superyó del deslumbramiento técnico - Los “malditos”:
el “tenebroso, el viudo, el desconsolado”, el artista, el artesano ame­
nazado, el proletario... - Las recaídas de la industrialización - D eje a n
D es Esseintes a Mijaíl Bakunin - Aplicación de la tópica a la “posgue­
rra” - La inversión de los roles - Asunción del mito decadente - El
superyó videom ediático - El retorno de D ionisio - Los nuevos tita­
nes: Stalin. Hitler, M ao - Valorización de los roles: la star, el periodis­
ta, el locutor, el sindicalizado... - Los marginados: el provinciano, el
campesino, el soldado perdido, el eterno estudiante... - Herm es el
despreciador - El “nuevo” romanticismo - La noria del devenir - Los
subconjuntos y los “cúm ulos” - La “disimultaneidad” (Ernst Bloch) -
La vida de los mitos: ¿muerte o eclipse?

C apítulo V. C o n cep to s auxiliares del m i t ó l o g o ............................... 135


El concepto de “recepción” de un mito (Hans-RoljertJauss) - Ejemplo
del mito herodiano - El concepto “de explosión” del mito (Abraham
Moles): ejemplo del mitologema decadentista - El concepto de “gran­
deza relativa” (Moles) - El concepto de “operador social” (Moles): el
ejemplo del ejército romano - “El operador social” Tercer Estado en
1789 - Los “media paga” y el “m ito” de Napoleón (|ean Tulard) - Los
conceptos de latencia y de manifiesto (Roger Bastide) - El problema
del “eclipse” del mito - Por imperialismo de vin mitema: el concepto
“de herejía”: ejemplo del pclagianisino y de sus prolongaciones francis­
canas - Por esco toi ni/ación voluntaria de una serie de mitemas: el con ­
cepto de cisma - “Travesti” o falsa denominación - El concepto de “dis­
tancia a lo real” (Moles) - El concepto de “tuerza problemática” (M o­
les) - Proyecto de construcción de un “mitograrna”

C apítulo VI. El im aginario literario y los conceptos


op eratorios de la m i to c r í t ic a .................................................................. 153
El “texto” no escrito - Multivocidad - Lo que nos “concierne” - El
“lugar común” - Los antepasados de la mitocrítica: Victor Hugo, Emile
Zola, Richard Wagner, Thom as Mann - Claude Lévi-Strauss y .Mir­
cea Eliade - El “cuento de hadas” entre mito y relato - Más allá del
“suceso” ν de la crónica - La identidad mítica en el atributo y el verbo
- La afasia retrógrada: T héodule Ribot y Henri Bergson - Charles
Mauron y la psicocrítica - “Lo que permanece” allende el psicoanáli­
sis - La “redundancia”, fenóm eno fundador de lo mítico - Las cons­
telaciones sincrónicas (Lévi-Strauss) - La interpretación no es una
explicación binaria - NTi estadística ni elcmentarismo - La Escuela de
Grenoble y los centros de investigación sobre lo imaginario - M ues­
tra mitocrítica y “grandeza relativa” - Del titulo a la obra completa -
Victor H ugo lector de William Shakespeare - La obra y su tiempo:
hacia el mitoanálisis.

C apítulo VII. El mitoanálisis: hacia una m ito d o lo g ía ................... 171


Del texto a los contextos - El recurso sociológico - La sociología o el
homicidio sin cadáver - “El objeto nido” (Georges Balandier) de los
contextos - Entre lo Invisible (Jean Servier) y lo significante “de poco”
- El paradigma del “privilegio brasileño” - N o hay mitoanálisis sin
madurez cultural - Diferentes ejemplos del “deslizamiento” del texto
hacia los contextos - Gilbert Bosetti y el mito de la infancia en Italia -
Aurore Frasson-Marin allende la obra completa de Italo Calvino: ca­
mino de la obra y andar del tiempo; al ritmo de las “estructuras de lo
imaginario” - Mitoanálisis de lo imaginario del siglo XX - “Gran obra
y modernidad” (Françoise Bonardel) - Obras bajas ν modernidad: na­
zismo y stalinismo (Jean-Pierre Sironneau) - Lo imaginario del Re­
nacimiento (Claude-Gilbert Dubois) - Lo imaginario de la latinidad
(Joél T hom as, Patrice Cambronne) - Lo imaginario medieval (Pierre
Gallais, Philippe Walter) - Lo imaginario de) siglo XIX (Léon Cellier,
Sim one Vierne, Alain Pessin) - Retorno a “lo actual y a lo cotidiano”
(Michel Maffesoli, Pierre Sansot) - Urgencia de una mitodología -
Para una “crítica de la razón impura” (Sylvie Joubert): “otro tiem po”
y “otra tierra” - Revelación (apocalipsis) “sin fronteras”.

Bibliografía 187
P r e fa c io

La razón de las imágenes

N o hacía m u ch o que había finalizado mis estudios cuando p o r ca­


sualidad m e topé con ese eno rm e libraco titulado Las estructuras an­
tropológicas de lo imaginario de un tal G ilb e rt D u ra n d , del que jamás
había oído hablar.
P e ro m uy p ro n to me p re gun té si esa casualidad, en realidad, no
era el n o m b re disfrazado de un destino de mi alma, y ho y me p re g u n ­
to si al fin de cuentas no se trataba de aquello que, com o lo aprendí
m u c h o más tarde, J u n g d enom in aba una sincronicidad, es decir, un
en c u e n tro en d o n d e se desplegaba un sentido, quizá un sentido de la
vida, y en d o n d e se revelaba un orden de creación renovada.
E d u ca d o y formado, en efecto, según los cánones de un positivis­
m o bastante estricto, a la luz de una razón que no quería adm itir nada
más que su territo rio balizado d o n d e velaban los dragones universita­
rios (y no admitir, sobre todo, que había otras razones -las cuales,
m irán dolo bien, eran tam bién legítim as-), me sentía m edio asfixiado,
para n o decir del todo, en una atmósfera de p en sam ien to d o n d e sin
em b arg o se condescendía en re co no cer que existían, en la historia de
la cultura, unas m uy extrañas curiosa - c o m o los misterios egipcios, las
religiones de salvadores, la cubeta de M e s m e r o el ensueño despierto
del gran rom anticism o alem án-: estos fenómenos, se puede decir, eran
tan masivos que de ninguna m anera se podían ignorar, pero p ro n to se
los recuperaba, según técnicas com probadas, reduciéndolos ferozm en­
te, sea a sus condiciones “objetivas” de aparición en su contexto eco­
nóm ico y social, sea a su naturaleza supuesta de excrecencia en forma
de fantasma que todavía permitía, en su época, la no consum ación de
la historia de una razón dialéctica en vías de instaurarse. M e e n c o n ­
traba, debo decirlo, en oposición m uy violenta a este sistema de p e n ­
sam iento p o rq u e nada, en mi ser, le encontraba su luz, y sospechaba
con fuerza que allí existía, sin duda alguna, com o una “fullería de
ill]
A ll l'OS Y SOCIEDADES

c artas” cuyo m é to d o no era todavía capaz de discernir, pero que en


revancha experim entaba en lo más p ro f u n d o de mí mismo.
¿Se m e enseñaba D escartes y K ant? M e apasionaba p o r Schelling
y p o r las Divinidades de Samotracia. ¿Se me enseñaba Racine? M e su­
m ergía en M arlow e. ¿Se m e explicaba la psyché sólo según las leccio­
nes de F reu d ? Em pezaba a descubrir a J u n g y sus Metamorfosis del
alma. ¿Se intentaba h acerm e leer a N ietzsc h e para en c o n trar ahí los
principios de la desconstrucción ya reconocida? Releía más aún las
páginas m ás ca nd entes de su Zaratustra e, interesánd om e p o r Ariana,
p o r el m isterio de la noche y p or el canto de la eternidad, m editaba
hasta el v értigo sus más extraños aforismos: “Las en ferm edades del
sol, las siento, yo, hijo de la tierra, co m o mis propios eclipses y co m o
el diluvio que sum erge mi alma...”.
D ic h o en una palabra, m e encontraba listo para recibir las leccio­
nes de D u ra n d , que tendían a m ostrar que en el espíritu de todo h o m ­
bre existía u na dim ensión intrínseca a la función imaginaria, y que el
p o d e r del sueño, hasta el del fantasma, que la fuerza del sím bolo y la
m atern id a d de la im agen co m ponían una especie de fantástica trascen­
dental que no se podía ignorar, salvo que se quisiera mutilarse.
¡Prodigioso proceso de liberación personal, de liberación del p e n ­
sam ien to, de liberación de las facultades de crítica y del libre examen!

***

¿C uánto s som os los que debem os a D u ra n d el hecho de haber


po d id o respirar de repen te ν de no te n e r más vergüenza de nuestros
pensa m ie ntos disidentes?
Sí, es sin duda gracias a él, lo reconozco, y a los lazos que él desató,
que tuve, m u ch o más tarde, volviendo al positivismo, que descubrir
to d o lo que nuestro s m aestros tan severos nos habían escondido
-¡ e m p e z a n d o po r el culto de C lotilde de Vaux y la manera disfrazada
con la que Auguste C o m te , después de todo, resucitaba la figura del
profeta acom p añ ado de Ja ennoia de Dios! Seguidos por los extraños y
necesarios vínculos del h erm etism o renaciente con el nacim iento de
la ciencia; term in an d o quizá con el co n m o v ed o r descubrim iento del
mito de la razón, que p o r cierto no revocaba la legitimidad de esta
últim a, pero la volvía a sumergir, co m o decían los alquimistas, en su
baño original, haciendo resurg iría razón general de todas las razones
desplegadas.
Allí no había, en efecto, un irracionalismo cualquiera, sino un tra ­
PreJ/icin

bajo sobre el fu n d a m e n to que anclaba la razón a su razón superior.


C o m o yo descubría, estupefacto, que K a n t no había sido solam ente,
c o m o se me había explicado, el gran m aestro de una crítica que no se
podía superar más, sino que tam bién había definido la imaginación
c o m o un m edio de con o c im ien to , y quizá, de todos, el más original.
Todo esto, lo repito, se lo deb o a la obra princeps de D u ra n d : el
h aber hecho saltar los cerrojos, el haber abierto las ventanas y hacer
circular el aire em b ria g ad o r en toda su am plitud, el h aber abierto la
vía a nuevos m odos de pensar, el h ab er hecho descubrir con tin entes
desconocidos cuyo espacio, sobre los mapas, no había figurado más
que bajo la forma de blancos.
G ilb e rt D u ra n d , es cierto, no se co n te n tó con esa proeza. E n un
in ten to sistem ático y o rd e n a d o p o r explorar todos los datos a n tro p o ­
lógicos del im aginario hum an o , no cesó, desde ese m o m en to , de des­
plegar su em presa, de asegurarse u n o a u n o todos los d om inio s del
saber, de balizar los caminos, de buscar p o r todas partes y siem pre los
lincam ientos simbólicos, las cuencas mitológicas, los excesos de la
imaginación que siem pre han irrigado, inervado, estructurado, nues­
tras formas de sociedad, nuestros m od os de vivir juntos, nuestros
m odos de so ñ ar que a m e n u d o dicen más sobre n u estro p ropio secre­
to de lo que a veces quisiéram os admitir...
¡Vasta investigación, de hecho, trabajo ilim itado en don d e hizo
m ucha falta arrastrar con él a tantos o tro s con el fin de tratar de res­
p o n d e r a su program a inicial! Es así com o, poco a poco, se en c o n tró
a la cabeza, no de una escuela po r cierto, sino de u n am plio m ovi­
m ien to en el que llegaron a reunirse investigadores a quienes antes
todo separaba de él, preocupaciones en apariencia to talm e n te ajenas,
regiones del saber cuyos límites se había creído sin em b arg o eran
m uy estancos.
En resum en, se constituyó u n cam po de lo im aginario, del que le
som os deudores, cuya aparición cada vez más afirmada en el h o rizo n ­
te de la epistem ología tradicional no ha dejado todavía de hacer sen­
tir sus efectos, y cuyas nociones más fecundas, las de mitocrítica y, más
allá, de mitoanálisis, para desem bocar finalm ente en el concep to a la
vez abarcador y explicativo de mitodología, co m ienzan apenas, así pa­
rece, a subvertir los saberes hasta ahora com partim entados, circuns­
criptos y limitados.

★* *
14 M it o s y s o c i r d a d i -.s

La ob ra realizada es inmensa. Se e n c o n trará en estas páginas su


re su m e n esencial que, según una doble dim ensión histórica y cultural
p o r un lado, axiológica p or el otro, intenta delim itar sus aportes, s u ­
brayar sus p u n to s principales, hacer resaltar de la m ejor m anera posi­
ble toda la nueva lectura que p od em o s extraer de nuestra propia his­
toria y de n uestra propia em ergencia del fin de siglo XX, en este fin de
m ilenio en el que cada u n o de nosotros puede re alm ente ver que todo
se bam b o lea p o c o a poco.
Resta, sin em bargo , una cuestión a dilucidar: ¿es todo igual en el
im aginario o, dicho de otra m anera, todas las im ágenes vienen a ser
lo m ism o? L o que nos lleva a in terro g a rn o s sobre el m odo, no sola­
m e n te social y cultural sino tam bién psíquico en su sentido más ver­
dadero, de la im agen, ν sobre la eventual diferencia, filosóficamente
fundada, de los registros y d e los tipos de im aginación establecidos.
G ilb e rt D u r a n d esboza esta tarea: el entusiasm o mítico que suscita
u n dictador, m ás allá de u n sociologism o horizontal, no puede ser
a p re h e n d id o de la misma m anera co m o lo sería el entusiasm o m ístico
que se m anifiesta alrededor de un santo creador de orden.
N o se trata allí asim ismo de una diferencia de grado solam ente,
sino de una diferencia de naturaleza. ¿Y no d eb e m o s rem itirnos a la
antigua d istinción que ya introducía P la tón e n tre la imaginación mi-
mética y la im aginación inspirada, que más tarde el h erm etism o, y en
particular la alquimia, reubicará en gran m edida en el ce n tro de sus
p re o cup aciones por la distinción establecida en tre imaginatio vera e
imaginatio phantastica? D ic h o de o tro m odo, ¿entre esa “loca de la
casa”, esta “m aestra de e rro r y de falsedad” c o m o g en eralm ente la
consideró O c cid en te, y esa im aginación que, dándose sus p ropios
objetos, se despliega en un h o rizonte del alma que ella contribuye a
crear?
E n este estadio, abandonam os el h o rizo nte de la investigación p or
e l d e la búsqueda, de esa búsqueda que, lo sabemos, G ilb e rt D u ra n d ,
toda su vida, n o dejó de perseguir. P e ro se advierte al instante qué
nueva profundidad se añade aquí, do n d e la reflexión del espejo se
aum enta y se sustituye p o r la reflexión de aquel que está detrás del
espejo.
M ic h e l C a z e n a v e
Prólogo

Se re ú n en aquí diversas conferencias brindadas en las universida­


des de Lisboa y sem inarios dictados en las universidades de Sao Paulo
y de Pernam buco.*
Estas actividades iban dirigidas a un am plio público; culto, cierta­
m ente, pero n o especializado. E sto significa que el a u to r se esforzó
en facilitar la com unicación, en evitar - t a n t o co m o sea p o s ib le - las
jergas dem asiado técnicas, en c o m en ta r y explicar los con cep tos utili­
zados. Además, siendo estas exposiciones de la década del 80, el autor
ha querido aquí consolidarlas con inform aciones y confirm aciones
ulteriores, co m p letan d o una docum entación que cubre más de cua­
renta años de investigaciones.
Tal com o están, estos textos así “a rm a d o s” proveen una introduc­
ción precisa y c o h e ren te a toda una corrien te de p en sa m ie n to q ue se
está am pliando desde hace ya un siglo y que está p reñada de una re­
volución epistemológica, incluso axiológica, que no tiene o tro prece­
dente que el del R enacim iento del siglo X lV y principios del siglo XV,
o tam bién la institución escolástica de! siglo XII y principios del siglo
XIII. Los temas que siguen coinciden ta n to con el desarrollo p ro d i­
gioso de las técnicas de la im agen - o “v ideo”- co m o con la co nstitu ­
ción de las nuevas físicas (relatividad, m ecánica ondulatoria, cuántica,
etc.), con el nacim iento y la expansión del psicoanálisis y de la psico­
logía de las profundidades, con la “explosión” de la etnología, de las
“nuevas críticas” literarias y artísticas. E so significa que estos “discur­

* El autor es doctor bonmis causa de la Universidad Nueva de Lisboa, profesor visi­


tante en la Universidad de Sao Paulo y presidente del Consejo Científico Internacio­
nal del Núcleo do estadossolrre a imaginario de la Universidad Federal de Pernambuco.

[15]
16 In t r o d u c c i ó n a la m it o d o l o g ía .M it o s v s o c ik d a d l s

sos”, cuyo estilo oral - m á s familiar y más d ir e c to - hem o s conservado


en líneas generales, p u eden servir de propedéutica para una buena
co m p re n s ió n de n u e stro siglo XX que se acaba y para la p rog ram ación
de lo que serán las p rim eras décadas del tercer milenio.
C a p ítu lo I

El retorno del mito (1860-2100)

Cada vez más personas que forman parce de nuestra cultura occi­
dental, se lo puede constatar todos los días, se encuentran hoy en reso­
nancia con el tema del re to rn o del m ito y de los resurgimientos de las
problemáticas y de las visiones del m u n d o que gravitan en to rn o del
símbolo, en una palabra, en to rn o de esta “galaxia de lo im aginario”1en
cuya atracción se despliega el pensamiento contem poráneo más p ro ­
fundo. Puesto que nosotros hem os entrado, desde hace un cierto tiem ­
po - p o r “n osotros” entiendo nuestra civilización occidental-, en lo que
podem os llamar una zona de alta presión imaginaria.
Esta com en z ó en el siglo XLY, frente al estruend o triunfante de la
revolución industrial, con la eflorescencia rom ántica y luego s im b o ­
lista, después se infló progresivam ente para lanzarse - c o m o dice don
B asilio- a partir del com ienzo del siglo XX con el gran salto de los
medios técnicos audiovisuales. E n to nces se fue instalando poco a poco
ese clima de alta presión en el cual toda la cultura occidental se c o m ­
prom etió, p o r las buenas o p o r las malas, a gusto o a disgusto. E fecti­
vam ente, es a m e n u d o a d i s g u s to - y sus “efectos perversos” son bien
n o to r io s - co m o nuestra civilización, arm ada con el racionalismo m a ­
tem ático excom unicador de imágenes, produjo finalmente p o r el re­
finam iento de las técnicas científicas más alejadas de la im agen, el
advenim iento material, la toma de p o d e r de la “reina de las faculta­
des”. E n esta to m a de poder, la invención de la fotografía p o r q u ím i­
cos habilidosos y su corolario, los m edios técnicos de la reprodu cció n
(de la “tirad a”) infinita del cliché, jugaron un papel inicial. A ndré
M alraux hace algunas décadas señalaba ya en el preám bulo de su “m u ­

l . Véase M . Maffesoli (dir.), La Galaxie de l'Imaginaire. Derive autour de l'œuvre de G.


Durand, Paris, Berg International, 19S0.

[17]
IS In t r o d u c c ió n λ l a m i t o d o i .o g í a .M it o s y s o c ie d a d e s

seo im a g in a rio ”-' que nuestros m edios para “c o n o c e r” (es decir, para
c o m p r e n d e r y para explicar) una obra de arte se habían centuplicado
gracias a esa “tirada” ilimitada del cliché, gracias a las estratagem as
fotográficas co m o agrand am iento , selección y c o n to rn e a d o de una
p arte del m otivo, m ontajes, etc. D e sde entonces, la invasión de la
im ag en ha ido en progresión geom étrica: fotografía en colores, ani­
m ació n cinem atográfica del cliché, transm isión de las im ágenes p o r
satélite e incluso auscultación radiográfica de la obra han llegado a
c o n s tru ir un “m u seo ” - ib a a decir, refiriéndom e al título cruel de un
libro dirigido contra M a lra u x - “inim aginable”, al m eno s digam os que
“n o h u b iéra m o s p odido im ag in ar” hace sólo diez o quince lustros:
P aul C é z a n n e al co m ienzo del siglo XX, V icent Van G o g h a fines del
siglo XIX, no tenían más que malas litografías o raros grabados de
algunas obras m aestras de la pintura italiana co m o único “m useo im a­
g in a rio ”. Incluso en los aspectos escolar y pedagógico, los niños de
mi generación n o co n o c ie ro n más que el M alet e Isaac m iserablem en­
te ilustrado o el M a n ual de historia de Uby. M ien tras que en la actua­
lidad las obras de historia, y especialm ente de historia literaria - c o m o
las firmadas p o r A ndré L agarde y L a u r e n t M i c h a r d - están pobladas
de num erosa s fotografías que llegan a acentuar, y a veces a “o rie n ta r”,
la p reg nan cia imaginaria de los textos literarios que presentan.
E n esta corrien te de inflación de la imagen, existe, p o r supuesto,
la vulgarización - a m e n u d o en los “ilustrados”- de un cierto psicoa­
nálisis. ¡Sigmund F reu d es realm en te c o n te m p o rá n e o de los h e r m a ­
nos L u m ière , de H e n ri C artier-B resson y... de A nd ré Malraux! Los
co ncep to s de F reu d han pasado al lenguaje com ú n, han p e n e tra d o el
h o riz o n te de los co m p o rta m ien to s y de las explicaciones de todos y
de cada uno. El “m ito ” de E d ip o se convirtió en denom inació n c o ­
rrien te, e incluso el de Yocasta, para un público un poco más cultiva­
do, es decir, culdvado p o r la televisión y los “ilustrados”. El psicoaná­
lisis revalorizó, en un nivel paracientífico, m édico y psiquiátrico, las
nociones de sím bolo y de im agen, d ado que uña p arte del diag nósdco
psicoanalítico descansa so bre las imágenes del su eñ o re m e m o ra d o
sob re el famoso diván del d o cto r F reu d y de sus ém ulos.1 Se puede
igualm ente observar, co m o consolidando esta m isma órbita actual de

2. Véase A. Malraux, Les Voix du Silence, París, Gallimard, 1 9 5 1, cap. 1.


3. Véase J.-J. Wunenburger, Sigmund Freud, une vie, une époque, une œuvre, Bailand,
1985.
El retomo del urito (I ¡160-2100) 19

rehabilitación de la imagen, la m anera en la cual la crítica literaria y


artística basculó desde uria crítica preocupada ante todo p o r las expli­
caciones “ históricas” extrínsecas a la obra - c o m o la de H ip p o ly te Tai-
ne o más aún la de Gustave L a n s o n - 4 hacia u n acercam iento más
intrínseco de la obra que se d en om in ó, hacia los 50, la “ nueva críti­
ca”. Esta últim a se volcó en prim er lugar sobre la temática de las
obras, y el tem a - l o v e r e m o s - apenas está alejado del “ m ite m a ”. E sto
tam bién ha desatado, incluso en nuestros guetos universitarios, todo
un interés p o r la imagen, el sím bolo y, p o r supuesto, su articulación
recíproca, q u e se denom ina mito. C o n estas psicologías y estas críti­
cas “en p ro fu n d id a d ”, es decir no re du ciend o el todo de una obra a la
unidim ensionalidad - ¡ c o m o dirá H e r b e r t M a rc u se !-' de la explica­
ción histórica, han convergido las curiosidades p o r las imágenes “lle­
gadas de otra p a r te ”. ¡Siempre acompaña un cierto “exotismo” al vuelo
de las im ágenes lejos de la percepción autóctona! H o y en París p u lu ­
lan las sectas exóticas: budistas de M o n tp a rn a sse o sufi's de M én il-
m on tant. ¡N o d u d o de que haya seguidores de Krishna en Alfama y
alreded or de Rossio! Quisiera hacer especialm ente una alusión a esta
secta v erd aderam ente nueva que constituye la N ew Age, cuya gran
sacerdotisa es la periodista M arilyn F e r g u s o n / ’ La N ew Age es un
patchwork caricaturesco de lo que voy a decir aquí de nuestra m o d e r­
nidad. N o tiene ningún valor heurístico, p ero es un buen ejem plo de
la construcción desesperada de un “o tro lad o ”, que para los new agers
es un “p r o n t o ”: ¡joaquinismo que no está m uerto!, contra las angus­
tias segregadas p o r el hic et mine de nuestro m odernism o. M u estra,
una vez más, el irreprim ible p o d er de los fantasmas cuya función es
trascender siem pre la conciencia de la nada y de la m uerte. M ás ade­
lante verem os cóm o, con más seriedad, nuestra episteme se to rn ó - e
incluso r e t o r n ó - hacia “tristes”, a veces, o paradisíacos, m uy a m e n u ­
do, trópicos.7
F in a lm e n te la política, la vida cívica, no han estado al ab rigo del
m a re m o to m ito lóg ico de las liturgias reforzadas p o r el p o d e r m e ­

4. Véase H. Taine, L ’Intelligence, París, 1870; Philosophie de l ’art, París, 1865-1869; G.


Lanson, Manuel bibliographique de la littérature française, París, Hachette, 1909, 4 vol.
5. Véase H . Marcuse, L'liomme unidimertsionnel, Paris, M inuit, 1968.
6. Véase M. Ferguson, Les Enfants du Verseau, Paris, 1981.
7. Véase Cl. Lévi-Strauss, Tristes Tropiques, Paris, Pion, 19S5.
20 In t r o d u c c ió n λ i. \ m i i o d o l o g ía . M it o s v s o c ie d a d e s

diático. EI siglo XX, el siglo de F re u d , es tam b ién el de G e o rg e s


Sorel y el de Alfred Rosenberg.*1 L o s d irig e n te s p u ritan os, in q u ie ­
tos, n o p u d i e r o n c o n te n e r las presiones del im ag in ario p o lítico ni la
nueva te o g o n ia del “c u lto a la p e rs o n a lid a d ”. A lre d e d o r de un p er­
son aje o de u n a ideología política se cristalizan v erd aderas “re lig io ­
nes s e c u la re s ” - p a r a re to m a r el título de la tesis de J e a n -P ie rre Si-
r o n n e a u - 9 de las cuales mi g eneració n p u d o ver desde m uy cerca su
eficacia a te rrad o ra...
D ic h o de o t r o m odo, todos esos indicios de una alta presión im a­
ginaria y sim bólica en la cual “vivimos y nos m o v em o s” son el sín d ro ­
m e de u na p ro fu n d a revolución, de un gigantesco resurgim iento de
lo que n u estras p e d a g o g ía s -y las episteme re s u ltan te s- habían cuida­
do sam en te , d u ra n te siglos y siglos, rechazado o, p o r lo m enos, m in i­
m izado. E n lo que voy a precisar habrá, entonces, dos partes.
U n a , bastan te breve, do n d e resum iré lo que ya he desarrollado en
o tro lugar relativo al m ovim iento p ro fu n d o de iconoclasia y desm ito-
logización del p ensam iento occidental. La otra en don de voy a tratar
de revelar cuáles son las diferentes motivaciones (ya no m e atrevo
más a em p le a r la noción de “causa”, p o rq u e p rim era m en te soy soció­
logo y sé con G . G u rv itc h 10 que no hay “factor d o m in a n te ” y p orqu e
adem ás toda la epistem ología actual disuelve esta noción en d e t e r n i ­
nismos “acausales”),11 las motivaciones, pues, de este resurgim iento
actual de lo im aginario en general y del m ito en particular.
D e esta m anera, toda una larga tradición pedagógica - y p o r consi­
guiente científica y técn ic a- se quiso, co m o lo he escrito en mi pe­
q u e ñ o libro La imaginación simbólica, 12 v erdad eram ente iconoclasta.
N o significa q ue O ccid ente - q u e ciertam ente conoció una querella
histórica de los iconoclasmas en su protohistoria b izan tin a- p ro h i­
biera las im ágenes com o lo hace el islam, p o r ejemplo. Este último

8. Vcase G. Sorel, Réflexions sur lu violence, París, Al. Rivière, 1947; A. Rosenberg,
Der Mythus dns XX Juhrb anders, Hohernecben, 1937.
9. Véase J.-P. Sironncau, Sécularisation et religions politiques, La Haya, M outon, 1982.
10. Véase G. Gurvitcb, La Vocation actuelle de la sociologie, Parts, Presses Universitai­
res de France, 1963, 2 vol.
11. Véase M. Cazenave (dir.), La Spicbronicité, l ’âme et la science, Préface G. Durand,
Paris, Albin M ichel, 3“ ed., 1995.
12. G. Durand, L'Imagination symbolique, Paris, rééd. Presses Universitaires de Fran­
ce, 1964.
El retama tld mito (IH60-2100) 21

proscribe la figuración de la imagen de Alá y del P rofeta, y rechaza


representar al h o m b re, refugiando su creatividad artística en caligra­
fías abstractas, m ientras que O c cid en te parece h aber m ultiplicado las
figuraciones plenas de im ágenes con una intención iconoclasta total­
m en te diferente. M i m aestro y am igo ei gran islam ólogo H e n r y C o r ­
bin m o stró bien que esta censura de la im agen visual en el islam c o n ­
llevaba a la par una interiorización intensa del im aginario literario y
visionario. C o rb in escribió al respecto un libro que es to do un p ro ­
grama: La imaginación creadora en el sufismo de Ibii’A ra b í. 1!
E n tre nosotros, en la “cristiandad”, sucede exactam ente lo inver­
so: se autoriza la proyección desenfrenada de im ágenes visuales pero
m arginalm ente, en los patios de recreo - p o r así d e c ir lo - de nuestras
pedagogías y de nuestras epistemologías. Al respecto siem pre cito el
ejem plo de la ley francesa sobre construcciones públicas que reserva
un presupuesto a la orn am e n tació n de los m o n u m en to s... ¡pero un
presupuesto del “u n o p o r c ie n to ” del presupuesto total de la cons­
trucción! Es que en O c cid en te ha habido una separación progresiva
de los “poderes de la im a g e n ” y los po deres efectivos, iconoclastas,
tecnológicos, científicos o políticos. T od o el arte de la controversia,
en O ccidente, consiste en arrojar al adversario a las tinieblas exterio­
res de la “ fantasía”, del fantasma, de lo irracional, de lo irreal. C ie rta ­
m ente, las im ágenes están autorizadas, se expanden sin control, pero
co m o la C enicienta de n uestros cuentos de hadas. D e un lado, la im a­
gen reducida a un juego estético, a un “o rn a m e n to ” de u n o p o r ciento
de valor; del o tro , p o r el contrario, el saber rentable, serio, ei de la
percepción y del concepto, aquel tan querido, tan apreciado, del “p e n ­
s am iento sin im ágenes”, según el célebre program a de la Denkpsycho-
logie}A Es esta separación de poderes la q u e hem os vivido hasta aquí.
Y si retrazam os las etapas de esta m inim ización axiológica de la ima­
gen, nos dam os cuenta de que se rem on ta a nuestra antigüedad espi­
ritual, la de Aristóteles, derivada ella misma de la de P latón y de Só­
crates. Se ha encerrado a la imagen d e n tro del do m in io inferior del
sueño y de la fantasía; un au to r del siglo XV1I1, el cartesiano N icholas
de M alebranche, la pudo d en o m in ar sin parpadear “la loca de la casa”.

13. Véase H. Corbin, L'Imagination créatrice dam le soufisme d'llm ’A mid, Paris, Flam­
marion, 1958.
14. Véase Λ. Burloud, La Pensée d ’après les recherches expérimentales de H.J. Watt, Mes­
ser et Buhler, París, AJcan, 1927.
22 I n t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

D e n o m in a c ió n que Voltaire retom a con avidez en su Diccionario filo ­


sófico... P o r el con trario, O ccidente privilegió las dos fuentes aristoté­
licas de su saber: la experiencia (la em piria) perceptiva, luego el c o n ­
cepto y su lógica, p rim e ra m e n te silogística, más tarde matem ática.
N o sé exactam ente c uándo d esem bocó esta querella realm ente en
divorcio. E n 1979, nos reu nim os en C ó rd o b a (científicos de alto ni­
vel y m enos científicos, ¡de alto nivel igualmente!), en una suerte de
peregrinaje expiatorio, ya que H e n r y C o rb in - q u e acababa de ab a n ­
d o n a r este m u n d o - hacía re m o n ta r ese divorcio trágico a la partida
definitiva de I b n ’Arabí de C ó rd o b a hacia el O rie n te tanto geográfico
c o m o espiritual, en ocasión de los funerales de su m aestro Averroes,
el tra d u c to r y re su rrec to r en E u ro pa del corpus aristotélico. A partir
de en to n ce s el M e d ite rrá n e o marca una ru p tu ra en tre la “im agina­
ción visionaria” del sufismo de I b n ’Arabî y más hacia el este del shiís-
mo, po r un lado y, po r el otro , en E uropa, el adv en im iento del pensa­
m ie n to p ra g m á tic o descansa sobre la percepción y el concepto. P e r­
cepción y co n c e p to que no autorizan c o m o im aginario más que los
calcos “realistas” -la famosa m im esis- o los diseños formalistas. N o se
deja lugar algu no a la “im aginación c re a d o ra ”, al im aginario poético.
Q uizá de allí data la catástrofe que separó a O r ie n te y a O c cid en te del
p ensa m ie n to, el pensa m ie n to visionario y el p en sa m ie n to racional,
desde G u ille rm o d ’Auvergne hasta D escartes pasando p o r Santo T o ­
más de A q u in o .15 L o im aginario queda reducido para n osotros cada
vez más a la insignificancia ornam ental, estética, y, en vísperas del
siglo rom án tico , el divorcio se consum a. L os poetas, “hijos de ese
siglo”, q u ed a ro n m uy sensibles o po nien do , con desesperanza altiva,
p or un lado al “ filisteo” (¡antigua reminiscencia bíblica de los e n e m i­
gos del P u eb lo elegido!), el burgués inm ortalizado y ridiculizado por
el g ra b ad o r H o n o r é de D aum ier, el que nada en abundancia o el “in­
dustrial”, y p o r el o tro lado el poeta soñador, el irrisorio “príncipe de
las n u b es”, el P ie rro t lunar, mago y profeta in com prendido... Así te ­
nem o s este re p arto de los poderes -constitutivo de una “tópica”, com o
lo d irem o s d e s p u é s - que se va am pliando en el transcurso de un siglo
de triunfal revolución industrial y técnica.
Si pasé m u y rápid am ente por esta lenta form ación del “m ito del
O c c id e n te ”, que sólo venera la “positividad” de los objetos, de los
razonam ientos, de las m áquinas y de los hechos históricos, es p orque

15. Véase H. Corbin, En hlmn iranien, París, Gallimard, 1972, 4 vol.


El retomo del im to (¡ 8 6 0 -2 100) 23

lo he hecho con más a m plitud en o t r o lado, en ese p e q u e ñ o libro que


cité. P ero el siglo XIX, si m arca el paroxism o del positivismo y de sus
dogm as progresista y racionalista, abunda, si no en una “inversión ”
de valores, al m enos en un retroceso. P u esto que, en ese siglo que
cubre paradójicam ente tanto la revolución industrial, el triunfalism o
técnico, su p rag m atism o p o r un lado, y p o r o tro el en sueñ o r o m á n ti­
co que encarnan los más grandes poetas, músicos o pintores, se efec­
túa a partir de cierto m o m e n to una especie de mezcla, una especie de
m ezcolanza en tre estas dos corrien tes n o o bstante tan enemigas. Esta
mezcla es la obra de los grandes filósofos sociales de la época: para
Saint-S im on, para sus discípulos B arthélém y E nfantin o F e rn a n d de
Lesseps -e l fa m o s o .c o n s tru c to r del canal de S uez-, para C h arles
F ourier, para Auguste C o m te , el padre del positivismo y de su p e q u e ­
ña h erm ana la sociología, lo “social” se convierte de alguna m anera
en el refugio, serio, no confesado, disfrazado de “física” o “ fisiología”
sociales, de lo im aginario y del sueño utó p ico .1'"' S aint-S im on, C o m te ,
tienen una filosofía progresista de la historia y para ellos lo “im ag ina­
rio ” es sin duda em pujado de m anera manifiesta hacia los lim bos p re ­
históricos, hacia “e stados” - “teo ló gico” luego “m etafísico”- o scuran­
tistas y medievales. El estado positivista, el últim o, el actual, será el
estado de la felicidad h u m an a perm itid o p or el progreso de las cien­
cias y de las técnicas.
¡Pero quién n o ve que ese “positivism o” se instaura a la m an era de
un m ito - q u e todos los resultados... positivos de la historia d esm ien ­
te n -, y de un m ito progresista que se posa paradójicam ente co m o
destruc to r del mito! C o m te , co m o Saint-S im on antes que él en La
religión industrial, quiere sup erar y destruir el oscurantism o del m ito,
p ero p o r m edio de o tro m ito, de otra teología que n o es nueva, cuyos
inventores son el abad calabrés del siglo ΧΠ1 Jo aqu ín del F io re y, se­
gún el bello estudio del p adre Flenri de L u b a c ,1, toda su nu m erosa
“posteridad ”... La herencia joaquinista es e n o rm e y continua: se b e ­
nefician de ella Jacques-B enigne Bossuet y G iam battista Vico, C o n -
dorcet, G e o rg W ilh elm H e g el, Auguste C o m te y Karl Marx.... P o r lo
tanto, existe en efecto un “ retro ceso ” causal p orque, para c o m b atir el

16. Véase P. Tacussel, L'Attraction sociale, la dynamique de l'imaginaire dam la société


rnonocéphale, Paris, Méridiens, 1984.
17. Véase H . de Lubac, La Postérité spirituelle de Joachin de Flore, Lethielleux, 1979-
1980,2 vol.
24 In i r o i k 'c c io n ' a la m it o d o l o g ía . M it o s v s o c ie d a d e s

o scu ra n tis m o de la edad del m ito y de las imágenes “teológicas”, se


acentúa una m itología progresista en do nde triunfa el m ito de P r o ­
m e t e o 11*y so b re to d o en d o n d e se entrevén los “m añanas que c a n ta n ”
del reino final del Espíritu Santo. N a d a ilustra m ejor esta colusión
secreta en tre el m ito joaquinista y la ideología del progreso que el
proy ecto de ley presen tado el 27 de septiem bre de 1848 en la C ám ara
de D ip u ta d o s en Francia p o r P ierre Leroux -e l am igo v confidente
de G e o rg e S a n d -, re co n o cien d o en la Santísima T rinidad, historiza-
da p o r el abad del Fiore, “ la simple figura del ineluctable y del total­
m e n te natural P ro g re so de la H u m a n id a d ...”. La laicización de lo teo­
lógico, lejos de debilitar el m ito, n o hace, absorbiéndolo en la m o d e r­
nidad positivista, más que reforzarlo, al transfundirle de alguna m a­
nera la sangre nueva del m o dern ism o.
Sin duda, n o se nos ha ac ostu m b rado a leer ese siglo XIX de la
industria a través de un contexto tal de remitologización. N u e stras
pedagogías se esforzaron p o r ver, en ese siglo de la m áquina de vapor,
al h e re d e ro glorioso de las Luces. ¡De ningún m o d o son los doctos
teóricos de las ciencias sociales del siglo XIX los que in te n ta ro n des­
m itificar n u estro quietism o progresista! Y sin em bargo... sin e m b ar­
go S aint-S im on, C o m te sob re todo, quieren fundar, y fundan (en Río
de J a n e iro existe todavía una institución así), una religión n uev a19 con
su liturgia, su calendario e ¡incluso su santoral! Y sin em bargo... ¿sa­
bem os po r qué Karl M arx se dejó crecer una barba tan linda, la barba
más linda de la historia m oderna? S im plem ente p o r su adm iración
hacia u n busto helenístico de Jú p ite r (cuyo m olde siem pre guardó en
Londres, en la antesala de su escritorio), soñándose él m ism o co m o el
fu n d a d o r olím pico de los tiem pos m odernos. Efectivam ente, la teo ­
gonia es el p rim e r m odelo de un cierto progresismo: después de la
edad de los T itan es, después del rein o de Kronos, de p ro n to irrum pe
la edad de las Luces olímpicas, la edad del ord e n jupiteriano... Es
exactam ente a ese Zeus de O lim pia al que Karl M arx quiso cons­
cien tem ente, m u y conscientem ente, parecerse...
Pues, ya, q u é clima extraño el del siglo XIX, en d o n d e el p r o g r e ­

18. Véase R. Trousson, Le Tbbne de Prmnéthée dans ln litrérntme européenne, París,


Dm /., 1964.
19. Véase A. C om te, Cours de Philosophic positive, París, 1908, 2 vol. Acerca de esas
“desviaciones” actuales del siglo XLX, véanse los recientes trabajos de Alain Pessin y
de Patrick Tacussel.
El reiorno del mito ( IS60-2100) 25

sism o m arc h a so b re su im p u lso tecn o ló g ico triu n fa n te hasta n u e s ­


tra propia época, p e ro d o n d e ya c o n s tru c to r e s de ideologías to ta l­
m e n te m íticas (en el se n tid o m uy p eyo rativo c o m o lo e n te n d ía n los
positivismos, es decir, n o verificadas, utópicas, fantasmáticas...) ase­
dian la asepsia racionalista. Ya la “h is to ria ” y so b re to d o las p ro y e c ­
ciones futuras de la historia están m u y cerca del “r e la ta r” novelesco
de H o n o r é de Balzac y luego de E m ile Zola... La Fenomenología del
espíritu de H e g e l ,2" en d o n d e se ve en grandiosas perspectivas al E s­
píritu revelarse p o c o a poco a sí m ism o, es p o r lo m enos una e p o p e ­
ya, c o m o lo es el m aterialism o histórico de M arx: la historia se d e ­
tiene aqu í en la o rga niz ació n del E stad o p rusiano; allá, en la socie­
dad sin clases. S abem os c ó m o la historia m ism a desm itificó bajo
nu estro s ojos a esos h erm oso s fantasmas. T en e m o s en ton ces el ejem ­
plo de una em erg encia m uy explícita del m ito en el s eno de una
ideología q u e se cree desm itificante. Y esa observación nos p e rm ite
e n tra r en la p a rte esencial de mi desarrollo. E s decir, la exposición
de los m otivos que c reo q ue gen e ran el re s u rg im ie n to delib erad o
del m ito en el siglo XX.
Existe una m otivación que se encuentra en la raíz de to d o cambio:
es la saturación. “ U n o se cansa de ser platónico, y eso es lo que signi­
fica A ristóteles”, decía el filósofo francés Alain. N u e s tr o c o n te m p o ­
ráneo el sociólogo ru so-am ericano Pitirim Sorokin subrayó m uy bien
ese fen ó m e n o d urante el pasaje de las civilizaciones de una etapa ima­
ginaria a la o tra .-1 Para este sociólogo es así com o, p o r una suerte de
anemia de los grandes tem as inspiradores, basculamos desde u n o de
los tres “estados” que él discierne hacia otro, ab and on am o s una “vi­
sión del m u n d o ” p o r otra. P o r ejemplo, desde el fin del siglo XVIII a la
m itad del XIX la herencia de las Luces, el shock de la Revolución F ra n ­
cesa, pusieron en prim er plano, en todos los autores, desde J o sep h de
M aistre a Karl M arx - c o m o R aym ond T rousson bien lo m o s tró -, el
recurso del m ito de P ro m eteo , el T itá n blasfemo, rebelde, que roba
el fuego divino para ofrecérselo a la hum anidad. C o ntestatario , la­
d ró n del secreto de la potencia divina, benefactor de los ho m b res
injustamente castigado, tales son los m itemas que construyen esta gran

20. Véase G.VV.F. H egel, Phänomenologie des Geistes, 1807, en Sämtliche IVerlte, Stutt­
gart, 1827, 20 vol.
21. Véase P. Sorokin, Social and Cultural Dynamics, Boston, Poter Sargent, 1957,
4 vol.
26 In t r o d u c c i ó n a l a .m i t o d o l o g í a .M it o s y s o c ie d a d e s

im ag en que llegará a conform ar, p o r supuesto, la biografía mítica de


N a p o le ó n , c o m o Jean T ulard bien lo estu d ió .”
P o c o a p o co este m ito está com o m inado, desgastado, p o r los “des­
tellos” - v e r e m o s más tarde el sentido técnico de este c o n c e p t o - del
n o c t u r n o rom án tico. E n la últim a m itad del siglo, frente a los d ese n ­
c a n ta m ie n to s técnicos, frente a los “efectos perversos” co m o la pro -
letarización galopante - p e n s e m o s en la Inglaterra de C h arles D ic ­
kens y de K arl M arx...-, frente a ese m alestar p rom ete ic o que llega­
rán a escan dir las guerras napoleónicas prim ero, luego las guerras
coloniales, m ás tarde la destrucción sangrienta de 1870 y el fracaso de
la C o m u n a , p oco a p oco se infiltran las mitologías desengañadas de
aquellos que, finalm ente, se llam arán a sí mismos los “d ecad en tes”.2'
D e n o m in a c ió n rabiosa, no para con statar el declive de una civiliza­
ción m aterial en su apogeo, sino para desolidarizarse de los efectos
perversos de un triunfalism o industrial, progresista, positivista inso­
lente. N o s llam am os “d ec aden tes” hacia los 70-80, ¡un p oco co m o
a c tu a lm e n te nos llam am os “ p o s m o d e rn o s”!
Es a fines de ese siglo c uando aparecen tam bién los grand es rem i-
tologizadores. U n o de ellos, T h o m a s M an n , el célebre novelista ale­
m án q ue va a erigir co ntra el m ito nazi de un R o sem b erg el m ito de
J o sé en la tetralogía de J W y m s hermanos?* vio bien con co n o c im ien ­
to de causa que, en este d o m in o recup erado del m ito, R ichard W a g ­
n e r y E m ile Z ola m archaban al m ism o paso.2’ ¡S orprendente consta­
tación, en prim era instancia, y que trastorna nuestros clichés p e d a g ó ­
gicos habituales! Ahora bien, tan to el padre del drama lírico co m o el
p adre de la novela naturalista restauraron de m anera m uy consciente
-explícita para W agner, más oculta para Z o l a - la utilización del m ito
c o m o e stru c tu ra profu nda, co m o asiento com prehen sivo , de toda
narración dramática o novelesca. A estos tres grandes nom bres -M a n n ,
Z ola v W a g n e r - hay que agregar p o r supuesto el de Freud cuyos tra­
bajos, d u ra n te más de cincuenta años, van a dar el color principal al
río de las resurgencias de lo im aginario y de los sím bolos.2'1A gregue-

22. Véase J. Tulard, Le Mythe de Napoléon, París, Armand Colin, 1971.


23. Véase J. Pierrot, L'Imaginaire décadent, Paris, 1977.
24. Véase T h. Mann, Joseph and seine Biiider, Berlin, 1933.
25. Véase T h . Mann, Smiffi'nncc et grandeur de Richard Wagner, Paris, Fayard, 1933.
26. Véase S. Freud, Trois essays sur la théorie de la sexualité, 1905, cf. Sämtliche Werke,
Francfort, 1940-1952, 18 vol.
El retorno del inito (1860-2100) 27

mos a N ietzsc h e a ese cortejo, el más consciente de ese cam bio de


divinidades rectoras del alma de un siglo, el padre de Zaratustra,27 el
profeta vaticinador, luego el poeta J e a n -P au l, la “m u e rte de D io s ”, el
fin de un Dios anciano y desgastado p o r el abuso de sus usos, el a n u n ­
ciador del “gran m edio día” y del re surgim ien to de los dioses a n ti­
guos, D ioniso o H e r m e s . .. E n la em ergencia de estos “nuevos” m itos
(¡“s iem pre los m ism o s”, escribirá M ichel Foucault!),2* se precipitan
m uchas confluencias: p or ejemplo, la gran co rriente de la pintura sim ­
bolista... N o deja de ser im p o rtan te que actu alm ente re d escu bram o s
a esos p in tores dem asiado eclipsados p o r el impresionismo: G ustave
M oreau, O d ilo n R edon, los prerrafaelistas, A rnold Böcklin, F ern a n d
Khnopff, A ubrey Beardsley, G iovanni Segantini. El m o vim iento sim ­
bolista es realm en te el signo de una saturación de las visiones del
m u n d o que se h an vuelto por dem ás c o n tin g en tes a causa de la ideo ­
logía del p rogresism o científico del que el neoim presionism o fue u n o
de los paradigm as.29
¡Pero d ecir q ue una cosa cambia p o rq u e “d u r ó b a s ta n te ” n o es
un p rincipio de explicación en verdad p ro b a to rio ! La satu ración es
una explicación fácil... P o r esta razón algu nos han refinado esta n o ­
ción h ac ie n d o in te rv e n ir los esquem as explicativos, en to n ce s n u e ­
vos, del psicoanálisis. La revuelta de los hijos contra los padres se
to rn ó el vis a tergo explicativo de las “g e n e rac io n e s literarias”.30 Sin
duda, es verdad que hay u n cierto equilib rio e n tre la sensibilidad de
los p adres y la de los hijos, c o m o bien señalaron H e n r i P eyre o G u y
M ic h a u d ,31 p e ro la d u ración de un conflicto de generac ió n es una
explicación d em asiado corta para justificar m o v im ien to s c o m o el
ro m an ticism o , el clasicismo o el d ecaden tism o, que p e rd u ra ro n lar­
g a m e n te d u ra n te más de un siglo. Adem ás, p o d e m o s p re g u n ta rn o s
po r qué ciertos “ h ijos” se rebelan tod o s al m ism o tiem p o y en el
m ism o se n tid o c o n tra ciertos “p a d re s ”: ¿no existen, siem p re y en
to d o m o m e n to , en una sociedad, la m ism a cantidad de “h ijos” y la
m ism a ca ntid ad de “p ad res”? Ese “m o v im ie n to b ro w n ia n o ” d e m o ­

27. Véase F. N ietzsche, Ainsi parlait Zarathoustra, Paris, Gallimard, 1989.


28. Véase M. Foucault, Les Mots et les Choses, Paris, Gallimard, 1966.
29. Véase R.L. Delevoy, Journaldy sambolisme, Ginebra, Skira, 1977.
30. Véase G. M endel, La Révolte contre le père, Paris, Payot, 1972.
31. Véase G. Michaud, Introduction à une science de la littérature, Estambul, 1950; H .
PeyTe, Les Générations littéraires, Nueva York, 1947.
28 In t r o d u c c ió n λ l a .m i t o d o l o g í a . M it o s v s o c ie d a d e s

g ráfico hasta para justificar la poca eficacia de la explicación p o r las


“g e n e ra c io n e s lite raria s”.
M e parece m u ch o m ás d ete rm in a n te la segunda m otivación, s o ­
bre la cual n o insistiré dem asiado aquí, pues la evoqué num erosas
veces y volveré con más detalle sobre este im p o rta n te m otivo en el
p ró x im o capítulo. P o r el m o m e n to digam os que esta m otivación c o n ­
siste en el d e s m o ro n a m ie n to de la epistem ología clásica y en la total
subversión - G a s t o n Bachelard habla de la “filosofía del n o ”- de la
“razón clásica”.'- N o sólo el siglo XX puso en tela de juicio, a partir de
su aurora c o n M ax Planck y Albert Einstein, las bases de la física clá­
sica y de la g e o m etría de Euclides sobre la cual ella se funda, sino que
ayudado p o r la “mecánica cuántica” se e n c o n tró trastornad o hasta
nu estro s días p o r los físicos de vanguardia que fueron N iels Bohr,
W e r n e r H e is e n b e rg o W olfg a n g Pauli, sin co n tar la reflexión de epis-
tem ó lo g o s c o m o E d g a r M o rin , S téph ane Lupasco, H a n n a h Arendt...
L o s cim ientos sacrosantos de la lógica y de la filosofía clásicas se e n ­
c o n tra ro n e n to n c e s to talm en te subvertidos. “ F orm as a priori de la
sensibilidad”, que nos había legado Kant, “categorías del e n te n d i­
m ie n to ”, h erencia de K a n t y Aristóteles, n o son más lo que eran... Y
este fe n ó m e n o de subversión epistemológica se arraiga en el siglo XIX
p o r los alum n os de C harles Gauss, po r las geom etrías de Bernard
R iem an n y de N icolai Lobatchevski...3-'
Si q u e re m o s reco rd a r lo que ya he enunciado, a saber, que en la
sociedad occidental hay dos “p o d eres”: u n o fuerte -e l del racionalis­
m o clásico p ro v e n ie n te de Aristóteles y que culm ina con N e w to n y
las L u c e s -, el o tro débil, irrisoriam ente débil, p orción c o n g ru en te y
“p arte m ald ita”, toleradas p o r lo imaginario, p o r sus pom pas poéticas
y p o r sus ob ras artísticas, se puede con jetu rar que si el p o d er fuerte se
d esm oron a , se resquebraja e incluso se d errum ba, el p o d e r débil se
en cuen tra o cu p a n d o autom áticam en te todo el lugar estratégico que
de este m o d o se dejó vacante p o r una especie de efecto de “vasos
c o m u n ic a n te s ” : en cuanto u n o se vacía, el o tro se llena. M e jo r aún: la
dialéctica feroz, las exclusiones axiológicas, las excomunicaciones epis­

32. Véase G. Bachelard, La Philosophie Λυ non, París, Presses Universitaires de Fran­


ce, 1940.
33. Sobre la epistemología contemporánea la bibliografía es enorme. Para un com ­
pendio, véase Gaston Bachelard, Le Nouvel Esprit scientifique, Paris, Presses Univer­
sitaires de France, 1971.
El retorno del mito ( 18 6 0 -2 100) 29

temológicas, desaparecen: desde ese m o m en to , los límites e n tre la


m archa científica y el discurso poético se borran. Eso es lo que signi­
ficó y co rro b o ró el m em o rab le E n c u e n tro de C ó rd o b a en 1979, en
don de po r prim era vez en siglos la física más m od ern a se sentaba en
la misma mesa del convite con los antropólogos y los p oetas.'4 Esa es
sin duda la segunda m otivación del cam bio del m ito a fines del siglo
XIX: la m itología de las Luces, que había llevado con un éxito brutal
todos los artilugios de la razón, de repente se aniquila p o r las tran s­
formaciones no euclidianas, n o cartesianas, no new tonianas, de la ra­
zón misma.
La tercera m otivación es la expansión de la antropología. Esta
expansión coincide con las conquistas coloniales de las naciones e u ­
ropeas a fines del siglo XIX. U n a curiosidad p o r lo lejano y la extrañe-
za de lo extranjero conduce p rim ero a todos los “orienta lism os” de
los rom ánticos a partir de 1830, y luego al exotismo p u ro y simple:
después de 1861, el “n ip o n is m o ”; a com ienzos del siglo XX, “el arte
n e g r o ” y el jazz... P e ro si nos qu edam os sobre el plano únicam e n te
epistémico, si no científico, de p ro nto irrum pe en nuestro pensam iento
de adulto blanco y civilizado lo que C laude Lévi-Strauss llama el “p en­
sam iento salvaje”.35 Las descolonizaciones del siglo XX refuerzan los
descubrim ientos coloniales del XIX en cuanto nos p ercatam os de que
los “h o m b re s ” - ¡ y especialm ente los “salvajes” !- “siem pre han pensa­
do tan b ien ”, co m o se atreve a escribirlo Lévi-Strauss. H a y que citar
aquí a toda la adm irable escuela africanista francesa, desde M arcel
G riaule hasta G e rm a in e D iéterlen, pasando po r D o m in iq u e Zahan,
Viviana P aques y Jean Servier, quien se atreve a titular u n o de sus
libros E l hombre y lo i n v i s i b l e D esde G e o rg F erd in an d F ro b e n iu s o
desde G e o rg e F razer a M ircea Eliade, a Hern*)' C o rb in o a R oger
Bastide, el h o m b re “ blanco, adulto y civilizado” se abre a fenóm enos
aberrantes: sueños, relatos visionarios, trances, posesiones, que el Si­
glo de las Luces nunca se hubiera atrevido a citar con decencia. D e s ­
de ya se entiende que tal redescub rim iento del h o m b re “c onfluye”

34. AA.W., Science et Comcience, les deux lectures de l'Univers, C oloquio de Córdoba,
Stock, 1980.
35. L. Lévy-Bruhl, La Mentalité primitive, París, Alcan, 1925; Cl. Lévi-Strauss, La
Pensée sauvage, Paris, Pion, 1962.
36. J. Servier, L’Homme et l'invisible (1964), Paris, Rocher, 1994; l.cs Techniques de
l ’invisible, Paris, Rocher, 1994.
30 I n t r o d u c c ió n λ la m it o d o l o g ía . M r ro s v s o c ie d a d e s

con los d esc u b rim ie n to s del psicoanálisis freu d ian o y , m ejo r aún, con
la “psicología de las p ro fu nd idad es” de Carl G . Ju n g .
E stos an tro p ó lo g o s de toda clase: etnólogos, “ h isto riadores” de
las religiones, psicoanalistas, filólogos, se re e n c o n tra ro n cada año en
su mayoría en ese crisol extraordinario que fueron d u rante cincuenta
años los e n c u e n tro s de E ranos, en Ascona, en el T ic in o suizo. Yo tuve
el h o n o r de ser in trod ucido p o r H e n r y C o rb in y M ircea Eliade, en
1964, a ese cenáculo, y realm en te es allí -a l m argen, subrayém oslo, de
todas las universidades del m u n d o - ,7en don de, librem ente, los u n i­
versitarios m ás em in entes crearon una ciencia antropológica nueva
cuya base descansaba sobre la facultad esencial del sapiens sapiens: a
saber, su indeform able p o d e r de simbolizar, su “im aginación sim bóli­
c a ”. L o s diferentes horizo ntes de la “ciencia del h o m b r e ” al fin unifi­
cada (m edicina, anatom ía, fisiología, psiquiatría, psicoanálisis, e tn o ­
logía, sociología, historia y especialm ente “h isto ria” de las religiones,
filología, etc.) se e n c o n tra ro n de esta m anera focalizados sobre el des­
c u b rim ie n to del p o d e r de las im ágenes y de la realidad (la “real p re­
sencia”, co m o G e o rg e Steiner escribiera en nu estros días) de los sím ­
bolos.™
Esta “n u eva” órbita antropológica en la cual estam os y “nos m o ­
v em o s” alcanzó de m anera significativa al viejo m arxism o m ismo, el
cual de algún m o d o se subvirtió en su interior, incluso cu an do desde
1917 parecía triu n far pesadam ente en las diversas revoluciones polí­
ticas m undiales. El marxism o “o rto d o x o ”, lo sabemos, fundado triun ­
falm ente sobre una “inversión” de la dialéctica hegeliana en un “m a­
terialismo histó rico ”, hacía prevalecer, de un m o d o m uy clásico en el
industrial siglo XIX, la infraestructura tecnológica y sus en to rn o s ins­
titucionales sobre las “su p erestru ctu ras”, es decir, las ideologías más
o m enos legitimantes. Sin em bargo, en el in terio r del m ism o marxis­
m o, en la tan interesante escuela de Francfort, y tam bién para el ita­
liano A n to nio G ram sci, poco a poco se vio a las “superestructuras”
volver a “re m o n ta r la p e n d ie n te ”.* Ya G ram sci establecía que las su­
perestructuras tenían de alguna m anera u n efecto d t feed-back y m o ­
dificaban la infraestructura originaria. P ero son sobre to d o los ale-

37. Véase G. Durand, “Le genie du Eliu et les heures propices”, en Eranos Jahrbuch,
Insel Verlag, 1982, vol. 51.
38. Véase G. Steiner, Recles Présences, Paris, Gallimard, 1991.
* El autor utiliza la expresión familiar francesa "du poil de la bête". [N. de la T.]
El retorno del mito (1X60-2100) η

m anes W a lte r Benjamin, E rn s t Bloch, Karl M a n n h e im (autor á t Ideo­


logía y utopía) y H e r b e r t M a r e u s e !V quienes, en diferente grado, se
percataron todos -p a r a su gran estupefacción a vec es- del p o d e r de
las estructuras míticas y de las im ágenes simbólicas sobre los c o m p o r ­
tam ientos sociales y sobre lo que ellos llamaban “la infra e s tru c tu ra ”.
Estos descubrim ientos en el interior de la ortodoxia marxista fu eron
m uy decisivos: co n trib u y e ro n a liberalizar y hasta “to rc e r” u na d o c ­
trina rígidam ente dogm ática. A sim ism o veo con relativa sorpresa mis
libros traducidos “del o tro lado de la co rtin a ”, en R um ania y en P o lo ­
nia, ¡yo que nunca hice sacrificio, ni de cerca ni de lejos, a una te o lo ­
gía historicista cualquiera!40
Es que hubo, precisam ente en n u m ero sos pensadores criados y
alim entados en el h arén marxista, una doble tom a de conciencia: la
de la eficacia de las “sup erestru ctu ra s” y la de su corolario: la e m e r­
gencia de “disimultaneidades” (Entgleichzigkeit), de vueltas “para atrás”,
de “c ú m u lo s” (el té rm in o es de Sorokin) del pasado en el paso hacia
adelante -¡ q u e creíam os bien aco m p a sad o !- del devenir y de la h isto­
ria de los grupos sociales. Este descubrim iento - s o rp r e n d e n te , a ve­
ces aterrad or para los religiosos del m aterialism o h is tó ric o - n o se
limita al marxismo. A decir verdad, G iam battista Vico en el siglo XVIII,
con la noción de ricorso, bien había notado, aunque sin eco en la sin ­
fonía heroica del P rogreso, que la historia a m e n u d o marcaba “vuel­
tas”.41 P e ro la historia, hija prim og énita de la Revolución Francesa
tan bien cantada p o r Jules M ichelet, se había em briagado de su p r o ­
pia sustancia en las “filosofías de la historia”, del siglo de H e g e l, de
C o m te y de M arx. Se afirmaba entonces que había una H istoria de la
H u m an id ad , con dos H mayúsculas, sobre el m odelo que p ro p o n ía n
p ro n to las teorías evolucionistas de las especies animales. La m archa
hacia adelante, sin te m o r y sin retroceso, vislumbrada p or C o m te , se
salpimentaba de heroísm o dialéctico en los esquemas hegeliano y luego
darwiniano.
Sin em bargo, a partir del fin “d e c a d e n te ” del siglo, pen sad ores

39. Véase K. M annheim, Idéologie et Utopie, Paris, Rivière, 1959; H. Marcuse, ob.
cit., 1968.
40. Véase G. Durand, Structurile anthropologue nie mmginnndiuti, Bucarest, Univers,
1977; Wyolrrnznia sytnboliczna, Varsovia, 1986.
41. Véase G. Vico, Principes d'une science nouvelle autour de la commune tinture des natio-
n s(1725), trad.J. M ichelet, 1835.
32 In t r o d u c c i ó n λ la m i t o d o l o g í a . M it o s v s o c ie d a d e s

c o m o G o b in e a u o el R ichard W a g n e r de la G ötterdäm m erung y, a


c o m ie n z o s del siglo XX, G e o rg e s Sorel y Oswald S pengler,4- ya h a ­
bían v islu m b rad o que lo que n o so tro s llam am os “la historia” n o sólo
n o m arch aba hacia adelante de una sola zancada, sino que estaba
sujeta a vueltas, decadencias, y que “ las civilizaciones eran m o rta le s ”
(Paul Valéry) o, más aún, que lo qu e creíam os objetividad positiva e
in d u b ita b le del relato histórico no era más que m itologizaciones par­
tidarias y subjetivas. La som bra q ue conlleva la p ropagan da se p ro ­
yectaba sobre la ingenua objetividad positivista. Tan bien que se lle­
gó a e m itir una “duda sobre la h isto ria”, co m o lo escriben dos his­
to riad o re s c o n te m p o rá n e o s , G u y B ourdé y H e rv é M a rtin , que se
p o n e n a hacer “ la historia de la h isto ria”, c o m o lo hacen tam b ién
C l .- G . D u b o is o J. Schlobach. ¡Mal signo cuando un m édico se in t e ­
rrog a sobre enferm edades de las cuales su medicina está grávida! Hay,
sin em b a rg o , una corrien te p ro fu n d a con R .G. C o lling w o od a p a rtir
de 1946, co n el “p re s e n tis m o ” de H e n r i I. M a r ro u , el “recepcionis-
m o ” d e C. Beckee y de H a n s - R o b e r t Jauss, el “relativism o” m itig ado
de R aym ond A ron ,4' el escepticismo absoluto de Paul Veyne44 al cons­
tatar q ue no se puede p ro p o n e r n ing u n a diferenciación objetiva e n ­
tre la novela y la historia...
P e r o sobre to do es la obra de largo aliento de G eo rg es D um ézil,
h e re d e ro de los com paratistas A nto ine M eillet y J. Vendryes, la que
a p o r tó las pruebas decisivas de la reducción del relato histórico al
m o d elo m ítico.45 Todos aquellos de entre nosotros que poseen una
cultura clásica recuerdan h ab e r leído co m o palabra de Evangelio -¡es
decir, de h is to riad o r!- el relato de la fundación de R om a según el
“ h isto riad o r” T i t o Livio. ¡E ncan tam iento de nuestras adolescencias
acunadas p o r las certezas positivistas! Estaban el rey R óm ulo, H o r a ­
tius Cocles, M u cius Scaevola, Tarpeia... Sin em bargo, es D um ézil sin
duda - e r u d i to de una e n o rm e inform ación c u ltu ra l- quien com en zó
a e n c o n tra r un cierto parecido y una semejanza filológica esencial
en tre los térm inos y los roles que denotaban la historia ro m ana pri-

42. Véase A. de Gobineau, Essai sur l'inégalité des races, 1880; O. .Spengler, Le Déclin
du l'Occident (1916-1920), Paris, Gallimard, 1948.
43. Véase G. Bourde y H. Martin, Les Ecoles historiques, Paris, Seuil, 1983; C l.-G .
Dubois, La Conception de ¡’histoire en France nu Xlle. siècle, París, N izet, 1977.
44. Véase P. Veyne, Comment on écrit l'histoire, Paris, Seuil, 1971.
45. Véase G. Dumézil, Jupiter, Mars, Quirinus, Paris, Gallimard, 1941-1948, 1. 1, U, III.
El retomo del inito (I S60-2100) 33

mitiva, y los roles, los térm inos, las situaciones que conn o tab a n los
mitos in d o eu ro p e o s desde Escandinavia hasta la India actual. Señaló
m inu ciosam ente que eran los mismos m itos fundadores, con sus r o ­
les, sus situaciones, sus atributos y sus d en o m inacion es filológicas,
los que se e n c o n trab an en los germ anos, los escandinavos, los celtas,
los in d o eu ro p e o s de Asia central, los caucásicos, los indios de la India
y en... ¡Tito Livio! D ich o de o tro m o do, lo que alguna vez se ense ña­
ba co m o historia de R om a n o era más que el m uy arcaico e in m e m o ­
rable relato de u n m ito indoeuropeo. P ienso -¡ y la Academia F ra n c e ­
sa, ante la insistencia de Lévi-Strauss, finalm ente acaba de h o n ra r
tard íam ente a D u m é z il! - que la en o rm e labor de este erudito francés
relativiza y pone en duda los dom inios, hasta aquí patentados “positi­
vos”, de la historia en beneficio de lo que se puede llam ar las p ro f u n ­
didades míticas de to d o relato hu m an o. C o m o lo vio pro fu ndam en te
T h o m a s M a n n ,46 lo que “son dea” la sed de com p ren sión del h o m b re a
través de la unidim ensionalidad del relato histórico es lo “insondable”
del sentido, lo que hace de u n acontecim iento u n advenim iento sim ­
bólico (kérygf/ta). E so era rehabilitar al m ito de m o d o brillante contra
las usurpaciones descaradas de la historia. Esta brecha en la fortaleza
historicista fue am pliam ente ensanchada, sea en los trabajos recientes
de Pierre Solié y de Philippe W a lte r sobre los mitos cristianos, en los
de André Reszler sobre los mitos políticos modernos47 o los de mi amigo
Sironneau sobre las religiones políticas contem poráneas.
¿Q ué hay para decir? Sólo que en u n a historia m od ern a que ca m i­
na a paso más o m enos cadencioso hacia el progreso y el porvenir
radiante de la h um anidad, nos dam os cuenta de que los dados histó ri­
cos están más o m enos cargados. Algo se podía conjeturar, después de
que E rn s t Bloch descubriera con espanto que la m archa de su siglo
-¡el nuestro, el X X !- no ascendía hacia porvenires radiantes, sino que
de re p en te se fisuraba, retrocedía, se detenía bajo la ofensiva de la
disimultaneidad nazi... Y es allí en d o n d e se debe m editar sobre las
“facilidades” del éxito del nazism o en E uropa, ¡así co m o J o s e p h de

46. “Profundo es el pozo del pasado. ¿No deberíamos decir que es insondable?”, es la
frase inicial del “Preludio” de Joseph et ses frères: “Las historias de Jacob”.
47. Véase R. Girardet, Mythes et mythologies politiques, París, Seuil, 1986; A. Reszler,
Les Mythes politiques modernes, Paris, Presses Universitaires de France, 1981 ; Ph. Walter,
La Mythologie chrétienne, Paris, Entente, 1992; P. Solié, Le Sacrifice, Paris, Albin M i­
chel, 1988.
H In t r o d u c c i ó n λ ι .λ m i t o d o i .o g í a . M i t o s y s o c ie d a d k s

M a is tre m editab a sobre las “facilidades” de la Revolución Francesa!


¿ C ó m o u n o de los pueblos más “civilizados” de E uropa, la cuna de
una p arte inm ensa de la cultura euro pea, a quien se le debe G o e th e ,
Schiller, Bach, Beethoven, Einstein, W eber, Cassirer, H ölderlin, có m o
ese p u eb lo que G e rm ain e de Staël4* p rop onía co m o m o delo y oponía
a la barb arie napoleónica, c ó m o ese pueblo se precipitó en los brazos
de un re m ito lo g izad o r de opereta, o más bien de tragicomedia, y a d ­
hirió hasta el crim en al sistema tan simplista del M ito d e l siglo X X de
Alfred R o senb erg ? Es que el nazism o, c o m o la Revolución Francesa,
prov eyó a u n pueblo, con ingenuidad y brutalidad, de un co njunto de
ritos y m itos, una prótesis de lo religioso, del cual el alemán del K ul­
tu r k a m p f c o m o el francés de las Luces se hallaban privados; W o tan
- c o m o lo denuncia J u n g a partir de 193ó—49 era dem asiado rechazado
p o r las Iglesias reform adas y el E stado prusiano co m o para no ad qu i­
rir una fuerza aterradora en las p rofund idades del inconsciente ger­
m ánico. Así de “fácil” fue la irresistible ofensiva, en Francia, del m ito
revolucionario, de su corolario el T error, y de su prolongación n a p o ­
leónica. J e a n T ulard ha escrito dos libros sobre la rápida em ergencia
del m ito de N a p o le ó n .5" Éxito fulm inante, adhesión cuasirreligiosa a
ese p e q u e ñ o oficial corso que se p rop on ía co m o el resurrecto r de un
S an to Im p e r io revisto y c o rreg id o p o r las Luces. N o hay que olvidar
que B o n ap arte fue tal catalizador del m ito que desde su desaparición
se p u d o escribir un libro, Como que Napoleón minea existió, reab sor­
b ien d o la personalidad histórica del famoso general en un m ito solar:
nacido en un a isla al este, m u e rto en una isla oceánica al oeste, escol­
tado p o r doce mariscales... Asimismo, en P ortugal, toda una parte
esencial de la historia ¿no está fundada sobre el resurg im iento del
m ito gibelino - e incluso del m ito augusteo ¡si le creem os a Joël T h o ­
m a s !-51 sobre ese m ito del r e to r n o del em p e ra d o r “o c u lto ” quien, a
pesar del testim onio de sus restos que descansan en el co nvento de
J e r ó n im o cedidos por la g enerosidad de un califa, sigue siendo “espe­
ra d o ” casi cu atro siglos después del desastre de Alkacer Kébir? A ori-

48. Véase G. de Staël, De l ’A llemagne, Charpentier, 1810.


49. Véase C .G . Jung, Aspects dit draine contemporain, Buchet-Chastel, 1951; M . Elia­
de, Mythes, rêves et mystères, Paris, Gallimard, 1957.
50. Véase J. Tulard, ob. cit.
51. Véase J. Thomas, Stmcttires de l'Imaginaire dans l'Enéide, Paris, Belles Lettres,
1981.
El retomo del inito (1860-2100)

lias del Tajo, la restauración de los Braganza, el advenim ien to de la


República, el advenim iento de A n tonio de Oliveira Salazar, la eflo­
rescencia de la Revolución de los Claveles, ¿no Rieron recibidos a su
tu rno p o r unos y p o r otros co m o el mensaje del rey oculto, del rey
heredero de la famosa profecía de Ulrico?
T an to es así que las s orprend entes “facilidades” de la historia, en
una suerte de evem erism o “al revés”, n o se deben más que a la p e re n ­
nidad “coriácea” - s e g ú n la expresión de R o g e r B astid e- de un m ito
fundador del g ru p o social.
¿P or qué reaparece el mito, traído se en tien d e p o r m edios audio­
visuales tecnológicos hasta ahora nunca alcanzados, pero reaparece
de m anera sorpresiva, salvaje, imprevisible, en el corazón de la q uie­
tud triunfalista del cientificismo vencedor? N o m ás de lo que se p u ­
diera inducir o ded ucir la ofensiva del nazismo en el corazón de la
República de W eim ar, o el regicidio y el T e rro r del idilio m onárquico
de 1789. Hay, p o r lo tanto, en el seno de la narració n histórica unidi­
mensional precipitados míticos - l o que A braham M o les llama “explo­
siones” míticas, de las que hablarem os más t a r d e - que son al m ism o
tiem po precipitaciones históricas. Ahí están realm en te las famosas
“aceleraciones de la historia”, pero que no son propias de nuestra
m odernidad. Aceleraciones sin duda, pero tam b ién brutales bifurca­
ciones. L o que E r n s t Bloch, con los lam entos de un progresism o des­
m entido, llamaba “disim ultaneidades”.
S obrevienen tales fenóm enos de “aceleración”, de “precipitados”
o de “coagulación” míticos en cuanto, en una civilización dada, las
instituciones no han seguido el lento m o vim iento de las visiones del
m undo. Y bien parece que, en el fin del siglo XX, las naciones h u b ie­
ran llegado a ese m o m en to . E n una época, precisam ente, en donde
los mitos com enzaban a volver a los horizo ntes de la sensibilidad y
del p ensam iento occidental, en una época en la que W agner, Zola,
N ietzsch e, F reud, inyectaban con su arte a un O c cid en te estrecha­
m en te racionalista los gérm enes de fascinantes m itologías, los g ra n ­
des magisterios del O ccid ente -Iglesias y E s t a d o - le pusieron mala
cara a la remitologización.
E n un principio las Iglesias, fieles a una tradición que se exacerbó
sobre to d o después del fin de una cristiandad todavía portadora de
mitologías, erradicaron todo rastro de recursos a las m itologías p re ­
cristianas o incluso sim plem ente medievales. La política de desm ito-
logización se aceleró a partir del siglo XVIII, infectada p o r josefism oy
febronianismo... E n el siglo XIX, del C o n c o rd a to se pasó al C o n co r-
36 In t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía .M it o s y s o c ie d a d e s

dismo. U n a m u ltitu d de teólogos, desde el abad M o ig n o hasta Teil­


h ard de C h a rd in pasando p o r Alfred Loisy o Bullm an, se esforzó por
calcar las verdades de la fe sobre las diferentes -¡ flu c tu a n te s !- verda­
des científicas, pero sobre todo sobre la fascinante y pretendida “ciencia
histórica”, tan legitim an te y tan legitimada p o r u n encarnacionism o
mal c o m p re n d id o . D e esta m anera las Iglesias m etían el dedo en el
engranaje de la secularización, m ultiplicando los “c o n c o rd a to s ” con
los poderes profanos y los aggiom am enti con la m oda del tiem p o p re ­
sente y fugitivo. P aralelam ente, los poderes políticos - q u e se disfra­
zan de corte jo de “ciencias (sic) políticas”- re n eg aro n de su carisma
m itológico, ya que to d o p o d e r reposa sobre u n co nsentim ien to , un
“a u m e n t o ” (augustus, de augere) m itogénico. E n el m ism o sentido,
Iglesias y E stado s d em ocráticos laicizaron los saberes, secularizaron
los poderes... G e o rg e s G u s d o r f p u d o hablar graciosam ente al respec­
to de una “desavenencia cordial e n tre las Iglesias y los E stados...”.52
O c cid en te, sacrificándose a las mitologías desm itologizantes de
los positivismos, perd ió de esta m anera magisterio religioso y magis­
terio político a la vez. L o que explica que haya habido en nuestras
sociedades “m o d e rn a s ” una e n o rm e falta, una e n o rm e y anárquica
aspiración hacia todas las cosas maravillosas, todos los sueños, todas
las utopías posibles. Al pasar y para ilustrar en qué m edida la parte de
lo im aginario - d e la que el sueño es una gran m a n ife sta ció n - es indis­
pensable para la vida n o rm al del h o m b re y del animal, recordaré aquí
las experiencias de M ichel Jo u v e t,” que m o straro n con u na experi­
m entación precisa que el gato privado de sueño se tornaba rápida­
m e n te neurótico, inso m ne, alucinado... ¿C ó m o p ro b a r esto, nos p re ­
guntarem os? Y bien, record a n d o en prim er lugar que el c o m p o rta ­
m ie n to del so ñ an te - y esto está con firm ado p o r el electroencefalo­
g r a m a - y el del sim ple du rm ien te son radicalm ente diferentes: cu a n ­
do u n o d u erm e p rofun dam ente, se conserva el con trol postural, los
m úsculos p erm a n e c e n tensos en posturas de equilibrio; en el “estado
paradójico” del sueño, p o r el contrario, hay una relajación de toda la
contextura muscular... Basta con p o n e r en u n recipiente lleno de agua
el islote de u n a m edia esfera resbaladiza y hacer subir al gato que se
duerm e... S iem pre que d uerm e p ro fun dam ente, el m in ino conserva

52. Véase G. Gusdorf, Naissance de la conscience romantique au siede des Lumières, París,
Payot, 1976.
53. M. Jouvet, Le Sommeil et le Rêve, Paris, O. Jacob, 1992.
El retomo del mito (1860-2100) 37

el equilibrio, p ero en cuanto sueña, ¡púmbale!, se cae al agua y des­


pierta... El resultado es que m u y rá p id a m en te el gato privado de su e­
ños tiene alucinaciones aterradoras, descargas de adrenalina r e p e n ti­
nas sucedidas po r irritación, agresividad, neurosis... C o n un p ro c e d i­
m iento sem ejante (reem plazando el baño forzado p or una leve des­
carga eléctrica o u n tim bre), se procedió a una experim entación id é n ­
tica sobre voluntarios h um anos, y se obtuv iero n rá p id am ente (al cabo
de o ch o a diez días) las mismas perturbaciones. Estas experiencias de
clínicos dem uestran bien que existe en el animal superior y en el h o m ­
bre una necesidad vital de soñar... C o m o lo escribía ú ltim am e n te Ba­
chelard, hay un “derecho de s o ñ a r” fundam ental, constitutivo de la
vitalidad norm al del sapiens sapiens.
P e ro ¿no es un fen ó m e n o parecido el que nosotros, “a n tro p ó lo ­
gos”, constatamos sobre el plano colectivo (cultural y social), en cuanto
tratam os de privar al “adulto blanco y civilizado”, co m o se ha h echo
en las pedagogías positivistas, de la “actitud s o ñad ora”, o bien s o ñ a n ­
te o, m ejo r dicho, del p od er sim bólico constitutivo de las m itologiza-
ciones? E n cuanto se trata de re ducir la educación del h o m b re a un
adiestram iento tecnocrático, funcional, pragm ático, burocrático... se
produce auto m áticam en te u na “transferencia”, diría un psicoanalista,
de ese p o d e r “vital” hacia los h orizo n te s salvajes de ensoñaciones en
libertad... E s exactam ente lo que pasa hoy en día ante n uestros ojos,
ya que n o hay más magisterios para reco n o ce r y en cuad rar al in coer­
cible p o d er de soñar... M u ch a s pedagogías y especialistas de ciencias
de la educación se rebelan cada vez más siguiendo los pasos del p ro fe ­
sor B runo D u b o rg e l54 contra u n sistema de educación que -s i c re e ­
m os en los trabajos del prem io N o b e l R o g er S p e rry - ¡se puede tachar
de hemipléjico! ¿C uántos padres se h o rro rizan al ver a sus hijos, es­
peranzas brillantes para la Escuela Politécnica, el E N A o C iencias
Políticas, afeitarse el cráneo, vestir una túnica amarilla y retirarse a
una “secta” de K rishna situada en el C antal (¡es m enos lejos que K at-
mandú!)? Si nuestras sociedades fueran tan racionales co m o lo q u ie­
ren y lo dicen, ¡habría en n uestros gobiernos un m inisterio de Sectas
com o ya existe un m inisterio de Cultura! ¡Puesto que las sectas están
cada vez más expandidas, y las Iglesias desafectadas están cada vez
más celosas de su com petencia! ¡Existe un buen porvenir, para n u es­

54. Véase B. Duborgel, Imaginaire et pedagogie, de l'iconoclasme scolaire à la culture des


songes, Le Sourire qui mord, 1983.
38 In t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

tros estudiantes aprendices de desocupados; existe un p o rv e n ir muy


lucrativo en hacerse gurú, cham án o derviche giróvago!
H e tratado de m ostrar cómo, progresivam ente desde la décadas ter­
minales del siglo XIX, hem os entrado - p o r diferentes “m otivaciones”-
en una zona de intensas remitologizaciones. H a y que agregar que la
ausencia de magisterios colectivos para controlar las olas ofensivas de
nuevas “teologías” abandona nuestras remitologizaciones a riesgo de
sus efectos. U n mito, en sí mismo, no es ni bueno ni malo. Es la utiliza­
ción que se hace de él, es su totalitarismo “m onocéfalo” el que puede
ser peligroso. Y el alarde contra los efectos desastrosos de una ensoña­
ción m onopolizante (“obsesiva” si se quiere) co m o los efectos terribles
de un m ito totalitario-¡léase el m ito progresista y positivista!-es justa­
m ente el establecimiento ν la enseñanza de una “ciencia del m ito ”, de
una m itodología. Si querem os decirlo de otro m odo, es el m ito frater­
nalm ente “a b ierto” de José y sus hermanos y de las múltiples Historias de
Jacob el que sólo puede oponerse al aterrador M ito del siglo X X , a la
supremacía de la raza de los W'dlmngen y de la “bestia rubia” sobre el
conjunto de los mitos fundadores de la humanidad...
Sin em bargo, quisiera insistir en el defase que existe, en nuestras
sociedades occidentales m odernas, entre las diferentes instancias m ito-
génicas. E n efecto, cohabitan en nosotros tres poblaciones - t r e s estra­
tificaciones- que poseen, cada una, su m ito fundador propio. E n pri­
m e r lugar hay una estratificación pedagógica, la más decisiva p or ser la
m ejor financiada. N u estras pedagogías siguen distribuyendo a una p o ­
blación de al m enos cinco a dieciocho años (y más bien de tres a veinti­
cinco años...) la ideología prometeica del siglo XLX. Enviamos a nues­
tros chicos a la escuela obligatoria y gratuita, para que tengan si no un
oficio, al m enos la ideología de un oficio totalm ente integrado en la
tecnología y el ideal de “crecim iento” de nuestras sociedades. Desde
nuestros jardines de infantes, se exhibe con orgullo una com putadora
al lado de los indispensables orinales para los chicos. Se multiplican las
“ramificaciones” de una sola rama, esperando encon trar “salidas” para
todos. Es ésa la buena y vieja pedagogía positivista, que reposa sobre el
m étodo cuantitativista, el m étod o objetivista, el m étodo agnóstico. El
P ro m eteo libre es encadenado, devorado por el buitre de las reglam en­
taciones. Este exclusivismo totalitario reina todavía com o un señor al
cabo de casi diez siglos... sobre la pletórica institución de nuestra peda­
gogía. Es m uy curioso que la mayor parte de nuestros políticos, incluso
los ministros de Educación, tanto de derecha com o de izquierda, se
complazcan con este mortal carácter primario pedagógico, em parcha­
do de año en año po r “reform as” agravantes...
El retorno del mito (1860-2WO) 39

La otra estratificación ideológica es la de los medios masivos. E n


apariencia es antagonista tie la mitología de los profesores, de los m aes­
tros y de todos aquellos que intervienen, sea del tipo que fuere. E n el
mejor de los casos, que son pocos, el servia de los medios está asegura­
do p or los cazadores furtivos que no quisieron someterse al dictado
universitario, pero, ¡ay!, el mediático está librado generalm ente a los
ilotas, a los que no pudieron entrar en el magisterio del alma mater.
D am os más bien aquí con los mitos órficos o dionisíacos. Se les p erm i­
te una cierta “an om ia”, com o diría Jean Duvignaud, una marginalidad.
Pero una marginalidad dorada p or Silvio Berlusconi o Bouygues inter­
puestos. Se podrá magnificar, com o el cine lo hacía desde hace tiem po,
al “m iserable”, al truhán, al permisivo... Sin duda, hay una liberación
cierta en las innumerables “variedades” de los medios, pero una libera­
ción salvaje cuya única regla es “el ráting”. P ero sobre todo hay, en este
nivel, un extraordinario dom inio sobre todos los otros poderes políti­
cos y, más todavía, un dom inio cuyas cabezas -¡y sus bolsos!- dirigentes
perm anecen ocultas... En nuestra sociedad, los poderes políticos: eje­
cutivo, legislativo, incluso judicial, se disolvieron en el en o rm e p od er
mediático. Ya no son más los políticos los que manejan los hilos de la
“política espectáculo”, sino los industriales sin rostro y sin n o m b re
-¡co m o H a d e s !- de lo espectacular.
P o r últim o, frente a la dialéctica de sus dos poderes, hay u n terc er
estrato, el de los sabios, m ás secreto, y con la fuerza del térm ino, más
“h e rm é tic o ”. Sabios en la búsqueda del universo del m u n d o material:
físicos, astrónom os, biólogos, o en el universo del m un do h u m a n o
(aquello que los alemanes d e n o m in an Geisteswissenschaften: las “cie n ­
cias del espíritu”) psicólogos, sociólogos, filólogos... El resultado de
todos esos esfuerzos científicos, que son los de una casta separada de
todas las vulgarizaciones pedagógicas o mediáticas, es la construcción
de una nueva mitología, o al m enos de una nueva visión del m u n d o
que, más allá de nuestras m odernidades, se asemeja sin gularm ente a
otras, m u y antiguas. Es así co m o N iels B o hr recurre a un m o delo
chino inm em orial, el del taoísmo, o tam bién com o Erw in S ch rö d in ­
ger se refiere al vedanta para dar cuenta de las estructuras de la física
más m oderna... Olivier C osta de B eu aregard’s reconocía en un ar­
tículo que las mil y una paradojas de la mecánica cuántica, a d m ira b le­
m ente verificadas po r la experiencia y cuya interpretación es generaI-

55. Véase O. Costa de Beauregard, “Un chem inem ent intellectuel”, en Pensées hors
du rond, Paris, Hachette, 1986.
40 In t r o d u c c i ó n a la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

m e n te im posible en el m arco de una metafísica “realista a la o c c id e n ­


tal”, lo incitaban a re cu rrir a “una metafísica cercana a la maya del
h in d u is m o ”. Es decir que nuestra física de vanguardia - y el e n o rm e
p o d e r tecnológico que c o n t i e n e - en cu entra los esquemas directivos
de su p ro p io pensam ien to n o en el positivismo pedagógico de O c c i­
d en te, en su binarism o aristotélico, en sus “formas a priori” n ew to -
nianas y euclidianas, en su d eterm in ism o galileano, sino en los m itos
fu n d a d o res llegados de otras partes o de antes de las conceptualiza-
ciones del siglo XVII de Galileo y de Descartes; tal el herm etism o, p o r
ejem plo, c o m o bien lo m o stró F rançoise Bonardel en su tesis m o n u ­
m e n ta l.5'1
F in a lm e n te estamos, en nuestras sociedades europeas, en p re sen ­
cia de tres niveles míticos sim ultáneos, de los cuales u n o data por lo
m e n o s del siglo XIX - e l de nuestras p e d a g o g ía s- y el o tro consiste en
una liberación sostenida po r medios tecnológicos enorm es, estupefa­
cientes espirituales y visuales que distribuyen los medios y que per­
m ite n so p o rta r las m ono ton ías de la vida tecnocrática y burocrática
que nos en señ aron nuestras escuelas. P o r últim o, en la “soledad de la
ra z ó n ”, co m o lo escribía F erd in an d A l q u i é / 7 pero de otra “ra z ó n ”,
p o r lo tan to m ás solitaria, están los sabios que se percatan, sin c o n o ­
cerse e n tre ellos, que están re e n c o n tra n d o mitologías descuidadas u
olvidadas, que construyen, en P rin c e to n o en otra parte, la gnosis58 de
n uestra m odernidad...
H a y que insistir m u ch o sobre este punto: ellos “r e e n c u e n tr a n ”
m itos. P uesto que en verdad se trata de “r e to r n o ”. Es una ilusión m uy
superficial la de creer que hay m itos “nuevos”. El potencial genético
del h o m b re, tan to sobre el plano anatóm ico-fisiológico co m o sobre
el plano psíquico, es constante desde que hay hom bres “que p ien ­
sa n ”, es decir, después de los quince a veinte mil años de existencia
del Homo sapiens sapiens. Lévi-Strauss bien lo dijo: “El h o m b re siem ­
pre ha pensado así de bien con su « g ra n c e re b ro » ”, com o dice H e n ri
L aborit, y con sus dos hemisferios cerebrales de distintas funciones
co m o lo puso en evidencia R og er Sperry. P o r eso, cuando u n m ito se
desgastó y se eclipsa en el habitus de las saturaciones, se vuelve a caer

56. Véase F. Bonardel, Philosophie de ΓAlchimie, Grand Œuvre et modemite', Paris, Presses
Universitaires de France, 1993.
57. Véase F. AJquié, Solitude de la raison, Losfeld, 1966.
58. Véase R. Ruyer, La Gnose de Princeton, Paris, Fayard, 1974.
El retomo del mito (1860-2100) 41

sobre m itos ya conocidos. El juego mitológico, con un n ú m e ro de


cartas limitadas, es redistribuido inag otablem ente y, desde hace m ile­
nios po r lo m enos, la especie Homo sapiens ha p odido confiar y so b re ­
vivir a causa de este “e n s u e ñ o ” continuo, en el cual, p o r saturación
intrínseca o p o r acontecim ientos extrínsecos, se tran sm ite la herencia
mítica. La roca del Sísifo “feliz” es en ton ces un sem p itern o y to r n a ­
solado ensueño...
Sin em bargo, nuestra civilización occidental había sido m uy des­
mitificante e iconoclasta. El m ito era relegado y tolerado co m o el
“un o p o r c ie n to ” del pensam iento pragm ático. Y bien, bajo nuestros
ojos, en aceleración constante, esta visión del m u n d o , esta co n c ep ­
ción del ser, de lo real (Wesenschan), está desapareciendo. N o sólo
m itos eclipsados recu bren los mitos de ayer y fundan la episteme de
hoy, sino que todavía los sabios a la vanguardia de los saberes de la
naturaleza o del h o m b re to m an conciencia de la relatividad co nstitu ­
tiva de las verdades científicas y de realidad p erenn e del mito. El m ito
no es más un fantasma gratuito que se subordina a lo perceptible y a
lo racional. Es una res real, que se puede m anipular tanto para lo
m ejor co m o para lo peor.
C a p í t u l o II

Epistemología del significado

Ahora hay que examinar el basamento, el fu n d a m e n to e p istem o ­


lógico, de este famoso “re to rn o del m ito ” y de lo que mis co lab o rad o ­
res y yo m ism o tratam os de hacer desde hace más de treinta años.
Quisiera p o n er de manifiesto, o com o epígrafe de este desarrollo, la
frase de un físico francés, a quien citaré a m enudo, Bernard d ’Espagnat.
Y es m u y notable que un físico se permita tal reflexión, que más bien
parece firmada p o r M ircea Eliade, Carl G . J u n g o Karl Kerenyi: “El
m ito de P ro m eteo , el m ito del Paraíso Terrestre y el m o delo p laneta­
rio del átom o - m o d e l o de N iels B o h r - se asemejan p le n a m e n te ”. H e
aquí la extraña com p aración que voy a trata r de c o m e n ta r - p e r o de
co m en tar de m anera epistemológica y p o r lo tan to “histórica”, ya que
la epistemología es en gran parte “historia de las ciencias”- m o s tra n ­
do cóm o se ha llegado a un acercam iento entre el universo de la cien­
cia y el de los “en su e ñ o s” del que el m ito es el paradigm a. El famoso
E n cu e n tro de C ó r d o b a ,1 en el que participé hace algunos años, de
alguna m anera ru bricó este acercam iento al d eno m inarse “Las dos
lecturas del universo”. E n c u e n tro al que iban a sucederse tantos o tros
en Fez, W ash in g to n , Tsukuba, V e n a , Venecia...
H a y que tratar de m ostrar entonces có m o el “ re to rn o del m ito ”,
un resurgim iento del acercam iento simbólico y de las Weltanschauun­
gen que gravitan alred edo r del símbolo, van en co ncierto con una
profunda modificación de las perspectivas m etodológicas y episte­
mológicas. El m é to d o -p ro v e n ie n te de métodos- es, lo saben ustedes,
el “ca m in o ” que conduce a una verdad. El cam ino ha cam biado p r o ­
fundam ente. La verdad y su filosofía - l o s alemanes dicen Wesenschau:

1. Véase Coloquio de Córdoba, oh. cir.

[43]
44 I n t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía .M it o s y s o c ie d a d e s

el “p u n to de vista so bre el s e r”- , tam bién. P u esto que la verdad está al


final del ca m in o que cambia...
R eflexionar sob re los cam inos de lo verdadero, sobre el m éto do ,
es u rg e n te para el p e n sa m ie n to co n tem p o rán eo . E d g a r M o r i n pu bli­
có hace p o co tiem p o a este respecto el segundo to m o de un vasto
estudio con sagrad o al m é to d o .2 Este térm ino, para los franceses, tie­
ne u na resonancia m uy fuerte, p o rq u e vivimos desde hace más de tres
siglos a la so m b ra del p e q u e ñ o libro, terrible y te rrib le m e n te d esco n­
fiado -¡si p u e d o p e rm itirm e ese juego de s e n tid o !- de D escartes, el
famoso Discurso del método. P o r lo tanto, yo tam bién me ubicaré en
una perspectiva no cartesiana, sem ejante a la de M o rin , p ero enfo­
cand o objetivos más localizados, más globales, que los de ese viejo
amigo.
¿ C ó m o es en tonces que, en nu estros días, se reconcilian campos
de nociones que, hasta aquí, eran tan adversos: el del “m éto d o cientí­
fico”, de la carrera tecnocientífica, y el que agrupa las otras activida­
des del pensam iento: bellas artes, poesía, mística o religión? H asta
aquí, siem pre se ha o p u esto un “m é to d o ” racional, experim ental, y
p o r lo tanto “serio ”, cartesiano si n o socrático, a las im aginaciones
e rrantes y locas del poeta, del místico, del teólogo... La G recia tardía,
acentu and o la distinción platónica, oponía el logos (palabra ambigua
en griego, que designa el discurso p ero tam bién el cálculo) a los p r o ­
cedim ientos reservados (¡como se dice de los indios en una “reser­
va”!) a los poetas, a los artistas, a los místicos, que se clasificaban fácil­
m en te bajo la rúbrica del mitos (discurso cierto, sermo, pero desde
m u y te m p ra n o cargado del acento peyorativo de “fábula”, de irreali­
dad positiva, de im agen fantasiosa...). Sin em bargo, en nuestros días,
constatam os que estos dos cam inos tan to tiem po separados tiend en a
acercarse, incluso a acercarse en el seno de un d e n o m in a d o r sem ánti­
co com ún , llevado p o r nuestra presente cultura.
E xam inarem os entonces p rim ero - y m uy brevem ente, ya que lo
he hecho en el capítulo p re c e d e n te - la m etodología de la ciencia tal
co m o ha sido practicada hasta el siglo XX. L ueg o tratarem os de m os­
trar lo que ha sido la revolución epistemológica de ese siglo. C ó m o
de p ron to , en algunas ecuaciones, este m éto d o todo po dero so, totali­
tario, se d esm oronó , im plo tan do desde el interior p o r el m o vim iento
m ismo de la ciencia. Finalm ente, en tercer lugar, tratarem os de des­

2. Véase E. Morin, La Méthode, París, Seuil, 1977, 3 vol.


Epistemología del significado 45

cribir o, mejor, de indicar có m o esta transform ación radical de las


ciencias dichas “exactas” alcanza, o está alcanzando, lo que Louis N e e l
(grenoblés y prem io N o b e l de Física) denom ina, para hacernos ra ­
biar, las “ciencias inexactas”, es decir nuestras “ciencias h u m a n a s ”,
nuestras “ciencias sociales”, e incluso - c o m o lo decía mi antiguo p r o ­
fesor G u y M i c h a u d - ’ las “ciencias de la literatu ra”... D esde en ton ces
la famosa ruptura entre logos y mythos, en tre trivium y quadrivium ,
entre ciencias duras y puras y saberes em pírico, estético, místico, p o é ­
tico, está desdibujada en el seno de una epistem ología general r e n o ­
vada, unitaria en su diversidad, sistémica y holística a la vez, o sea
-si n o le tem em o s dem asiado a la p alab ra-, una gnosis, com o lo dice
R ay m o n d Ruyer,4 de P rin c e to n y de o tras partes....
E m p e c e m o s p or resum ir lo que habíam os adelantado en el c a p ítu ­
lo precedente, y que he consignado en mi p equ e ñ o libro La im agina­
ción simbólica, relativo al “O c cid en te iconoclasta”. La im agen ha sido
entonces cada vez más m inim izada y reducida al “u n o por c ie n to ” del
costo total de nuestras inversiones ideológicas. La inflación de las
dialécticas de tipo socrático, platónico, aristotélico, escolástico, gali-
leano, cartesiano, n o hizo más que am pliarse en el transcurso de los
siglos, ac en tuando no sólo el irrem ediable divorcio del pen sa m ie n to
occidental y de los pensam iento s “salvajes” de los diversos o rie n ta ­
les... sino más aún y, sobre todo, “d esga rran d o ” -la palabra es de K a n t -
la conciencia occidental en una p arte noble, clara y distinta, causa y
signo de todos “los progresos de la conciencia” (L é o n Brunschvicg
titulaba así a u n o de sus libros),5 y en o tra parte, m agra po rció n del
“u n o p o r c ien to ”, “parte m aldita” - s e g ú n la expresión de G e o rg e s
B ataille-,6 abandonada a los divertim ento s cada vez más mediáticos.
D e sd e luego, sobre to d o si h acem o s la lectura a través de la famosa
“ley de los tres estados” de A uguste C o m te (para la cual, lo recuerdo ,
sólo el estado positivista, el ú ltim o en fecha, tiene valor de acceso a la
verdad, siendo los otros dos arrojados al oscurantism o de los siglos
caducos), esta iconoclastia podría pasar p o r una sim ple seculariza­
ción. Sin em bargo, n o es así p o rq u e la Iglesia se asoció de hecho, p o r

3. Véase G. Michaud, ob. cit.


4. Véase R. Ruyer, ob. cit.
5. Véase L. Brunschvicg, Le Progrès de la conscience dans la pensée occidentale, Paris,
Presses Universitaires de France, 1937.
6. Véase G. Bataille, La P an maudite, Paris, M inuit, 1949.
46 In t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía .M it o s y s o c ie d a d e s

otras razones, a la iconoclastia teológica. Es por un m ism o m ovim iento


q ue el saber racional nacía con los franciscanos de la baja E d ad M e ­
dia, G u ille rm o de O c cam y Francis Bacon, y que la Iglesia se aliaba
co n la teología escolástica. T an to para la ciencia naciente co m o para
la Iglesia, la imagen es “idolatría” pagana que hay que combatir. E tien ­
ne G ils o n ,7 el gran historiador francés de la filosofía medieval, bien
m o stró , en la edición crítica que hizo del Discurso del método, cóm o
D e scartes - ¡ m u y lejos de despreciar los escritos de A ristóteles!- era el
h e re d e ro de la escolástica de Santo T om ás de A quino. Y si sobrevola­
mos, más alto todavía, co n H e n ri de Lubac, la historia global de la
filosofía occidental, vem os con evidencia que nuestros m o d ern o s cien-
tismos, sea el positivismo de C o m te y de sus sucesores, los fu n d a d o ­
res de la escuela pública en Francia o el m aterialism o histórico de
M arx, vienen en línea recta del teólog o visionario del siglo XIII J o a ­
qu ín de F i o r e / Los famosos “tres estados” de A uguste C o m te no son
m ás que el relevo apenas secularizado de las “tres edades del m u n d o ”
de la teología paraclética de Joaq uín . N u estras pedagogías francesas,
d u ra n te siete siglos, desde la escolástica tom ista hasta Jules F erry
-p a s a n d o p o r los relevos de la ratio studiorum de los jesuítas, p o r las
“pequeñas escuelas” de los jansenistas, p o r el cartesianism o delib era­
do de los oratores-, hicieron ofrendas al enorm e m ito progresista puesto
en marcha p o r el abad calabrés. Es sin duda esta fe mitológica en el
p ro g reso técnico co m o m o d elo de to d o progreso, en el “d esarrollo”
m aterial, en el “c re c im ie n to ”, la que sostiene a O ccid ente en una ico­
noclastia reductora: la creencia en la reducción de toda im agen, de
to d o m ito -asim ilad o a la “novela” o a la fábula-, a la porción magra,
al “ac o m p a ñ a m ie n to ” de la fe o del saber.
N o quiero insistir más sobre este aspecto negativo tan específico
de la episteme occidental. Sin duda alguna, es a p a rtir del rom anticis­
mo, e incluso desde la aurora de este rom anticism o, al final del siglo
XVIII, en lo que los franceses llaman el prerrom anticism o, co m o bien
lo m o stró H e n ri E llen b erg er en su historia del psicoanálisis1' y com o
volví sobre el tem a en mi libro Bellas artes y arquetipos, cuando se in­

7. Véase E. Gilson, edición crítica de Discours de la Méthode, París, Vrin, 1938.


8. Véase H. de Lubac, ob. cit.
9. Véase II. de Ellenberger, A la découverte de l ’inconscient, histoire de lu psychiatrie
dynamique, SIMED, 1974; A. M onglond, Histoire intérieure du preiromantisine fiançais,
Grenoble, 1929.
Epistemología de! significado 47

troduce una oposición del reino de la R azón y el de la E m piria. La


estética del siglo XVlíI con E d m u n d Burke y J oseph Addison en I n ­
glaterra, con Alexander B aum garten e Im m an u e l K an t en A lem ania,10
presenta o expresa claram ente que hay otras vías de co n o c im ien to
fuera del razon am iento o de la percepción utilitarista. El gran K a n t
reconocía que, para que la razón y sus categorías puedan funcionar
sobre los datos de las “ formas a priori de la sensibilidad”, es necesario
un térm in o m edio que n o es o tro que la proyección imaginativa que
él d enom ina “esquem atism o tra s c e n d e n ta l”. La estética rom ántica
reivindica hasta la evidencia los “poderes de la im aginación”, y C h a r ­
les Baudelaire, en la m itad del siglo, consagrará a esta últim a c o m o la
“reina de las facultades”. P ero este siglo de h ierro - y de a c e ro - que se
abre con R o b e rt F ulton y se clausura con Gustave Eiffel o Alfred
K rupp, no llega a dar libre vuelo al poeta “príncipe de las n u b e s ”...
Sin em bargo, todo esto cambiará bruscam ente en los prim eros años
del siglo XX calendario, y es sobre las raíces de esta revolución que
siem pre estam os viviendo en lo que ahora quisiera insistir. M o s tra r
có m o la misma ciencia, tan to p o r la usura del racionalismo clásico
co m o p o r la usura de la observación “fáctica”, se ha transfo rm ad o
radicalmente y ha permitido otra mirada - u n a “lectura” frate rn a -s o b re
los saberes “inexactos” de la poesía o del mito.
Tuve la suerte de ser alum no, discípulo y amigo de G asto n B ache­
lard .11 Es decir, del pensador en el cual el destino había depositado
ta n to una considerable form ación científica com o una insaciable pa­
sión p or la poesía. Profesor de Filosofía de las Ciencias en la S orb o-
na, a u to r de una tesis sobre “El pluralism o co herente de la química
m o d e rn a ”, que denuncia en La formación del espíritu científico las t o n ­
terías de las imágenes que p rodu cen “obstáculos epistem ológicos”,
de p ro n to este científico, este epistem ólo go criado en el h arén del
positivismo escolar de principios de siglo, descubre, en ese m e m o r a ­
ble libro que es E l psicoanálisis delfuego,12 que las im ágenes poseen una
coherencia tan pertinente co m o las largas cadenas de la razón deductiva
o experimental. D e hecho, Bachelard ha sido para nosotros el p rim e r

10. Véase G. Durand, Beaux-Ailes et Archétypes, París, Presses Universitaires de France,


1989; V. Basch, Essai critique sur l ’esthétique de Kant, París, Vrin, 192 7.
11. Véase G. Bachelard, La Formation de l ’esprit scientifique, contribution a une psycha­
nalyse de la connaissance objective, Paris, Vrin, 1947.
12. Véase G. Bachelard, La Psychanalyse du Feu, Paris, Gallimard, 1937.
48 In t r o d u c c ió n a la m i t o d o l o g í a .M it o s y s o c ie d a d e s

reconciliador, el p rim e r científico que se dio cuenta de q u e si existe


re a lm e n te u n cierto orden m etodológico, lógico y epistem ológico de
la ciencia, n o m en o s existe u n o rd e n de la no-ciencia, un o rd e n de la
poética, del ensueño, de lo imaginario... Y si Bachelard m antenía t o ­
davía distancias entre ciencia y poesía, a las cuales, decía él, hay que
“a m ar co n dos am ores diferentes”, estas distancias se achicaron (como
lo he m o s tra d o en u n artículo sobre el “después de B achelard”)13 en el
curso de los cua renta últim os años.
E n realidad, si se p u d o realizar un acercam iento poco a poco, es
p o rq u e en el in te rio r del bastión científico m ás celosam ente g u ard a­
do - e l de la física, el cual p o r su parte ha servido siem pre de m odelo
desde G alileo para el “p en sa m ie n to v e rd a d e ro ”- una fisura se fue
ag ra n d a n d o hasta m odificar to ta lm e n te la serenidad desconfiada de
la certeza científica. Bachelard describió esta revolución en un pe­
q u e ñ o libro, E l nuevo espíritu científico, 14 do n d e daba cuenta de que los
g r a n d e s d e s c u b r i m i e n t o s de los físicos de p rin c i p i o s de siglo
- E in s te in , Planck, Bohr, Pauli, po r citar a los más co n o c id o s- subver­
tían to ta lm e n te el consenso epistem ológico de los siglos precedentes.
La ciencia, m u y lejos de p erp etu ar en una re d u n d a n te paráfrasis el
saber del siglo XIX, era p o r el co n tra rio una suerte de oposición dia­
léctica. H a b ía ento nces que repu diar la famosa im agen cartesiana del
“árbol del saber”, y reemplazarla p or imágenes más polémicas de poda,
incluso de d e rrib am ien to p u ro y simple. D e ahí el libro c o m p le m e n ­
tario del que acabo de citar, y cuyo título resum e todo el program a:
La filosofía del no. La epistem ología einsteniana, p o r no citar más que
un ejem plo ilustre, es no euclidiana ya que utiliza la geom etría de
B e rn h a rd R iem ann. Es igualm ente no new toniana, ya que el tiem po
ein sten ian o n o es más un con tin en te absoluto del universo sino una
variable ligada a u n observador en desplazam iento. F inalm ente, de
los d escubrim ientos de E instein y de los sabios de principio de siglo
se d esp rende una filosofía de la subversión epistemológica, activada
en n uestros días p o r los trabajos de H e in z Von Foerster, de Stéphane
Lupasco, de E d g a r M o rin , etc., pero que pasó desapercibida cuando
Bachelard publicara sus trabajos: no estaba en el “aire de los tiem p o s”
de los 30-40, m ientras que ahora lo está, ¡gracias a Dios!

13. Véase G . Durand, “Le grand changement ou l’après-Bachelard”, en Cahiers de


l'Imaginaire, N ° 1, Privat, 1987.
14. Véase G. Bachelard, Le Nouvel Esprit scientifique, Paris, Presses Universitaires de
France, 1971.
Epistemología del significado 49

Este “después de B achelard ” se desplegó, co m o hacía alusión, en


el “espíritu de C ó r d o b a ”. E n C ó rd o b a, físicos co m o F ritjo f Capra,
David B ohm , Olivier C osta de Beauregard, astrofísicos com o H e r ­
b ert Reeves, neu rólo gos co m o Karl P ribram , se “e n c o n tr a ro n ” con
gente de “ciencias no exactas” co m o nosotros, antropólogos, psicólo­
gos o poetas... C re o que es la prim era vez que tal “e n c u e n tro ” fue
posible... ¡desde el R enacim iento! Y descubrí con asom b ro que físi­
cos teóricos, com o p o r ejem plo Costa de Beauregard, abo rdaban con
mucha más soltura y com petencia que nosotros temas tabúes co m o la
parapsicología y la existencia de u n “m eta-físico”. P o rq u e no nos atre­
vemos a hablar de eso en nuestras facultades de ciencias hum anas,
bloqueadas en los positivismos del siglo XIX, m ientras que ellos, los
“científicos”, hablaban en presente, si puedo decirlo, de sus ecuacio­
nes que daban cuenta de fenó m en os de no-separabilidad, de relativi­
dad, de imposibilidad de observación, etcétera.
N o hay que ced er en ese d om inio a los cuestionam ientos, m otiva­
dos p o r una prudencia celosa, que nos hacen ciertos científicos res­
pecto de la utilización transversal de los conceptos elaborados en un
cam po preciso del saber. P ro hib irno s, co m o lo hacía el respetable
epistem ólogo Jean-iMarc L évy-L eblond, utilizar la jerga de la encaje­
ra para referirnos al trabajo del h errero (he respo nd ido a esta o bje­
ción en u n artículo de Monde fechado el 22-23 de julio de 1984). ¡Yo
replico que las nociones de la encajera de V erm eer están más cerca
po r ejem plo de las del h e rre ro pintado po r L e N a in que de los oficios
de tejer program ados p o r co m putado ra en Seúl en 1980! Asimismo,
la prudencia dem asiado grande de R en é T h o m 15 (que le valió una
respuesta m uy m ordaz: “El ucase del tío T o m ”, p o r parte de Beigbe-
der), esa pusilanimidad, m e parece m uy lam entable en el com bate
filosófico que se sostiene. H a y que tener en cuenta sobre todo la o rie n ­
tación sem ántica global de una cultura dada en una época dada - l o
que yo llamo, y que trataré más tarde, una “cuenca sem ántica”- , más
que confiar en una taxonom ía tecnológica que no tom a en cuenta las
“derivaciones” sem ánticas de época (la palabra es de W ilfre do P a re ­
to) y las “recepciones”, según Jauss. A partir de ese instante, y en el
instante en el que un co ncepto es utilizado para facilitar la explica­
ción en algún lado, esto n o lo vuelve de m anera alguna generalizable
a todas las escalas del fenóm eno, pero lo torna legítim am ente utilizá­

is. Véase M. Beigbeder, “L’ukase de l’Oncle T h o m ”, en La Bouteille à la mer, agosto


de 1986.
50 In t r o d u c c ió n a la m i t o d o l o g í a . M i t o s y s o c i f .d a d k s

ble y aclarato rio para otros cam pos además del fenó m e n o estudiado.
P o r supuesto, n o se trata, po r ejemplo, de generalizar el con cep to de
“ relaciones de in c e rtid u m b re ” a la libertad hum ana, sino p o r lo m e ­
nos de c o n sta ta r que ese con cepto de estricta microfísica legitima el
in d eterm in ism o , lo adm ite com o “p ensable” en otras escalas distintas
de la del o b je to físico. El concepto que designa una ecuación es siem ­
pre, más o m enos, una m etáfora m ínim a que se abre a otras explica­
ciones. Así, p o r ejem plo, los conceptos tan gráficos de “bootstrap”, de
“catástrofe”, de “sup ercu erd a”, etc. - c o m o lo fueron en o tro s tiem ­
pos los de “ m asa”, de “atracció n”, de “gravitación” o de “diferencia
de p o ten cia l”. Bachelard sabía esto m uy bien, él que preconizaba h a­
cer un “psicoanálisis objetivo” para cada co nc ep to científico y des­
p re n d erle el “ perfil epistem ológico”. P uesto que to do con cep to tiene
un perfil, n o está absuelto de toda sedim entación. N u n c a se presenta
“de f r e n te ”, incluso hasta en su c o m p en d io m atem ático.
M á s aún, este “novedoso nuevo espíritu científico”, si pued o d e ­
cirlo, invita al buscador a la hum ildad, p robándo le que el “o b je to ” no
es tan objetivo co m o tal, que d ep end e del sistema que lo manifiesta
(teoría de la relatividad) y del pro ced im ie n to ineluctable de observa­
ción o, m ejo r aún, de instrum entación al cual está som etido (“rela­
ción de in c e rtid u m b re ” de W e rn e r H eisenb erg). C o m o lo subraya
B ernard d ’E spagnat, se abandona un co nc epto imperialista “de o bje­
tividad pesada” para situarse en una objetividad “o cu lta” p o r las rela­
tividades, ligada al observador y a su o bservatorio .1'’
Ya pod em o s ver despu ntar el escándalo en el ho rizo nte de nues­
tros hábitos lógicos. Este escándalo se expresa po r paradojas. La más
conocida es la paradoja de Paul Langevin, nacida de la relatividad
einsteniana en dond e el tiem po es un simple parám etro de una reali­
dad de cu a tro dim ensiones. La paradoja consiste en dem o strar que,
en una teoría tal, el tiem po m arcado p o r los relojes de diferentes sis­
temas no es sincrónico. Si un observador - t e ó r i c o - parte m uy lejos y
m u y rápido hacia otra galaxia diferente de la nuestra con la ayuda de
un cohete, si envejeció dos años cu ando vuelve a T ierra, esta última
puede m u y bien, p o r su lado, haber envejecido dos siglos...
O tra s proposiciones todavía más paradójicas nacen con las últimas
explicaciones de la física. Al respecto quiero decir dos palabras, a p e­
sar de que parezca lejano del tema que m otivó esta exposición, a sa-

16. Véase B. d’Espagnat, A In recherche dit réel, Gauthier-Villars, 1984.


Epistemología del sigñijmitlu

ber, la construcció n de una epistem ología de los significados. Sin


em bargo, de hecho estamos m uy cerca de nuestra problem ática.
Existe una paradoja cuántica todavía más sorp re n d en te, que p r o ­
vocó una querella ardiente en tre los físicos hasta su verificación re­
ciente a cargo de Alain Aspect y su equipo de Orsay, paradoja plan­
teada en 1935 p o r Einstein, Podolsky y Rosen (llamada “paradoja
EPR”). Para hacerlo simple, digam os que en el sistema de E instein - o
de L a n g e v in - el tiem p o puede ser retardado o acelerado, p e ro nunca
es reversible. El pasado y el futuro son disimétricos y la velocidad de
la luz se torna velocidad límite. El viajante interestelar de Langevin
envejece m enos rápidam en te que el habitante de la T ie rra , pero no
rejuvenece. E n las verificaciones de la paradoja EPR, si es que m e p u e ­
do perm itir esta im agen grosera, ¡algo “rejuvenece”! O más exacta­
m ente la disimetría, que quedaba atada -¡ d e manera casi co n stitu ti­
v a!- al tiem po new toniano y todavía einsteniano con un “p asad o” no
sim étrico a un “f u tu ro ” con toda la filosofía de la causalidad eficiente
que esto implicaba (Post hoc, erg propter hoc) se volatiliza si verificamos
que pasado y fu turo pueden ser simétricos. E s decir, si la velocidad de
la luz no es más que patró n-lím ite y si, técnicam ente, se sustituyen
p o r el cálculo las “cadenas” de J o rd a n a las de Markov. Es esa p ro p o ­
sición, según la palabra de C o sta de Beauregard, la que “e spa n ta b a”
tanto a Louis de Broglie, hace una veintena de años. C o m o lo a n u n ­
cia Olivier Costa de B eau reg ard 17 al m editar a la luz de las reflexiones
de J o s e f L o sch m id t y de L u dw ig B oltzm ann el famoso diario de La-
place, Sobre In probabilidad de las causas ( 1774), la disimetría tem poral
no es de ninguna m anera evidente. M á s aún, C osta de Beauregard
suscribe al examen de la “paradoja EPR” puesta en relieve p o r M ax
Born, con cern ien te a la correlación “de las dos m edidas efectuadas
sobre fragm entos divergentes de un sistema inicial p re p ara d o en un
estado estrictam ente co n o c id o ”. Sean dos estallidos L y N de una
misma granada C, o incluso dos dados lanzados de u n cubilete C de
partida... La m ecánica clásica postula que L y N están co rrelacio na­
dos en C, m ientras que la mecánica cuántica ubica la correlación de
hecho, sim ultáneam ente, ¡en L y N ! D e do n d e la necesidad, entrevis­
ta p o r H e n ri P oin caré y E u g èn e M inkowski, de sustituir la dicotom ía
pasado/futuro p o r una tricotom ía pa s a d o / fu tu ro / otro lugar. E s en otra

17. Véase O . Costa de Beauregard, Le Second Principe de la science du temps, París,


Seuil, 1963.
52 I n t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

parte en d o n d e se hace la correlación. La simetría p asado/futuro, cau­


sa/efecto, n o es más que una “probabilidad co nd icion al”; la “causali­
dad es fundam entalm ente n o flechada”. Y Costa de Beauregard agre­
ga: “E s una causalidad avanzada, que se ejerce en el sentido fu turo -
pasado... ¡he aquí atravesado el R ub icó n !”.
C ie rta m e n te , la audaz verificación de Alain Aspect re ú ne filosófi­
cam e n te las con cepciones del prim ad o de la “im plicación” en David
B ohm , del h o log ram a en Karl P ribram , de la “forma causativa” en
S h eld rake,18 p e ro sobre to d o tal conceptualización de la sim etría te m ­
poral y del estatu to del “o tro lugar” refuerza epistem ológicam ente
esta antrop olo gía del sím bolo, p o r lo tan to de lo significado, que per­
fora toda la reflexión filosófica del m edio siglo transcurrido. C o m o lo
había señalado, asim ismo sin consecuencia, el em p irism o de David
H u m e en el siglo XVIII, el flechaje de la causalidad, y p o r lo tan to del
tiem po, no era más que un hábito g rose ram en te m acroscópico. P o ­
dría ser ahora, filosóficamente al m enos, ¡un mal hábito!
A partir de entonces vem os có m o la teoría del sím bolo, q ue ubica
po r así decirlo a la “causalidad” del sim bolizante en un sim bolizado a
m e n u d o inaccesible, en “o tro lugar”, p ero d e te rm in a n d o la plurali­
dad de los im pactos simbólicos, es confirmada p o r la teoría que sos­
tiene la “probabilidad cond icion al” de C osta de B eauregard. E n el
ord e n de las causaciones, n o hay más disimetría en tre el hoc y el post
hoc. Se entrevé que la noción de causa podría su bsu m ir un tertium
datum: el o tro lugar.
Si dirigim os la misma reflexión crítica sobre la noción de espacio
co m o lo hace B ernard d ’E spagnat, el que se debilita ya n o es el c o n ­
cep to de disimetría, sino el de distancia y el de separabilidad. C o n t r a ­
riam en te al p ensam iento científico “clásico”, para el cual, incluso con
la geom etría de R iem ann, los puntos y los objetos que situam os en un
espacio se ubican sobre co ordenadas que las singularizan y las sepa­
ran, re to m a n d o la experiencia de Aspect, pero tam bién la de las “ h en ­
diduras de Young”, d ’Esp agn at m uestra en efecto que, cuando se emite
un solo fotón (un “g ra n o ” de energía luminosa: hoy en día hay equi­
pos que perm iten al físico em itir una sola partícula...) y se p o ne com o
blanco de ese objetivo dos - ¡ o m il!- agujeritos en una pantalla, m ien ­
tras que, lógicam ente, el fotón debería pasar po r u n o solo de esos
agujeros, pasa por los dos, los cien, los mil, se difracta... C o n eso

] 8. Véase R. Sheldrake, Une nouvelle science de la vie, Paris, Le Rocher, 1985.


Epistemología del significado 53

manifiesta una suerte de don de la ubicuidad, ya que al m ism o tie m p o


p u ed e es ta r en dos, cien o mil “lu g a r e s ” del espacio. Es lo que
d ’E sp ag n a t llama el “principio de no-sep arab ilid ad”iy al igual que, en
la experiencia de Aspect, L y N siguen fo rm ando para él un todo
“indivisible” cualquiera sea la distancia que los separe.
El espacio y el tiem po, tales c o m o se los concebía a través de
N e w to n y de su codificación p o r K a n t en “ formas a priori de la sensi­
bilidad”, ya no son para nada lo que eran. El tiem po se torna n o fle­
chado. N o sólo hay tiem pos locales c o m o en la teoría n o new toniana
de Einstein, sino que hay tiem pos reversibles p orq ue “sim étricos” en
d on d e es el fu turo el que “causa” el pasado... El espacio ig ualm en te
pierde su m onarquía de “ geom etría analítica”; ya no se convierte más
en la m edida de toda cosa, el “estado civil” exigido de un fenóm eno.
La esencia del fenó m en o se sitúa en lo que d ’Esp agn at llama la
“no-separabilidad”, en lo que C osta llama “el o tro lu g ar”, en lo que
nosotros, gente de las ciencias inexactas, llamamos el sentido, es decir
las conno taciones inagotables del fenóm eno. Es el sem antism o, es la
referencia simbólica la que cuenta m u ch o más que su “localización”
en las co ordenadas cartesianas o incluso en el espacio-tiem po einste-
niano. Sin em bargo, n otem os bien que este “o tro lugar”, esta “n o -
separabilidad” transespacial, esta “sim etría” fundamental, n o su p ri­
m en el d om in io paralelo del aquí-abajo, de la separación, de la disi­
metría. Algunos grandes físicos co m o Ilya Prigogine defienden ese
do m in io paralelo. P e ro digam os que el aquí-abajo, la separación, la
en tropía disimétrica del tiem po, están al lado de otras realidades que
la física con tem p o rán ea p erm ite “p e n s a r” - y quizá las “ fu n d a n ” . .. - .
P e ro esta “despositivación” del fen óm en o, de la “cosa” (res), tiene
consecuencias incalculables sobre las cuales vamos a volver.
N o te m o s que, anteriorm ente, ya en la teoría de D e Broglie, en la
“mecánica ondulatoria”, esta dislocación del fenóm eno era sensible.
H e is e n b e rg había probado que c u a n d o se quiere localizar un co r­
púsculo (por ejemplo, un electrón en órbita, alrededor del núcleo a tó ­
mico, si nos atenem os al m odelo planetario de B ohr...), se pierden sus
“cualidades físicas” (masa, velocidad, etc.), ya que el electrón obtiene
su energía física de su cinética alrededor del núcleo. Si se lo inmoviliza
para identificarlo, pierde sus cualidades. U n poco a la manera de esas
viejas fotografías demasiado largamente “posadas”, en donde el sujeto

19. Véase B. d’Espagnat, ob. cit.


54 In t r o d u c c i ó n a la m i t o d o l o g í a .M it o s y s o c ie d a d e s

fotografiado ¡no puede reconocerse más! P o r lo tanto - y es ésta la fa­


mosa “ecuación de in certid um bre”- hay que elegir: o se lo inmoviliza y
pierde sus cualidades, o se guardan sus cualidades energéticas, pero
en to nce s pierde su “ lugar” puntual en el espacio del átom o y no es más
que una onda portadora de energía que invade todo el espacio...
Esta dis-locación del fen óm eno, así com o su coexistencia de no-
separabilidad, su arraig am iento p o r simetría en el “o tro lug ar”, inci­
tan a re p en sar la noción de identidad, de ese “p rincipio de id e n tid a d ”
que es el dogm a de toda la epistemología y de la filosofía clásicas
desde Aristóteles. Sin e m b arg o el m atem ático, inclinándose p o r la
definición del sím bolo cuya etimología d eno tó siem pre una dualidad,
observa que de hecho esta dicotom ía es debida a dos nociones de
identidad m uy diferentes. ¡N otem os que todavía es una paradoja d e ­
cir q ue hay quizá dos principios de identidad! P uesto que R ené T h o m
escribe: “E l símbolo es la coherencia (en el sentido físico del térm ino, es
decir, el h ec h o de que las cosas p ueden ser puestas juntas sin que haya
exclusión) de dos tipos de identidad diferente 20 P o r lo tanto hay sin duda
dos principios de identidad. U n o de localización, que asim ilarem os al
sim bolizante. La sim bolización llama al sentido p o r un n o m b re, una
im agen, un concepto, el cual, así den om inado , rem ite a u n léxico. El
léxico localiza a la apelación en un tiem po, si no un espacio, el más
trivial. Es de alguna m anera un “certificado de estado civil”, con fe­
cha y lugar de nacim iento. E n cu an to se abre un diccionario en una
palabra, este ú ltim o da su etimología (su “espacio” de alguna m anera)
y tam bién su fecha de nacim iento, de utilización. El léxico erige en
co m p e n d io lo que Bachelard llama u n “perfil” que, si no es e p is te m o ­
lógico, lo es al m enos de uso nocional. Allí está lo que R ené T h o m
llama “identidad de localización”. P e ro hay otra identidad co m p le ta ­
m e n te distinta, que pod em o s ubicar bajo el simbolizado, la identidad
que T h o m llama sim plem en te “n o localizable”, pero que llamaré más
precisam ente, teniendo en cuenta los trabajos de d ’Espagnat, “iden­
tidad de n o-separabilidad”, o incluso “identidad sem ántica”. Es cer­
cana a lo que los antiguos llamaban la “c o m p re n s ió n ” o la c o n n o ta ­
ción. Es la colección no localizada de las cualidades, de los epítetos,
que describe y define a un objeto.
Y estas dos identidades están ligadas, son “co h e re n te s ”; cada una
de estas identidades n o se da más que por la otra. En el sím bolo, lo

20. R. T hom , Modeles mathéimitiqaes de la moijihogenhe, UGE, 10/18, 1974.


Epistemología de! significado 55

inexpresable del sim bolizado, del sentido, necesita del m edio de ex­
presión del sim bolizante. Viceversa, to d o sim bolizante no adquiere
sentido más que re m itiendo a lo inexpresable que él simboliza. E n
otros tiempos, yo escribía que el sím bolo era “la epifanía de un m is te ­
rio”. El sentido inexpresable se expresa localizándose pero toda loca­
lización lexical, incluso reducida a la más estrecha semiótica, necesi­
ta, para no ser imbécil, lastrarse del sentido... D e ahí la obra del artis­
ta y del poeta que localizan, de ahí la del mítico que “sincroniza”, que
captura el sentido en las redes inextinguibles de la expresión.
Vayamos aun más lejos. T od o un capítulo del libro de d ’E sp agn at
al que m e refiero está curiosam ente - p o r parte de un físico- con sa­
grado... al mito. Al sermo mythicus relativo, justam ente, al no-localiza-
ble. Lévi-Strauss observó con certeza que, m ientras que una expre­
sión de tipo artística (él dice “p o ética”) estaba m uy anclada en una
localización lexicológica y, en últim a instancia, casi no se podía tra d u ­
cir sin u n m ín im o de traición, el m ito es p o r el co ntrario la cosa que
se traduce mejor, porque ninguna localización obstaculiza su sentido.
De ahí las inverosímiles peregrinaciones, exportaciones, internacio-
nalizaciones -¡si es que p u ed o d ec irlo !- de los mitos. Freud traduce y
utiliza con toda su fuerza el viejo “m ito ” de Edipo. Aquí p o ng o “ m ito ”
entre comillas porque, según Vernant, el E d ip o no es un “v erd ad ero ”
m ito sino una situación dramática tardía, y que el E dip o legendario
- c o m o lo dice V e rn an t contra el psicoanálisis de u n D idier A n z ie u -
sería “sin com plejo...”.21 D isputa m uy ociosa que rápidam ente resol­
verem os, con la ayuda de T h o m a s M a n n , si constatam os que un
“m ito ”, ju stam ente p orq ue n o se inserta en una tram a histórica que él
deno m in a “el o tro lugar”, nunca tiene fecha de nacim iento. El p ozo
de la m em oria mítica es “sin fo n d o ”, c o m o lo constata M a n n a p r o ­
pósito de las “historias de J a c o b ”: sea que se encuen tre siem pre o tro
A braham , más anciano que el ancestro de Jacob, sea que se descubra
un A braham e n tre los tupinam bos o en los kirghizes... El m ito im pli­
ca y explica, pero no se explica, no se libra al lecho de Pro custo de las
localizaciones espacio-tem porales. C o m o el théma científico,22 para
re to m a r una expresión del físico G e ra rd H o lto n , el tem a constitutivo
del m ito -v e re m o s más tarde lo que es un “m ite m a ”- se unlversaliza.

21. J.-P. Vernant, “Œ dipe sans complexes”, cap. IV de Mythe et tragédie ni G rue
Ancienne, Paris, Maspero, 1977; cf. D . Anzieu, en Temps modernes, octubre de 1961.
22. Véase G . H olton, L'bnngrnntiov scientifique, Paris, Gallimard, 1982.
56 In t r o d u c c ió n a la m i t o d o l o g í a .M it o s v s o c ie d a d e s

El m ito c o m o la ciencia m am an la leche de lo universal. P ero según


d ’E sp a g n a t - ¡ y es la única diferencia!-, el m ito refiere el d eber ser al
m o d elo de u n Ser teórico que lo fúnda, m ientras que la ciencia refiere
un “s ie n d o ” (“ h e c h o ”, “o b je to ”, verificación, experiencia, etc.) a un
d e b e r ser ló gico-m atem á tico que se plantea, a una axiomática. En
am bo s casos, el pro ced im ie n to de referencia es el mismo.
Esta revolución epistemológica radical, en donde las nociones de
simetría tem po ral, de localización del fenóm eno, de complicación del
principio de identidad, al m ismo tiem po que acerca el saber científico a
los otros saberes de la actividad hum ana, en lo que llamaré “el efecto
C ó r d o b a ”, co ndu ce a una modificación no m enos radical de la concep­
ción del objeto. El objeto simple, localizado “clara y distintam ente”, ya
no tiene esta “objetividad pesada” que tenía para Galileo, Descartes,
N e w to n , Avogadro o Lavoisier. Ese objeto se destaca -o tra expresión
de d ’E s p a g n a t- de lo “real velado”. Yo agregaría que está “velado” po r
su carga más grand e de semanticidad. P o r eso incluso es más “com ple­
jo”: “el o tro lug ar” es más complicado que “el aquí-ahora” de las loca­
lizaciones espacio-temporales. P orque, p or definición, “el otro lugar”
fúnda la alteridad, funda la dualidad que es el incentivo de todas las
pluralidades... Esta complejización tan cara a M o rin ya nos la señalaba
mi m aestro Bachelard en sus cursos, hace más de treinta años, cuando
nos m ostraba có m o la ecuación de la frecuencia, tan simple en sus co­
m ienzos acústicos en el siglo XVII puesto que n o recurría más que al
n ú m e ro de oscilaciones en un tiem po dado, se complicó progresiva­
m ente hasta la fórmula de J o h a n n Balm er que emplea más de una de­
cena de parám etros entre los cuales está la velocidad “límite” (para la
relatividad) de la luz... Este m ovim iento de complejización se generali­
zó con el progreso de todas las ciencias. C uánto más simples eran ya los
cuerpos galileicos, respondiendo a las leyes de la caída, que la gravita­
ción universal de N ew ton, y ésta más simple aún frente a las complica­
ciones gravitacionales del electrismo de C h arles C o u lo m b y a las fuer­
zas intraatómicas... Bachelard tenía la costum bre de lamentarse: “Ay,
¡si nuestra ciencia hubiera com enzado po r la electricidad!”. Y esto efec­
tivamente se hubiera podido hacer en el siglo XVII cuando se conocía,
desde la Antigüedad además, la atracción eléctrica por la varilla de ámbar
(que en latín se dice electrum) de bolas de médula de saúco suspendidas
de un hilo... H ub iéram os podido tener desde el siglo XVII un “electris­
m o ” en lugar de ese “m ecanism o” que, ciertamente, desarrolló prodi­
giosamente nuestra cinemática y nuestra balística pero... obstaculizó
toda nuestra epistemología. H e m o s heredado este hábito funesto de
Epistemología del significado 57

representarnos todo fenóm eno físico com o una sucesión disimétrica


de choques mecánicos. ¡N uestro gran m odelo fue el juego de billar!
Los cartesianos eran grandes jugadores de billar, ¡Malebranche fue in­
cluso una especie de campeón!
Sin em bargo, no olvidem os que la física fue, a partir de sus m o d es­
tos éxitos de origen, el t u to r de todo nuestro pen sa m ie n to científico
occidental. Y justam ente so bre ese p u n to voy a volver progresiva­
m ente en nuestro p ropio cam po, el de las ciencias “inexactas”, cien­
cias del h om bre. Ellas tam bién nacieron y se desarrollaron a la s o m ­
bra de la mecánica. N u e stra psicología nació tím id am e n te en el siglo
XVII, con el arco reflejo para D escartes y el “a tom ism o psicológico”.
El padre M aleb ran ch e daba patadas a su p erro para ver si el arco re­
flejo funcionaba bien... Se trataba de elim inar al ser m ism o del des­
afortunado perrito, regresar so bre la “canin idad” o las “virtudes cani­
nas” de la antigua escolástica. El m odelo mecanicista se transm itió a
la psicología, a la ciencia -y, en la som bra, ¡a la filosofía!- de la h isto­
ria naciente d on d e se im plantaba con soberbia (a pesar de las co nsta­
taciones escépticas de H u m e ) el axioma del propter hoc. El “h e c h o ”
positivista reem plazaba a la bola de billar, p ero actuaba de la misma
manera. Y la sociología, creada en el seno o más bien en la cu m b re de
la filosofía de la historia por C o m te , no podía sino pisarle los talones
y manipular, con D u rk h e im , en las famosas Reglas, “los hechos socia­
les c o m o cosas...”. N o hay que buscar más allá de esta “lengua de
m ad era” del m ecanism o totalitario la distancia que to m a nuestra c o n ­
ciencia occidental - y especialm ente la de los científicos en el frente
del “n o ” epistem o ló g ico - y la razón de ir a buscar sistemas justificati­
vos, modelos, justam ente “en o tro lugar” y especialm ente en m uy
antiguos saberes de este lado del corte galileico de com ienzos del
siglo XVII. Ya dije cuán te n ta d o r era para el físico c o n te m p o rá n e o ir a
buscar m odelos que c o rro b o re n los resultados de sus investigaciones:
para C apra o B ohr es la dualidad taoísta.2’ Para S chrö din ger o Costa
de Beauregard, “se nos conduce a una metafísica m uy cercana a la
maya del hinduismo... cuyas correlaciones EPR perforan el velo...”.24
Para Basarab N icolescu,25 es el m odelo de la gnosis de Jak o b B öhm e

23. Véase F. Capra, Le Tao de la physique, Paris, Le Rocher.


24. O. Costa de Beauregard, Le Second principe de la science du temps.
25. Véase B. N icolescu, La Science, le sens et l ’évolution. Essai sur Jakob Böhme, Du
Félin, 1988.
58 In t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g í a . M i to s y s o c ie d a d e s

-el m ístico visionario de Fin del siglo X V I- el q ue logra aclarar las


estru cturas m entales del físico m o d ern o . P o r o tro lado, este recurso
regresivo a la filosofía preclásica, y especialm ente al h erm etism o, ya
reactivado en el R enacim iento , se explica en cu a n to se adopta la te o ­
ría de la “cuenca sem ántica”. N icolescu puede hablar con m ucha ra­
zón de “N u e v o R e n a c im ie n to ” para los descubrim ientos de los para­
digm as de nuestra m o d ern id a d científica.
E n este p u n to basta pensar que ya Paracelso,26 el famoso m édico
del siglo XVI, admitía - c o n fo rm e a lo que serán m u y posterio rm e n te
a él la filosofía empírica de un Bergson, la relatividad de Einstein o
los tem as de la “sim etría” del tiem po de Costa de B e a u g e ra rd - que
había m uchas cualidades de tiempo; el tiem po de la rosa - q u e a n ues­
tros ojos “n o dura más que una m a ñ a n a ”- es en sí, dice él, tan c o m ­
pleto y “ larg o ” c o m o la vida de un h o m b re o de una cabra... Paracelso
discernía -¡ lo que iba a aniquilar el reloj n e w to n ia n o !- que había dos
cualidades tem p orales diferentes: un tiem p o “cualitativo”, tiem p o de
la m ad uración de cada “sistem a” (¡si p ued o aquí p erm itirm e esta ex­
presión einsteiniana!) y un tiem po cronológico... Esta duplicación del
tiem po será ap rox im a d am ente la que hará B ergson al final de siglo
XIX. O tra n o ción paracélsica que van a retom ar, de m o d o múltiple,
nuestros epistem ólogos co ntem po rán eos: la de “sim ilitud” o de “sig­
n a tu ra ”. Y ahí está en principio el fun da m e nto de la hom eopatía que
Samuel H a h n e m a n n 27 -¡c o n tra viento y m area de las medicinas me-
canicistas!- tratará de sistem atizar en el siglo XLX. Paracelso llama a la
enferm edad con el m ism o n o m b re que la planta, ei mineral o el ex­
tracto animal que la cura, p o rqu e esta cura se realiza con un m edica­
m en to que p ued e p ro du cir - e n alta d o sis- los mismos síntom as que la
enferm edad q u e cura. Sim ilia similibus curantur. C o ncep ció n médica
que, todavía en nuestros días - y a pesar de que en Francia el m edica­
m en to h o m e o p ático sea reintegrado p o r la seguridad social, ¡lo que
significa el recon o cim ien to oficial'-, suscita ardientes controversias,
pues tan tenaces son los esquemas im puestos p o r C laude B ernard en
el siglo XIX y p or la medicina pasteuriana, reforzada por el éxito in­
m enso de la vacunación.

26. Véase Paracelso, Sämtliche Werke, Munich, 1922-1935, 16 vol., especialmente


Philosophia Sagax, 1,4-10; cf. una rica bibliografía en Paracelse, Cahiers de l'Hermétisme,
París, Albin Michel, 1980.
27. Véase S.F. Hahnemann, Doctrine homéopathique ou organon de l'art de guérir, Paris,
Vigot, 1952.
r.pistanolugín del significado 59

P ero hay más todavía en esta controversia: la rabia desatada en


contra de Jacques Benveniste, p o r ejem plo, cuando verifica ex peri­
m entalm en te la eficacia de diluciones hom eopáticas en do n d e -s e g ú n
la teoría de A v ogadro - no subsiste más una sola m olécula del p ro d u c ­
to, alude a tabúes epistem ológicos todavía más p rofu ndo s que la c o n ­
troversia mecanicista. Es que pro clam ar una “m em oria del agua” que
ha diluido el p ro d u c to (es decir, que no es el p o d e r m olecular del
pro d u c to el que provoca el efecto terapéutico sino su sentido, su in­
tentio, diría la escolástica, la huella formal con la cual in form ó al agua)
atenta y golpea de lleno al “prin cip io ” de causalidad clásica. Para B en­
veniste, com o para los biólogos H . W a d d in g to n y R. Sheldrake - y
agreguem os: com o en la desintegración de la disimetría tem poral en
la física de Costa de Beauregard o la de B o h m -, el d eterm in ism o no
tiene nada más de mecánico, pero se sitúa en “im plicaciones” fo rm a ­
les en donde podem os entonces hablar, con Sheldrake, de “forma cau­
sativa...”. El escán dalo es que la causalidad se sitúa en un “o t r o
lugar”, en un meta-físico (que quiere decir al lado, fu era de la physis...).
N o p o r irracionalidad, sino p o r una hiperracionalidad, com o dice
C harles Fourier, que agrega a la sola causalidad mecánica otras cau­
salidades posibles.
El racionalismo com plejo, liberado tanto de las cadenas d isim étri­
cas de sucesión tem poral co m o de las separabilidades de un espacio
hom ogéneo, y que se manifiesta en toda nuestra epistem ología de las
ciencias contem p oráneas de vanguardia, está más cerca del de B ö h ­
me, de Paracelso o de C o rn elio Agripa que del de Descartes o de
Kant. Ai respecto pude hablar de hennetica ratio. Hennetica ratio que
nuestras ciencias del h o m b re tom an -sin saberlo, ¡así c o m o M . J o u r-
dan ignoraba que hablaba en p ro sa !- de las ciencias “exactas” de la
materia... Puesto que son re alm ente las audacias de estas últimas, y en
particular esta “perforación del velo de M ay a” m ediante los p ro c ed i­
m ientos de sim etrización del tiem po, de subversión de las causalida­
des, y p o r la tom a de conciencia de lo que “vela” lo real, las que hacen
p en e trar a la ciencia del ho m b re, tam bién ella, en la filosofía del sen ­
tido, en la epistemología del significado.
H e proclam ado en Ciencia del hombre y tradición28 p o r qué prefiero
el singular: “la ciencia del h o m b r e ”, antes que los plurales fraccionis-
tas utilizados hasta el presente: ciencias hum anas, ciencias sociales,

28 París, Berg International, 1980, reed. París, Albín M ichel, 1996.


60 In t r o d u c c i ó n a la m it o d o l o g ía .M it o s y s o c ie d a d e s

etc. P o r la buena razón que precisam ente trato de m o s tra r aquí, a


saber, que nuestra episteme c o n tem p o rán ea p erm ite afirmar la unidad
de la ciencia, ciertam ente sistémica, pero en do n d e un “o b je to ” no se
asienta más q ue m ediante el respaldo, la integración de su contrario,
y especialm ente la unidad de la ciencia en el cam po de las investiga­
ciones antropológicas.
N u e s tr a ciencia del h o m b re actual coincide exactam ente con el
esquem a epistém ico - e s decir, la Weltanschauung, las orientaciones
conceptuales, la m e to d o lo g ía - que acabo de evocar brevem ente a p r o ­
pósito de la física.
E n p rim e r lugar, la objetividad “pesada”, la heredada del dogm a
de “h e c h o ”, ya n o basta en nuestra ciencia del hom bre. La sociología
francesa de hace setenta años se jactaba de no descender n un ca “al
c a m p o ”, p o r te m o r de p e r tu r b a r la pureza de los hechos p o r una in ­
trusión subjetiva. El ilustre É m ile D u rk h e im escribió un im p o rtan te
libro sobre los aborígenes - Las form as elementales de la vida religiosa-M
sin h ab er p uesto jamás los pies en Australia. M arcel M auss, igual­
m en te, sólo conoció de segunda m a n o a los esquimales. E n nuestros
días, p o r el contrario , existe la obligación ética, si puedo decir, de ir
“al c a m p o ”. E l observador está implicado en su observación. N o nos
c o n te n ta m o s más con identificar u n fenóm eno p or su “estado civil”,
p o r su localización geográfica (¡más aún, en nuestros días, toda una
escuela de geografía, conducida p o r A ntoine Bailly en G in e b ra , se
proclam a geografía hum anista!),30 o incluso por su situación c r o n o ló ­
gica en la historia. El o bjeto positivista se dilata aquí a la dim ensión
del sujeto hum an o . M ás tarde volverem os sobre las calificaciones de
ese sujeto antropológico. D ig am o s a m o d o de anticipo que es u n ani­
m al cuyo rasgo constitutivo es la re-presentación o, dicho de o tro
m o d o , este p ensam iento m ed iato que es el símbolo. Es “en el c a m p o ”
co n c reto y vivo de los sím bolos en do n d e debe ser buscado el “senti­
d o ” de un fen ó m e n o social. R o g er Bastide, quien tanto investigó en
Brasil, debe ser reconocido co m o el pionero de esta sociología de lo
im agin ario .’1
Esta objetividad “celada” p o r su estatuto subjetivo y n o localiza ble

29. E. Durkheim, Les Formes élémentaires de la vie religieuse (1912), París, Presses
Universitaires de France, 1960.
30. Véase A. Bailly, L'Humanisme en géographie, Anthropos, 1990.
31. Véase R. Bastide, Les Sciences de la folie, La Haya, M outon, 1972.
Epistemología de! significado 61

está ligada a una no -m etricid ad más o m en os admitida. Las estadísti­


cas, consideradas o tro ra com o la panacea y la etiqueta de toda ciencia
verdadera, se revelaron muy decepcionantes. E n la investigación lite­
raria, debem os señalar, p or ejemplo, el fracaso de la Escuela de G r o ­
ningen, con P ierre G u ira u d ,32 que trataba de hacer u n c ó m p u to lexi­
cal de los textos y de observar las aberraciones con respecto a una
n o rm a establecida p o r el am ericano Van d er Berge, a partir de un
inventario lexical de los autores franceses de 1880-1900. Los desvíos
o b ten id os fueron m uy poco significativos. P o r el contrario, todos los
d ep a rtam en to s de nuestra ciencia del h o m b re ahora utilizan lo que
Lévi-Strauss llama “m atem áticas cualitativas”, es decir m odelos to-
pológicos, del tipo de las matem áticas que utiliza René T h o m , la de
las “catástrofes”, en el estudio de las morfogénesis. Sólo los medios,
sobre to d o en período electoral, m anipulan todavía los có m putos es­
tadísticos y se entregan al juego de los “so nd eo s”... E n cuanto a la
psicología, ésta abando nó - ¡ n o sin reticencias conservadoras!- el ex-
perim entalism o m étrico en provecho de las psicologías de las p ro fu n ­
didades de las cuales el psicoanálisis fue pionero.
C laro está, la causalidad lineal, robustecida p o r las justificaciones
que le aporta la nueva física, tiende tam bién a borrarse. M ás aún cuando
los observadores de los fenóm enos h u m an o s desde hace tiem po h a ­
bían n o tad o frecuentes m anifestaciones de recurrencias, de reinci­
dencias, de disimultaneidades. N o sólo periodicidades m uy formales
sim plem ente, co m o las señaladas p o r la dialéctica hegeliana, sino más
bien sucesiones de fases in d e c id ib le s -o “sim étricas”, com o dice C o s ­
ta de B eauregard-, de las cuales una no es necesariam ente el pasado
de la otra. Volveré en detalle sobre los “m ecanism os” de estas fases en
“cuencas sem ánticas” de las que P itirim Sorokin y su escuela en E sta­
dos U n id o s fueron los prim eros observadores metódicos. In d iq u e ­
m os solam ente aquí que el d eterm inism o de tales “cuencas” -d e b id o
a la “excavación” de la inform ación cada vez más m a rc a d a - nos o rie n ­
ta a concebir para las sociedades, co m o los em briólogos lo hacen para
el individuo vivo, una suerte de atracción causativa situada en la in ­
tencionalidad futura. C o m o si todavía allí u n “o tro lugar” regulara
po r así decirlo las perspectivas ilusorias (¡la Maya!) de un pasado y de
un futuro...
E sto nos conduce a elevar en la ciencia del hom bre, co m o fue ele-

32, Véase P. Guiraud, Index du vocabulaire du symbolisme, París, KJincksieck, 1953, 3 vol.
62 In t r o d u c c ió n a la m i t o d o l o g í a . M it o s y s o c ie d a d e s

vada en tas ciencias de la materia, la hipótesis agnóstica tan firm e­


m e n te enu nciad a po r K ant. R e co rd em o s que, para este últim o, el fil­
tro del espíritu hu m an o a través de las “form as a priori de la sensibili­
d a d ” y las “categorías del e n te n d im ie n to ” jamás perm iten alcanzar el
“en sí” de las cosas, el nomnenon radicalm ente separado del fe n ó m e­
no. Del “o t r o lug ar” del fen óm eno nada se p uede decir, o más bien se
p u ed e a n tin ó m ic am en te decir todo de m anera in-significante.
Sin em b arg o , toda la ciencia de vanguardia actual nos está m o s­
t ra n d o que la misma es - s e g ú n una palabra de B ach e lard - “n o u m e -
n o té c n ic a ”. El observador convertido en m anip ulador “c o n s tru y e ” la
cosa, la res, que él estudia. O , más bien, la lamosa “rasgadura” en tre
fe n ó m e n o y nomnenon se borra. Y esta reconducción, de la fe n o m e­
nología a la no um enotécn ica, nos m uestra que nuestra investigación
se sitúa adecuadam ente en un “después de B achelard” (record em os
q ue este ú ltim o m antenía asim ismo la rup tura kantiana). N o p o r azar
toda la gigantesca revolución del “nuevo espíritu científico” fue acom ­
pañada en sus lejanos horizon tes filosóficos p o r las fenomenologías:
E d m u n d H usserl, E rn st Cassirer, incluso M artin Heidegger, son c o n ­
te m p o rá n e o s de Albert Einstein, de W olfg a n g Pauli, de N iels B o h r ...
¿Y qué otra cosa dice la fenom enología sino que el p ensam iento de
los fenóm enos, el p ensam iento kantiano si se puede decir, alcanza y
funda “algo” que ella piensa? A mi en te n d e r es así com o se debe c o m ­
p re n d e r la famosa sentencia husserliana: “T od o p ensam iento es p e n ­
s am ien to de algo”. Es la m isma Maya el acto de levantar los velos de
Maya.
El “o b je to ” q u e se ubica en un tie m p o y espacio dados, m ed ian te
y m ás allá de ese “p o s ic io n a m ie n to ”, se identifica en una cierta c o n ­
sistencia sem ántica. La sim etría de los “velos” del pasado y del fu tu ­
ro lo sitúa en la no -separabilidad de un “o tro lu g ar”. Y gracias a este
“h o lis m o ” filosófico - o , si q u e re m o s decirlo más sim p le m e n te, este
“u n ita r is m o ” más allá de las separaciones u tilitaria s- la ciencia c o n ­
tem poránea, com o lo había hecho con agrado R ay m on d Ruyer, puede
co n ceb irse c o m o una “g n o sis” {gnosis: c o n o c im ie n to total, fu n d a­
m ental): la gnosis de Princeton. D ic h o de o tro m o do, cu a n d o se lanza
u n sim bo lizante - u n sim b olizante de tipo lexical- se está obligado a
p o n e r u n “o tro lugar” que lo funde. P recisem os bien para evitar,
c o m o lo hace H e n r y C o rb in , to d o m alen ten d id o : esta “gnosis” es
sin “g n o s tic is m o ”. N o hace más que dibujar las vías y las p ersp ecti­
vas del c o n o c im ien to sin arriesgarse a sacar conclusiones éticas o
teológicas de ellas.
Epistemología del significado 63

P ero en la ciencia del h o m b re deberíam os hab ern os p ercatado


desde hace tiem p o (si 110 fuera p o r esas “d urezas” pedagógicas que
denuncia Sorokin) de que es la realidad del sim bolizado la que p e r m i­
te toda “trad u c ció n ”. P uesto que siem pre se puede pasar de u n o a
o tro de esos sistemas lingüísticos to talm e n te diferentes - t a n t o por
sus “sintagm as” co m o por sus “p arad igm as”, co m o dicen los lingüis­
tas-, siem pre se puede “trad u c ir”. C ie rta m e n te con una “p é rd id a ”, o
un “ru id o ” - c o m o dicen los expertos en inform ática-, pero que se
debe al solo hecho de la incidencia de la localización diferente - e n el
tiem po y en el e sp a cio - del m ism o y del otro. El mismo, el locutor,
no tiene el m ism o léxico, la misma sintaxis que el otro, el destinata­
rio. N o es m enos cierto que siem pre se puede traducir (o sinón im a­
m ente “co m u n ic a r” o “c o m p re n d e r”). Y esto bien lo d em o stró N o a m
C ho m sk y :3' que, detrás de todos los con jun tos estructurales formales
(sintáxicos, paradigmáticos, lexicales, etc.) radicalm ente tan diferen ­
tes y fu n d a m e n talm e n te agnósticos, hay un fondo, u n “otro lu g ar”,
de alguna m anera gnóstico, el cual p erm ite transvasar - t r a d u c i r - el
sentido de una lengua a otra. Ese “o tro lu g ar” que “m o ra ” más allá de
una y de la otra y que, según la palabra magnífica de H ölderlin, “fu n­
dan los poetas...”.·4
En el horizonte de las ciencias contem poráneas se eleva -¡o se rele­
va!- un realismo m uy lejano al relativismo (no digo a la relatividad,
¡cuidado!) de un cierto cientificismo pragmatista del siglo XIX. P e ro es
el m ism o “realism o” el que em erge de la ciencia del hom bre. C u a n d o
M a x W e b e r , ’5 p o r e j e m p l o , p o s t u l a la n o c i ó n de Ideal typus
-¡nociones que los estudiantes, pegados a una información positivista,
nunca entienden bien!-, se cuida m ucho de precisar que este Ideal typus
jamás se encuentra en carne y hueso, si pued o decir (¡en el espacio y en
el tiempo!): es “invisible” pero determ inante. Es de alguna manera un
“tipo sem ántico” el que subtiende los diversos “accidentes” históricos,
sociales, culturales. Esta nueva “gnosis” se encuentra igualmente en
Cassirer o Scheler. E rn s t Cassirer escribe explícitamente una Filosofía
de las fo n n a s simbólicas,}< y Max Scheler estudia este Urgrund social

33. Véase N . Chomsky, Le Langage et la Pensée, Paris, Payot, 1970.


34. Véase el comentario de M. Heidegger, Approche de Hölderlin, Paris, Gallimard,
1962.
35. Véase M. Weber, Essai sur lu théorie de la science, Paris, Pion, 1965.
36. Véase E. Cassirer, Philosophie des Formes symboliques, Paris, M inuit, 1972, 3 vol.
64 In t r o d u c c i ó n a la m i t o d o l o g í a .M it o s y s o c ie d a d e s

- q u e M ichel Maffesoli recuperará bajo el c o n c ep to de “societal”, que


es la “sim p atía”- . Ferdinand T ö n n ie s después de W ilh elm Dilthey,
c uando adelanta la famosa noción de Verstehen (el com prender), señala
bien que, d etrá s del “velo” explicable de un objeto, hay que postular
ob ligatoriam ente un “lugar c o m ú n ” (“ ¡que no tiene nada de espacial!”)
de en c u e n tro e n tre el observador y lo observado.
Para decirlo todo, la ciencia del h o m b re, especialm ente en el área
germ ánica, alcanza a esta epistem ología del simbolizado, de ese sim ­
bolizado que el objeto de la física con tem p o rán ea , repud ia n d o los
velos del espacio, del tiem po y del d eterm in ism o causal, había p erm i­
tido fu nd ar m atem áticam en te. N o quisiera te rm in a r este párrafo que
glorifica la especulación germánica sin darle un lugar tam bién a Jung ,
psiquiatra y psicólogo, cuyas tom as de posición, inducidas po r una
larga experiencia clínica, provocan todavía ta n to escándalo en el con ­
fortable h a rén de los psicólogos positivistas. E n particular, las dos
nociones centrales de la axiomática junguiana, que son las de sincroni-
cidad y la de psicoide, su corolario. Estas dos nociones perm iten gene­
ralizar la “gnosis de P rin c e to n ”, si pued o decirlo, ya que llenan la
zanja que podía existir todavía en tre “ciencias de la m ateria” y Geis-
tesrwissenchaften (ciencias del espíritu). H a y que recordar que J u n g per­
feccionó la noción de “sincronicidad” con la colaboración de su com ­
patriota, p re m io N o b e l de Física (1945), W o lfgang Pauli.·7 Este “re ­
c u e rd o ” sólo tiene com o propósito señalar el “e n c u e n tro ” efectivo y
la colaboración en tre un físico ilustre y el psiquiatra de Z urich.
¿C ó m o re s u m ir brevem ente esta famosa “sincronicidad”? D icien ­
do que es el reco n o cim ien to de una correlación en tre un fenóm eno
psíquico, una im agen, y un fenóm eno o incid ente no psíquico que
acontece en el m u n d o “objetivo” - o p o r lo m enos no estrictam ente
“subjetivo”- d e la materia. Es a la vez (¡para h ab lar com o los físicos!)
la constatación de una “no-separabilidad” y de u na “sim etría” entre
el incidente material y el fenó m eno psíquico. E n tre el localizable en
el m u n d o macrofísico y el no-localizable absoluto que es el pensa­
m iento. La ausencia de separabilidad m ecánica y de disimetría tem ­
poral pro duce un acausalismo radical en el cual no se puede saber si
es el fen ó m e n o material el que produjo el fen ó m e n o psíquico o vice­
versa. Los curiosos p o r las manifestaciones parapsicológicas desde

37. C.G. Jung y W. Pauli, Natttrerklämng und Psyche, 1952, para el texto de Junj,
S ynehm tkitéet Pnracehicti, París, AJbin Michel, 1988.
Kpistemologia del signifiai do 65

hace tiem po habían señalado (especialm ente en instantes cruciales de


un destino humano, co m o es el caso relativamente frecuente de “trans­
misión de im ágen es” en el m o m e n to de una m u erte violenta, etc.)
tales fenóm enos de relación a distancia entre una im agen psíquica y
un incidente material. J u n g trivializa, p or así decirlo, tal “sincronici-
d a d ”, señalando la p rod ucción de esta última en circunstancias m e ­
nos dramáticas que la m uerte, la herida grave, el peligro inm inente.
D e todas maneras, los re m ito sobre este p u n to a la excelente investi­
gación de M ichel C azenave,’* M arie-L o uise von Franz, K are P rib ram
y o tros más.
La noción de “p sicoide” es co m o el corolario de la sincronicidad:
ella alcanza la hipótesis de una “realidad” que sería co m ú n a la subje­
tividad más íntim a (die Seele) y al universo material. E ste ú ltim o se
daría finalmente sólo a través de su capacidad de in fo rm a r - e n dife­
rentes grados de inm ediatez c o m p re n s iv a - al sujeto pensante. P o r lo
tanto, ya no hay más ahí solam ente un corte en tre res extensa (cosa
extensa) y res cogitans (cosa pensante) co m o en Descartes; n o sola­
m ente, corno en K ant, una postulación de u n “sujeto trasc en d en tal”
al que se le escaparía la realidad “en sí”, el noúm enm , sino una posi­
ción de un Unus m andas ciertam en te trascendental, p ero en d o n d e la
realidad “en sí” puede estar dada según diversas “formas sim bólicas”
(para re to m a r una expresión de C assirer)’9 que van desde la “n o u m e -
n o tecn ia” del científico hasta la famosa “in tuición ” delim itada po r
Bergson, intuición que desem boca en la posesión de lo real, de “lo
que m o ra ” (H ölderlin), p o r el poeta, el artista o el místico. P ara J u n g
hay así un universo único, un Unus mum lus que g obierna tan to el
cielo del alma com o la tierra de las localizaciones objetivas. Este u n i­
verso, al ser co ncretam e n te “c re a d o ”, es plural sobre la tierra com o
en el cielo: es el universo de los arquetipos, suerte de grandes confi­
guraciones últimas que generan, de alguna m anera, todos los fenó­
m en os y su representación, ta n to en las “formas simbólicas” científi­
cas (el físico G erald H o lto n lo dem o stró de m anera brillante en La
imaginación científica)w com o en las “formas simbólicas” del sueño, de
la poesía, de la intuición (como toda la escuela junguiana, y especial­
m en te M arie-L ouise von Franz, Aniéla Jaffé, Jam es H illm a n , Roland

38. Véase M. Cazenave, ob. cit.


39. E. Cassirer, ob. cit.
40. G. H olton, ob. cit., p. 23.
66 In t r o d u c c ió n a ι .λ m i t o d o l o g í a . M i t o s y s o c ik d a d l - s

C a hen, P ie rre Solié, no han dejado de m ostrarlo). O tro s cam inos ad e­


más del de la antropología alemana han llegado a confirm ar esta “epis­
tem ología del significado”, en tre los cuales está el del gran historia­
d o r de las religiones M ircea Eliade, acerca del que escribí “M ircea
Eliade o la an trop ología p ro f u n d a ”,41 y que consiste en m o strar que
detrás de los fenóm enos religiosos “históricos”, localizados hic et nunc
en una época y una sociedad dadas, había grandes conju nto s im agina­
rios p e rm a n en tes, “n o separables”, que constituyen la función reli­
giosa de un Sapiens cuya “sabid uría” conlleva tam bién la religación
(bmno religiosus) a O t r o L u g a r absoluto. En el m ism o espíritu hay que
citar, sin lugar a dudas, la obra m o n u m e n ta l del islamólogo y filósofo
de las religiones que fuera H e n r y C o rb in ,42 que hace resaltar magis­
tralm en te a p a rtir de una religión bien localizada, el islam shiíta - y
una religión que pasa paradójicam ente por m o delo de iconoclastia-,
c ó m o el im ag inario reconstituía en este contexto los “relatos visiona­
rios” del alma, in stru m entab a las reconducciones (táwil) del símbolo,
la interiorización de los relatos bíblicos. P o r sus funciones em in e n ­
tes, el im aginario - y su arsenal de arquetipos, de grandes imágenes
arq u etíp ic as- merecía, bajo el “vocablo” imaginai, ser salvado de las
vulgaridades redu ctoras tan caras a O ccid ente. Este imaginai, que
revela con predilección la im agen literaria - p o r oposición, c o m o bien
lo había visto Bachelard, a los diktats de las im ágenes icónicas que no
apelan a la im aginación activa del esp ectado r-, exige pues la n o-lo ca­
lización y la señal literaria (oral o escrita) que la desencadena, la cual
se quiere sim bolizando el sim bolizado de un “o tro lugar”. El sentido
es justam en te entonces “real presencia”, co m o Steiner lo avanza en
un h e rm o so título,4’ y la “galaxia G u t e n b e r g ” es paradójicam ente más
“im ag in an te” que la galaxia M c L u h a n 44 (recuerdo que es este últim o
el que anunciaba el fin de la galaxia G u te n b e rg - la de la im presión­
en beneficio de la televisión...).
Asimismo toda una “antropología de las profundidades” que reve­
lan de diferente manera la psicología de Jun g, la “historia de las reli­
giones” de Eliade o el culturalism o islámico de C orbin, manifiesta una

41. G . Durand, “Mircea Eliade ou l’anthropologie profonde”, en Cahier de l'Herne


Mircea Eliade, 1978.
42. Véase H. Corbin, En Islam iranien.
43. G. Steiner, ob. cit.
44. M. McLuhan, Understanding Media, Toronto, 1964.
Epistemología d d significado 67

epistemología del significado, un “realism o” antropológico de la m e ­


tafísica de la física co n tem p o rán ea para la cual son “el im plicante”, el
“h o lo g ram a”, el “n o -separable”, el “o tro lugar”, los que determinan
realm ente el aspecto, a veces paradójico, de los fenómenos. En cu an to
a nosotros - y aquí hablo en n o m b re de mi “especialidad” académica,
la sociología-, no hicimos más que practicar demasiado una sociología
de superficie, una sociología de marketing, de “sond eos”, de in stantá­
neas. El gran historiador F ern a n d Braudel4s reprochó a los sociólogos
haber dejado tuerta su investigación focalizando sobre “cortas d u ra ­
ciones” y no sobre la “larga d u ració n” de las sociedades y de las cu ltu ­
ras. Braudel incluso utiliza el térm ino, que encanta a un arquetipólo-
go, “duración cuasi inmóvil”... Sin em bargo, tal “sociología p ro fu n d a ”
es la que mis colaboradores y yo m ismo hem os in tentado im plantar en
el m atorral bien estéril e infructuoso de la sociología francesa. N u m e ­
rosas tesis im portantes -p ie n s o en las de G ilbert Bosetti o Alain Pes-
sin, p or e jem p lo - prueban que detrás de los m ovim ientos ideológicos
que se enfrentan, a veces con violencia, detrás de las disputas políticas
de circunstancia, hay m ovim ientos (corrientes, trend, dicen los ingle­
ses) m u ch o más unitarios, m u c h o más profundos e “im plicantes”, que
dom inan y abarcan a las polémicas ideológicas, políticas o religiosas,
localizadas en un instante y en un lugar dado. ¿N o es cierto que D u -
mézil46 ya nos había p rob ad o que lo que había sido tom ado al pie de la
letra de la historia arcaica de R om a n o era, en el fondo, más que u n
resurgim iento latino y puntual de la inm em orable mitología in d o e u ­
ropea? M o stra n d o - e n una suerte de “evemerism o al revés”- que era,
en última instancia, la perennidad del mito, su “real presencia” la que
determ inaba las elecciones históricas, el estilo de la historia tanto co m o
el de las sociedades y las culturas.
Estas consideraciones me parecen decisivas para encarar la re n o ­
vación de una sociología francesa en crisis p o r indigestión de estadís­
ticas, de sondeos, de instantáneas mediáticas. M is estudiantes de 1968
sublevados (¡oh!, ¡tan poco!) proclam aban: “ ¡N o q u erem os q ue n u es­
tras encuestas sirvan sólo para p ro m o c io n a r una marca de m ostaza!”.
A lo que yo respondía con cinismo: “ ¡Pero por supuesto que sí! ¡Al
m en os eso les dará para vivir en nuestras sociedades de co n su m o !”.

45. Véase F. Braudel, Le Tennps du monde, París, Armand Colin, 1979.


46. Véase G. Dumézil, Tarpeia, essai de philologie comparative indo-europe'cne, Paris,
Gallimard, 1947.
68 In t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

P e r o concebía perfectam ente con ellos que la esencia de la sociología


n o residía en el m ark e tin g de la m ostaza o los detergentes. A Dios
gracias, p oco a poco se revela una sociología - e n el seno de una a n ­
tro p o lo g ía de las p ro f u n d id a d e s - q u e intenta superar las instantáneas
de superficie y alcanzar las m otivaciones profundas, más allá del hicet
mm c, más allá de las m odas in dum en tarias o electorales; una sociolo­
gía q u e trabaje, ella tam bién - ¡ R o g e r Bastide lo había pre v isto !-47 en
el U rgrund de lo im aginario y de los mitos.
D ic h o de otra m anera, el fam oso “m é t o d o ”, socavado en su p r o ­
pio territo rio , el de las ciencias de la materia, debe ser reem plazad o
- “re fu n d ad o ”, com o dicen los p o líticos- po r un repertorio de los gra n ­
d es m itos qu e han presidido a la erección misma de todo saber, c o m ­
p re n d id o el saber “científico”. G e o rg e s C an g u ilh em 4ti - m é d i c o y fi­
ló s o fo -y a bien había n o tad o que, en los estrechos p ro ced im ien tos de
un a ciencia, había diversas m odalidades imaginarias. La investigación
biológica, p o r ejemplo, difiere según se utilice un im aginario de los
conjuntos, de los tejidos o de los órganos, o p o r el co n trario u n ima­
ginario de los detalles celulares o incluso moleculares. Asim ism o, a
p a rtir de 1952, el ilustre físico Pauli ponía de relieve la influencia de
un ré g im e n im aginario en los descub rim iento s de J o h a n n e s Kepler.4V
El físico e historiador de la física G e rald H o lto n escribió todo un
libro, m uy co m p e te n te y bien d o c u m e n ta d o (La imaginación científi­
ca), q ue pru eba que el célebre m a len ten d id o entre Einstein y B ohr
provenía, ante todo, de la incom patibilidad de dos regím enes dife­
ren tes de la imagen. P o co a poco, en el transcurso del siglo XIX y
d e n tro de u na gran co herencia e n tre las ciencias de la m ateria y las
del h o m b re, las m etodologías se vieron d om inadas por una necesaria
m itodología. Y acerca de esta necesidad he tratado de hacer to m ar
conciencia a través de la gigantesca “ revolución cultural” qu e revela
la epistem ología contem p oránea.
A hora p u ed o concluir rá p id a m en te deseando que se p ued an llevar
hacia otra C ó rd o b a los acuerdos e intercam bios entre investigadores
de “ciencias exactas” e investigadores de otros saberes, a fin de cons­
tru ir en co m ú n esta m itodología q u e exigen las conclusiones episte-

47. Véase R. Bastide, L.e Prochain et le Lointain, Paris, Cujas, 1970.


48. Véase G. Canguil hem, Connaissance de la vie, Paris, Hachette, 1952.
49. C .G . J img y VV. Pauli, Naturerklärung und Psyche.
Epistemología ilcl significado 69

niológicas de n uestro siglo. Bien p od em o s concluir, p o r o tro lado


-c o n Basarab N icolescu,511 p o r e je m p lo - que h em os en tra d o desde
hace más de m edio siglo en una perspectiva de un saber sin fronteras,
de una “gnosis” que se manifiesta co m o una epistem ología general de
lo significado. Exigencia que la ciencia de la materia prueba, para
m ejor o para peor, m ediante confirm aciones técnicas estupendas, y
que la ciencia del h o m b re prueba a contrario p o r el malestar general
sufrido p o r todos los investigadores autén tico s ante las insuficiencias,
las impasses, los fracasos, los quiebres éticos de ciencias hum anas des­
pedazadas, m onocéfalas, obnubiladas p o r el sinsentido de lo sem ióti-
co y de lo arb itrario del significante.

50. B. N icolescu, ob. cit.


C a p í t u l o III

La noción de “cuenca semántica”

Q u é hem os elaborado entonces en n uestros capítulos precedentes


sino las articulaciones de una vasta cuenca cuyas orillas balizan n ues­
tra m odernidad, y que baña con sus aguas un área/era bastante vasta
- u n a “duración m ed ian a”, diría un discípulo de B ra u d e l- que va des­
de las últimas décadas del siglo XIX: 1857 (publicación de Las flores del
m a l de Baudelaire) o 1 8 6 0 -1 8 7 0 , hasta la década de 1 9 8 0 -1 9 9 0 . Era
de unos ciento cincuenta años aproxim adam ente en donde un “aire
de familia”, una isotopía, una hom eología co m ú n , enlaza epistem olo­
gía, teorías científicas, estética, géneros literarios, “visiones del m u n ­
d o ”..., en síntesis, lo que llamé una hom eología semántica o, para
hacerlo más gráfico, una “cuenca sem án tica”.
P reviam ente al análisis conceptual de esta última, quisiera hacer
sin e m b arg o una observación que co rro b o ra mi pertenencia a tales
aguas semánticas.
Q u e rie n d o m o strar los orígenes de las concepciones presentes de
la historia, com encé subrepticiam ente p o r el final, m ediante los m é ­
todos de análisis más recientes y sus conceptos aferentes. Para descri­
bir y analizar la corriente, los flujos y reflujos históricos, sus mismas
fuentes, m e serví de los aluviones epistem ológicos más frescos, los
más alejados de sus fuentes. E n esta subversión que podrá chocar a
algunos, dem asiado atados a la vieja escolástica del post hoc, ergo prop­
ter hoc, m e place re con ocer precisam ente u n o de los rasgos de nuestra
actual y con tem p o rán ea episteme: el que denuncia radicalm ente la ilu­
sión de origen, la ilusión de la causa p rim era y eficiente, la ilusión de
un tiem po vectorial y disimétrico. E n tre estos “com ien z os” m uy va­
gos, sin fecha precisa de nacim iento (¡1857 no es más que una fecha
co m p letam ente metafórica!) y nu estro tiem po presente, M eine Zeit,
co m o lo escribe T h o m a s M a n n , se dieron la relatividad de Einstein,

[7 1 ]
72 In t r o d u c c ió n λ la m i t o d o l o g í a . M it o s y s o c ie d a d e s

la discontin u id a d cuántica, el causalismo form ativo de los em briolo-


gistas W a d d in g to n y Sheldrake, lo “real velado” y la “inseparabili­
d a d ” de los rnicrofísicos, la noción de “s in cron icidad ” en J u n g y P au ­
li, el principio de “im plicación” y la noción de “o rd e n im plicado ” en
David B o h m , la ^tem poralidad y la no-localización de 1a transición
cuántica en C o sta de Beauregard. C o m o lo dice este ú ltim o físico
e m in en te, “ las paradojas se to rn aro n p arad igm as”, y no tablem ente
esa paradoja lógica según la cual “ ¡se debe comenzar p o r el final!”.
E so es lo que hice in g en u am e n te desplegando el transcurso de
más de un siglo y m edio de nuestra m o dernida d. Ahora quisiera ana­
lizar có m o este “tran sc u rso ” originario y pasado se origina, si puedo
decirlo, a través de las estructuras de nuestra com pre n sió n presente,
en m ecanism os conceptuales recientes que legitim an las fuentes y los
desarrollos pasados de nuestra área de civilización occidental. E n una
palabra, quisiera m o strar có m o el “fin” - e s decir, el p resente actual-,
si no justifica los medios, justifica, p o rq ue los “explica”, o más preci­
sam ente los “ im plica”, a los com ienzos.
La noción de “cuenca sem ántica” -lo s conceptos aferentes que aquí
voy a d e f in ir - es realm en te la más reciente que nuestros grupos de
investigación coordinada sobre lo im aginario han puesto a punto.
El origen lexical de esta noción se debe a num erosos factores heurís­
ticos que se sup erp o n en . E n p rim er lugar, es m u y necesario que el
m od elo haya sido dado p o r esos especialistas del tiem po vivido que
son los em b riólogo s que revelan, en la form ación de individuos de
una misma especie, las “creodas” (W ad dington ) o los “recorridos n e ­
cesarios, ap re m ia n te s ” que m arcan por así decirlo la evolución espe­
cífica del individuo o, m ejor aún, las “formas causativas” (Sheldrake),1
sucesiones de esquemas planificadores que a p a n e post d eterm in a n los
incidentes y los procedim ien tos de aquello que los precede. Estas
nociones que, a la vez, trazaban un plan d e term in a n te para el devenir
específico e invertían el viejo d eterm inism o de la causalidad efectiva,
son m uy cercanas a ciertas nociones dadas de m o d o con tem p o rán eo
p o r las ciencias exactas: la noción de logoi plurales que son las “catás­
trofes” elem entales en la teoría m atem ática de R ené T h o m , las n o ­
ciones de “o rd e n im plicado” y de “reinyección causativa” en el mi-
crofísico David B ohm , la noción de hologram a en el neuró log o Karl
P rib ra m ...2

1. Vcase R. Sheldrake, ob. cit.


2. Véase R. T hom , ob. cit.; D . Bohm, Wholeness und the implicate order, Londres,
Lti nocimi de "menai semántica'' 73

P aralelam ente, los sociólogos, a pesar de la pesada capa del positi­


vism o y de su determ in ism o progresista de causa a efecto, se habían
percatado de que el m odelo de causalidad mecánica, analítica y pos­
tulante del post hoc se aplica m uy mal al devenir hu m an o: es lo que
m anifestaban las nociones de “ h etero telía” en Jules M o n n e r o t (re to ­
mada p or R aym ond Boudon bajo el vocablo de “efecto perv erso ”), de
“desafío-respuesta” en A rnold T oynbee, de “inhibición e stim u la n te”
en Patrick R am baud yJ.-P. B o z o n n e t.’ N o c io n e s todas que significan
que el famoso “efecto” ya n o se pega más a su “causa”, que las m otiva­
ciones de un fenó m en o d eb e n ser buscadas “en o tro lugar” distinto
de sus antecedentes y su pasado disimétrico. M ás aún, c o m o lo ha­
bían señalado, sin in ten tar explicarlo demasiado, m uchos h isto riado­
res (la “c o n te m p o ra n e id a d ” en Spengler; “los días y las n o c h e s ” del
devenir hu m an o en las “g eneraciones literarias” de H . Peyre, G u y
M ich aud, G eo rg es M ato ré ; las “ fases de la dinámica sociocultural”
en Pitirim Sorokin; los reto rn o s periódicos del “b a rro c o ” en K. W o -
rrin g e r o Eu gèn e d ’Ors),4 el curso de la historia marca ciertos re to r­
nos -ricorso, ya decía V ico-, así co m o la coherencia sem ántica del re ­
lato exige m em oria y reminiscencias... A medida que el m ito joaqui-
nista, que había tutelado al progresism o histórico de O cciden te, se
eclipsaba, volvían m odelos tem porales del “r e to r n o ” y de la re d u n ­
dancia de la misma m anera que, en la contextura p rofunda del m ito,
el histo riad o r veía que la “r e d u n d a n c ia ” y los enjam bres sincrónicos
volvían a ser explicativos. El en cad en a m ie n to de los actos y de las
obras de los h om bres (la “historia”), así relativizada, ya no marca e n ­
tonces una diferencia radical con el sa m o m ythiais cuyo sentido está
constituido p o r los haces de “variaciones” redundantes. Era posible
una convergencia m etodológica, gracias a Lévi-Strauss, a D u m éz il y
a los “nuevos historiadores” c o m o Paul Veyne,5 en tre el acercam ien­
to del m ito y el de historia.

1980; K. Pribrain, “La synchronicité e tle fonctionnement du cerveau”, en M . Caze-


nave (dir.), ob. cit.
3. Véase J. Monnerot, Lesfaits sociaux ne sont pas des choses, Paris, Gallimard, 1946; R.
Boudon, L’Analyse empirique de la causalité, Paris, Pion, 1962; j.-P. Bozonnet, Des
monts et des mythes, “L’imaginaire social de la montagne”, P.U. Grenoble, 1992.
4. Véase O. Spengler, ob. cit.; H . Peyre, ob. cit.; P. Sorokin, ob. cit.; E. d ’Ors, Du
Baroque, Paris, Gallimard, 1935.
5. Véase Cl. Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, Paris, Pion, 1958,1; G. Dum ézil,
Jupiter, Mars, Quirinus·, P. Veyne, ob. cit.
74 In t r o d u c c ió n λ la m it o d o l o g ía .M it o s y s o c ie d a d e s

F in a lm e n te ag reguem os que tam b ién los m uy serios econom istas


T h o m a s K itchin, Joseph Juglar, Labrousse, Nicolai Kondratieff, Kuz-
net, habían identificado trend (corrientes) en fases en los m o v im ien ­
tos eco nóm ico s de una sociedad dada. N o obstante, lo que p e rm a n e ­
cía b o rro so y generaba apreciaciones m uy divergentes, era la ausen­
cia de definición de escalas precisas.
N o s pareció en to n ce s p e rtin e n te , p o r un lado, in tro d u c ir en un
d e v e n ir cultural - p o r lo ta n to en el arsenal de im agin ario que lo
a c o m p añ a e incluso lo s e ñ a la - la n o ció n de “ fase”, y p o r o t r o m a n ­
t e n e r en co nsideración el n ú m e ro re strin g id o y lim itado de p ro c e ­
d im ie n to s im aginario s que necesitan “ re e m p le o s ”. D o s p re g u n ta s
se form u lan n e c e saria m e n te a p a r tir de ese hecho: una relativa a la
d u ra ció n de las fases de lo im ag in ario sociocultural en u n área y una
sociedad en escala n e ta m e n te balizada, la otra relativa a los “r e e m ­
p le o s ”, y q ue atañe al tipo m u y particu lar de d e te r m in is m o c o n s ta ­
tad o en antro p o lo g ía.
P ero , p o r el m o m en to , p erm anezcam os en el análisis de la noción
de “cuenca sem án tica” y en la distinción de las fases que definen en el
tiem p o una “cuenca sem án tica”.
E n efecto, a esos co n ju n to s h o m o g é n e o s les hem os d a d o el n o m ­
bre de “cuenca s e m á n tic a ”, utiliza n d o bien de cerca los re curso s de
la m etáfora hidráulica e incluso p otam ológica {potamos: río). Es n e ­
cesario d escribir la fases que, en el tiem po, d efinen las estructuras
de una cuenca sem ántica. E stas seis fases, insistam os bien, se expo­
n en aquí sólo en tan to estru c turas form ales tipificadas p o r la m e tá ­
fora elegida.

1) Torrentes. Distintas corrientes se forman en u n m edio cultural dado:


a veces son resurgencias lejanas de la misma cuenca sem ántica pa­
sada; esos to rrentes nacen, otras veces, de circunstancias históricas
precisas (guerras, invasiones, acontecim ientos sociales o científi­
cos, etcétera).
2) División de aguas. L o s torre n te s se reúnen en partidos, en escuelas,
en corrientes y crean así fenóm enos de frontera con otras c o rrien ­
tes orientadas diferentem ente. Es la fase de “querellas”, de los en ­
frentam ientos de regím enes de lo imaginario.
3) Confluencias. Al igual que un río está form ado p o r afluentes, una
corriente constituida necesita ser apañada p o r el recono cim ien to
y el apoyo de autoridades establecidas, de personalidades influ­
yentes.
/,// noción ile "cuencn semántica " 75

4) En nombre del río. Es entonces c u a n d o un m ito o una historia re ­


forzada p or la leyenda p rom uev e un personaje real o ficticio que
d eno m ina y tipifica la cuenca semántica.
5) Aprovechamiento de las orillas. Se constituye una consolidación esti­
lística, filosófica, racional. Es el m o m e n to de los “segu n d o s” fun­
dadores, de los teóricos. A veces las crecidas exageran ciertos ras­
gos típicos de la corriente.
6) Agotamiento de los deltas. Se form an entonces m eandros, derivacio­
nes. La co rriente del río debilitado se subdivide y se deja cap tar
p o r corrientes vecinas.

Este análisis de la “cuenca sem án tica” no está en contradicción


con el diagrama circular que diéram os'1hace algunos años y que exa­
m inarem os más adelante co m o “tópica” del m ovim iento genético de
una sociedad, ya que la última “fase”, que fragm enta la corrien te p ri­
mitiva en arroyos, introduce elem entos para un nuevo to rre n te (fuen­
tes, resurgencias, etcétera).
N o obstante, se im pone una observación prelim inar antes de e n ­
trar en el detalle del análisis de una cuenca semántica: es que estas
“cuencas” están cohesionadas d e n tro de un m ism o conjunto cultural
p o r largas y casi perennes duraciones culturales. P o r lo tanto todavía
existe ahí un p rob lem a de escala en d o n d e quien ord en a y cohesiona
las duraciones m enores es la más larga duración. C o m o si los m o ­
m entos semánticos y sus fases se despegaran, para empezar, del fond o
inm em orial de una cultura, del o céano mítico prim ordial, “in so n d a­
ble”, c o m o escribe T h o m a s M an n . Sin em bargo, la “cuenca se m á n ti­
ca” más vasta, la más oceánica si pu ed o decirlo así, la que constituye
el lecho constante del pen sa m ie n to fáustico de O ccidente, es sin duda
el joaquinism o y su herencia. Al padre D e L ubac n o le costó trabajo
m ostrar que todo el pensam ien to y la sensibilidad de O ccidente, d es­
de Buenaventura y Tom ás de A quino hasta M arx y Soloviev, pasando
por H egel, M ichelet, C ousin, Fourier, Saint-Sim on, Schelling, M ais-
tre, Ballanche, H e rd e r, Lessing, C am pan ella, Œ t i n g e r , B ö h m e y
m uchos otros habían sido c o n stan te m e n te bañados po r el m odelo del
inocente y oscuro abate calabrés.7 ¿Q ué podem os decir? ¿Q ué quiere

6. Véase G . Dnrand, “Le renouveau de l’anchatement”, en Cadmos, y Mito e Socieda-


de, Lisboa, 1983.
7. Véase H . de Lubac, ob. cit.
76 In t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g ía .M i t o s y s o c i i - d a d f .s

d ecir esto? Si no que si el Espíritu S an to está un poco al m argen de la


teología oficial, está en el corazón de la predicación joaquinista, a
saber que el siglo XIII aborda una tercera edad del m u n d o que no es
o tra que la edad del Paráclito, h abiend o estado las dos prim eras eda­
des bajo la inspiración del P adre y luego del H ijo. Esta edad del E spí­
ritu Santo, el “tiem po de los lirios” después el tiem p o de las ortigas
luego el de las rosas, verá no sólo la conversión del universo al m o n a ­
quisino sino que tam bién realizará la visión de N a b u c o d o n o s o r que
explica el profeta Daniel: a saber, la realización del quinto Im p erio , el
I m p e r io universal y la venida del “ Papa angélico”.* P ero esta cuenca
sem ántica tan vasta, que baña literalm ente siete siglos de m entalidad
del O c c id e n te “ fáustico” y que el clero m antiene c o nstantem ente bajo
sospecha, ya que corre siem pre el riesgo de su m erg ir el m agisterio de
la Iglesia p o r m edio de las inspiraciones directas de los dissenters co m o
de las am biciones gibelinas, ve sin e m b arg o dos m o m en to s en don de
se va a manifestar, p or así decirlo, el gran día, en una “cuenca se m á n ­
tica” secundaria, ciertam ente, pero netam e n te especificada con res­
pec to al o cé an o paráclito-gibelino que definió su horizonte lejano.
Estas dos apariciones intensivas de una misma cuenca semántica
se sitúan, en líneas generales, la prim era: de la mitad del siglo XII al
c o m ie n z o del XV, y la segunda, de la m itad del siglo XVIII a los dos
p rim e ro s tercios del XIX. Señalam os estos dos m om en to s históricos,
y ello de m anera am pliam ente difundida en los estratos culturales del
siglo XIV y del com ienzo del siglo XIX, el filosofema -¡si no el teolo-
g e m a ! - de acento netam ente, y a veces explícitamente, paraclítico, a-
saber que la naturaleza es bella porque participa igualmente de la Bondad
divina, es el “Libro primero de la Creación ", consoladora y mensajera. D e s ­
de luego, este filosofema está explícito en la quinta fase de nuestra
cuenca semántica, la de! “a p rov echam iento filosófico” de las orillas
conceptuales e imaginarias y, en los casos precisos que nos interesan,
este “ap rovecha m ie nto ” filosófico será constituido en el siglo XIII po r
el ejemplarismo bu enaventuriano y a fin del siglo XVIII p o r la N a tu r­
philosophie.
S eñalem os que este acercam iento, a pesar de parecer insólito, no
es a prim i de ningún m o do fortuito; Stürmer, prerrom ánticos, luego
r o m á n t i c o s ,t u v ie r o n siem pre la intuición de que el arte y la sensibi­

8. Véase H. Mottu, La Manifestation de ¡'esprit selon Joachim de Fime, Delachaux, 1971 ;


también el artículo de E. Benz, en Eranos Jahrbuch, N° 25, 1956.
9. Véase M. Le Bris, Journal du Romantisme, Ginebra, Skira.
Ln noción de "cuerna sc?mint¡ca " 11

lidad “góticas” anticipaban a los de su época. Sin d e ten e rn o s en el


estilo “tro v a d o r” y en el encan tam ien to de la arqu itectura gótica que
va a obsesionar a to d o el rom anticism o, y esto todavía m u ch o después
de la ardiente llamarada de los p rim eros años del siglo, con la pasión
de u n V io llet-le-D u c, el re s ta u ra d o r-c re a d o r de las catedrales de
Amiens y Sens, de N o t r e - D a m e de París, de P ie rre fo nds y de C arcas­
sonne, n o tem o s ya, m uy precisam ente en W illiam Stukely, a partir
del siglo XVIII, el n acim iento de la famosa co m paración entre la c a te­
dral gótica y la naturaleza. D ela n te de la catedral de Gloucester, él
juzga que la inspiración de arq uitecto “ em ana de un send ero de á r b o ­
les”; P o p e sueña con plantar una catedral con forma de bosque de
álamos y G o e th e canta la catedral de E strasb u rg o com o un “árbol
m ajestuoso”. C u a n d o el siglo “tiene dos añ o s”, C h atea u b rian d , en su
tratado de rehabilitación del cristianism o (E l genio del cristianismo,
1802), especialm ente en el libro V'de la tercera p arte consagrada a las
“ bellas artes y literatura”, oficializa el acercam iento y la “A rm onía de
la religión cristiana con las escenas de la naturaleza y las pasiones del
corazón h u m a n o ”, y abre así la vía al “m ed iev alism o” de Agustín
T hierry , de M ichelet, de H u g o , de Vitet, de M é rim é e . Las famosas
páginas de L am e n n ais sobre la catedral derivan igualm ente en línea
directa de la “a rm o n ía ” señalada p o r el padre del rom anticism o fran­
cés. Esta vasta co rrien te que incluso reconoce fisonomía al arte, al
“tiem p o de las catedrales”, y al sen tim ie n to o a la obra de la naturale­
za, se lee aún en las lucubraciones de un F ulcanelli10 en el siglo XX,
derivando fantásticam ente “g ó tico ” de “g oético ”, es decir, mágico; el
argot -y a el de la corte de los m ila g ro s - o “a it go th ”, el lenguaje ce ­
rrado de los Argonautas, poseedores de los secretos de la C ólquida y
del arte de la naturaleza, “dialecto m ald ito ”, d esterrad o de la alta so ­
ciedad y reservado a los “granujas” o, d icho de o tro m odo, ¡a los “vi­
d en tes”*! F inalm ente, y de m o d o m ás p ertin e n te , el historiador del
arte Elie F a u re ,11 re to m a n d o la antigua co m p aración catedral-bos­
que, escribió: “E n la catedral francesa, en sus largas colum nas pálidas,
tiem blan los bosques de alburas y de abedules, los bosques claros y
aireados de la Picardía y de C h a m p a g n e ...”. Este parentesco experi­
m en tad o a lo largo de todo el siglo en tre la catedral gótica y la sensi­

10, Véase Fulcanelli, Le Mystère des cathédrales, París, 1926.


* En francés hay un juego de palabras entre “voyons” (granujas) y “voyentes“ (viden­
tes). [N. de la T.]
11. Véase É. Faure, Histoire de l'art, l ’art médiéval, Livre de Poche, 1975.
78 I n t r o d u c c i ó n 1λ la m ito d o lo g ía . M ito s y s o c ie d a d e s

bilidad rom án tica no es más que un s e n tim ie n to intuitivo, pero cuán


significativo, de esta sim ilitud de cuenca sem ántica que ahora vamos
a señalar, esperem os, con más precisión.
E n p rim e r lugar, in tere sé m o n o s p o r el “ejem p larism o ” francisca­
no e in te n te m o s delim itarle las seis fases.

1) Torrentes. C o m o tod o m ov im ien to de im portancia, el re splando r


franciscano n o nació to d o a rm a d o en U m b ría a fin del siglo XJI (1182,
nac im ien to de Francisco) y no se desarrolló en el corto cuarto del
siglo XIII que limita la vida pública del Poverello (m uerto en 1226). El
tie m p o de las catedrales com en z ó a partir de fines del siglo XI y la
“e florescencia” del arte nuevo, el “g ó tic o ”, preced e y acom paña el
n a c im ien to de Francisco de Asís. ¿ N o se ha escrito, en una fórmula
so b re co g ed o ra , que “la catedral italiana es Francisco de Asís”?12 Pero
al n o rte de E u ro p a , y especialm ente en tierra céltica, entre el Escalda
y el Sena, b ro ta espo n tán e am en te el “bo sq u e” de catedrales de pie­
dra: C h a rtre s , San Denis, p rim ero Sens, luego N o y o n (1150), Senlis
(1153), L a o n (1160), París (1163) y finalmente Bourges (1185). A paso
lento, m ientras el p eq u e ñ o Francisco crece en U m bría, toda la exu­
berancia naturalista con tenida d u ra n te un largo período p o r el asce­
tismo cisterciense resurge con u n a frondosidad más y más acelerada
en ese g ótico q ue se reconcilia, a m e n u d o sin saberlo, con el n a tu ra ­
lismo céltico. Enton ces, lentam en te, com o lo escribe Elie Faure, “el
suelo natal subió al corazón de las razas”.11 T o do lo que la victoria de
los cistercienses había rechazado del arte de Cluny, ese a p o rte n o r­
m a n d o y escandinavo, nu evam ente puede desarrollarse en tierra cél­
tica. D e la m ism a m anera que, co ntra San B ernardo, A belardo re to ­
ma p o r su cuenta la vieja “herejía” pelagiana que niega el pecado ori­
ginal m ientras que su discípulo A rnaldo de Brescia restaura la digni­
dad de los sentidos. A este to rre n te naturalista se van a agregar las
resurgencias del platonism o transm itido p or el p ensam iento oriental
que d escubren, a pesar de ellas, las cruzadas. El teólogo p rob a b le­
m e n te de o rigen sirio, llam ado el P seud o Dionisio, p ro n to c on fun di­
d o con San Denis, el p a tro n o de París, luego con un discípulo del
m ism o San Pablo, adquiere, gracias a Escoto Erígena, una autoridad
extraordinaria, instalando el platonism o del siglo XIII frente a la m a­

l í . Ibidem.
13. ídem , p. 239.
Ln noció11 de “cuenca semántica" 79

rea del aristotelism o im po rtad o p or las traducciones de Averroes... El


“gusto de la felicidad te rrestre”, 14 co m o lo escribe G eo rg es D uby, y la
em ancipación estética que lo acom paña, haciendo p e n e tr a r e n el arte
religioso tan co nstreñ ido p o r las prohibiciones cistercienses la belle­
za profana, la luz, los colores y las formas naturales que estallan en
rosetas, vitrales, capiteles y follajes “rebosantes de savia”,15 se instala
en el corazón de la sensibilidad religiosa. Se instala tam bién en los
municipios libres del norte: C am brai, Le M ans, N o y o n , Laon , Sens,
Amiens, Soissons, Reims, Beauvais, co m o se instala, ciertam en te de
otra m anera, en los condados de Italia, la exigencia de una religión
“más fraternal”, fuera del aislam iento rural y de la clausura aristocrá­
tica de la abadía cisterciense. “Allí do n d e nace el gran m unicipio, la
catedral aparece.”^’ P e ro ya vem os que esos to rrentes im petuosos sus­
citan oposiciones y controversias.

2) División de aguas. M u c h o antes de la aparición de los franciscanos,


la E dad M edia se desgarra, y se vivifica, p o r num erosas disputas. E m ­
pezando por aquella, referida a la sensibilidad, que acabam os de evo­
car en tanto to rre n te , y que o p o n e la eflorescencia nueva del gótico,
cuyos fastos despliega un M au ric e de Sully, obispo de París, en el
palacio episcopal, supervisando los trabajos de N o t r e - D a m e de París,
contra las austeridades del arte cisterciense que defiende todavía P ie ­
rre le C h an tre, nostálgico de las prim eras cabañas que albergaron a
los monjes blancos.17 Irresistiblem ente, la o rn a m e n tació n gótica re­
cubrirá al edificio religioso con sus eflorescencias, sus colores, en el
resplandor de las rosetas p rim e ro y luego, en el transcurso del siglo
XIV, en el brillo de la escultura. Es la lucha y el triunfo del naturalis­
mo, de la decoración vegetal, floral, a veces animal, contra la abstrac­
ción ascética de Cíteaux.
La disputa sobre todo, más profunda, en la que toda la E d a d M e ­
dia se vio envuelta, es la famosa “disputa de los universales” que vio
enfrentarse, en tre otros, a San B ernardo y Abelardo. Esta disputa se
va a re an ud ar cuando en el siglo ΧΠΙ los escritos de Aristóteles, por
m edio del canal de los árabes de España, vengan a consolidar las p o ­

14. G. Duby, Saint Bernard, l ’a it cistercien, París, Flammarion, 1979.


15. E. Faure, ob. cit., p. 267.
16. G. Duby, ob. cit., p. 178.
17. Idem, pp. 157 y 174.
80 IN T R O D U C C IO N A LA M ITODOLO GÍA. M IT O S Y SOCIEDADES

siciones “ co nceptu alistas”. Ahora bien, desde su nacim iento, la fra­


ternid ad franciscana, m end icante, nóm ada, u rba na y sin claustro, se
alinea in stintivam ente a la vez del lado de los que ubican al verdadero
m u n d o más allá del m u n d o - y abrazan el p la to n is m o - y del lado, lo
que viene a ser lo m ism o, de los que oto rg an sólo una im portancia
m u y secundaria a las arg um en tacion es del m u n d o , los nominalistas.
T am bién verem os co n stan te m e n te , en el transcurso de los siglos XIII
y XIV, profun dizarse la fosa entre los partidarios del p latonism o del
franciscano D u n s Scoto (los escotistas) y los do m in ico s alistados en
las filas aristotélicas de Santo Tomás. P ero a decir verdad, esta famo­
sa “d isp u ta” es una falsa disputa o al m enos una vana “división de
aguas”: los h e rm a n o s m endicantes enemigos, tan to p o r la vía peripa­
tética de los dom inicos co m o po r el cam ino nom inalista de los fran­
ciscanos, condu cen al p en sam ien to a reconsiderar la experimentación,
a sum ergirse n u evam ente en lo concreto. ¡Buen ejem plo de la preg-
nancia d o m in a n te de u n m ito respecto de las disputas y de las divisio­
nes ideológicas y partidarias!1S El gótico cobra toda su im portancia
sólo refo rzad o p o r la “ciencia” universitaria de la física de Aristóteles
y por el em p irism o franciscano de R o ger Bacon o de G u illerm o de
Occam ... E n una palabra, disputa más preg nan te, y de do n d e va a
salir la fraternidad, aquella que o p o n e la sociedad de orden , las es­
tructuras de la Iglesia del siglo XII, separando m uy n etam e n te a los
laicos y los clérigos, y sobre todo separando de m o d o todavía más
m arcado a los seglares y a los religiosos enclaustrados, a toda esa co­
piosa corriente, más o m en o s herética, de sectas, de grupúsculos, de
tendencias que no piden más consejo y protección a la Iglesia sino al
C risto solo, ya no más C risto histórico, sino “espíritu” sensible al
corazón. C átaros, valdenses, begardos, am auricianos, apostólicos de
Tanchelin d ’Anvers y de G e ra rd o Segare!Ii de P arm a, “n u evo s” de
Hadewijch d ’Anvers, sin co n tar todas las fraternidades que se reun i­
rán bajo el vocablo co m ú n de “H e rm a n o s del Espíritu L ib re ”, pulu­
lan a partir del fin del siglo XII. Todos se o p o n e n ta n to a la autoridad
eclesiástica - e n n o m b re del Espíritu Santo que ilumina y sopla “d o n ­
de q u ie re ”- co m o a las riquezas de la Iglesia y de la sociedad urbana
en pleno crecim iento que ella sostiene. N o es m u y difícil constatar de
qué lado se ubican la sensibilidad y la ética franciscanas: pobreza, re­
pugnancia a crear un “o r d e n ”, vida igualitaria en fraternidad, m an-

18. Véase G. Bosetti, Le mythe de l'enfance dans le roman contemporain italien, prefacio
de G. Durand, Grenoble, E LLU G , 1987.
Ln noción Je “cuenca smi/íntiai " 81

ten d rá n al gru po siem pre d e n tro de una cierta am bigüedad. Paradoja


de estas órdenes m endicantes nacidas de y d en tro de la ciudad, y que
cuestionan inm ediatam ente la riqueza y las facilidades urbanas... (¡pen­
sem os en el “separatism o” de los fraticelli, reconocidos sin e m b a rg o
p o r el papa Celestino V [1294], luego perseguidos p o r Ju an XII [1317]!;
¡pensemos en el decidido joaquinism o de u n o de los grandes “s a n to s ”
franciscanos: B ernardino de Siena!)
P o r lo tanto, la gran división de aguas que va a recibir la co rrien te
franciscana y que la conducirá m uy p ro n to , a partir de 1338, a la r u p ­
tura co n la Iglesia oficial es la afirmación intangible p o r m edio de la
cual protestará el general de la o rd e n M ichel de Césène: Radix om­
nium m alorum est cupiditas. L o s m endicantes, regulares o disidentes,
están deliberadam ente del lado de la pobreza. P ero tam bién están del
lado de Platón, del lado de los trabajadores manuales, del lado de los
campesinos, del lado de la naturaleza... ¡Paradoja, pues, que tam b ién
estos m endigos de las ciudades estén alineados en las jerarquías aris­
tocráticas de Platón y sean defensores de la naturaleza!

3) Confluencias. La fraternidad creada p o r G iam battista di B ern a rd o -


ne, el futuro San Francisco, no habría sido p ro bab lem en te más que
una secta “espiritual” en tre tantas otras si uno de los más grandes
papas de la Iglesia de R om a, In ocencio III, no hubiera to m a d o en
serio las palabras pronunciadas p o r el crucifijo de la iglesia San D a ­
m iano al futuro santo: “Francisco, ve, repara mi Iglesia que se cae en
ruinas...”. Lotario de Segni, quien iba a reinar sobre el tro n o de P e ­
d ro de 1198 a 1216, tenía enton ces cuarenta y siete años. H áb ía h e r e ­
dado una cristiandad desgarrada p o r las herejías pululantes, p o r las
luchas de los gibelinos y de los guelfos p or la sucesión del Im perio,
p or las provocaciones ν las desobediencias abiertas del rey de F r a n ­
cia, Felipe Augusto, luego del de Inglaterra, Juan sin Tierra. Si bien,
supuesto autor de dos de los más herm osos him nos de la liturgia, el
Stabat M ater y el Veni creator (n o tem o s al pasar que se trata de un
h im n o a la Virgen terre n a m e n te sufriente y de un h im n o al E spíritu
Santo), Inocencio III fue en principio u n político decidido y hábil y
cu ando reconoció en Francisco al “p o b re destinado a sostener a la
Iglesia” es que con fines políticos veía en Francisco de Asís - c o m o
tam bién en D o m in g o de O s m a - los contrafuegos que, por m edio de
nuevas acritudes (pobreza y predicación, para los ém ulos del d o m in i­
co; pobreza y caridad, para los de Francisco), perm itían c o n te n e r la
marea de herejías y de sectas. P aralelam ente, el Papa desataba, con el
apoyo de los cistercienses, luego del asesinato de un o de los suyos, el
82 I n t r o d u c c i ó n λ ι.λ . m i t o d o l o g í a . M i t o s y so c ie d a d e s

legado pontificio de P ie rre de C astelnau, la cn izada contra los albi-


genses, p o n ien d o de rodillas finalm ente al conde de Toulouse, Rai­
m u n d o VI, excomulgado, co m o había puesto de rodillas al rebeld e rey
de Francia Felipe A ugusto luego de haber “p ro h ib id o ” su reinado,
c o m o había qu eb rad o la voluntad de h ierro del rey de Inglaterra Juan
sin T ierra, co m o había decidido el asalto a C on sta ntin opla en 1204 y
m o m e n tá n e a m e n te reunificado a la Iglesia de O r ie n te y la de R om a,
c o m o había depuesto a su antiguo protegido, el e m p erad o r g erm á n i­
co O tó n ... Inocencio III tuvo pues la genial intuición de que para “re­
p a ra r” la Iglesia necesitaba, no una milicia aristocrática de contem pla­
tivos, sino de religiosos activos, disponibles, liberados de las limitacio­
nes de la clausura y de las cargas seculares a la vez, trabajando muy
cerca de un pueblo cristiano que se encontraba agitado p or tantas n ue­
vas aspiraciones. Todavía es necesario señalar, en tre estas confluencias,
la del Poverello con su compatriota Clara Favarone di Offreduccio di
B ernardino, ¿la futura santa Clara? Es ella quien fue la heredera y la
defensora - a n te papas m enos comprensivos que Inocencio ΠΙ, com o
G re g o rio L \ - del espíritu franciscano. D ura n te los veintisiete años que
la santa sobrevivió a Francisco (1226), contem poránea de A ntonio de
Padua (1231) y de Tomás de C elano (1260), duplica así los aproxim a­
dam en te veinte años de vida santa de su padre espiritual.
D e esta m anera constatam os que una “c onfluencia” a la acción y al
pensa m ie nto legendarios de todo personaje fund a d or de un m ito de
civilización es necesaria para la em ergencia social e histórica. ¿Q ué
sería W a g n e r sin Luis II de Baviera? ¿Racine sin Luis XIV? ¿Francisco
sin el p o deroso Inocencio III?

4) En nombre del río. Todas esas corrientes esparcidas que irrigan la


p rim era floración gótica del naciente siglo XIII, todas esas opciones
éticas y estéticas que presiden a la “c onversión” del santo p o r el solo
“negocio espiritual”, todas esas confluencias repentinas se e n c u e n ­
tran confirmadas p or el curso m ajestuoso de la leyenda del Poverello.
“ L ey e n d a” escrita desde la desaparición del santo p o r Tom ás de C e-
laño (1260), H e n ri d ’Avranches (1232-1234), el “h e r m a n o ” Elias de
Asís, el amigo y sucesor de Francisco (1254), y finalm ente p o r el pres­
tigioso Buenaventura (1274).19

19. Para la enorme bibliografía concerniente a Francisco de Asís, véase Dictionnaire


de spiritualité, coll. 1268-1269, Beaiichesne, 1964.
Lu noción ile "cuenca sannntica'' 83

N o se trata aquí de resum ir todas las tases de esta leyenda m aravi­


llosa en do n d e la iconografía va a rivalizar, y a m e n u d o en los edificios
franciscanos “eclipsar”, la iconografía del mismo Cristo: despojamiento
de ropas de com ercian te rico, casam iento con la D a m a Pobreza, sue­
ño de Inocencio til, caza de d em on io s de Arezzo, paz con el lobo de
G u b b io , ordalías ante el Sudán de Egipto, estigmas aparecidos en el
serafín de Alverne, pesebre viviente de Greccio, etc. Pero, para n ues­
tro propósito, n o tem o s en p rim e r lugar que Francisco, hijo de un
rico com erciante, c o n tra riam en te a D o m in ico el diácono, a B ernardo
el hidalgüelo, recibió una educación m undana: hablaba francés c o ­
rrectam ente y cantaba en esa lengua, leyó a los trovadores y a los
escritos cortesanos. Su espiritualidad no será la de un intelectual sino,
com o lo dice M e lc h o r de Pobladura, la de un “a d o rad o r lírico” de la
Trinidad.
C iertam en te, existe un lirismo bernard ino , p ero pleno de severi­
dad y de conquista, m ientras que en Francisco “ la adoración lírica
tiene su carácter p ro p io ”, que es “magnificar la bo nd ad suprem a, la
liberalidad, la cortesía con la cual D ios com unica sus bienes a to d o s ”.
La adoración no es más que la dilección, la glorificación de “Aquel
que está p or encim a de to d o ”, co m o lo dice la Regla (I., cap. 23). Es
verd aderam ente “cántico en do n d e participa la creación en una exul­
tación universal, suave, amable, deleitable y deseable”.20
C iertam ente, la familia franciscana no se quedará atrás de las g ra n ­
des órd enes conquistadoras exaltadas p or San Bernardo. El joaqui-
nismo, al que toda la fraternidad más o m enos va a adoptar, impulsa la
instauración del quin to Im p erio y del “Papa angélico”. Tam bién esta­
rán presentes los franciscanos en todas las conquistas del m u n d o de
los siglos x rv y XV. P ero no nos equivoquem os: si todavía es re c o n ­
quista contra el infiel, es sobre todo voluntad misionaría y caritativa
de llevar al infiel a la fidelidad paraclítica del Im p erio universal. M i e n ­
tras que B ernardo -se g ú n G eo rg es D u b y 21 sigue siendo ese “c o m b a ­
tiente duro, todo b ro tad o de colmillos y de vehemencia, h o m b re de
hazañas, de proeza en las luchas contra Satán, contra tod o lo que se le
resiste...”, Francisco, m uy po r el contrario, “haciendo entrar al espí­
ritu h u m a n o en la naturaleza”, reestablece la dulzura de la C reación,
puesto que “es p o r reacción que nació la d ulzura”.22

20. Dictionnaire de spiritualité, t. XXVII-XXVUI, p. 1295.


2 1. Véase G. Duby, ob. cit., p. 82.
22. É. Faure, ob. cit. p. 333.
84 I n t r o d u c c i ó n a la m i t o d o l o g í a . M i t o s y s o c i e d a d e s

Suplicio de los templarios 1314 1316 Juan XXII papa

1322 Capítulo
de Pérouse

\ \ 1334td e
Juan XXII

1345 Palacio
de los Papas
1242 1 de Clara
/ / I
1150 El tiempo de las catedrales

1 1 5 3 fd e S / 1254 t de F. Elie
San gemardo^i # * /

Tomás de Celano

Cuenca semántica del mito franciscano y “trend”secular

Este Im p e rio es anunciado por toda la Creación: tal es el sentido


de los Fioretti, de ese naturalism o sentim ental que ilustran las p redi­
caciones a los pájaros - o a los peces de San A n to n io -, el cántico al sol,
el diálogo con el lobo de G ub bio . Es ahí don d e se efectúa la separa­
ción del siglo XII d e Cíteaux ren u n cian d o “a esta pedagogía del p u e ­
blo cristiano p o r la palabra, p o r la im agen, po r los juegos paralitúrgi-
cos...”.2! El m onasterio cisterciense huye del m u n d o entre zarzales y
breñas im penetrables. “T om ó cu erpo en el seno de esta envoltura
cubierta de maleza esa envoltura en m arañada, [...) no siendo - c o m o
lo dice B e rn a rd o - el oficio del m onje el de enseñar sino el de llo­
r a r”.24 P o r el contrario, el siglo de Francisco, el siglo irrigado por

23. G . Duby, oh. cit., p. 75.


24. ídem , p. 103.
Ln iloción de "cuenca semántica"

esos alegres m endicantes, es el de las catedrales que flamean en la


ciudad episcopal, re co rd a n d o la eflorescencia de la C reación de Dios.
Sin em b argo se debe profundizar aun más en el retrato del trova­
d o r de Alverne. A m e n u d o se ha dicho que la intensidad de su leyenda
y el entusiasm o de esta o rd e n que, veinte años después de la m u erte
de su fundador, cubría literalm ente E u ro p a con doce mil conventos,
treinta provincias, treinta mil religiosos sin co n tar a los miles de ter­
ciarios n o conventuales, hacían de Francisco un “s eg und o C ris to ”.
Afirmación in o c e n te m e n te sacrilega y falsa: F rancisco es más bien
- e n la efervescencia jo aq u in ista - el “o tro co n so lad o r”. D e m anera
continua, desde San B uenaventura hasta el papa L e ó n X (bula Ite eí
vos in vincam de 1517) pasando p o r el franciscano P e d r o J u an de O li­
va, p or San B ern a rd in o de Siena, Francisco es asim ilado al ángel ap o­
calíptico del “sexto sello” (Apocalipsis, III, 7-8). B uenaventura es de
los más explícitos: “N u e s tr o m uy Santo P adre F rancisco fue el p ri­
m ero y principal fundador, iniciador y m od elo del sexto estado y de
su regla evangélica”. B uenaventura incluso se preg u n ta (y en su In
Hexaemeron, co m en ta D e L u bac,2' “ B uenaventura se expresa al res­
pecto de m o d o singu larm ente vacilante”) si Francisco n o sería el fun ­
d ado r de la “o rd e n de los serafm os”, expresión que confirm arán G e r-
son y D a n te , quienes la aplican, esta vez, al m ism o Buenaventura. La
irresistible “fratern id ad ” franciscana ¿sería pues esta orden angélica
prom etida, viniendo Francisco a la T ie rra al final del sexto tiem po así
com o el C risto venía a prom eter, al final del sexto tie m p o hebraico, la
venida del “o tro co n so lad o r”? Asimismo, la visión célebre de F ra n ­
cisco ¿no se le aparece llevada p o r un serafín? La fecha fatídica de
1260, profetizada p o r los joaquinistas c o m o el co m ien zo de la “terce­
ra e d a d ”, es in m inente. Francisco, co m o el E spíritu Santo, ¿no es el
m aestro del fuego delante del Sudán de Egipto, del agua así co m o
M oisés, del aire cuyo “lenguaje de los pájaros” conoce? F inalm ente,
fundador del “tercer o r d e n ”, ¿no p erm ite cum plirse la profecía joa­
quinista, autorizando a to d o laico -célibe o ca sad o - a entrar en el
m onaquism o? Se debe dar sin duda tod o su vigor y to d o su sentido a
esta creación revolucionaria: con eso, Francisco corta netam e n te con
las herejías, que en su mayoría con denan el casam iento, pero al m is­
m o tiem po p erm ite el advenim iento esperado del “tiem po de los li­
rios”, que es el tiem p o de los monjes.

25. H . de Lubac, ob. cit., I, p. 131.


86 I n t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g í a .M i t o s v s o c i i .d a d ts

Esta presencia paraclítica de la predicación y del ejem plo de F ra n ­


cisco c o n su m ará literalm ente al élan del naturalism o gótico. P asem os
rá p id a m e n te p o r el vivificante im pulso que dan los “ejercicios espiri­
tuales” y p o p ulares franciscanos a las representaciones teatrales tan
proscriptas - e n la tradición de los P a d r e s - p o r el ascetismo bernar-
diano.-7'1Los franciscanos llevan a la escena la Pasión de C risto inv en­
tan d o el vía crucis, p ero sobre to d o organizarán el espacio escénico
de los m ilagros y de los misterios. Así com o lo escribe E m ile M âle,
“es el espíritu franciscano el que vivificó el dram a de la E d ad M e ­
dia”.27 Vía crucis, escenas de la colocación en la tum ba en su v erd ad e­
ra dim en sió n , pesebres, “ m isterios” y, finalmente, esos S n a v M onte -
e n tre los cuales se halla en O rta, en el P iem o nte, un h erm o so ejem ­
p l o - que despliegan en veintiuna capillas, v en su verdadera d im e n ­
sión, las peripecias de la vida de Francisco. Existe una iconofilia fran­
ciscana fund am ental, y la filosofía de San Buenaventura es una de las
raras de E u ro p a en h aber atribuido, antes del rom anticism o, la parte
real a la im agen. P e ro lo que im porta, sobre todo, es que se le debe al
im p acto franciscano el nacim iento de la pintura europea “m o d e rn a ”.
Vinculados a la basílica de Asís están los n o m b res de Juan C im abue,
de P ie tro L orenzetti, de Jacques Turridi, de Sim one M artini, y p or
sobre to d o de G io tto. “Francisco o to rg ó a Italia el am o r p o r las for­
m as”, escribe Elie Faure. A greguem os junto a R ené H uyghe: “Es este
naturalism o franciscano el que restituye a los países del norte del Loire
el am o r p o r las m aterias”.28
P u esto que es, repitámoslo, en tierra gótica sin duda en don de la
espiritualidad del “p eq u e ñ o F ran cisco” brindará toda su m edida esté­
tica. C ie rta m e n te , la Italia de G io tto libera la forma de la sujeción
bizantina, pero el no rte de los h erm a n o s L im b o u rg y de los h e r m a ­
nos Van E y ck elevará los “vestigios” de la materia al rango plenario
de C reació n. Sin lugar a dudas, co m o lo m ostró R ené H uy ghe, tam -
bién h u b o razones político-económ icas para ello. P ero ésas están in­
disolublem ente ligadas a las razones étnico-culturales del zócalo cél­
tico y al colo r m u y carnal que tom a la herejía bajo el encantam ien to
de los cielos de la Picardía. Puesto que, m irándo lo de cerca, la herejía

26. Véase G. Batelli, L'lspirazione franccscana nelln vita, nelln Ictw atura, nell' arte,
Asís, 1922.
27. E. Mâle, ¡.'Art religieux île le fin du Moyen Age en France, Paris, 1931.
28. E. Faure, ob. cit., p. 348; R. Huyghe, L'An et l'Aine, Paris, Flammarion, I960.
Ln noción tie "¡nena/ semántica" 87

puritana de los cataros del M ed iod ía n o tiene más que un p arentesco


superficial con los begardos y los H e rm a n o s de Espíritu L ib re vesti­
dos “de pordio seros o de reyes”. Espíritu más que doctrina, la sensi­
bilidad franciscana, en el en c u e n tro con el hu m an ism o abstracto dei
arte cisterciense, reforzará la co rrien te naturalista que había iniciado
el p rim e r gótico. Es el clan de la S ainte-C hapeile de París co m o el de
la D ivina Comedia del terciario de D a n te Alighieri. Eflorescencia del
vitral y de sus o rnam e n tacio n es vegetales, de las estam pas ilum in a­
das; más tarde, de la tapicería que, a fines del siglo XV, dará el florile­
gio flam enco y picardo de los lirios de “m il-flores”. ¿ N o es además
extrañam ente em ocionante que el célebre tapiz de la Caza al unicor­
nio, conservado en N ueva York en el m useo de los Cloisters, haga
figurar en el ce n tro de su paño central, La muerte del unicornio, en tre
las “m il-flores” y los pájaros, el m o n o g ram a “A .E.” de Ana de B reta­
ña, ceñido del co rd ó n franciscano? Insensiblem ente, la decoración
natural y luego el paisaje se infiltran en el stilnuovo de pintar.2'; Son
testigos de ello, a fines del siglo XIV y a com ienzos del XV, la dec o ra­
ción de la cámara del guardarropa de C le m e n te VI, en el Palacio de
los Papas de Avignon (1343), consagrada ú n icam ente a figurar un
paradisíaco jardín con flores, frondosidades y frutas. C o m o los fres­
cos de A m brogio L orenzetti, en Siena, Los efectos del buen y del m al
gobierno, en donde, m uch o antes de Van Eyck, el paisaje hace su plena
entrada en la sensibilidad pictórica y finalmente, y sobre todo, en
1416, la aparición ejem plar del paisaje “o b lig ado ” -si po d em o s decir­
l o - en las pinturas de temática religiosa, en las famosas Horas m uy
ricas..., de los h erm an os L im bourg. Se debe insistir u n poco sobre
esta obra, de la cual no se conoce a m e n u d o más que el fam oso - y
ad m ira b le - calendario. Es que va a fijar, p o r dos siglos al m enos, la
intrusión y el aco m p a ñ am ien to del paisaje en las secuencias m ayores
de los libros santos: Anunciación, Natividad, Descanso en Egipto,
Victoria de David (donde el paisaje azulado ya anuncia a Patinir),
Invención de la cruz, bautism o de Cristo, n o c tu rn o m isterioso del
arresto de Jesús, crepúsculo estriado de la misa en la tum ba, y final­
m ente paisaje rural -¡el cual espera a Bruegei el A n c ian o!- de Ja cana-
nea. P u esto que si esa “cuenca sem ántica” toma toda su consistencia
figurativa en la pintura y el grafismo del n orte, in d iso lublem en te

29. VéaseJ. Dupont v C. Gnudi, La Peinture gothique, Ginebra, Skira, 1953; G. D u­


rand, Beaux-Arts et Archétypes.
88 In t r o d u c c ió n λ i .a .v i i t o d o l o g í a . M i t o s y s o c i i - d a d f .s

m otivado, en el m ism o m ovim iento, por el clima étn ico “céltico”,


por el desarrollo de las ciudades burguesas y por la espiritualidad nueva
cuya más clara expresión es el franciscanismo, hay que co n statar un
fe n ó m e n o de supervivencia tenaz de tal pintura que se m an ten d rá a
pesar de la irrupción hum anista italiana hasta el siglo X V I con Patinir,
M etsys o M e m lin g .'0
En to d o este nuevo re surgim ie nto artístico se manifiesta clara­
m en te una nueva visión del m u n d o para la cual la leyenda de San
Francisco y el espíritu franciscano no co ntrib uy ero n poco. La n a tu ­
raleza es una gracia perm a n en te; el G ra n C on suelo divino p ro m etid o
no sólo es “sensible al c o ra z ó n ” en el sentim entalism o franciscano
sino que, si así p odem o s decirlo, tam bién es sensible al ojo. Y d eb e­
m os concluir con esta profesión de fe de G io tto , el p in to r de Asís:
“T odos nu estro s deseos y todos n uestros sueños, to d o lo que es divi­
no en nosotros... nos viene de nuestro e n c u en tro con la forma... de
los sitios am ables y rigurosos en m edio de los cuales hem os vivido”.

5) Aprovechamiento de las orillas. Si el espíritu franciscano consum aba


esp lén did am ente el siglo gótico, tam bién debía consum arse en una
profunda y brillante filosofía. N o sin modificaciones insensibles de
estructura: estas “fratern idades” se convertían en una “o r d e n ”, p o r la
voluntad de Ju an XXIII; estas com unidades nóm adas y m endicantes,
que respetaban poco las querellas intelectuales, iban a asentarse en
las universidades. El aliento franciscano se desplaza al norte, en el
sitio etno cultural natural del estilo gótico en d o n d e G io tto ya habría
p odido consolidar su in sp iració n .'1 N o r t e del “ milagro francés” de
fines del siglo XII, p ero tam bién de esta “ reserva” espiritual que c o ns­
tituyen las islas británicas. Alexandre de Halés, Fons Vitae, el m aestro
de B uenaventura, es oxfordiano, al igual que R o g er Bacon, Doctor
M irabilis (1214-1294), Ju an D u ns Scoto, Doctor Subtilis, luego G u i­
llerm o de Occam ... N o olvidem os tam p oco que antes de la ruptura
de la ord en con el papado en el siglo xrv, Bacon es el am igo de C le­
m en te IV y San Buenaventura, el de G re g o rio X.
P ero es a través del más prestigioso de los universitarios francisca­
nos, San Buenaventura, el doctor scraphicus, co m o la filosofía francis-

30. Véase M. P o n sy A . Barret, Patinir ou l'bnnnonie du monde, París, Laffont, 1980,


p. 50; Λ. Lothe, Traité du paysage, Floury, 1941.
31. Véase E. Fauré, ob. cit., pp. 357 y 363.
¡j! noción de "atenea semántica "

cana podrá desplegarse. San B uenaventura, cuya doctrina del “ejem -


p larism o” se funda, según el título de u n o de sus tratados, sobre un
Itinerario del Espíritu hacia Dios, p ero que descansa en sus bases sobre
esos “a lrededores del R einado de D io s ” que significan la naturaleza:
“El m u n d o no tiene otra razón que la de hacernos p rob ar las p rim i­
cias de la Beatitud final”. ¿N o es ése, traducido p o r u n filósofo, el
sen tim ie n to que se experim enta ante esta pintura “g ótica” - d e la que
P a tin ir será el últim o re p re s e n ta n te - que entraña este llamado a las
lejanías y es una lección óptica de reminiscencia? La C reación n o está
acabada, está siem pre animada p o r Dios. Es un “ libro vasto en d o n d e
leem os la firma del C re a d o r”. ¡El ejem plarism o es, tam bién él, un
Veni Creator Spiritus! Es el co m en ta rio filosófico del cántico n a tu r a ­
lista franciscano: “Toda criatura es palabra del S e ñ o r”. D ic h o de o tro
m odo, Dios es la causa paradigm ática de toda criatura existente. D e
hecho existen tres grados jerárquicos de esta ejem plaridad o “c o o p e ­
ra ció n ” de Dios.'-' E n el más lejano, D ios coopera con toda criatura
- q u e es su vestigio- bajo la forma del principio que lleva al ser. L u e g o
la criatura puede ser imagen de Dios, siendo este últim o el principio
m o to r de toda creación. F inalm ente en el cénit reside la semejanza de
toda obra m eritoria, aceptada, asimilada p o r Dios. Este “itin e ra rio ”
no es o tro que el proceso platónico y dionisiano de la deificatio.
P e ro ¿quién no siente que este “itin e ra rio ”, que no co ncierne en el
fon do más q u e a la lectura del espíritu h u m a n o d e n tro del gran libro
del m u n d o , tom a, muy a pesar de sí sin duda, cierto aire herético? El
p adre D e Lubac, in co m o d ad o ," con referencia a Buenaventura, h a ­
bla de u n a “asunción” ortodoxa del joaquinismo. Sea co m o fuere, es
innegable que los más ardientes p rop ag ado res del joaquinism o fue­
ro n sin duda franciscanos: G e ra rd o de San D o n n in o , Salimbene, B er­
nard Délicieux, Pierre Jean d ’Olive... Y más tarde el d o cto r invenci­
ble G u ille rm o de Occam , quien impulsará deliberadam ente al g e n e ­
ral de la o rd e n Michel d e Césène, en el cabildo general de P éro u se
(1322), a destituir al papa J uan XXII y a refugiarse en la corte de Luis
de Baviera, luego a hacer elegir c o m o papa un fraticello, Renalucci de

32. N o podem os evitar acercar el ejemplarismo buenaventuriano al ttn vildel islam


de las luces. N o s podemos preguntar también si no existió una influencia de la
Cabala naciente -e n particular de la doctrina de los seftrot- sobre el sistema buena­
venturiano.
33. Véase H. de Lubac, ob. cit., 1, p. 142.
90 In t r o d u c c ió n λ la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

C o rb iè re s (N icolás V)... Sin em bargo, con esta seria crisis, las sabias
orillas del ejem plarism o bu enav en tu rian o están ya desbordadas por
el n o m in alism o de O c cam y la o rd e n - a través de m uchas convulsio­
nes, re fo rm as y traspasos de m a n o - se encam ina hacia un delta que
desem b oca en el océano dél R enacim iento. E x am in arem o s más ta r­
de el a g o ta m ie n to de esta cuenca sem ántica.
E s tu d ie m o s ahora su re s u rg e n d a en el siglo XVIII, to m a n d o no
o b s ta n te una precaución necesaria: la Iglesia de C le m e n te IV no es
más la de Inocencio III; el estallido de la cristiandad po r la R eforma
no ubica más a la “cuenca sem ántica” en el m ism o relieve de acogida.
D ig am o s, para simplificar nuestro objetivo, que el paraclitismo, libe­
ra d o p arcialm ente del m agisterio de la Iglesia, será de alguna m anera
más “exagerado ”. Ahí recono cem o s una constatación ya hecha por
Sheldrake: existe u n ah o n d a m ie n to , p o r sus mismas redundancias, de
toda “c r e o d a ”. Faltaría preguntarse, en el d o m in io de la inform ación
cultural, si el a h o n d a m ie n to es entró p ic o o, po r el contrario, está si­
tu ad o en las perspectivas de una depuración semántica que cond uci­
ría a la negeritropía.

1) Torrentes. M u c h o antes de la m itad del siglo XVIII, y a pesar - p e r o


no siem pre en c o n t r a - de la hegem o nía de las L uces heredadas del
ideal clásico, múltiples corrientes tom an la misma orientación, lo que
en Alem ania se llamó el Sturm, u n d Drang; o todavía lo que algunos
llam aron en Francia, a falta de algo mejor, el “p re rro m a n tic is m o ”.··1
N o se necesita insistir aquí dem asiado sobre los célebres m o v im ie n ­
tos cuyo rep resentante más ejem plar filosóficamente será Jean-Jac-
ques Rousseau, suizo em igrado en Francia. Se podría decir que la
fecha de nacim iento de este rom anticism o precursor, de este cam bio
de filosofía co m o de sensibilidad, es sin duda ese 1750 que ve a la
Academia de D ijon co ro n ar la respuesta pesimista de Rousseau a la
pregun ta “ ¿Si el progreso de las ciencias y de las letras contrib uyó a
c o rro m p e r o a depurar las costu m b res?”. Pero Rousseau sintetiza ya
m uchas corrientes dispersas, c o m o el “sen tim entalism o ” inglés y el
francés. A partir de 1719, el abate D u b o s privilegiaba un sexto senti­
do, corazón o sentim iento, que daba acceso a una suerte de valor ab­
soluto estético. L os ingleses Joseph Addison, H u tch e so n , E d m u n d

34. Véase A. M onglond, ob. cit.


La noción de “enema semántica ”

Burke, luego H o m e y p o r supuesto W illiam Blake’5 m anifiestan la


infalibilidad del gusto. T odos encuen tran que, sin que haya sin e m b ar­
go, así parece, difusión directa, lo que V. B asch’6 en su adm irable
estudio llama “el depósito alem án”, y n o ta b lem en te L eibniz que re­
toma una antig-ua tradición alemana, contra Descartes, la idea de una
arm onía natural acabada, no mecánica, y que escribe: “La naturaleza
está hecha para nosotros y nosotros estam os h echo s para la n atura le­
za... la naturaleza es tam bién n o so tro s”.·' Reaparece en M en delssoh n
y en Sulzer (1757) e incluso en W in ck e lm a n n la afirmación bien pla­
tónica de que existe, en tre “el cono cer y el dese ar”, una facultad espe­
cífica: la de asentir, de aprobar, de sentir, de la cual K a n t se acordará
en su concepto de “esquematism o trascendental”.’8T odo el siglo XVIII,
y especialm ente su segunda parte, “fluye” entonces literalm ente h a ­
cia lo que será el rom anticism o. P e ro ¿podem os decir que un “g ó ti­
co ” arquitectural, pictórico, gráfico, precedió, c o m o en el siglo XIII, a
la nueva revolución filosófica?
C o m o lo había presentido Spengler, la sensibilidad del siguiente
siglo, hacia los años 1770-1790, está m u ch o m en o s anunciada p or la
arquitectura que p o r la música. S obre la arquitectura se va a sentir la
pesada carga del neoclasicismo,’9 y más que las tímidas y en c an tad o ­
ras em ancipaciones del estilo rococó de la Regencia y de Luis XV, es
la música la catedral del siglo del S tu rm und Drang. Paradójica cate­
dral deísta de un “G ra n A rq uitecto del U n iv erso ”, que es ante todo
-¡arm o n ías de la naturaleza o b lig an !- músico. Ya no es más la férula
de Inocencio III la que rige la sensibilidad y los espíritus en el siglo de
Voltaire sino el cristianismo vago y “trasc en d en te” (com o lo llamará
M aistre) que se elabora en las logias masónicas nacidas hacia 1717-
1720. Esta vez el padre D e Lubac no tiene n in g ú n escrúpulo en alis­
tar bajo las filas joaquinistas tanto a S w edenborg, Lessing o H e rd e r

35. Véase K. Raine, L'Imagination créatrice de William Blake, Paris, Berg Internatio­
nal, 1983; D. Chauvin, L'Œuvre de IV Blake, apocalypse et transfiguration, Grenoble,
ELLUG, 1992.
36. Véase V. Basch, ob. cit.
37. Véase E. Benz, Les Sources mystiques de la philosophie romantique allemande, Paris,
Vrin, 1968.
38. Véase J.-L. Vieillard-Baron, Platon et l'idéalisme allemand 1ΊΊ0-1830, Beauches-
ne, 1979.
39. Véase G. Durand, “La ronianonianie: de la ratio studiorum à N apoléon Bonapar­
te”, en J. Thom as (dir.), L’Imaginaire des Latins, PU, Perpignan, 1982.
92 In t r o d u c c ió n λ la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

La Nueva Eloísa
El contrato social
Werther
Las confesiones
Crítica de la razón pura
Don Juan
La flauta mágica
primer Fausto
Ideas para una filosofía de la
naturaleza
TORRENTES
Discurso sobre la religión
Lucinda
DIVISIÓN DE Athenaeum
Genio del cristianismo
Fidelio
René
1807 Discurso a la Nación alemana
CONFLUENCI
Rom anticism o Fenomenología del espíritu
1813 Sobre Alemania
1 1818 El mundo como voluntad y como
1815 representación
NOMBRE DEL 1821 El Freischutz
1827 Cromwell, t de Beethoven
1828 t de F. Schubert
ORILLAS
1830 Hemani
Curso de filosofía positiva
1831 Rojo y negro
Oberon
DELTAS 1838 Ruy Blas
1860 1839 La cartuja de Parma
1842 Rienzi
1843 El buque fantasma
D eca­ 1851 Rígoietto
dentism o 1857 Las flores dei mal
Madame Bovary
1862 Saíambó
1915 \ Los miserables

Fases de una cuencr ewávtica


Ln noción de "atenea seintintten '' 9,i

co m o a M aistre o Ballanche.4(l C iertam en te, el siglo XVHI es tam bién


el siglo de F rago nard, de B oucher y de W atteau. P e ro es, p or sobre
todo, la época de H a y d n , de G lu ck y de M ozart. Bach m u rió en 1750.
Si la ruptura del invasor ideal clásico ya no p uede hacerse p o r la ar-
ijuitectura que consagra E u ro p a al triunfo francés, se hace a la vez, no
obstante, contra el clasicismo de Rousseau y contra el bel canto formal
italiano. El “nuevo g ó tic o ” no es más francés, su inspiración prim era
- a pesar de la mitología o sianesca- no es más céltica, sino n etam ente
germ ánica y anglosajona. El fin de siglo ve consum arse una m utación
musical en la que, detrás del hum anism o de la ópera todavía triu nfan­
te, em ergen otras preocupaciones, otras intenciones que llevan al n a­
cim iento de la música “p u r a ”. O, más exactam ente, de una música
que, incluso en la ópera de G lu ck (1774-1779) o de M o za rt, cada vez
otorga más lugar a la exaltación de los sentim ientos y al sentim iento
de la naturaleza. La confluencia de estos to rre n te s estéticos estará
marcada en 1798 y en 1801 p or los dos magistrales o rato rio s de H a ­
ydn La creación del mundo y Las estaciones. P ero esto ya nos hace tocar
el fondo de esos to rre n te s intensos, las querellas que signan la “divi­
sión de aguas”.

2) División de aguas. Se puede decir sin exageración que ese siglo, que
nace con el an tih u m an ism o de Jean-Jacques Rousseau y se cierra en
una de las más grandes confrontaciones civiles y militares que haya
conocido E u rop a, está bajo el signo de las querellas. Y en principio de
aquella que va a dividir, d u ra n te un buen siglo, las sensibilidades e n ­
tre el neoclasicismo de los “filistinos” y el chaleco rojo rom ántico.
C uriosa querella que a m e n u d o no va de la m an o de la separación
revolucionaria: m uchos “chalecos rojos” serán los defensores de la
Restauración y de las m onarquías; m uchos neoclásicos, e n tre los cua­
les está Louis David p o r supuesto, serán partidarios de la Revolución.
Es aún la inextinguible querella del rousseauismo contra el espíritu
de la Enciclopedia. F re n te a los 36 volúm enes de la Enciclopedia que,
desde 1751 a 1780, escanden el siglo, están, desde 1750 a 1778, las
novelas, los manifiestos, los tratados de Rousseau. C o m o tam bién es
a Rousseau a quien vem os c o m p ro m e tid o -¡cu rio sam en te en sentido
c o n tra rio !- en otra m em o rab le querella, esta vez musical, la que o p o ­
ne a los “bufones” y la música italiana a la tradición francesa. Q u e re -

4 0 . Véase H. de Lubac, ob. cit., II, p. 245.


94 In t r o d u c c ió n a la m it o d o l o g í a . M it o s y s o c ie d a d e s

lia que resu rg ió entre 1777 y 1780: el italiano N iccoló Piccinni, apo­
yado p o r la P o m p a d o u r y po r J e a n -F ran ço is M a r m o n te l, contra el
alem án C h ris to p h e G luck, am p arado por su antigua alum na M aría
A n to n ieta.41 C ie rta m e n te , en estas querellas, las cartas ideológicas y
estéticas n o siem pre se distribuyen a los m ism os antagonistas: es, una
vez más, la prueba de que la m agnitud de la disputa va m u ch o más allá
de tal o cual c o m p ro m iso de susceptibilidad privada... Q uerella que
aún escinde la nueva Iglesia masónica en dos partes poco réductibles,
y cuya consagración es el famoso co n v e n to de W ilh elm sbad en 1782.
Q uerella p e rm a n e n te co m o la de los “salones”, que desposan a todas
las querellas del siglo, con sus h erm anas enem igas que son M ad a m e
du D e ffand y M adem oiselle de Lespinasse. F in alm en te la querella
económ ica de los fisiócratas contra los industriales, y p ro n to - q u e r e ­
lla im placable y m o r t a l - de los giro ndinos contra los M ontañeses, de
R o bespierre contra D a n to n ...

3) Confluencias. Si es bastante fácil de establecer la línea divisoria e n ­


tre las ideas y una sensibilidad nuevas y el “a ntiguo r é g im e n ” filosófi­
co, los otros problem as - y n o tab lem en te los de las confluencias so-
cio políticas- son más com plicados que en el siglo XIII. Es que no sólo
no hay m ás cristiandad para con fo rm ar a la ortodoxia de las o p in io­
nes, sino q ue ya no existe ni siquiera E uropa. A pesar de la In te r n a ­
cional de las Luces, la anglom anía adm iradora de la Revolución in ­
glesa y el aval que da Prusia, m ediante su rey Federico II, al despotis­
m o ilustrado, es el p roblem a de las nacionalidades que -h e r e d a n d o y
sustituyendo a las guerras de re lig io n es- com plicará la libre circula­
ción de la c o rrien te de ideas y de sensibilidades nuevas. Es el naciona­
lismo revolucionario de los franceses el que paradójicam ente animará
a las naciones que se buscan sobre el continente: Alemania, luego
Italia... C o m o es Inglaterra -o b je to , en Francia, de una tan amplia
anglom anía en donde Osián (al que n o o bstante B onaparte leía con
predilección) está un ido con Shakespeare en una suerte de culto esté­
tic o - la q ue paradójicam ente se convierte d urante todo un siglo en
en e m ig o hereditario... B onaparte furioso, por su lado, hace destruir
el libro que acaba de publicar la hija de Jacob N ecker, G e rm ain e de
Staël, sob re Alemania... Agitaciones eno rm e s pues en esta división de

41. Véase G . Durand, “U n sociologue à l’Opéra”, en Sociétés, 1984; Benux-Arts et


Archétypes, la religion de l ’an.
La ηηάήη de “i/ienai saiiiiiiliùi " 95

aguas, que tipifica el legendario cam bio de dedicatoria de la Sinfonía


heroica de Beethoven y que co ncretan tantos virajes, malestares, m al­
entendidos, “N a p o le ó n se manifiesta bajo B o n ap arte”.
Tam b ién , las confluencias son difíciles de captar. N a p o le ó n , en
Francia, jugó el papel de un treno a la expansión de la sensibilidad
nueva. M u y lejos de confluir, co m o m edio siglo antes Federico el
G ra n d e, con el m ovim iento de las artes, no legitimó finalm ente más
que el neoclasicismo de David y su escuela.42 El em p e ra d o r tenía p o r
co stu m bre decir con pertinencia: “T e n g o a mi favor la literatura p e ­
queña, y en contra a la g r a n d e ”. O tra paradoja: es en Francia, luego
de su m uerte en el exilio en el p eñ ó n de Santa Elena, en d o n d e N a p o ­
león será, p or así decirlo, rehabilitado p o r la tardía mitología ro m á n ­
tica francesa. Existe una suerte de “confluencia” postum a del e m p e ­
ra d o r con los chalecos rojos de 1830.4! Pero, a com ienzos del siglo,
las confluencias se realizan contra Francia, o al m enos fuera de F r a n ­
cia, y es fuera de Francia en dond e un m ecenazgo más ilum inado
perm itirá el desarrollo de una nueva sensibilidad.
N o se debe descuidar, c o m o se lo hace dem asiado a m e n u d o e n ­
tend ien do al revés lo que son las “casas” y las “serv id u m b re s” del
A n tiguo R égim en que sobrevive en E uro pa, el p oder de confluencia
de las potencias políticas las cuales, a ejem plo de Federico el G ra n d e,
anim arán el genio del nuevo siglo. ¿Q ué sería H ayd n, ese faro eje m ­
plar del cam bio de la sensibilidad de los Stunner,; sin la gran p ro te c ­
ción de los Esterhazy? ¿Q ué sería G o e th e y su m ito sin la in c o rp o ra ­
ción a la corte del duque de W eim ar, C arlos Augusto? ¿Q ué sería de
B eethoven sin el cortejo principesco de sus admiradores: W aldstein,
Razoumovski, Lichnowsky y el archiduque Rodolfo? ¿Qué habría sido
de ese pinto r provinciano C aspar David Friedrich sin la condesa M aría
Teresa von T h u m - H o h e n s te in ? ¿Q ué sería finalm ente de la nueva
sensibilidad del siglo que com ienza con los pintores “n azareno s” ilus­
tradores del Fausto de G o e th e y (ya) del Nibelungenlied, y que se ter­
m ina con el “caso” W agner, sin esa extraordinaria m onarquía bávara
que fuera, desde Luis J al famoso Luis II, una constante sobreoferta
de mecenazgo?
Sabemos qué lazos p rofun dos se establecerán, bajo la tutela “c a tó ­
lica” de los m onarcas de Baviera y de Austria, en tre el gru p o de los

42. Véase R. Bourgeois, La Littérature Empire.


43. J. Tulard, oh. cit.
96 IN TR O D U C C IÓ N ' Λ LA M JTO DOI.O GÍA. A U TO S V SOCIEDADES

jóvenes p in to res y toda la co rrien te de filosofía que ilustra F riedrich


Schlegel y sil grupo del A thenaeum , así com o sus yernos los pintores
J o h a n n e s y P hilippe Veit.44 Paradójicam ente, es la “Santa Alianza”
- c u y o funcionario oficial es S ch leg el- la que constituye, antes de dar
m u e rte al “o gro corso”, la p o ten te co rriente de confluencias en d o n ­
de se bañarán las aspiraciones estéticas y filosóficas de la N u e v a E u ­
ropa. G e o rg e s G u sd o rf45 tiene toda la razón al m o strar que el A th e­
naeum es el ce n tro de las confluencias, en estos p rim ero s años del
siglo XIX, en do n d e convergen, p o r Schelling, las inspiraciones pie-
tistas de la facultad de T u bin ga - c u y o s otros dos em inen tes re p re s e n ­
tantes son H e g el y H ö l d e r l i n - y la co rriente de los “conversos” ca tó ­
licos, cuyo guía es Schlegel. Se establece sin duda, bajo la bendición
del abate Seiler, más tarde del “F é n elo n de Z u ric h ”, Lavater, u n c o n ­
senso católico -pro testante, p ero de un catolicismo privado de los ci­
m ien to s de una cristiandad y de un protestantism o más cercano a los
padres suabos que a Calvino. C atolicism o m uniqués tan poco “ro m a ­
n o ” que dará, después de 1870, la co rriente disidente de los “viejos
católicos”. P rotestan tism o m u y lejano al m oralism o re fo rm ad o y que
se inspira sobre todo en las teosofías disidentes de Œ d n g e r , de B ö h ­
me, incluso de Swedenborg... H a y que señalar tam bién la con flu en­
cia - p r e m o n ito r ia del “arte total” w a g n e ria n o - de las bellas artes, en
particular el en cu en tro de los músicos B eethoven y S chu b ert con los
poetas G o e th e , Schiller o U h la n d en el Lied rom ántico, a m o d o de
prefacio de lo que, a partir de Liszt y de Berlioz, se deno m in ará muy
justam ente el “poem a sinfónico”.

4) En nombre del río. E n m edio de tal clima de libre efervescencia y de


intensa ferm entación religiosa, filosófica y estética, parece que nos
en co ntráram o s en apuros para escoger un representante del gran m ito
de la Naturphilosophie que se esboza en el desarrollo del p rim er r o ­
m anticism o. El m ovim iento irresistible que se perfila no debe tener
co m o héroe mítico ni a u n artista p u ro y sin teorización co m o H a ­
ydn, M o z a rt o Beethoven, ni tam po co a u n o de los autores de los
grandes o rd enadores conceptuales cuya explosiva m anifestación será
la filosofía de esta prim era m itad del siglo, con K ant, p o r supuesto, a
la cabeza. H a y que señalar con firmeza además que el río que afluye a

44. Véase M. Le Bris, ob. cit., pp. 93 y ss. “Les Nazaréens ou le désir de religion”.
45. Véase G. Gusdorf, Du néant a Dieu dans le savoir romantique, París, Payot, 1983.
La ηοάόη ile “cuenca semántica" 97

partir de la década de 1760 es ante to d o un río alemán. D e alguna


m anera ¡es la leyenda del Rin la que asum e la esencia del m ito que va
a sostener a la Naturphilosophie'. El padre D e L u b ac4* no tiene in c o n ­
venientes en m o strar cóm o todo el p en sa m ie n to y la sensibilidad ale­
mana se precipitan en el p o deroso desfile del joaquinism o, es decir,
no lo olvidemos, de la profecía de una “tercera ed a d ”, la del Espíritu
Santo. A partir de Böhme, de Valentin A ndreae, de (E tin g er, luego
de L essing y de H e rd er, to d o el ro m an ticism o alemán, el de Schleier­
macher, de Fichte, de H ö ld erlin , de Novalis, de Schlegel y finalm en ­
te de H eg el y de Schelling, tiene com o d e n o m in a d o r co m ú n la fe en
la in m in e n te presencia del “tiem p o de los lirios”, profetizada por J o a ­
quín y luego p o r B öhm e.47 C iertam en te, volverem os sobre la im p o r­
tancia de la germ anización de la “cuenca sem án tica” que estudiam os
-¡ y cuya valiente propagandista fue M a d a m e de Staël!- pero señale­
m os p o r el m o m e n to la dificultad que existe en fijar el m ito en m edio
de tal eflorescencia de poetas, de filósofos, de músicos, todos ellos
tran spo rtad os po r la gran ola de fondo del paraclitism o rom ántico.
P aradójicam ente, es el poeta más distante, más sibilino en cuan to
a sus intenciones, quien servirá de em blem a a to d o ese m ov im ien to
anun ciador de la “religión ú ltim a”:48 G o e th e parece v erdad eram en te
cristalizar m uy p ro n to - c o n W either prim ero , luego sobre to d o con
Fausto in te rp u e sto s- esta doble necesidad de padre fu nd a d or mítico.
Si d ebem o s en c o n trar a fines del siglo u n famoso “caso W a g n e r ”,49
en c o n tra m o s a su lado un no m eno s irritan te y enigm ático “caso
G o e th e ”. T an enigm ático co m o las reflexiones prelim inares del D o c ­
tor Fausto sobre el Logos. L o que aportará G o e th e en m edio del co ro
c oncertado de toda la sensibilidad germ ánica de su tiem po, de H ö l ­
derlin a Beethoven, y tanto con el suicidio del “joven W e r t h e r ” co m o
con el pacto fáustico, con los “años de aprendizaje” y con las i n n u m e ­
rables poesías y baladas que son E l rey de los Aulnes, E l rey de Thule, La
calma del mar.; La pequeña rusa, que alim en tarán a todos los Lieder r o ­
mánticos, es un re to rn o de toda la sensibilidad, e incluso del pensa­

46. Véase H. de Lubac, ob. cit., I, p. 327 y ss.


47. Véase R. Minder, “Herrlichkeit chez H egel ou le inonde des Pères Souabes”, en
Etudes G m naniqttts, 1951, t. VI.
48. Véase H . de Lubac, ob. cit., I, p. 328, cita de Aimés de Voyage.
49. Véase M. Beaufils, Wagner et le vagnérist/te, Paris, Aubier, 1944, especialmente II
Parte, cap. 1 “Clim ats”.
98 In t r o d u c c i ó n λ la m it o d o l o g í a . ¿Mi t o s y s o c ie d a d e s

m iento , a lo “natural”, sea ese natural subjetivo (instinto, pasión, alma)


u objetivo (naturaleza “in m en sa” y sedim entos inm em oriales de la
cultura). El to d o en una sublime incoherencia anunciadora de la de
W a gner.
La leyenda goetheana recoge en to nces todas esas contradicciones:
p erte n e n c ia del m inistro de Estado de S axo-W eim ar a la francm aso­
nería revolucionaria de los Ilum inados de Baviera, presencia en la
batalla de Valm y en el estado m ayor del d uq u e de Brunswick y diez
años m ás tarde, en el E n c u e n tro de E rfu rt, recibiendo de m anos de
N a p o le ó n la cruz de la L eg ión de H o nor... G o e th e olímpico, p re n d a ­
do del sol m eridional, y G o e th e “d e m ó n ic o ”, resucitando las antiguas
leyendas de Alem ania;511 G o e th e , apasionado del saber, estudiando la
m etam o rfo sis de las plantas y ofreciendo una famosa teoría de los
colores; G o e th e sensible al m isterio, a la magia, a las tinieblas, “al
ca m in o to rtu o s o de los enem ig os de la L uz...” (Fausto, “P ró lo g o en el
cielo”). El D o c to r Fausto, de hecho, será v erd aderam ente la autob io ­
grafía constante, de 1798 a 1822, del enigm ático poeta de W eim ar,
así c o m o la autobiografía y el referente de to d o el siglo rom ántico,
irrig an d o a la vez la ob ra de pintores co m o P e te r C ornelius, F ranz
R iepenhausen y E ugène Delacroix, de músicos com o Berlioz, G oun od,
B oito y Liszt, de poetas com o G é ra rd de Nerval... P o d e m o s decir
que el m ito de G o e th e n o forma m ás que una unidad con la pareja
m ítica Fausto-M efistófeles,’1 sím bolo de la am bigüedad constitutiva
del alma, y especialm ente del alma alemana, de la cual se recordará el
W o ta n de W a g n e r y la “P sych é” de Jung...
P e r o el lugar epifánico de esta am bigüedad, de esta con tradicto-
rialidad, es v erdad eram ente la “N a tu ra le z a ”52 y la belleza natural ante
la cual u n poeta francés -e l \ 7igny de la Casa del pastar- perm anecerá
todavía en una deliciosa vacilación. Así co m o G io tto y luego el arte
del paisaje habían testim oniado el ejem plarism o franciscano en el si­
glo XTV, es la pintura rom ántica y su larga ola hasta las orillas del
im presionism o las que serán testim on io de esta teofanía natural. Lo
que presentían, a partir de los últim os años del siglo XVIII, J e a n H o -

50. Véase H. Lichtenberger, “L’idée du démoniaque chez G oethe”, en Etudes sur


Goethe, Estrasburgo, 1932. Cf. la reciente obra de Pascal Hachet, Les Psychanalystes et
Goethe, Paris, L’Harmattan, 1995.
51. Véase Λ. Dabezies, Le Mythe de Fitust, Albin Michel, 1972.
52. VéaseJ.VV. Goethe, Aphorismes sur la nature, 1928.
I.ii noción de "cuenca seinmniar' 99

noré F ragon ard , T h o m a s G irtin , Joseph V ernet o H u b e r t R obert, se


profundizará re p e n tin a m e n te en los p intores del rom anticism o, de
los cuales el G io tto es c iertam en te C asp ar David F riedrich, en quien,
co m o bien lo vio M ichel Le B ris '1a p ro p ó sito del M onje en la orilla del
m a r de 1810, “el paisaje se torna religioso”. Sí, co m o lo escribe una
vez más L e Bris, esta pintura p re te n d e hacer de la obra de arte “el
lugar singular de una nueva R evelación” - u n a te o fa n ía- y para citar al
poeta Josep h Eichendorff: “ H a y un can to adorm ecido en todas las
cosas que sueñan sin fin y el m u n d o se p o n d rá a cantar, si en cu entras
la palabra m aestra...”. Esta “palabra m aestra” pictórica son m uchas
obras constitutivas de una sensibilidad y de una visión del m u n d o
nuevas, tales co m o Dos hombres contemplando la Luna (1819), El nacer
de la Luna sobre el m a r (1822), La abadía en un bosque (1810), de los que
se hacen eco tantos cuadros de F erd in an d O e h m e o de Carl G ustav
Carus, pero tam bién - c o n tr a ria m e n te a lo que adelanta Le B ris- de
W illiam T u rn e r o de F erdinand Olivier Samuel Palmer... Ya que la
teofanía rom ántica asume tan to la pureza de iMargarita com o el d e ­
m o n ism o de Mefistófeles. El angelism o de P hilippe O tto R u n ge o
más tarde de C am ille C o r o t tanto co m o la tiniebla fuliginosa de las
aguadas de V ictor H u g o o de los cataclismos y de las ruinas de W illiam
T u rn e r y de J o h n M artin... C iertam en te, la obra de F riedrich es el
insuperable p u n to de equilibrio - c o m o el Fausto de G o e t h e - e n tre las
potencias de n oche o de m u e rte y las de las luces de la esperanza y del
amor. N o resta más que la naturaleza teofánica del rom anticism o,
para retom ar las expresiones franciscanas, salude con igual aquies­
cencia “h e rm a n o sol” y “h erm an a m u e r t e ”... A lo largo de todo el
siglo verem os progresivam ente rom perse el an tagonism o entre el Mal
y las flores... y podem os descubrir fácilmente esa tendencia “n ecro-
m ántica” - c o m o lo dice irrev ere n te m en te M u r r a y - 54 ¡que está en el
corazón del rom ántico! Si son los “to rre n te s ” de la sensibilidad “d e ­
ca d en te”^ los que ya están o b ra n d o en el corazón del rom anticism o,
resulta no m enos cierto que el rom anticism o es un m o m e n to de e q u i­
librio. T odo lo que p odem os decir es que el cam p o del filosofema que
recordábam os al com ienzo se extendió considerablem ente desde el

53. M. Le Bris, oh. cit., pp. 78 y ss.


54. Véase Ph. Murray, Le XLXe. siècle à travers Ies âges, París, D enoël, 1984.
55. Véase G. Durand, “Wagner et les mythes décadents”, en Rech, et Travaux de l'Un,
de Grenoble, III, N ° 2, 1984; Beaux-Arts et Archétypes, III Parte, cap. 9-10.
100 In t r o d u c c i ó n λ ι .λ m i t o d o l o g í a .M i to s v s o c ie d a d e s

ejem plarism o b u enav enturian o. M u c h o s diques se ro m p iero n , y en


p articular el d e r ru m b a m ie n to de la cristiandad con la R eform a y la
desaparición del p o d e r pontificio ante las m o n arq uías nacionales.
T am bién podem os, parad ójicam ente, decir que el paraclitism o de la
estética y de la filosofía rom ánticas es más decidido, más extrem o,
más patente, que el de siglo de Inocen cio III.

5) Aprovechamiento de las orillas. El padre D e L u b a c 56 no tiene in con ­


veniente en m o s tra r que la Naturphilosophie es la em presa más franca
de vuelta a la carga del m ilenarism o joaquinista. C o n todos los m ati­
ces, todas las variantes que p erm ite esta intensificación y esta exten­
sión de una perspectiva paraclítica: de Fichte (y de sus ilustres discí­
pulos en Jena: H ö ld e rlin y Novalis) a Schelling del que es sin e m b ar­
go el o puesto, a F.S. Schleierm acher, a F. Schlegel y a Baader, es el
acto de fe en la Darstellung, en la “m o stració n ” de la divinidad en y
p o r la naturaleza. Esta Darstellung, n o estando ya más, o poco, con ­
trolada p or un m agisterio dogm ático, llega p o r supuesto hasta el p an ­
teísm o y a la invocación de H ölderlin: “ ;Santa N aturaleza, oh, mi
Divinidad!”.
El poeta de Hiperión y de Patmos anuncia decididam ente un “n u e ­
vo P e n teco sté s”.’’' En Novalis, el desborde trinitario es tam bién evi­
den te p uesto que “el E spíritu Santo nos es más que la Biblia” y “todo
se acerca de nuevo a la edad de o r o ”, “época creadora y c o nso ladora”
en d on d e “la naturaleza era la amiga de los h o m b re s ”. Para el m aestro
de nuestros dos poetas, para F ichte,58 la herejía paraclítica está fran­
cam e n te declarada: el E sp íritu es independiente del Jesús histórico.
P e ro el cristiano Schleiermacher, ese pensado r “hiperjoaquinista”,
co m o lo afirma el padre D e Lubac, no queda en deuda con el anticris­
tianismo de Fichte: co m o M aistre y Ballanche en Francia, Schleier­
m ach e r ve en los eventos dram áticos de fin del siglo XVIII el anuncio
de la “palingenesia” y tom a conciencia a la vez de que el cristianismo
n en e límites, y que “los tiem pos están m ad u ro s” para en trever lo ili­
mitado: “ El Espíritu que es libertad sin límites”.
Friedrich Schlegel, p o r un lado gracias a la creación del Athenaeum,

56. Véase H. de Lubac, ob. cit., I, μ. 378.


57. Véase C. Gusdorf, ob. cit., II Parte, cap. 5, “Panthéisme”.
58. Initiation h lu vie bienheureuse, 1806; véase X. T íllete, Le Christ des philosophes,
Pans, Inst. Cath., 1974.
l./i unci<ii> ile "cm·ncii semántica" 101

verdadera “confederación de po etas”, c o m o lo dice G u s d o rf,59 por


o tro lado gracias a su parentesco con P hilippe Veit, hijo de su m ujer
D o ro te a y uno de los anim adores de los pintores “ nazarenos”, ocupa
una posición estratégica en esta edificación de una Naturphilosophie
explícita y en la difusión artística de esta última. Es Schlegel quien
formula claram ente el p roblem a de la presencia paraclítica c u a n d o
escribe, criticando a F riedrich Jacobi (en De Ins cosas divinas y de su
revelación, 1811) que no podernos separar la obra de Dios, la n atu ra le ­
za, de D ios m ism o el Creador. La fórm ula de Scoto Erígena ya p la n ­
teaba el p roblem a de la Darstellung: “Deus est in se, f i t in creaturis”.
P e ro es sin duda Schelling, el B uenaventura de ese nuevo ejem -
plarismo, es él, escribe Karl L ów ith, quien proveyó el esfuerzo “ más
original para fundar filosóficamente el reino del E s p íritu ”/ ’" Sus dos
obras, Ideas para una filosofía de la naturaleza (1797) y Aforismos para
introducir a la filosofía de la naturaleza (1815), fundan por supuesto
esta Naturphilosophie, pero m anifiestan un paraclitism o patente: exis­
te en Schelling la explícita recuperación de la tesis joaquinista de las
“ tres edades” del m undo, de la T rin id ad activada p o r la H istoria del
M u n d o , n o siendo todo el cosm os más que “la expansión del corazón
de D io s ”. Sin em bargo, ese “co ra z ó n ”, esa “cópula infinita” que c o ­
necta el universo en una cadena viviente, n o es otra cosa que “el A m o r
infinito de Dios por S í-m ism o ”: el Espíritu Santo “solo y único m u n ­
do saturado de D io s”.
D e esta m anera vemos, a través de to do el pensam iento y la sensi­
bilidad del rom anticism o naciente, una recuperación del filosofema
del ejemplarismo, pero aquí, en la Darstellung, con más decisión que
la que tenía la teoría buenaventuriana de los “vestigios” y de las “im á­
gen es”. Ahora existe una “m o stra c ió n ” directa del Espíritu, sin las
precauciones de un m agisterio y de una casta de vicarios. N o t e m o s
pues que en el seno de una misma “cuenca sem ántica”, la que se arti­
cula sobre el filosofema paraclítico según el cual “la N aturaleza reve­
la y señala algo del Soberano Bien D iv in o ”, se marca en la co n tin u i­
dad de una misma cultura una suerte de intensificación y de clarifica­
ción de la posición filosófica y de sus aplicaciones - a q u í artísticas-,
La Naturphilosophie y la pintura de paisajes rom ánticos explicitan una
presencia paraclítica capaz de llegar hasta el panteísm o más de lo que
lo hacía el ejem plarism o de los siglos XIII y XIV.

59. G. Gusdorf, oh. cit., pp. 66 y ss.


60. Citado por H. de Lubac, ob. cit., I, p. 378.
102 IN T R O D U C C IÓ N A LA M ITO D O LO G ÍA . M I TOS Y SOCIEDADES

N o s toca ahora exam inar ráp idam en te, a fin de situarnos, las fases
de la “cuenca sem án tica” que nos irriga.

- D e 1867 a 1914-1918 ap roxim adam ente, la fase inicial que p o d e ­


m os llamar torrente simbolista y decadentista. El co ncepto de “t o ­
rr e n t e ” implica que el im aginario en cuestión, en este caso fuerte­
m e n te pro m ete ic o (T ro u sso n )/'1 con el positivismo, especialm en­
te francés, co m o tu to r y consolidado por la dom inación revolucio­
naria e imperial del reciente pasado europeo, recubre todavía (seu-
dom orfosis) las tentativas de em ancipación y las nostalgias de lo
im aginario, esparcidas desde ese m o m e n to co m o arroyos m últi­
ples y divergentes.
- D e 1 914 a 1 9 3 9 -1 9 4 4 hay sin duda división de aguas surrealista y
cientificista. P e ro esta división se ve perturbada, incluso pervertida,
p o r el conflicto p erm a n en te franco-alem án, p rolong ado hasta la
posguerra por la querella de los estructuralism os y los historicis-
mos: el conflicto de las herm enéuticas.
- T am bién en 1 9 3 8 -1 9 4 4 se entablan las confluencias tácitas, que re ­
posan sobre mitos latentes/'2 e n tre las técnicas de la im agen en
p leno desarrollo y las teorías del “nuevo espíritu científico”: las
p rim eras tom as en consideración de lo im aginario sólo se m ues­
tran tím idam ente en raros pensadores. H a b rá que esperar más de
treinta años para que científicos, técnicos de la informática y de la
im agen, y poetas se e n c u en tren abiertam ente.
- F ren a d o p o r una división de aguas perturbada y que p e rp e tu á n d o ­
se d urante todo el siglo XX desde 1930 a nu estros días, el nombre
del río (ápex de 1 9 4 5 -1 9 5 0 a 1960) es inco ntestab lem ente el de
Freud y el de la hagiografía psicoanalítica. El “n o m b re del río ” im pli­
ca una fuerte m itización de aquel que lo lleva, tal com o San F ra n ­
cisco y su m ito inventariado p or los hagiógrafos B uenaventura y
T om ás de C elano. ¡Que no se sorprendan p o r esta inesperada re­
ferencia de mi parte! P o n e r a F re u d en lo más p rofund o del río no
es para nada garantía de la “v erd ad ” del freudismo, sino sim ple­
m e n te garantía de su pregnancia semántica. La historia, lejos de
ello, no es una escala triunfante de verdades. P uesto que la ciencia

61. Véase R. Trousson, ob. cit.


62. Véase R. Bastide, Anatomic d'Andrc Gide, Paris, Presses Universitaires de France,
1972.
La noción tie "cuenca semántica” 10.5

p uede todavía y siem pre progresar, es que históricam ente está h e ­


cha de errores rectificados...
- E l aprovechamiento de las orillas, si es que com ienza a partir de los
50, se precisa y se intensifica sin discontinuidad desde los 60 hasta
nuestros días. Está con stituid o p or las teorizaciones y la c o n s tru c ­
ción de filosofías de lo im aginario, p o r las reflexiones sobre las
invariantes y sus derivaciones, p o r las transversalidades, en donde,
c o n tra riam en te a la afirmación de L é v y - L e b lo n d /’’ el im aginario
de la encajera puede m odelizar al del herrero. Im p o rtan te reflexión
que bien m uestra que el antiguo privilegio de las especialidades
epistem ológicas se ha reabso rbid o d e n tro de u n en glo b am ien to
mayor: el del m o m e n to sem ántico en do nd e la encajera flirtea con
el herrero.
- F in a lm e n te quizá existan - d e un m o d o latente y escondidas p o r
las vulgatas neosurrealista, freudiana, jungiana... y la m í a - disi­
dencias, meandros, deltas en donde fluyen ya las primeras corrientes
de lo que será el siglo XXI...

Las redundancias de la “cuenca s em án tica” se hacen pues con una


suerte de excavación explícita de sus “relieves”. Es que nuestra en ti­
dad epistemológica y heurística de “cuenca sem ántica” es, una vez
más, com parable al “cam po m o rfo g e n ético ” que pone en evidencia el
biólogo Sheldrake o al “o rd e n im plicado” del físico David B o h m / ’4
T an to u n o co m o el otro no son “ arquetipo inm u ta b le” com o aún lo
piensa Brian G o odw in , a quien Sheldrake critica. Así com o lo fo r m u ­
la David B ohm en su entrevista con el biólogo, cada m o m e n to c o n ­
tiene una “re-inyección” de los m o m e n to s anteriores. Existe un fenó­
m en o de “bola de nieve”. D ich o de o tro m odo, el sistema considera­
do posee según Bohm “una suerte de m e m o ria ” o, com o lo afirma
Sheldrake, una “resonancia m órfica”. C u a n to más se repite un “c a m ­
po m o rfo g e n ético ”, más se facilita su repetición, com o si hubiera un
verdadero “rodaje” de la forma. Sucede lo m ism o con la “cuenca se­
m ántica”: a cada redundancia ésta “re-inyecta” -p a ra utilizar el tér­
m ino de B o h m - en la totalidad cultural una suerte de probabilidad
m ayor para reproyectarse ulteriorm ente.

6 ). Véase J.-M . Lévy-Leblond, L ’E sprit de sel, París, Fayard, 1983; G. Durand, “La
dentellière et le forgeron”, en Le Monde, 22-23 de julio de 1994.
64. Consúltese la capital “conversación” de D . Bohm y R. Sheldrake en ReVision, vol.
V, N" 2, Londres, 1982.
INTRODUCCION' \ 1.Λ MITODOLOGÍA. ;Vll IOS Y SOCIl'DADKS

P e ro es significativo, en el diálogo en tre los dos sabios que cita­


mos, que los ejemplos m etafóricos sean tom ado s de un p ro c ed im ie n ­
to de transm isión de la in fo n t ilición. El biólogo y el físico se po nen de
acuerdo para decir que la verdadera causalidad, en una transm isión
radiofónica, no es el gran potencial energético provisto p o r la toma
de c o rrien te “contra la p a r e d ”, sino el insignificante potencial ener­
gético llevado p o r la onda electrom agnética, o m ejo r aún: es la “for­
m a ” de esta onda la q ue im porta. N o s en c o n tra m o s pues implícita­
m e n te ante la oposición, ya señalada p o r L éo n Brillouin, en tre la e n ­
tropía que afecta el desgaste, debido al uso (según el seg und o princi­
pio de la term od inám ica ) de una energía, y la n egu e n tro p ía que resul­
ta del p o d er acumulativo de la información. Sin em bargo, “ la cuenca
sem án tica”, así co m o el “c am po m o rfo g e n ético ”, es del d om in io de la
inform ación ya que “c u a n to más lo utilizamos, m eno s se desgasta”. Si
ese p rob lem a ya se le plantea al biólogo e incluso al físico, se le plan­
tea a fortiori al an tropó lo go, ya que to d o fe n ó m e n o de cultura es, por
así decirlo, d o b le m e n te neguentrópico: a la vez, repitiéndose, “culti­
va” más, y a la vez enriquece la m em oria del g ru p o y facilita su re p e­
tición. C ada vez, co m o diría Bohm , que hay “p ro y e cció n ” de una for­
ma cultural, hay al m ism o tiem po re-inyección de esta forma en la
totalidad cultural, ν Sheldrake agrega: hay enton ces m ayor probabili­
dad de una reproyección de esta forma.
Se plantean enton ces po r supuesto, una vez a dm itido este fortale­
cim iento de la “cuenca sem ántica” por la redundancia, una serie de
preguntas que no po dem os ab ord ar aquí en su totalidad: “ ¿H ay pues
una suerte de perfeccionam iento, si no de progreso, de las «cuencas
sem ánticas» que se repiten en un cam po cultural?” “ ¿N o vem os algu­
nas culturas desaparecer en una suerte de «colapso» y e n tra r en fases
de decadencia?” “F inalm ente, la «cuenca sem ántica» misma, según
el esquema formal que usted da, ¿ no conoce u n a fase interna de « d e ­
clinación» y n o se pierde en m eandros y en deltas?”. P o d e m o s sola­
m en te indicar que no existe progreso de la sociedad o de la cultura
global, sino perfeccionamiento, o mejor, “refin am ien to ”, y que es plau­
sible que sean esos perfeccionamientos acum ulados en un cam po cu ltu ­
ral y social dado los que provocan paradójicam ente la declinación de la
sociedad en cuestión. Los “decadentes” fueron siem pre conscientes
de ser “refinados”, y desde hace tiem po se ha observado que en cuan ­
to una cultura es im pregnada p or dem asiados refinam ientos se ve
am enazada p o r un estallido intern o o po r una subversión exterior.
Todas las culturas dem asiado “refinadas”, conscientes del inextrica-
I m noción de “atenea sonántica " 105

ble e n m a rañ am ien to de los perfeccionism os en m edio de los “ bizan-


tin ism os” de cultura o de civilización, siem pre -m á s o m enos secreta­
m e n t e - han aspirado a una regresión, y a veces a una regresión hasta
la “ b arbarie” ¡o p o r lo m enos lo “salvaje”!
N o p od em o s aquí resp o n d er verd aderam ente las dos prim eras in­
terrogaciones. P e ro la tercera atañe directam ente a nuestro tópico.
D ire m o s pues que no hay nunca “co lap so” de la “cuenca se m á n tic a ”
en una cultura en do n d e ésta se perfecciona a medida que se repite.
P ero con Sheldrake y Bohm, se debe reflexionar acerca de este “p e r­
feccionam iento”, puesto que éste es justam en te creativo, en el p ro c e ­
so de “excavación por las aguas” semánticas que se modifican y a g re­
gan entonces a la herencia cultural. R einyectando esta nueva puesta
en forma, introduce una m odificación de la intuición inicial, de lo
que Spengler había dem asiado vagam ente - y groseram ente, p e n sa n ­
do que no había repetición en las “estaciones” cu ltu ra le s- p re sen tid o
bajo el n o m b re de “primavera cultu ral”. D ire m o s que hay un fenóm e­
no de fase (observado por tod os los investigadores, de H egel, W ö lfin ,
E ug en io d ’O rs y Sorokin a G u y M ich au d y H e n ry Peyre, así co m o
tam bién p o r los econom istas Kitchin, Juglar, Labrousse, K o n d ra trie-
ff y K u z n et)^ y direm os incluso n o tab lem en te que hay u n fenó m e n o
de fase de una “cuenca sem ántica” /7orgwe también hay desfase. Y éste de
dos maneras: a la vez por el cam bio de tempo, si se puede decir, o de
co n ten id o ideológico intrínseco (es decir, p o r una suerte de saturación
psicotem poral que impulsa a “d ar vuelta la página”), co m o lo piensan
en general los filósofos de la historia y todavía R adcliffe-Brown,“ e
igualm ente p or las m odificaciones extrínsecas de la sociedad p o rta ­
dora de la cultura considerada. P e ro no puede tratarse más que de un
eclipse: la misma “cuenca sem án tica” no puede más que resurgir, to ­
davía con más nitidez, del hecho de la “m e m o ria ” cultural - o del ha­
bitus- en una fase ulterior.
¿Se puede estim ar la duración de la fase de una “cuenca s e m á n ti­
ca”? C iertam en te, M ichau d y P eyre habían examinado los finos ba­
lanceos del cambio, en el o rd e n de una generación de veinticinco a
treinta años. P ero esas “rebeldías de los hijos contra el p a d re ” no

65.Véase F. Braudel, ob. cit.


66. Véase A.R. Radeliffc-Brovvn, A Natural Sáeiue o f Society, G lencoe, Free Press,
1957; R. Nisbet, “Reflexion sur tine métaphore”, en Social Change and History, Oxford
University Press, 1969.
106 In t r o d u c c ió n λ la m i t o d o l o g í a .M it o s y s o c ie d a d e s

tienen la a m p litu d suficiente para hacer evolucionar y expandir en


m ean d ro s a la cuenca de origen. Si nuestras observaciones son exac­
tas, y salvo observación contraria, el tiem p o de llenado y de extensión
de una “cuenca sem án tica” está m uy cerca, con una anticipación de
alre d ed o r de cincuenta a sesenta años deb ido al tiem po de difusión
“p ed a g ó g ic a” en todo el grupo social, de aquello que los econom istas
llaman el trend secular/’7 esto es, tres a cuatro generaciones. Y esta
unid ad de d u ración se justifica en parte: es la que p erm ite a un nieto
beneficiarse de las inform aciones de la “edad del p a d re ” y de las del
abuelo, siendo este últim o el testigo directo, y p o r transm isión de
boca a oreja, de la edad del bisabuelo, de la “edad del abuelo”. D icho
de o t r o m o d o , más allá de las pequeñas fluctuaciones edípicas, habría
una co n tin u id a d de cien a ciento veinte años aproxim adam ente en la
transm isión vivida de una inform ación. Además de eso, la in fo rm a­
ción in m e d ia ta m e n te ancestral (com o m áxim o p o r el abuelo) se pier­
de en las arenas y abandona el estadio de la inform ación directa para
llegar a instalarse, co m o un agua que se infiltra, en los conservatorios
instituidos de una cultura. El “m o m e n t o ” de una “cuenca sem án tica”
no se reduce pues al individualismo de la liquidación del Edipo, pero
se extiende sob re tres o cuatro generaciones más el tiem po de institu-
cionalización pedagógica: sea de 90 a 120 años más 50 a 60 años, sea
finalm ente de 140 a 180 años. Asimismo, es fácil verificar, en nuestras
propias experiencias tem porales, la división que se establece entre la
inform ación de “oídas” directam ente y la inform ación “histórica” dis­
tribuida p o r las pedagogías y los conservatorios institucionales. Exis­
te un trend de la duración de una m em oria “vivida” por decir así, lo
que recub re aproxim adam ente un p erío d o de noventa a ciento veinte
años. D e ahí la im portancia de la “familia” en la transm isión cultural.
O tra observación se impone: esos 140-180 años que dura la “cuenca
sem án tica”, ritm ada p o r sus seis fases, p u eden subdividirse en tres
pulsaciones de cincuenta a sesenta años cada una, especie de resacas,
de fe n ó m e n o s in tern os d e, feed-back, de “r e to q u e s ”, pero que no son
más que m o d o s pasajeros que no perjudican en ningún m o d o el esta­
blecim iento global de la “cuenca sem án tica” en “época” estilística­
m en te y estéticam ente bien marcada.
D e b e m o s ahora examinar cóm o desde el fin de la cuarta genera-

67. Véase J. Griziotti-Kretschmann, IIproblema del trens secoltire velle fluttuaziuni dei
pressi, 193 5 ; C. Imbert, Des mouvements de longue durée Kondratiejf, 1959.
Lu nación de "aienat smiríntiai" 107

ción se inicia el “eclipse” sem ántico. C o m o la m ayoría de los autores


coinciden, el Quattrocento marca sin duda la “d ecadencia” o el d e b u t
del “fin de la Edad M e d ia ”. ¿Pero cóm o, de m anera más precisa, el
paraclitismo naturalista de los franciscanos es alcanzado en ese clima
de “gran ca m b io ” que a la vez ve abrirse para E uro pa el N u e v o M u n ­
do y a los turcos to m ar C onstantinopla?
Vamos a retener, co m o p rim e r factor, aquel co m p le ta m e n te inter­
no de la evolución del an tico nceptu alism o tradicional de los francis­
canos hacia un nom inalism o cada vez más afirmado, hasta el capítulo
general de Pérouse, en 1322, en do nde G uillerm o de O c c a m sostiene
abiertam ente, contra el papa J u a n XXII, el nom inalism o. Ya el extre­
m ismo franciscano, el de los fraticelli, se ejerce co ntra los conventos
que perm an ecie ro n fieles al decretal Quorumdam exigit de J u a n XXII,
que ubica la obediencia p o r encima de la pobreza. El general de la
ord en, M ichel de C ésène, y su consejero, el ilustre h e r m a n o G u iller­
m o de O ccam , son excomulgados, en gran medida p o r h ab er sosteni­
do que la pobreza evangélica, verdadera signatura divina, prim a so­
bre la obediencia al m agisterio. Se refugian en la corte del e m p e ra d o r
Luis II de Baviera, el gibelino, enem igo encarnizado del Papa. C o n la
ayuda intelectual de O ccam , M arsilio de Padua y J e a n de J e a n d u n , el
general de la o rd e n ataca la legitimidad misma del tro n o de Pedro.
C iertam ente, Luis II es excom ulgado a su turno, p e ro el 14 de abril de
1328, en la gran plaza San P e d ro de Rom a, depone él m ism o al papa
Ju a n XXII y coloca en el d ed o del fraticello Renalucci de C o rb iè re el
anillo pontificio. Y si la aventura política funciona mal a partir de
1333, no es m enos verdad que esta breve secesión de parte de los
papas de Avignon, anticipo de ese largo “cisma de O c c id e n te ” que, de
1378 a 1417, iba a escindir al papado y al Im p erio en dos bandos
rivales durante casi m edio siglo, marca el “colapso” de la cristiandad
-s ig n o p re m onitorio de la R eform a que anuncian p o r o tro lado J o h n
Wycliffe, Jea n H u s y J é r ô m e de Praga a partir de fines de siglo. Así
desapareció la ortodoxia franciscana en la unidad del orden. A quí se
im pone una observación: lo que, en una sociedad, p erm anece del lado
de la entropía, es decir las instituciones y las relaciones e n tre los indi­
viduos y los grupos, puede desaparecer sin retorn o, m ientras que el
im aginario (símbolos, mitos, ideologías...), puesto en circulación por
esas efímeras “energías p o rtad o ras”, se m antiene sin desgaste - p e r o
no sin modificaciones por las re-inyecciones sucesivas- en el co n s e n ­
so cultural.
A esos factores “intrínsecos”, y casi en su prolongación, se sum an
IOS In t r o d u c c i ó n a la m it o d o l o g ía . M it o s y s o c ie d a d e s

factores más exteriores: la querella, ya casi luterana, de \osfntt¡celU y


de M arsilio de Padna contra el lujo pontificio y el de los ordinarios,
incom oda cada vez más al clero secular contra las fraternidades tur­
bulentas. L o s franciscanos en particular, y todo el m o n aq u ism o m e n ­
dicante en general, se encuentran denigrados, ridiculizados p o r el clero
secular y p o r el famoso individualism o“ que desarrollan los prim eros
atisbos de lo que será el R enacim iento.
F inalm en te, este individualism o de las ciudades, de las señorías y
de los príncipes en m edio del d e rru m b e general de los poderes fede-
radores de la Iglesia o del Im perio, ve desarrollarse al h um anism o
neopagano. A partir de fines del siglo XV, con N icolás V (1447), com o
lo afirma B u rc k h a rd t/’v “el gusto p o r los m o n u m en to s, que distingue
al Renacimiento, sube al tron o pontificio”. C o n Æ n ea s Silvius, el poeta
conv ertido en el papa P ío II (1458), luego con Alejandro VI Borgia
(1492) y finalm ente con el advenim ien to de Julio II en el alba del siglo
XVI, el h u m an ism o penetra toda la sensibilidad de E uropa. D e trá s de
ese h u m an ism o descu b rid o r de la A ntigüedad, no hay que p erd er
de vista que está el m ovim ien to de la sociedad toda del siglo XIV que
se caracteriza p o r el esfuerzo de urbanización y el respeto de los edi­
ficios civiles así com o p o r la m ay o r sociabilidad en un m u n d o en d o n ­
de las clases antiguas son “niveladas”,70 pero niveladas en beneficio de
los nuevos valores m ercantiles. ¡Qué lejos están la pobreza y el n a tu ­
ralismo franciscano de este “h u m a n is m o ” urbano, festivo, gastador ν
fastuoso! El arte naturalista del paisaje es al m ism o tiem po criticado
p o r la e n o rm e inflación del neopaganism o hum anista de los pontífi­
ces del R enacim iento y de sus pintores, escultores y arquitectos: el
P inturicchio, el P eru gino, Rafael, M iguel Angel y Bram ante. H u m a ­
nism o que se irá afirm ando aun más en la apología cristológica del
arte de la C o n tra rre fo rm a a pesar de que la iconoclastia de la R efor­
ma, interio rizando de m anera co m p letam en te germ ánica la inspira­
ción estética, contribuirá a deshacer aquello que había edificado, al
que p od ríam os llamar el “ejem plarism o” estético franco-flamenco.
C iertam en te, quedarán “c ú m u lo s” de este im pulso d ado p o r el
naturalism o gótico. D e m anera continua, el “paisaje co m p u e s to ” se
m antend rá desde fines del siglo X V hasta fines del siglo XVIII: pero

68. Véase J. Burckhardt, La Civilisation de la Reimissima en Italie, París, Plon, 1958, t. i.


69. ídem.
70. ídem , t. II, Quinta Parte.
La noción tic "encnca snminticn" 109

entonces el paisaje es sacrificado a la bulimia de constructivism o pers-


pectivo en G iovanni Bellini, en A ndrea M a n te g n a , más tarde en N i ­
cholas Poussin.
T am b ién existirá ese “re traso ” flam enco que hem os señalado y que
hace de p in to res del siglo XV co m o Van Eyck y sobre todo P a tin ir y
luego Bruegel el Anciano elem entos, atrasados en tierra céltica, de la
gran inspiración gótica. F inalm ente señalem os una cierta “resisten­
cia” alem ana a la marea hum anista de la C o n tra rr e fo r m a y a la vez a la
iconoclastia luterana, con D u re ro , C ra n a c h o Altdorfer. P e ro todos
esos “m e a n d r o s ” son captados en beneficio del h um anism o pagano o
neocristiano y el paisaje se convierte en sólo un telón de fondo “d ec o ­
rativo”. El elem en to “natural”, flores, animales, follajes, se refugia en
la pura decoración, com o en los m arcos de los tapices o de los a d o r­
nos del estuco del barroco. N u b e s, frutos, paisajes, se to rn an ellos
m ismos antropom orfos, c o m o ya en M an te g n a y más tarde en Ar-
chim boldo. Es que la corriente del río cultural se despliega ahora en
otra “cuenca sem ántica” y esto incluso en el sentido geográfico del
térm ino: ya no son más las llanuras flamencas, de la Picardía o de
C h am p ag n e , la M euse o el Escaut, las q ue rod ean a la nueva civiliza­
ción, ni tam po co las colinas de Fiesole o de Asís, sino las orillas o p u ­
lentas de u rban ism o del A rno, del T i b e r o del Po, y los palacios sofis­
ticados de la laguna veneciana. El h u m a n is m o y el urb an ism o se des­
posan co n tin u am en te en esta tierra que exhuma tantos m o n u m e n to s
y estatuas del pasado p agano y ve desarrollarse a las ciudades in m o r­
tales que son la Rom a de Ju lio II y de Alejandro Borgia, la Florencia
de los M edicis, el M ilán de los Sforza, la Venecia de los Doges.
Si a su vez examinamos el co n ju n to de factores que p erm iten el
eclipse de la corriente rom ántica, n o te m o s en principio ese factor
intrínseco, ese “gusano en la fruta” que ya señalamos y que lleva en
germ en en la sensibilidad rom ántica, p o r ese gusto de las “ruinas”,
po r esta necrofilia más o m enos pron unciad a que em erge con la esté­
tica de G oya y el cataclismismo de T u rn er, lo que será, a fines del
siglo, el decadentismo.
P ero, sobre todo, luego de la gran exaltación de la Naturphilosophie
e infiltrándose m uy rápidam ente p o r y en las filosofías de la historia,
hay una Kulturphilnsophk que descansa sobre la mitología prom eteica
y que irá acentuándose en el curso triunfante de ese siglo de los des­
cubrim ientos científicos y técnicos. La “naturaleza” p ro n to se c o n ­
vierte en el peligro a sup erar p o r el h eroísm o de la invención técnica.
El siglo XIX ve nacer el deporte, el alpinismo, la exploración conquis-
110 In t r o d u c c i ó n a i .a m i t o d o i .o g í a . M it o s v so c ie d a d e s

tad o ra del m u n d o (incluso “s o ñ ad a” com o en Julio Verne).71 H egel,


C o m te , M arx, son filósofos de la cultura. El siglo desemboca sobre el
K u ltu rk ä m p fe n Alemania y la escuela pública positivista en la Francia
de Ju les Ferry.
El p ro m e te ís m o es antinaturalista p o r exceso de heroísm o c o n ­
quistador, el decadentism o lo será p o r defecto: pero H u y sm an s se
u n e a Eiffel en la m isma idolatría de lo artificial. Ahí, todavía, co n sta­
ta m o s una co m u n id ad sem ántica en los h erm a n os enemigos. El a rtí­
fice, para D e s Esseintes co m o para su tiem po, “es la marca distintiva
del g e n io del h o m b r e ” ya que la naturaleza “cum plió su m o m e n t o ”,
“d efinitivam ente cansó, p o r la desagradable uniform idad de sus pai­
sajes y sus cielos...”. El práxico - y la praxis- prevalece sobre la c o n ­
tem p lació n y el contem plativo. El refinam iento decadente se une en
la m ism a “c re o d a ” al d andism o de D es Esseintes y a la “tran sfo rm a­
c ió n ” técnica cantada p o r Marx.
O t r o factor, que estaba ciertam en te en germ en en el “y o ” ro m á n ­
tico nacido de las grandes derelicciones políticas y sociales -e s e yo se
reabsorbía y se refugiaba enton ces en el océano de la naturaleza-, es
el ad venim ien to o el resu rg im ie n to (pensem os en el individualismo
del R en acim ien to) del “culto de la personalidad”, lanzado paradóji­
c a m e n te po r el crispam iento de una ortodoxia religiosa en “c olapso”
y p ro c la m a n d o en 1870 la “infalibilidad” pontificia. Se desarrolla un
culto de las divas, de los h o m b res políticos, de los conquistadores co ­
loniales, de las stars, de los “artistas” en tanto que personas, apoyado
p o r el nacim iento de la fotografía, y luego p o r supuesto del cine. A
p a rtir de 1860-1870 se despliega una gigantesca “m u n d an alid ad ” de
la p o m p a .72 Toda la “p re n s a ” naciente, luego invasora en los últim os
años del siglo, p o ndrá el acento en un h um anism o del aparecer, cuyos
hered ero s todavía son nuestros actuales hebdom adarios ilustrados,
Jours de France o Match.
Ese “cuito de la personalidad”, que desembocará en el fiihrerprin-
zip, se duplica y se refuerza p or la inflación del yo que manifiesta la
m oda del psicoanálisis y las circunvoluciones de los existencialismos.
N i Sartre ni F reud son sensibles a los encantos de la naturaleza. P o r
supuesto, esos egotism os invaden la sensibilidad artística: el p in to r ya

71. Véase S. Vierne, Jules Venu et le roman initiatique, París, Sirac, 1978; Jales Veive,
mythe et modernité, París, Presses Universitaires de France, 1985.
72. Véase G. Durand, “Un sociologue à l ’Opéra”.
I.a noción de "cuenca semántica" 11 !

n o se preocupa h u m ildem en te y laboriosam ente p o r acercarse lo más


posible a la “revelación” de la naturaleza. La obra de arte no es más
que una proyección del yo y la “belleza es convulsiva” o n o es... El
arte se busca del lado de esas inflaciones y de esos abando nos del yo
que son las enferm edades mentales. La m arca artística está dada po r
la expertización psiquiátrica. Paul M a rg u e ritte n o s e equivoca en 1884
cu ando califica A contrapelo de H u y sm a n s de “m anual del perfecto
n e u ró tic o ”. “El ap arecer” en el d o m in io del individualismo es la ex­
hibición. La regla del arte ya no es para nada el im itar o descifrar la
naturaleza sino entregarse a la exhibición de las pulsiones m enos c o n ­
troladas del yo.
El caso del im presionism o es m uy significativo: en un sentido es el
acabam iento triunfante del naturalism o rom ántico. P e ro eso n o es
más que una apariencia. E n profund idad, n o es m ás que la invasión
cientifícista y prom eteica de la sensibilidad, m ediante las leyes de
E u g èn e C hevreul sobre la luz que están en los antípodas de la Farben­
lehre de G o e th e , m ientras que la elección del n o m b re de la escuela
misma, “im presio n ism o ”, cond uce y reduce a la naturaleza a una c o ­
dificación p u ra m e n te psicológica. P u e s to q u e la apología decadente y
cientifícista de la paranoia se casa muy' feliz con la disección cientifi-
cista de los datos naturales y el frenesí invasor de las pulsiones del yo.
La obra de F reu d y el psicoanálisis son el paradigm a de esta alianza
prop iam e n te “contra n a tu ra ”.
C iertam en te, a pesar de la inm ensa co rrien te que precipita el arte
hacia la insignificancia querida y concertad a de la im presión subjeti­
va, de la proyección de to d o el aparato psíquico sobreexcitado y de las
disecciones mortificadas de las factualidades positivistas, existen -c o m o
en el siglo X V I- supervivencias, cúm ulos, prolongaciones inm ediatas
del rom anticism o com o en las obras de C o ro t, de T h é o d o r e R o u s ­
seau, de M illet -¡d e V iollet-le-D uc cuando se hace pinto r!-, pero tam ­
bién en las furtivas intuiciones de C éza n n e ro m p ie n d o con el im p re ­
sionism o, o de Van G o g h , entreviendo a la vez los paraísos perdidos
del rom anticism o y los del ejem plarism o. Y sobre todo “c ú m u lo s”
que em ergen p o r la pintura simbolista de las pesanteces de la ideolo­
gía decadente: paisajes de Gustave M o re a u , de A rno ld Böcklin, de
P ie rre P uvis de C h av an n e s, de P a u l Sérusier, de Paul G a u g u in ,
de G iovanni Segantini, y a veces de M ax E rnst. P e ro el fin del siglo
XIX, co m o el fin del XV, vio em erg er un hu m an ism o nuevo e invasor
que su m erg e a los lejanos islotes de supervivencia de la Naturphiloso­
phie. Este h u m anism o adosado a una conquista y a una “posesión” de
112 I n t r o d u c c i ó n .7 a la m i t o d o l o g í a . M it o s v so c ie d a d e s

la n atu raleza se integra quizá - n o pod em o s afirm arlo a q u í- en la m is­


ma “cuenca se m á n tic a ” que vio nacer el R en acim iento y sus co nq uis­
tas científicas y geográficas: “el a p a ra to ”, la bulimia científica y técni­
ca, la socialidad de los cursos, de los salones burgueses o de los cafés,
el individualism o -a l m enos a p a r e n te - y el resurgim iento pagano de
los dioses olvidados deberían alertar nuestra curiosidad sobre el tema.
Sea co m o fuere, vemos esbozarse el m ecanism o p or el cual se eclipsa
una “cuenca se m án tica”: p o r una parte, actúan tendencias intrínsecas
a la c o r rie n te general las que, cuando esta últim a, p or una u otra ra­
zón, se debilita y se divide, pueden poco a poco fluir y converger
hacia o tro s relieves culturales: p o r un lado intervienen, cuando la
m e m o ria c o n tin u a de tres o cuatro generaciones se debilita, o rie n ta ­
ciones de to rre n te s innovadores. P e ro es necesario e n ten d e r bien que
esas “cuencas sem ánticas”, a la m anera de los “cam pos m orfogenéti-
co s ” del biologista, no desaparecen jamás definitivam ente. P rim ero
sobreviven en “cúm ulos testigos”, de alguna m anera, pero sobre todo
p e rm a n e c e n en la m em oria colectiva de una cultura, la que p or sus
m o n u m e n to s , sus docum entos, sus tradiciones y sus m odos de vida,
sus conservatorios de todo tipo, sus bibliotecas y sus pedagogías, su ­
pera en m u c h o el corto ciclo del trend, secular de una m em oria vivida
y de la c o n tin u id ad solidaria de las tres generaciones que viven c o n ­
j u n ta m e n te en el m ism o m o m e n to del siglo. U n a sociedad en el fon­
do no está caracterizada y constituida sino p o r sus “renacim iento s”
culturales periódicos que, cada vez, m arcan un poco más su genio
singular. C o m o si estuviese sostenida p o r grandes conjuntos im agi­
narios; “e n s u e ñ o s ” específicos co m o hubiera dicho Bachelard, m ito-
logem as significativos preferim os decir nosotros.
U n a vez adm itida esta perenn idad o, com o lo dice David Bohm,
esta “ trascen den cia” de la “cuenca sem án tica”, p o dríam os form ular­
nos diferentes preguntas todavía, que aquí indicam os a título de sim ­
ple recordatorio: ¿no existe un ajuste de “cuencas sem ánticas” (como
nos lo dejaba presen tir la “cuenca sem ántica” m u y global del joaqui­
nism o para O ccidente) donde, sobre tres o cuatro niveles, ten d ría­
m os “cuencas sem ánticas” cada vez más especializadas, particulariza­
das de alguna manera? L uego, ¿no podríam os p re g u ntarnos si la fase
de las “cuencas sem ánticas” sucesivas no revela una cierta ley de alter­
nancia y n o perm ite la previsión?
Lo cierto, de todas maneras, es que esta noción de “cuenca sem án ­
tica” que hace intervenir a la vez la perm anencia y el cambio nos parece
considerablemente heurística. E n “confluencia s e m án tica” -¡ta m b ié n
lui umhin Je “dienen sau/hitiui "

ella!-, con las concepcion es más avanzadas de la física cuántica y de la


biología formativa c o n tem p o rán ea , perm ite explicar, gracias al m o ­
delo del “o rden im p licado”, es decir de la acción d e te rm in a n te del
todo, del halón, y de sus corolarios “re-inyección” y “p royección ”,
cóm o p odem os a la vez comprender, o sea, identificar una cultura o un
m o m e n to cultural, una “é p o c a ”, a la propia cultura y a la propia é p o ­
ca del observador, y diferenciar, para singularizarlo exactam ente, tal
objeto cultural.
C a p í t u l o IV

El concepto de “tópica sociocultural”

Acabamos de ver, con respecto a la “cuenca sem án tica”, que las


fases de esta última, sobre to d o las iniciales y las term inales, se sup er­
ponían en parte. D ich o de o tro m odo, si hacem os un corte instantá­
neo, fuera del devenir, si se esboza un “perfil” - n o estrictam ente “epis­
tem ológico”, com o lo recom endaba Bachelard, sino am pliam ente “se­
m án tico ”- de un co njunto im aginario en un m o m e n to cultural dado,
descubrimos entonces un “espesor” (o una “p ro fu n d id a d ”) de este
fragm ento arbitrariam ente seleccionado, abstraído de su futuro y de
su pasado. Se distinguen al m en os dos “capas” en este corte: la que se
esfuma y la que se anuncia.
Así se vislumbra la noción de “tópica”, que en un lugar puntual
(topos) constata un “espesor”, un “sistem a” de tensiones o de an tag o ­
nismos (cf. Lupasco). Aun incluso en corte delgado, el capital de im a­
ginario de una instantánea sociocultural aparece com o complejo, plural
y sistémico.
Esta “com plejidad”, no obstante, nos dictará aquí una precaución
metodológica: lo más sim ple puede convertirse en el m o delo de lo
más com plejo sólo m etafóricam ente. O más exactam ente, sólo de
manera “m eto n ím ic a”, puesto que el sistema social no beneficia las
“simplificaciones” que co m p o rta un organism o individual, ligado a la
entropía biológica. P o r ello la m etáfora “psíquica” de lo social nos
parece más heurística que la m etáfora biológica. P e ro no por eso es
m enos metáfora: el sistema social, co ntrariam en te al sistema indivi­
dual psíquico, es de “decisores m últiples”. La relación determ inista
expresada p or el viejo esquem a causa-efecto se esfuma todavía más
que en la madeja de d eterm inaciones individuales. S iem pre s o rp re n ­
dió a los sociólogos el carácter “paradójico”, incluso “p erv erso ”, de la
“causalidad” en sociología. M u y a m en u d o los “efectos” producidos

[115]
116 IN TR O D U CC IO N ' Λ Ι.Λ M ITO D O LO G ÍA . .Vil J OS V SOCII'.DADI-.S

son inesperados, e incluso co n trad ictorio s con las orientaciones de la


causa.
T a m p o c o p o drem o s to m ar tal cual al esquema aún m uy o rtog on al
- ¡ c a rte s ia n o !- de las famosas tópicas freudianas en dond e la pulsión
“vertical'’ del ello está co m o cortada p o r la horizontalidad del superyó.1
Ello, yo y superyó sólo serán aquí referencias metafóricas. E n realidad,
la “tó p ica” sociohistórica está encerrada en una especie de diagram a
en do n d e “el im plicante” general (el sermo mythicus y sus núcleos ar-
quetípicos) contienen, p o r así decirlo, las “explicaciones”, los des­
pliegues que so n el “ello” social analizado p o r los mitólogos, el “y o ”
social pasible de la psicosociología y el “s u peryó ”, el “consciente c o ­
lectivo” en tan to que dom in io de los análisis institucionales, de las
codificaciones jurídicas y de las reflexiones pedagógicas. El que p r o ­
p o n e m o s es pues un esquem a m etafórico, que ya se despega de la
pura ortog onalidad freudiana. El o rd e n de nuestra descripción puede
parecer tam bién arbitrario: digam os que, para justificarlo, h em os co­
m enzad o p o r describir lo que nos parece ser justam ente una innova­
ción en el ca m p o de la sociología, tradicionalm ente apegada a los
análisis del “superyó” de las instituciones y de las pedagogías episte­
mológicas.
L o que enco n tram o s entonces en la prim era parte del diagrama -
¡o en lo más “p ro fu n d o ” de la escala tópica!- es pues el “ello” a n tro ­
pológico, ese Urgrimd. “cuasiirimfi^il”,* “que nunca se tran sfo rm a”, y
al que J u n g llama “inconsciente colectivo” pero que m uy p ro n to se
distribuye en dos series: una específica, ligada a la estructura del ani­
mal social que es el homo sapiens; la otra más “lam arquiana” - c o m o lo
afirma M ich el Cazenave en un excelente a r tí c u lo - 5 y que es pasible
de hábitos culturales. U n a del lado del arquetipo prop iam e n te dicho,
pura instancia num inosa; la otra del lado de “ la imagen arquetípica”,
ya envuelta en una representación, p o r lo tanto “localizada” (T hom ).
E n cuanto a nosotros, pod ríam os hablar de un inconsciente colectivo
específico que em erge apenas a nivel de la tom a de conciencia e iden ti­
ficado en su abstracción po r los lingüistas y los estructuralistas que
hablan de lo “siempre traducible” del m ito (Lévi-Strauss), de los “u n i­

1. Véase S. Freud, Métnpsychologie , París, Gallimard, 1968; Nouvelles Conférences su r la


psychmwlyse, Paris, Gallimard, 1981.
2. Véase F. Braudel, oh. cit.
3. Véase M. Ca/.enave, en Cnbiers de Payibologie J ungíame, N" 27, 1981.
F,I concepto dt· "ta p ia r " fo c in c itltim il 1 17

versales” ele la lengua (G. M o u n in , T. de M a u r o ) o de “ base g e n e ra ti­


va” (N o a m C hom sky).4 En efecto, se trata a l l sin duda de un m etalen-
guaje, que sólo aparece -¡p u e s to que sin duda debe aparecer para ser
identificado y estu d iad o !- a nivel de las grandes sincronías, de las
grandes h om ologías de imágenes, de esas Urbilder que descubre la
etología (Lorenz, P o rtm an, Spitz, Keyla, en tre o tros).’ Este em erge
en esos “m itos latentes” que m uy bien identificó R og er Bastide6 en el
m o m e n to gideano, y que no llegan to talm e n te a anclarse en im áge­
nes precisas o a darse un n o m b re fijo. Están, c o m o lo dijimos en o tro
m o m en to , a nivel “verbal”, en rigor, a nivel “ep itético ”, no a nivel
“sustantivo”. Borrosas en cuanto a su figura, no son m enos precisas
en cu an to a su estructura. Exactam ente co m o esas divinidades latinas
a las que Dum ézil considera pobres en representaciones figuradas pero
ricas en coherencias estructural-funcionales.7 Puesto que este incons­
ciente específico no tiene nada de anóm ico, com o lo m ostraro n los
trabajos experim entales del psicólogo Yves D u ra n d ,8 éstas integran
claram ente los “p aq uetes” de im ágenes ν las hom ologías en series
bien definidas.
U n rasgo fundam ental que se vincula a la lógica de toda “sistémi-
ca” es que esos arquetipos son plurales: constituyen a la vez el p oli­
teísmo fun dam en tal de los valores im aginarios (Weber, C o rb in , M i-
ler, etc.)9 y el carácter “dilem ático” (Lévi-Strauss) que reviste to d o
sermo mythicus. A partir del estado naciente del m ito, sus instancias
están en plural. Son absolutam ente heterogéneas en su nomos irre ­
ductible. El politeísm o funcional que trasparece en los conflictos de
la psiquis individua! es aun más vigoroso en tre las instancias de la
psiquis colectiva.
P e ro este “inconsciente específico” se fija (como se dice del yeso
que se fija en un molde) cuasiinm ediatam ente en las im ágenes sim bó-

4. Véase Cl. Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, t. I. Sobre D e Mauro, M ounin,


Chomskv, G. Duranti, Figures mythiques et visages de l ’œuvre, cap. I, “Langage et mé-
talangage”, 2a éd., Paris, Duuod, 1993.
5. Véase A. Portmann, “Das Problemen des Urbilder in biologischer Sinn”, en
Eranos Jahrbuch, 1950, vol. 18.
6. Véase R. Bastide, Anatomie d'André Gide.
7. G. Dum ézil, La Religion archaïque des Romains, Paris, Payot, 1966.
8. Y. Durand, L’Exploration de l'imaginaire, introduction à la modélisation tics univers
mythiques, Espace Bleu, 1988.
9. Véase H . Corbin, t£S Paradoxes du tmmothéisme, Paris, L’Herne, 1981.
In t r o d u c c i ó n λ la m i t o d o l o g í a .M i tos y s o c il im d k s

1¡cas llevadas p o r el e n to rn o cultural. El m etalenguaje prim ordial lle­


ga a ubicarse en la lengua natural del g ru p o social. El inconsciente
colectivo se hace cultural; las ciudades, los m o n u m en to s, las c o n s ­
trucc ion es de la sociedad, llegan a captar e identificar la pulsión de
los arqu etipo s en la m em o ria del grupo. La ciudad con creta llega a
m o d e la r el deseo de la “ciudad id eal”, 10 puesto que una utopía jamás
está d ep u rad a de su nicho sociohistórico. Los verbos y los epítetos
q ue señalan la generalidad del inconsciente específico se sustantifi-
can. Los dioses del arcaico L atium tom an los rostros, y desposan las
querellas, del p an teón pleno de im ágenes de las Helenas.
A nivel de esta aijesociologíu están esos fenóm enos de prim era im ­
p re g n a c ió n cultural que los n o rte a m e ric a n o s identificaron con el
n o m b re de basic persomiality (Kardiner, L inton, etc.), y los alem anes
co n el de “paisaje cultural”, Landschaft (O. Spengler, E. Benz).11 P ero
ese nivel fundador, bajo el im pulso m ism o de la representatividad,
conlleva ipso facto el nivel en do n d e esas sustantificaciones se a trib u ­
yen roles hu m an o s y se “teatralizan” (Duvignaud, Maffesoli). Es ese
c o n ju n to “actancial” (para re to m a r la term inología de G reim as, de
S ouriau o de Yves D u r a n d ) ’- el que constituye lo que se podría llamar
m etafó ricam en te el “yo social”. P o r una capilarización insidiosa,1* las
instancias jerarquizadas, conflictuales y heteró n o m as de la “ciudad
ideal” pon en en escena las personae y los personajes del juego social.
C o m o su origen fundamental, los roles sociales (que estudian la so­
ciología de la relación y la psicología social) son plurales. Los particu­
larismos de los “em pleos” dan segregaciones y juegos de oposición y
de alianza entre castas, clases, sexos, categorías de edad, en una pala­
bra, en tre “estratificaciones sociales”. Además, nos parece - y p o r las
vías co m p letam en te diferentes p ero de idéntico resultado de aquellas
p u ra m e n te estructurales de las que se sirven p or ejem plo P ro pp, G r e i­
mas y Souriau, y aquellas experim entales que sigue Yves D u r a n d -
que esos “e m p leo s” actanciales no exceden el n úm ero de siete (seis
opuestos dos a dos, más uno). Sea co m o fuere, es im po rtan te subra-

10. Véase R. Mucchielli, Le Mythe de la cité idéale, París, Presses Universitaires de


France, 1960; P. Jouve, Geographies imaginaires, Paris, José Corti, 1991.
11. Véase E. Benz, Geist und Landschaft, Stuttgart, Lett Vael, 1972.
12. Véase J.-A. Greiinas, Sémantique structurale, Larousse, 1986; E. Sourau, Les Deux
Cent Mille Situât inns drmnatiqnes, Pan's, Flammarion, 1950; Y. Durand, ob. cit.
13. Véase M. Maffesoli, Le Temps des tribus, Paris, Méridiens, 1988.
El concepto de "tópica "sociocultural

yar - c o m o lo p ru e b an los trabajos de Yves D u ra n d y los de Albert


Yves D au ge sobre el “ B árbaro”- 14 que, en esta constelación de roles,
no sólo se esboza una jerarquía, sino que se integra la negatividad de
ciertos roles p o r o tro lado indispensables: descastados, marginales,
bárbaros más o m enos integrados... Esta negatividad, introducida sis-
tém icam ente en el con ju nto de los roles, juega ciertam en te una fu n­
ción im p o rta n te en los m ovim ientos de revitalización del m ito. El
trabajo m o n u m e n ta l de N ic o le M a r tí n e z 1’ so b re los gitanos y los
m arginales m uestra muy bien desde ese p u n to de vista que estos ú lti­
m os son el sopo rte de un m ito m uy rico, m u y fecundo, en la psiquis
colectiva. D e todas maneras, el theatrum societatis implica unos roles
diversificados hasta u n cierto an tag onism o y es significativo constatar
que este diagram a de siete actantes, co m o lo describe Yves D u ra n d en
perspectivas p u ra m e n te psicológicas, es sem ejan te al que C harles
Baudouin fijó para “in te g ra r” las instancias arquetípicas de la indivi­
duación, de la misma m anera co m o lo re en co n tra m o s esp o n tán e a­
m en te en el análisis que hem os efectuado de los “ límites” de un c o n ­
senso sociocultural.1*
N o es éste el lugar para extendernos sobre los m ecanism os que
regularizan y cohesionan esas instancias actanciales del theatrum so­
cietatis. R eco rd em o s, en beneficio del fu n c io nam iento de nuestra t ó ­
pica, la clasificación de los “roles” en positivo y negativo o, c o m o lo
habían subrayado los antiguos griegos o latinos, en divinidades intra
y extramuros... D igam o s m uy so m era m e nte que en una sociedad dada,
cuando el m ito tiende a expurgar sus recursos al im aginario p ro fu n d o
y cuando los roles más adecuados a la racionalización y a la concep-
tualización del sistema son los únicos h o n ra d o s (es el caso de los roles
“técnicos” en la tecnocracia, de los roles “adm inistrativos” y “juris­
diccionales” en la burocracia...), son los roles descuidados y “m a rg i­
n ado s” los que constituyen el reservorio de las revitalizaciones m ito ­
lógicas. P ero insistamos m u ch o sobre un pu nto : m ien tras que los ro ­
les positivos se institucionalizan en un sistema ú nico que tiene sus

14. Véase A. Y. Dauge, Le Barbare, recherche sur la conception romaine de la barbarie et de


la civilisation, Bruselas, Latomus, 1981.
15. Véase N . Martínez, “Mythe et réalité du phénom ène «tsigane»”, tesis de Estado,
Université de Montepellier, 1979.
16. Véase G . Durand, “[>3 notion de limite dans la morphologie religieuse et les
théophanies”, en Eranos Jahrbuch, vol. 49, Insel Vclag, 1980.
12 0 In t r o d u c c ió n a i .λ μ ι ί o d o i .o g í a .M it o s y so c ie d a d e s

códigos p ro p io s y su term inología, los roles negativos son dispersa­


dos en un “t o r r e n t e ” bastante confuso, bastante anárquico, de “o p o ­
n e n te s ”. El superyó se pasa fácilmente al singular, pero el ello p e rm a ­
nece en plural, rico en múltiples posibles. Tal fue la condición del
T ercer E s tad o en 1790, tal tue la de los estudiantes en los m ov im ien ­
tos de 1968. So bre este p u n to sería m uy ilustrativo examinar el lugar
de los m arg in a d o s en el m ovim iento nacional-socialista naciente y en
especial en las SA.17 P ero debem os señalar con firmeza que no existen
roles pre d estin a d o s a la conservación de las instituciones y de los ro ­
les o p u estos que serían factores de trastornos. E n tal caso, son los
roles g u e rre ro s los conservadores de un poder, en tal o tro son ellos
los que p ro m u e v e n p o r el contrario los pronunciamientos. T odo d e ­
p end e de los roles que son marginados: a veces, en la historia de O c ­
cidente, fueron los de los reyes y nobles, a veces los del sacerdocio y
los clérigos. El recurso contra los racionalismos sacerdotales fue el
em perad o r, y el recurso contra las predicciones sobre el im perio y sus
propag an d as fue el sacerdocio. S im plem ente, en esos juegos c o n tra ­
dictorios en d o n d e pueden tam bién intercam biarse los roles, los m ar­
ginados de to do ord e n tienen siem pre más posibilidades de ser los
ferm ento s de oposición.
F in a lm e n te , a nivel de una sociedad, se p uede ubicar una especie
de “s u p e ry ó ” social pasible de una sociología jurídica e institucional.
A la vez conservador y codificador de la episteme de la sociedad en un
“in sta n te ” (¡que n o es una instantánea fotográfica! Ese instante puede
d u ra r m uchas décadas, y' en ningún caso es inferior a la m aduración
de u n a g eneración dada), ese superyó es el reservorio de los códigos,
de las jurisdicciones, pero también de las ideologías corrientes, de las
reglas pedagógicas, de las am biciones utópicas (los “planes”, los “p r o ­
g ram as”, etc.) y de las lecciones que el genio del instante puede ex­
traer de la historia del grupo. E n este nivel, el mito se positiviza, si
p o d em o s decirlo, en épos y se logifica en logos.
P ero el vínculo que conecta esos tres “niveles” metafóricos de la
tópica social, la fuerza de coherencia fundam ental que “implica” el
nivel fundador arquetípico, el nivel actancial de los roles y el nivel de
las em presas racionales “lógicas”,1S es el sermo mythicus. P o r una para­
doja más, es en el instante en el que el m ito se racionaliza en ambición

17. Véase J.-P. Sironneau, ob. d t.


18. Véase V. Pareto, Traité ile sociologie générale, París, 1916.
/·.'/ concepto de “tópica "socim iiltirrtil

utópica, en méthodos racional, en el instante pues en que está más m a ­


nifiesto en las instituciones y las jurisdicciones, en que es el m ejor
integrado a la “conciencia colectiva”, en que sus “orillas” son m ejor
aprovechadas o, hablando co m o Lupasco, es en el instante en que se
“actualiza”, que el m ito se neutraliza en tanto que fuerza mítica, que se
desmitologiza de alguna m anera. Es en ese m o m en to cu and o existe un
“malestar en la civilización”, cuando se manifiesta una peligrosa ocul­
tación que (Jung lo m ostró justam ente a propósito de la A ufklärung,
así com o del W otan nazi)17 envía la num inosidad de lo mítico del lado
del yo más exacerbado, del lado del egotism o individualista. Entonces,
ya no se trata más de una “sociedad”, ni siquiera de una Gemeinschaft,
de una “co m u n id ad ”, sino de una “masa”, de una “m u ltitu d ” que va a
facilitar las “capilarizaciones” del num en mítico y las va a reagrupar en
un torre n te a m en u d o subversivo y a veces devastador.
U n a sociedad oscila así entre diástoles y sístoles m ás o m eno s rá­
pidas, que no van más allá de una generación hum ana (H . Peyre, G.
M a to ré , G. M ich aud ) ni más allá de un m ilenio (O. Spengler) - y que
nuestras investigaciones sobre la “cuenca sem án tica” estiran aproxi­
m ad am e n te alrededor de 150 a 180 año s-, una sociedad oscila pues
alreded or de un eje o, si se prefiere, en el seno de un “im p licante”
m itológico, cuya apreciación, o bien cuya medida (siem pre po dem os
“c o n ta r”, com o lo hicieron Sorokin o el crítico literario T ro u sso n ,20
las epifanías culturales de un mito), es para nosotros el indicador p rin ­
cipal del “estad o ” de una sociedad. El m ito aparece no sólo co m o un
indicador fundam ental para el observador sino, en un co n ju n to sisté-
mico, co m o un “d ecisor” capital para el actor político. N o es que la
divinidad intervenga desde el exterior p o r una espontaneidad teo ló ­
gica co m o en el devenir hegeliano, marxista o spengleriano, sino en
el sentido de que lo n um in oso de un m ito puede en c ontrarse reacti­
vado, fortalecido, exacerbado, y que hace entonces galopar a la histo­
ria, gracias a una personalidad que tiene la intuición o la inteligencia
del m ito pertin en te a la sociedad y al kairos dados. Tales fueron en su
tiem po Alejandro, Augusto, Ju an a de Arco, N a p o le ó n , L enin y, q u i­
zá, H itler. Si no fueron siem pre el “n o m b re del río ”, al m eno s fueron
el “conflu e n te” decisivo. C ie rta m e n te lo fueron con m ayor o m e n o r

19. Véase C .G . Jung, articulo de 1926 sobre VVotan, en Aspects du drame contempo­
rain.
20. Véase R. Trousson, ob. cit.; P. Sorokin, ob. cit.
122 In t r o d u c c i ó n λ la m i t o d o l o g í a . M it o s v s o c ie d a d e s

felicidad, q u i e r o decir con esto: con m a y o r o m e n o r ap e rtu ra e in te ­


ligencia a la p luralidad de los m itos co nstitu tivos de una sociedad. A
ese respecto, la e s tre ch ez de un H it l e r y su obsesión p o r el m ito de
la raza c o m o tam b ién su o d io al judío están en los antíp o d as de N a ­
poleón B o n a p a rte quien, apenas p rim e r cónsul, p ro n u n c ió esa s u ­
blim e e in te lig e n te sentencia: “Q u ie r o asum ir todo, de Clovis a R o ­
b e s p ie r re ”.
Es que, precisam ente, una sociedad debe adm itir el pluralismo
de los roles - p o r lo tanto de los v alo re s - garante de la pluralidad de
mitos. C o m o ya Fried rich N ietszc h e lo había visto p ro fun dam en te,
G recia no es la patria exclusiva de Apolo: D ionisio vigila en la sombra
en pos del b u en equilibrio de lapsyche h elén ic a.21 T am bién en m itolo­
gía, co m o lo decía M o n te s q u ie u de la dem ocracia, “el p o d e r debe
d e te n e r al p o d e r ”. E n toda sociedad existe en un m o m e n to dado - y
esto es sensible al antagon ism o de los ro le s - una tensión entre ni m e­
nos dos m itos directores. Si la sociedad n o quiere recono cer esta plu ­
ralidad y que su “sup ery ó ” rechaza b ru talm en te toda m itologización
antagonista, hay crisis y disidencia violenta. T odo totalitarism o nace
de lo exclusivo y de la opresión - a m e n u d o con la m ejor fe del m u n ­
d o - p o r u n a sola lógica vigente. Es en ese m o m e n to en el que “los
dioses tienen s e d ” y se vengan desencaden and o oscuram ente, en la
tiniebla de los inconscientes, la tem pestad de los dioses adversos. E ntre
las “causas” del hitlerism o y del re su rgim ien to de W otan - “el h u ra ­
cán devastador de las estepas”, co m o lo llama J u n g - , está el complejo:
derrota hu m illante del II Reich/liquidación de la dinastía imperial a
m anos del extranjero/calco de la república de W e im a r sobre las insti­
tuciones del vencedor. Es así co m o la república de W e im a r se convir­
tió en el em b lem a de toda la herencia de la derrota. ¡W o ta n /H itle r no
sale de la tum ba de W a g n e r sino de las urnas anónim as de la R epúbli­
ca Alemana! Es en la intim idad de los cuartos oscuros en d on d e se
m a n c o m u n a ro n todos los resentim ientos, los sueños más locos, las
revanchas más crueles."’
M ás aún, en el seno de ese pluralismo, los m itos no juegan todos
en el m ism o nivel de urgencia política: un gru p o social raram ente
está circunscripto con nitidez, gen eralm en te se inscribe en un grupo

2 1. Véase F. N ietzsche, La Naissance de la tragédie, París, D enoël, 1950; M. Maffesoli,


L'Owbre de Dionysos, París, Méridiens, 1982.
22. VéaseJ.-P. Sironneau, ob. cit.
concepto /le "tópica"sociocultural 123

más vasto y circunscripto en su m o m e n to a los particularism os res­


tringidos. Ahí tam bién se trata de diferencias de escala. Los pueblos
latinos y sus particularism os se inscriben p o r ejem plo d e n tro de una
vasta, pero difusa, cultura ind oeu rop ea. O más aún, tal nación de
Europa se inscribe d e n tro de las órbitas de la Reforma; tal otra, de la
C o n trarrefo rm a . P e ro no se p uede decir de an te m a n o a qué nivel
p ertenecerá, en un m o m e n to tal, el m ito decisor. P u e d e p ro v e n ir del
m ito más difuso, del m enos racionalizado, pero el más p o ten te c o m o
ferm ento de la decisión, tal co m o el islam shiíta en el Irán m o d e rn o o
la Iglesia en la Polonia de Solidaridad; p o r el co n tra rio p uede nacer
de un m ito anclado en una m inoría m u y particular, c o m o el E stado
de Israel brota de algunos rebeldes que presienten la tem ible Shoa, o
co m o tam bién Estados U n id o s de América “fu n d a d o ” en su origen
p o r los refugiados del Mayflower... U n a vez más, la noción de “c o n ­
curso de circunstancias” adquiere toda su im portancia d e n tro de este
análisis. Ya no se trata, p ro p iam e n te hablando, de “causalidad”, sino
de u n concurso de elem entos sincrónicos muy diversos, que r e p e n ti­
n am en te el m ito viene a “im plicar”: es lo que nosotros hem os d e n o ­
m in ado las “confluencias” en el seno de la cuenca semántica.
N o s queda decir una palabra acerca del m ovim ien to de lo m ítico
en una sociedad dada. Ya h em os señalado que este m ov im ien to p e r te ­
nece a la “larga d u ra ció n ” tan cara a Braudel y no se reduce jamás a la
corta duración de una generación hum ana.
P od ríam o s clasificar a los m itos, o al m enos a los m ito log em as que
implican una sociedad, según el ord e n de su duración: es evidente
que el m ito cristiano subtiende un buen m ilenio de la sensibilidad, de
los valores y del discurso de Europa. C ie rta m e n te se m etam orfosea a
m erced de los leaderships políticos y etnoculturales de los pueblos del
continente, pero conserva hasta nuestros días grandes rasgos c o m u ­
nes casi inm utables. E n el in terio r de ese m itologem a “im p lica n te” y
general, se injertan corrientes y c o n traco rrien tes que vienen a tipifi­
car, aproxim adam ente de siglo en siglo, grandes imágenes: im agen
mariana en los siglos XII y XIII, im ágenes de crucifixión en los siglos
XIV y XV, estatua de H ércules en el R enacim iento, im ágenes solares
del clasicismo y de la A ufklärung, imágenes prom eteicas en los siglos
XIX y XX. P ero lo que im p orta subrayar, y que había señalado Sorokin
sin fundar su observación en procesos imaginarios, es qu e una socie­
dad, en sus directivas pedagógicas, en sus “clases d irig en tes”, pasa
por las sístoles y las diástoles de una racionalización institucional o,
po r el contrario, de una degradación de esta racionalización de do n d e
124 i N T R O ü r c a Ó N Λ LA ,ΜΠ ODOLOGIA. M il OS Y SOCriUJAUI-.S

“ re s u rg e n ” las disidencias. N o es exactam ente la oposición en tre idiui-


lùtico y sensato tan cara a Sorokin,·’·' sino una oposición e n tre fases de
d ese n c a n ta m ie n to racionalista y re en ca n ta m ie n to im aginario en d o n ­
de, c o m o lo dijimos a pro p ó sito de la “cuenca sem án tica”, existe un
desgaste de los mitos dem asiado “a p rovechados” y, en sus declives y
en sus “d eltas”, resurgim ientos en d on d e fluyen otro s m itos ocultos.
E n líneas generales, el im aginario mítico funciona - l o h em os r e ­
p re sen tad o en el diagram a de la página s ig u ie n te - com o una lenta
noria que, llena de energías fundadoras, se vacía progresivam ente y
se inhibe auto m áticam e n te p o r las codificaciones y las conceptualiza-
ciones, luego se su m erge len tam en te - a través de los roles m a rg in a ­
dos, a m e n u d o forzados a la d isid encia- en los ensueños remitifican-
tes co n du cid os po r los deseos, los resentim ientos, las frustraciones, ν
se llena de nuevo del agua viva del to rre n te de imágenes. C ie r ta m e n ­
te, algunos m itos -lo s más “coriáceos”, según B astide- p u eden resis­
tir victo rio sam ente a esas pruebas históricas de la usura escolástica y
conceptu al y co b rar vida cuando se encuentran m etam orfoseados p or
alguna “re fo rm ac ió n ”. P e ro la m ay or parte del tiem po, el m ito o rigi­
nario sale irreconocible de ese tratam iento . A lo largo de la ruta pier­
de m item as e integra otro s en los casos más mitigados, p o r ejem plo
P r o m e te o que se transform a en Fausto. F inalm ente, lo m ítico puede
cam b ia r co m p letam en te de piel a lo largo de to d o ese ciclo: la disi­
dencia es dem asiado aguda, su ironía y su duda con respecto al m ito
vigente dem asiado patentes (com o el de G ide en su Prometeo), su re ­
vuelta dem asiado indignada. L o m ítico se sum erge entonces en las
fuentes de un m ito que perm anecía a la espera en la som bra y se rege­
nera con frenesí. Fausto ya no le basta al siglo XIX: en el h o rizo n te del
pensa m ie n to renacen O rfeo, Dionisio, y aun más lejos, H e rm e s , sin
c o n ta r el cortejo de los Zaratustra y de los W otan... Se va a form ar
una mitología nueva, contestataria. Ésta se va a formar, y g eneral­
m e n te son disidencias o m ovim ientos de desmitificación con respec­
to a la sociedad vigente las que vamos a e n c o n m jr en sus atribuciones.
Toda sociedad se establece según el m odelo tópico, es decir que el
inconsciente social no está encerrado en una actitud única co m o p u e ­
de estarlo el inconsciente de un individuo - l o que perm ite el análisis
del psicoanalista-. El inconsciente social es difuso, jamás está ence-

23. Véase P. Sorokin, oh. cit.


/·.'/ concepto de "tópica " sucioctiltitriil

NIVEL RACIONAL
- Conceptualizacíón, logos
- Pedagogía, episteme, ideología
- Eros, utopia, programas, etc.

Roles “p ositivos" NIVEL ACTANCIAL Roles “negativos"


impulsados por la Los actores del juego social. marginados,
Ideología vigente Roles, jerarquías, castas, disidentes
estratificaciones...

NIVEL FUNDADOR
Inconscienle colectivo cultural
Landschaft y basic personality
Lengua natural
Inconsciente colectivo específico
Urbilder, pluralidad de los arquetipos

Tópica del sistema social

rrado en un cuerpo, en un sistema nervioso, en una historia bien lo­


calizada y corta com o puede serlo la vida de un ho m b re. Varía en el
estadio más am plio de los milenios. Si p o r ejem plo tratam os de anali­
zar una sociedad m u y global co m o la cristiana, vemos bien que parte
de los prim eros siglos después de Jesucristo y que llega hasta nuestros
días. Es evidente que ahí d en tro ten drem o s una carcaza mítica global
y, en el interior, una cantidad eno rm e de m ovim ientos, de agitacio­
nes. T raté de diferenciar, de discernir en un artículo, d en tro de la
cristiandad, bajo-conjuntos perfectam ente bien distintos y articula­
dos, excom ulgándose a veces los unos a los otros, según se trate de
herejía o de cisma. ’4
Tratem o s de aplicar ese esquema a los cam bios de cuenca se m á n ­
tica. Si tom am o s el período en Francia, y pro bab le m en te en A lem a­
nia, ya que hem os estado ligados com o dos h erm a no s enem igos d u ­
rante todo un siglo, de la sociedad “decadentista” y simbolista de 1860

24. Véase G . Durand, “La notion de limite...".


J 26 Im r o i h ' c c i ó n λ la m i t o d o l o g í a .M i los y s o c ie d a d e s

a 1920, q ue es la de com ienzo de siglo, la de nuestros padres y a b u e­


los, p e ro q ue se prolonga con nosotros en el lina! del siglo XX, ¿qué
co nstatam os? Vemos justam ente u n m ito proveniente del siglo XIX
p re c e d e n te , P ro m e te o , que va a pasar por diferentes fases, y luego,
desgastándose poco a poco, term ina p o r eclipsarse. P ero al principio,
¡qué suerte q u e tuvo! P rim e ro es el m ito de Icaro, el P ro m e te o vola­
dor, y, d u ra n te la guerra de 1914-1918, una mitificación en Francia
del as de la aviación G eo rg es G u y n e m e r, “as de ases”, ¡el que paraba
las balas con la mano! T am bién es la mitificación de la conquista pro-
m eteica p ro p ia m e n te dicha, y cito algunos nom bres: Eiffel, el con s­
tr u c to r de la to rre y el p ro m o to r de la construcción metálica; Pasteur,
el h é ro e de la mejoría de la salud p o r la vacuna y p o r la cultura co ns­
ciente y p erfectam ente explicitada de la microbiología; Lesseps, el
que abrió el canal de Suez. D e hecho, ten em o s tantas encarnaciones
c o m o q u eram o s, sean reales o literarias. Se podría tam bién en c o n trar
en las novelas de Julio Verne al capitán N e m o o al ingeniero del cas­
tillo de los C árpatos, que son tam bién encarnaciones “a la U n a m u ­
n o ”, pero tan válidas co m o las encarnaciones vivas, puesto que todas
están in te n s a m e n te mitificadas.
T e n e m o s entonces los roles de la época, los roles privilegiados, los
roles valorizados. Señalo aquí algunos de ellos: el inventor que reina
en los m anuales de la escuela prim aria (se cita a los inventores de la
lám para a filamentos de carbón, al in ventor del gas, L eb o n , Edison,
e n tre otros); tenem os al m aestro, aquel que difunde la corriente pro-
meteica; te n em o s al que lo lleva lejos, el colono o el misionero; ten e­
m os al que lo defiende, el defensor de la patria: d uran te la guerra de
1914-1918, en Francia, está la leyenda del “poilu”,* armas en m ano,
que defiende a la patria y al pueblo; ten em o s al viajante de comercio,
y num erosas novelas del siglo XIX lo llevan a escena; tenemos al maestro
herrero... ¡y podríam os seguir aun más!
Tal es la imagen racionalizada de esta sociedad, su superyó. Se
puede c o m p le ta r la lista. Las técnicas; es la era de una cierta adm ira­
ción; hay una suerte de poética, o bien de re encantam iento técnico en
el siglo XIX, producido p o r las invenciones, p ero por las invenciones
más extravagantes que nunca se llevaron a cabo. P o r su lado, la novela
de ciencia ficción nace en esta época. Es Julio Verne, p o r supuesto,

* Literalmente “peludo” o “velludo”; alude al valiente soldado francés de la Primera


Guerra Mundial. |N . de la T.]
concepto tie “tópica "sociuctiliiir/il 127

quien tendrá todavía, d u rante m uch o tiem po, tanta repercusión, lo


que fue m uy estudiado por Sim one Vierne.-’' Las técnicas son ta m ­
bién las vías de tren, el teléfono, las rotativas, la linotipo inventada
por un estadounidense y que perm ite arm ar un diario directam ente,
muy rápidam ente, lo que va a acelerar la inform ación; finalm ente es
la escuela pública la que representa un gran m o m e n to institucional.
La escuela pública, en Francia, es el laicismo; la difusión del saber
obligatorio y g ratu ito para todos - l o que asegura en Alemania el Knl-
titrkttinpf-: to do esto c o m p o n e los valores racionales de ese m ito pro -
m eteico que poco a poco se racionalizó.
D el o tro lado, se ubican todos los que están d escontento s y que
tam bién tienen roles, pero roles m inimizados. E n p rim e r lugar está el
artista, cada vez más devaluado. Los artistas m alditos se engrandecen
en esta época. El artista no sólo es todavía el “príncipe de las n u b e s ”,
el “m a g o ”, el “v id en te”, sino que se convertirá en el m aldito, el loco,
el “tenebroso, el viudo, el desconsolado”. Está el dandy, que es p rov o­
cador. Pensem os en la respuesta estupefacta de Ja rry a su locadora:
com o a Ja rry le gustaba tirar con la pistola, la locadora le dice: “ ¡Cui­
dado, hay chicos! ¡Los va a m atar!”, a lo que él responde: “Señora, no
se preocupe, le vam os a hacer o tro s ”. Es el tipo exacto de respuesta
provocadora de u n dandy. Ten em os tam bién al anarquista, cuya “ilu­
sión ” ha sido m uy estudiada po r Alain Pessin.-'’ T enem o s al artesano
am enazado, incó m o d o en m edio de una sociedad que se industrializa;
al com erciante m inorista aplastado p or las grandes tiendas, La felici­
dad de las damas, etc. Está el aristócrata, el oriental, el místico, la m u ­
jer em ancipada, esa sufragista que se reivindica, p ero que todavía es
m inoritaria y que es el haz m e rre ír de to d o el m undo: es un gag de la
época, se la cita riendo, se la m uestra con grandes som breros y a re n ­
gando a un pueblo que se burla de ella.
Si pon em o s rostros sobre todas estas funciones, tenem os al Des
Esseintes del A contrapelo de H uysm ans; tenem o s a Bakunin, verda­
dero personaje m ítico, que en Suiza va a ten er un im pacto sobre los
artesanos relojeros del Ju ra (vean ustedes, L ip p ya estaba ahí: ¡existen
tradiciones de anarco-sindicalism o m uy profundas en los obreros del
Jura!), tenem os a Louise M ichel, tenem os incluso a un personaje de

25. Véase S. Vierne, Jules Verne et le rowan initiatique.


26. Vésse A. Pessin, La Rêverie anarchiste (1848-1914), Paris, Méridiens, 1982.
128 I n t r o d u c c i ó n 1 λ i .λ .u i t o d o i .o g í a . M i t o s y s o c i i t > \ u i -s

novela, B u d d en b ro o k , es todo el m ito decadente que se va a consti­


tuir poco a poco.
Si pasam os al segundo conjunto p o r el cual m e definía en el capí­
tulo p re ced e n te , que serían la Francia de p o s g u e r r a s - d e 1920, pri­
m era p o sgu erra, a 1980, nuestra posguerra de h o y -, vamos a en c o n ­
tra r el m ism o funcionam iento sistémico, p ero con otras valorizacio­
nes. Es el m ito decadente el que va a to m a r aquí el lugar del m ito
oficial hasta convertirse en manifestación dionisíaca de dond e inclu­
so em erg erá el Znrntustra de N ietzsche. Y vam os a e n c o n tra r un n u e ­
vo o rd e n a m ie n to de roles valorizados.
C o m e n c e m o s p o r el superyó, va a ser m u ch o ma's explícito. El
superyó de 1920-1945 está definido p o r el gran co ntexto de los m e­
dios masivos, el desarrollo institucional de los m edios de co m u nica­
ción sofisticados. Ahí se lleva a cabo algo nuevo. A través de esos
m edios, en efecto, D ionisio re m o nta y se institucionaliza. Podría d e ­
cir que los m edios son dionisíacos a través de las distracciones que
aparecen, la seguridad social que se instala (D ionisio en la oficina) y
el d o m in io s o b re h u m a n o de las energías. El s u p e r h o m b r e es el p o ­
seedor de m edios energéticos inauditos: a la revolución se suma la
electricidad; y se instalan religiones políticas, que pesan sobre toda
la vida pública de nu estro país porque ellas mitifican intensam ente el
rol de los h o m b re s políticos -h a y an sido a veces m uy m odestos a la
som bra de los grandes ídolos que fueron M a o T se-tung, Hitler, M u s ­
solini o S ta lin - Tenem o s entonces roles que se distribuyen, roles va­
lorizados específicos de nuestra sociedad. P e ro ¿cuáles son? N o es
exhaustiva la lista que doy, ¡podemos completarla! Está el periodista,
el burócrata, el sindicalista, el político y los diferentes ídolos, estrellas
de dep o rte s o de “artes” : aun cuando, en este co m partim iento, vamos
a e n c o n tra r ta n to a H itle r com o a Stalin, Rockefeller, M istin guette o
M arlene...
Son las im ágenes difundidas po r los m edios, todos los días, y que
im pregnan al pueblo. En un viaje en subte en París, observo lo que
lee la gente. El diario más leído es en la actualidad L'Equipe, en c o m ­
petencia con las páginas de tu rf y de carrera de otros diarios. Y allí,
para los turfistas, tam bién hay héroes: p o r ejem plo, Yves S aint-M ar-
tin. Allí hay pues una suerte de nueva m itologización dionisíaca: re­
tom o de Dionisio11 para algunos Qean Brun), sombra de Dionisio para

27. Véase J. Brun, Le Retour de Dionysos, París, D esclée de Brouwer, 1969.


concepto dt “tópiai" sachailtiirtil

o tro s (Maffesoli), p ero que se institucionaliza, es decir que p ierde de


ese m o d o su aspecto salvaje y contestatario. Ahora, en las m anifesta­
ciones, tom an su puesto los hom osexuales de los dos sexos - a veces de
tres o c u a tr o - que desfilan con banderines y se reivindican m uy c o n ­
cienzudam ente, o las prostitutas que se sindican y presentan un plie­
go de reivindicaciones. Sucede que lo dionisíaco se vuelve b u ro c ráti­
co, se vuelve triste, y así continúa. E n las m anifestaciones de las calles
parisinas verem os una buena m uestra, organizada con u n servicio para
el ord e n interno, un servicio para el orden externo (la policía), una
autorización para desfilar, y se pueden en c o n trar las cosas más h ete-
róclitas, desde los ciclistas que se reivindican contra los autom ovilis­
tas y los patinadores a ruedas co ntra los ciclistas. ¡Ahí ten em o s esb o­
zada la organización de los roles en nuestra sociedad actual!
Del o tro lado, quedan los nuevos m arginados. Y voy a citar a algu­
nos: el provinciano, en p rim er lugar, ya que todo se hace en Jas g ra n ­
des ciudades y, en Francia, sobre todo en París. A eso se lo denom ina
el “mal francés”.:>i T enem os tam bién al campesino, y ¡cómo lo vem os
en nuestros días, en d o n d e los campesinos se t o m a n violentos y se­
cuestran a los ministros! Los cam pesinos están m arginados con res­
pecto a las leyes sociales que se les ofrece a los o b rero s de las ciuda­
des. N o s dicen: para nosotros, las treinta y nueve horas p o r semana,
para nosotros, la quinta sem ana de vacaciones paga, ¿qué quiere d e ­
cir? Es que nosotros, finalmente, trabajarem os siem pre setenta horas
p o r semana, no ten em o s vacaciones p o rqu e tenem os g an ado y n ues­
tro nivel de vida n o aum enta. H e aquí un buena reivindicación c o n ­
testataria, violenta, cada vez más violenta, pu edo predecirlo a nues­
tros políticos. D e ahí el barullo que crean nuestros cam pesinos en la
“ Eu ropa v e rd e ”. U n día quizá la “E u ropa v e rd e ” se partirá po r el
d esco ntento de los campesinos franceses.
Tam bién está, y en Francia cada vez más, el inmigrante: el español,
el portugués, pero sobre todo el inm igrante menos asimilado que es
nordafricano (tres millones); el desempleado, que representa un rol ya
que está institucionalizado: existe una credencial de desem pleo y el in­
tendente de París incluso les o to rgó a los desempleados una credencial
de circulación gratuita para los transportes parisinos; todavía está el
soldado perdido, el soldado vencido: el militar está, después de las de­
rrotas de Argelia e Indochina, m uy m arginado en Francia.

28. Véase A. Peyrefitte, Le Malfrançflk, París, Plon, 1976.


130 IN T R O D U C C IÓ N A LA Vll'l ODOLOC.'ÍA. M IT O S Y SOCIEDADES

F inalm ente, están los estudiantes, eternos descontentos porque son


m u y n u m e ro s o s y p o rq u e los frutos no conservan las p rom esas de las
Hores; luego, ten em o s al sabio, y esto es dram ático: el sabio está en c e­
rrad o en su g u eto epistem ológico y se com unica poco o nada con esta
civilización de medios, esta civilización de la vulgarización, esta civi­
lización de la difusión brutal de la inform ación. El sabio es cada vez
más solitario. Ento nces, al lado de D es Esseintes, pondría a Einstein,
p ond ría el “ m ito de J o s e p h ”, en T h o m a s M a n n , p on dría al pastor
M artin L u t h e r King, la encarnación misma de la m arginación racista,
p ond ría a J u n g , que se sitúa en esta órbita. Y, p o r supuesto, todo el
m ito de la oposición. El m ito opo sito r es un m ito de H e rm e s que se
en cuen tra difuso en todos los m ovim ientos opositores. Yo los he vivi­
d o de m uy cerca, m etido en el tema, en esa época, viví la “rev olució n”
de 1968 (es una palabra m uy grande; la verdad es que n o era la revo­
lución de los claveles,* era m uy inferior, apenas una revolución de las
margaritas). ¿ Q u é clima se vivía en esos tiempos? Era un clima de
fraternidad m u ch o más que otra cosa. N u e stro s estudiantes nos d e ­
cían: “ ¿C óm o, ustedes están allí, del o tro lado de la mesa? N o s o tro s
los querem os, pero ustedes están separados de nosotros, ustedes, los
m an darines...”. Ahí había algo m uy conm ovedor, p or o tro lado, de
antiguas d octrinas rom ánticas que resurgían. El hom bre, el filósofo
de la acción de 1968, ya n o era más M arx ni Lenin; era F o u rier y el
“nuevo m u n d o e n a m o ra d o ”, era eso con una liberación de la fraterni­
dad, de la am istad, de las costum bres: un sitio en donde to d o el m u n ­
do era h e r m a n o y h erm ana con todos los incestos posibles. P od em o s
entonces darn o s cuenta de algo: y es que esta reivindicación de frater­
nidad, esta reivindicación de coincidencia de los opuestos, es cons­
tante en ese tipo de m arginación.
Vem os pues cuál es la aplicación que hago del esquema del m eca­
nism o tópico. Excelente m ecanism o que reinstaura la negatividad en
ciencias: se 'debe practicar la filosofía del no. P ero nunca hay que
despreciar lo que ha sido descubierto y p erm anece válido: p o r ejem ­
plo, yo reasimilo, yo reinstauro la noción de lucha, la noción de dialé­
ctica. P ero ya n o es más una lucha de clases, es una lucha de roles
aleatorios y una tensión de esos roles en el interior de una sociedad

* Durand alude a la revolución que el 25 de abril de 1974 acabó con la dictadura de


Antonio de Oliveira de Salazar y que abrió el cambio hacia la democracia en Portu­
gal. Tomó su nombre de los claveles que los soldados colocaban en la punta de sus
fusiles. [N. del E.]
El cuih'cpto ile “tópica ” m wailtttral 1 >1

dada. C o n esta innovación: no soy más rom ántico, no creo que haya
un fin de la historia, un fin de la lucha. C re o que la sociedad descansa,
por el contrario, sobre esta tensión dialéctica que la constituye y que
la hace caminar. ¡Sobre el m o delo del caduceo o del tai-ghi-tu! Se la
podría im aginar co m o una lenta noria que, cada 150 años ap roxim a­
dam ente, al ritm o de nuestras propias sociedades, sube y vuelve a
bajar. O m ejor aún: im aginémosla co m o una noria en tres d im ensio­
nes. M e explico: m ientras que, d e m anera plana, la vuelta tem poral es
de aproxim adam ente sesenta años, sea la unión, p o r “ p ad re” in ter­
puesto, de la edad del abuelo y de la del nieto, tres de esas “vueltas”
nos dan aproxim adam ente el “ca m b io ” - e n una tercera d im e n s ió n -
de lo que h em os llamado la “cuenca sem ántica” (3 x 60= 180 años...)
Las fases de sesenta años son fases de “m o d as” si se puede decir, y una
sociedad necesita tres de esas fases de sesenta años para que haya “r e ­
volución” y no “caprichos” de la m oda. D e 1860 a 1914 ten em o s la
m oda belle époque; de 1918 a 1938 la m oda a rt déco y el constructivis­
mo; de 1940 al 2000 el rétro de la sospecha y el desencanto... P e ro el
co njunto de esas tres “m o d as” nos dan “ nuestro t ie m p o ”, nuestra
modernidad perforada desde 1960 por el “p o s m o d e rn ism o ” que des­
pega definitivam ente nuestra “m o d e rn id a d ” de la apología p ro m ete i-
ca y rom ántica de lo “m o d e r n o ”.
, L o que “fluye” y opo ne sus aguas, ya en los prim eros ciclos de la
noria, lo que confluye en la entregu erras, tom a súb itam ente el n o m ­
bre del río e inunda nuestra reciente m odernidad. E n las sociedades
más frías quizá sucede más lentam ente, p ero ¿hay todavía socieda­
des “ frías” (la palabra es de Lévi-Strauss) en nuestra época? P o r últi­
mo, cuando J ea n -P ie rre V ern an t estudia, p o r ejem plo en los griegos,
el pasaje de una fase mitológica a una dram atúrgica, dramatis perso­
nae, luego una filosófica, es un poco el m ism o m ovim iento, pero ex­
t e n d id o a m u c h o s siglos.29
El esquema que tenem os aquí parece pues verdad eram en te heurís­
tico: la m áquina funciona bastante bien con sus dos engrasadores,
u n o ascendiendo hacia la racionalidad y la ocupación del p o d e r insti­
tucional, el otro p or el co n trario descendiente y contestatario. Todas
las sociedades - m i c r o y m acrosociedades- parecen vivir a ese ritm o.
Sin em bargo, no podem os q uedarnos ahí sin com plicar u n poco

29. Véase J .-P. Vernant y P. Vidal-Naquet, Mythe et tragédie. .. ; Mythe et pensée chez les
Grecs, París, Maspero, 1969.
In t r o d u c c i ó n a ι .λ m i t o d o l o c í a . M it o s y so c ie d a d e s

el esque m a , p o rq u e no hay que hacer cortes m uy delgados en una


sociedad. Ya vem os qué com plejo es ese esquema puesto que, en el
fondo, una sociedad vive al m enos sob re dos mitos: un m ito ascen­
d e n te y que se agota, y, p o r el contrario , una corriente mitológica que
se va a saciar en las profundidades del ello, del inconsciente social.
P e ro , en realidad, los m itos no se b orran de la m em oria social, y se
p o d ría n s u p e rp o n e r los dos esquemas, lo que daría aprox im adam ente
n u e s tro p ro p io perfil epistem ológico, nu estro propio perfil m itoló gi­
co. Todavía vivimos del viejo P ro m e te o del siglo XIX, está en nuestras
pedagogías; vivimos todavía d e n tro de nuestros m edios de difusión
de un a m anera bastante intensiva del m ito de Dionisio; y vivimos
sólo u n p o q u ito del nuevo m ito del siglo XX, que es ese m ito h e rm e -
tista que se transparenta aquí y allá: ¿por qué la señora C e n te n o , de
re p ente, se interesa p o r la alquimia y la señora Bonardel, p o r el h e r ­
m e tis m o ? 50 ¿P o r qué J u n g se apasionó p o r la alquimia? P o rq u e asisti­
m os a la tom a de conciencia de un m od elo m uy antiguo del saber,
aquel an te rio r al R enacim iento, el que utilizaba las reglas de la sim i­
litud, el que no utilizaba las reglas de exclusión de tipo h ip otético -
deductivo, y que es m u ch o más valedero para esclarecer ciertas co ns­
tataciones presentes que u n m ito binario: “o bien o b ien ”, sí/no, etc.
E n to n c e s to m am o s conciencia de que es un m ito el que, p o r las h o ­
m ologías y las similitudes, p erm ite lo “psicoide” -m agnífica noción
h e r m e tis ta - y el que p erm ite c o m p re n d e r las situaciones a partir de
otras hom ologas.
S olam en te que todavía está en estado de germ en en nuestras so­
ciedades. Es el hecho de los sabios de vanguardia en física, en las
ciencias de la vida, y adem ás ahora, poco a poco, en las ciencias del
ho m b re. In te n to m o strar en Ciencia del hombre y tradición có m o la
nueva antropología, más o m en os conscientem ente, reutiliza los es­
q uem as hermetistas, có m o los grandes sociólogos, alemanes en p arti­
cular (y H e rm e s es más alem án que francés): Cassirer, Scheler, W e ­
ber, Sim m el, etc., utilizaban p ro ced im iento s fundados sobre la sim i­
litud y la homología.
E ntonces, si querem os hacer u n corte horizontal en un m o m e n to
dad o en el estado social, en el m o m e n to social, nunca olvidem os que,
en toda sociedad, hay cúmulos de nieve (Sorokin); en toda primavera

?0. Véase Y. Centeno, A Alquimia e o Fausto de Goethe, Arcadia, 1983; F. Bonardel,


VHermetisme, París, Presses Universitaires de France, 1985.
Ι'Ίconcepto tie "tópica"sociocultural

quedan m o n to n e s de nieve del invierno co m o en to d o invierno ya


está el b ro te de una primavera: el brote es tam bién un cúm ulo. E n mi
región, Saboya, a pesar de la nieve, los avellanos que dejan caer sus
largas flores co m ienzan a tornarse amarillos a p a rtir de diciembre, y
decim os que la prim avera no está lejos: está ahí, en el invierno, p u es­
to que el avellano estalla ya sus brotes y esparce su polen.
N o olvidem os entonces nunca que, en nuestras sociedades, hay
cúm ulos de nieve más o m enos im portantes, y que en realidad vivi­
mos sobre un pasivo o, al m enos, sobre un pasado. N o sirve de nada
indignarse - j c o m o E rn s t B loch!- p o r estas disimultaneidades. Vivi­
m os todavía, p o r la pedagogía, p o r la lentitud de las reform as de los
program as universitarios, sobre esquem as que datan al m enos de fi­
nes del siglo XVIII -la A u fklä ru n g - y del siglo XIX, y que son esquemas
prom eteicos. E n ciertos m o m en to s de optim ism o, creem os en el p r o ­
greso de las cosas, de los partidos políticos, de los program as. E n
realidad, sólo p od em o s buscar m odelos todavía más río arriba de n u es­
tras penosas supervivencias. Las “revoluciones culturales” no son más
que peligrosas y bárbaras utopías.
Y además, o tro estrato im po rtante es el descenso de la noche d e ­
cadente, dionisíaca, órfica, que e n c o n tram o s difundida en los medios
de m o do más o m eno s clandestino. Así p odríam os hacer un análisis
de las emisiones de televisión en Francia y, con estupor, descubriría­
m os que cuanto más avanzamos en la hora n o cturna, más dionisíacas
son las emisiones: antes de las ocho de la noche, los chicos pueden
mirarlas; después de las ocho y media, ya es más arriesgado. En otros
tiem pos, se ponía un cuadrado blanco para decir que los chicos tenían
que acostarse, que iban a pasar cosas que no tenían que ver. Entonces,
si avanzamos poco a poco en la noche, o es el g ueto de la cultura o es
la plena bacanal, son las bailarinas desnudas del Folies-B ergère y del
M o ulin -R oug e. Los chicos están acostados, los padres tam bién, ¡a
veces no están más que los abuelos para mirar! Se debería entonces
hablar de todo el sector de la liberalización de las costum bres, de la
provocación - p e r o “o rd e n a d a ”- y que reivindica instituciones, que
reivindica una institucionalización, un estatuto, de los reintegros de
la seguridad social.
Finalm ente, en el fondo de nuestra conciencia, está el misterio de
la información científica que se transparenta. L eem os un artículo que,
de repente, nos atrae porque som os atraídos p o r nuestro tiem po, y la
punta de nuestro tiem po es esta ciencia nueva que se hace y que se
está trastorna ndo com p letam en te, no sólo la epistemología, sino los
134 In t r o d u c c ió n λ l a m i t o d o l o c ;í a . M it o s y so c ie d a d e s

datos m is m o s de nuestras filosofías, en do n d e las nociones de tiem po


y de espacio son totalm ente puestas en tela de juicio.
C ada vez q u e hablam os de una ru p tu ra de las codificaciones lógi­
cas, de una ru p tu ra científica, se ejerce una atracción sobre las g en e­
raciones jóvenes porque, en su “gnosis de P rin c e to n ”, co m o lo afir­
m aba R a y m o n d Ruyer en un libro que era m itad ciencia ficción, los
sabios fo rm a n una m inoría solitaria que tiene otra lógica, otra c o n ­
cepción del espacio.’1Sin em bargo, to dos esos sabios se percatan con
audacia de q ue los esquemas sobre los cuales vivían las ciencias p ed a­
gógicas están perim idos. E n to nces, desgraciadam ente, en el perfil
ep istem o ló g ico y en el perfil m itológico de nuestra época, esos sabios
y sus d esc u brim ie nto s tienen todavía la parte más ínfima. D e seguro
será la p arte m ás im po rtan te de la pedagogía de m añana puesto que
vam os a asistir a un fe n ó m e n o de consolidación social. N u e stra s so­
ciedades, para sobrevivir en m edio de su potencia energética, necesi­
tarán en efecto de nuevos d escub rim iento s técnicos - y la técnica del
siglo XXI n o pasará más ciertam en te p o r la caída de los cuerpos de
G alileo o el arco reflejo de D escartes-.
Antes de term in ar este capítulo, quisiera insistir sobre un p u n to
que sin duda ya se habrá co m p re nd id o, pero que me parece p rim o r­
dial: y es q ue yo no separo en absoluto, co ntrariam ente a nuestras
categorías universitarias, las ciencias de la cultura co m o la crítica lite­
raria y la literatura de la ciencia de la sociedad. ¡Me parece u n sinsen-
tido ab soluto qu erer una sociología sin cultura y una cultura sin en-
raizam iento social, sin ese fu n d a m e n to p o p u lar que Richard W a g n e r
deseaba profundam ente!

31. Véase R. Ruyer, ob. cit.


C a p ítu lo V

Conceptos auxiliares del mitólogo

Ahora quisiera definir los conceptos operacionales que facilitan


nuestro co rrecto co noc im iento de lo im aginario y del m ito en p arti­
cular. C o m e n c é a hacerlo en el capítulo precedente. Q u isiera desta­
car aun co m o p reám bu lo la que considero mi opción epistemológica:
no hacer un corte entre lo cultural y lo social o -s i se p re fie re - entre
los “ textos” culturales, literarios en particular, y los “co ntextos” so­
ciales. T odo corte introduce su brepticiam ente la indagación y luego
la afirmación inútil de una “infraestructura” que devalúa una super­
estructura. Sin em bargo, creo haber m ostrad o que la “tópica” de lo
sociocultural era m u ch o más compleja que esta simplista dicotom ía.
“Leyes escritas” de los textos y contextos difusos, poco conscientes,
están estrecham en te imbricados. E n lo que alguna vez llamé el “tra ­
yecto a n tro p o ló g ico ”1- i r y venir incesante en tre el consciente indivi­
dual que enuncia, o bien escribe, su “tex to ” y el co n ju n to de las inti­
maciones contextúales del ento rn o , de la sociedad “a m b ie n te ”, co m o
dice E m m anuel M o u n i e r - ¡existe un in tercam bio incesante sin p ri­
mera gallina y sin p rim e r huevo! Señalemos pues - a m o d o de recor­
d a to rio - este p rim e r concepto heurístico de “trayecto an tro p o ló g i­
co ” que repudia la indagación de la infraestructura, que facilita el
acceso al análisis sin im p o rtar la “p u n ta ” p o r la cual se com ience. E n
estos últim os años (1972, 1975 y m uy re cien tem en te con la publica­
ción en francés del libro de H a n s - R o b e rt Jauss Para ima estética de la
recepción,1 y especialm ente en Alemania con C. Träger, R. W e im a n n o

1. Véase G. Durand, Les Structures anthropologiques de l'itnnginaire, introduction à


l'anbétypologie générale (1960); 1 Ia ed., París, Dunod, 1993.
2. Véase H .-R . Jauss, Poni' ime esthétique de lu réception, Paris, Gallimard, 1978.

[135]
136 I n t r o d u c c i ó n λ ι.λ . v u t o d o l o g i a . . v i r i o s v s o c i k i > a d f . s

P. M andelk ow , vimos desarrollarse el cam po fructífero de los estu­


dios sobre la “re cep c ió n ” de los mensajes com unicados. E n Francia
estuvieron próxim as las reflexiones sobre la interpretación.'' Los c o n ­
ceptos de “ re c e p c ió n ”, de “ in terp re tació n ”, llegan a to rce r la dico to ­
mía dem asiado marcada en tre p ro d u c to r y consum idor. Enojosa r u p ­
tura que, m u y a m en ud o, obsesiona a nuestras instituciones académ i­
cas, en d o n d e se separa cuidadosam ente a los “literarios” que operan
en el e m p íre o textual, y a los “sociólogos” que desprecian so berbia­
m e n te toda cultura y están em briagados de “cosas” positivas, m ate­
riales. Incluso en n uestros cenáculos de estudios de lo im aginario ve­
mos, en in term in ables sesiones de “definiciones previas”, a los puris­
tas defensores del “m ito literario” y a los im puros antropó log os -
etn ólo gos o psicoanalistas- quienes p o r el co ntrario ¡rastrean el m ito
en todas partes! Estéril disputa contra la cual lucho desde hace más
de treinta años. Y si, p o r razones didácticas, diferenciam os - c o m o se
verá más a d e la n te - los m étod os de “m itocrítica” (los que parten de
un texto) y los m étod os “m itoanalíticos” (aquellos que desencadenan
el famoso “trayecto a n tro p o ló g ico ” de los contextos sociales), la pala­
bra “m i to ” q ue está en la raíz de estos dos con cep tos m etodológicos
debería señalarnos sin em b arg o que todos o b ra m o s sobre la misma
materia prim a. ¡No existe ninguna diferencia, en efecto, en tre el m ito
difuso, no escrito, el de las literaturas orales, las “oralituras” com o
dicen algunos etnólogos, y la literatura de las bibliotecas! P ero la afir­
mación de una materia prim a com ún, digam os en tre los m itos guara­
níes y su literarización a cargo de los sabios jesuítas del siglo X V I, ya
es una o p ción antropológica.4 C iertam en te, no es “p or el cam ino de
Sw an” en d o n d e hoy m e ubico, sino del lado del mitoanálisis, es d e ­
cir, del lado de esta prudencia antropológica desde dond e se d escon­
fía del antig uo con c ep to de “causa” aristotélico, prefiriéndose el c o n ­
cep to de “tópica sistém ica” y rechazando el hilo unidim ensional del
explicare, de la explicación, para sustituirlo p o r las nociones mixtas
p o r esencia de “c o m p re n s ió n ”, de “in terp re tació n ” e incluso de “re­
c e p ció n ”.

3. Véase P. Ricœur, De l'interprétation, essai sur Freud, París, Seuil, 1965; Le conflit des
interprétations, Paris, Seuil, 1970.
4. “Literaturas de cordel”, pequeñas colecciones de poesía épica suspendidas de las
“cuerdas” de los cestos de los vendedores ambulantes. Textos escritos, sin duda, pero
cantados por el vendedor a su comprador, que no sabe, la mayoría de las veces, leer...
Conceptos auxiliares del mitólogo 137

Ahora voy a insistir más bien - d i g o “más b ien ” porque, una vez
más, to d o esto pertenece al d o m in io del m a tiz- sobre una batería de
co nceptos m uy útiles para nuestro s análisis. P ero su b ray and o con
énfasis que ningún concepto que se considere científico, o al m en os
heurístico, es “palabra de E v an g e lio ” : to d o co n c epto tiene, c o m o
m ínim o, lo que Bachelard llama un “perfil epistem ológico”1" que r e ­
fleja las evoluciones de significación. P o r lo tanto voy a insistir más
bien sobre los conceptos generales que inician un mitoanálisis.
El p rim e r con cep to que voy a ab o rd ar lo debo a A braham M o le s /'
com o tantos otro s que estudiarem os en algunos instantes, y es el de
explosión o de período explosivo del mito. D ig o “p e r ío d o ” más que m o ­
m e n to p orq ue esas explosiones van a lenta velocidad c o m o cu a n d o en
el cine vemos explotar la b o m b a atómica: tenem os la im presión de
que acontece lentam ente, cu and o la e n o rm e masa de vapor se eleva
en amplias volutas hacia el cielo. E n la larga duración de una cultura
dada, en el apex de la “cuenca sem án tica”, en cinco o diez años, de
repen te se tiene una condensación extraordinaria, una “r e c e p c ió n ”
generalizada que pone de m oda un m ito. Esta indagación del período
explosivo es m u ch o más fructífera que la de los “oríg en e s” tan cara al
historicismo. P o r ejemplo, el o rig en del m ito “h e ro d ia n o ” (aquel del
viejo seducido p o r su nuera que exige to d o de él hasta llegar al cri­
men) se pierde, co m o dice T h o m a s M an n , en “el insondable p ozo del
pasado”, y a partir del siglo V la “decapitación de San Ju an B au tista”
se convirtió en fiesta canónica de la Iglesia. N o ; si se buscara v ana­
m ente an taño un “o rig e n ” a la difusión de un relato mítico, hoy ya no
necesitaríamos en c o n trar un cordón umbilical que ligue, de m o d o
certero, una lección inicial con una expresión mítica m oderna . Sólo
se descubre la “noche de los tie m p o s”, se cae en los errores descabe­
llados del difusionismo y, para asegurar una ascensión decente, es decir
histórica, se inventan cordones umbilicales en su m o m e n to bien m í­
ticos. Ahora bien, ese m ito se lo descubre ya en su lugar desde los
albores del cristianismo e ilustra los capiteles rom anos. Sin em bargo,
este m ito que es re tom ad o co n tin u am en te desde el siglo XII al XVI no
hace caer el acento sobre el m item a que privilegiará el “d ecadentis­
m o ” del fin del siglo XIX. L a “ recepción”, com o diría Jauss, n o es la

5. Véanse las sociologías comprensivas de Max W eber y Georg Simmel, entre otros.
6. Véase A. Moles, Psychologie de l ’espace, Castermann, 1978; Théorie des actes, Caster-
niann, 1977.
138 In t r o d u c c i ó n λ la m i t o d o l o c í a .M it o s y so c ie d a d e s

misma. El acen to cae sobre la escena de la decapitación: el siglo XVI


es todavía p ró d ig o en “platos de San J u a n ”, platos de orfebrería con
la cabeza del san to al m edio y en relieve. El acento no cae entonces
so bre la saltarina, la bailarina Salomé, sino que se prefiere sustituirlo
p o r las más nobles decapitaciones: y - c o m o sucede a m e n u d o en los
procesos del im aginario, el acto expresado p o r el verbo cambia en lo
que los gram áticos llaman “voz”, voz pasiva o activa- no es más la
bailarina depravada que decapita a un santo, sino una cortadora o un
c o r ta d o r de cabeza santificado que decapita a un malo, co m o J u d ith
lo hace con H o lo fe rn es o David con Goliat. C u a n d o estuve en M a ­
drid, en el M u s e o del Prado, descubrí cuatro o cinco J u d ith y cuatro
o cinco Salom é -in d iscern ibles asimismo, fuera del título del c u a d r o -
. P o r el co ntrario , alrededor de los años 1865-1875, asistimos a una
nueva explosión del mito, p e ro despojado de todo co nten ido religio­
so y de toda “derivación” política: ya no se tem e más ver decapitar al
Santo Precursor, n o se sustituye más esta decapitación blasfematoria
con la de un tirano o de un opresor. La responsabilidad mítica -¡si
p u e d o d ec irlo !- ¡está to talm e n te asumida p o r la perversa Salomé! Es
el im aginario de fin de siglo XIX, con M allarm é - s u proyecto inacaba­
do de Hérodiade-, con la Hérodias de F la u b ert en los Tres cuentos, con
Gustave M o re au confundiendo a m enudo, deliciosamente, la sangrien­
ta saltarina y las hijas tracias que decapitan a O rfeo, con la Hérodiade
de Jules M assen e t y, a com ienzos del siglo XX, c o n la Salomé de Ri­
chard Strauss...
Ahora d ebem os examinar los otros conceptos que m anejan las fa­
ses de desarrollo del m ito que confirm an m uchas de las nociones exa­
m inadas en los prim eros capítulos, tales c o m o las fases de la “cuenca
sem án tica” o los polos que subtienden la tópica de un mito. Las fases
del “to r r e n te ”, p or ejemplo, de la “división de aguas” e incluso de la
“confluencia” que preceden a la denom inación explícita de un m ito
de cultura, igual que la parte subterránea, si así pued o expresarm e
(rem itám on os a la parte derecha del diagrama de la tópica, en donde,
en una cultura dada, un m ito se constituye frente a los mitos codifica­
dos, oficializados), todas estas secuencias p ueden rem itir a la noción
de latencia que un sociólogo com o R o g er Bastide to m ó del psicoaná­
lisis. El sociólogo de las Americas negras, con referencia a la obra...
literaria de A ndré G id e,7 p one en evidencia, de m o d o ejemplar, los

7. Véase R. Bastide, Anatomie d'André Gide.


Conceptos auxiliares del mitólogo 139

rechazos socioculturales que provocan una suerte de clandestinidad


de un m ito - n o o bstante o bsesiv o- y que le im piden actuar explícita­
m en te con su p ropio nom bre. En el caso de A ndré G ide, la sociedad
bien pensante a com ienzos del siglo XX, su formación cristiana e in ­
cluso estrech am ente calvinista, toda una ética agustiniana que enseña
-¡ c o n un P ascal!- que “sólo se busca lo que ya se ha e n c o n tr a d o ”,
están en total oposición con la personalidad y la experiencia íntima
del escritor que escandalosam ente descubre ¡que sólo se encuentra
aquello que no se busca! G ide tratará a tientas de d en o m in ar ese mito:
¡puede ser Cristóbal Colón, ejem plo tipo de aquel que en cu entra A m é ­
rica allí don de buscaba la ruta de las Indias! Es Edipo, quien, para
devolver a Tebas su seguridad, salvar a la ciudad de la peste y resti­
tuirle su tranquilidad, sólo e n c u en tra la angustia del parricidio, la in­
seguridad del incesto, el ojo ah uecado y cegado... F inalm ente, es Saúl
quien parte hacia el desierto en busca de sus asnos perdidos, ¡y que
trae de vuelta una corona real! El “m ito la ten te” es un personaje “en
busca de a u to r”, o m ejo r aún un m itologem a, aquí: “Sólo encuentras
lo que no buscas”, en busca de un n o m b re que lo fíje y lo sustantive.
El m ito está latente porque su ethos es rechazado, ¡no osa decir su
nom bre!
E n el o tro extrem o del p an oram a m itogénico, sea en las últimas
fases de la “cuenca sem ántica”: el “n o m b re del río”, “el aprov ech a­
m ien to de las orillas”..., o en la parte “a cielo abierto” -¡la p arte iz­
quierda de nu estro diagram a!-, de la tópica, tenem os lo que los ana­
listas y Bastide llaman lo manifestado, lo patente, en cuanto el m ito se
anim a a decir su n o m b re. Fase m uy apreciada po r nuestro amigo Jean
R ud hart, el helenista de G inebra, quien o torga una gran im portancia
a la denom inación. Esta fase está seguida de una puesta en lugar ra­
cional y filosófica, “el aprovecham iento de las orillas”, en d o n d e el
m ito se vuelve tan seguro de sí m ismo que se olvida de su origen
“m ítico ” y quiere aferrarse a toda costa a una historia positiva: ¡es la
fase evemerista!
Así, dos conceptos im portantes, aunqu e auxiliares: el latente y el
manifestado, que confirm an tanto las dos m itades dinámicas de la t ó ­
pica co m o cuatro de las seis fases de la cuenca semántica: “división de
aguas”, “confluencias”, “n o m b re del río ” y “a provecham iento de las
orillas”. Je a n -P ie rre Vernant* o btiene un sistema algo parecido c u a n ­

8. Véase J.-P. Vernant, ob. cit.


140 IN T R O D U C C IÓ N ’ A LA M IT O D O LO C ÍA . /VllTOS V SOCIEDADES

do, en el p en sa m ie n to griego, observa el pasaje de un m ito religioso


p ro p ia m e n te dicho a una puesta en escena trágica y finalm ente a una
m odelización filosófica en do n d e el m ito, co m o en Platón, sirve de
apología m ás o m eno s irónica con fines meta físicos. H e aquí un ejem ­
plo, e n tre m uch o s otros, que puedo dar de esta “latencia”. P ara el
“d e c a d e n tis m o ” de fines del siglo XIX, esta latencia se sitúa d en tro
del perío d o que yo den om inaría la “p red ecaden cia”. Las flores del m al
de Baudelaire es de 1857, p ero la adm iración de su auto r p o r E dg ar
AJlan Poe, el a u to r de “El cu ervo ” (1845), data de las Historias ex­
traordinarias de 1839. La embrujada de Barbey d A urevilly es de 1854,
y las famosas diabólicas verán el día en 1874... E n estos autores to d a­
vía no existe una teoría decadentista manifestada, pero ya hay una
ru p tu ra de lo que p od em o s llamar “ la buena salud ro m á n tic a ”. P o d e ­
mos ver, en esta rup tura, un re to rn o a la novela negra de fines del
siglo XVIII. Inv ersam en te po dem os ver allí una apertura hacia lo que
será el decadentism o, explícito y manifiesto... P e ro esos to rre n te s de
ho rro r, de fantasía macabra, aún están en la ignorancia de la d e n o m i­
nación de su m ito, de su “estado civil” de alguna m anera. Es v erd ade­
ra m e n te un perío d o de “latencia” en el cual el m ito se manifiesta sólo
a través de m ovim ientos de h u m o r literario.
La “d en o m in a c ió n ” llega de repen te con la avalancha de las H e r o -
días, herodíadas, Salomé... y tam bién C arm en , Dalila y quizá Isolda y
Brunilda. Insisto m u ch o sobre un punto: y es que el m ito preexiste en
sus estructuras y sus secuencias a toda den om inación precisa. El m ito
se satisface sob re m a n era p o r n o p o d e r ser n o m b ra d o - c o m o el Edipo
en el paciente de F re u d - , quizá porque su esencia es m ás “verbal”
(ligada a una acción, un hacer, u na “gesta”...) que sustantiva. Es la
gesta del m ito la que cuenta, más que una fe de vida. L o que cuenta
para G ide, y que censura toda su época tan “bien p e n s a n te ” aún, más
que C olón, Saúl o Edipo, es el acto de en c o n trar lo que n o se busca;
lo que im porta en Baudelaire, com o más tarde en H uysm ans, es ex­
traer un bien de todo mal: ¡extraer la flor del lodo del Mal! ¡Blasfemia
inaudita a la salida del o ptim ism o rom ántico, a la salida del dogm a
del pro greso de las ciencias y de las técnicas! La nueva ética in n o m i­
nable le da la espalda a los moralism os vigentes... E n la tercera fase
- u n a vez n o m b ra d o el in n o m in a b le - la ética de Des Esseintes se bus­
cará antepasados en P e tro n io y los poetas de la “d ecadencia” rom ana.
La doctrina entonces se difunde, “aprovecha sus orillas”, de m odo
m uy manifiesto con el Diario de los decadentes, la revista E l Decadente y
con el cortejo de sus egerias: Luisa M ichel, Raquilde, Severina. A
Conceptos auxiliares del mittUotro 141

ellas se les unen, p or supuesto, poetas co m o Paul Verlaine o Tristan


C o rb ière a los que Des Esseintes va a adular en El anuario de la deca­
dencia en razón de su estilo “provocador, áspero, insensato”... D e n tr o
de esta tom a de conciencia manifiesta, a com ienzos del siglo XX, es­
tán esos famosos Buddenbrooks en don de T h o m a s M a n n , m uy explíci­
tam ente, desprend e el gran m itologem a: es en la ineluctable caída de
una familia de financistas e industriales de do n d e em erg e un ser e n ­
clenque y enferm o, pero que será redim ido p o r la poesía y la música.
Allí tam bién: “M e diste tu b a rro y lo convertí en oro...”. Toda la ob ra
posterior de M a n n retom ará ese mitologema: sea con la famosa M uerte
en Venecia, L a montaña mágica y, pro longándose a través de las dos
guerras m undiales que en sang rentaron a E uropa, hasta 1947 con E l
Doctor Fausto, es la larga ν manifiesta m editación sobre la en ferm ed ad
y la decadencia salvadora- en c o n tra p u n to con la obra de un teórico
co m o Spengler que escribe en plena G ra n G u e rra su famoso libro La
decadencia de Occidente (1918), y haciéndose eco de N ietzsche (que se
defiende de ser decadente) con su doctrina del am orfati, en d o n d e n o
sólo se nos pide constatar la famosa “decadencia” de nuestra civiliza­
ción tan magnífica sino tam bién amarla... C o m o más tarde, después
de otra guerra, Sísifo amará a su roca que lo tritura. E n c o n tra p u n to
tam bién, y de un m o d o m uy lúcido en el a u to r de Tristón (1902) y de
W alsungenblut (1921) del Ring de W agner, ese Ring co m p uesto tan
lentam ente d u rante un cuarto de siglo y en un rom ántico de la g en e­
ración precedente: en 1873, re p en tin am en te, se efectúa la tom a de
conciencia m uy clara del “crepúsculo de los dioses”, de la decadencia
del m undo... P ero para W agner, tam bién, la latencia fue m uy larga, a
través de Cola Rienzi, L o n h e n g rin , H e in ric h von T annhäuser, antes
de descubrir a Sigfrido v Parsifal...
L u eg o de haber estudiado estos conceptos basddeanos tan fructí­
feros para la “co m p re n s ió n ” (Verstehen) que son lo latente y lo viani-
fiesto, acudo n uevam ente a A braham M o les para utilizar su co ncepto
de grandeza relativa del m ito.v U n m ito, incluso cuando ha explotado,
tiene un im pacto variable d e n tro de una sociedad o una cultura dadas,
sobre las diferentes estratificaciones sociales o sobre los diferentes
roles sobre los que se ejerce. C o m o podríam o s decirlo luego de haber
leído a Jauss, existen m uchos grados posibles de “re cepción ”. G e n e ­
ralm ente, el m ito explota en las grandes ciudades en do n d e la red de

9. Véase A. M oles, Labyrinthe di/ vécu.


142 In t r o d u c c i ó n λ l a λιγt o d o l o g í a . M it o s y so c ie d a d e s

c o m u n ic a c io n e s es más densa. La repercusión en las provincias y en


el ca m p o se hace más lentam ente. Es cierto que, en la actualidad,
están la televisión, la radio, pero no son “recibidas” de la misma m a ­
nera en el m ed io u rb a n o y en el m edio rural. E n líneas generales, el
rural y el ca m pe sin o tom an la inform ación radiodifundida y televisa­
da de un m o d o m ás hidico que el urbano. D ejan pasar la “d istracción”
antes que la inform ación. Los discursos del presidente de la R ep úbli­
ca, los flashes d e noticias, son puestos en el m ism o plano que un es­
pectáculo de variedades o un partido de fútbol. G lo b alm en te, todo
“e sp e ctácu lo ” de televisión es to m a d o p u n tu alm en te co m o una dis­
tracción con respecto a la vida “re al”. Se gira la perilla, se hace zap­
ping si el espectáculo no es gracioso. ¡Y com o los discursos políticos
son los m e n o s graciosos en to nces son los m enos escuchados! Y más
aún, d e n tro de las mismas ciudades se debe hacer una diferencia se­
gún los m edios. El com erciante, el funcionario, el obrero, el em p lea­
do, el esc rib an o o el m édico tienen una “re cep c ió n ” m u y diferente.
La “grandeza relativa” es precisam ente la penetración más o m enos
profun da, m ás o m enos “p enen-ante”, de las imágenes. P ero este fe­
n ó m e n o de relatividad de la inform ación estilística de la im agen con
respecto a su m edio de recepción es más an tiguo que la televisión y
ésta n o hizo m ás que po n erlo en evidencia. U n b uen ejem plo de esta
“d istancia” está dado p o r R ené H u y g h e cuando señala que “el ideal
clásico”, luego de la explosión del m ito del “R ey-S ol” en Francia en
el siglo XVII, se desarrolló p rim ero en la corte de VersaJles, luego en
los salones parisienses, pero que p o r el con trario en el i n t e r i o r - e s p e ­
cialm ente en la tradición tan “refractaria” de Toulouse y de A q uita­
n i a - hu bo una oposición estilística al ideal clásico.10 En el in terio r se
co n tin u ó co n el impulso estético del barroco m ientras que la re g ula­
ción “clásica” de las sensibilidades y de las formas en el seno del a m ­
plio cenáculo que gravitaba alreded or del gran rey era completa: los
N ô t r e , los M an sa rd t, los L eb ru n , los Boileau, p ero tam bién los J o u r ­
dain o losTrissotin. La “grandeza relativa” del m ito apolíneo del Rey-
Sol, del estilo o de la o rn am éntica que lo acom pañan, es m uy fuerte
en Versailles, más débil en Lyon o en Bordeaux, y casi nula en T o u lo ­
use o en Q uim p er.
A esta “grandeza relativa” quiero relacionar o tro co nc ep to -¡esta
vez m ío !-, el de “o p erad o r social”, es decir que en todo gru p o social

10. Véase R. Huygue, oh. cic.


(.'oih'cptos unxiliurts tlcl mitólogo 143

dado existen su bg rap os que arrastran positiva o negativam ente al c o n ­


junto. R eco rdem os el diagram a de la “tópica sociocultural”: a la d e r e ­
cha del esquema, se en co ntraban los mitos de los m arginados. Y bien,
estos subconjuntos juegan a m e n u d o el rol de op erad ores sociales; a
través de ellos pasan las transform aciones del m ito d irector del g ru ­
po. E n el bajo Im p e rio rom ano, p o r ejem plo, en una época en do nde
el ejército ro m a n o ya no está más aureolado de la im agen del miles
invictus, que está desacreditado p o r su derro tas frente a los bárbaros,
los galos -¡d e los que estam os tan orgullosos, nosotros, franceses!-
acam pan en R om a y los pronunciamientos se suceden. V em os en el
Im perio agonizante a los em perado res ser plebiscitados p o r los solda­
dos, ¡eligiendo anárquicam ente cada legión a u n césar! P e ro son esas
legiones devaluadas, m arginadas d e n tro del su eño d o m in a n te del
Im perio, descontentas, cosmopolitas, con sus co n tingentes o rie n ta ­
les, sirios o egipcios, las que difundirán en todas las guarniciones del
Im perio los m itos soteriológicos y escatológicos. M ito s que p r o m e ­
ten un “más allá” del actual m arasm o, m itos de “un salto hacia a d e ­
lante”. C u a n d o un gru p o está d escon ten to y hum illado ¡sueña con los
“m añanas que c a n ta n ”! Es lo que pasa a fines del siglo III después de
Cristo: las legiones rom anas son las que difundirán el culto y la m ito­
logía de M itra y el culto y el m ito preñado de to d o el futuro: la reli­
gión de Jesucristo. E n verdad, d u rante una buena m itad del siglo III,
se difundieron ta n to el culto cristiano co m o el de M itra. E n c o n tra ­
m os mitraea en las regiones de fuerte con cen tración m ilitar co m o la
Alsacia renana. Asimismo enco n tram o s el culto de soldados cristia­
nos... C erca de mi tierra, en el Valais suizo, se venera a dos oficiales,
San M auricio y San Víctor, de la legión llamada “te b a n a ” p o rque es­
taba com puesta p o r m ercenarios orientales. El ejército ro m a n o des­
calificado cum plió po r lo tanto el rol de “o p e ra d o r social”. H ab ría
m uchos otros ejem plos para citar. E n 1789, en Francia, burgueses,
com erciantes, notarios y m édicos reivindican derechos para el Tercer
E stado que ellos constituyen, m arginados frente a los órdenes diri­
gentes que son la nobleza y el clérigo. E n el período ro m ántico , que
en Francia va desde 1815 a 1830-1835, tam bién son militares m argi­
nados, los famosos “media paga” del difunto Im p erio , quienes serán
los o peradores sociales del m ito de N a p o le ó n que tan bien estudió
Jean T u la rd ,11 el N a p o le ó n republicano, defensor de los valores po-

11. Véase J. Tulard, oh. cit.


144 IN T R O D U C C IO N A Ι,Λ VlITODOLOGÍA. A IlT O S Y SOCIEDADES

pulares, el “p ela d ito ”, “el cabo d im in u to ”, que prueba la sopa en el


c a m p a m e n to de sus soldados y al que ilustrarán tantos grabados de
D ion ise Raffet y... ¡tantos héroes de Stendhal! N a p o le ó n , “ hijo del
p u e b lo ” frente a la h o rro ro sa Restauración m onárquica. Especie de
encuberto - ¡ c o m o dicen mis queridos amigos p o rtu gueses!- francés que
im pulsará la II República y el golpe de Estado del p rín cipe-presid en­
te, N a p o le ó n III.
Ahora quisiera pasar a un gru p o de conceptos que circunscriben
la d efo rm ación , la usura, el “fin” de un mito. P o n g o la palabra “fin”
en tre com illas p orqu e un m ito no term ina nunca, se m ete en la m az­
m orra p o r u n tiem po, se eclipsa, pero no puede m o rir puesto que
atañe a la anatom ía m ental más íntim a del Sapiens. Este eclipse puede
deberse a series de motivaciones m uy diferentes. E n p rim e r lugar, el
m ito p ued e deform arse p o r el im perialism o de u n o de sus mitemas.
Es lo que den o m in é, en u n artículo de Eranos Jahrbuch ,n una herejía,
lo que etim ológicam en te quiere decir “elegir una sola vía”, erein. Es
casi el sen tid o que da a esta noción la historia de las religiones. R e­
co rdem os la gran herejía, la del bre tó n Pelagio, que San Agustín c o m ­
batió. E n el in terio r del m ito crístico hay un m item a co nstante que es
el de la responsabilidad, del m érito individual. El m érito es una cierta
libertad de elección, y la voluntad del h o m b re ocupa un lugar im p or­
tante en la teología cristiana. Pelagio acentuará ese rasgo. P ara él, un
pecado, una falta, es siem pre voluntario; dicho de o tro m od o, la pesa­
da herencia del pecado original de Adán es un escándalo inmoral: la
falta no p u ed e ser im putada más que al que ha elegido librem ente.
P o r esta razón es ridículo bautizar a los pequeños que están sin liber­
tad, en consecuencia, sin pecado. Esta “herejía” resonará a través del
pen sa m ie nto cristiano d u ra n te largos siglos, hasta en los “voluntaris-
tas” co m o D u n s Scoto y sobre to d o Descartes. Este antiagustinism o
se re e n c u e n tra en el volu ntarism o bien galicano de los héroes de
Corneille: “Yo soy tan du eñ o de m í com o del universo”, frente al
agustinism o de los luteranos y de los jansenistas. ¡H e rm o so tema de
disertación el de una lectura jansenista del jansenista Jean Racine y el
de una lectura galicana del alum n o de los jesuítas P ierre Corneille!
N o sólo esta antigua herejía fue sostenida en el transcurso de los si­
glos p or m uchos franciscanos, alabadores de la naturaleza, un poco
revolucionarios -¡re c o rd e m o s la novela y la película E l nombre de la

12. Véase G . Durand, “La notion de limite... ”.


Conceptos unxiHures del mitólogo 145

rosa\- sino que a d e m á s - más allá de Corneille, desemboca en u n cis­


ma que trabajará ta n to al siglo XVIU y del que Rousseau hará el gran
d o gma de toda filosofía revolucionaria: “ ¡Todo es bien lo que sale de
las m anos del A utor de la N a tu raleza !”. Vemos entonces todo el in te ­
rés heurístico de esta noción, que en un conju nto mítico infla de al­
guna m anera un solo mitema. P ara Pelagio, es el m item a de la elec­
ción voluntaria de Adán de m o rd e r o no la famosa m anzana; para
otros, es la elección voluntaria de ob edecer o de desobedecer, el de
A braham , p o r ejem plo, que instituye p o r así decirlo frente a la p o te n ­
cia divina el p od er y la responsabilidad del hom bre.
¿P ero quién no ve que privilegiar un m item a es descuidar, e inclu­
so suprim ir, toda una serie de otros mitemas? Este proceso, al hacer
caer el acento en la supresión, nos da el segundo pro ced im ie n to que
tiene un m ito de transform arse: es lo que d eno m iné -¡quizá p o r si­
m e tría ! - un cisma. Sabem os po r ejemplo, gracias al herm oso catálogo
de T ro u s s o n ,1’ có m o el poderoso m ito pre rro m án tico y ro m án tico de
P ro m e te o , el ladrón del fuego, p ero tam bién su d o n a d o r generoso y
m á rtir de los hom bres, P ro m e te o el despreciador, p o r cierto, del pri­
vilegio divino pero, indisolublem ente, el filántropo, el bien h ec h o r de
la hum anidad, có m o entonces este m ito es tentad o a sem b rar en el
cam ino sus m item as de generosidad, de altruismo, de h eroísm o sacri­
ficial -¡to d a s ellas cualidades que hacen del T itá n o tro C r is to ! - para
n o conservar más que la transgresión y la revuelta y entonces n o te ­
n em os nada más que el egoísm o de Fausto o incluso de D o n j u á n . . .
Estos últim os no son más que “cism as” del m ito de P ro m eteo . E n el
artículo de Eranos Jahrbuch a n terio rm en te citado di un esquem a de
este com plejo juego e ntre cisma y herejía. Estas dos nociones definen
de alguna m anera deform aciones en hyper y e n hypo algo sem ejantes a
las que usan los en d o c rin ó lo g o s.14 P ero en este últim o caso, co m o en
aquellos retenidos p o r la fenom enología de las religiones, d eb e m o s
en verdad señalar que la “n o rm a l” -¡la salud o la ortodoxia m ito ló g i­
ca !- sólo son “tipos ideales” (com o dice M ax W eb er) nunca realiza­
dos to talm ente en la práctica. ¡Se es siem pre más o m enos h erético o
cismático!
Existe un tercera m anera de d eform ar un mito: es el en m ascara­

13. Véase R. Trousson, ob. cit.


14. Véase G. Durand, “Structure religieuse de la transgression”, en M. Maffesoli
(dir.), Violence et Transgression, Anthropos, 1979.
146 IN TR O D U CC IÓ N ’ A I.Λ M ITODOl.OC.ÍA. M IT O S Y SOCIEDADES

m ie n to p or falsa denom inación, el travesti de algún m odo. U n mito,


incluso un simple m item a, se recubre de una apelación que no es la
suya. Este travesti se encuen tra a m e n u d o en los períodos de latencia
en los q u e el m ito no p uede confesarse. Está en ton ces “en busca de
a u t o r ” ¡y a m e n u d o se equivoca de autor! Traigo a colación el caso del
p o em a en prosa de Baudelaire “El tirso”. El poeta cree describir el
tirso de Baco y, analizándolo, descubrim os una descripción del cadu­
ceo de H e rm es... ¿Cuál de las dos entidades escondió a la otra? ¿El
ca d uceo esconde lo dionisíaco que n o se atreve a manifestarse, o más
bien la alusión báquica enm ascara al h erm e tism o p ro fu n d o del p e n ­
sam ien to del p o eta?15 ¿ N o es el m ism o travesti que advertim os en
N ietzsc h e, quien presenta a Zaratustra com o Dionisio, pero que le
o to rg a los atributos de H erm es: “bailarín de cu e rd a ” sobre la vía del
m edio, en tre el águila y la serpiente? Así co m o M arcel P ro u st cuando
describe al barón C h arlu s encadenado y azotado en la escabrosa casa
J u p in deletrea la imagen fácil de P ro m e te o encadenad o m ientras que,
en las num erosas descripciones del famoso barón que nos ofrece A la
búsqueda del tiempo perdido, se trata siem pre de un H e rm e s herm afro-
dita, co m o bien lo dem o stró C h antai R obin en su elegante p equ eñ o
lib ro .16 P o d ríam o s interrogarnos sobre las razones que, en la deca­
dencia del siglo XIX, travisten siem pre al m ito y al personaje mítico de
H e rm es... E n esta latencia ¿no existe un rechazo, una negativa a la
guía herm esiana del alma, del psicopom po? ¡Le correspo nde al mi-
toanálisis decírnoslo!
Las nociones cuarta y quinta están tam bién tom adas de Abraham
M oles. La cuarta es la de “distancia a lo real”. L o que significa que un
m ito es más o m enos llevado a cabo p o r la ciencia, la técnica, el coraje
“s o b re h u m a n o ” de un h o m b re. U n m ito tiene p or lo tanto una dis­
tancia más o m eno s grande de lo “real” perceptible y reproductible.
P o r ejem plo los scenaru m íticos del viaje a la Luna, que conform a el
m ito del desafortunado Icaro, ¡poseen todavía una gran distancia a lo
real en los siglos XVII y XVIII con C ira n o de Bergerac o H aydn! En
nuestro s días pudim os ver realm en te a los cosm onautas cam inar so­
bre la Luna. H o y poseemos pues una m uy pequeña “distancia a lo
real” de ese m ito - lo que no im pidió, en com pensación quizá, una
mitificación de los cosmonautas, que se divinizaron por así decirlo, o

15. Véase P. Arnold, l'Esotériíini de Baudelaire, París, W in, 1972.


16. Véase Ch. Robin, L'Imaginaire er le Te?nps retrouvé, Minard, 1977.
(joiiceptos tiiixMinvf del mitólogo 147

p o r lo m enos “ hero iz aro n ”, co m o los p rim ero s aviadores de prin ci­


pios de siglo: los L in d b erg h , los Blériot, los G u y n e m e r ...- . E n la
oposición el m ito psicopom po -¡u n a vez m ás!- del “sueño de Esci-
p ió n ”, de la nékya, es decir del descenso a los Infiernos, en el im perio
del H ades “sin ro s tro ”, conserva una m uy gran distancia a lo real
po rqu e -p e s e a toda una literatura reciente consagrada a los fe n ó m e­
nos de la m u erte a p a r e n t e - 17 el acceso perceptible y a fortiori re p etiti­
vo al O t r o L ad o no nos es autorizado. Así, sea que estén cerca de lo
“real” o “alejados”, los mitos co m p o rta n un p arám etro de “distancia a
lo re al” que se p uede indicar.
El q uin to co nc epto es lo que M oles llama “la fuerza p rob lem á tica”
de una imagen o de un mito, es decir, la capacidad de una entidad
imaginaria de incitar, de dirigir la búsqueda científica o técnica. A n ­
tes, G eo rg es C an guilhem había señalado correc ta m e n te que el cam i­
n o heurístico sigue un plan y un objetivo imaginarios.'* Tal biólogo
posee un im aginario del fragm ento, de la célula, de la molécula: su
esquem a verbal es “co rta r” y “frag m en tar”, m ientras que po r el c o n ­
trario tal o tro no p one su investigación más que en conjuntos, tejidos,
órganos, funciones, y su esquema verbal es “d ar co hesión ” y “globali-
zar”. Bachelard ya había n otado este fenóm eno: no se inventa de cual­
quier manera; siem pre se está preparad o p o r un ensueño inventivo,
una inclinación im aginaria. G e ra ld H o lto n , el físico de H a rv ard,
m ostró m agistralm ente que son “fuerzas problem áticas”, opuestas ra­
dicalm ente, las que condujeron a Einstein y B o hr a sus teorías. Para
u n o un im aginario del continuo, para el o tro -c o m p a trio ta de Sóren
Kierkegaard, que frecuentó al psicólogo H arald H ö ff d in g - un im agi­
nario de lo puntual y de lo d isco n tin u o .1'1
Si co m binam o s estos dos últim os conceptos - “la distancia a lo
real” y “la fuerza p ro blem ática”- , podem os verificar lo eficaz de esta
conceptualización. E n la actualidad, p o r ejemplo, com o lo vem os en
literatura, en las ciencias del h om bre, ν con R uyer en epistemología,
el m ito director de nuestra “m o d e rn id a d ” que está finalizando es el
m ito de H erm es. Posee una gran “fuerza p ro blem ática” p orque está
co nfo rm ado p o r “distancias a lo real” cada vez más pequeñas, “reali-

17. L.V. Thomas, Anthropologie de la mort, Paris, Payot, 1975; E. Kübler-Ross, La


Mort, dernière e't/ipe de la croissance, Paris, Le Rocher, 1985.
18. Véase G. Canguilhem, oh. cit.
19. Véase G . I lolton, ob. cit.
148 In t r o d u c c i ó n λ l.a λ ι ι t o d o i .o g í a . M it o s y so c ie d a d e s

z a d o ” c o m o está en los m odelos sistémicos de los diferentes saberes.2“


Sob re las estructuras de este m ito, sobre los atributos sim bólicos de
H e r m e s y de su gesta, pod em os c o n stru ir m odelos poco distantes
de lo “ re a l” y m uy heurísticos. El m od elo que yo m ismo he co n stru i­
do - r e m i t o a mi tó p ic a - en donde se ve al im aginario difuso equili­
b ra r la codificación racional y, recíprocam ente, al acceso, a la ascen­
sión a lo racional equilibrando el U rgrund mitológico, es un proyecto
herm e tista adm itido, cuyo diagrama puede sin duda recordar al tai-
gh i-tu taoísta, pero aun más todavía al caduceo de H e rm es.
P o r el c o n tra rio , el m ito de P ro m e te o -¡q u e tanto forzaba al h er­
m e tis m o a la “latencia”!- se en cu entra en la actualidad cada vez más
debilitado. El esquema (muy joaquinista) de un progreso lineal, el
m ite m a p ro m e te ic o del bienestar a través de la técnica, n o es más
incitante en nuestras civilizaciones desencantadas (Bezanbening) . H o y
en día el sabio sabe m uy bien que lo que descubre es peligroso. Ya no
se está en la belle époque de fines del seg u n d o Im p erio en la que el
in v e n to r de los explosivos y de la dinam ita Alfred N o b e l pensaba ha­
ber ayudado a la fraternidad de los pueblos con un explosivo que per­
m itía ... ¡cavar túneles! R ob ert O p p e n h e im e r, A lbert Einstein, ya no
poseen ese h e rm o s o optim ism o. El m ito de P ro m e te o mal encad ena­
do es ridiculizado. Sabemos, con V ernant, có m o una mitología se d e ­
bilita en tragedia, ¡ahora vem os có m o el héroe puede convertirse en
h é ro e de comedia!
P o d em o s, para concluir el examen de estos conceptos, tratar con
A braham Alóles de trazar un m itogram a (ver página siguiente), o to r­
gan d o signos a estas diferentes entidades y relacionándolas p o r m e ­
dio de parám etros. Podem os, por ejem plo, dar a la “grandeza relati­
va” el signo del círculo. Este círculo quedará simple en el caso de la
“latencia”, luego estará duplicado por un círculo circunscripto en el
estadio de la denom inación explícita, “el aprovecham iento de las o ri­
llas” filosóficas podrá representarse con un círculo triple... La “ex­
plosión ”, o el apex de la cuenca semántica, estará señalada p o r la proxi­
m idad topológica de círculos que simbolizan conjuntos mitémicos
cercanos: en 1857, son Las flores del mal, y n o m uy lejos el dram a lírico
Tristan e Isolda, en 1859. Tam bién m uy cerca, se encuentra la m uerte
del filósofo A rthu r S chopenhauer (1860) al que W agner, dieciséis años
más tarde, dedicará su Ring. Está M adam e Bovary en 1857, pero tam ­

20. Véase P. Ricœur, oh. cit.


Conceptos auxiliares del mitólogo 149

bién y aún (“a ú n ” p o rq u e puede preguntarse si las gran des novelas de


H u g o no pertenecen en cierto tnodo al d ecadentism o, o si siguen
siendo 1111 “c ú m u lo ” ro m án tico ...), Lus miserables en 1862. ¡Cuántas
m ujeres “m alditas” o fatales en esta mitad del siglo!: Isolda -lu e g o
Eisa y antes B run ilda-, Em m a, la Meclea y las Mujeres trocías de G u s ­
tave M o r e a u - sin contar, o tro núcleo de proxim idad, a la Carmen de
B izet(1874), Dalila {Sansóny Dahla 1877), Brunilda (de 1854 a 1876)
¡y la Salomé de M o re a u en 1876!...

I. Los elem entos


A. ‘Grandeza relaüva

O
latente explícita integrada en contexto
Ejemplo: Ejemplo: Ejemplo:
Las llores del mal, 1857 Isolda, 1865 Los decadentes, 1884

B. “Distancia a lo real"'. CU
grande pequeña
Ejemplo:
Historias cómicas de los
Estados de la Luna, 1657
Θ O
Ejemplo:
Alunizaje de Armstrong.
1969

C- “Fuerza problemática": Δ

pequeña grande /7 V \
Ejemplo: Ejemplo: [/ \)
1790-1850 1870-1990 V_ y
Hermes eclipsado Retorno al
por Prometeo "tercero dado” y a
los valores herméticos

Elementos y construcción de un mitogrnma (A. Moles)

La “distancia a lo real” puede ser simbolizada m ed ian te un cua­


drado más o m eno s grande, inscripto den tro de u n o de los círculos y
significando “ la grandeza relativa”. La gran “d istancia” está dada por
un cuadrado pequeño; la pequeña distancia -c u a n d o el m ito es coex-
tensivo a su “realización”- , po r un gran cuadrado. La “fuerza p ro b le­
m ática” tiene p o r signo a un triángulo circ u n scrip to ... Se pueden
co m b in ar todos estos signos, todas estas distancias y grandezas topo-
I 50 IN TR O D U C C IO N Λ Ι.Λ MfTODOl.OCÏÎA. M IT O S V SOCIEDADES

II. E s b o z o s !e construcción de un mitograrna: el m ito decadente


Fechas Lugares

1820 París, Mito romántico de la “mujer álfica" y del hombre promeleico


Londres.
Berlín

1850 París, Mito decadente de la “mujer fatal” y del "hombre inseguro"


Munich,
Roma í I Las llores de l mal. tß 57

Ensayo sobre la desigualdad / / / B sa de Brabant. 1851 (Wagner)


de tas ra ía s . . 1855 / / __

( θ ) ^ Γ 7 / 7 ^ -Y P h ) Isolda 1865
Dldon- 1864
/ /v v ® ))
M adam e Bovary. ÍQ 6 2 / í( )] /
Salambó. 1862 /
J C a r m e n . 1875. Sansón y Dafila. 1872
1870 París, O anillo . 1876 ) / E l decadente. 1886-18 9 0 / ^ N
Munich, y J w \ ® ) ---------------— — i ® )
Lübeck, V ~ V A contrapelo. 1884
Venecia í( ^ jj Los poetas malditos. 1864
1876 BavreuthT1 / Manon. 1867 (Puccini)

1900 Venecia, Λ Los Buddenbrooks, 1901


Berlín
Paris, Muerte en Venecia. 1912
Milán, etc...
m )
----- - La decadencia de Occidente, 1918

NB: aquí Π significa “realizados' en escena.


Δ significa “fuerza" dada por su “recepción” en la opinión.

Esquema de construcción de un mitograrna: el mito decadente

gráficas, para constituir un mitograma. U n esquema, un diagrama,


facilitan siem pre la lectura o la ubicación m ental de un problema.
N o obstante, y para concluir hon estam en te, es necesario prevenir
contra toda conceptualización, e incluso contra los diez conceptos
que hice míos en esta exposición. Los conceptos, co m o los cuadros o
los diagram as, no son más que m edios que simulan a su objeto con
m ayor o m e n o r adecuación, pero siem pre conservando el juego de
una cierta imprecisión, el lugar para la excepción o, si se trata del
diagram a, de una sofisticación m oderada, m uy atenuada, si puedo
decirlo así. Si se complejiza dem asiado un cuadro o un diagrama, se
torna cada vez m enos legible. U n a conceptualización no es más que
una especie de red que tiramos sobre las cosas para llevarnos la m ayor
(.'oiueplof auxiliares ile/ mitólogo 151

cantidad d en tro de nuestra cesta de com prensión. ¡Pero siem pre hay
pececillos que pasan a través de la malla de la red! Aun más, ten g am o s
la hum ildad de saber que nuestra com p re n sió n es limitada. Sólo p o ­
dem os “recibir” (Jauss), “ in te rp re ta r”. Sólo pod em o s captar lo que se
nos p erm ite captar, por nuestra cultura, p or la cuenca sem ántica en
d on d e nos situamos: talem caperc potui, “tal co m o m e es autorizado
ca pta r”. N o existe un texto dado de una vez p o r todas, objetivam ente,
p o r el c o m p o sito r o escritor, no existe un co ntexto inm utable dado
p o r el especialista en estadística. N in g u n a enunciación oral, literaria,
musical o contable, posee la inm utabilidad de una ecuación. El texto
más preciso no p u ede arrancarse de las densidades, de las p ro fu n d i­
dades del léxico. C o m o toda partitura, es un convite a la in te rp re ta ­
ción, si no se queda sin voz, sin música, sin sem antism o. M itólogos,
“ textólogos” -si así pu ed o llamarlos, más que “críticos literarios”-,
sociólogos, historiadores, todos som os intérpretes, m aestros de lec­
tura destinados a hacer leer m ejor un texto, a hacer descifrar m ejor
un contexto social o histórico.
T odos tenem os, pues, u n d e n o m in a d o r com ún: es la orgullosa
hum ildad de ser “in térp re tes”. Esta intención está en los antípodas de
nuestra pedantería universitaria que quiere en c errar el saber en reci­
pientes herm éticos. Soy un feroz defensor, y desde hace m u ch o tie m ­
po, no sólo de la multidisciplinaridad, sino tam bién de la transdisci-
plinaridad. N o que cada u n o de nosotros no tenga necesidad de ser
form ado p o r una especialidad estricta p ero esta últim a, so pena de
esterilidad total, debe abrirse, en un nivel superior, a todo el aporte
heurístico que pueden p ro p o n e rle las otras ciencias. R ecuerdo a m e ­
n u d o que P asteu r no era m édico sino quím ico, que D escartes n o era
m atem ático o asociado de filosofía sino soldado im provisado, que
H erschel no era a s tró n o m o sino m úsico... T odo esto para repetir,
habiendo definido de m anera práctica los diez conceptos que acabo
de desarrollar, que éstas no son más que recetas de interpretación.
Recetas puestas a p u n to po r prácticos del texto o del terreno: R o ger
Bastide, A braham M oles, G eo rg es Dum ézil, C lau de Lévi-Strauss y,
en segundo térm in o, la gran master class del psicoanálisis y de la psi­
cología de las profundidades. A ese respecto di m odestas recetas para
sostener bien nuestras m anos sobre el teclado, ¡pero ahora le toca a
cada uno, textólogo, m itólogo, sociólogo, a cada uno le toca ejecutar!
C a pít u l o VI

El imaginario literario y los conceptos operatorios


de la mitocrítica

Al com ienzo de este libro cité la frase del físico B ernardo d ’Espagnat
-extraíd a de u n o de los capítulos de su libro M itos y modelos- que ub i­
caba d e n tro de una misma co m p ren sión al m ito y al m od elo fisico­
m atem ático del áto m o de Bohr. D e esa m anera, nos oto rg áb a m o s
una suerte de “diplom a epistem o lóg ico ” para p o d er utilizar el le n ­
guaje de lo im aginario y del m ito con una cierta “seried ad” científica
y una eficacia heurísticas en la ciencia del hom bre. Sin em bargo, un
gran secto r de esta ciencia examina los m od os de expresión de la ho -
minización y, entre ellos, la expresión “lingüística” co m o se dice hoy
en día -y, en casos más raros, el texto escrito de ese tipo de expre­
s i ó n - D ig o “en casos más ra ro s”, puesto que se sabe m uy bien que en
un país co m o Brasil, el ochenta p o r ciento de la población aproxim a­
d am en te se las arregla para expresarse sin la escritura, y sin la lectura
para identificarse y conm em orarse. “O ra lid a d ”, se puede decir, que
nada le quita a la exactitud de la repetición estereotípica de la palabra.
P o d em o s entonces utilizar con Eliade la expresión “texto o ra l”,1 tex­
to que tiene la misma exigencia, la misma regularidad, la misma fiabi­
lidad que una escritura. C u a n d o frecuentam os a los tereiros del can-
dom blé, del shangó, del um banda, nos em ocio nam os y nos s o rp re n ­
dem o s al constatar cuán intactos subsisten los antiguos relatos, los
símbolos, las imágenes e incluso la sintaxis y el vocabulario yoruba o
bantú en esos hijos de la antigua esclavitud africana. Texto oral así
co m o texto escrito tienen pues la m isma dignidad: tan to a u n o co m o

1. Véase M. Eliade, “Littérature orale”, en Histoire des Littératures, Paris, Gallimard,


1 9 5 5 ,1.1. Véase la distinción heurística que hace Λ. Síganos entre texto mítico y mito
“literalizado” en Le Minotaure et son mythe, París, Presses Universitaires de France
1993.
[ 153]
154 IN TRODUCCIÓN' A LA Μ ΙΤ Ο ΙMH.OOÍA. M IT O S V SO CIID A D I-S

al o t r o se aplica esta crítica literaria que ahora vamos a examinar y


que h em o s d e n o m in a d o “m ito crítica”. Esta crítica, que podem os, si
q u e re m o s, ubicar d e n tro de la c o rrien te llamada la “ nueva crítica”,
im pulsada p o r todo el renacim iento del interés p o r el m ito, de la re in ­
teg ra ción del pensa m ie n to d e n tro del cortejo de los pensam ientos
“s erio s”, y que consiste en revelar detrás del relato qué es un texto,
oral o escrito, un núcleo m itológico, o m ejor aún u n patró n (pattern)
m ítico.
D ic h o de otra m anera, nunca u n texto es in o cen te m e n te unívoco;
el léxico y la cultura que acarrea abren en él niveles de significación
e n tre los cuales la significación del m ito incluido nos parece determ i­
nante para su buena com prensió n. Sea el desarrollo, el “d iscurso” del
texto u n p eq u e ñ o poem a, un ce n tó n o la totalidad de una colección
de cue n to s o de poesías, sea asimismo la obra com pleta de u n novelis­
ta o la narración litúrgico-m ítica de un orixa, ese texto revela en sus
“p ro fu n d id a d e s ” un “ser p re g n a n te ” -u tiliz o la expresión de E rn st
C a s s ir e r - que funda su interés po r el auditor o el lector. En francés
te n e m o s la herm osa expresión “Ça m e regarde!".* Pues bien, detrás de
los significantes de superficie, pasibles de todos los juegos del sem ió-
tico, se oculta “ la m ira d a ” del significado. A las epistem ologías del
significado, que ya hem os examinado, les responde en la actualidad
una estética o, por lo m enos, una crítica literaria que se le apega.
Toda m irada es intercam bio de miradas... Para hablar con las precio­
sidades de nuestra m odernid ad , digam os que toda m irada es cruza­
m ie n to de la del locutor y de la del o de los destinatarios. Y el “lugar
c o m ú n ” en d o n d e se constituyen estas miradas cuando se cruzan, el
núcleo m ejor com partido de la com prensión, es el mito. ¿Tengo que
re co rd a r el sentido am plio en el que in terp reto Ja noción, demasiado
divulgada, dem asiado desgastada, de m ito?2 Es, lo recuerdo, un relato
(sermo mythicus) sin dem ostración ni propósito descriptivo - d e ahí la
necesidad de las “redundancias”- y que quiere m o strar có m o fuerzas
diversificadas se organizan en u n universo m ental “sistém ico”. R e­
c u e rd o tam bién que “sistém ico” -¡c o n tra ria m e n te a su casi h o m ó n i­
m o “sistem ático”!- quiere decir que u n objeto, una entidad existe, se
realiza sólo p o r tensiones de subsistemas antagonistas. Lévi-Strauss ya

* En castellano: “Esto es asunto m ío”. El autor hace un juego de palabras en los


próximos párrafos con el verbo “regarder" (mirar) y “regard" (mirada). [N. de la T.]
2. Véase G. Durand, Le Décor mythique de la Chartreuse de Panne, Paris, Corti, 1961.
El im nainurin literario y los concepti»' operatorius ile In mitocriticn 155

había constatado que todo m ito es “d ilem ático”.' P o r lo tanto es ese


m ito el que en un “tex to” -o r a l o “ literalizado”- nos mira en lo más
profund o de nuestra mirada...
Voy a aprovechar este capítulo para elaborar un lenguaje bastante
preciso - o bien una “jerg a”: todas las ciencias, todas las disciplinas
tienen su jerga, ¡la nuestra ta m b ié n !- p a ra dar algunas definiciones de
palabras que parecen ser cóm odas cuando se utiliza tal tipo de análi­
sis. Voy a extender, de alguna m anera, lo que decía en el capítulo
pre cedente a propósito de los “conceptos auxiliares del m ítico ”: mi
presen te discurso estará más localizado sobre las nociones que sirven
para la elucidación de un texto. Voy a dividir esta exposición en tres
partes: en p rim e r lugar quiero re n d ir hom enaje - r á p i d a m e n t e - a los
antepasados de la mitocrítica, indicar cómo, m edian te vías diferentes,
no concertadas, hem os llegado progresivam ente a ese tipo de crítica.
L u ego reco rdaré -y a lo he hecho desde 1979 en las conclusiones de
mi libro Figuras m íticas...- cuál es el pro ced im ie n to de conjunto, en el
trata m ien to de un texto, de la mitocrítica. Finalm ente, trataré de res­
p o n d e r al problem a siem pre crucial de las unidades semánticas que se
utilizan en este tipo de crítica: los mitemas.
En un p rim e r m o m en to , resulta algo fútil - ¡ a u n q u e h o n e s to !-
buscar antepasados de nuestro m étodo. D esde siempre, nos hem os
percatado de que una narración, sea poética, novelesca o dramática,
tenía un parentesco con ú serm o m ythim s. P oseen la misma “estru c tu ­
ra”; hago hincapié en que to m o este térm ino en el sentido más trivial:
el de elem en tos y p rocedim iento s de construcción, y no en el sentido
técnico de los lingüistas y de los semióticos co n tem po rán eos. Si qu i­
siéramos e n tra r en el detalle de una genealogía de la mitocrítica, te n ­
dríam os entonces - c o n la estética de la recepción de J a u s s -4 que m o s­
trar en qué época y en qué m edio de “re cep ció n” com enzó a plantear­
se esta cuestión. H asta un p eríodo avanzado - p o r lo m eno s el siglo
XVI II en E u ro p a y más seguram ente el siglo X JX - el sermo mythicus
estaba mal separado y mal señalado con respecto a todo o tro relato,
histórico, descriptivo, ético. El problem a se plantea cuando se co­
mienza a insistir en la separación de los “géneros literarios”: cuando,
en particular, la novelística, más aún incluso el rom anticism o, define

3. Véase Cl. 1»évi-Strauss, Anthropologie structurale, 1. 1.


4. Véase H .-R. Jauss, ob. cit.
156 IN T R O D U C C IO N Λ Ι.Λ M IT O D O l.O G Í.V M IT O S V S O O I'IM D K S

su d iscurso a] lado de o tro s “discursos”: político, catequístico, cientí­


fico, etcétera.
Sin e m b a rg o , en ese siglo XIX, en ese siglo de la novela, los g ra n ­
des novelistas se percatan más o m en os claram ente de que no hacen
más que p ro lo n g a r p o r otros medios los discursos fundadores del mito.
H o n o r é de Balzac, cuand o titula su m o n u m en tal obra La comedia h u ­
m ana, es m u y consciente de estar to m a n d o el relevo de esa ilustre
sum a de m itologías que es La D ivina Comedia. Si leemos el texto ap a­
sion ado q ue V ictor H u g o consagra a W illiam S h a k esp e are / nos da­
m os c u e n ta de que nuestro gran poeta es p ro b a b le m en te desde 1864
el padre de la mitocrítica cuando descubre en “ 34 obras sobre 3 6 ” del
d ra m a tu rg o inglés las duplicaciones insólitas de la acción que el desa­
rrollo del d ra m a no necesita. Secuencias que “repiten en p e q u e ñ o ” la
acción principal, co m o la relación de H a m l e t con su padre, repetida
p o r la de L a e rtes con su padre P olonio. Esas duplicaciones son lo que
d e n o m in a m o s “ redund ancias”.
P o d e m o s tam bién afirmar, con T h o m a s M a n n / ’ que Em ile Zola
es, ju n to con R ichard W agner, u n o de los más poderosos m itógrafos
de los tiem pos m odernos. E n Zola hay textos que son tan flagrantes
- p i e n s o en la p equeña novela La ralea, en d o n d e las evocaciones al
m ito de D io n isio son constantes y explícitas- que no le pod em o s n e ­
gar al a u to r de Rougon el haber percibido, a través de la chata “histo­
ria n a tu ra l” de la sociedad de su tiem po, las potencias de la mirada
mitológica. N o diré nada de W agner, en quien Lévi-Strauss ve al “fun­
d a d o r incontestable de la mitología estru c tu ral”.7
P ero el p rim e ro que enunció claram ente y con constancia el p rin ­
cipio de correspondencia, o incluso el de inextricable in te rp e n e tra ­
ción, de los “textos” de la literatura y de los “ textos” de la mitología,
es M ircea Eliade. N o resulta en absoluto extraño enterarnos de que
este gran mítico, au to r de una Historia de las religiones que marca un
hito en este d om inio, es él m ism o u n o de los m ás grandes novelistas
ru m anos c o n te m p o r á n e o s / Para él, la connivencia entre el texto n o ­

5. Véase V. H ugo, William Shakespeare (1864), París, Flammarion, 1973.


6. Véase T h. Mann, Souffrance et grandeur...
7. Véase Cl. Lévi-Strauss, f-e C m et le Cuit, Paris, Pion, 1964, y “De Chrétien de
Troyes à Richard Wagner”, Programmheft Parsifal, BayTcuthfestpiele, 1975.
8. Véase M. Eliade, Traite d'Histoire des Religious, Paris, Payot, 1949.
El imaginario literario y fax conceptos operatorios de la mitocriticn

velístico y su fondo m ítico no hizo más que intensificarse en el curso


del siglo XIX, luego del XX, en do nde el m ito está a flor de texto en La
tierra baldía de T.S. E lliot o en el famoso Uhscs de J a m e s Joyce.
D e n tro de este juego de miradas entrecruzadas, hay q u e dejarle un
lugar im po rtan te - y fríe dado por la c rític a - al cu en to de hadas, ese
género in term ed io en d o n d e las potencias del im aginario mítico es­
tán todavía visibles, p ero en cierta medida rebajadas a un simple y
placentero relato profano. Sabemos que esos cuentos fueron, p o r ejem ­
plo en Francia, simples relatos orales que escritores c o m o C harles
P e rrau lt O m adam e D ’Aulnoy dejaron sen tad o p o r escrito. Está, en
p rim er lugar - y en los fund am ento s de la semiótica e s tru c tu r a l- la
famosa obra de V lad im ir P ro p p sobre el cu e n to ruso. P ero a co n ti­
nuación le sigue toda u na coh orte de psicólogos y psicoanalistas com o
Bruno B ettelheim o M a rie -L o u ise von Franz, amiga y discipula de
Ju n g . H a y que citar tam bién a A ntoine Faivre, especialista del esote-
rism o y de los mitos p rerrom ánticos, quien ha consagrado un p eq u e­
ño y elegante libro p e rtin e n te a los Cuentos de G rim m ? T odos ven en
los cuentos de hadas u n a suerte de “c ú m u lo ” - la palabra es de S o ro ­
k in - mitológico que las abuelas habrían transmitido a sus nietos. C o n s ­
tatación más pro fu nda de lo que parece, puesto que resalta la infor­
mación básica “de o ídas”, el “boca a bo ca”, fu n d a m e n to de la d u ra ­
ción de la “cuenca sem án tica”.
M ás aún, el cuento se dirige a la infancia, al p erío do de la vida en el
que las intim aciones sociales que están más presentes -utilid a d , res­
ponsabilidad, edad... del juicio, e t c - todavía no se asimilan (porque
todavía no son asimilables) del todo. Y se considera que el locutor de
ese cucnto está en esa edad, y en ese “arte de ser ab u e lo ”, que es la
edad del “r e tiro ” en la que tales intimaciones sociales pierden parale­
lamente sus exigencias y su respetabilidad... El atento de hadas es algo
que nos concierne,* no es una simple canción que usan las nodrizas
para ad o rm ecer al bebé, y que nos concierne en y a través de los ojos
de nuestra infancia, esa parte (como bien lo había señalado Bache­
lard) de la eternidad, de lo inm em orial, que p erm a n ece en nosotros.
Esas reflexiones sob re Piel de asno o Cenicienta con d u c en a la críti­
ca a recibir todo texto co m o un perpetuo “más allá” de su decir, más

9. París, Lettres Modernes, 1972.


* El autor utiliza nuevamente el verbo “regarder” en su doble acepción de “concer­
nir” y “mirar”. [N. de la T.]
1 58 In t r o d u c c ió n λ ¡.λ m it o d o l o u ia .M it o s v so c ik d a d k s

allá de sus colecciones y de sus pro ced im iento s de significantes. ¡Una


vez más, estética del significado! P o r detrás, las trivialidades del rela­
to llano, allende el “suceso”. C o n o z c o bien a un novelista, p o r h aber­
lo estu diad o an te rio rm e n te en los años 50, para quien resulta muy
claro ese juego del sentido “que nos co n c ie rn e ” con la mimesis vulgar
del suceso. Es Stendhal quien declaraba que el novelista paseaba un
espejo a lo largo del cam ino y observaba lo que se veía d u rante ese
trayecto... Está bien, pero ¡a Dios gracias! el a u to r de La cartuja, de
Rojo, de Brulard, ¡no se co n te n tó con la simpleza de esos d ag u e rro ti­
pos! Rojo y negro sin duda parte de un “suceso” de la crónica judicial
de su tie m p o y de su región - D a u p h i n é - que re su m e la tentativa de
asesinato p erpetrada p o r un adolescente a una m u jer m ayor que él.
E n sí posee u n interés m ínim o. P e ro lo que re p en tin am en te capta la
“m ira d a ” es que esta anécdota se amplifica p o r m edio de referencias a
la literatura y a las crónicas del siglo XVI. Así co m o en las co n stru c­
ciones en un vertiginoso abismo sin fond o de las Historias de Jacob, de
T h o m a s M a n n , se revela que el “suceso” de la aventura de Julien
S o re l/B e rth e t calza los co turn os histórico-legendarios de Boniface
de La M ô le, antepasado lejano de la segunda am an te de Julien, M a til­
de de La M ôle. El relato “ nos co n c ie rn e ”, entonces de repente, cu a n ­
do no mira m ás “a través de la mirilla” fáctica y reducida a la narra­
ción de La Gaceta de los Tribunales. N o te m o s tam bién que, c o m o lo
p rob ará la pasión coleccionista de Stendhal p or las Crónicas italianas
de los siglos X V y XVI, la referencia histórico-legendaria es aquí una
vez más una referencia mítica: para el autor, estas Crónicas n o son
“h istoria”, sino al m enos leyendas que se calzan y se visten con los
a tributos s o b re h u m a n o s y no localizables de los dioses. La conver­
sión de Beyle a Italia, y a la Italia legendaria del R enacim iento, es una
conversión a lo que Eliade deno m in a el illudtem pus, e igualm ente a lo
que C o rb in llama el “ n o -d o n d e ”. “ ¡Una ciudad llamada mil años!”10
Esta Italia fuera del tiem p o m ediocre de la R estauración, fuera de los
lugares m ezq uin os de París, de G re n o b le e incluso de un P ie m o nte
o cup a do p o r Austria, será el referente con stan te del im aginario sten-
dhaliano. Y su obra maestra, La cartuja de Parm a, sólo a prim era vista
-¡el de M au ric e B ard èche!- es el relato de los sinsabores personales
del oficial Beyle, de las querellas políticas de la E u ro p a del tratado de

10. Véase Annie C ollet, Stendhal ct M ilan, París, José Corti, 1986, 2 vol., Prefacio
de G. Durand.
El imaginario lit erario y Ins conceptos operatorios tic lu mitoaíticn 159

Viena... En cambio, la lectura inteligente, la que atrae la m irada, no


comienza sino cuando se descubre, detrás de Fabricio del D o n g o , la
crónica italiana de Alejandro F arnese convertido en el im p o rta n te
papa Paulo III. Si nuestra m irada se hace todavía más profunda, a
través de ias reminiscencias de las lecturas de Ludovico Ariosto y de
T orcuato Tasso, grandes im ágenes claram ente mitológicas y a m e n u ­
do anónim as tom an el relevo de los B radam ante, Arm ida, Alcides:
Teseo, Heracles, Eurídice....
Q u e no vengan a objetarnos que esos no m b res propios de la m i to ­
logía no están citados: re co rd e m o s la regla bien establecida p o r Bas­
tide relativa a la latencia. O p o n ié n d o m e en este p u n to a Jean R u d -
hart, afirmo que un m ito existe p o r su gesta, p or su dram a, p o r su
cortejo de epítetos y de verbos. Toda la mitología clásica nos enseña
» que, m u ch o antes del n o m b re, es el atributo el que caracteriza al dios:
Afrodita, “nacida de la esp u m a” (ék toû aphroû)·, H efestos “el que no
envejece” (d ’yvashatha sánscrito, atributo de Agni); Apolo, “el que aleja
(el mal)” (apéllón); Zeus, “el brillante” (raíz Djf= brillante), finalm ente
Agar significa “la fugitiva” (sém. Hagar)·, C hristos, “el u n g id o ”, etc.
Asimismo, a m en u d o el n o m b re del dios se condensa luego en un
atributo: stator (el que detiene), elicitis (que atrae a la m ultitud), mone­
ta (la que advierte), lucina (la que p one el día...). El dios es un c o n ju n ­
to, una letanía de calificativos. Y el m ism o Heracles no es más q ue un
epíteto: “glorificación de H e r a ”, oto rg ad o p o r Apolo a Alcides, el
nieto de Alceo. C u a n d o P. B ru n e i11 me reprocha p or abusar, respecto

11. Véase P. Brunei, Mytbocritique, théorie et parcours, París, Presses Universitaires de


France, 1992. Cuando Brunei, con referencia a la apelación púdica dada a Agar - “la
sirvienta de Abraham”- , encontrada “'en alguna Biblia vieja”, se burla de mí formu­
lando irónicamente la pregunta: “¿Cuál (Biblia), una Biblia imaginaria?”, que le sea
permitido al especialista en mitos saboyano responder al comparatista parisiense:
“¡A burlador, burlador y m edio!”. El comparatista parece ignorar la existencia, muy
positiva, de esta púdica expresión en las muy positivas y célebres “Biblias moraliza­
das”, entre las cuales la más ilustre, y m odelo de una larga dinastía, es ese suntuoso
manuscrito ilustrado del siglo Χ1Π que comparten la Biblioteca Nacional, la Bodleia-
na de Oxford, el M usco Británico..., y al que el conde Alexandre de Laborde consa­
gró cinco volúmenes (Etude sur la Bible Moralisee illustrée, conservée à Oxford, Paris et
Londres, Paris, 1911-1927). Recientemente (1973), Reiner Hausserr reprodujo las
130 láminas fuera de texto de otro manuscrito del siglo ΧΙΠ conservado en Viena:
Bible moralisée, Faksimile-Ausgabe im Original Format des Codex Vmdobonensis 2554 des
östcireichiscben Naziomibibliothek, Paris, Graz, 1973. Aún más importante es saber
que esta Biblia Morulis (cuyo ejemplar de Viena 2 554 está en francés) sirvió de proto-
160 In t r o d u c c i ó n a la m i t o d o l o g í a . M it o s v so c ie d a d e s

de los héroes stendhalianos, del “ n o m b r e ” de H eracles re te n ien d o


sólo un rasgo (m item a) del héroe griego: el doble n acim iento - q u e
efectivam ente com p arte con Teseo y con Cristo, com o n u e s tro am i­
go lo d e s ta c ó - a su vez yo le re p ro c h o a nuestro com paratista el he­
ch o de olvidar los otro s rasgos herculeanos que no obstante yo a d ­
vierto: el a fro n tam ien to heroico (que Heracles com parte, lo indico,
con Teseo), y del que H eracles es un gran modelo; las predicciones y
presagios del destino heroico: el n iño bebe la leche de inm ortalidad
de H e ra, el bebé estrangula las dos eno rm es serpientes que querían
ahogarlo, el co m p añ e ro del héroe (al que consagro u n párrafo) será el
fiel Iphicles que acom paña al sem idiós en m u cho s de sus trabajos y el
s e g u n d o en la guerra de Troya: finalm ente el rasgo tan insólito en
H e ra c le s del héroe afem inado ν que hila a los pies de O m phalos, que
D um ézil - a l que aquí r e to m o - relaciona con el tem a in d o e u ro p e o del
o ro y de la m u jer fatal.12 E n efecto es Circe, Pentesilea, B radamante...
p e ro es u n o de los rasgos constitutivos del m ito de H eracles co m o de
to d o héroe stendhalíano: Lucien, Julien, Lamiel, Fabrice... P o r lo tan ­
to, no he com etid o la “im p ru d en c ia” que se me reprocha y, para p ara­
frasear, diré que no he “visto a Heracles p or todos lados, incluso cuando
n o se lo n o m b r a ”. D ob le nacim iento, predicción del destino heroico,
estatuto paten ta d o de perdonavidas de m onstruos, doblaje p o r m edio
de u n co m p a ñ e ro o de una com pañera, peligro siem pre p resente de la
“o m p h alizac ió n ”; sin duda aquí tenem os cinco rasgos (mitemas) que
son co m u nes al nieto de AJcides y a la mayoría de los héroes sten dh a-

tipo tanto a la célebre Biblia Pauperum com o al Speculum humanae salvationis, grandes
compilaciones tipológicas del siglo XIV de las que conocem os más de treinta manus­
critos (cf. Lutz y P. Perdizet, Speculum humanae salvationis, M ulhouse, 1907, y la
edición de la Biblia Pauperum por H. Cornell, Estocolm o, 1925). Esos textos morali-
zadores no dejaron de ser editados y luego difundidos especialmente por los dom ini­
cos, luego por los jesuítas (en el siglo XVI por Jean Leclerc, Pierre Eschrich, Hans
H olbein..., en el siglo XVII por C. de Passe, Sebastian L eclerc,J. Vischer..., en el siglo
XVIU por B. Picard, con la célebre edición ilustrada de 1712 del prior de Sombreval).
Hay que agregar a la cadena continua de estas notorias ediciones numerosas vulgari­
zaciones en los fascículos y almanaques populares. D e 1770 a 1830 se contabilizaron
cuatrocientos folletos para el uso de la predicación moral... Exponer que el fiel alum­
no de los jesuítas Xavier de Maistre pudo proferir la púdica expresión “sirvienta de
Abrahain” no carece de “seriedad” (sic) ¡y la ilustre y rica tradición de la Biblia Moralis
no es absolutamente el fruto de mi modesta imaginación!
12. Véase G. Dumézil, liirpeiil, essai..., pp. 139 y ss.; Les Dieux des Indo-Européens,
Paris, Presses Universitaires de France, 1952, pp. 96, 140, 213 y ss.
/·,'/ ¡iiiiiginnnn lit era rio y los conceptas apera torios de !n mitocríliai 161

líanos. C ie rta m e n te que cada u n o de esos rasgos no es el propio de


Heracles, pero el co njunto de esos cinco m item as está “a m a ñ a d o ”,
cada lino de m anera distinta de lo que está en Teseo, Jasón, E pim e-
teo. Brunei, a propósito de mi breve estudio sobre la obra de Xavier
de M aistre, m e reprocha además el h echo de evocar al m ito de Agar,
“la sirvienta de A b ra h a m ”, q uien, n o ta b le m e n te , n o aparece más
que en la últim a obra del saboyano, La joven siberiana. Adem ás de
que n u e s tro co m paratista adm ite que el “p ro v id en c ialism o ” del que
M a istre daba fe desde el Viaje alrededor de m i alcoba “en c u e n tra un
día en la historia de Agar una ilustración e j e m p l a r ” , p a r e c e d e s d e ­
ñar los p o d e re s y co n tra p o d e re s q ue d efinen la “ latencia” de to d o
m ito y olvida que H agar en las lenguas sem íticas significa la “h u id i­
za”, la “ fugitiva”...
En fin, pod ríam os fundar “científicam ente” esta primacía de lo
verbal y de lo epitético sobre el no m b re, y m ejo r aún sobre el n o m b re
propio, refiriéndonos a los célebres trabajos de T h é o d u le R ib ot (Las
enfer?nedacks de la memoria, 1881) y a los de su adversario H e n ri B erg­
son (M a teria y memoria)·, sobre la afasia progresiva que sigue un o r­
den invariable en la desaparición de los vocablos: el que se borra en
prim er lugar es el n o m b re propio, y en últim o solam ente los verbos y
los “gestos verbales” que constituyen las interjecciones. Los verbos
y los “gestos verbales” son por lo tanto el zócalo más pro fu n d o de la
significación del lenguaje. La m itocrítica nos p erm ite p or esto hundir
nuestra m irada en la m irada del texto hasta las últimas co nfron tacio ­
nes con la gesta de los héroes in m em orab les y de los dioses. En o tro
estudio consagrado a los grandes novelistas M arcel Proust, W illiam
Faulkner, T h o m a s M a n n , m ostré có m o toda gran creación de pala­
bras, p or el p o d er de la re-citación o de la relectura, tiende a elevar a
sus héroes al estatuto de in m ortalid ad.11 El parentesco de todo texto
literario - o r a l o esc rito - con el m ito me parece pues evidente, y legí­
tima toda tentativa de mitocrítica.
O t r o p u n to de vista con el que se pueden abordar los contenid os
míticos del texto nos fue provisto en p rim e r lugar por el psicoanálisis,
luego p o r la psicología de las profundidades. El m ism o Freu d bien
había notad o que se podía tratar una obra de arte, un cuadro, un poe-

1.5. Véase G. Durand, “Le retour des im m ortels, structures et procédures de


l’iinmortalisation dans le roman de Proust, de Thom as Mann et Faulkner”, en Le
Temps de ht Réflexion, Paris, Gallimard, 1982, t. III.
162 In t r o d u c c i ó n λ i .a m i t o d o l .o c ; í a . m i t o s y s o c i e d a d e s

ta, un relato cualquiera, de la misma m anera co m o el relato del sueño


y el rela to de los fantasmas. R eco rdam o s las célebres páginas acerca
del b u itre d escub ierto en los cuadro s de L e o n a rd o da Vinci... A partir
de ahí, fructificó la in terpretació n psicocrítica de toda obra de arte. A
m o d o de ejem plo citaré los trabajos de C harles Bautloin que se ub i­
can a rm o n io sa m e n te en las confluencias de las opciones - a n ta g o n is ­
tas so b re m u c h o s p u n t o s - de F reu d y de Ju n g . Se le debe un Psicoaná­
lisis de Victor Hago y u n Psicoanálisis del arte que m arcan un h ito .14
D e n t r o de la misma perspectiva, po d em o s citar el gran trabajo de
M a r ie B on ap arte sobre E d g a r Alian Poe, de Laforgue, d ’Allendy so­
bre S té p h a n e M allarm é, de G ilb e rte Aigrisse sobre Paul Valéry y so­
bre V in c e n t Van G o gh... Estas investigaciones fueron precisadas y
sistem atizadas bajo el n o m b re de psicocrítica en la destacada obra de
C h a rle s M a u r o n , en la que el título del trabajo m ayor constituye todo
u n p ro g ra m a explícito: Metáforas obsesivas del mito personal.1· C ie rta ­
m e n te , he en red ad o el em pleo del epíteto “personal” con respecto al
m ito: u n m ito es siem pre transpersonal y, en definitiva, transcultural
y m etalingüístico ya que, según palabras de Lévi-Strauss “es el dis­
curso q ue m ejo r se trad u c e”. E n definitiva, ¡no es ni siquiera necesa­
rio “tra d u c ir” un mito! P e ro M a u r o n nos da u n buen bosquejo m e to ­
dológico: selecciona en un texto las im ágenes que, p o r su redundancia,
son “obsesivas”, e intenta justificar sus obsesiones a través de la b io ­
grafía, a través de lo que él d eno m ina “el m ito ” (yo preferiría: el co m ­
plejo) personal del autor. Este cam in o es m uy interesante: es un e sb o­
zo de m é to d o para colacionar las imágenes significativas, pero las ex­
plicaciones p o r m edio de un “m i to ” personal, p o r m edio de u na suer­
te de reducción biográfica o existencial, nos dejan ham brientos, o
m ejo r aún n o resp on den a la perspicacia de nuestra mirada.
H a y que dar un paso más, o c o m o dice J u n g en el famoso sueño
que dio cuenta de su ru p tu ra con Freud, hay que descender más y más
al subsuelo de la psique.Irt Es lo que sin duda parece h aber h ec h o un
célebre a u to r español, M iguel de U n a m u n o , en su Vida de Don Quijo­
te y de Sancho Panza (1905), treinta años antes de la publicación de El

14. Véase Ch. Baudouin, Psychanalyse de Victor Hugo, Ginebra, M ont Blanc, 1943.
15. Véase Ch. Mauron, Des métaphores obsédantes nu inythe personnel. Introduction à la
psychoaitique, Paris, José Corti, 1962.
16. Véase C.G . Jung, Ma vie, souvenirs, rêves et pensées, comp. por Aniela Jaflé, Paris,
Gallimard, 1962.
El imaginario literario y los conceptos operatorios de ¡a Mitocrítica 16.5

amor y el Occidente (1939) del suizo D enis de R o u g em o n t, cuando nos


m uestra que el relato y sus héroes se d esp ren den de la biografía de
Cervantes y adquieren esa realidad au tón om a que, en nuestros días,
G e o rg e Steiner d e n o m in ó m agníficam ente una “ presencia real”. Es
ahí don de se puede constatar, con el apoyo de un texto, lo que u n o de
los grandes fdósofos del sím bolo, E rn st Cassirer, había den o m in ad o
la “p regnancia” simbólica. El personaje de novela, mitificado p o r p r o ­
cedim ientos que he señalado en ese artículo sobre el cual no deseo
volver aquí, escapa a las soluciones egotistas de los psicoanalistas. Quizá
porque to d o “se n tid o ”, si es v erd ad eram en te una “vista” de mí, es
sobre to d o una m irada fuera de mí, el llam ado de un “o tro lado” más
real que el hicetm m c. Toda “re p resen tació n” - p o r no decir tivialmen-
te “p e n sa m ie n to ” h u m a n o - lo es en tan to que representación de algo
fuera de mí... H a b ie n d o dado con U n a m u n o o S teiner este paso hacia
delante, nos percatam os de que toda mitocrítica reposa sobre capas
semánticas más im plicantes que las líneas del texto propuesto. Toda
m itocrítica implica un mitoanálisis, un re co no cim iento de una num i-
nosidad trascendente, al cual se anima tím id am e n te la escritura.
P ero antes de incitar a cualquiera a leer en tre líneas en im p ru d e n ­
tes interlíneas, o en intertextos, volvamos a nu estro m é to d o de lectu­
ra de u n texto, ya que la redundancia es la clave de toda in terp re ta­
ción mitológica, el indicio de to d o pro ced im ie n to mítico. Es sin duda
C laude Lévi-Strauss quien advirtió la cualidad esencial del m ito, a
saber, la redundancia. N o siendo el senno mythicus ni u n discurso d e ­
mostrativo, del tipo silogístico o hipotético-deductivo, ni un relato
narrativo, una descripción para m ostrar el enc ad en a m ie n to positivo
de los hechos debe utilizar la persuasión por la acum ulación obsesiva
de “p aq uetes”, de “en jam bres” o de “constelaciones” de imágenes. A
partir de ahí, más allá del hilo obligatorio de todo dis-curso (la dia-
cronía), esas redundancias, m uy cercanas al espíritu musical de la va­
riación, pu eden ser reagrupadas en series sincrónicas, que nos p r o ­
veen los “m ite m a s”, es decir, las más pequeñas unidades semánticas
señaladas por redundancias. Esas unidades p ueden ser acciones ex­
presadas p o r verbos: subir, luchar, vencer..., p o r situaciones “actan-
ciales”: relaciones de parentesco, rapto, hom icidio, incesto..., o in ­
cluso p o r objetos emblemáticos: caduceo, tridente, doble hacha, pa­
loma... Así un m ito se inscribe en un cuad ro de doble entrada: una,
horizontal, que sigue el hilo del discurso, la diacronicidad, y la otra,
vertical, que apila las redundancias en cuatro o cinco colum nas sin­
crónicas. Lévi-Strauss aplicó p rim ero su fórm ula a los mitos de los
164 IN T R O D U C C IO N Λ LA YIITODOI.OGÏA. M IT O S Y SOCII'.IMDI'.S

indios de Brasil (nambikwara, bo roro, e n tre otros), luego trató “a la


a m e ric a n a ” los mitos clásicos de O ccid en te corno E dipo o Parsifal.17
N o o b sta n te , el célebre etnólogo, p ro b a b le m e n te influido po r el lin­
güista R o m a n Jak o b so n , se negó a constatar que esas conexiones sin­
crónicas, transversales al relato binario y disim étrico (con un “an tes”
y un “d e s p u é s”), instauraban al m en os una tercera m anera de leer el
relato, un “ te rc e r- d a to ” sem ántico que escapaba tanto a la d e m o s tra ­
ción c o m o a la linealidad del relato descriptivo. T am bién es necesario
to m a r la precaución -¡es casi una profesión de fe !- de no creer que
existe u n texto “ob jetivo”. Todo texto se halla sujeto a la in te rp re ta ­
ción y la interp re tació n com ienza a partir de la prim era lectura, aun
la del autor. Aquí, la teoría de la recepción se juega a pleno. Y el
p ro b lem a de la elección del initema está vinculado a esa vaguedad, a
esa libertad fun dam ental de toda interpretación. Aquello que se le
co nced e al m úsico “in té rp re te ”, ¿por qué se lo negaríam os al lector,
al “c rític o ” d e una obra literaria? N o hay que dejarse embaucar, ni
por la susodicha precisión del léxico, ni p o r las falsas seguridades de
los estructuralism os formalistas, em briagados de un sueño de purifi­
cación científica.
La gran equivocación de estos últim os está en haber creído que un
texto se adhería a un binarism o co m p le ta m e n te socrático, que existía
una verdad del texto opuesta a los errores, y que toda crítica era “un
juego de las perlas de cristal” -¡c o n o c e m o s la novela de H e r m a n n
H e s s e !- en d o n d e tod o funciona objetivam ente d en tro de una trans­
parencia m etodológica sin riesgos... E n o tro m o m e n to critiqué algo
fe ro zm en te - y los rem ito a esa c rític a - la interpretación unidireccio­
nal que Ja k o b so n y Lévi-Strauss hacían del poem a de Baudelaire “Los
gatos”.Is D e b e ría n los lingüistas ten er más hum ildad filológica para
decidirse a ver en una palabra del léxico una apertura semántica p rác­
ticam ente infinita... Digam os, para abreviar, que el vocablo “g ato ”, e
incluso el anim al con creto al que él remite, no tiene la misma acepta­
ción en el an tig u o E g ipto - e n do nd e se lo diviniza- que en E uropa a
partir de las cruzadas (ya que antes, el animal “g a to ” no existe..) y que
en Ja p ó n o incluso en C hina en donde, co m o lo hem os señalado, ad ­
quiere un sen tid o todavía m uch o más peyorativo que en nuestra Edad

17. Véase Cl. Lévi-Strauss, Anthropologie structurale.


18. Véase G. Durand, Figures mythiques et visages..., cap. Ill, “Les cliats, les rats et les
structuralistes”.
/·./ miiiginnrio litm trw y lus m iiaflos operatorii»: tie hi m itoaítiai 165

M edia... P ero tam bién resulta vano qu erer confiarse en un estudio


estadístico - c o m o lo había in te n ta d o P ierre G u ira u d co n la Escuela
de G. 'oningue en H o l a n d a - porque, finalm ente, las desviaciones es­
tadísticas en el em pleo de un vocablo en una época y en un a u to r
dados no son ni siquiera significativas. G u ira u d se desveló p o r m o s­
trar p o r ejem plo que la palabra “claridad” era en Valéry m ás frecuen­
te que en la literatura de su época, inventariada lexicológicam ente
po r Van der Berge. C o rre c to , pero pueden existir tics de la época,
modas pasajeras, co m o cu an do en el siglo X V III los au tores franceses
utilizan la palabra “ llam a” para decir “a m o r ”, sin que exista una in­
tención de subrayar el carácter elem ental del fuego. La raíz p iro té c ­
nica de la palabra “ llam a” se apagó, p o r así decirlo...
P o r lo tanto, ni p o r m ed io de un juego de estructuras binarias ni
p o r m edio de la referencia a un léxico estadísticam ente elegido, se
llega a establecer la verdad única de una interpretación canónica. “I n ­
terp retació n ” siem pre debe pon erse en plural, tan to para el pianista,
para el actor, para el director, co m o para el m odesto lector. La única
regla que gobierna la elección de un “m ite m a ” es su redun dan cia en
el texto, redundancia librada a la sutileza, o p o r así decirlo a la inteli­
gencia del lector que tiene que saber arm ar las gamas de las m etáfo-
ras.'1' Redundancia garantizada tam bién en su pertinencia p o r la refe­
rencia a un com plejo gramatical, y no sólo por la reducción a un n o m ­
bre propio, o incluso a un sustantivo “c o m ú n ” tal c o m o un elem ento
bachelardiano. S iem pre le he repro chado a mi buen m aestro el haber
elegido co m o base de su clasificación imaginaria a los elem en tos bien
elaborados, bien etn océntrico s (C hina se refiere a cinco elem entos...)
de la física griega. Sin em bargo, es evidente -sea sólo p o r los dos
libros opuestos que Bachelard está obligado a consagrar al elem ento
“tierra”: La Tierra y los ensílalos del reposo y La Tierra y los ensueños de la
voluntad- que el elem ento, co m o el dios n o m brado , implica un c o m ­
plejo co ntradictorio de significaciones. Insisto una vez más sobre el
referente realm ente heurístico que debe partir del verbo, y en conse­
cuencia de su cortejo atributivo. P o r lo tanto, en la elección del m ite­
ma im porta antes que nada partir no de una palabra sino de un gru po
de palabras o - l o que es lo m is m o - de un em blem a en do nde está
condensado, resumido, to d o un fraseo significativo.
H e m o s realizado dos verificaciones “científicas” de la legitim i­

19. Véase P. Ricœur, La Métaphore vive, Paris, Seuil, 1975.


16 6 In t r o d u c c i ó n λ la m i t o d o l o c ía .M it o s v so c ik d a d r s

dad bien fundada de este m é to d o “v erb al” en la lectura de los m ite ­


mas. La p rim e ra se pudo hacer gracias a la co nfirm ación e x p e rim e n ­
tal, p o r el psicólogo Yves D u ra n d , de nuestro s trabajos po sterio re s
c o n sa g rad o s a las e s tru c tu ras figurativas de lo im aginario: los “e n ­
j a m b re s ” de im ágen es se re ú nen de ac u erd o con tres “in te n c io n e s ”
actanciales q u e gravitan a lre d e d o r de tres arq u e tip o s verbales. La
s eg und a fue la ex perim entación de un “banco de d a to s ”, p ro g r a m a ­
da p o r el especialista en inform ática J.-P. D u p o n t , y aplicable a to d o
sim bolism o . ¡G igantesca em presa en la que se hubiera necesitado el
ap o rte de los dólares am ericanos! P e r o tal c o m o existe, tal c o m o ha
sido e x p e rim en tad a, m u estra de m an era n o to ria que el estableci­
m ie n to de u n léxico de sím b olo s no se concibe sino ap oya do sobre
m atrices verbales.
Se sob re en tie n d e que una parte de la elección subjetiva que inter­
viene en toda lectura sigue siendo un “resid uo” de “ruidos”, com o
dicen los especialistas en informática, un residuo de sentidos desvia­
dos (no digo de “c on tra sen tid o s”: esos sentidos invertidos tienen d e ­
recho de existencia en toda interpretación) que no son sino la re c o m ­
pensa de la polisemia de todo léxico, y que sobre to d o no son más que
el precio de la interpretación. Toda interpretación posee el d erecho a
lo que llam am os equivocadam ente “el e r r o r ”. S iem pre implica un
“riesg o”; necesariam ente es arriesgada ya que es “m etáfora viva”.
Sin em b a rg o este m é to d o es la indispensable introducción a todo
diagnóstico de un m ito, sea en un texto oral o en u n o escrito, lo que
prop o rcio n a nuestra “m itocrítica”, sea en un contexto social o histó­
rico, lo que proporciona, co m o verem os, el mitoanálisis.
E n Francia, el hogar incontestable de estos estudios de mitocrítica
es sin duda la Escuela de G re n o b le, cuyo C e n tr o de Investigación
sobre lo Im ag in a rio fue fundado en 1966 po r iniciativa de tres p ro fe­
sores, e n tre los que m e cuento, y al que le siguió siete años más tarde
el L ab o rato rio M ultidisciplinario de Investigación sobre el Im a g in a ­
rio L iterario (LAPRIL) en la Universidad de Bordeaux III, que edita el
boletín de investigación Eidolon bajo la dirección del especialista en el
siglo XVI C l.-G . Dubois. L u eg o vino el C e n tro de L ecturas Im ag in a­
rias que dirige en la U niversidad d ’Angers G eo rg es C esb ro n , y que
edita desde hace veinte años los Cuadernos de Investigaciones sobre lo
Imaginario, seguido p or el E q uip o M ultidisciplinario de Investiga­
ción sobre el Im aginario de los L atinos (EPRIL) que impulsa en la
Universidad de Perpignan el latinista Joël T h o m as, y tam bién el GRIM,
G r u p o de Investigación sobre lo Im aginario y el M ito , im pulsado por
El ¡moguian o lit m irio y los loiia-ptos upa-morios </<■la witacrítka 167

Alain V erjat-M assm ann en Barcelona... Seguidos además en Brasil


por n uestros centros y “núcleos” de investigación sobre lo im aginario
de Sao Paulo, Río de Janeiro , Brasilia, Recife - e s te ú ltim o im pulsado
desde hace diecisiete años p o r Daniéle R o c h a - P itta - Seguido... S e­
guido: de hecho, habría que n o m b ra r los 43 centros de investigación
que hem os reunido en 1982 en las estructuras de u n A g ru p a m ie n to
de Investigaciones C o o rd enadas (G REC O ) en el CNR S francés... que
“c u b re ” los cinco con tin entes de Sydney a Seúl, de Brazzaville a L u ­
blin, de M o n tre a l a Recife, de Lisboa a T ú n ez ...
Si insisto un poco sobre esta “difusión”, ¡no es p o r reivindicar la
paternidad! A lo sum o para u bicarm e en tre los iniciadores al lado del
extrañado L é o n Cellier, con mi trabajo de 1960 sob re E l escenario
mítico de “La cartuja de P anna ” y para destacar el rol p io n ero y capital
de la Escuela de G re n o b le que, con los trabajos editados (por n o citar
más que el d e p a rta m e n to co ncernien te a las m itocríücas literarias y
sus och en ta tesis sostenidas, de las cuales veinticinco son de d o c to ra ­
do, desde 1972...), con los trabajos pues de Sim one V ierne (Julio V er­
ne, 1972), de j e a n P errin (Shelley, 1973), de C hantai R ob in (Proust,
1977), de Paul M athias (Baudelaire, 1977), de A urore F rasso n -M a rin
(Calvino, 1983), de Danièle Chauvin (Blake, 1981) y aquellos en don de
ya se perfda un mitoanálisis, de G . Bosetti (la novela italiana del siglo
XX, 1981), de A. R o ch er (la m itología japonesa, 1989), de J. M arig n y
(la literatura anglosajona, 1983), de Ariette y R. C h e m a in (la novela
africana, 1973), investigadores calificados a los que se un iero n al poco
tiem po Philippe W a lte r (imaginario medieval) y André Síganos (bes­
tiario del imaginario). C iertam en te, el C e n t r o de G re n o b le es m ulti-
disciplinario y sus trabajos d esb ordan una estricta mitocrítica: nos
pareció no o bstante o p o rtu n o insistir sobre su im portancia en el p a­
noram a actual de las “nuevas críticas”.
Si volvemos nuevam ente al m éto d o pro p iam e n te dicho de la m i­
tocrítica, a sus procedim ientos de lectura “a la am ericana” de un tex­
to, hay que agregar una reflexión sobre una suerte de “g randeza rela­
tiva” de la muestra. Ya nos hem os topado con este c o n c ep to de “g r a n ­
deza relativa” en A braham M oles, pero de alguna m anera aplicado a
dim ensiones geográficas y sociales. Aquí, hay que aplicarlo a la long i­
tud más o m enos extensa de la muestra: esto va desde el simple título
que el a u to r le da hasta la obra com pleta de un escritor. C iertam en te,
el título no puede ten er más que un parentesco lejano con el m ito
fundador del poem a o de la novela. E n Stendhal, el título significa
poco o a veces significa mal: Arm ance, Rojo y negro, La cartuja de Par-
I n t r o d u c c i ó n λ i ..\ m i t o d o i .o c í a . Λΐι r o s v so c ie d a d e s

ma, m ie n tra s que en otro s significa m u c h o y repite un m item a o bse­


sivo. P o r ejem plo, en un au to r eleI siglo XV1ÍJ com o Xavier de M ais-
tre, todos los títulos de sus pequeñas novelas y nouvelles son claustró-
filos; indican una elección de c o m p o rta m ie n to - a la que yo llamaría
“m ística” en nuestra jerga de a n t r o p ó l o g o - que privilegia lo que está
cercado, ce rra d o . Viaje alrededor de m i alcoba, seguido de cerca por
Expedición alrededor de m i alcoba, que plantea un lindo o xím oro n entre
la alcoba cerrada y deno m in acio nes de gran am plitud co m o “viaje” o
“e x p e d ic ió n ”, son retom ados p o r los otro s títulos de la obra: Los p r i­
sioneros del Cáncaso, E l leproso de la ciudad de Aosta, evocan am bos la
obsesión d e la prisión o del en c laustram iento del leproso. H a b rá que
esperar la últim a obra que es La ¡oven siberiana para que se resuelva
esta obsesión gracias a la cita bíblica de Agar “la fugitiva” encarnada
aquí p o r la heroína Prascovie, figura de la “realización” del viernes
santo (Paraskeva en ruso). Asimismo, en Baudelaire, el título indica a
m e n u d o , y resum e, la intención sem ántica de la totalidad del p o e ­
ma... ¡Pero, una vez más, insisto en que hay que desconfiar a pesar de
tod o s los n o m b re s propios! A m en u d o , incluso en un gran escritor, el
n o m b re p ro p io está to m ad o en un falso sentido real (es decir, en d o n ­
de el a u to r se equivoca ¡sin premeditación!): ya m e entretuve antes
d en u n c ia n d o a Baudelaire y a su “El tirso”, así com o a P ro u s t y a
N ietzsch e.
A penas pasam os a “g randezas relativas” intrínsecas pero más a m ­
plias, cae de m ad u ro que la redacción de una novela -s o b r e to d o
cu a n d o es repetitiva y prep arada p o r m uchos bosquejos co m o La
cartuja de Pariría- trae aparejado necesariam ente el hecho de que el
a u to r se ha im p reg n a d o de, y ha im p reg n a d o , una atm ósfera de la
época m en o s puntual que un so n eto o incluso su simple título. La
obra de un au to r es sin duda “de su tie m p o ” pero, sobre todo, “es su
t ie m p o ”. Insensiblem en te, nos deslizamos de una mitocrítica lim ita­
da hacia un m ito a n álisis...
P ara no re to m a r p o r ejemplo la obra de Stendhal que, p o r cierto,
“refleja” su tiempo, com o lo m ostró profusam ente M aurice Bardèche,2"
pero que es sobre todo fundadora de su tiem po, que es de alguna
m anera la asunción de su tiem po, to m aré co m o ejemplo aquel a quien
V icto r H u g o consagró todo un libro: W illiam Shakespeare. Y si no se
le tem e a cierta complejidad, qu iero m ostrar cóm o Shakespeare “fun-

20. Véase M. Bardéche, Stendhal romancier, La Table Ronde, 1947.


/',/ ¡ ii/iio iiiiirin U ra n rin y Ius conceptos operatorios tie ln jiiiim r it ia i

d o ” su tiem po - “ lo que perm anece, ¡los poetas lo fu ndan!”- , pero


asimismo có m o H u g o , iniciador de la m itocrítica, p o r una falta de
m étodo, ¡faltó a ese tiempo!
Ya he señalado cóm o el gran poeta francés advertía en Shakespea­
re "ese hecho m uy ex tra ñ o ” de una “doble acción que atraviesa el
drama y que lo refleja en p e q u e ñ o .. . ”, “un dram a m e n o r que copia y
se codea con el dram a principal, la acción que conlleva su capricho,
una acción más pequeña, su sem ejante...”. M u y bien, eso es descubrir
la m aquinaria re d u n d an te del m itema. Sin em bargo, H u g o no extre­
ma su ventaja y concluye: “Es s eguram ente un h echo m u y extrañ o”,
arriesgándose co m o máxim o a ver en esta “extrañeza” “el espíritu del
siglo XVI” que es un “espejo” ya que “el R e n a c im ie n to ” (¡sic!) siem pre
hace “reflejar el A n tiguo T estam ento p o r el N u e v o ”. C iertam en te,
todos los especialistas del barroco han puesto en relieve lo que C l.G .
D ubois llama “la función del espejo” que actúa de lleno en el “m an ie­
rism o ”.21 Esta función, sin em bargo, no se limita, co m o lo hace H u go ,
a una llana mimesis, a una “m a n e ra ”, sino que rem ite tam bién a una
manía -ju n to a la hipérbole, a la antítesis; a las hipertrofias del yo,
incluso del superyó—. Y H u g o pasa al lado de las virtudes de la sincro-
nicidad cu ando cita para ilustrar “los hábitos de ese gran arte p ro fu n ­
do del siglo X V I...”, la redundancia de tres cristóforos: san Cristóbal,
se sobreentiende, la V irgen encinta “que es un cristófo ro ”, y la Cruz...
ag regando llanamente: “Idea duplicada, idea triplicada, era el sello
del siglo X V I...”, sin sospechar que esta cristoforía significa m uch o
más que un juego de espejos que, después de todo, señala s im p le m e n ­
te, y en to d o m o m e n to , la virtud re d und ante del m ito. La Virgen
encinta, la C ruz, C ristóbal el barquero, más allá la hum ilde imitatio
Christi del m edioevo, son una exaltación del hum an ism o que “lleva
D io s” en el sufrim iento com o en toda criatura. Al lado del R enaci­
m iento y luego del barroco que refleja a la A ntigüedad, luego refle­
jándose él m ism o en el m anierism o, existe sin duda una m anía, una
exaltación apasionada, henchida de todas las hipérboles, de todas las
hipertrofias del yo y de esos supeiyós que constituyen E l príncipe o la
Ciudad... Shakespeare no duplica solam ente a H a m le t en Laertes, a
Lear en Glocester, a C ornelia en Edgar... sino que además, a través
de D esdém ona, Julieta, Ofelia, Lucrecia, T isbe, es el chantre de un

21. Véase C l.G . Dubois, Le Baroque, la profondeur de l'apparence, París, Larousse,


197.5; Le Ma/iiériswe, París, Presses Universitaires de France, 1979.
! 70 I X T'RODI CXIION Λ Ι.Λ M ITO D O I.O G ÍA . M IT O S V SOCIFDADI-.N

m ito obsesivo de m últiples nom bres, el de “prim avera sacrificada”,


de esta Prim avera que a n ta ñ o pintaba Boticelli, y que sucum be en ese
“s o m b río y perverso siglo X V I” , c o m o afirma H u g o .
A quí es p ues la obra la que funda su siglo, p e ro tam b ién es la que
da t e s tim o n io de ese siglo. H u b ié r a m o s p o d id o elegir, con G ilb e rt
B osetti, o t r o siglo y las obras que lo fundan: el Ventennio ñero de
Italia en d o n d e se ve el m ito de la infancia ( y tod o s sus atributos),
más allá de los C a p u le to s y los M ó n te s e o s del siglo XX, c o r r e r c o m o
u n hilo ro s a d o que unifica todas las esperanzas co n tra d icto rias de
u n tiem p o ...
N o o b stan te nos dam os cuenta a partir de ahora de que, cuando
“la g ran deza relativa” de una obra llega a coincidir con la longitud
tem p oral de un siglo, hay que cam biar una mitocrítica p o r un rnitoa-
nálisis. Es lo que in ten tare m os hacer en el siguiente capítulo.
C a p í t u l o V il

El mitoanálisis: hacia una mitodología

H e m o s visto, en los últim os párrafos del capítulo p recedente, que


cuando la “grandeza relativa” de una obra llegaba a coincidir, si bien
no con el siglo, al m enos con una “cuenca sem ántica”, había que des­
lizarse de una m itocrítica a u n mitoanálisis. Este deslizam iento es en
principio m uy simple: consiste en aplicar los m étodos que hem os ela­
borado para el análisis de u n texto a un cam p o más am plio, el de las
prácticas sociales, el de las instituciones, el de los m o n u m e n to s e in­
cluso el de los docum entos. D ich o de o tro m odo, pasar del texto lite­
rario a todos los contextos que lo bañan. Y es ahí en d o n d e empiezan
las complicaciones.
¡Com plejo y extraño terren o el de la sociología! C o m p lejo, lo h e ­
m os visto, p o rqu e toda “sociedad” descansa sobre tensiones sistémi-
cas; extraño p orq ue un “sistem a” está abierto a una cierta alteridad, a
una cierta “contradictorialid ad”. La sociología es u n p o co co m o esas
novelas policiales en d o n d e hay un hom icidio ¡pero n o se encuentra a
la víctima! C o m o lo señala Balandier,1 en sociología el “ te m a ” nunca
está dado objetivam ente: sólo el proyecto - e te r n o im a g in a n te - es el
tema de la sociología. El sociólogo habla m u ch o -¡a veces dem asia­
d o !- en “ocasión” de lo social, pero nunca llega a circunscribir el “cuer­
po del d elito ”, com o se denom ina en térm inos policiales, que aquí es
el “cuerpo social”. La escala, la “grandeza relativa”, toca de lleno so­
bre el teclado del sociólogo. C o m o ya lo señalaba con graoia Lévi-
Strauss, la llegada de un n iño al “cuerpo social” de u n a familia m o ­

1. Véase G. Balandier, Anthropo-logiques, París, Presses Universitaires de France, 1974;


Sens et Puissance, Paris, Presses Universitaires de France, 1971; G. Durand, “Une
réponse à la Sociologie française”, en M. Maffesoli (dir.), Sociologie des turbulences,
Paris, Berg, 1985.
[171 ]
172 I Ν'Ί R O IX 'C C K JN Λ I Λ M ITUDOL.OfíÍA. M IT O S Y SOCIKDAUKS

desta crea un cam bio más considerable que el a u m e n to de centenas


de miles de individuos en el “cuerpo social” de un vasto im perio. Y
G e o rg e s B alandier, discípulo de G e o rg es G u rv itch , fue el gran ex­
p lo ra d o r de esos encajes de “cuerpos sociales” d e n tro de otros c u e r­
pos sociales m ás vastos, de esas “sociedades n id o ”. H a y veces en que
el objeto de la sociología se presenta com o una vasta colección de
significantes, c o m o la cuasitotalidad de los significantes que caen bajo
la ob servación del sociólogo en un “in s ta n te ” d ad o - p e r o entonces
p o d em o s p re g u n ta rn o s en dónde está el significado si todo es signifi­
cante...-. Es lo que puede llegar a ocurrirle al etn ó lo g o -¡y al a rq u e ó ­
lo g o !- que, en el cam po, recoge absolutam ente to d o lo que e n c u e n ­
tra: utensilios, tiestos, graffiti, palabras y cosas múltiples, sintaxis, ali­
m entos, etc. P e ro entonces las significaciones se pierden, más aún
cuando se cruzan y se contradicen, y se puede decir que el etn ólo go
“pierde ahí su latín”, ¡o su tupí-guaraní! O bien tenem os entonces
una situación radicalm ente inversa: ya no se tienen más objetos loca-
lizables, catalogables, id e n tific a r e s - c o m o en el caso de esos indíge­
nas que estudió Lévi-Strauss y que niegan que su sociedad esté con s­
truida m aterialm en te sobre un plano diametral que, sin embargo, ¡per­
fora los ojos del o bserv ad o r!- y co rrem o s tras un referente huidizo,
desencarnado, “ invisible” según el bello título de Jean Servier.-’ El
desa fortun ado sociólogo se encuentra así arrinco nado entre una plé­
tora de signos que p o r su abundancia se to rn aro n insignificantes, ¡y el
desplom e de un Invisible que escapa a toda figuración! D e ahí e n t o n ­
ces dos especies extremas de sociologías: las que coleccionan lo “ m i­
núsculo”,? lo in-significante, y las más co m un es que reabsorben lo
invisible d e n t r o de las tablas de la ley sociológica sin rostro y sin voz.
D e un lado el politeísm o h o rm igueante de los valores, del o tro el
m o n o teísm o p e re n to rio del m étodo.
Y bien, es este cam po d o blem en te paradójico, ya que no sólo hay
“paradoja del m o n o te ís m o ”4 sino que tam bién hay paradoja de las in­
significancias, “en lo p rofund o de las apariencias”,1 que el m itoanáli-

2. Véase J. Servier, L’Hormne et l'invisible y Les Techniques de l'invisible.


3. Véase M. Maffesoli, Lu Confínete du présent, pour une sociologie de la vie quotidienne,
Paris, Presses Universitaires de France, 1979.
4. Véase H . Corbin, Le Paradoxe du monothéisme.
5. F.ste es el título de un libro de M. Maffesoli, Aux creux des apparences, Paris, Pion,
1990.
I '.l in ito u n tih s is : h tu in nu n ¡n itm lo ln v in I7.5

sis debe investigar. Si nos re m itim o s a los temas que h em o s adelan ta­
do, relativos a la “tó pica” sociocultural y a la dinám ica de las “cuencas
sem ánticas”, constatam os que, en el h orizon te de esos dos m éto dos
de acercam iento, el “ lugar c o m ú n ” es el mito. U n o y o t r o no tratan
más que de la “explosión” de un m ito y de su uso hasta su desgaste.
R og er Bastide6 había p re sen tid o que el fu nd a m e n to de to d o re c o rri­
do sociológico era el im aginario. Y había podido verificar ese p re sen ­
tim ien to en el Brasil “de todos los santos” en d on d e la mezcla y la
fricción de culniras m últiples perm iten precisam ente p o n e r en relie­
ve lo que significa - l o que “p e rm a n e c e ”- en la conciencia mestiza del
brasileño, ¡Jo cual es re alm ente in-significante! ¡Sin em b arg o, lo que
significa es m uy a m e n u d o aquello que, a prim era vista, se tom aba
c o m o in-significante! Irreem p lazable laboratorio brasileño en d o n ­
de, sobre un fondo am erindio , ¡se encuen tran los valores culturales
de E uropa y los de Africa! Sin duda es aquí, más que en ningún o tro
lado, en do nde se p uede a p r e h e n d e r c ó m o lo invisible adquiere ro s­
tro y llega a “m o n ta r ” la vida más cotidiana, sin duda es aquí en d o n d e
se puede constatar la realidad p reg nan te del m ito ¡y en tre v er los h o ­
rizontes de una mitodología! M ien tras que la mayoría de las civiliza­
ciones “aculturales” han vivido, y aún viven con dificultad “la a m b i­
gü ed a d ”7 que resulta de las confrontaciones de cultura, llegando a
plantearse hasta tensiones destructivas - c o m o sucedió en América del
N o r t e - , el mestizaje brasileño perm itió en efecto extraer la quintaesen­
cia de la confrontación: al apo rte indio, y sobre to do el africano, se
m ezcló el su plem en to europeo: im aginario católico, filosofía com tis-
ta, espiritismo de Alian Kardec... Es esa mezcla la que perm itió p o n e r
en evidencia los rostros de lo Invisible -S e rv ie r diría las “técnicas”- a
través de las trivialidades y las “insignificancias” de lo cotidiano. ¡Y
esta “vida” brasileña nos perm ite, más que cualquier otra -in clu so
más que las de grandes culturas, com o las asiáticas (India, C hina, J a ­
pón, Corea...) que se acercaron a esta “in cu ltu ración”- c o m p re n d e r
lo que es la mixtura constitutiva del m ito y el interés antro pológico
de un mitoanálisis.
Sin llegar a ese terren o ejem plar que constituye Brasil, c o n te n té ­
m onos con re te n e r aquí que el mitoanálisis, co nstruy en do una im a­

6. Véase R. Bastide, “O espritismo, psicanalise e sociología”, en 0 Estado, Sao Paulo,


6 de abril de 1947; “Sociologie et psychanalyse”, en C'/.S', N ° 2, i 947.
7. Véase G. Balandier, Afrique ambiguë\ Paris, Pion, 1957.
1 74 In t r o d u c c ió n a la m i t o d o l o g í a .M it o s y s o c ie d a d e s

gen de ese o b jeto am biguo y paradójico que es lo “social”, necesita


estar bien a r m a d o de una experiencia de vida que, c o m o ya lo reivin­
dicaba D escartes, vio “m ucha gente y cursos d iferentes”; de una ex­
periencia que co n fro n tó m uchas lenguas, m uchas c o stum bres distin­
tas y que reflexionó - ¿ n o ubicaba C o m te a la sociología en la cima de
la pirám ide de los sabe res?- desde la cuna a la edad m adura, e incluso
en la “ tercera e d a d ”, acerca de los im aginarios, acerca de las cuencas
semánticas, acerca de epistemes diferentes... Se necesita toda esta m a ­
d u re z de c o n o c im ien to para ab ord ar este am plio com p aratism o que
constituye el mitoanálisis, p uesto que está constru id o de u n o s treinta
a cuarenta años de acercam ientos prudentes, de reflexiones, tam bién
de tanteos...
E n una p rim era parte, quisiera sim plem en te indicar có m o pudo
efectuarse el “deslizam ien to” de la mitocrítica a u n mitoanálisis. E n
la segunda parte m ostraré cóm o, a partir de que la reflexión socioló­
gica interviene, cu and o se deja el te rre n o tan seguro del texto para
ab andonarse a los vientos peligrosos de los contextos, no p o r eso se
dejan de advertir núcleos míticos o sim plem ente simbólicos que son
significativos de una sociedad en un m o m e n to dado de su devenir.
Deslizarse de una mitocrítica a estudios más contextúales, a co ns­
tataciones más sociales; es natu ra lm e n te en este crisol en d o n d e tra­
baja la Escuela de G re n o b le, lugar dond e - ¡ p o r prim era vez en F ra n ­
cia, y de m anera duradera desde hace más de veinticinco añ o s !- se
efectuó una m ultidisciplinariedad arm oniosa y heurística. L é o n C e ­
llie r/ p or ejem plo - u n o de los padres fundadores de esa escuela- se
deslizaba g radu alm ente desde consideraciones pura m e n te literarias,
“textuales”, o en rigor biográficam ente bien circunscriptas, hacia una
amplificación a todo el rom anticism o francés de los “rasgos” (ahora
diríam os “m ite m a s ”) observados en Lam artine, H u g o , Soum et, Ba-
llanche. E n esta obra fundadora esbozaba un verdadero mitoanálisis
del rom anticism o. En el horizonte mítico de todas estas derivaciones
biográficas y circunstanciales se elevaba en efecto el gran m ito escan­
dido por los m item as de la caída, de la prueba de la re-surrección, de
la redención.
Aun más explícitas de ese “d eslizam iento” resultan las tesis magis­
trales de los italianistas de G re n o b le, dirigidos p o r M ichel David -e l

8. L . C e ll i e r , L'Epopée humanitaire et lesgr/mdsmythesrtnmmtiqiies, P a r í s , SEDES, 1971.


/·.'/ niitnininUsh: bacin mm mitodnlog/n 175

em in ente au to r de E l psicoanálisis en ln cultum italiana? cuyo título


m ismo es un program a de m ultidisciplinariedad-, tesis cuyas edicio­
nes tuve el h o n o r de prologar. Y en p rim e r lugar el m o n u m e n ta l tra ­
bajo de tres rnil páginas de G ilb e rt B o setti10 que se resum e, en tre s ­
cientas setenta páginas, en el libro El m ito de la infancia en la novela
italiana contemporánea y d o n d e están publicados “ los dos libros (II y
IV) que p resentab an el m ayor interés interdisciplinario”. P o r la a m ­
plitud “exhaustiva” (ciento sesenta y tres autores italianos estudia­
dos), po r la vasta duración explorada, que va desde el ro m an ticism o
hasta nuestra c o n tem p o ran eid ad de los años del Ventennio ñero, “el
espíritu a b ie rto ” a la m ultidisciplinariedad de Bosetti e n c o n tró n a tu ­
ralm ente lo que P are to d enom in ara las “derivaciones” y los “resi­
d u o s” del m ito estudiado. Y en p rim er lugar el autor examina el p ri­
m ero que aparece de esos “c on textos” socioanalíticos: “El am biente
definido p o r el bergsonism o al igual que p o r el freudismo, la herencia
co m p letam en te nueva de Piaget, de E llenkey y de M aria M o n te s -
sori”. P e ro tam bién la herencia europea inm ediata del m ito de la in ­
fancia en G e o rg e Sand, C harles Dickens, Pierre Loti, x\natoie F r a n ­
ce y A ntoine de Saint-Exupéry. Se im pon e pues una p rim era con sta­
tación mitoanalitica: y es que en Italia, el “m ito de la infancia” está
co m o atrasado con respecto a sus em ergencias europeas. Este “a tra ­
so ” en la explicitación revela en Italia la presencia latente del m ito del
“N i ñ o re y ” en la patria de lo spuppi y de los corales de niños... o de los
castrados. A este juego de escondite e n tre una im agen de la infancia
angélica, con el catolicismo co m o tutor, y una “explosión” del m ito
del “N i ñ o re y ”, co m p ensand o p o r así decirlo la discreción de las la-
tencias, se agrega en Italia el fe n ó m e n o triplem en te histórico de la
“carencia de padres” signado p or el “agujero n e g ro ” de la G ra n G u e ­
rra, el flujo creciente de los em igrantes paternos y finalm ente la ca p ­
tación política en m anos del D uce de las virtudes paternales. Se so­
b reentiende que esta carencia está com pensada p o r el culto exorbi­
tante de la m adre -la famosa m am m a italiana- que p uede llegar hasta
la terrorífica m adre castradora o abusiva...
C o n notable maestría, Bosetti m uestra c ó m o esta “versión m o d e r­
na de la edad de o r o ” que es el m ito de la infancia adquiere en Italia

9. ¡VI. David, La psicoanaUse nella cultura italiana, Turin, Boringhieri, 1966; Lcttcratu-
ra c píicoanalisi, Milán, Mursia, 1967.
10. G. Bosetti, ol). cit.
176 In t r o d u c c i ó n a l a m i t o d o i .o g í a . M i t o s y s o c i f .d a d k s

un ac en to patético, co m p ro m e tid o co m o esta' con las “co nfluencias”


históricas q u e concillan los contrarios: “La breve infancia y la eterna
infancia... im perecedera p o r ser desde ahora más lejana e inaccesi­
ble” . Situación “patética”, a n uestro entender, puesto que de es a shock
e n tre la experiencia de la eternidad, de la prehistoria y la desgarrante
nostalgia del n o -reto rn o , “de lo que nunca más se re p etirá”, em erge
quizá “la explicación” (preferiría decir la “co m p re n sió n ”) de esta “edad
de o r o ” - q u e , no lo olvidemos, fue en tierra italiana la edad de S atu r­
no y, de ese jefe, la edad del Im p erio “m o d e lo ” de O ctavio Augus­
t o - , de esa edad de oro que, en nosotros, y con más fuerza aún en el
alma italiana, perm anece c o m o un lam en to para siem pre “m elancóli­
c o ”,11 p ero tam bién com o u n re cu erd o lacerante de una experiencia
de la satisfacción de todos n uestros deseos...
Así la “m itocrítica” de unos ciento sesenta y tres autores c o n t e m ­
po rá n e o s co n d u c e -g racias a la ap e rtu ra m ultidisciplinaria y a las
m u ch as capacidades de un in v estig ad o r- a un mitoanálisis de una cul­
tura precisa en un tiem po m edio preciso -19 2 0 -1 9 6 8 , ¡alrededor de
m edio siglo tan rico en a c o n te cim ie n to s!- y pone en relieve de m a n e ­
ra evidente, a la vez, los “residuos” que señalan la perennidad de un
m ito y las “derivaciones” sociohistóricas que despliegan todas sus ri­
quezas, las significancias más o m enos latentes.
O t r o b u en ejem plo de este “d es liz a m ie n to ” es el trabajo defin iti­
vo, ¡por desgracia! -d e b ía aparecer im preso un año después de la
m u e r t e de Italo C a l v i n o - q u e A u ro re F ra s s o n -M a rin consag raba al
gra n novelista italia n o .1’ P o r cie rto que la investigación adquiría
a q u í n u e v a m e n te un a c en to más “ m ito c rític o ” p o rq u e se o cup aba
de la obra de u n solo novelista. Se aproxim a a lo que yo había hecho
veinte años antes d ed ic á n d o m e a la ob ra de Stendhal... P e ro , en
n u e s tra joven colega, con una d im en sió n suplem entaria, si p u e d o
así decirlo, u n plus que me “llam aba al o r d e n ”, al o rd e n de una n o ­
ción que era sin e m b arg o mía -la de “trayecto a n tro p o ló g ic o ”- , de
la q ue quizá había descuidado d em asia do una “p u n t a ”, en los años
50, to m a n d o co m o excusa la que se daban c o m o p ro g ram a los es-
tru ctu ra listas de la época: atravesar c o n una espada esquizom o rfa el
historicism o... A uro re F ra s s o n -M a rin justifica su posición ideológi-

11. Sobre el tema de la “melancolía” saturniana, véase R. Klibansky, E. Panofsky y F.


Saxe, Saturne et la mclinicnlie, París, Gallimard, 1989.
12. Véase A. Frasson-Marin, Italo Calvino et l'Imaginaire, Ginebra-París, Slatkine,
1986.
I'.l m itiuiniilisis: Imcin mm iHiuulnlogiii 177

ca y heurística - c o m o se en cuentra al m o v im ie n to c a m i n a n d o - m o s­
tra n d o bien que utiliza mi “trayecto a n tro p o ló g ic o ”, y el libro que
lo sostiene, Las estructuras..., en un tie m p o d istin to del que fue el
mío... ¡y el de Italo Calvino!
Bello tema de m editación sobre el juego dialéctico - y el fu nd a­
m en to sis té m ic o - de las dos “ puntas” (la arquetípica y la sociohistóri-
ca) del trayecto “antro po lóg ico”. Dialéctico, en el fondo, de ese “aden­
t r o ” y de ese “a fuera” de la obra de la cual A urore Frasson -M arin
subraya la solidaridad inexpugnable en las nociones de “trayectoria”,
incluso de “d esign io”. N o hay duda de q u e el p a s a je de la s im p le “m i­
tocrítica” de una sola novela a la “trayectoria” de toda la obra de un
au to r que avanza d u ra n te treinta y cinco años (1947-1983) en m edio
del “afuera” tan tum u ltuo so de una Italia que se conecta después de la
guerra al re cu erd o no m en os patético del Ventennio ñero facilita el
acceso a u n vasto “m itoanálisis”.
Y diré, u n p o co d efen d ien d o mi “c a u sa”, que es más accesible
to m ar c o m o tem a la “tray e c to ria ” de la o b ra de un a u to r in m e d ia ta ­
m en te c o n t e m p o r á n e o a nu estro tiem p o que la de un au to r n a c i d o
en 1783... (¡fecha de n ac im ien to de n u e s tro b uen Stendhal!), lo que
ocultaba a m is ojos esa “ lejanía” de la h istoria y que hizo del libro de
M aurice B ard è ch e un v erd ad ero c o n tr a s e n tid o 1’’ que “sacaba” de al­
guna m anera la “tra y e c to ria ” stendhaliana hacia o tro tiem p o -¡el de
la “co la b o ra c ió n ” d e los años 4 0 ! - y desnaturalizaba de esa m anera
tod os los a m b ie n te s de “re c e p c ió n ” del c o n te m p o r á n e o de B o n a­
parte...
M uy distinto es el posicionam iento de A u rore F rasso n -Marin: es
co n te m p o rá n e o del de Italo ("alvino, se sitúa en el m ism o “afuera”
- e n mi jerga diría: en “el m ism o escenario”- . La “trayectoria” es pues
evidente, y con duce sin duda de P ro m eteo a H e rm e s a través de “cua­
tro grandes grupos de obra s”.
El prim ero (centrado sobre la trilogía I nostri antenati) integrand o
todos los arm ó nicos de lo que he d en o m in ad o “ las estructuras esqui-
zom orfas” del im aginario (puesta a distancia, Spaltung, pensam iento
antitético, g eo m etrism o analítico...) o tam bién el “régim en diurno de
la im agen ”... Es el p erío d o de la “ten sió n” que, en Calvino -¡y en m í
m ismo hacia los años 50!-, está vibrante en su totalidad por los ecos
del “afuera” que constituyó la Resistencia y, un siglo antes, prob ab le­

1.5. M. I3ardéche, oh. cit.


I7S INTRODUCCIÓN.' Λ Ι.Λ ΛΙΙTO D O LO G ÍA. M IT O S V SOCI!.UAD I’S

m en te, ¡lo que fue el im pulso épico de Fabrice del D o n go o de H e n rv


Brulard!
El s e g u n d o gru p o de obras, el segu ndo s e g m en to de la trayectoria,
son esas “nouvelles cósmicas” del escritor italiano en dond e el im agi­
nario bascula en el “régim en n o c tu rn o ” pero en su aspecto de “es­
tru ctu ra s sin téticas” que en esos textos tipifica la imagen de la luna
d e n t r o de u na lógica de la coincidentia oppositorum: la de la “caída sus­
p e n d id a ”, de “la ascension in v ertida”, que abandona “el tiem p o d ra­
m ático del ré g im e n d iu rn o ” p o r un tiem po cíclico en tanto que “ hi-
potiposis del pasado com o del fu tu ro ”. E n el afuera de los años 60
existe, en efecto - c o m o el m ism o Calvino lo afirm a-, “caída de la
ten sió n h is tó ric a ”. E n 1959, después del dra m a h ú ngaro, Calvino
aba n d o n a el P a rtid o C om unista... y para él - c o m o para m uch os de
sus co n te m p o rá n e o s , en tre ellos yo m ism o y... ¡A urore!- se im p o n e el
tie m p o de la duda. Es tam bién el tiem po en el que el a u to r deja
- m o m e n t á n e a m e n t e - R om a o M ilán p o r París.
El tercer grupo, que la analista denom ina “las obras del imaginario
espacializado” (La Citta invisibile, 1972, II castello dei destini mcrociati,
1973), vuelve a traer las estructuras esquizomorfas, ricas en imágenes
polémicas, en donde la ciudad se opone al palacio, en donde el castillo
se o p o n e al bosque... Y por sobre todo desaparecen las problemáticas
históricas: “el exceso de espacialización” ofrece al lector “el velo tran­
quilizador de la intem poralidad” y del distanciamiento. Sucede que el
novelista - ¡ c o m o quizá su joven crítica!- vio el relajamiento de la ten ­
sión de lo inm ediato en la posguerra, el derrum bam ien to de los encua­
dres ideológicos, el pulular de problemas que plantean las secuelas de
la “revolución industrial”, que necesitan que se “retom e las riendas”
(que en este caso es un “ponerse manos a la o b ra ”) de un estallido ilimi­
tado preñad o de una anarquía ilimitada... C o m o lo advierte Aurore
F rasson-M arin: “La tensión histórica dio lugar a una tensión cultural;
esto es, al único compromiso para un escritor de hoy día...”. ¿N o era ya la
“trayectoria”, a comienzos del siglo XX, de un escritor a la búsqueda del
tiem po perdido? Pero, podem os agregar, con un “afuera” m enos to­
cante, la edificación de un “estilo”, sea siguiendo las huellas de Jo h n
Ruskin o, en el caso de nuestro novelista contem poráneo, las de Algir-
das G reim as o del Oulipo, o las del “retiro” parisiense...
F inalm ente, cuarto y suprem o “g ru p o ”: la “novela de las diez nove­
las”: Se una notte d ’inverno un viaggiatore... (1979). Es la época del “re­
to rn o ” a R om a para el novelista, es la época de su gran actividad perio­
dística. La mitocrítica advirtió tem pranam ente estructuras imaginarias
F.! i/iito/nirílisis: h/ici/i unn initotlologin 179

que hasta aquí perm anecieron discretas: las estructuras “místicas”. Los
personajes femeninos ocupan en esta novela u n lugar inhabitual para el
autor, pero no obstante sin sacrificar al “misticismo” - t a n t o vela en la
creatividad de nuestro escritor la vigilante desconfianza de las im áge­
nes heroicas de antaño...-. N in g ú n “a b a n d o n o ” a la mujer, al nocturno
o al laberinto. Situación “erótica” en el sentido de que el abandono está
controlado y “se convierte en el instrum ento ideal de co no c im ien to”.
La “trayectoria”, el “diseño” mismo, se transforma en “dibujo” que
delimita todos los co ntorno s de la obra. Esta lectura tan pertinente de
Calvino se concluye con una profesión de fe “mítica”: “E n nuestra época,
la obra de arte se ha tornado absolutam ente indispensable, sustituyendo
a los otros valores, cívicos, sociales y políticos, que durante m ucho tiem ­
po fueron autoridad en el m u n d o de la cultura...”. P ero es notable que
Frasson-M arin recurre, para concluir su estudio sobre esta obra “de
anarquía d o m in ada”, a una cita de uno de mis libros14-sub titulado p ro ­
videncialmente “de la mitocrítica al mitoanálisis”- en do nde yo mis­
mo, para ilustrar ese “re to rn o de H e rm e s ” en nuestra m odernidad, uti­
lizaba el estudio magistral acerca de André G ide que había hecho R o ­
ger Bastide... C o m o si todos estuviéramos obsesionados de manera lu­
minosa: Calvino, Bastide, G ide -¡agreguem os a Proust!-, A urore Fras­
son-M arin y yo mismo, po r ese “diseño” que, a través de un Narciso
“re torn ado ” (¡como se dice en las novelas de espionaje!), es decir, no
contentándose con reflejar su imagen sino “reflejando la ley de su re­
flejo”, conduce m uy naturalm ente en la segunda mitad del siglo XX de
P rom eteo a Hermes...
Esta notable convergencia que sacamos a la luz a través del estudio
de la obra de Calvino, esta concepción del mitoanálisis de un siglo pol­
la mitocrítica de un autor, pone realmente en evidencia la consangui­
nidad de los m étodos de la mitocrítica literaria y del mitoanálisis más
sociológico. C iertam ente, se podría concluir insistiendo en esta “c o n ­
fluencia” que surge en todos los autores del siglo XX, y en los críticos
que implican, sobre la tom a de conciencia de un “m ito h erm esiano ”
cada v ez m á s p r e g n a n t e y q u e c o i n c i d e c o n la e m e r g e n c i a
- a partir de los años 50—1:1 de las reflexiones sobre lo imaginario en
general... C o n te n té m o n o s en esta exposición con deten e rn o s simple­

14. G. Durand, Figures mythiques et visages...


15. Véanse Annules ein colloque de Cerisy de 1991, “A partir cle l’œuvre de G. Durand”,
e/p.
ISO In t r o d u c c i ó n λ ι . λ μ ι ί o d o i .o c í a .M h o s y so c ii dadks

m en te en el advenim iento del mitoanálisis. Al respecto hay un m o n u ­


mental trabajo que, a la vez, responde a nuestra interrogación sobre
“p o r qué el h e rm e tism o en la segunda m itad del siglo X X ”, y es sobre
todo ejem plar p o r la am plitud de la cosecha de obras que almacena en
el andar plenario del mitoanálisis. Es la gran tesis de setecientas pági­
nas de Françoise Bonardel, Philosophie de I'A l chimie...,'·' subtitulada de
un m o d o explícito y adecuado para nuestro tema: Gran obra y moderni­
dad. P artie n d o deliberadam ente del mitoanálisis de nuestro tiem po y
con statan do eJ mal p ro fu n d o de nuestra época fáustica y prom eteica
“cansada de sus guías”, “des-ocupada”, desencantada, el autor colec­
ciona todos los signos de un radical cam bio de mito, no sólo en los
restauradores explícitos de corrientes ocultas co m o M ircea Eliade,
H e n r y C o rb in , Carl Ju n g , G aston Bachelard, René G u é n o n o René
Daumal... sino tam bién en Richard Wagner, Friedrich N ietzsche, A n ­
tonin Artaud -a l que Bonardel consagró un estudio com p leto ,17 R oger
C a illois, T h o m a s M a n n , Bousquet, M a rtin H eidegger, Yves Bonne-
foy, René C har, R ainer M aria Rilke... Todos fueron inspirados en su
profunda intención p or un consenso mítico ν p regnan te que no es
sino el a n tig u o -¡q u iz á inm em o rial!- m ito constitutivo de la “búsque­
da” alquímica. Los famosos colores em blem áticos que trazan el dise­
ño de la obra, nigredo, albedo, rubedo, son tantos m itemas principales
que definen a la alquimia com o un recorrido iniciático concreto. Si
seguimos a Bonardel en su rico análisis, nos dam os cuenta de que en
todos estos autores enum erados que constituyen nuestra m odernidad
-¡llám ese p o s m o d e rn a !- existe una “intuición filosofal” (es decir, se­
gún C orbin, una trascendencia del imaginar) que sostiene grandes imá­
genes y d esm iente las pesadas herencias conceptuales.
C o m o acabam os de verlo, el mitoanálisis puede así proceder de
dos maneras: sea p ro lo ngan do n atu ralm ente la m itocrítica, y esta vía
es la que más bien siguen los literatos form ados en análisis de textos,
sea - y es la vía filosófica- partiendo de las secuencias y de los m itemas
de un m ito bien establecido y leyendo las resonancias en tal sociedad
o en tal m o m e n to histórico. Sin perd er nunca de vista, sin em bargo,
que toda sociedad está modelada po r una tópica sistémica y que el
alma de un g ru p o (pueblo, etnia, nación o tribu...) es siem pre más o
m enos “atigra d a”.

16. Véase F. Bonardel, oh. cit.


17. Véase F. Bonardel, Artnnd on In fidélité π Γinfini, París, Bal lanci, 1987.
I'.l viitoaniílisis: hack mm u/jfvtlologfii 181

Es así com o, paralelam ente al descu brim ien to del m ito alquím ico
en las obras más patéticas de nuestra m odernidad J e a n - P i e r r e S iron-
n e a u 1" m ostraba có m o nuestras sociedades del siglo XX, en sen tid o
inverso p o r así decirlo, elegían un c o n tra m ito tie la interioridad al-
química secularizando todo m ito y- estableciendo tem ibles “religio­
nes políticas”. L o que ponía en evidencia el mitoanálisis de las m e n ­
talidades del siglo XX era en tonces un abuso de autoridad contra el
equilibrio topológico de los mitos: un acceso totalitario que reposaba
sobre un m ito milenarista ú nico y escondido, p o n ien d o a la vez al
paso el cientificismo ruso, el positivismo del K u ltu rka m p f y las c o m ­
placencias siem pre “abiertas sobre el m u n d o ” de la m o d ern id a d de
las Iglesias. Tales fueron esas “religiones seculares”, nazism o y stali-
nismo, que, bajo la apariencia de una “cientificidad” pura y dura d a ­
ban lugar y adulaban a mitos trasnochados y burdos, co m o el de la
raza de los señores, del fin de la historia, de la unidim ensionalidad del
progreso. A ntiguos esquem as joaquinistas puestos al gusto actual de
una apocalíptica “lucha final”. Esta yuxtaposición de dos mitos inver­
sos que estos dos mitoanálisis po nen en evidencia, el m ito alquímico
recu bierto p o r el superyó del p ro greso totalitario y el de la “r a z ó n ”
única de la raza o del partido, conform a en nosotros la tópica socio-
cultural que pusim os al día.
P ero esta tópica, con su tiem po local al que hem os llam ado “c u e n ­
ca sem ántica” y que la m itocrítica revela, iba a anular definitivam ente
la causalidad lineal del historicismo. La sociología mitoanalítica, que
descansa sobre los do cu m en to s de mitocríticas múltiples, rem od ela-
ba p o r así decirlo una concepción a la vez holística y sistémica de la
historia. E n este d om in io resultan m uy significativos los trabajos de
C la u d e-G ilb e rt D u b o is .19 Especialista en el siglo XVI, en p rim e r lu­
gar despejó y precisó m agistralm ente lo que constituyen las e s tru c tu ­
ras de esta cuenca semántica que culm inan con los mitos que alim en­
tan al “b a rro q u ism o ” y al “m an ierism o ” (m ito de P igm alión, mitos de
Babel, de N arciso, de la L engua elegida, de la U topía, etc.), luego
teorizó lo que puede ser la especificidad de un imaginario del Renaci­

18. VéaseJ.-P. Sironneau, ob. cit.


19. Todos los libros de Cl. Dubois son de consulta, sea sólo por sus exhaustivas y
com petentes bibliografías, pero muy especialmente Le Mimicrb'/i/e, Ln Conception de
Γhistoire cu Frunce un X lle . siècle, L'Imaginaire de la Rcnnaissnncc, Paris, Presses U n i­
versitaires de France, 1985; Le Baroque, h profondeur de l'apparence.
182 Ι \ Ί KODI C'.CIÓN Λ LA MITODOLOC.ÏA. M I T O S Y SOCILDAOKS

m iento y, sobre todo, có m o la historia misma se deform ó en el siglo


X V I y desde ese m o m e n to no puede ya más re com end arse en calidad
de p a tró n ú n ico co m o “m edida de todas las cosas”. S ig u ie n d o a
I.APRIL, que publicó más de treinta núm eros de su apasionante revista
Eidolon, d eb e m o s m encion ar el ejem plar trabajo de Patrice C a m b ro n -
ne,-’11quien p arte de una m itocrítica de las Confesiones de San Agustín
y desem boca en un verdadero mitoanálisis de esa co rrien te “agusti-
n ia n a ” que ha irrigado una gran parte del cristianism o occidental.
Si se quiere insistir en el hecho de que la investigación nútoan alí-
tica se establece sobre toda un red de mitocríticas, se puede agregar el
trabajo de C a m b r o n n e en Bordeaux, que despeja el gran m itologem a
de la R om a cristiana apoyándose en los “cuatro do cto re s”, en tre ellos
Agustín; el trabajo de Joël T h o m a s 21 en P erpig nan y de su E qu ip o
M ultidisciplinario de Investigación sobre lo Im aginario de los L ati­
n o s ” (EPRIL), que saca a la luz el decisivo m itologem a del Im p erio
ro m a n o cuyo p r o m o to r es A ugusto y su poeta teórico Virgilio, y que
influirá sobre los tres siglos en los que para O cciden te brilló... “ ¡la
G loria del Im p e rio !”.
Estos son dos ejemplos sacados de nuestros “ laboratorios” espe­
cializados, pero que en tre ellos m an tienen relaciones “transdiscipli-
narias”, o m ejo r aún, de “ transespecialización” y que b rin do sólo para
indicar ei valor heurístico de grupos de especialistas que trabajan “en
r e d ” y perm iten cubrir poco a poco con un en tra m ad o mitoanalítico
un co n ju n to cultural más o m enos vasto, £ estas dos “re d es” ejem pla­
res de mitoanálisis, la del R enacim ien to de D u bois y de LAPRIL y la
de la latinidad en to rno de Joël T h o m a s y del EPRIL, habría que agre­
gar la de la E d ad M ed ia cuyo polo de atracción es sin duda Pierre
Gallais en P oitiers - y vecino en Lim oges, G é ra rd C h a n d è s - que edi­
ta d esde hace m ás de v e in te añ os un b o le tín de in v e stig ació n ,
P R IS M A , pero al que tam bién se conecta la red constituida p or el
C e n t r o de Investigación sobre lo Im aginario Arturiano que impulsan
H e rv é y C laudine G lo t en La Gacilly, lindero al bosque de Brocé-
liande, y que re gu larm en te publican los magníficos libros de Artus,
sin olvidar a Philippe W a lte r quien, en el CRI de G re no ble, es el p o r­

20. Véase P. Cambronne, Recherche sur les structures de fír/ingifíaire dans les “Confes­
sions” de saint Augustin, París, F.uides Agustiniennes, 1982.
21. Véase J. T hom as, Structures de riwaginahe.,.. Bajo la dirección d e j . Tilomas:
Vlmagtnnire des Latins, P.U., Perpignan, 1982; Y.-A. Daugé, oh. cir.
El witoan/íHsis: hud// una mitodologín

tavoz p o r así decirlo del im aginario m edieval.” Ya h em o s m e n c io n a ­


do, con referencia a Cellier, a Vierne, a Bonardel y a Sironneau, de
qué m anera el CRI de G re n o b le estaba más bien inspirado en los m i­
toanálisis de los siglos XIX y XX. A ún falta señalar a ese respecto los
trabajos del sociólogo Alain Pessin relativos a la mitología del siglo
XIX, los de J.-P. B ozo n n et2: consagrados a las mitologías del siglo XX.
Trabajos que convergen, más allá de las fronteras universitarias, con
los de M ich el Maffesoli en París o a los de P. Sansot en M o n tp e llie r
sobre los imaginarios de lo “c o tidiano ” y de lo actual, los de Patrick
Tawssel, tam bién en M ontpellier, sobre lo “c o tidiano ” del siglo XIX,
los d e \ 7iola Sachs en París sobre el m itoanálisis del im aginario am e­
ricano, los de A nne Sauvageot en T oulo u se sobre las im ágenes publi­
citarias, ¡pero no quiero dejarm e llevar en hojear dem asiado el “catá­
logo” de nuestras... conquistas!
La pluralidad de estas investigaciones mitoanalíticas no sólo p erm i­
te, m ediante el intercam bio incesante entre grupos -inventariados pe­
riódicamente en el Boletín de enlace de centros de investigaciones sobre lo
imaginario p or Jean-Jacques W u n e n b u rg er,24 también im pulsor en la
Universidad de Bourgogne (Dijon) de un im portante C e n tro G aston
B achelard- afinar la investigación, precisar las metodologías, circuns­
cribir bien de cerca las “cuencas semánticas” y sus fases, sino que aún
esa reflexión tan amplia, tan coordinadora de información, tan bien
“arm ada”, suscita una reflexión filosófica y un trastrocam iento de tan ­
tos valores anclados en nuestro etnocentrism o europeo que resulta m uy
necesario, para concluir esta serie de exposiciones, cultivar esta “m ito-
dología” portadora de una revolución cultural sin precedentes.
H a b ría m o s podido, si h ub iéram os q u erid o divertirnos, dar a esta
obra el título m uy provocador de “D iscursos -¡e n p lu ral!- del m íto-

22. Véase P. Allais, Perenal el l'initiation, París, Sirac, 1972; Dialectique du récit médié­
val, Chrétien de Troyes et l'hexagone logique, Amsterdam, Rodopi, 1982; G. Chaudes,
Le Serpent, la Feimnc et l ’Epée, recherches sur l'imaginaire symbolique d'un romancier
médiéval. Chrétien de Troyes, Amsterdam, Rodopi, 1986; Ph. Walter, La Mémoire de
temps. Fêtes et calendriers de Chrétien de Troyes à lu Mort. Artu, Champion, 1989; Le
Gant de Verre. Le Muhe de Tristan et Iseut, Artus, 1990.
23. Véase A. Pessin, La Rêverie anarchiste..., Le Mythe du peuple et lu sociétéfrançaise du
X IX siècle, Paris, Presses Universitaires de France, 1992.; J.-P. Bozonnet, Des monts et
des mythes...
24. Véase J.-J. Wunenburger, La Vie des images, Estrasburgo, Presses Universitaires,
1995.
18 4 In tro d u c c ió n λ ι λ μ ιί o d o i .o o í .v M it o s v so c ie d a d e s

d o ” . N o para m edirnos sin hum ildad con la ilustre obra de Descartes,


que su p o ser a partir del siglo XVII la biblia de todos nuestros m o d e r­
nism os, sino para poner en evidencia que toda la co rriente de los pen ­
s am ien to s a Jos cuales pertenezco y cuyo padre patroním ico fue Freud
está p reñad a, está “en té r m in o ” podríam o s decir, de un gigantesco
m o v im ie n to de subversión constructiva (¡y de ningún m o d o nihilista
o “d esconstructiv ista”, co m o les gusta decir hoy en día!), subversión
que provoca, sin duda, “revisiones d esg arradoras” en las pedagogías y
las escuelas del viejo con tin ente, p ero tam bién tanto entusiasm o, no
sólo en G r e n o b le sino incluso en Sao Paulo, en Recife, en Río de
J a n e ir o y asim ism o en Sydney, en Seúl, en W u h a n , en M eshed , en
T ú n e z , en Brazzaville... ¡y hasta en París! N u e stro s Discursos del m ito-
do son m u n d ialm e n te recibidos, más aun cuando m uchas almas del
m u n d o n o fueron “culturalizadas” p o r el colonialismo, ¡especialmen­
te francés! Esta revolución “m itod o ló g ica” no sólo hace tabula rasa
con la lógica heredera de Aristóteles y sobre todo de Descartes, sino
que trasto rna la carta kantiana de la Crítica de la razón pura. C o m o lo
afirma con im pertinencia uno de nuestros jóvenes colegas,2’ nos hace
falta una Crítica de la razón impura, es decir -se g ú n la expresión de
P.-L. F o u r n i e r - dar prueba de una “hiperracionalidad” que integre,
además del racionalismo, pequeña herencia de algunos siglos del “adul­
to blanco y civilizado”, toda la cosecha inm em orable de los “pensa­
m ien tos salvajes” que son las de toda la especie humana desde su apa­
rición sobre la T ierra, y que aún son las del h o m b re cotidiano, del
“ h o m b re cualq uiera” en cu an to sale de su laboratorio, de su c o m p u ­
tadora o de su fábrica... El “gran c e re b r o ” h um ano que envuelve todo
dato con u n aura simbólica, con una significación, ya no puede, p or
derecho, contentarse con bloqueos en las antinom ias de la razón pura.
La inm ensa mayoría de los sím bolos que el espíritu hu m an o se otorga
re m iten al dom inio del más allá, de lo “invisible”, com o le gusta decir
a j e a n Servier; del “o tro lugar” co m o lo establece la física más avan­
zada, la de un Costa de B eauregard p o r ejemplo, de lo “im aginario” y
del “s u e ñ o ” - q u e B runo D u b o r g e P reivindica para nuestras escue­
la s -d e l “im aginai” tan caro a H e n ry Corbin... En resumen, todo nues-

25. Véase S. Joubert, Ln Raison polythéiste. Essai de sociologie qutmtiqiie, Prefacio de G.


Durand, Paris, L’Ilamiattan, 1991.
26. Véase 13. D ulw rgel, oh. cit.
ii/itm/ihílisis: Imán mm mitoiluluvi« 1X5

tro pensam iento, todas nuestras “ razones”, se ponen a las órden es del
significado.
N o sólo, co m o a m e n u d o lo he indicado, todas las categorías de
nuestra lógica clásica - l o que K an t catalogaba bajo la rúbrica de “dia­
léctica tra s c e n d e n ta l”—son trastocadas, sino tam bién los fu n d a m e n ­
tos de las realidades, el espacio y el tiem po - l o que K a n t catalogaba
bajo la rúbrica de “ estética trascen den tal”- ya n o están más sujetos
solam ente a las geom etrías de Euclides y a los relojes de N ew ton .
El tiem p o , en su esencia vivido p o r el h o m b re así co m o en las
experiencias más finas de la física cuántica, ya no es la implacable
disim etría, irreversible, n ege ntróp ica, que nos han legado la física
de N e w to n o la de C a rn o t. Ya Bergson, ya P ro u st, establecían que la
“d u ra c ió n ” co n c re ta n unca era un “ tiem po p e r d id o ” sino que se e n ­
garzaba con las sabidurías de culturas in m e m o ra b le s en las que el
tiem po es el de la rep etición , el refrán, el recital, en una palabra,
co m o M irce a E liad e lo d e m o stró a través de toda su obra, el illud
tempus del m ito... T i e m p o repetitivo, cíclico, en d o n d e se capitaliza
la n eg e n tro p ía de la inform ación cultural y q ue c o n stru y e la obra
del h o m b re...
C o n re sp ecto al espacio, hace m uchísim o tie m p o - d e s d e las g e o ­
m etrías “no eu clidianas” del siglo XIX, re to m a d a s p o r la relatividad
de la física e i n s te n ia n a - que n o es más el m e d io inerte de los despla­
zam ientos, el c a m p o h o m o g é n e o de las d istinciones y de las sepa ra­
bi lidades. A la sim etría del “tie m p o r e c o b ra d o ”, y re c o b ra d o p o r los
físicos, re s p o n d e la no-separabilidad del espacio, lo que p od em os
d e n o m in a r la “u b ic u id a d ” tal co m o lo establece la física cuántica.2.
Tal co m o lo establecen y lo ex perim entan sob re to d o las “razones
del c o ra z ó n ”. “C e r c a ” y “lejos” no son más, a partir de Bastide, Lévi-
Strauss y sobre to do C o rb in , un registro de las distancias abstractas
en el s en o de la supuesta “res” extensa. Las “relaciones de p are n te s ­
c o ” del alma - y de las sociedades de h o m b r e s - ¡no dep e n d en de
pretenciosos cuadros genéticos o cromosóm icos! A tañen a una “iden­
tid a d ” que, lo h e m o s dicho a m en udo , n o encaja en un simple “esta­
do civil” clasificador y sujeto al principio del “te rc e ro excluido”. La
“id e n tid a d ” en el h o m b re es el fruto de una “p a rtic ip a c ió n ” en valo­
res com unes, es d ecir - e n té rm in o s g ra m a tic ales-, en calificativos o
atributos co m u n es. Este espacio an tro p o ló g ic o en do n d e la porción

27. Vcase B. de Espagnat, oh. cir.


186 I n t r o d u c c i ó n 1 a ι.Λ m i t o d o i .o g í a . M it o s y so c iiíd a d k s

desdeñ a las distancias y las separahilidades es sin duda el “ lu g a r”


- c o m o lo m o s tró tantas veces H e n r y C o r b i n - de una “extensión
v isionaria”-’* que es la que en su m o m e n to hem os calificado co m o
“geografía m ític a ”.
T i e m p o del m ito, geografía mítica, que son las bases mismas de
toda m itodología, nos dejan entrever, m ejor aún, nos p erm iten justi­
ficar lo que to d o s los recorridos de una “epistemología del significa­
d o ” del c o n o c im ien to más m o d e rn o nos dejan constatar, a saber, una
filosofía - e n el sentido más preciso y más fuerte del térm ino : un acer­
cam iento, un a m o r del Sapiens hacia la “sabiduría”- to ta lm e n te re n o ­
vada, “sin fro n te ras”.
¡Tales son, sin duda, evocados a grandes rasgos, los h orizo ntes de
una m itodología hacia d o n d e nos condujeron nuestra reflexión c o ­
m ú n , nuestra inform ación am pliam ente multidisciplinaria!

28. Sobre el tiempo en Eliade y el espacio en Corbin, véase nuestra participación en


el Tratatto di antropología del sacro, Milán, Jaca Book, 1989, t. I.
Bi bl io g ra fía

AA.W., Science et Conscience, les deux lectures d e /'Universe, C o lo q u io de C ó rd o b a, Stock, 1980.


A A .W , Tratarlo tli un tropologia del suero, M ilán, Ja ra Book, 1989.
ALLAIS, P., Percevalet l'initiation, Paris, Sirac, 1972.
- , Dialectique du récit médiéval, Chrétien de Troyes et l'hexagone logique, A m sterdam , R odopi, 1982.
ALQUIÉ, F., Solitude de la raison, L osteld, 1966.
ARNOLD, P., L'Ésotérisme de Baudelaire, Paris, V rin, 1972.
BACHELARD, G ., La Psychanalyse du Feu, Paris, G allim ard, 1937.
- , La Philosophie du non, Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1940.
- , Lu Formation de l'esprit scientifique, contribution à une psychanalyse de la connaissance objective,
Paris, V rin, 1947.
- , Le Nouvel Esprit scientifique, Paris, Presses U niversitaires de France, 1971.
BaILLV, A., L’Humunisme en géographie, A nthropos, 1990.
B.UAN'DIER, G ., Afriqueambiguë, Paris, P ion, 1957.
- , Sens et Puissance, Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1971.
- Antropo-logiques, Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1974.
BaRDF.CHE. M ., Stendhal romancier, La Table R onde, 1947.
BASCH, V„ Essai critique sur l'esthétique de Knnt, Paris, V rin, 1927.
BASTIDE, R., “Sociologie e t psychanalyse”, e n OS, N ° 2, 1947.
- . Le Prochain et te Lointain, Paris, Cujas, 1970.
- , Anatomie d'André Gide, Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1972.
- , Les Sciences de lu jolie. La H aya, M o u to n , 1972.
BATAILLE, G ., La Part maudite, Paris, M inuit, 1949.
- , “O espritism o, psicanalise e sociología’1, en ( \ Estado, Sào Paulo, 6 de abril de 1947.
BATELLï, G ., Vlspirnzionefrancescana nelta vita, nellu letteratura. neti'arte, Asís, 1922.
BAUDOUIN, C h ., Psychanalyse de Victor Hugo, G in eb ra, M o n t Blanc, 1943.
BEAUFILS, M ., Wagner et le wagnérisme, Paris, Aubier, 1944.
BEK.T.EDER, M ., “L'ukase de l’O n cle T h o m ’’, en La Bouteille à la mer, agosto de 1986.
BEN'Z, E., Les Sources mystiques de la philosophie romantique allemande, París, V rin, 1968.
- , Geist und Landschaft, S tu ttg art, L ett Vael, 1972.
BoRVl, D ., IVboleness and the implicate order, L o ndres, 1980.
BoNARDEL, F., L ’Hermetisme, Paris, Presses U niversitaires de France, 1985.
- , Artaud ou la fidélité à l'infini, Paris, Balland, 1987.
- , Philosophie de l'Alchimie, Grand Œuvre et modernité, Paris, Presses U niversitaires de F rance,
1993.
BOSETTI, G ., Le mythe de l'enfance dans le roman contemporain italien, prefacio de G . D u ran d ,
G ren o b le, ELLUO, 1987.

[187]
IS S In t r o d u c c i ó n λ l a .v u t o d o i .o c .ï a . A lero s v so c ik d a d k s

BOUDON, R., l'Analyse empirique de la causuliré, Paris, Pion, 1962.


1301!KDE, Ci. y II. MARTIN. Les Eco!es historiques, Paris, Seuil, 1983.
BOURGEOIS, R., Lu J.ittératare Empire.
B O /O N X ET, J.P., Des monts et des mythes, “ L’im aginaire social de la m o n tag n e’', P.U. Cί renohle,
1992.
BRAUDEL, 1., Le Temps du inonde, Paris, A rm and C o lin , 1979.
BKl»’N, J., Le Retour de Dionysos, D esclée île Brouwer, 1969.
BrUNEL, P., Mythucritique, théorie et parcours, Paris, Presses U niversitaires de France, 1992.
BRUNSCHVKXi, JL, Le Progrès de lu conscience duns lu pensée occidentnie, Paris, Presses U niversitai­
res de F ran ce, 1937.
ßURCKHARDT, J., Lu Ctvi/isution'dc iu Renaissance en Italie, Paris, P ion, 1958, c. I.
BüRLOUD, A., Lu Pensée d'après les recherches expérimentales de H.J. Wutt, Messer et Buhler, Paris,
A lean, 1927.
CaMBRONXE, P., Recherche sur les structures de l'imuginuirc duns les C onfessions de Suint Augus­
tin, Paris, E tu d es A gustiennes, 1992.
CaNGUILHEM, O.,Con naissance de L¡ vie , Paris, H ach e tte, 1952.
C.APRA, F., Le Tuo de la physique, Paris, L e R ocher.
CASSIRER, E ., Philosophie des Formes symboliques, Paris, A linuit, 1972, 3 vol.
CAZENAVE, ¿VI. (dir.), La Synchronicité, l'âme et la science, Préface G . D u ran d , Paris, Albin M i­
chel, 3J ed., 1995.
CELLIER, L., L'Epopée humanitaire et les grandes mythes romantiques, Paris, SEDES, 1977.
CENTENO, Y., A Alquimia e a Eausto de Goethe, A rcadia, 1983.
CHANDES. G.. Le Serpent, la Femme et TEpée, recherches sur ¡'imaginaire symbolique d':tn romancier
médiéval. Chrétien de Troyes. A m sterdam , R odopi, 1986.
CHAUVIN, D „ L'Œuvre de W. Blake, apocalypse et transfiguration, G ren o b le, ELLUG, 1992.
CHOMSKY, Nt ., Le Langage et la Pensée, Paris, P ayot, 1970.
COLLET, A., Stendhal et Milan, Paris, Jo sé C o rti, 1986, 2 vol., Prefacio de G . D u ran d .
Co.MTE, A., Cours de Philosophie positive, Paris, 1908, 2 vol.
CoRBIN, H ., lAmagiuatiou créatrice dans le soufisme cPlhn 'Araht, Paris, F lam m arion, 1958.
- , En Islam iranien , Paris, G allim ard, 1972, 4 vol.
- , Les Paradoxes du monothéisme* Paris, L’H e rn e , 1981.
COSTA DE BEAUREGARD, ()., Le Second Principe de la science du temps, Paris, Seuil, 1963.
- , “ U n ch em in em en t intellectuel*’, en Pensées hors du rond, Paris, H ach e tte, 1986.
DAVID, M ., La psicanalise nella cultura italiana, T urin, Bori n u b ien , J966.
- , Lett era tura e psicanalisi, ¿Milán, .Murs id, 1967.
DaBEZIES. A., Le Mythe de Faust, Paris, Albin M ichel, 1972.
DaU GÉ, A.Y., Le Barbare, recherche sur bi conception romaine de la barbarie et de la civilisation,
Bruselas, L atom us, 1981.
DELEVO Y, R. L., Journal dy smn holisme, G in eb ra, Skira, 1977.
D'ESPAGNAT, B., A la recherche du réel, G authier-V il lars, 1984.
D ’ORS, E., Du Baroque, Paris, G allim ard, 1935.
DUBOIS, C L .-G ., Le Baroque, la profondeur de l'apparence, Paris, L arousse, 1973.
- , La Conception de l'histoire en France au Xlle. siècle, Paris, N izet, 1977.
- , Le Maniérisme , P a n s, Presses U niversitaires de France, 1979.
- , L'Imaginaire de la Rennaisance, Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1985.
DUBORGEL, B., Imaginaire et pedagogic, de Ticonoclusme scolaire à la culture des songes. La S ourire
qui m ord, 1983.
DUBY, G ., Saint Bernard, l'an cistercien, Paris, F lam m arion, 1979.
DUMÉZIL, G ., Jupiter, Mars , Quirinus, Paris, Presses U niversitaires de France, 1941*1948, 4
vol.
- , Tarpeia, essai de philologie compu rutiste indo-européene, Paris, G allim ard, 1947.
- , Les Dieux des Indo-Européens, Paris, Presses U niversitaires de France, 1952.
liih lin g rtiß i

-, La Religion nrcbiiit/tie des Romains, Paris, Pavot, 1966,


IX'PON T, J. V C . G \U D I, Ln ¡‘eimure gothique, G in eb ra, Skira, 1953.
Dl'K.W'!), Cr., Le Décor mythique tie In Chartreuse tie Parme, Paris, C o rn , 1961,
-, Lliiitiginnmii symbolique, rectl. Paris, Presses U niversitaires de France, 1964.
-, Structttrile unthropolugicc nie initigiunrtilniii, lï ilea rest, U nivers, 197 7.
-, Science de ¡'bourrue et tradition, Paris, lierg International, 1980, reed. Pan's, Albin M ichel,
1996.
- , Le Temps delà Reflexion, Paris, G allim ard, 1982.
- , Mito e Sociedntle, L isboa, 1983.
- , Wyobraznin symbol¡czna,\ arsovia, 1986.
- , Bennx-A nes et Archétypes, Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1989.
Les Structures anthropologiques de l'imaeinaire , introduction à l ’arcbétybolnpie venérale (1960). 11-·
ed., París, D u n o d , 1993.
- , Figures mythiques et visages de l'œuvre, Paris, D unod, 2* ed.. 1993.
-, “M ircea E liade ou l'an th ro p o lo g ie p ro fo n d e”, en Cahier de FHcrne Mircea Eliade, 1978.
- , ‘‘S tru c tu re religieuse de la transgression", en .VI. MaffcsoJi (dir.), Violence et Transgression,
A nth ro p o s, 1979.
- , “La n otion de lim ite dans la m orphologie religieuse et les théo p h an ies’’, en Eranos Jahrbuch,
vol. 49. Insel Velag, 1980.
- , “ La ro in an o m an ie: de la ratio studiorum à N a p o lé o n B o n a p arte”, en J. T h o m a s (dir.),
L'Imaginaire des Latins, PU, Perpignan, 1982.
- , “ Le genie du lieu et les h eu res propices”, en Eranos Jahrbuch, Insel Verlag, 1982, vol. 51.
- , “ Le reto u r des im m ortels, stru ctu res et procédures de ¡’im m ortalisation dans le rom an de
P ro u st, de T h o m a s M an n e t F aulkner”, en Le Temps de la Réflexion, Paris, G allim ard, 1982,
t. III.
- , “U n sociologue à l’O p é ra ”, en Sociétés, 1984.
- , “W ag n er et les m ythes d écad ents”, en Rech, et Trav/mx de l'Un, de Grenoble, III, N ° 2, 1984.
- , “U n e réponse à la Sociologie française”, en M . MatTesoli (dir.), Sociologie des turbulences, Paris,
Berg, 1985.
- , “ Le grand ch an g em en t ou l’après-B achelard", e n Cahiers de l'Imaginaire, Nrr> 1, Privat, 1987.
- , “La dentellière et le fo rg ero n ” , en Le Monde, 22-23 de julio de 1994.
- , “Le renouveau d e l’an ch atem ent", en Cadmos.
DURAND, Y., L'Exploration de l'imaginaire, introduction à In modélisation des univers mythiques,
Espace Bleu, 1988.
DÜRKHEIM, li., Les F on) les élémentaires de !n vie religieuse (1912), Paris, Presses U niversitaires
d e France, 1960.
Ll.IADE, M ., Traitéd'Histoire des Religions, Paris, P ayot, 1949.
- , Mythes, rêves et mystères, Paris, G allim ard, 1957.
- , "L ittératu re o rale”, en Histoire des Littératures, Paris, G allim ard, 1955, 1 .1.
ELLENBERGER, H . de, Λ la découverte de l'inconscient, histoire de la psychiatrie dynamique, SLY1ED,
1974.
FATVRE, A., Contes de Grimm, Paris, L ettres M odernes, 1972.
FaURE, E., Histoire de Fart, l'art médiéval. Livre de Poche, 1975.
FERGUSON', M ., Les Enfants du Versean, Paris, 1981.
FICHTE, J., Initiation à la vie bienheureuse, 1806.
FOUCAULT, M ., Les Mots et les Choses, Paris, G allim ard, 1966.
F r a s s o n - M a r i n , a ., Italo Calvino et l'imaginaire, G in eb ra-P arís, Slatkine, 1986.
F r e u d , S., Métapsychologie, Paris, G allim ard, 1968.
- , Nouvelles Conférences sur la psychanalyse, Paris, G allim ard, 1981.
-, Trois essays sur la théorie de la sexualité, 1905, en Sämtliche IVerke, F rancfort, 1940-1952, 18 vol.
FULCANF.LLI, Le Mystère des cathédrales, Paris, 1926.
GlLSON, E., edición crítica de Discours de la M éthode, Paris, Vrin, 1938.
In t r o d u c c ió n λ j .a .y i i t o u o l o g í a . M it o s y so c ie d a d e s

GiRARDET, Κ., Mythes et mythologies politiques, Pu ris, Seuil, 1986.


CrOBINEAU, A. île, Essai sur l'inégalité des races, 1880.
G OE' ΓΉ E, J Λ V. v o n , , /'phorismes sur la nature, 1928.
G REI.VIAS, J .-Λ., Sé?nan tique structurale, Pa ris, La rousse, 1986.
Gr1Z1<>TTI-KRETSCH\IA\N, J., Il problema del trens secolare // elle fluttu azinn i dei /tressi, 1935.
GUIRAUD, P., Index du vocabulaire du symbolisme, Paris, KJincksieck, 1953, 3 vol.
GUKVITCI I, G ., Lu Vocation actuelle de la sociologies Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1963,
2 vol.
G üS D t >RF, G ., Naissance de lu conscience romantique un siècle des Lumières, Paris, Pavot, 1976.
- , Du néant à Dieu dans le savoir romantique, P aris, P ayot, 1983.
H aC H ET , P., Les Psychanalystes et Goethe, Paris, L’H a n n a tta n , 1995.
HAFINEMAXN, S.F., Doctrine homéopathique ou organon de Vari de guérir, Vjgot. 1952.
HAUSHERR, R., Bible ?uoraUsée, Faksimile-Ausgabe hn Original Format des Codex Vindobonensis
2554 des österreichischen Nazionalbibliothek, Paris, G raz, 1973.
HEGEL, G AV. F., Phiinomenologie des Geistes, 1807, en Sämtliche Werke, S tu ttg art, 1827, 20 vol.
HEIDEGGER, Al., Approche de Hölderlin, Paris, G allim ard, 1962.
HOLTON, G.y L'Imagination scientifique, Paris, G allim ard, 1982.
HU GO , V., William Shakespeare (1864), Paris, F lam m arion, 1973.
HUYGUE, R., L'Art et l'Aine, Paris, F lam m arion, 1960.
LmbERT, G ., Des mouvements de longue durée Kondratieff, 1959.
JAUSS, H .-R ., Pour une esthétique de la réception (1972), Paris, G allim ard, 1978, Prefacio de J.
S tarobinski.
JoUBERT, S., La R/tison polythéiste. Essai de sociologie quant¡que, P refacio de G . D urand, Paris,
L’H a rm a tta n , 1991.
JOUVE, P., Géographies imaginaires, Paris, Jo sé C o rti, 1991.
JOUVET, M ., Le Sommeil et. le Rêve, Paris, O . Jacob, 1992.
JU N G, C .G ., Aspects du drame contemporain, B uchet-C hastel, 195 1.
- , M a vie, souvenirs, rêves et pensées, com p. por Aniela Jaffé, Paris, G allim ard, 1962.
- , Synchron icité et Paracelsica, Paris, Albin M ichel, 1988.
- y W . PAULI, Naturerklärung und Psyche, 1952.
KLIBANSKY, R., E. PaNOFSKY y F. SAXE, Saturne et mélancolie, P aris, G allim ard, 1989.
KÜBLER-ROSS, E., La Mort y dernière étape de la croissance, Paris, L e Rocher, 1985.
LABORDE, A. de, Etude sur la Bible Moralisée illustrée, conseille à Oxford, Paris et Londres, Paris,
191 1-1927.
LaNSON, G ., Manuel bibliographique de la littérature française. H ach e tte, 1909, 4 vol.
LE BRIS, Λ1., Journal du Romantisme, G in eb ra, Skira.
LÉVI-STRAUSS, C ., Tristes Tropiques, P aris, P ion, 1955.
- , Anthropologie structurale, Paris, P ion, 1958.
- , La Pensée sauvage, Paris, Pion, 1962.
- , Le Cru et le Cuit, P aris, P ion, 1964.
- , “D e C h rétien de T royes à R ichard W agner”, P rogram m heft Parsifal, B ayreuthfestpiele, 1975.
LÉVY-BRUHL, L ., La Mentalitépihnitive, Paris, Alean, 1925.
LÉVY-LEBLOND, J.M ., L'Esprit de sel, Paris, Fayard, 1983.
LlCHTENBERGER, H ., “ L’idée du dém oniaque chez G o e th e ”, en Etudes sur Goethe, E strasbur­
go, 1932.
LOTHE, A., Traité du paysage, Floury, 1941.
L u BAC, H . de, La Postérité spirituelle de Joachin de Flore, L ethielleux, 1979-1980, 2 vol.
LUTZ, y P. PERDIZET, Speculum humanae salvationis, M ulhouse, 1907.
M AFFESOLI, M ., Ln Conquête du présent, pour une sociologie de la vie quotidienne, P aris, Presses
U niversitaires d e France, 1979.
- , A ux creux des apparences, Paris, Pion, 1990.
- , L'Ombre de Dionysos, Paris, M éridiens, 1982.
H ihliog/Y tfw l ‘)|

- , Le Temps des tribus, París, M éridiens, 1988.


-(d ir.), L/i Galaxie de l'Imaginaire. Dérive autour de l'icnire de G. Dtiraud, Paris, Berg In te rn a tio ­
nal, 1980.
MaLK, E., L'Art religieux de lu fu i du Moyeu Age eu ¡'rume, Paris, 19.51.
M.YLRAUX, a ., Les Voix du Silence, G allim ard, 1951.
MANN, T h Joseph und seine Brüder, Berlín, 1933.
- , Souffrance et grandeur de Richard Wagner, Paris, Fayard, 1933.
MANNHEIM, K., Idéologie et Utopie, Paris, Rivière, 1959.
MARCUSE, II., L'Homme unidiviciisioniiel, Paris, M inuit, 1968.
MARTINEZ, N ., “ M y th e et réalité du p h én o m èn e «tsigane»", tesis de E stado, U niversité de
M ontepellier, 1979.
MAURON, C h ., Des métaphores obsédantes un mythepersonnel. Introduction à la psychocritique, Paris,
Jo sé C o rti, 1962.
McLUHAN, M ., Understanding Media, T o ro n to , 1964.
MENDEL, G ., La Révolte conti-e le père, Paris, Payot, 1972.
MlCHAUD, G ., Introduction à uue science de la littérature, E stam bul, 1950.
MINDER, R., “H errlich k e it chez H egel ou le m onde des P ères S ouabes”, en Etudes Genuani-
qius, 1951.
MOLES, A., Théorie des actes, C asterinann, 1977.
- , Psychologie de l'espace, C asterm an n , 1978.
- , Labyrinthe du vécu, Prefacio G . D urand, P aris, M éridiens, 1982.
MONGLOND, A., Histoire intérieure du préromantisme fiançais, G ren o b le, 1929.
MONNEROT, J., Lesfaits sociaux ne sont pas des choses, Paris, G allim ard, 1946.
MORIN, E., La Méthode, Paris, Seuil, 1977, 3 vol.
MOTTU, H ., La Manifestation de l'esprit selon Joachim de Flore, D elachaux, 1971.
MUCCHIELLI, R., Le Mythe de la cité idéale, Paris, Presses U niversitaires de France, 1960.
MURRAY, Ph., Le XIXe. siècle à travers les âges, Paris, D enoël, 1984.
NlCOLESCU, B., La Science, le sens et l'évolution. Essai sur Jakob Böhme, D u Félin, 1988.
NIETZSCHE, F., La Naissance de la tragédie, Paris, D enoël, 1950.
-, Ainsi parlait Zarathoustra, Parts, G allim ard, 1989.
NlSBET, R., “ Reflexion su r une m étap h o re”, en Social Change and History, O xford U niversity
Press, 1969.
PaRAŒLSO, SiimtUcbe Werke, M unich, 1922-1935, 16 vol.
- , Cahiers de l'Hermétisme, Paris, Albin M ichel, 1980.
PARETO, V., Traité de sociologie générale, Paris, 1916.
PESSIN, A., La Rêverie anarchiste (1848-1914), Paris, M éridiens, 1982.
- , Le Mythe du peuple et la sociétéfrançaise du XIX siècle, Paris, Presses U niversitaires de France,
1992.
PEYRE, H ., Les Générations littéraires, N ueva York, 1947.
PEYREFITTE, A., Le Mal français, Paris, P ion, 1976.
PIERROT, J., L'Imaginaire décadent, Paris, 1977.
P( )NS, M . y A. BARRET, Patinir ou l'harmonie du monde, París, L affont, 1980.
PORTMANN, A., “ Das P ro b le m e n des U rb ild er in biologischer S in n ”, Eranos Jahrbuch, 1950,
vol. 18.
PRIBRAM, k ., “ La sy n chronicité et le fo nctionnem ent du cerveau”, en M . Cazenave (dir.), ob.
cit.
RaD (X IFFE-B R O \v\, A. R., A Natural Science of Society, G lencoe, Free Press, 1957.
RAINE, K., l'Imagination créatrice de William Blake, Paris, B erg International, 1983.
RESZLER, A., Les Mythes politiquesmodernes, Paris, Presses U niversitaires de F'rance, 1981.
Ri CŒUR, P., De l'interprétation, essai sur Freud, Paris, Seuil, 1965.
- , La Métaphore vive, Paris, Seuil, 1975,
- , Le conflit des interprétations, Paris, Seuil, 1970.
192 I m k o i h c c i o n λ ι.λ m i t o d o e o c . í a . A l n o s \ s o c i e d a d e s

RoRIN, C h ., I Ί /Ihiyi I M irr ci le Temps retrouvé, M inard, 1977.


R o sl;NBI;.K(i, A., Der Mythus das XX Juhrhunders, H o h em ech e n , 1937.
RrVf R, R.. Lit (illuse île Princeton. Paris. ¡‘av.ird, 1974.
SERVIER, L'Homme et ¡'Invisible (1964), Paris, Rocher, 1994.
Les Hchiiiz/ties ile /'invisible, Paris, Rucher, 1994.
SHELDRAKE, R., Une nouvelle science de I n vie, Paris, Le R ocher, 1985.
SlOAN'OS, A., Le Miiiiihituv et son mythe, Paris, Presses U niversitaires de F rance, 1993.
S IRO.VNT.AU, J.-P ., Sécularisation ci religions politiques, L.a Haya, M o u to n , 1982.
SOLIE, P., Le Sacrifice, Paris, /Albin M ichel, 1988.
SOREL, G ., Réflexions sur I I I violence, París, M . Rivière, 1947.
SOROKIN, P., Social mul Cultural Dynamics, P o ter Sargent, B oston, 1957, 4 vol.
S< >URAU, E., Les Deux Cent Mille Situations dramatiques, Paris, F lam m arion, 1950.
SPEN'OLF.R, O ., Le Déclin du l'Occident (1916-1920), Paris, G allim ard, 1948.
STAËL, G . de, De l ’Allemagne, C harpentier, 1810.
STF.1XFR, G ., Réelles Présences, Paris, G allim ard, 1991.
TaCUSSIX, P., L'Attraction sociale, ta dynamique de l'imaginaire dans la sociétémonocépbah, Paris,
M éridiens, 1984.
T a i n t , H ., Philosophie de ¡’an, Paris, 1865-1869.
-.L'Intelligence, Paris, 1870.
THOM, R., Modèles mathématiques de I i i morpbogenise, U(,E, 10/18, 1974.
TH «)MaS, J ., Anthropologie de ¡a mort, Paris, P ayot, 1975.
- , Structures de ¡’Imaginaire dans l ’Enéide, Paris, Belles L ettres, 1981.
- (d ir .), L'imaginaire des lutins, PU, P erpignan, 1982.
TILLETE, X., Le Christ des philosophes, Paris, Inst. C ath,, 1974.
TROUSSONS R., Le Tbcnte de Prtrméthée dans la littérature européenne, Paris, D roz, 1964.
TUL.ARD, J., Le Mythe de Napoléon, Paris, .Armand C olin, 1971.
VERXANT, J .- P , “Œ d ip e sans com plexes”, cap. IV de J.-P. V ernant y P. V idal-N aquet, Mythe et
tragédie eu Grèce Ancienne, Paris, M aspero, 1977.
- y P. V'IDAL-N'AQUET, Mythe et pensée chez les Grecs, Paris, M aspero, 1969.
- , Mythe et tragédie en Grèce ancienne, Paris, M aspero, 1973.
VF.VNE, P., Comment on écrit Γhistoire, Paris, Seuil, 1971.
V ic o , G ., Principes d'une science nouvelle autour de la commune nature des nations (1725), Paris,
trad . J. M ich elet, 1835.
VIEILLARD-BARON', J.L ., Phiton et l ’idéalisme allemand (1770-1830), B eauchesne, 1979.
VlLRN’E, S., Jules Verne et le roman initiatique, Paris, Sirac, 1978.
- , Jutes Verne, mythe et modernité, Paris, Presses Llniversitaires de F rance, 1985.
W ALTER, Ph., La Mémoire de temps. Fêtes et calendriers de Chrétien de Troyes à lu M on Artn,
C h am p io n , 1989.
- , Le Gant de Vare. Le Mitbe de Tristan et Iseut, Artus, 1990.
- , La Mythologie chrétienne, Paris, E n ten te, 1992.
WEBER, M ., Essai sur la théorie de la science, Paris, Pion, 1965.
Wl^XEXBUROER, J.J., Sigmund Freud, m e vie, uneépoque, une œuvre, Balland, 1985.
- , Lu Vie des images, E strasburgo, Presses U niversitaires, 1995.

You might also like