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Gonzalo Beneytez
PRESENTACIÓN
1. El cuerpo humano
3. La conciencia
4. La autoconciencia
3. El conocimiento de Dios
2. La libertad y la verdad
3. Libertad y autodominio
2. El desequilibrio de la personalidad
2. La comunicación humana
3. Ámbitos de convivencia
4. La comunión personal
4. El concepto de vocación
1. La conciencia moral
3. El juicio de la conciencia
4. La convivencia
6. El trabajo
7. Afán de aprender
2. Enamoramiento
4. El compromiso matrimonial
5. El noviazgo
1. La vocación a la fecundidad
5. La moral profesional
PRESENTACIÓN
Nada parece tan interesante de estudio como el ser del hombre. Nada tan extensamente
estudiado por la filosofía de todos los tiempos... y sin embargo, nada tan enigmático y difícil de
explicar como esa realidad que se condensa en el concepto de persona humana.
Por otra parte es tarea irrenunciable de todo hombre afrontar el problema de la comprensión de
la propia existencia. No se puede vivir sin sentido, sin buscar el sentido de la existencia, sin dar un
determinado sentido a la existencia. Pero... ¿tiene sentido la existencia humana?
Necesitamos dar respuesta al enigma del sentido de la vida. Cada mañana necesito encontrar un
motivo para levantarme, para ir al trabajo, para luchar por sobrevivir en un mundo antagónico,
para soportar injusticias, agresiones, dificultades, sufrimientos, injusticias... ¿vale la pena vivir?
¿vale la pena luchar por ser cívico, honrado, solidario? ¿vale la pena sacrificarse por los demás,
fundar una familia, traer hijos al mundo...? Si al final nos vamos a morir, ¿qué sentido tiene luchar
y sufrir tanto en esta vida?
Hay un conjunto de problemas ineludibles que toca a todo hombre afrontar: el problema del
dolor, del mal, el sentido del esfuerzo, el sentido de la convivencia con los demás humanos, el
sentido de la vida familiar, profesional, social, el sentido moral de la existencia, el más acá u origen
de la vida humana, el más allá de la existencia terrena o valor trascendente de la vida...
Por eso necesitamos saber qué es el hombre: porque solo desde una comprensión de lo que soy
puedo encontrar el sentido de mi existencia. Sólo si soy capaz de dar un sentido a las diversas
dimensiones de la vida, y a la vida en su totalidad, mi existencia será verdaderamente humana.
Sólo si acierto a entenderme como lo que realmente soy podré alcanzar una vida acorde a mi ser y
a mi dignidad. Sólo la verdad del hombre permite al hombre vivir en coherencia con su dignidad.
Quien desconoce su dignidad acaba negándola con su conducta.
Hay por tanto mucho en juego: lo que nos jugamos es configurar la propia existencia y la vida
social de acuerdo o no con lo que nos corresponde como humanos. Lo que está en juego es
nuestra humanidad: la humanidad en sentido global. Y solo desde una comprensión cabal de lo
que es el hombre se puede alcanzar su realización de modo existencial.
No pretendo en estas líneas resolver este gran enigma, tan solo animar, sugerir, facilitar algunos
puntos de reflexión para ayudar al lector a que afronte por sí mismo esta tarea que nadie puede ni
debería osar eludir.
1. El cuerpo humano
El cuerpo humano está dotado de la capacidad de reaccionar ante los estímulos y cuerpos
externos con el fin de aprovechar para su propio beneficio las sustancias que vienen de fuera y
repeler lo que puede dañarle. Esta cualidad, denominada reactividad, está regida por el principio
de conservación de la vida. La vida es un valor automáticamente salvaguardado por la naturaleza
humana.
El cuerpo humano se encuentra integrado en una realidad superior que podemos llamar unidad
psicosomática. Se trata de un cuerpo unido a una estructura psíquica por la que el sujeto siente el
cuerpo y vive insertado en el mundo material a través del cuerpo. Por el cuerpo la unidad
psicosomática humana se relaciona con el mundo: lo ve, lo huele, lo oye, lo siente, lo experimenta,
lo vivencia de manera humana.
La dimensión psicológica de la persona humana (psique, en griego) constituye una unidad con el
cuerpo. El hombre posee una constitución psicosomática: una unidad dinámica corpórea y al
mismo tiempo psíquica por la que puede realizar actividades diversas:
—específicamente psíquicas: los actos de los sentidos externos e internos: ver, oler, sentir alegría,
sufrir pasiones como la ira, etc.
El psiquismo humano está constituido por un entramado muy rico de afecciones denominadas
sentidos, sentimientos, emociones, pasiones, deseos… Algún autor ha dicho que el hombre se
haya sumergido en un cierto "laberinto sentimental" [1]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--
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Algunos animales poseen un psiquismo semejante al humano; e incluso –en cierto modo– más
desarrollado: las águilas tienen una vista superior a la humana. La diferencia estriba en que el
psiquismo animal representa la cúspide de su naturaleza. La conducta animal corre enteramente
por cuenta de este psiquismo. La psicología animal sigue pautas más o menos predeterminadas: el
animal actúa según el dinamismo que se deriva de su psicología: una psicología limitada, cerrada a
un mundo limitado, que algunos llaman "perimundo" [2]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--
[endif]-->.
El psiquismo establece las pautas más elementales de la conducta. Gracias al psiquismo cada
hombre conoce en primer lugar el estado del propio cuerpo. Cada hombre "siente" su cuerpo.
Puede sentirse bien: con energía, con fuerza..., o puede sentirse mal: cansado, nervioso, con
malestar físico. Gracias a este sentido corporal puede percibir un mal corpóreo (por ej.: una
herida, una mala digestión, un dolor de cabeza, una corriente eléctrica, o la presencia de un
mosquito sobre la piel...), elaborar un diagnóstico (tengo la gripe, tengo cansancio, ) y así poner el
remedio oportuno (tomar la medicación oportuna, reposar unos días en cama...).
No obstante el conocimiento que el psiquismo humano tiene de los objetos externos es parcial; se
limita a los aspectos fenoménicos del objeto; a su apariencia. Un niño pequeño —precisamente
porque vive todavía muy condicionado por el psiquismo— tiende a llevarse a la boca lo que tiene
un color llamativo y lo chupa o lo come, sin plantearse la posibilidad de que pueda sentarle mal.
Las instancias afectivas humanas actúan por sí mismas de manera autónoma. Cabe decir que son
ciegas si se analizan desde el punto de vista del conocimiento de la verdad. Necesitan la luz de la
inteligencia. Los afectos y sentimientos son educables: hay que reconducir la vida afectiva y
pasional hacia los verdaderos valores de la persona humana.
3. La conciencia
Cada hombre vive sumergido en un flujo de experiencias causadas por la percepción del propio
cuerpo y el mundo externo en el que vive el hombre. El hombre experimenta todo eso en su
interioridad, en su intimidad subjetiva. Estas experiencias son vividas por la subjetividad
consciente del sujeto personal de una manera íntima, como vivencias personales. Estas vivencias
constituyen ese flujo interior que denominamos conciencia. La conciencia es el ámbito en el que el
hombre experimenta interiormente todo el conjunto de vivencias subjetivas referentes a sí mismo
y al mundo circundante.
En la conciencia confluyen las experiencias de la realidad objetiva y el sujeto que las experimenta.
Por ejemplo, cuando siento sed, percibo la necesidad de beber junto con la experiencia del «yo».
El que tiene sed soy yo. Experimento a la vez «sed» y «yo». El yo subjetivo acompaña todas mis
experiencias. Dicho de otra manera, todas las experiencias se viven de manera subjetiva, se viven
por el sujeto como propias. La conciencia humana siempre es autoconciencia: incluye la conciencia
de sí mismo.
4. La autoconciencia
La conciencia de uno mismo o conciencia del yo viene a ser el común denominador de todas las
experiencias psíquicas. Desde que me despierto hasta que me duermo soy consciente de mí
mismo como el sujeto de todas las afecciones psíquicas. De esta manera va desarrollándose la
imagen del «yo», aparece el conocimiento de mí mismo, el conocimiento de mi propia identidad o
autoconocimiento.
¿Quién soy yo? Yo me percibo como el sujeto de mis afecciones psíquicas: yo soy un sujeto que ve,
huele, sueña, imagina, recuerda, siente hambre, y frío... Yo soy quien siente la mano, el brazo, la
pierna... todo mi cuerpo. Este cuerpo que siento, lo siento como mío. Por tanto yo soy mis
afecciones psíquicas y el cuerpo por el que siento esas afecciones. Ese cuerpo es sentido como
mío: es mi cuerpo.
El proceso de la autoconciencia se lleva a cabo por la relación con el resto de los seres que rodean
al «yo»: las personas y cosas que rodean al «yo» humano desde la infancia. Poco a poco cada
hombre adquiere noción de su identidad por relación al mundo en que vive. Mi «yo» aparece
configurado dentro de un conjunto de seres, de manera especial por relación a un «tu»
personificado casi siempre en la figura de la madre, del padre, los hermanos y los demás: vecinos,
amigos... La autoconciencia se desarrolla en el encuentro y la comunicación con otros hombres.
En resumen: «yo» soy algo: un cuerpo; soy un sujeto consciente: un psiquismo; soy un alguien que
convive y se comunica con otros... ¿qué más? El «yo» descubre que además de paciente soy un
agente de sus actos: soy capaz de inventar mis propios actos; soy capaz de realizar elecciones
propias: soy autor de mi propia existencia: soy libre.
Van apareciendo poco a poco otras realidades «psíquicas» como son las voliciones, los
pensamientos, las dudas, la reflexión... y con ello el desarrollo del lenguaje humano. El yo debe
enfrentarse ahora al problema de la libertad y al problema de la búsqueda del sentido de la vida y
del propio ser. El yo se torna problema de sí mismo. Vemos que el yo nace como «yo psicológico»:
como sujeto de vivencias psíquicas. Luego se conforma como «yo espiritual»: como ser que toma
conciencia plena de sí como autor libre y configurador de su propia vida. Es así como el yo alcanza
una conciencia más completa de sí, conoce su ser en sí: el «yo ontológico».
El hombre posee la capacidad grandiosa de conocer —por medio de los sentidos, la imaginación, la
inteligencia…— y de estimar, valorar y amar todo lo bueno que encuentra a su alrededor. Un
primer acercamiento a la verdad nos los proporcionan los sentidos, los sentimientos... Pero el
conocimiento cabal de la realidad nos lo aporta la inteligencia. La verdad propiamente dicha sólo
se alcanza en el conocimiento intelectual. Las verdades más profundas acerca del hombre son
difícilmente alcanzables.
El hombre es un ser abierto a la realidad. El hombre ha sido creado para vivir en la verdad: de la
verdad y para la verdad. He aquí la nobleza del hombre: ser capaz de mantener una relación
objetiva respetuosa con la realidad; una relación que no pretende someter la realidad para su uso
y disfrute sino vivir de acuerdo a la realidad.
La verdad es patrimonio del hombre, pero un patrimonio que debe conquistar a lo largo de su
vida. La búsqueda de la verdad exige actuar libres de prejuicios. Hemos de evitar etiquetar con
precipitación a las personas y los acontecimientos; hemos de evitar juzgar de manera trivial la
realidad. La realidad posee siempre en sí misma una mayor riqueza de como la conocemos. Hay
que evitar el juicio definitivo: dejar abierta la puerta para aceptar ulteriores aspectos que todavía
no conocemos y estar dispuestos a matizar y corregir los juicios que hemos hecho sobre la
realidad.
—Hay que atreverse a pensar por cuenta propia: plantearse sin miedo las grandes cuestiones de la
vida. Una actividad provechosa consiste en escribir lo que uno piensa. Escribir lo que se piensa
ayuda a pensar.
—Es provechoso comunicar lo que pensamos sobre los temas profundos de la vida humana y
contrastarlo con otras personas venciendo el pudor que ha veces nos detiene para hablar de estos
temas. Es necesario aprender a dialogar, aprender a escuchar y razonar nuestros puntos de vista
de manera desapasionada: aceptar lo que aportan los demás y ofrecer nuestra aportación a los
demás.
—Conviene elaborar un plan de lecturas, y disponer a la semana de un tiempo para leer o estudiar.
Antes de iniciar una lectura conviene asesorarse bien sobre la bibliografía más adecuada a
nuestros intereses de tipo literario, histórico, filosófico, teológico...
—Es provechoso transcribir en fichas los textos de las ideas y sugerencias más interesantes de los
textos leídos. Poco a poco podremos disponer de un fichero ordenado por temas que resultará
enriquecedor repasarlo de vez en cuando.
En todo hombre hay un anhelo irresistible de verdad, de deseo de saber, de comprender más
profundamente el sentido de la vida, del más allá… Necesitamos dar respuestas a los grandes
interrogantes de la vida: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿quién soy?, ¿qué debo hacer en la
vida?
Los grandes interrogantes del hombre nos llevan a la búsqueda del sentido de la vida, a la razón de
ser del mundo y del hombre. El hombre se termina preguntando tarde o temprano sobre la causa
última del mundo, sobre su Creador, sobre el Ser absoluto que sostiene el mundo y da razón de su
origen y finalidad última. En definitiva el hombre termina preguntándose sobre Dios.
3. El conocimiento de Dios
La filosofía clásica afirma que el hombre puede conocer a Dios de diversas maneras. En este texto
no pretendo ocuparme de este tema, tan solo manifestar que el hombre de hoy necesita
aprovechar este legado filosófico para reemprender el acceso filosófico a la existencia y el ser de
Dios y así redescubrir el fundamento divino de su existencia, la dimensión trascendente de su ser y
el sentido religioso de su vida.
Aquí deseo tan solo destacar que la contemplación del mundo permite descubrir a Dios como
Causa de todos los seres contingentes del universo y Causa del orden y perfecciones del mundo. El
pensamiento humano alcanza a comprender que el mundo reclama la existencia de un Ser no
sometido a la contingencia, esto es, un ser que sea en sí mismo subsistente.
La filosofía clásica entiende que las perfecciones que encontramos en el universo deben existir de
manera plena y perfecta en la Causa absoluta del universo. Dios es el Ser absoluto: subsiste por Sí
mismo, no necesita ni depende de nada ni de nadie, carece de origen: es eterno. De esta manera
conocemos a Dios como creador: como ser inteligente, bueno, providente…
El conocimiento de Dios a partir de los seres contingentes —la así llamada vía cosmológica— se
complementa con el conocimiento de la esencia divina a partir de las cualidades más perfectas
que encontramos en el hombre. La llamada vía antropológica permite profundizar en el
conocimiento de Dios como suma Verdad y Amor: como Ser Personal, y constituye un campo de
gran interés para la Teología Natural.
Nos apetecen muchas cosas pero no siempre las hacemos. ¿Por qué? La respuesta es que si no
actuamos siempre por lo que más nos apetece hacer es porque existe en nosotros una capacidad
superior al apetecer. Esa capacidad es el querer. Querer es una capacidad humana que
ordinariamente está vinculada a la capacidad de apreciar algo que se capta como valioso. El querer
remite a una decisión, es consecuencia por tanto de haber realizado una elección tras sopesar los
pros y contras mediante la inteligencia.
La voluntad es la capacidad por la que el hombre quiere y decide. Los hombres sentimos
apetencias pero podemos decidir seguir un curso distinto de lo que más nos apetece. Aquí
podemos apreciar que la voluntad goza de una cierta superioridad respecto a la afectividad. La
voluntad es la capacidad suprema del hombre en el orden de la decisión. El hombre se caracteriza
por actuar según lo que decide por la voluntad. La capacidad de decidir se denomina «libertad».
Todo el día estamos decidiendo. Decido levantarme, salir, hacer esto o lo otro, hacerlo de esta
manera o de la otra. Hablo con esta persona porque lo decido, y le digo lo que voy decidiendo
decirle... y así actúo habitualmente a lo largo de toda la vida. Vivir es en cierto modo decidir.
Muchas veces tomamos decisiones poco importantes; como el menú que elijo cuando voy a comer
a un restaurante. Otras decisiones son más importantes: iniciar un noviazgo. Hay decisiones por
las que comprometo mi futuro: firmar unas letras de crédito en un banco, elegir una carrera o
casarme con una determinada persona.
Vivir bien supone aprender a decidir bien. La vida requiere aprender a tomar decisiones: pensar
bien las decisiones sobre los asuntos más comprometedores de la vida. La vida requiere tomar
decisiones sobre el uso de ciertos recursos disponibles, el modo de resolver determinados
problemas y retos coyunturales, y —en general— la manera de sacar el mayor partido posible a la
vida.
La libertad es una capacidad y a la vez una responsabilidad. Hay que aprender a ser libres, hay que
aprender a usar bien la libertad. En algunas ocasiones elegir es difícil, pues a veces no sabemos
bien qué queremos, o tenemos la impresión de que queremos cosas contradictorias. La madurez
humana consiste en definir el tipo de persona que deseo realmente ser y obrar de manera
coherente.
2. La libertad y la verdad
Decidir con libertad significa sopesar las diversas posibilidades. La libertad requiere pensar bien las
elecciones posibles. Quien actúa por apetencias, por inercia, por lo que hacen los demás, por la
moda... tiene bastante menguada su libertad. Hay que esforzarse por tener en cuenta las diversas
circunstancias, los riesgos, las consecuencias... de las propias decisiones.
Cada persona se forja un ideal de vida; y actúa y decide según ese ideal. En este sentido se dice
que la persona posee una cierta autonomía o capacidad de obrar libremente. No debemos
confundir autonomía con libertad de conciencia: no nos corresponde decidir lo que es bueno o
malo, sino que hemos de buscarlo, y actuar conforme a la verdad. Sin verdad no hay verdadera
libertad. La libertad consiste en la capacidad de elegir lo bueno, no de decidir que algo sea bueno.
La grandeza del hombre estriba en que no solo es capaz de conocer la verdad sino también de
obrar según la verdad, de vivir en la verdad.
3. Libertad y autodominio
Si un hombre decide adelgazar, no le basta con tomar la decisión seguir un régimen de comidas de
adelgazamiento. Es preciso llevarla a cabo y para eso debe vencer las tendencias psíquicas que le
llevarían a desobedecer esa decisión. Ese hombre debe vencer la tentación de abandonar el
régimen de comidas cuando le apetezca y debe esforzarse en cumplirlo. La libertad incluye
autodominio. La libertad exige el autodominio de los dinamismos psicosomáticos, esto es, la
autonomía o dominio de la persona por medio de su voluntad sobre sus sentimientos y pasiones.
La grandeza humana estriba en la capacidad de conducir mediante la voluntad los apetitos del
psiquismo y actuar en último término no según el dictado de las pasiones sino según la verdad del
objeto que se tiene delante. El hombre puede vencer el desengaño de la apariencia (de lo que
aparece apetecible o desagradable) e instalarse en el mundo de la verdad —en el mundo real—
(de lo realmente conveniente o nocivo).
Por esto la libertad se vive en ocasiones como un drama, como un esfuerzo costoso por llevar a
cabo las propias decisiones en medio de una tormenta de dudas, incertidumbres, desganas,
inapetencias y pasiones que oscurecen y dificultan seguir la dirección elegida. La madurez es la
capacidad de caminar seguro y estable hacia la consecución del objetivo elegido, sin claudicar ante
las dificultades y contratiempos. La libertad reclama fortaleza para vencer las tendencias anímicas
contrarias. Para ser verdaderamente libres se requiere fuerza de voluntad. La voluntad se
fortalece con esfuerzo.
Cuando actúo soy autor, creador libre y responsable, de mis actos. La responsabilidad es una
propiedad de la persona por la que es capaz de asumir la autoría de los propios actos con todas
sus consecuencias. Cuando la persona es consciente de haber actuado mal siente la necesidad de
rectificar y reparar el mal hecho.
Cuando actúo soy autor de mi acción. Pero hay algo más: mi acción revierte en mí mismo. Las
decisiones que tomo me involucran a mí mismo. Cuando decido perdonar a un agresor me hago
misericordioso. Cuando ayudo desinteresadamente a alguien me hago servicial. Cuando doy con
abundancia a quien me pide me hago generoso. Y si digo una mentira me hago mentiroso. La
conducta permanece en el sujeto agente. Configuro mi ser según mis obras.
Cada día, la persona humana configura su ser, se hace a sí mismo: cada hombre es "escultor" de sí
mismo. En esto consiste ser persona humana, en esto consiste la libertad en la vida terrena. Cada
uno es en cierto modo "padre" e "hijo" de sí mismo. Somos fruto y resultado de nuestras
decisiones. «Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición
de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos
engendramos, nos damos a luz» [3]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
El ejercicio de la libertad tiene una gran trascendencia en la persona. Las acciones humanas no
quedan perdidas en la temporalidad, en el pasado. El modo de actuar queda grabado en la
persona pues las acciones configuran nuestra personalidad. Con el tiempo cada persona va
adquiriendo unos hábitos, un temperamento, un modo de ser, un estilo personal de vida humana
que es resultado de las decisiones que cada uno toma, del tipo de conducta que cada uno
determina libremente.
Tal vez el lector puede haber tenido la experiencia de haberse encontrado en alguna ocasión con
un viejo conocido, al que nota muy cambiado. Antes era amable, cordial, simpático... Al cabo de
los años se ha vuelto huraño, desconfiado, taciturno, grosero... Se le ha agriado el carácter. Y no es
culpa del clima, o de una enfermedad, o de las compañías. Es culpa de la actitud que ha adoptado.
Tal vez ese hombre ha adoptado esa actitud de una manera un tanto inconsciente, pero al fin y al
cabo la ha adoptado él y él es el responsable último de su conducta y de su modo de ser. La
libertad nos configura de una determinada manera humana y moral. La libertad introduce al
hombre en la dimensión moral de la persona.
La subjetividad personal es el ámbito interior de la persona. Está constituido por el conjunto de las
vivencias del sujeto personal. Estas vivencias se componen de una gran riqueza de contenidos
psíquicos de diversa naturaleza: representaciones sensibles, emociones, sentimientos, afectos,
pasiones... Además la mente humana concibe ideas e intuiciones sobre la realidad, elabora juicios,
toma decisiones, realiza actos de voluntad como querer, amar, y muchas otras actividades. Todo
eso forma parte de la subjetividad de cada individuo personal. Cada persona vive de alguna
manera inmersa en su propia subjetividad.
De manera simplificada se puede decir que la intimidad se compone de afectos, ideas y voliciones.
Afectividad, inteligencia y voluntad son las fuentes principales que nutren la intimidad humana.
Cada hombre debe desarrollar estas capacidades fundamentales y debe establecer una correcta
armonía entre las tres.
2. El desequilibrio de la personalidad
La madurez es fruto del equilibrio de las tres facultades señaladas. Cuando alguna de las tres se
desintegra de las demás se cae en ciertas deformaciones del carácter como las siguientes:
Voluntarismo: es la hipertrofia de la voluntad. El hombre voluntarista actúa movido sobre todo por
un afán de libertad. Tiende a tomar decisiones propias y llevarlas a cabo sin atender apenas a los
motivos, razones y sentido de la actuación. El voluntarismo mueve a decidir sin motivación
objetiva, sin considerar suficientemente los condicionantes, y de una manera un tanto arbitraria:
por una afirmación de pura libertad entendida como un valor absoluto.
El voluntarismo tiende al activismo: actuar, hacer, moverse... sin rumbo y sin sentido. El
voluntarista es rígido, inflexible, poco razonable, dominante, impositivo... Carece de capacidad
para hacerse cargo del modo en que influye y afecta su conducta a los demás. Desestima los
sentimientos, las formas, la elegancia, la amabilidad... Busca ante todo la eficacia, los resultados,
los efectos cuantitativos y pragmáticos. Suele adolecer de falta de visión estética de la vida.
El hombre debe aprender a sentir la realidad, apreciar y gustar el mundo. No basta con ver. Hay
que aprender a mirar, apreciar la realidad, discernir la belleza. Hay que discernir las cualidades de
los hombres con los que convivimos, intuir su mundo interior: sus alegrías y penas, los motivos de
sus sufrimientos, sus expectativas e ilusiones... La empatía es la capacidad de experimentar unas
vivencias afectivas semejantes a las que padece otra persona. Es muy conveniente saber
"empatizar" con quienes convivimos.
¿Podemos influir de manera voluntaria en nuestro mundo afectivo y sentimental? Cabe responder
que en cierta manera sí es posible. Tenemos experiencia de que podemos adoptar actitudes
distintas ante los sentimientos. El tipo de actitud que tomemos depende en buena manera de
cada uno. Cada hombre debe aprender a adoptar una actitud inteligente ante las situaciones que
vive y los sentimientos que suscitan estas situaciones. De manera que la respuesta no sea
meramente espontánea sino fruto de una elección consciente.
En el mundo de la empresa se dice que el buen directivo debe aprender a actuar ante las personas
y situaciones de una manera no reactiva (espontánea) sino proactiva [4]<!--[if
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El hombre actúa habitualmente según lo que decide hacer. La voluntad es la capacidad de decidir.
La voluntad es la capacidad de imperar la orientación de nuestros actos. Es la facultad que reclama
fuerza: la fuerza de la voluntad es un valor humano porque significa actuar según las propias
decisiones. Pero la voluntad reclama la luz de la razón porque no es razonable actuar por el simple
motivo de que me he decidido a hacerlo así: porque sí. La voluntad reclama actuar por motivos
verdaderos, por lo que verdaderamente entiendo que es bueno para mí.
En no pocas ocasiones la persona debe actuar al margen o contra los impulsos afectivos y
sentimentales. Lo logra gracias al imperio de la voluntad orientada por la verdad conocida
intelectualmente. Sin embargo el equilibrio de la personalidad alude a la conveniencia de que los
sentimientos se armonicen en lo posible con la voluntad. Es difícil actuar habitualmente al margen
o contra los sentimientos. Querer a los demás requiere involucrar las capacidades afectivas y
educar la afectividad para que se integre con los valores conocidos por la inteligencia y queridos
por la voluntad. La madurez humana requiere la adecuada integración de la afectividad con la
voluntad y la inteligencia. La voluntad —capacidad de decidir y querer— debe mover a la
inteligencia a iluminar los valores humanos que deben regir la vida e inducir a los afectos a
apreciar afectivamente esos bienes humanos. Hay que impulsar y potenciar la afectividad en el
gusto por lo bueno.
La persona debe detenerse a considerar los aspectos valiosos de los demás y dejar que los afectos
se nutran, se desarrollen hacia esos bienes. Así se puede aprender a querer más a una persona,
con mayor afectividad. De igual manera se pueden corregir los sentimientos de ira o cólera, de
odio o rencor. No debemos dejar que nos dominen. Podemos examinar cuál es la causa objetiva
que provoca esos sentimientos, desenmascarar así la incongruencia objetiva de la carga emotiva
que experimentamos y controlar de manera oportuna su influencia en nosotros.
A veces nos sentimos molestos por el comportamiento de una persona; nos resulta antipática,
pero desconocemos el motivo o razón objetiva de esa molestia: ¿por qué me cae tan mal este
individuo? Si uno analiza lo que le pasa puede llegar a conclusiones muy diversas.
Puede suceder, por ejemplo, que la molestia sea un sentimiento de antipatía infundado,
ocasionado por un particularidad física de esa persona: me desagrada su porte descuidado, o su
timbre de voz. Puede ser que la antipatía venga provocada por su carácter, sus gustos, los temas
insulsos sobre los que suele conversar...
Tras ese análisis la conclusión más razonable consiste en aprender a tolerar ese modo de ser,
quitar importancia a esas desavenencias, y no dejarse arrastrar por la antipatía. Además conviene
fomentar sentimientos de aprecio hacia esa persona reconsiderando y remarcando sus buenas
cualidades.
Si observo que una persona me cae mal porque su conducta es inmoral puedo intentar ayudarla a
rectificar y reparar su mala conducta. De este modo lograré mitigar los sentimientos adversos y
emprender una actitud razonada y positiva ante los escollos de la convivencia con esta persona.
1. La intimidad personal
Cada persona vive habitualmente pendiente y ocupada con el mundo exterior: interesada por
conocer las noticias del mundo en el que vive, estar al tanto de los familiares, amigos, vecinos,
llevar a cabo las tareas previstas... Vivimos ordinariamente volcados hacia lo de fuera, hacia la vida
social.
En otros momentos preferimos quedarnos solos. La soledad es necesaria para considerar los
acontecimientos externos y la actitud personal que tomamos ante esas situaciones. Nos conviene
alternar momentos de compañía con momentos de soledad.
Imagina que asistes invitado a una fiesta de amigos. Te dedicas a alternar con unos y otros;
escuchas, hablas, disfrutas de la conversación, te ríes, bailas, paseas... Al día siguiente te detienes
a recordar lo que pasó en aquella fiesta. Deseas repasar los sucesos que te llamaron la atención,
las personas que conociste, los comentarios que oíste, el efecto que causaste en alguna persona
que te cayó bien y te gustó... Te preocupa el efecto negativo que provocó algún comentario poco
oportuno que hiciste y sacas el propósito de no caer en una vulgaridad semejante en la próxima
ocasión. Repasas tus intervenciones, analizas los aciertos y errores, sacas conclusiones, juzgas el
comportamiento de las demás personas, haces planes futuros, decides nuevas estrategias... Todo
eso lo haces pensando, reflexionando, recordando, juzgando... La asistencia a la fiesta fue una
actividad marcadamente exterior. Te volcaste hacia lo de fuera, te diste a la vida social. Esta
segunda actividad reflexiva es de carácter interior, íntimo, interno.
Necesitamos combinar la convivencia con los demás —la vida exterior— con la reflexión, la vida
interior. Las dos formas de vida forman parte del ser de la persona.
En la intimidad se fraguan las convicciones, los gustos, el aprecio por las personas, el interés por
determinados proyectos. En la intimidad se forjan las actitudes fundamentales de la vida, los
planes, las elecciones cotidianas. En la intimidad defino mi propia personalidad. Sin intimidad la
vida personal discurriría como el agua que se pierde por una acequia. Es preciso desarrollar la
interioridad personal. La existencia personal es tanto más plena en cuanto que la vida interior es
más profunda.
Al mismo tiempo hemos de reconocer que la vida no se reduce a interioridad. La vida humana se
desarrolla precisamente en el entramado de las relaciones personales y en la confrontación con
los acontecimientos externos. Esas situaciones establecen las condiciones en las que el sujeto
debe crecer, aprender y madurar. Ese es el campo en el que la persona puede y debe realizarse.
Hay que saber encontrar el justo equilibrio entre vida exterior y vida interior. La vida interior
precisa apertura hacia fuera, abrirse al mundo exterior. Esta apertura es precisamente la
comunicación.
2. La comunicación humana
El cuerpo es tal vez el medio más básico de comunicación con los demás. Se ha dicho que el rostro
es el reflejo del alma. Podríamos añadir que no sólo el rostro; todo el cuerpo es el medio por el
que una persona refleja el estado anímico interior. Las posturas, los gestos, el modo de mirar, la
posición de las manos, la cercanía física... son el lenguaje primordial con el que comunicamos a los
demás nuestra postura personal ante los asuntos y las circunstancias que vivimos.
La comunicación corporal se prolonga por medio del lenguaje oral, el diálogo, la conversación. Por
la conversación salimos de la soledad propia de la intimidad y compartimos la riqueza de la
intimidad con los demás. Por la escucha permitimos que el prójimo nos revele su intimidad. Surge
así el diálogo, la comunicación, el encuentro personal entre los hombres: la comunión entre las
personas. Todos necesitamos abrir el corazón: manifestar las alegrías, penas, proyectos,
dificultades... para desahogarnos, para encontrar consuelo, recibir ayuda, superar la ignorancia y
ganar seguridad.
La comunicación es una capacidad específica de relación entre las personas. La comunicación es la
puerta del hombre a la cultura y hacia su propia humanización. Por la comunicación aprendemos
desde lo más básico hasta lo más trascendente de la vida. Los hombres poseemos la capacidad de
comunicar lo que conocemos, lo que sentimos, queremos y amamos. Podemos así ayudarnos a
conocer la verdad y vivir en la verdad. Gracias a la comunicación cada persona percibe en el fondo
lo que más necesita: saberse comprendido, valorado y amado como persona.
3. Ámbitos de convivencia
De manera natural cabría decir que las primeras experiencias que acompañan a una criatura
humana desde que nace son de amor: el amor de los padres, el amor paterno-filial. El niño
reclama sentirse querido desde el nacimiento. El hijo va discerniendo poco a poco que su vida se
origina y desarrolla en íntima conexión con el amor mutuo de sus padres. Esta atmósfera de amor
es de vital importancia para su equilibrio y estabilidad psíquica.
La convivencia con otros niños: en el colegio, en el tiempo libre, por la participación en juegos,
aficiones, deportes... fomenta el desarrollo de las cualidades básicas de la persona. Se descubre la
amistad. Se comprende que ser persona es vivir en convivencia. Y si la convivencia es de confianza
y amistad el niño se desarrolla mejor. La educación debe ayudar a cada hombre a desarrollar su
personalidad, su carácter, la capacidad de convivir pacífica y armónicamente con los demás.
Desde la pubertad se despierta la inclinación sexual hacia la convivencia con personas del otro
sexo. Se experimenta el enamoramiento cargado de fuerza emocional y pasional. El amor juvenil
otorga una nueva profundidad a la relación personal: se entiende que la persona es digna de ser
amada de una manera superior a cualquier otra realidad del mundo.
El amor emocional pierde poco a poco su fuerte carga afectiva y puede adquirir una forma más
objetiva y voluntaria. Se profundiza en el conocimiento mutuo y se empieza a amar al otro de una
manera más inteligente, más humana, más madura. El enamoramiento madura hacia formas de
amistad con una compenetración humana más o menos profunda.
La vida humana es convivencia, relación, familia, amistad, sociedad… El hombre se siente llamado
a la concordia, la solidaridad, la ayuda, comunicación y promoción mutua, el afecto y amor. Todos
somos distintos, pero podemos establecer unas pautas de convivencia que respeten las legítimas
diferencias y permitan establecer cauces de entendimiento y colaboración en los que cada uno
ponga los talentos propios al servicio de los demás y todos pueden obtener beneficios mutuos.
4. La comunión personal
Llamamos comunión personal a la específica relación humana que se establece entre un grupo de
personas que se encuentran aunadas por una forma de convivencia, un conjunto de actividades y
bienes que les permiten alcanzar una cierta realización personal. El objeto constitutivo de la
comunión puede ser de muy diverso tipo: proyectos de vida, aficiones, creencias, ideales, valores,
intereses prácticos... La comunión personal establece lazos estables de convivencia, colaboración y
ayuda mutua que permiten realizar modos de existencia y alcanzar bienes humanos que serían
inasequibles individualmente.
La comunión personal perfecciona a las personas en alguna faceta humana según la naturaleza del
bien común compartido. Las principales formas de convivencia destinadas a propiciar la comunión
personal deberían ser sin duda el matrimonio y la familia. En segundo lugar —y sirviendo de
complemento a éstas— deberían darse manifestaciones de verdadera comunión personal en las
diversísimas formas de convivencia que constituye el tejido social: cualquier ámbito de trabajo, las
empresas de producción y servicios, los centros comerciales, los centros de enseñanza y formación
profesional, los lugares de recreo y diversión, las asociaciones de tipo lúdico, los centros de vida
religiosa… Todo el entramado social debería ser lugar de promoción y desarrollo moral de las
personas que allí conviven.
El problema de la relación del individuo con la sociedad se ha planteado a nivel teórico por la
filosofía política y la sociología. Se han ofrecido multitud de teorías y soluciones prácticas, entre las
que podemos mencionar algunas:
—Hobbes entiende que el hombre es naturalmente insolidario y egoísta y busca ante todo
satisfacer sus propias pasiones. La sociedad está permanentemente amenazada por la guerra de
unos contra otros. La solución que plantea Hobbes es que todos los individuos se pongan de
acuerdo en establecer una autoridad revestida de gran poder —el Estado Leviatán— que garantice
la paz social.
—el liberalismo pretende recuperar al individuo y defender su libertad; postula la limitación del
poder del Estado al espacio mínimo imprescindible a fin de preservar la autonomía del individuo.
A este respecto la doctrina social de la Iglesia, desarrollada por Juan Pablo II en los documentos
Laborem exercens, Centesimun annum, y Solicitudo rei socialis, ofrece una visión constructiva del
problema social que apela al individuo a comprometerse con responsabilidad en el desarrollo del
progreso social.
La tesis principal de la Iglesia queda recogida en la magistral sentencia del Concilio Vaticano II: «el
hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su
propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» [5]<!--[if
!supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
El individuo se realiza como persona en la medida en que propicia el bien social. A su vez la política
solo se justifica en la medida que defiende y propicia la dignidad absoluta del ser humano y su
libertad.
Llegados a este punto de nuestro estudio sobre la persona parece que estamos en condiciones de
enunciar una definición de la persona basada en la enumeración los rasgos principales que hemos
estudiado.
Cabe definir la persona humana como un ser consciente, inteligente, libre, autónomo, con
capacidad de autodeterminación, y llamado a comunicarse y vivir en comunión con las demás
personas.
La persona es el ser que posee al menos de manera originaria y potencial un ámbito de intimidad o
interioridad tal que le capacita para:
—actuar con libertad, ser autónomo, dueño de sí, forjarse el propio destino en la vida,
determinarse a sí mismo.
—relacionarse con otros seres personales mediante múltiples formas de comunicación: dialogar,
intercambiar conocimientos y valores y emprender proyectos de vida conjuntos.
—el amor recíproco, incondicionado y absoluto: establecer una relación de comunión con otras
personas, y constituir familia, amistad, sociedad.
—la religiosidad; entendida como una cierta relación personal con Dios basada en la conciencia de
la absoluta dependencia en el ser respecto de Dios, que conduce al consiguiente deber moral de
agradecer el ser recibido y corresponder según la propia vocación al proyecto creador, en una
actitud de escucha, adoración y sumisión al Creador.
La libertad es una experiencia de poder. El joven ve la vida por delante llena de posibilidades. Con
el tiempo se cierran algunas puertas pero al mismo tiempo la experiencia del pasado abre otras
posibilidades nuevas.
El gran reto consiste en saber invertir bien el tiempo, las energías, las capacidades personales que
uno dispone. El problema consiste en elegir bien los objetivos que deseamos alcanzar y definir
correctamente el estilo de vida que nos gustaría cultivar.
Todo hombre se pregunta en un determinado momento de la vida: ¿qué quiero hacer con mi
vida?, ¿qué espero recibir y qué pretendo aportar al mundo, a la sociedad, a los demás?, ¿qué
rastro quiero dejar con mi existencia?, ¿qué clase de persona quiero ser?
En la película "La fortuna de vivir" aparece una escena en la que una madre de familia cuida a su
hija enferma. Esta mujer no cesa de quejarse y protestar, está siempre malhumorada y
maltratando a los demás. En una ocasión una hija de seis años le pregunta:
A veces nos sucede que no sabemos por qué nos comportamos de una determinada manera. No
hemos acabado de plantearnos seriamente qué tipo de persona deseamos ser. Nos falta
determinar mejor el propio proyecto de vida.
Este es el gran interrogante que todos nos hemos hecho desde pequeños. Es la pregunta por el
contenido fundamental de nuestro proyecto de vida.
Un ejemplo simplificado de proyecto de vida podría enunciarse de la siguiente manera: «Seré
arquitecto, me casaré con una chica muy guapa, viviremos en una casa con jardín a las afueras de
la ciudad. Tendremos un coche todoterreno para ir toda la familia de pesca los fines de semana.
Viajaremos con frecuencia, procuraremos estar muy unidos, tendré muchos amigos y haré mucha
vida social. No me perderé ningún partido de liga de mi equipo preferido y además...».
Todos soñamos con un determinado estilo de vida, y procuramos poco a poco definirlo y realizarlo
en la medida de nuestras posibilidades.
El proyecto de vida está relacionado con el problema del sentido de la vida. El proyecto de vida
debe dar una respuesta satisfactoria al problema del sentido de la vida.
Tarde o temprano todos hemos de enfrentarnos con el problema más importante y profundo de la
vida: la búsqueda del sentido de la existencia. Necesitamos dilucidar las razones últimas, los
motivos determinantes por los que trabajar, luchar y sufrir.
Me decía un amigo: «yo necesito saber por qué me levanto cada mañana». Es verdad,
necesitamos saber a dónde vamos y en definitiva el tipo de persona que queremos ser. Y es que
en esta vida uno persevera en la lucha por conseguir objetivos ambiciosos sólo cuanto tenemos
unas convicciones fuertes por lograr aquello que nos hemos planteado.
a) Los gustos y aficiones personales.- A la hora de atisbar el proyecto de vida se han de valorar,
como es natural, las propias capacidades, gustos o aficiones personales hacia los que uno se siente
más inclinado: el arte, la producción industrial, el comercio, la gestión empresarial, las relaciones
sociales... Todo eso va definiendo un tipo de actividad, una profesión, un estilo de vida.
b) La coyuntura social.- Junto a los gustos personales juega un papel importante la coyuntura
social.
Determinadas circunstancias familiares —invalidez de algún familiar, una crisis económica, por
citar unos ejemplos— pueden obligar a iniciar una determinada actividad profesional antes de lo
deseado para mantener económicamente a la familia, dejando de lado la formación profesional.
La coyuntura social puede condicionar mucho el tipo de vida de las personas. Piénsese por
ejemplo en aquellos que viven en países en guerra, con recursos económicos escasísimos, en
penuria, con hambre, sin libertad, en una dictadura, con un gobierno corrupto, con un sistema
educativo, académico o universitario muy deficiente.
Otras veces la coyuntura socio-económica propicia la dedicación profesional a una determinada
área: pensemos en quienes viven en zonas donde prima una actividad industrial determinada:
fábricas de textiles por ejemplo. No hay duda que la demanda social propicia que muchos
trabajadores se dediquen a aquello que les ofrece con más facilidad medios de subsistencia
independientemente de sus preferencias.
Las circunstancias sociales pueden repercutir decisivamente en el tipo de actividad profesional que
tomemos. El ambiente cultural donde vivimos suele influir notablemente en nuestro estilo de vida
—en las aficiones, modos de divertirse, en la vida familiar—, y en nuestras ideas: principios cívicos,
valores morales, creencias religiosas...
Con todo se tiende a imponer modas o estilos de vida predominantes. Tenemos el peligro de que
el individuo quede sumergido en un tipo de vida estandarizado y la existencia se diluya en una
corriente dominante en la que todo parece estar pensado y organizado desde instancias
superiores.
Es preciso que cada hombre adopte una postura personal ante la coyuntura social y cultural en la
que vive. Esto es precisamente el proyecto de vida personal. Es la determinación de los principales
objetivos que se desean alcanzar en la vida, del estilo de vida y el modo de conseguir la propia
realización personal.
4. El concepto de vocación
A la hora de definir el proyecto de vida tiene mucha influencia en la conciencia de cualquier
hombre los modelos de vida que cabe percibir en la cultura en la que nos encontramos. La imagen
del héroe que aparece en la literatura o en el cine, la imagen del hombre triunfador que difunden
los mass media, constituye una fuente de modelos o proyectos de existencia que ejercer una
influencia no pequeña en los individuos. En este sentido los líderes ejercen una gran influencia en
cada ámbito social.
En la cultura actual se entiende por «vocación personal» aquel conjunto de aspiraciones que el
sujeto descubre en su interior que le llevan a desarrollar sus más nobles energías en la promoción
propia y del bien común.
No es utópico pensar que el gobierno en una empresa deba velar al mismo tiempo por el bien
propio de la empresa como tal, el de empresario, el de los empleados y el de los clientes. El
gobierno de la empresa consiste en el arte de distribuir con equilibrio y justicia las cargas que cada
cual debe sostener así como los beneficios que merece percibir. La empresa bien llevada logra que
al final todos salgan ganando.
Plantear el proyecto personal como «vocación» significa discernir en las motivaciones que pueden
inspirar el proyecto de vida una cierta voz que nos llama y alienta desde lo más profundo de
nuestro ser hacia el bien común. El concepto de «vocación» reclama incluir el sentido de la
solidaridad como un deber fundamental de la vida personal, a la vez que permite superar una
visión egoísta e insolidaria del «proyecto personal».
Para la antropología cristiana el concepto de vocación es clave para entender la persona humana.
El hombre es ante todo un ser llamado por Dios para realizar una misión en el mundo. Cada
hombre viene al mundo con una vocación divina. Se trata de una misión que consiste en colaborar
de alguna manera en la construcción del Reino de Dios en el mundo. La vocación cristiana exige
integrar el propio proyecto de vida en el gran proyecto divino de la Creación según el modelo de
Jesucristo.
Un verdadero proyecto humano incluye el sentido moral profundo de la existencia humana. Hasta
tal punto es así que cabe decir que un verdadero proyecto humano reclama un auténtico
compromiso personal en relación a uno mismo, a Dios y a los demás hombres.
La consecución de cualquier proyecto requiere establecer ciertos compromisos con uno mismo y
con otras personas. Si me propongo llevar a cabo un determinado proyecto profesional debo
comprometerme a realizar un conjunto de tareas y someterme a un determinado plan de trabajo.
Si mi proyecto profesional se integra en un programa en equipo con otras personas debo
comprometerme con esas personas para cumplir lo pactado y confiar que los demás también lo
cumplan. Si las partes integrantes son fieles se lograrán alcanzar los objetivos previamente
marcados.
Toda empresa consta de personas, fines y actividades. Pero lo más importante de una empresa es
el espíritu que aúna a las personas integrantes: el espíritu de compromiso con los ideales y
objetivos de la empresa. Se dice que una empresa está sana o verdaderamente viva cuando las
personas integrantes se encuentran vinculadas establemente entre sí por un verdadero espíritu de
compromiso con la empresa.
No hay que tener miedo a comprometerse. Sin compromisos la persona no puede realizarse como
tal ni puede concebirse sociedad alguna.
En la película "La vida es bella" un padre de familia asume el papel de hacer feliz a los miembros
de su familia en unas circunstancias muy difíciles. De esta manera lleva a cabo la vocación personal
a la que se siente llamado.
En la película "La habitación de Marwin" se escucha a la protagonista decir "he sido muy feliz
porque he amado mucho". Con ese comentario esta mujer manifiesta haber encontrado el sentido
de su vida en la atención a su padre enfermo.
Las relaciones humanas se basan en compromisos estables, en la confianza mutua en el empeño
por cumplir los compromisos adquiridos.
En la vida surgen ocasiones en las que podemos disponer del presente y del futuro como un todo e
invertir ese todo en la realización de un proyecto que nos parece tan atractivo e interesante que
merece la pena afrontar los riesgos y sacrificios que conlleva.
El ser de una persona se conmensura con los propios ideales morales: aquello por lo que vive,
lucha, trabaja, se esfuerza... aquello que alegra el corazón, aquello por lo que un hombre sueña,
por lo que se levanta por la mañana, por lo que está dispuesto al sacrificio, por lo que está
dispuesto a dar la propia vida. Los ideales marcan la dimensión de la existencia humana.
6. La elaboración del proyecto de la vida
A) Magnanimidad.- Es propio de un espíritu joven y magnánimo soñar con ideales grandes, ver la
vida llena de posibilidades y desear trabajar con ilusión en proyectos ambiciosos. Conviene alentar
esos proyectos, alimentar iniciativas, encender la ilusión de emprender grandes proyectos en la
vida.
En un segundo momento habrá que estudiar la viabilidad, la posibilidad de llevarlos a cabo, los
medios que habrá que arbitrar, las energías que habrá que invertir, el tiempo de ejecución... Ya
habrá tiempo de ejercitarse en la constancia y en la superación de dificultades. Lo que ahora
interesa es saber soñar. Quien no sueña con metas altas pierde algo fundamental de la vida.
Quienes se afanan por apagar iniciativas, los agoreros de malos presagios, deberían aprender a
callar y no anestesiar la vitalidad del espíritu humano.
B) Proyectos compartidos y solidarios.- El proyecto de vida debe ser un proyecto compartido con
otros. Dice un proverbio africano: «para llegar rápido ve tu solo, para llegar lejos vamos todos
juntos». La persona sola no puede llegar lejos. La colaboración es la clave para el progreso y
perfeccionamiento humano. Un verdadero proyecto humano debe ser solidario. Debe ofrecer una
contribución al bien común.
C) La concreción del proyecto.- La concreción del proyecto es una tarea difícil pero tan necesaria
como lo es para un Estado moderno contar con una Constitución o Carta Magna. Cada persona
necesita definir de la manera más clara posible el marco en el que desea encuadrar la existencia.
Solo así la vida logra afianzarse sobre unos cimientos firmes y deja de vagar por derroteros
inciertos, sin rumbo propio, a merced de los vientos predominantes, al dictado de hombres que
tratan de manipular e imponer su dominio sobre los demás.
El proyecto ha de determinar los principales valores humanos que se desean encarnar. Consciente
de los rasgos del propio carácter, la persona debe perfilar las cualidades humanas que desea
incorporar a su modo de ser. El proyecto marcará un tono de vida abierto a los demás,
comunicativo, acogedor, amable, sereno, sencillo, sincero, fuerte, exigente, justo... Ha de ser cada
uno quien determine la personalidad que desea adquirir con el paso de los años y decidir
libremente quien desea ser.
D) La revisión del rumbo.- La vida exige —como cualquier navegación— una permanente revisión
de la localización y rumbo de la propia nave. Cada hombre debe recordar con frecuencia sus
ideales, profundizar en ellos, consolidarlos, renovarlos y ratificar el empeño por alcanzarlos.
E) La perseverancia ante las dificultades.- Nos acecha siempre el peligro de la dejadez, la rutina, la
inercia. Es preciso mantener joven el espíritu renovando la firmeza de los propios ideales y la
ilusión por crecer y desarrollar las propias capacidades. La persona debe luchar por su realización
hasta el final de su existencia. El proyecto personal nunca está realizado del todo.
Con el paso del tiempo pueden aparecer momentos en que nos sintamos insatisfechos con el tipo
de vida que llevamos. Ciertos ideales parecen dejar de motivarnos, perdemos la ilusión por
determinados proyectos que parecen pertenecer a un pasado obsoleto. Tal vez nos sentimos
defraudados por las personas con las que convivimos, con quienes esperábamos disfrutar una vida
atractiva e interesante. La convivencia puede entrar en crisis y con ello también todo el proyecto
de vida y los compromisos adquiridos.
Hemos de indagar qué es realmente lo que está fallando en el propio planteamiento de la vida.
¿Será que me he equivocado a la hora de elegir el norte de mi vida?, ¿habré puesto mi corazón en
unos objetivos incapaces de llenarme de verdad?, ¿dónde falla el planteamiento de mi vida?, ¿por
qué no soy feliz?
A veces esta situación reclama una revisión drástica del planteamiento global de la existencia. En
otras ocasiones la crisis se puede resolver como un paso adelante en el proceso de maduración en
el proyecto.
Los pequeños conflictos de convivencia —en el matrimonio, con los amigos o colegas de profesión,
etc.— pueden acabar en una ruptura dramática cuando no se acierta a aceptar una humillación,
un defecto personal o un modo distinto de valorar un aspecto determinado de la vida... Si se
aprende a perdonar, a pasar por alto un descuido, y a aceptar un modo distinto de ver las cosas,
esas dificultades se convierten en un modo de madurar y afianzar la propia capacidad de convivir
con los demás.
De igual modo cualquier dificultad de la vida que pone en crisis de alguna manera el proyecto de
vida puede servir para madurar ese proyecto y los compromisos inherentes: para perfilarlo mejor,
renovarlo, mejorarlo, impulsarlo, consolidarlo... La vida ofrece constantemente la puesta a prueba
de la solidez del propio proyecto de vida y la posibilidad de madurar los compromisos adquiridos.
1. La conciencia moral
La conciencia moral es la facultad que capacita a la persona para percibir la cualificación moral de
sus acciones u omisiones. La autoconciencia moral emite "el juicio que define el valor moral del
acto: el bien o mal contenido en él" [6]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. Se trata de
una función de la conciencia ligada al intelecto, pues tiene por misión conocer "la verdad en el
ámbito de los valores, ante todo morales" [7]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
La verdad sobre los valores morales permite establecer la normatividad moral: el conjunto de
principios que orientan a la persona para realizar el bien. La verdad posee, dentro de la estructura
de la persona, un poder normativo: una capacidad de dictar normas que determinan el verdadero
bien de la persona en el obrar. La normatividad es fruto y consecuencia de la existencia de los
valores, que se conocen de modo objetivo, y por ello se pueden dar normas objetivas referentes a
ellos.
La noción de deber se halla íntimamente conectada con la de normatividad y con la participación
de la acción en la verdad. La verdad acerca de los valores establece una normatividad que tiene
carácter de deber, que se impone al hombre como una algo que se debe realizar.
La formación de la conciencia moral es la tarea autoeducadora que realiza el sujeto humano a fin
de alcanzar un buen discernimiento de la verdad sobre los valores morales. La formación moral se
nutre del ejemplo aportado por modelos humanos valiosos y atractivos. La vida ejemplar de
algunas personas puede constituir el mejor patrón de conducta de ciertas actitudes morales
fundamentales para la formación moral: respeto, honradez, solidaridad, lealtad, servicio,
generosidad... Las biografías de ciertos personajes de la historia suele constituir un buen marco de
referencia para la educación de la conciencia moral. La buena Literatura puede también jugar un
papel importante en la educación moral, en cuanto que ofrece una galería de modos de
comportamiento paradigmáticos ejemplares o execrables.
3. El juicio de la conciencia
Ante las posibles opciones que presenta la vida en cada momento la conciencia debe iluminar la
mente para elegir bien. La conciencia puede adoptar diversas posturas ante una coyuntura
concreta de la vida:
En unos casos la conciencia propone, sugiere, invita, impulsa al sujeto a tomar una determinada
opción.
Otras veces el sujeto siente temor o incertidumbre ante una situación presente o futura que no
sabe resolver adecuadamente.
La autoconciencia moral se halla lejos de realizar una mera función teórica: la definición del bien y
el mal. El carácter marcadamente práctico de la autoconciencia moral viene dado por desempeñar
una cierta función de puente entre el conocimiento objetivo de los valores morales y las
circunstancias individuales en las que se ejerce la acción. Su misión propia "no es meramente
cognoscitiva (...) sino que consiste también en hacer depender el acto de la verdad conocida"
[11]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. Para obrar bien no basta con conocer lo
bueno, se precisa también el querer obrar bien, y además superar con fortaleza las dificultades
que se presentan. La autoconciencia moral interviene integrada en la dinámica de la voluntad, que
asume los dictados de la conciencia moral y encauza la acción de acuerdo a ellos.
La Ética debe discernir en las biografías de hombres y mujeres que han destacado por sus
cualidades humanas y su ejemplaridad las pautas para ofrecer modelos de existencia imitables,
una fuente de inspiración para orientar la existencia humana. De esa fuente puede la Ética extraer
principios y valores humanos que están implícitos en esos modelos de vida.
A lo largo del tiempo se han ido elaborando un conjunto de teorías sobre el ideal de vida humana.
Esas teorías, que constituyen el cuerpo de la Ética, pretenden proporcionar un conjunto de
principios capaces de orientar la conducta de los hombres hacia la plena realización moral.
Aristóteles elabora uno de los primeros tratados de Ética. En su Ética a Nicómaco lleva a cabo un
estudio profundo de la acción humana. Nos dice que la acción es buena desde el punto de vista
moral cuando el sujeto realiza una elección correcta basada en la verdad sobre el bien del hombre
de acuerdo con su naturaleza [12]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
De esta manera la Ética enseña que todo hombre que desee alcanzar su realización humana debe:
—atender a las exigencias de los derechos y deberes en la convivencia con los demás hombres
(justicia),
Las cuatro virtudes capitales expresan el núcleo de la integridad moral de cualquier hombre según
la Ética clásica.
El Cristianismo recibió con buenos ojos muchas aportaciones de la moral natural de la cultura
grecorromana. Basta considerar la recepción que tuvieron autores como Aristóteles, Cicerón,
Séneca, etc., en numerosos Padres de la Iglesia y teólogos medievales.
Durante siglos la Moral heredera de la tradición aristotélica centró sus esfuerzos en el análisis
moral de la acción humana, distinguiendo tres aspectos fundamentales: objeto moral, intención y
circunstancias. Se ocupó de definir el objeto moral de las acciones y llevó a cabo estudios
minuciosos sobre la especie moral de las acciones, tanto virtuosas como pecaminosas.
Con el tiempo este planteamiento de la moral se transmitió a la conciencia de muchos hombres de
una manera notoriamente empobrecida. Es verdad que tal vez la enseñanza de la moral se
polarizara excesivamente en una complejidad de análisis de la conducta, en una agotadora
casuística, que pudo dificultar a la mayoría de los hombres el discernimiento cabal del punto
central y fundamental: aquello que es verdaderamente humano y acorde con la naturaleza
humana.
La ética parecía perder su capacidad de orientar la conducta y la vida de los hombres tal vez por
ceñirse demasiado a la analítica de las acciones humana. La moral se presentaba a los ojos de
muchos como un normativismo: un conjunto de normas señalizadoras de los límites del bien y del
mal moral: "cumple estas obligaciones porque son el deber", "evita estas acciones porque son
pecaminosas".
Con el tiempo, para muchas personas, la moral se redujo a un código de preceptos que limitaban
el ejercicio de la libertad. Se pensaba que la moral así concebida no hacía sino cortar las alas del
espíritu humano, dificultar su desenvolvimiento espontáneo, encorsetar la vida según unas
normas limitadoras y, en definitiva, alienar el espíritu humano. Era necesario renovar la ética para
que recuperara su misión de orientar al hombre a discernir el sentido de los valores morales y
motivar su desarrollo según su vocación personal individual.
El liberalismo planteó una renovación de la Ética dirigida una destruir todo canon moralizante y
liberar el espíritu humano de toda traba de la conciencia. Se invitaba así al individuo a actuar con
espontaneidad y en definitiva sin más ética que la del respeto de la libertad ajena.
Tras el subjetivismo relativista en el que había caído la Ética, a lo largo del siglo XX el Personalismo
trata de recuperar la objetividad de la Ética a partir del concepto de persona entendido como un
valor moral absoluto. Sin renegar del legado de la metafísica –más bien asumiéndolo– era preciso
redescubrir el ser del hombre atendiendo a ciertos aspectos fundamentales como la subjetividad,
la libertad, la conciencia y el orden social.
En este contexto se postuló que la Ética debía recuperar la misión de estimular hacia el logro de la
excelencia humana planteando grandes horizontes de vida, sobre todo en la etapa juvenil de la
existencia. La Ética debía fomentar en cada hombre la ilusión de alcanzar la plenitud personal de
manera íntegra y magnánima.
Hemos considerado que la persona humana tiene la capacidad de determinar por medio de la
libertad su propia conducta. La acción libre, fruto de una decisión voluntaria, tiene una propiedad
denominada «moralidad»; esto es, una cualidad que consiste en la contribución positiva o
negativa a la perfección o realización de la persona en cuanto tal. La acción moralmente buena es
aquella que obedece al bien de la persona, al desarrollo positivo de su ser personal considerado en
sí mismo y en el contexto social y religioso de la persona.
La filosofía griega puso de manifiesto que mediante la acción libre la persona adquiere un
desarrollo ontológico. El ser de la persona se engrandece o se degrada, progresa o degenera,
mejora o empeora sustancialmente. Este engrandecimiento o empobrecimiento moral se expresa
a nivel ontológico mediante el concepto de hábito.
Los hábitos derivados de las acciones moralmente buenas se denominan virtudes. Los que
proceden de acciones defectuosas o perniciosas desde el punto de vista moral se denominan
vicios. En el contexto personalista en el que se escriben estas páginas, las virtudes manifiestan la
orientación de la conducta que contribuye a la realización de la persona en cuanto tal. El estudio
de las virtudes nos permite explicar en qué consiste «ser una buena persona». Nos permite
explorar las principales pautas que permiten alcanzar una mejor realización personal.
En este tema tan solo se pretende enumerar y explicar muy brevemente algunas virtudes
agrupadas en diversas familias.
El espíritu humano requiere motivaciones fuertes para adquirir compromisos de entidad que
llenen la vida de contenido y sentido. Esas motivaciones son fruto de convicciones firmes, ideales y
valores profundos por los que vale la pena luchar. Es preciso propiciar desde la infancia el
descubrimiento de ideales capaces de entusiasmar en la construcción de un mundo más humano.
Es preciso despertar el afán de liderazgo; la hora actual reclama nuevos líderes que sean artífices
de una sociedad capaz de renovarse a sí misma.
Entre los hábitos que forman parte de este campo cabría destacar los siguientes:
El interés por la cultura: el deseo de conocer los fenómenos más destacados del patrimonio
cultural, social e histórico en el que se vive. La persona necesita profundizar en las raíces de la
propia nación o pueblo y de los avatares históricos que dar razón de la configuración social y
cultural actuales. Sólo así se puede encontrar el sentido de las principales instituciones y principios
que configuran la vida social y política en la que nos encontramos.
El autoconocimiento de las propias capacidades y limitaciones, de las posibilidades de hacer el
bien y del deber de reparar los posibles daños cometidos hacia terceros.
El interés por conocer el propio entorno: las personas y los acontecimientos sociales más
relevantes de nuestro medio más cercano.
La sinceridad: capacidad de comunicar a los demás la información sobre los sucesos que tienen
derecho a saber sobre uno mismo y los demás.
La humildad intelectual, que consiste en la aceptación de la propia ignorancia y los errores que
cometemos en el discurso comunicativo con los demás. Todos tenemos experiencia de lo fácil que
resulta —en esas conversaciones que muchas veces surgen espontáneamente— caer en una
dinámica de crítica, difamación o calumnia —de personas y actuaciones— sin disponer de
información o elementos de juicio y motivos para llevarla a cabo. Esta virtud fomenta la cautela y
prudencia a la hora de establecer juicios de valor sobre personas y sucesos.
La condición corporal, sensible y afectiva del hombre condiciona de alguna manera toda su
existencia. Hemos de cuidar bien el cuerpo, alimentarlo, vestirlo, ejercitar sus capacidades físicas
para que se desarrolle sanamente: hacer deporte, evitar riesgos excesivos de perjudicar la salud,
curar convenientemente las enfermedades.
Además se requiere educar convenientemente la percepción, los sentidos, los sentimientos, los
afectos, las pasiones, el gusto... La psicología humana requiere aprendizaje, desarrollo, cultivo de
capacidades. Es preciso aprender a ver, a fijarse, sentir la realidad, los valores, la belleza, la
estética.
Para saber estar, para amar, para darse a los demás es preciso poseerse correctamente: es preciso
aprender el autodominio. Este dominio respectos a los propios sentimientos, afectos, pasiones
permite desarrollar un conjunto de virtudes, entre las que cabe destacar:
La templanza. Es el orden adecuado que establece el espíritu sobre las instancias anímicas
afectivas, sentimentales y emotivas de la persona.
4. La convivencia
Cabe señalar un conjunto de virtudes que contribuyen a una armónica convivencia con los demás:
La humildad: virtud que capacita para valorar debidamente los asuntos y cualidades personales y
apreciar las cualidades y necesidades de los demás. Esta virtud permite al sujeto integrarse
correctamente en la convivencia con los demás, evitando una desmedida dependencia de los
demás o una excesiva autosuficiencia.
—La tolerancia y comprensión hacia otras maneras legítimas de pensar, decidir y comportarse,
—La adaptabilidad: capacidad de amoldarse al modo de ser de los demás en la convivencia social y
de manera especial en el ámbito familiar.
—La solidaridad: disponibilidad para el servicio hacia los demás. En primer lugar se debe una
atención especial hacia los más cercanos: los familiares, colegas de trabajo, vecinos... pero luego
se extiende también —en la medida que resulta posible— hacia personas indigentes; limitadas por
la edad, la enfermedad, la pobreza, etc.
—la capacidad de hacer amistad con el mayor número de personas. La amistad es fruto y raíz de
muchas virtudes humanas.
5. La vida matrimonial y familiar
La convivencia propia de la vida matrimonial exige el cultivo de unas virtudes específicas que
contribuyen a la maduración y fidelización del compromiso de amor matrimonial.
El afecto marital debe estar animado por una actitud abierta y generosa hacia la fecundidad. El
cultivo de la maternidad o paternidad incluye muchas virtudes que contribuyen poderosamente a
la realización humana y a su religiosidad pues conforma al hombre de una manera singular con el
Creador. No hay mayor bien social que la contribución de recursos humanos al tejido social, sobre
todo si se trata de personas bien educadas, responsables, respetuosas y solidarias.
La educación de los hijos fomenta el desarrollo humano de los padres: el sentido de la solidaridad,
el civismo, la generosidad, la paciencia, la fortaleza, la capacidad de amar de manera gratuita y
desinteresada propia de la paternidad. La ejemplaridad requerida en la educación de los hijos
fomenta la mejora de los padres en el plano moral. La necesidad de inculcar buenos hábitos en los
hijos suele contribuir a la madurez moral de los padres.
6. El trabajo
—El orden: capacidad de jerarquizar convenientemente las tareas según su importancia objetiva, y
la precedencia que cada una merece, sin dejarse llevar por la mera urgencia o por apetencias
subjetivas,
—La constancia y fortaleza para llevar a cabo las tareas dificultosas sin claudicar o dejarlas antes
de llegar a término,
—El espíritu de colaboración en el trabajo en equipo para atender de la mejor manera al conjunto
de la empresa, sacrificando en ocasiones particularismos o apetencias personales.
7. Afán de aprender
La madurez humana requiere cultivar una cierta deportividad en la vida moral. Esta deportividad
moral consiste básicamente en saber aceptar los errores sin darles excesiva importancia, sacar
experiencia positiva y re-emprender la lucha sin dejarse dominar por el pesimismo ocasionado por
los fracasos del pasado. La madurez moral tiene mucho que ver con el espíritu joven que induce a
saber levantarse ante los fracasos.
Atendiendo a la capacidad humana de rectificar los desaciertos cometidos cabe mencionar una
familia de virtudes orientadas a facilitar el aprendizaje y mejora de la conducta:
—el reconocimiento de los propios errores, la petición de perdón, y la reparación de los perjuicios
provocados a terceros.
En el tema IV, 3 hemos estudiado diversas formas en que puede realizarse la persona en la
relación, comunicación y amor con las demás personas. Tras repasar algunas de las
manifestaciones del amor humano, vimos que el amor esponsal es la forma suprema de amor. El
amor esponsal es el ámbito de maduración en el amor humano. Por el amor esponsal la persona
debe alcanzar la realización de una faceta fundamental del su ser: la dimensión esponsal.
La persona humana posee una doble modalidad: hombre y mujer, con una específica
complementariedad sexual, que la capacita para realizarse en el amor esponsal. El amor esponsal
tiene su origen remoto en el enamoramiento.
2. Enamoramiento
Quien se enamora procura fomentar en la persona amada un vínculo afectivo semejante. Desea
que el amor sea recíproco: un verdadero diálogo amoroso, una comunicación amorosa. Cuando la
atracción es mutua aquella relación se vuelve «un valor para nosotros». Nos sabemos
mutuamente necesitados y llamados a ayudarnos. Se procura a toda costa dar estabilidad a esa
relación.
El amor esponsal es un amor pleno, definitivo, total, ilimitado, incondicional y absoluto: es el amor
que nos merecemos como personas, y al que estamos llamados en cuanto esposos. La madurez en
el amor consiste en querer al otro buscando su bien personal, su plenitud humana: su realización
humana en la dimensión esponsal de la persona.
4. El compromiso matrimonial
La mayoría de los hombres y mujeres descubren en el matrimonio el cauce adecuado para dar y
recibir el amor que precisan para alcanzar la realización personal en la plena y fecunda entrega y
recepción de sí mismos; para darse y ser recibido esponsalmente y constituir ese ámbito de
entrega y amor recíprocos y de donación de vida que denominamos matrimonio.
Ser esposos reclama una incesante llamada a consolidar el amor mutuo, a la obediencia al
proyecto matrimonial. Los cónyuges deben ejercitarse continuamente en el deseo de valorar cada
día más al otro cónyuge, servirle, enriquecerlo, educarle, ayudarle para que sea dada día más
inteligente, más amable... mejor ciudadano, mejor trabajador, mejor esposo, mejor padre, mejor
persona.
Por ser núcleo de humanización de los cónyuges, el matrimonio deviene asimismo cuna de
fecundidad. Los cónyuges se realizan plenamente como personas ejercitando la capacidad
grandiosa de hacer conjuntamente una donación gratuita de vida personal. Se trata de la
posibilidad de colaborar con Dios en la creación de criaturas humanas. Dios ha querido que cada
ser humano venga al mundo en un ámbito cálido de amor constituido por la colaboración libre de
un hombre y una mujer. Ser esposos es disponerse a ser padres.
La concepción cristiana del matrimonio señala una serie de puntualizaciones. En primer lugar que
la persona de la que alguien se enamora es un hijo de Dios, un ser sagrado que propiamente no se
pertenece ni nos pertenece; porque propiamente pertenece a su Creador. Ahora bien, Dios ha
creado cada persona para realizarse según una determinada vocación esponsal.
Aquella pareja se sabe de esta manera destinada a contribuir de una determinada manera a la
realización del proyecto divino condensado en la expresión: «hagamos al hombre». Descubren que
esa relación humana que desean consolidar tiene una índole religiosa, en cierto modo sagrada: es
un proyecto inspirado por Dios, es una vocación divina.
Dios quiere involucrar a los hombres en el proyecto humano, de modo que los hombres no
seamos sujetos pasivos sino activos en el proyecto creador y santificador de la familia humana. El
amor humano que se constituye de manera estable y fecunda en la familia es la forma básica por
la que el hombre vive su vocación divina, religiosa y humana a la vez.
5. El noviazgo
El enamoramiento da paso a un gran dilema que se podría enunciar con el siguiente interrogante:
«me he enamorado de esta persona; pero... ¿soy realmente capaz y estoy dispuesto a amar a esa
persona para facilitarla en todo lo posible su realización humana integral? Y esta persona... ¿está
dispuesta a hacer lo mismo conmigo? ¿estamos capacitados y tenemos voluntad de llevar a cabo
este proyecto humano?»
El proyecto matrimonial reclama discernir si este hombre y esta mujer concretos están
capacitados y dispuestos a contribuir al mutuo desarrollo y maduración de sí mismos y del
cónyuge como esposos. La misión del noviazgo consiste en discernir y resolver este dilema.
Es un error difundido en nuestro tiempo considerar el noviazgo como una especie de «matrimonio
a prueba»: vivir como si se estuviera casado, probar qué tal se vive así y decidir casarse para darle
carácter estable, oficial y público a este estado. Esta concepción del noviazgo adolece de un
planteamiento empobrecedor: no se vive para entregarse, para hacer feliz al otro, para
perfeccionarle, para ayudarle a realizarse en un proyecto familiar magnánimo. Todo parece
reducirse a gustarse, encontrar un compañero agradable de convivencia, un compañero
sentimental con el que resulta fácil y grata la convivencia. Esta mentalidad lleva a probar al otro,
como se prueba qué tal se siente uno con unos zapatos o un coche nuevo. Detrás de este
planteamiento se descubre una antropología utilitarista, una concepción pobre de la persona que
no alcanza a discernir su valor absoluto y trascendente.
1. La vocación a la fecundidad
Durante el embarazo la madre vive una experiencia única: ella constituye el "hogar" de una
criatura personal que vive en total dependencia de su madre. De la madre depende la vida y el
desarrollo normal de esa criatura en un periodo decisivo de la vida. La madre es el "nido" del hijo y
el esposo viene a ser el "vigía", que extrema sus cuidados para proteger y ayudar a la esposa en
esta misión. Los padres están invitados a ofrecen al hijo una donación gratuita y desinteresada de
amor. El hijo percibe de esta manera que el amor es el factor constituyente de su ser.
Los padres significan la ley de la gratuidad de la existencia humana para el hijo. Desde su
concepción el hijo reclama los cuidados de la madre: depende totalmente de ella. A su vez la
madre reclama una mayor atención por parte del esposo, que debe suplir a la madre en otras
tareas. La disponibilidad de los dos está al servicio del hijo.
El hijo se desarrolla como persona en cuanto es tratado como tal, en cuanto se fomenta que él
ingrese y protagonice ese ámbito de afecto, confianza, veracidad, respeto e intimidad que es la
comunión familiar. La educación requiere un clima de confianza, exigencia y unidad por parte de
los padres. Si los padres están unidos, la familia funciona bien. La unidad de los padres llena de
seguridad a los hijos y fomenta el abandono en los cuidados paternos.
La familia reclama comunicación, intimidad. La intimidad es el alma de la familia y se forja en las
reuniones de familia, en la apertura de la intimidad de cada uno de los miembros hacia los demás,
en la confianza mutua. En ese ámbito de intimidad se puede desarrollar la educación de padres e
hijos. En la familia se aprende a valorar a cada persona, se aprende a querer incondicionalmente a
los demás, se aprende a ser libre y a cultivar cuanto precisa el ejercicio de la libertad: el
autodominio, la responsabilidad, la exigencia y la fortaleza.
La familia tiene la misión social de constituir una escuela de virtudes. Todos deben contribuir al
más perfecto desarrollo y formación humana de los demás. Todos deben contribuir a que cada
uno cultive y saque de sí lo mejor para sí mismo y para hacer partícipes a los demás. Si hay
confianza, si el hijo se sabe comprendido y perdonado, si se sabe incondicionalmente querido,
buscará en la familia la ayuda que necesita. Buscará la orientación adecuada en los momentos de
incertidumbre, se sentirá confirmado en sus convicciones personales y animado a promover los
valores humanos aprendidos.
Dios ha querido que cada hombre nazca y se desarrolle en esa cuna de humanidad y fecundidad
que es el matrimonio. Sólo en el matrimonio se dan las condiciones adecuadas para el nacimiento
y desarrollo de la persona humana. En el matrimonio se unen las voluntades de los esposos con la
de Dios para traer al mundo a un ser que reclama ser querido incondicionalmente.
Los padres deben ser conscientes de que el hijo es persona: un bien en sí, un bien religioso,
sagrado. El embarazo es una experiencia religiosa singular. La madre ha sido constituida en un
santuario destinado al nacimiento y desarrollo de una criatura amada por Dios por sí misma.
Marido y mujer se hacen conscientes de encontrarse involucrados en una gozosa acción sagrada.
Vamos a ceñirnos en los aspectos más básicos de la sexualidad, en referencia a las relaciones de
amistad, matrimonio y familia.
Desde la pubertad se despierta en las personas el impulso sexual hacia las personas del otro sexo.
Se despierta la atracción emocional y pasional; se descubre en las personas del otro sexo
virtualidades atrayentes, complementarias. El hombre admira a la mujer y viceversa. Se desea la
compañía del otro, la comunicación, el afecto, la ternura... Poco a poco nace el enamoramiento. El
enamoramiento significa el descubrimiento de una dimensión fundamental de la vida. La
compañía del otro otorga a la vida un valor y significado preponderante.
Al estudiar la naturaleza del matrimonio hemos considerado las bases conceptuales precisas para
afrontar ahora el estudio del sentido moral de la sexualidad. El matrimonio y la familia constituyen
el ámbito propio para que las capacidades sexuales se desarrollen en orden a la realización
integral, armónica y moral de la persona.
La sexualidad, como hemos visto, incluye fenómenos somáticos y psíquicos que no son voluntarios
sino autónomos, automáticos. Por lo general, cada persona aprende a percibir cada vez mejor la
naturaleza de los sentimientos, emociones, pasiones y deseos de tipo sexual que se despiertan en
determinadas circunstancias y el tipo de conducta que le impulsan a realizar. Cada persona puede
aprender asimismo a ejercer un cierto dominio sobre esos impulsos: incitarlos, fomentarlos,
mitigarlos, evadirlos, etc., a fin de comportarse de la manera que le parece más apropiada. Cada
persona sabe que debe educar su comportamiento sexual y configurar su conducta de manera
autónoma, según un criterio personal, voluntariamente elegido.
El juicio ético sobre un acto de tipo sexual ha de tener en cuenta la vocación personal del sujeto
agente. La Antropología personalista pone de manifiesto que la persona se realiza en el ejercicio
de su vocación al amor esponsal, ordinariamente en el matrimonio. Orientar toda la capacidad
personal de amar hacia la realización del cónyuge como persona, como esposo, requiere una
esmerada educación de las pasiones, sentimientos, afectos, sentidos, imaginación, mente,
inteligencia y voluntad... a fin de dirigir estas capacidades –todo el ser de la persona– día tras día,
hacia el fortalecimiento y consistencia de la vida matrimonial; de una vida matrimonial que mira a
la plenitud humana del cónyuge y les capacita al mismo tiempo para ser engendradores y
educadores de nuevas criaturas: para ser buenos padres de familia si los condicionamientos físicos
lo permiten.
La Antropología de raigambre judeo-cristiana corrobora esta tesis al afirmar que el hombre está
llamado a la fecundidad; a colaborar en el proyecto creador de Dios por medio de la capacidad
procreadora, e intervenir en el desarrollo de la familia humana de acuerdo al mandato: "creced y
multiplicaos". La dualidad sexual de la persona humana está orientada a este fin. El matrimonio y
la familia constituye el baluarte fundamental para llevar a cabo el proyecto divino de la creación
humana.
La sexualidad humana juega un papel muy relevante en las relaciones humanas más íntimas y
profundas requeridas para verificar la donación y fecundidad inherentes a la realización de la
vocación esponsal de la persona. El modo de orientar la sexualidad tiene una repercusión
considerable en la configuración ética de una persona. El juicio ético sobre la sexualidad debe
atender al modo en que ésta se orienta hacia el matrimonio y la familia.
La persona que orienta la sexualidad con una tendencia prioritaria hacia búsqueda de experiencias
placenteras contradice el verdadero sentido antropológico de la sexualidad: tiende a degradar la
consideración del otro según la capacidad que tiene de proporcionar sentimientos de placer, se
instrumentaliza la relación personal; se tiende a rebajar al otro a objeto de placer, se empobrece
progresivamente la relación humana, se deteriora la capacidad de entrega y sacrificio por el
verdadero bien del otro.
Cabe distinguir una doble actitud moral ante los impulsos de la sexualidad:
Procura que el trato y la amistad con personas hacia las que se siente una especial atracción sea
respetuosa y delicada. Se descubre un modo elegante de mantener la compostura en el trato con
esas personas evitando situaciones embarazosas, tentaciones fuertes difíciles de dominar.
Procuran que el verdadero amor –no solo la pasión– protagonice manifestaciones de afecto
delicadas y respetuosas.
Se procura mantener una actitud abierta a la vida: desear los hijos, en los que se ve la encarnación
del amor matrimonial, aceptando con gusto los sacrificios que supone la crianza y educación de la
prole.
3. La sexualidad desintegradora de la persona
En la segunda actitud que examinamos, la sexualidad actúa al margen del amor de donación
esponsal y fecundo. La persona se vuelca voluntariamente de modo primordial hacia los aspectos
emocionales, sensibles y pasionales de la actividad sexual. El resultado de esta actitud es una
cierta desintegración interna de la persona. La sexualidad emplea un lenguaje egoísta, la persona
se encierra en sí misma. Cuando el hombre pone su ideal al servicio del disfrute pasional se
envilece su capacidad espiritual, se contradice su vocación al amor desinteresado, se deteriora la
capacidad de solidaridad. Ese uso pervertido de la sexualidad provoca un replegamiento sobre sí
mismo que fomenta una actitud de dominio perjudicial para la verdadera comunicación y la
comunión con los demás.
Esta actitud da lugar a actos que son moralmente reprobables porque desligan la sexualidad de la
vocación al don de sí en el vínculo matrimonial o la desligan de su orientación hacia la fecundidad:
—adulterio, cuando se realiza por una persona casada y por tanto se daña el compromiso
conyugal.
"Cuando los esposos, mediante el recurso a la contracepción, separan estos dos significados
[unitivo y procreativo] que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el
dinamismo de su comunión sexual, se comportan como ‘árbitros’ del designio divino y ‘manipulan’
y envilecen la sexualidad humana, y, con ella, la propia persona del cónyuge, alterando su valor de
donación ‘total’. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, la
contracepción impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro
completamente; se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una
falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal"
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c) La actitud antinatalista puede llegar al asesinato por parte de los progenitores de la criatura
concebida aún no nacida. El aborto es gravemente inmoral.
Como conclusión cabe señalar que es preciso fomentar en todos los miembros de la sociedad la
educación de la sexualidad pues está en juego en ello el verdadero desarrollo de la sociedad y de
las personas que la integran.
En los capítulos anteriores hemos considerado que el hombre nace en el seno de una familia y se
desarrolla armónicamente en el contexto de una comunión familiar. La vida familiar exige la
satisfacción de las necesidades básicas de las personas que integran la familia (la alimentación, el
cuidado de la casa, la atención a las personas…). La familia constituye naturalmente la primera
fuente de trabajo y debe ser asimismo una escuela de solidaridad en el trabajo.
La sociedad se constituye por la agrupación de familias. La vida familiar se debe complementar con
todo un conjunto de actividades en el ámbito social destinadas a la obtención de los medios
básicos para la subsistencia familiar, u otros fines de interés personal o familiar: bienes de
consumo, actividades de formación profesional o cultural, medios de diversión, amistad... Surgen
de esta manera relaciones sociales de contenido muy diverso: industrial, comercial, académico,
científico, cultural, artístico, lúdico, religioso... que constituyen la diversidad del cuerpo social. El
sano desarrollo de la sociedad requiere un correcto enfoque de las actitudes y relaciones laborales
de los ciudadanos.
La vida social no debe menoscabar la vida familiar sino protegerla y fomentarla, porque la raíz de
la sociedad es la familia. La familia tiene a su vez la misión de preparar hombres que lleven a cabo
el desarrollo y enriquecimiento de la vida social. Familia y sociedad se complementan
mutuamente. El trabajo establece el puente de unión entre la familia y la sociedad. La familia es
escuela de humanidad, y por tanto de trabajo. El trabajo debe ser un servicio a la sociedad entera:
debe velar por el bien común de la sociedad. Por esto mismo, todo trabajo debe velar por el bien
de cada familia: debe respetar ante todo los requerimientos de toda familia.
3. Dimensión religiosa del trabajo
Según la tradición judeocristiana el trabajo guarda relación con la dimensión religiosa del hombre.
En el Génesis se encuentra el primer evangelio del trabajo. Dios creó al hombre en el jardín del
Edén para que lo cultivara. Por medio del trabajo, Adán podría comer sus frutos, vivir y mejorar
sus condiciones de vida. El trabajo no es un castigo de Dios sino algo connatural al hombre; algo
bueno en sí para el hombre: el hombre debe trabajar no solo por los frutos que obtiene con su
trabajo, sino porque el trabajo hace bueno al hombre. El trabajo tiene una dimensión religiosa
trascendente en cuanto que puede realizarse como colaboración en el proyecto creador de Dios.
El Génesis señala asimismo que Dios encargó al género humano una misión fundamental:
«Henchid la tierra: sometedla y dominad» (Gen 1, 28). Se señala de esta manera algo importante:
Dios quiere que el hombre contribuya al desarrollo del plan creador. «En la palabra de la divina
Revelación está inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a
imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus
propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada
vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado»
[14]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
El hombre ha sido creado «ut operaretur», para trabajar, para llevar a cabo el progreso y
desarrollo del hombre y, en definitiva, para llevar a cabo el plan creador: «hagamos al hombre». El
trabajo hace de alguna manera al hombre porque el trabajo configura la vida humana, configura
las relaciones humanas, la sociedad, la cultura, la nación, la política, el Estado...
El Génesis señala que nuestros primeros padres fueron expulsados del Paraíso terrenal como
consecuencia del pecado. Un efecto del pecado es el sufrimiento que va unido al trabajo:
«trabajarás la tierra con el sudor de tu frente y la naturaleza te negará sus frutos» (Gen. 3, 17-19).
El trabajo está vinculado al esfuerzo, la fatiga, la dificultad…
También se dice que Caín y Abel ofrecían a Dios los frutos de su trabajo. De esta manera se
significa que, pese al pecado, el hombre no pierde su relación con Dios: el sentido de total
dependencia y sumisión al Creador. Por el trabajo el hombre muestra la sujeción que debe a su
Creador a la vez que le expresa la honra, agradecimiento y alabanza debidas. El trabajo posee un
profundo sentido religioso: a Dios le agrada el trabajo de Abel, porque le ofrece sus mejores
frutos. Ciertamente Abel trabaja para Dios. Dios está en el horizonte supremo de su vida y por
consiguiente de su trabajo.
La actitud de Caín es netamente diversa. Su actitud moral se pone de manifiesto cuando mata a su
hermano por envidia. El trabajo y las relaciones humanas de tipo laboral ponen de manifiesto la
calidad moral de las culturas y los hombres. En el mundo laboral hemos asistido en ocasiones a la
explotación del hombre por el hombre. El desorden moral que anida en el corazón del hombre, la
soberbia, el afán de dominio… han dado lugar a un perversión del valor humano del trabajo.
a) transitiva: el objeto del trabajo; la obra realizada. Por ejemplo: construir una casa.
b) intransitiva: el desarrollo técnico y moral que adquiere el sujeto agente del trabajo durante el
trabajo; capacitación profesional, desarrollo de virtudes morales: justicia, solidaridad,
laboriosidad...
En la concepción del trabajo y de la empresa debe darse prioridad al carácter personal del
trabajador. El primer valor de la empresa es el valor de cada trabajador entendido como persona.
Cada persona es un valor en sí mismo: un valor absoluto que reclama respeto y aprecio.
El trabajador debe sentirse protagonista de la empresa en la que trabaja: debe sentirse valorado,
motivado para dar lo mejor de sí en el trabajo. Hay que destacar la importancia de mejorar
paulatinamente la propia formación profesional, promocionarse, aprender a trabajar cada día
mejor. En nuestros días se subraya con acierto la importancia de promover el desarrollo del
trabajador como persona. Se destaca la necesidad de promocionar la participación responsable
del trabajador en el bien global de la empresa alentando el espíritu de iniciativa, la creatividad, la
integración con los demás miembros de la empresa y con los clientes, el desarrollo de buenas
relaciones humanas.
A lo largo de la historia se puede observar que el trabajo y las relaciones laborales han sido en
muchas ocasiones una realidad degradante y deshumanizadora. Se podrían citar algunos procesos
históricos —la Revolución industrial, por ejemplo— que dieron lugar a métodos perniciosos de
organización social de trabajo. Es frecuente advertir la existencia de empresas en las que su
organización interna sigue un esquema mecanicista que reduce el trabajo a una tarea
predominantemente técnica, compartimentada, artificial, burocrática… y, como consecuencia,
estresante y deshumanizadora para los trabajadores empleados.
5. La moral profesional
Toda actividad profesional influye de alguna manera en el bien común de la sociedad. El modo de
trabajar, el efecto transitivo del trabajo, repercute para bien o para mal en el desarrollo moral de
los demás. La deontología profesional es la parte de la ética referida a los aspectos morales del
trabajo profesional. El ejercicio de su profesión plantea en ocasiones situaciones
comprometedoras desde el punto de vista moral. El modo de afrontar esas situaciones tiene gran
relevancia moral en la sociedad.
Cabría citar numerosos ejemplos de situaciones en las que el trabajo profesional posee una gran
relevancia moral.
El periodista que recibe un testimonio sobre una acción escandalosa de un político se encuentra
ante el dilema de publicar o no esa información. Decisión que exige valorar la conveniencia de
cerciorarse sobre la veracidad de esa información, el derecho a publicar esas hechos, los perjuicios
que puede provocar a terceros, el efecto social...
El abogado que trabaja en un despacho y recibe un cliente que le pide llevar a cabo un trámite de
divorcio, el funcionario que recibe una comisión a cambio de firmar un permiso de obras... De una
manera u otra cada uno trabaja de acuerdo con su propia concepción de la justicia y según
honradez profesional. Su trabajo contribuye a configurar la sociedad de una manera más o menos
justa dependiendo en buena medida de la talla moral del trabajador.
Un político determina de una manera u otra el marco de libertad y de respeto mutuo básicos para
el desarrollo social. El político debe comprometerse ante todo con el verdadero bien social, y éste
no consiste solo en la permisión del mayor grado de libertad posible por parte de los individuos o
en un progreso meramente material. Con su actitud fomenta o menosprecia los valores humanos
referentes al origen y desarrollo de la vida y la convivencia armónica y justa entre los hombres.
Cada profesor refleja de manera explícita e implícita una actitud ante la vida, ante las personas,
ante los grandes problemas de la existencia. Todo profesor influye de una manera u otra en la
visión de la vida de los alumnos: tiene la capacidad de influir positiva o negativamente en la
formación humana, moral y espiritual de los alumnos.
¿Cómo no referirnos a la influencia que puede ejercer sobre un público más o menos numeroso un
productor de películas de cine? Los realizadores de series televisivas seguidas por miles y a veces
millones de personas deben ser conscientes del modo en que influye en los telespectadores –en el
modo de pensar y de juzgar la realidad– los contenidos morales de esas series: la trama, los
diálogos, los argumentos, las actitudes de los personajes ante determinadas coyunturas...
Es preciso por tanto que cualquier profesional considere en conciencia la influencia moral de su
trabajo en el cuerpo de la sociedad y procure promover mediante el trabajo el bien moral de la
sociedad.
Notas
DicPC
La Ética de la Liberación tiene como peculiaridad asumir los grandes temas tratados por las éticas
filosóficas desde la perspectiva de las víctimas de la historia, considerando el proceso de
globalización a finales del siglo XX. Nacida en la década de los 60 en América Latina, intenta
integrar en el presente los diversos procesos de dominación, situándolos dentro de una
perspectiva mundial. Para ello debe: 1) reconstruir los fundamentos filosóficos de la ética; 2)
definir claramente su especificidad crítica; 3) argumentar en referencia a sus oponentes
estructurales; y 4) precisar las orientaciones básicas en los variados frentes de liberación.
Los llamados fundamentos de la /ética deben situarse al menos en tres niveles. a) En primer lugar,
el momento material de la ética. Los defensores más relevantes de una ética material son, entre
otros, la filosofía griega eudemonista, el pensamiento medieval con el concepto de beatitudo, que
se continuó con variantes en el racionalismo moderno, y, más recientemente, los utilitaristas, las
éticas de los valores, y actualmente los comunitaristas. La ética anterior a la /Modernidad se
fundamentaba exclusivamente en los contenidos teleológicos y eudemonistas —desde una
comprensión del contenido de la /felicidad propio de cada cultura, sea la griega, cristiana o
musulmana—. La objeción de las morales formales contra estas éticas consiste en indicar que todo
contenido material es siempre definido de manera particular, por tratarse de impulsos egoístas,
regidos por motivaciones corporales particulares, y los /valores (con pretensión de universalidad)
no pueden sobrepasar el horizonte de una cultura. La /Ética de la Liberación, sin embargo,
necesita una ética material, porque como su punto de partida crítico son las víctimas, que sufren
en su corporalidad el dolor y la infelicidad, necesitan partir del contenido de la ética. Para ello
propone un principio material universal: la obligación ética de reproducir y desarrollar la vida del
/sujeto humano, dentro de una comunidad de vida presupuesta, con pretensión de abarcar a toda
la humanidad. Su criterio de /verdad es la vida y la muerte. Este principio mide la eticidad de toda
norma, acción, institución o sistema de eticidad posible, y es internamente en cada cultura un
principio universal que puede juzgar a la misma cultura, y permitir, además, un diálogo
intercultural de contenidos. b) En segundo lugar, el momento formal de la moral. Los que
propugnan una moral procedimental, tales como I. Kant, desde el liberalismo de J. Rawls, a partir
del pragmatismo de Peirce, K. O. Apel, J. Habermas o A. Cortina, y muchos otros, escépticos de las
éticas materiales, propugnan la universalidad de una razón discursiva como obligación moral en
argumentar hasta alcanzar validez intersubjetiva por el acuerdo de todos los participantes
afectados acerca de lo que debe obrarse (la norma de la acción). Su criterio de validez es la
intersubjetividad simétrica. La Etica de la Liberación subsume este principio formal de
consensualidad, pero lo adopta como el procedimiento moral para aplicar los contenidos del
momento ya indicado de la ética material. La norma, acción, institución o sistema que permite
reproducir y/o desarrollar la /vida de los sujetos debe acordarse con validez intersubjetiva por
simétrica participación de todos los afectados. c) En tercer lugar, el momento de factibilidad de la
ética. Ante la no-factibilidad de los fines imposibles del /anarquismo, deben tomarse muy en
cuenta las circunstancias naturales, científicas e históricas de todo tipo en la efectuación de una
acción futura. Lo acordado válidamente acerca del contenido que permite la vida, debe ahora ser
factible —con factibilidad técnica, económica, política, como lo propone F. Hinkelammert—. La
factibilidad medio-fin de la razón instrumental-estratégica debe supeditarse, en la determinación
de las mediaciones, a los principios material ético (mediaciones de la vida del sujeto humano) y
formal moral (consenso de los afectados en simetría). Su criterio de factibilidad es la eficiencia,
pero desde exigencias éticas. Sólo en este caso la realización de la norma, acción, institución o
sistema lo constituyen como bueno: como factible mediación de la vida acordada libremente por
sus afectados. Con ello habríamos reconstruido los fundamentos de una Etica de la Liberación.
Pero la Etica de la Liberación es una ética crítica que parte de las víctimas de la historia. Por ello,
nuevamente, deberá situar su especificidad ante otras éticas críticas. a) En primer lugar, se trata
del nivel crítico material de la ética. Hay diversas éticas críticas, tales como la del pensamiento
económico de Marx en El capital 1; la de la Teoría crítica, desde la materialidad negativa de la
primera Escuela de Frankfurt —incluyendo a Horkheimer, Adorno, Marcuse o Benjamin—; la de las
críticas desde las pulsiones contra el orden ético represor establecido 2; o la crítica ética de la
Totalidad por parte de E. Lévinas. La Etica de la Liberación, como en los casos anteriores, las
subsume en muchos aspectos, pero situándolas de manera definida dentro de una arquitectónica
diferente. La razón ético-crítica inicia su ejercicio desde las víctimas, desde el dolor de su
corporalidad (materialidad del contenido) y de la negación de su dignidad (del no reconocimiento
formal de ser sujetos iguales, con libertad como potenciales participantes en la comunidad de la
argumentación consensual), y descubre la negatividad de la imposibilidad de vivir, de cumplir las
necesidades y los instintos de vida correspondientes (pulsiones), y de participar en dicha
comunidad (por estar excluidos asimétricamente), en la no-factibilidad de la realización de dichas
mediaciones necesarias ético-morales. Se trata del momento crítico por excelencia, en el que,
desde las negatividades indicadas, y por la afirmación de la vida y de la subjetividad del Otro,
distinto del sistema dominante, se critica negativamente la norma, acto, institución o sistema que
es responsable de tal victimación. b) En segundo lugar, se trata del nivel crítico formal de la moral.
La misma víctima que ha tomado la conciencia ética crítico-negativa, interpela a expertos,
científicos, filósofos, etc., a la co-solidaridad co-responsable. Surge así una comunidad crítica de
comunicación de las mismas víctimas (tema tratado por P. Freire en la Pedagogía del oprimido) y
de «intelectuales orgánicos» (diría Gramsci). La verdad práctica de la norma, acción, institución o
sistema es puesta en cuestión; es falsada. Lo mismo acontece con su legitimidad, su validez. La
comunidad crítica de comunicación parte así de la simetría de las víctimas, antes asimétricamente
excluidas. Ellos abren nuevos paradigmas, nuevas dimensiones de acceso a la realidad (verdad
crítica) y alcanzan validez antihegemónica, que rechaza la antigua validez, ahora para ellos como
no legítima (es la conciencia de los nuevos derechos humanos). Cuando el antiguo orden de
eticidad cumple acciones de coerción legítima, es experimentada por los movimientos sociales
(sujetos sociales que surgen y desaparecen según las coyunturas históricas; es decir, estas
comunidades antihegemónicas) como represión ilegítima. Ha habido una transformación histórica
de los contenidos (veritativos) válidos (intersubjetividad crítica). Efectúan así una crítica del
pasado, de la norma, acción, institución o sistemas vigentes, encontrando el origen del sufrimiento
o negatividad de las víctimas. Es una tarea analítica (de expertos, científicos, filósofos, etc). Este es
el aspecto crítico negativo. El crítico positivo, desde el Principio /Esperanza de un Bloch, consiste
en bosquejar los criterios materiales, formales y de factibilidad concretos éticos-morales de las
alternativas futuras que permitan a las víctimas vivir en dignidad: son los proyectos discernidos
por las comunidades críticas de comunicación. c) En tercer lugar, se trata del nivel crítico de la
factibilidad de la ética, y ahora, y sólo ahora, debemos ocuparnos de la praxis de liberación. En
efecto, la praxis de liberación de los sujetos históricos (las víctimas y sus co-solidarios), individuos,
comunidades o movimientos, es una actividad encaminada a la efectiva transformación de la
norma, acción o institución (como ética de la vida cotidiana) o de sistemas de eticidad (como ética
más radical, y en escasos momentos en la historia de la humanidad como ética revolucionaria) en
vista de que la vida y la dignidad participativa de las víctimas pueda ser factiblemente llevada a
cabo en simetría. La praxis de liberación debe ahora enfrentarse a otros oponentes: al
conservador reformista que efectúa modificaciones para que el sistema quede igual. Además, no
cree posibles ni convenientes las transformaciones que la praxis de la liberación propone, desde el
criterio de la posibilidad de la vida y dignidad de las víctimas. Negativamente, la praxis de
liberación debe deconstruir las normas, actos o instituciones (y muy excepcionalmente sistemas
enteros de eticidad) que son el origen del sufrimiento o negatividad de las víctimas. Estos actos
producen resistencia contra la coerción que se ha tornado ilegítima, y no pueden llamarse
violentos —sino ejercicio de la coerción legítima en nombre de nuevos derechos, ante la represión
o coerción ilegítima del Estado de derecho antiguo—. Positivamente, es construcción de la norma,
acto o institución (sólo en las revoluciones un sistema de eticidad completo) que permitan a las
víctimas reproducir y desarrollar sus vidas como plenos participantes simétricos en la toma de
decisiones consensuales factibles. Estos seis momentos indican el proceso abstracto de la praxis
según la Etica de la Liberación.
III. FUNDAMENTACIÓN DE LA ÉTICA DE LA LIBERACIÓN.
Fundamentar racionalmente esta Etica indica el procedimiento por el que se dan razones para
poder afirmar sus principios. Contra el mono-principismo de casi todas las éticas (cada una de ellas
propone un principio, que al fin siempre es necesario, pero no suficiente para justificar toda acción
posible como buena), la Etica de la Liberación propone al menos los seis principios indicados, y
deja abierta la lista para muchos otros. Cada principio se fundamenta (se argumenta) contra
opositores diversos. Así,por ejemplo, el principio moral de la Etica del Discurso se fundamenta
ante el escéptico. Veamos, como ejemplo, los seis principios, con sus tipos de racionalidad y sus
oponentes. a) En primer lugar, en el nivel de la ética material se ejerce una razón ético-material,
que Hinkelammert denomina razón reproductiva, Lévinas razón ética preoriginal, Zubiri
inteligencia de realidad, etc. Esta razón ético-material expresa enunciados de hecho («Los
alimentos son necesarios para la vida») de los que, mediante un argumento conveniente, permite
deducir una obligación ética (contra la llamada falacia naturalista, que aquí estamos fallando), y
por lo tanto un enunciado normativo: «El ser humano, por ser viviente, debe ingerir alimentos».
No es sólo un hecho, es un deber ético —lo contrario sería suicidio—. Los enunciados normativos
ligados a las necesidades de la reproducción y desarrollo básicos de la vida del sujeto humano
tienen pretensión de verdad universal, valen para toda cultura (en cada una de ellas tiene
pretensión de validez y rectitud), orden de valores, y dicen relación a pulsiones de vida y su
cumplimiento fundamental. El que puede pretender refutar este principio ético es el cínico, o el
cinismo de los sabios ascetas 3, que justifica la muerte (o algún tipo de muerte). Sin embargo,
nadie puede justificar la negación de la vida desde la pura muerte, sino que, al final, es por la vida
o algún aspecto de ella por lo que se pretende negarla. Se cae en una contradicción performativa.
b) De la misma manera, en segundo lugar, en el nivel de la moral formal se ejerce una razón moral
discursiva, que se levanta contra el paradigma de la conciencia, de la razón instrumental o
meramente solipsista lingüística. El oponente es el escéptico, al que se le demuestra que cae en
contradicción performativa, ya que no puede argumentar radicalmente contra toda
argumentación, o que al argumentar ya ha presupuesto pretensiones de validez universales. c) Así
también, en tercer lugar, en el nivel de la factibilidad se ejerce una razón instrumental-
estratégica, que si se pretende única y fundamental lleva a caer en la crítica que levantaron contra
ella Horkheimer y Adorno; pero que si se atiene a los principios ético y moral es perfectamente
subsumida en un acto racional mucho más complejo. El oponente al principio de factibilidad ética
u operabilidad es el anarquista, que cree factible lo imposible, y que, por lo tanto, niega el
principio de factibilidad ética, porque niega la posibilidad ética de toda institución. Cae así en
posiciones extremas: o efectúa institucionalmente (el movimiento anarquista) la negación
absoluta de toda institución (la acción directa); o acepta que lo imposible es posible («Si todos
fuéramos sujetos éticamente perfectos las instituciones no serían necesarias»); o afirma que toda
institución siempre es perversa («Toda institución, por disciplinar la acción hacia un fin, es
represión éticamente perversa»). En todos los casos se ha colocado más allá de la historia o ante la
imposibilidad de hacer historia. d) Por su parte, en cuarto lugar, en el nivel de la crítica-ética se
ejerce una razón ético-crítica, cuyo principio (la obligación de criticar el orden que produzca
víctimas y en tanto las produce) es negado por un nuevo oponente: el conservador, que cree que
el sistema vigente es el mejor posible. Un sistema de plausibilidad perfecta, que no necesitara
crítica ni acción alguna tendiente a su legitimación es imposible. Todo sistema histórico y finito
produce necesariamente víctimas (o sería el sistema perfecto, lo que supondría, usando el
argumento de Popper, una inteligencia infinita a velocidad infinita y, además, y no lo dice Popper,
una estructura instintivo-pulsional igualmente perfecta, con lo cual no sería libre, porque desearía
sólo lo más perfecto necesariamente). El conservador a lo P. Berger se contradice
performativamente al intentar argumentar contra toda crítica ética posible del sistema vigente. e)
En quinto lugar, en el nivel de la moral crítica se ejerce una razón crítico-moral, que obliga por su
principio a colaborar racional y argumentativamente con las víctimas contra la validez
hegemónica, dominante o represora; el oponente es el dogmático (del sistema o la vanguardia)
que opina que la comunidad, el sistema o el movimiento al que pertenece (por ejemplo, el Partido
bolchevique de Lenin como criterio de verdad, que ahora llamaríamos vanguardismo dogmático)
está en la verdad y es el único válido. El dogmatismo se contradice performativamente porque
ninguna verdad o validez puede ser absoluta, perfecta, no-falsable por definición. Sería la verdad
o la validez absoluta (y, de nuevo, se necesitaría una inteligencia perfecta a velocidad infinita para
alcanzar de una vez para siempre la identidad de la Realidad y el Pensar, como en Hegel); pero
esto es imposible para la humanidad. Luego toda verdad —en cuanto el acceso a la realidad es
histórica—, y toda validez —en cuanto la intersubjetividad se desarrolla igualmente en la
historia— no sólo puede, sino debe ser falsable en el desarrollo de la historia. Luego, las nuevas
verdades y el logro de nueva validez antihegemónica se levanta sobre la ceniza de las antiguas
verdades y consensualidades hegemónicas. f) Por último, en sexto lugar, en el nivel de la
factibilidad crítica se ejerce una razón liberadora, último momento de la racionalidad (que
subsume todos los anteriores momentos prácticos y teóricos de la razón), y que se ocupa de la
construcción efectiva y real de la eticidad creadora, nueva, que estructura un mundo habitable
para las antiguas víctimas. El oponente al principio-liberación (que obliga a la comunidad crítica a
realizar la alternativa factible que ha decidido consensualmente) es el conservador antiutópico,
que cree que la alternativa posible (la utopía realizable) de las víctimas es el mal absoluto (a lo
Popper en los Enemigos de la sociedad abierta, que en realidad es la ciudad cerrada, vigente y
dominadora). Para el conservador no es posible desde el sistema lo que es posible para la víctima
desde su consensualmente estudiada alternativa factible. Pero el conservador antiutópico se
contradice, porque no puede declararse perversa o peligrosa una alternativa antes de haber
estudiado su factibilidad, y sin embargo la utopía de las víctimas es declarada a priori perversa,
con el argumento de que una anticipación perfecta es imposible. Pero la utopía factible de las
víctimas no pretende ser una anticipación perfecta, sino finita, posible, y el argumento
antiutópico de Popper no demuestra la imposibilidad de la alternativa anticipativa aproximativa (y
no perfecta). Es toda la crítica de la razón utópica.
IV. ORIENTACIONES EN ALGUNOS «FRENTES» DE LIBERACIÓN.
M. Walzer escribe una obra sobre las Esferas de justicia. En un sentido análogo hablaremos de
frentes —en lugar de esferas, porque es una lucha por el reconocimiento— de /liberación. No se
trata de una justicia dada, sino de una justicia por operarse en el futuro con respecto a las víctimas
del presente. Indicaremos, a manera de ejemplo, algunos de estos frentes, para indicar el tipo de
orientaciones generales, abstractas, fundamentales que debe problematizar una Ética de la
Liberación. En cada uno de ellos se deberán aplicar todos los principios y distinciones que hemos
analizado con anterioridad. En el frente ecológico, la vida en la tierra ha sido puesta en peligro de
irreversible extinción. La humanidad va llegando al consenso de que la situación debe
solucionarse. Es en la factibilidad cuando las alternativas son difíciles de adoptar. El sistema
capitalista vigente (que tiende a la valorización del valor, al aumento de ganancia) no puede,
desde sus supuestos, tomar las medidas necesarias para retornar a un equilibrio ecológico. Se
trata entonces de alcanzar una conciencia crítica más radical, considerando a las víctimas: toda la
humanidad en algún nivel, en especial los más pobres y del /Sur, y de manera trágica las
generaciones futuras que recibirán una tierra en vías de extinción de la vida. Es necesario tomar
medidas con validez colectiva, desde la conciencia ética masiva, para que las fábricas, los
gobiernos, los usuarios, transformen radicalmente su modalidad de producir, gobernar y
consumir. Los movimientos ecologistas deberán organizar una praxis de liberación ecológica,
individual, generacional y política, que se enfrente efectivamente a los poderes establecidos
(económico, político, cultural, religioso) para deconstruir lo que origina esta situación, y para crear
nuevas condiciones efectivas. En el frente mundial, desde el comienzo del despliegue del sistema-
mundo, y por la aparición de un mundo colonial, hoy simplemente del capitalismo periférico, la
vida es puesta en cuestión por el empobrecimiento en la mayoría de la humanidad, en especial en
el Sur (el llamado Tercer Mundo). Es necesario crear consenso en cuanto a la necesidad de no
transferir más riqueza del Sur hacia el Norte, por un sistema de explotación (militar, económico,
político, etc.) que expropia vida del Sur para organizar la abundancia en el Norte. La factibilidad de
esta redistribución de las estructuras productivas, de circulación, de servicios, y de consumo, se
encuentra ligada al poder militar del Norte, que defiende sus privilegios por la violencia (desde la
conquista de América Latina a finales del siglo XV). La liberación de la periferia es un movimiento
ético que involucra a los «condenados de la Tierra» —como escribía E. Fanon—. En el frente de la
producción, y después del derrumbe del /socialismo en la Europa del Este (no así en China,
Vietnam, Cuba, etc.), el capital, en su etapa de globalización trasnacional, impone condiciones de
explotación a capitales más débiles (por la competencia), y en especial por un neoliberalismo que
pone en riesgo nuevamente la vida de la humanidad. Se da una continua quiebra de empresas y el
engrosamiento de la marginalidad por el desempleo estructural creciente, grande en el Centro y
mayoritario en la Periferia. Además, y a fin de compensar pérdidas, la fabricación de armas se
transforma en una producción lucrativa, pero que pone en riesgo la vida en una doble dimensión:
por ser producción capitalista y por fabricar instrumentos de muerte. La liberación del sistema
actual, que será gradual o rápido en el futuro, deberá hacer posible la vida sobre la tierra para
todos, y no sólo para los propietarios de los capitales más desarrollados. En el frente propiamente
económico, el capital explota al trabajo obteniendo plusvalor. Nace así una clase obrera, mejor
remunerada en el Centro, peor en la Periferia, pero que comienza a sufrir la presión creciente del
desempleo. Masas marginales atemorizan a los que son explotados, pero tienen un salario —que
de todas maneras pierde cada vez más su valor—. La liberación de las clases asalariadas, por la
transformación del sistema económico que se ha impuesto mundialmente después de cinco siglos,
exige extrema creatividad, también para poder imaginar un sistema donde las masas de
desempleados excluidos vuelvan a ser sujetos productivos. En el frente político la consensualidad
democrática es puesta en cuestión continuamente por el ejercicio despótico y cada vez más
corrompido de unos pocos (oligarquías) y la exclusión de las mayorías afectadas en la participación
de las decisiones que tienen que ver sobre sus vidas. La liberación supone la organización de
partidos políticos críticos que sepan formular el origen de tantas injusticias en el sistema vigente,
que sepan, desde el poder, deconstruir esas estructuras, para realizar las exigidas por la
negatividad de las víctimas. En el frente social los movimientos populares deben defender la
reproducción honorable de sus vidas, por medio de organismos críticos (sindicatos en los sectores
productivos, grupos vecinales, de consumidores, de productores pequeños, etc.) que, como
comunidades de presión y práctica realizativa, no sólo creen conciencia, analicen los aspectos
negativos en cada nivel y generen alternativas, sino tengan la capacidad de realizarlas. En el frente
del género, los movimientos feministas han desafiado el patriarcalismo machista. Será necesario
igualmente reformular la masculinidad para generar una nueva pareja, una nueva familia, donde la
dominación sexual sea transformada por una relación cumplida, no reprimida o patológica, donde
el principio del placer sea manejado, sin evitar su necesaria tensión, en relación al principio de
realidad. La liberación de la libido es un momento central de las alternativas necesarias para la
constitución de una subjetividad humana responsable y creativa.
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E. Dussel