Professional Documents
Culture Documents
El dar nombre a algo no implica sin más que ese algo conlleve una descripción o
una definición clara y unívoca. Cuanto más frecuente es el uso de una
denominación concreta, más probabilidad hay de que vaya adquiriendo sentidos
diferentes. La denominación de retórica no se aplica a algo que pueda definirse o
delimitarse sin más. La retórica es un lugar, un topos -por usar un término retórico-
, una especie de hogar que reúne en su torno narraciones diferentes, o un parque
de recreo en el que cada uno juega su juego. El filólogo noruego Øivind Andersen
publicó en 1995 uno de los mejores libros sobre la evolución y los diferentes
aspectos de la retórica que hayan visto la luz durante los últimos años. Ha dado el
autor nórdico a su libro el sugestivo título de "En la pradera de la retórica» (I
retorikkens hage, Andersen [1995]). La comparación entre la retórica y una
pradera en la que proliferan plantas y flores de diversas especies y en donde
muchos tipos diferentes de actividades pueden tener lugar, es sumamente acertada
y ha inspirado el subtítulo de mi artículo.
Hablar y decir
La retórica ha venido a concentrarse cada vez más, durante los siglos transcurridos
desde su creación, en el aspecto del decir, más bien que en el aspecto del hablar.
Haciendo otra distinción más, es de notar también cómo el análisis de lo dicho, que
propiamente es objeto de la poética y de la estilística, ha atraído mayor interés que
el estudio del propio decir. Durante el siglo XIX, el interés de los estudiosos de la
retórica se concentró casi exclusivamente en la teoría de las figuras, a despecho de
las otras partes de la retórica (inventio, dispositio, elocutio, memoria, etc.). Lo
primero en el conocimiento es lo último en el ser. Yo quiero hacer resaltar aquí el
aspecto hablante como fundamentador del aspecto dicente y el acto de decir como
creador de lo fácticamente dicho. Dicho en orden inverso: distingo entre el arte y
su producto, la acción de pintar del cuadro pintado, haciendo así que el interés por
lo especialmente dicho quede en tercer lugar; pero además doy prioridad al acto de
hablar como tal sobre el acto de decir, retrotrayendo así la comprensión de la
retórica a su origen genuino que es el habla, la oralidad.
El origen de la retórica como materia de estudio se halla ceñido a una paradoja,
pues resi-diendo dicho origen, de un lado, en la facultad humana de hablar, no se
convierte propiamente en objeto de estudio hasta que el alfabeto y la lengua escrita
han quedado establecidas, convirtiendo al acto de hablar en algo no sólo audible,
sino visible, analizable y planificable. Gracias a la lengua escrita surge la reflexion
sobre el hablar que lleva el nombre de Retórica. Lo cual hace a la retórica como
disciplina depender de la lengua escrita de un modo que atenta a la esencia de la
retórica misma, pues la lengua hablada es el uso directo de una facultad humana y
con ello una acción, mientras que la escritura (especialmente la escritura alfabética
inventada 700 años antes de Cristo) es una tecnología. En este hecho reside la
tecnificación de la retórica y su transformación en instrumento de manipulación.
«La invención de la imprenta, con ser importante, no es fundamental, si se compara
con la invención de las letras», escribe Hobbes en su Leviatán. Sin lengua escrita,
ni la imprenta ni la ciencia habrían surgido, ni mucho menos se habrían divulgado.
Por eso califica Walter J. Ong (Ong [1982]) a la escritura como tecnología y no
sólo como técnica. Lo que diferencia a la tecnología de la mera técnica, según Neil
Postman (Postman [1992]) es que la técnica, el mero uso de un instrumento,
resuelve problemas determinados y realiza tareas previstas, mientras que la
tecnología va más alla de nuestras intenciones, transformando las estructuras que
determinan nuestra forma de pensar y de actuar. Con la técnica hacemos algo, la
tecnología en cambio hace algo con nosotros. Lo cual no supone que el lenguaje
escrito no tenga que ver con la retórica, pero una comprensión propia y profunda
de la retórica supone el restablecimiento de la lengua hablada como el fundamento
a partir del cual también se comprende la lengua escrita. La alfabetización, que
tantas ventajas aporta a la humanidad, transforma radicalmente, al mismo tiempo,
nuestra mentalidad.
Pero una investigación teórica acerca de un arte puede a su vez dar lugar a dos
actitudes científicas que suelen denominarse ciencia descriptiva y
ciencia normativa. No es lo mismo describir que prescribir. La Retórica comparte
esa ambigüedad científica con la Lógica. Al incluir el arte el buen resultado en su
propio concepto, podemos preguntar si estudiamos un arte para describir cómo se
practica algo o para prescribir esa práctica. Nos hallamos ante la diferencia entre
el ser y el deber ser del arte. Hacer de la retórica una técnica, estipulando un
sistema de reglas que aplicamos conscientemente en determinadas situaciones de
habla, es una tentación que ha dado y da todavía lugar a muchos cursos y a muchos
manuales de retórica. Por otra parte sabemos, sin embargo, que aquello que mejor
hacemos lo hacemos inconscientemente y por hábito. Cuando la técnica domina
sobre el arte, cuando aceptamos de antemano una regla de acción, somos víctimas
de un fundamentalismo que contradice sus propias intenciones. Pues la finalidad
de la retórica debiera ser la de contribuir, mediante una reflexión consciente, a
alcanzar una habilidad de actuación que no necesite seguir regla alguna. Se trata
de asimilar, no de acumular conocimiento.
Esto significa que la retórica no tiene por qué crear técnicas que dicten modos de
actuar en situaciones previstas, todavía no actualizadas. Lo que sí hace es
proporcionarnos reflexiones y experiencias que son aprovechables para las
situaciones concretas, a menudo imprevistas, que se presenten. Esas reflexiones y
experiencias pueden quizá asemejarse a las reglas técnicas, pero no son más que
meros consejos o advertencias. Se trata de recomendaciones o indicaciones de
aquello que debe tenerse en cuenta o aquello en lo que se debe pensar para actuar
en situaciones futuras(2). Es empero la propia situación la que determina lo
conveniente. Esto actualiza la consideración del concepto griego de kairós. Como
dice el catedrático de retórica danés Christian Kock: «La materia concreta y la
situación concreta determinan la totalidad del discurso en cuestión, la cual a su vez
determina sus partes. Solamente comprendiendo lo que es el kairós puede el
retórico producir una expresión en la que las partes sean el todo, una acción
coordinada y relevante para una situación». «No es buena retórica seguir un
procedimiento fijo, con un inventario fijo de figuras y recursos retóricos».
También yo he estudiado la función del concepto de kairós en un contexto
semejante (Ramírez [1995a] pág. 166 ss.). Tras el concepto de kairós - que
Christian Kock relaciona con un uso empírico prudente y yo con la prudencia en
la elección y en la actuación-, se oculta el concepto aristotélico de frónêsis, que es
la virtud intelectual de la prudencia en el obrar, el buen juicio. Sería interesante
considerar por qué Aristóteles llamaba a la Retórica téchnê y no frónêsis, pero ello
nos apartaría demasiado de nuestro razonamiento. Todo estudioso de retórica debe
saber que todo discurso muestra mucho más de lo que dice. Mi lectura de
Aristóteles me hizo comprender -aunque el Filósofo no lo diga explícitamente- que
la retórica es frónêsis, prudencia en el uso de la palabra, y no mera téchnê o
habilidad oratoria. Ello reside en la propia naturaleza del arte, tal y como yo la he
descrito antes. Lo que hace artista a un pintor de cuadros no es su conocimiento de
la técnica del color y del uso de los pinceles y otros instrumentos, que desde luego
son conocimientos útiles para él. El arte propiamente dicho reside en la prudencia
de utilizar esas técnicas y esos instrumentos para dar expresión a aquello que el
artista, aquí y ahora, desea expresar. La retórica que Aristóteles calificó
de téchnê no es algo que haya que seguir al pie de la letra, sino algo que hay que
utilizar con prudencia para lograr un buen resultado. El arte elige la técnica y el
uso adecuados. Y ese uso prudencial supone que la propia técnica se va ampliando
y perfeccionando, mediante nuevas intuiciones y nuevos ejemplos. Se trata pues
más bien de heurística que de metodología. Pero para distinguir entre lo que se
quiere expresar y el modo concreto o material de expresarlo es necesario tener
clara la distinción conceptual entre el hacer y el obrar o actuar, que en
terminología aristotélica es distinguir entre poíêsis y prãxis. Pero esa distinción ha
desaparecido con la instrumentalización nuestra mentalidad y de nuestra cultura
(Ramírez [1995])(3).
«Está claro por qué razón el ser humano es un animal social en mayor medida que
cualquier abeja o cualquier animal gregario: la naturaleza no hace -como es usual
decir- nada en vano y entre los animales solamente el ser humano está en posesión
de lógos. El sonido producido por la voz es signo de dolor y de placer y por eso
también los animales lo tienen, pues su naturaleza les permite sentir dolor y placer
y dar a conocer ese sentimiento entre ellos; pero el lógospermite manifestar lo
provechoso y lo nocivo, así como lo justo y lo injusto siendo atributo exclusivo del
ser humano, a diferencia de otros animales, el tener conocimiento de lo bueno y lo
malo, lo justo y lo injusto, etc. Y la participación en estas cosas es lo que da su
origen a la sociedad doméstica y a la sociedad civil.»
La primacía de la práctica
Retórica y filosofía
Es sin embargo Isócrates, más bien que Aristóteles, quien en la Atenas del siglo V
a. de Cr. defendía la íntima relación entre la filosofía y la retórica. El ideal de su
escuela era la formación humana o paideía y esa formación se alcanzaba mediante
una comprensión (frónêsis) que conlleva la facultad de elegir lo justo y de ser
convincente en cada situación concreta (kairós). Para Isócrates es kairós uno de
los conceptos centrales de la retórica. Pero debemos a Aristóteles el desarrollo de
la concepción de ciudadanía (polîteía) y de comunidad (koinõnía). En su obra
encontramos conceptos y elementos para una discusión moderna acerca de una
sociedad del bienestar de carácter totalmente diferente al modelo de sociedad
consumista y pesetero que nos ha tocado en suerte vivir.
La retórica de la retórica
La retórica abarca una pluralidad de aspectos y no resiste que se la escinda sin que
su núcleo esencial se pierda. Si pensamos, por ejemplo, en los tres elementos
clásicos de la retórica que constituyen la base de todo discurso convincente (ethos,
pathos, lógos) éstos no pueden ser utilizados cada uno de por sí, excluyendo a los
otros, sin que el objetivo se vea malogrado. La efectividad retórica se determina
mediante la atención coordenada a esos tres elementos inseparables. Algo
semejante sucede con las partes tradicionales de la retórica, conocidas desde
Herenio: inventio, dispositio, elocutio, memoria, pronunciatio. Si se toman en
consideración como partes separadas e independientes, el discurso pierde su vigor
y efecto. El orden del discurso o dispositio y su desarrollo práctico
o elocutio exigen creatividad y genio (inventio), la inventiva no puede existir sin
la memoria, y así sucesivamente. Esos elementos retóricos integrados en una
totalidad no constituyen meras reglas sino que son llamadas de atención o
sugerencias acerca de lo que es preciso tener en cuenta para analizar, entender o
preparar situaciones de habla. Una preparación excesiva daña sim embargo la
calidad del discurso. Un acto de habla resulta a menudo mejor si se desarrolla de
una manera espontánea basada en una larga experiencia. De la abundancia del
corazón habla la lengua. Estar dispuesto es más importante que estar preparado.
NOTAS
1. El teorizar sobre un arte supone, sin embargo, a su vez un nuevo arte: el arte de
teorizar, es decir el arte de formular y describir lo que se piensa de manera
adecuada, inteligible y convincente.
2. Cabe por lo tanto hablar más bien de heurística que de método predeterminado.
4. Es cierto que añade kaì t_n áll_n («y todo lo demás» o etcétera), pero lo
significativo es que destaca los valores de la razón práctica y deja en el anonimato
a los de la razón teórica.
6. En Dinamarca, donde ha habido más sensibilidad para estas cosas, hay una
institución en Copenhague que se denomina Institución de Filosofía, Pedagogía y
Retórica. Quintiliano se sentiría muy a gusto.
7. Véase p. ej. su Logic of preference de 1963, o Norm and Action, que ha sido
publicada al castellano por la editorial Tecnos en 1970 con el título de «Norma y
acción. Una investigación lógica».
Referencias bibliográficas
Aristoteles, La Política.
Ong, Walter J. [1982] Orality and literacy. The technologizing of the word,
Methuen & Co Ltd, London.
Ramírez, José Luis (red.) [1995c] Retorik och samhälle («Retórica y sociedad»),
Nordplan Rapport 1995:2, Stockholm.