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El valor de las cosas

Posted on 2014/02/10 by Rita U

Criterios de valoración antes de


restaurar un
objeto.
(català)
Cuando explico que soy restauradora de papel, la pregunta está asegurada: “¿Y qué
haces cuando falta un trozo?”. La reintegración es probablemente lo más controvertido
de una restauración, porque exige el establecimiento de un criterio para tratar la
ausencia, y eso implica posicionarse en cuestiones nada banales:
Cuál es el valor o significado del objeto, cuán único es y cuál es su función (o la de la
parte afectada) y a partir de aquí, y teniendo en cuenta su estado de conservación, los
restauradores buscamos el criterio más adecuado para cada intervención.

El valor o significado del objeto quiere decir:


Que si hoy apareciesen dos manuscritos inéditos, el primero del puño y letra de Gaudí
dando unas instrucciones concisas de cómo terminar la Sagrada Familia; y el segundo
una lista de los operarios que en ella trabajaban, lo vemos muy claro: sucumbimos al
inevitable fetichismo en el primer caso, considerando cada trazo, cada mancha obras
casi divinas; mientras que en el segundo sólo nos interesaría el contenido, o por
desgracia ni eso.

Libro con bala. El suceso histórico asociado a este


objeto hace variar su valor y significado originales.

Entonces en el significado hay que dar cabida a la antigüedad, el contexto histórico,


por descontado la calidad artística, si la tiene; y por último el valor de sus materiales
(piedras preciosas, papel, piel…); y estas cuatro cosas lo harían más o menos
significativo, o valioso.

El valor es intangible, ya que las sociedades tenemos gustos y valores cambiantes, en el


tiempo y en los territorios; y ya no hablemos de los individuos. Es una cuestión
subjetiva y mutable, por mucho que no empeñemos en hacer tasaciones y mirar récords
de ventas en Christie’s.

Cuán único es parece obvio: Si hay sólo uno (original) no será lo mismo que si
disponemos de varios ejemplares de la misma categoría. Es más complejo de lo que
parece si tenemos en cuenta la reproducibilidad de las fotografías y de los grabados o
impresos, aunque ahora no entraré en detalles. A grandes rasgos, lo que haya hecho la
mano humana será normalmente más único que lo que haya hecho una máquina.

La función es casi automática si la obra está altamente valorada en los dos anteriores
(muy significativo, muy único): estará destinada a ser conservada y adorada tanto si es
una mierda en conserva como si se trata del beato de Liébana de Gerona. En muchos
casos la función primigenia para la que fuera creado quedará relegada a un segundo
plano.

Libro transformado en arte (desconocemos qué


opina el autor del libro sobre el valor artístico de
esta obra!)

Cuanto menos insigne sea el objeto, más tendremos en cuenta su función originaria;
aunque no siempre.

Un libro sirve para ser leído, es un desplegable portátil de palabras. Si no se abre y se


cierra, ya no funciona; como tampoco si no se puede leer el texto o las hojas se pierden.
Igual que una caja sirve para guardar cosas, un teatrino para jugar, un abanico para
abanicarse…
Banco hecho de libros.

Estas funciones seguirán siendo vigentes para objetos menos notorios. Pero también
pueden adquirir una nueva función: acuñar una mesa, ser parte integrante de una
performance…

¡Ojo! Porque objetos idénticos pueden tener funciones diferentes: la atribución es


arbitraria, o subjetiva, aunque tal afirmación no satisfaga a quien quiera una respuesta
pautable y concisa. Por ejemplo: dos ediciones idénticas del mismo libro, con la misma
encuadernación y desperfectos similares. Uno de ellos se conserva en una vitrina como
pieza emblemática de un museo, mientras que el otro es una herramienta de consulta no
restringida en una biblioteca pública. Puede que el primero haya tenido una historia que
le confiere un significado especial: su propietario, unas notas manuscritas en un margen,
que forma parte de un suceso histórico concreto… tendrá el valor que le otorgue su
custodio, la sociedad. Si el segundo libro no tiene ninguno de estos atributos se le
exigirá más estrictamente que cumpla con la función original.

El restaurador debería entender qué función se le atribuye al objeto para aplicar


un criterio de acuerdo con ésta, ni por exceso, ni por defecto. Como profesional
independiente, es un ejercicio que debo revisar para cada encargo, porque incluso dentro
de una misma colección (o cliente) los criterios de actuación pueden variar.

Ya parto de la base que mi punto de vista apenas satisfará hoy a una mayoría; y que no
sabemos mañana qué se valorará más o no… Procuraré tenerlo claro yo para justificar
mis intervenciones, y si estoy convencida en un 80% ya me parecerá un éxito (se
entiende ahora porque los restauradores hablamos tanto de hacer intervenciones
reversibles, que se puedan deshacer).

Acostumbro a decir que cuánto más fácil sea deducir lo que faltaba, más legítimo sería
que el restaurador acometiera su reintegración intentando que pase inadvertida. Sería
como decir que cuán menos relevante sea la pérdida (considerando aquí los tres
conceptos antes mencionados para el objeto dañado) más licencia tendría el restaurador
para “terminarla”, más asumible el posible error en su hipótesis. Y se debería incluir un
último aspecto, y es el tamaño, ¡que sí que importa! porque cuánto mayor sea la laguna
o más áreas afecte, menos lícito sería presuponer su aspecto.
La venus de Milo, por ejemplo: a ningún restaurador en sus cabales se le ocurriría
terminarle los brazos… ¿Qué hacía esta joven? ¿Quién podría tener la certeza? ¿Quién
osaría ponerse a la altura del artista para hacer una aproximación, aún y admitiendo que
se tratara de una hipótesis? O ¿qué iluminado modificaría la auténtica para darle un
nuevo punto de vista? Tiene tanto significado por ella misma, tal como es, que
“funciona” aún y amputada, nadie considera que se haya estropeado. A saber si hace dos
mil años este pedazo de mármol era un toallero, o tenía otra función (religiosa, cultural)
que sobrepasaba la “meramente” artística… El valor y el significado que le atribuimos
hoy veta cualquier intento de “arreglarla” o “mejorarla”, porque ya va sola tal como es.

Para establecer el criterio ante una intervención, recurro a una especie de tabla de
controles, como la de los ecualizadores de sonido:

 Valor alto/significativo <-> valor bajo / menos


significativo
 Único <-> Repetido / reproducido / reproducible
 Funciona <-> No funciona
 Agujero grande <-> Agujero pequeño
 Ejecución posible / viable <-> Ejecución
compleja / costosa
Y cada objeto tiene una mezcla característica de todos ellos, que determina cuán
legítimo es resolver la laguna, y cómo.

Puesto que una restauración es una intervención humana y en nuestra sociedad todo se
acaba valorando con dinero, el último factor incluye cuánto cuesta la hipotética
resolución de la laguna. Midámoslo en tiempo, en recursos o en euros… al final todo es
lo mismo. Y, guste o no, el esfuerzo asumible en cada caso vendrá determinado por el
valor del objeto.

Los casos más divertidos de resolver, para mí, son los de entre medio: los tirando a
ordinarios pero con un punto de distinción. Son los que permiten echar mano pero que
no exigen el rigor (¡y el horror!) de una pieza insigne; los que demandan un tratamiento
más allá del meramente estructural, pero que no son lo suficientemente emblemáticos
para dejarme a mi como una restauradora de Milo: sin brazos.

Tenía un puñado de ejemplos de lagunas


reintegradas para ilustrar esta explicación, pero
me ha quedado tan densa que lo dejo para
próximas publicaciones!

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