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El impacto que significó la obra de Gabriel García Márquez en la historia de la literatura

colombiana es innegable. Tan solo su figura creó todo un fenómeno de diversas aristas.
Muchos escritores se vieron opacados por su sombra, como si su Macondo fuera la propia
metáfora del árbol homónimo. Otros recibieron el título, en las propias palabras del escritor,
de sus sucesores, aquellos que recibirían la antorcha del novel y hasta se habla de una
generación post García Márquez. En otras palabras, representa un antes y un después para la
literatura del siglo XX en nuestro país. La publicación de su obra más emblemática Cien años
de soledad en 1967 lo fijo como miembro del Boom latinoamericano, el controvertido
movimiento que dividía su concepción en una simple maroma publicitaria o la consolidación
de la literatura latinoamericana en el panorama internacional.

La robustez es quizá una de las principales características de Cien años de soledad, por
supuesto, no sólo por su número de páginas sino por la manera en que traza una
intertextualidad literaria e histórica, en la que la ruptura con que se define su aparición en la
tradición de las letras colombianas es más bien un compendio de ella. La invención de
Macondo es el eje central de esa vuelta al pasado y resignificación del mismo.1 Su
intertextualidad más inmediata es a la biblia y al mito del origen de Adán y Eva.
Macondo se representa como la Arcadia: un mundo pretérito anterior a la historia, a la muerte,
con referencias a la primera pareja, al viaje, al tabú que se viola, a la búsqueda de la realidad,
a la creación de la familia, al primer acoplamiento sexual y al nacimiento de los seres
humanos. (Osorio Soto, M. y Carvajal Córdoba, E., 2015, 123)

Se retorna a la pareja príncipe, encarnados en Úrsula José Arcadio, y se reitera el pecado, en


este caso de consanguinidad (p. 123) El mito de la pareja que huye del paraíso se reconstruye
y se resignifica con la actualización del mismo, sin embargo, si la creación de macondo
retoma el texto bíblico no se sitúa en el origen de los tiempos también.
más allá de este tiempo mítico, la narrativa del escritor colombiano se desarrolla en dos planos
en los que se combinan elementos de la realidad metafísica y la sociológica (Rama, 1991, p.
76). Así, en el universo narrativo de Cien años de soledad, lo mítico y lo histórico se sirven
entre sí para explicarse, y si bien la Biblia funciona como un intertexto, el cruce de indicios
permite ubicar la historia de Macondo en la Conquista y su nacimiento hacia finales de la
Colonia. (pág. 123)

1
Osorio Soto, M. y Carvajal Córdoba, E. (2015) Deslizamientos entre la transgresión y la
historia en Cien años de soledad. Estudios de Literatura Colombiana, 37, 121-136.
Si bien existe un retorno a la reescritura del mito, la analogía de Macondo y el Edén nace en
un espacio del tiempo que comprende la Conquista y la Colonia, al menos, en su origen y es
desde aquí que tiene lugar el éxodo de la pareja. La tradición que recoge Cien años de soledad
se remite en primer lugar al texto bíblico. Pero no se agota aquí. El relato de la cola de cerdo,
producto del incesto y marca del pecado, hace una nueva conexión intertextual entre la novela
y los relatos del Descubrimiento que se movían entre la historia y la ficción fantasiosa.
Así, el Diario [1492] de Cristóbal Colón (c. 1451-1506), la pieza más antigua de esta
literatura, es también la primera muestra de los recursos imaginativos a los que tuvo que
apelar el aventurero genovés para que los Reyes Católicos le creyeran la grandeza de sus
descubrimientos. El mismo Colón, al llegar a la Isla de Cuba, hace levantar un acta en la que
certifica que “los habitantes de una isla cercana tenían rabos de más de ocho dedos de largo”
(Ramírez, 2007, p. 531). Otro cronista, Pedro Mártir de Anglería (1455-1526), relata sobre
seres provistos de colas duras y alzadas, por lo que no podían sentarse más que en asientos
con agujeros. (pág. 124)

Además de la dicotomía historia-ficción la novela vuelve su mirada al momento


conquistador representando en la figura del José Arcadio Buendía una estrecha relación con
Cristóbal Colón. El primero es también un patriarca que le corresponde ordenar y organizar
la sociedad (pág. 125), a su vez, que siente una inclinación por “la fiebre del oro, el interés
por la geografía, la astronomía y los instrumentos de navegación” (pág. 125) Ambos se siente
atraídos por lo exótico y lo desconocido.

Del mito del origen de Macondo, al paso por las conexiones conquistadoras y coloniales, en
la novela se traza un nuevo momento que se enlaza con la época de convulsiones sociales
comprendidas entre las décadas del cuarenta del siglo XIX y XX (pág. 130). Las grandes
reformas liberales reflejadas en la Constitución de 1854, las ideas socialistas de Rafael Uribe
Uribe y la organización sindical finalizada con la muerte de Jorge Eliecer Gaitán (como se
cita en Osorio Soto, M. y Carvajal Córdoba, E., 2015, pág. 131) guardan una estrecha relación
con los movimientos armados presentes en Cien años de soledad. “A partir de esta relación,
entendemos que el destino de los hijos del coronel Aureliano Buendía en Macondo también
es la representación de la tragedia de los líderes de la insurgencia en Colombia” (pág. 131).

En el último estadio trabajado María Eugenia Osorio y Edwin Carvajal, el tema de la masacre
y de la neocolonización se abre paso en la novela. El tiempo edénico se va diluyendo en el
transcurso de las guerras liberales, que, a su vez, sirven de transición al siglo XX y las
coyunturas del momento y el territorio, en las que se enmarca el capitalismo y las empresas
extranjeras que desembocan en la masacre narrada por la novela. Las figuras de la violencia
y el olvido cierran la ruptura entre ese tiempo mítico para adentrarse en aspectos sociológicos
e históricos del país (p. 132). El momento narrativo trata la clase obrera colombiana y sus
incipientes formas de organización (como se cita en Osorio Soto, M. y Carvajal Córdoba, E.,
2015, pág. 133). La rebeldía con que se concebía las insurrecciones obreras y, la represión y
corrupción conjunto de las empresas y el estado insertas en la historia se ficcionalizan y
enmarcan en la novela de García Márquez.

Este momento es retomado por la tesis de Alfredo Laverde2, en el que el país vivía un
momento en el que históricamente las relaciones coloniales se quiebran y surge un
antagonismo por los derechos laborales entre los trabajadores y las multinacionales, quienes
fungían como Estados dentro del Estado mismo por su creciente poder (p. 109). Las
condiciones sociales indudablemente influyeron en las producciones literarias que en
palabras de Laverde:

Es en este contexto en el que surgen las primeras manifestaciones de la novela social


desprendidas del naturalismo pero con clara tendencia a la experimentación vanguardista.
Esta combinación dio origen a un realismo denominado “crítico” por Ángel Rama que en
Colombia, al igual que en el continente, se declaraba incondicionalmente comprometido con
el mejoramiento de la vida de los colombianos y denunciaba las diversas situaciones de
explotación de los obreros y campesinos a lo largo y ancho del país. (p. 112)

En esa tradición se inscribe La vorágine de José Eustasio Rivera, en la que se denuncian las
injusticias de la empresa privada, la indiferencia del estado, la explotación de los indígenas
y el saqueo de la selva. La novela social ejerce entonces la función de denuncia frente a esa
explotación, a la injusticia social y la lucha ideológica. Pero su dinámica se fue agotando
poco a poco hasta superase como movimiento en el mundo, pero en Colombia se perpetuó
debido a la violencia, aquel conflicto entre liberales y conservadores entre los años de 1946
y 1968 (Laverde, 2006). Esta novela tenía una férrea filiación institucional y compromiso
político como principales características (p. 115) y, estéticamente, su escritura en muchos se
era notable por su baja calidad.

2
Laverde Ospina, A. (2006) Afinidades y oposiciones en la narrativa colombiana. (Tesis doctoral)
Universidad de Sao Pablo. Sao Pablo. Brasil.
Poco a poco se frente a esa calidad de la literatura de la violencia se comienzan a dividir los
escritores entre los regionalistas y los cosmopolitas. La nueva generación de escritores,
especialmente los provenientes del grupo de Barranquilla, se oponían al nacionalismo
literario conservador. La Hojarasca es un fruto de ello y de aquí en adelante su obra
representará esa oposición rotunda a la generación anterior, ya que para él “la literatura es
ante todo imaginativa y bajo ninguna circunstancia deba someterse a exigencias del
compromiso o del realismo socialista (Laverde, p. 125). La publicación de El coronel no
tiene quien le escriba es el sello ya de una madurez literaria que para el autor citado encontrar
que “estas dos novelas se constituyen en verdaderas relecturas de lo que García Márquez
denominó en su columna sobre José Félix Fuenmayor “legítimo costumbrismo” que “saca a
flote nuestras características nacionales” (p. 162), sin problema podemos sumar Cien años
de soledad a tal producción. El cosmopolitismo es usado como forma de innovación
estilística y narrativa, sin embargo, la esencia de la novela como tal es evidentemente
nacional también pero legítimo en oposición a la novela inmediatista de la violencia.

La obra de Gabriel García Márquez es un paradigma en la historia de la literatura colombiana.


En el caso específico de Cien años de soledad además de sus innovaciones estéticas más
evidentes que lo relacionan con su cosmopolitismo, encontramos que la novela es un robusto
compendio de una gran tradición histórica y cultural. Los vemos con el origen mismo de
Macondo y la pareja original que, retoma el mito cristiano de la creación y Adán y Eva
remontándose al mito bíblico y lo resignificándolo. Pero temporalmente se inscribe en la
historia del territorio de la Conquista y la Colonia, en que figuras como la de José Arcadio
Buendía guarda una estrecha relación con la de Cristóbal Colón. La novela que parte de aquí
para hacer un recorrido por la convulsa época de las revoluciones liberales que encarnan los
descendientes de José Arcadio y, para luego, llegar hasta los conflictos sociales del siglo XX.
Las innovaciones que supone la obra de García Márquez no es negar de ninguna manera la
tradición sino, por el contrario, es el nuevo tratamiento del pasado con estilo característico
que cuidaba de igual manera la forma y fondo de literatura, la principal oposición a las
producciones denominadas de la Violencia y de la novela social.

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