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El comunismo y Colombia

Intervención del investigador Eduardo Mackenzie en el marco del coloquio sobre comunismo
realizado el 7 de noviembre de 2013 en la Universidad Sergio Arboleda, de Bogotá.

Eduardo Mackenzie

Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

Enero 26 de 2013

El título de mi charla es “el comunismo y Colombia”. Nótese que no digo “El comunismo en
Colombia”, pues eso haría pensar que voy a hacer la historia del comunismo en Colombia y ese
no es el objetivo de mi charla. Tampoco digo “El comunismo de Colombia” pues eso sugeriría
que hay un comunismo autóctono, que surge de las entrañas mismas de un país y que tiene una
vida propia. Eso no es cierto. El comunismo leninista nunca funcionó de esa manera. El
comunismo y las Farc, su expresión armada e ilegal en Colombia, no surgieron como fruto de la
lucha de clases, ni como resultado de una evolución particular de la sociedad. Las Farc tampoco
surgieron de una “revuelta campesina” como algunos pretenden. Esas dos entidades fueron
únicamente en resultado de decisiones de un partido político, tomadas a espaldas del pueblo
colombiano.

El comunismo moderno es un partido mundial, con un centro de dirección único, con una
ideología y unos métodos particulares, con secciones nacionales que dependen y reciben
instrucciones del centro único. Eso fue así al menos hasta cuando hubo la escisión chino-
soviética y, sobre todo, hasta cuando se derrumbó el muro de Berlín, en 1989, y la URSS
implosionó, en 1991. Obviamente, el comunismo actual está en ruinas pero esas ruinas buscan
un nuevo centro. Pero eso es otro tema.

Gracias a la disolución de la URSS y de la apertura de los archivos soviéticos y de la internacional


comunista, rápidamente controlados, hoy sabemos mucho más acerca del comunismo real. La
lectura de los archivos confirmó, sin embargo, muchas cosas que ya se sabían, gracias a
testimonios de víctimas del comunismo o de comunistas que pasaron al campo de la libertad.
Pero también muchos otros episodios fueron descubiertos.

En Colombia, como en todo el continente latinoamericano, conocemos muy mal el tema del
comunismo. Pues el trabajo de los investigadores e historiadores ha sido escaso y porque los
marxistas instalados ponen trabas al avance de la verdad en ese campo.

Mi intervención se llama “El comunismo y Colombia”, pues esa fórmula refleja bien el punto de
vista al que quiero ir. Muestra, en primer lugar, que hay dos entidades diferentes, antagónicas y
en lucha la una contra la otra. De un lado está Colombia, con sus ciudadanos, sus instituciones,
su economía, sus tradiciones, su vida espiritual y religiosa, que lucha por la continuidad de sus
libertades, perfectas o imperfectas, y de su desarrollo económico, y del otro está el comunismo,
en sus diversas variantes y caretas, que trata de abolir la libertad y desmantelar la economía
para instaurar un sistema ruinoso y absurdo y que utiliza para ello todo tipo de crímenes y
mentiras. Es lo que ellos llaman “combinar todas las formas de lucha”, una táctica inventada por
Lenin en 1906.

Otra precisión: no trataré aquí el comunismo como una corriente política, ni como un partido
como los demás. No lo haré pues el

Juan Manuel Santos e Iván Ríos, en el Caguán

Juan Manuel Santos e Iván Ríos, en el Caguán

comunismo nunca fue eso, no fue un partido como los demás. Esto es algo que se olvida en
Colombia y que deberíamos saber muy bien, sobre todo aquellos que creen que las
negociaciones con las Farc, creación soviética de la Guerra Fría –aunque la implantación
comunista era muy anterior–, serán benéficas para Colombia. Es algo que deberían saber
quiénes se preguntan por qué las negociaciones con esa gente nunca trajeron la paz y por qué
los diálogos actuales en La Habana, tras más de un año de contactos visibles, están en un
callejón sin salida y siguen siendo como una espada de Damocles sobre Colombia, a pesar de lo
que dice el presidente Santos.

El comunismo fue y es un sistema de gobierno totalitario, de partido único. Hablaré aquí de


algo más específico: del comunismo moderno como enfermedad social, como anomalía
histórica, en el sentido de que tuvo un comienzo y tendrá un fin, como todo, mientras que los
sistemas democráticos tienden, por el contrario, a avanzar y a consolidarse en el tiempo y en los
espacios geográficos más amplios.

El bolchevismo aspira al poder y utiliza obligatoriamente la violencia más extrema y más vasta
para alcanzar sus fines. El se convierte rápidamente en régimen criminal. Antes de ser gobierno
esconde sus objetivos. Solo en sus textos y discusiones más secretas menciona la destrucción
del pluralismo, de las libertades. El comunismo pretende abolir la sociedad “burguesa” para
construir el “hombre nuevo”: un individuo privado de derechos, de familia, de aspiraciones, y
que no puede resistir ni oponerse al sistema. Por eso millones de ellos murieron y mueren por
oponerse. Otros aceptan colaborar con ese sistema y refuerzan la maquinaria de matar. Otros,
sin ser ni lo uno ni lo otro, también son liquidados pues el poder les puso la etiqueta de
“enemigos del pueblo”.

De un lado está Colombia, con sus ciudadanos e instituciones. Del otro está el comunismo, con
su combinación de todas las formas de lucha

De un lado está Colombia, con sus ciudadanos e instituciones. Del otro está el comunismo, con
su combinación de todas las formas de lucha

El comunismo como enfermedad social, como un cáncer social, que ha exterminado a millones
de personas inocentes, no es un concepto mío. El inventor de ese enfoque se llama Alexander
Yakovlev, quien no era exactamente un anticomunista primario, ni un fascista. Era un jefe
soviético que ingresó a ese partido en 1943, que fue miembro del comité central y terminó como
eminente consejero de Mijaíl Gorbachov. De hecho, Yakovlev fue el mayor ideólogo de la
perestroika y de la glasnost. Fue un comunista que vio desde dentro lo que era realmente ese
sistema y que optó por la democracia, aún siendo miembro del PCUS. Por sus actitudes fue
retirado del poder y enviado, en 1973, a Canadá como embajador. Con Gorbachov, fue
reintegrado y en 1978 fue nombrado miembro del Politburó. En 1993, tras el colapso de la URSS,
escribió un libro importante: “El vértigo de las ilusiones” que examina el lazo que existe entre el
marxismo y las prácticas políticas y las instituciones de la ex URSS y de otros sistemas
comunistas. Después, escribió otro libro capital: “El cementerio de los inocentes” (primera
edición en inglés de 2002), sobre los terribles costos humanos y las consecuencias de los
crímenes cometidos por el comunismo en Rusia. Yakovlev responsabilizó al sistema soviético de
haber llevado a la muerte a por lo menos sesenta millones de sus conciudadanos. En 1999,
Yakovlev firmó otro excelente ensayo: “El bolchevismo enfermedad social del siglo XX”. Yakovlev
murió en 2005 a los 81 años, después de haber presidido la comisión de rehabilitación de las
víctimas de la represión política en la URSS.
Sergio Jaramillo, Humberto de la Calle y el general Mora Rangel. Negociadores con las FARC en
La Habana

Sergio Jaramillo, Humberto de la Calle y el general Mora Rangel. Negociadores con las FARC en
La Habana

Hablar del comunismo como enfermedad social es no solo legítimo sino necesario. Ante el caso
colombiano, la pregunta es: ¿puede un gobierno elegido democráticamente hipotecar el futuro
del país haciéndole concesiones exorbitantes a una organización fanática y terrorista, heredera
de un sistema y de unos valores que llevaron al mundo a una catástrofe política, mental,
económica y cultural, cuyas secuelas no logran ser superadas del todo aún hoy por el planeta?

¿Cuáles son los alcances de lo que el comunismo hizo en Colombia? Como este tema es
vastísimo toquemos, al menos, algunas cifras de la violencia. En julio de 2013, el Grupo de
Memoria Histórica, tras investigar durante cinco años, entregó al Gobierno colombiano un
primer informe de 434 páginas sobre los horrores vividos por nuestro país desde 1958 hasta
2013.

Ese informe asegura que, dentro de ese período, 220 000 personas perecieron por el llamado
“conflicto colombiano”. Dice que más del 80% de las víctimas eran civiles. Que los desplazados
por la fuerza, entre 1996 y 2012, fueron 4,7 millones de personas (cifra comparable con la
población de Costa Rica), que 10.189 personas fueron muertas o mutiladas por minas
antipersonales, y que 6 400 niños fueron reclutados por los grupos armados. Afirma que las
guerrillas, entre 1970 y 2010, cometieron 24.482 secuestros.

Algunas de esas cifras espeluznantes son acertadas pero la visión de conjunto de ese informe es
poco exacta, e incluso polémica. Pues las víctimas son muchas más y ese informe trata de
soslayar ese hecho. Los defectos metodológicos de ese informe hacen que los crímenes sean mal
repertoriados y contabilizados en periodos menores, y no todos desde 1958. Por ejemplo, en
materia de “asesinatos selectivos” la cifra del informe sólo cubre el periodo 1981 a 2012. El
informe dice que 23.154 personas fueron asesinadas “por los actores armados”, de los cuales
son atribuibles a las guerrillas “únicamente” 3.899 asesinatos –y eso sin decir qué parte le
corresponde a las Farc, la banda armada más depredadora y antigua de Colombia–, mientras que
los paramilitares habrían cometido 8.903 asesinatos.
Ese capítulo ha sido muy cuestionado pues una cifra alta de asesinatos es atribuida a “grupos no
identificados”. Tal imprecisión beneficia obviamente a las guerrillas que sólo habrían cometido el
16% de esos asesinatos, lo cual es un absurdo, pues nunca existió en Colombia un aparato de
violencia más agresivo y encarnizado que las seis guerrillas marxistas que aparecieron en ese
periodo, mucho antes de que aparecieran los “paramilitares de extrema derecha”. Ese informe
tampoco explica la cifra que el Grupo de Memoria Histórica le cuelga alegremente a la fuerza
pública: 2.422 “asesinatos selectivos”. Todo permite pensar que una parte de las bajas en
combate ocasionadas por el Ejército y la Policía a los irregulares son consideradas por el GMH
como “asesinatos”.

La misma anomalía existe en el capítulo de las masacres. Dicen que en total, entre 1980 y 2012,
hubo 1.982 masacres. De las cuales

Gonzalo Sánchez, director del Grupo de Memoria Histórica, encargado de falsificar la verdad
histórica en Colombia, avalado por Juan Manuel Santos

Gonzalo Sánchez, director del Grupo de Memoria Histórica, encargado de falsificar la verdad
histórica en Colombia, avalado por Juan Manuel Santos

sólo 343 serían atribuibles a la guerrilla, mientras que sus adversarios “paramilitares”, habrían
cometido tres veces más: 1.166 masacres, y que la fuerza pública habría cometido otras 158
masacres. ¿Pero cuáles son esas 158 masacres cometidas por la fuerza pública? El Grupo de
Memoria Histórica fue incapaz de hacer la lista de esas masacres. Es un hecho que las masacres,
secuestros y otras atrocidades perpetradas por bandas comunistas comenzaron mucho antes, en
1949, desde cuando forjaron las llamadas “repúblicas independientes”. Ese periodo tan convulso
y violento del país no es estudiado ni de manera mínima por el Grupo de Memoria Histórica,
quien trata de hacer ver que el llamado “conflicto” comenzó en los años sesenta, lo cual es
totalmente falso.

Otra imprecisión: la cifra de las desapariciones forzadas. El informe da la cifra (sin detalles) de
5.016 casos, pero asegura que sólo hay 689 casos “con autor presunto”. Y allí también la fuerza
pública lleva la peor parte: le atribuyen 290 desapariciones, mientras que las guerrillas solo
habrían desaparecido a 137 personas. Los paramilitares habrían cometidos 246 desapariciones.
Ese estudio, escamotea algo muy importante, como lo señaló el investigador Alfredo Rangel y
otros importantes observadores: que “los principales agentes activos generadores de la violencia
en Colombia durante la última década fueron los grupos armados marxistas”.

De hecho, el Partido Comunista de Colombia no es en ningún momento responsabilizado por los


crímenes que cometió desde y con la creación y con la orientación de todo tipo que le brindó
durante varias décadas a las Farc y a otras guerrillas marxistas. Ese partido aparece allí
únicamente como una “victima” del gobierno y de los paramilitares por su pretendido activismo
legal. Las atrocidades cometidas por las Farc desaparecen: son disimuladas detrás de la
denominación vaga de “guerrillas” o “actores armados”.

Marcha del 9 de abril de 2013, organizada en Bogotá por el Foro de Sao Paulo, organización que
agrupa los Partidos Comunistas del continente

Marcha del 9 de abril de 2013, organizada en Bogotá por el Foro de Sao Paulo, organización que
agrupa los Partidos Comunistas del continente

Sólo el Estado colombiano, la fuerza pública y, óiganme bien, hasta los ciudadanos inocentes,
son mostrados, por el Grupo de Memoria Histórica, como los instigadores y perpetradores
constantes de las mayores violencias.

El Grupo de Memoria Histórica evitó estudiar la mayor parte del periodo y dejó de lado el punto
clave de todo esto: la violencia comunista desde los años 1950 y el porqué de su persistencia
hasta hoy. Barrieron de un manotazo treinta años de violencia comunista en Colombia. ¿Por
qué? Probablemente para que las cifras sobre la barbarie marxista no fueran tan abrumadoras y
para poder presentar al Estado y a los llamados “paramilitares” como actores más violentos y
más dañinos que las guerrillas comunistas. Por eso nunca explica cuántas víctimas causaron
específicamente las Farc, y el Eln. Ese estudio oculta esas cifras dentro de la rúbrica gris
denominada “guerrillas” o “actores armados”.

Ellos no abordaron el periodo de la “primera violencia”, donde ya existían bandas comunistas


(mezcladas a bandas liberales, las cuales cesaron su acción en 1958), pues las cifras que arroja
ese periodo son terribles: entre 1957 y 1964, en el departamento del Tolima, hubo 23.624
víctimas. Otras fuentes dicen que la matanza allí fue mayor, pues en 1957 y 1958, en ese
departamento, hubo 30.000 asesinatos, 10.000 heridos y 40.000 familias se quedaron sin
empleo por esas violencias. [mi libro págs. 211 y 231].

Martha Nubia Bello, coordinadora del infoirme, y el director del Centro Nacional de Memoria
Histórica Gonzalo Sánchez

Martha Nubia Bello, coordinadora del infoirme, y el director del Centro Nacional de Memoria
Histórica Gonzalo Sánchez

El estudio del Grupo de Memoria Histórica se basa, por otra parte, en fuentes discutibles, no en
documentos judiciales, ni en investigaciones de campo, ni siquiera en las informaciones de la
prensa, sino en análisis estadísticos parciales y parcializados, hechos por oficinas que buscan no
la verdad sino elaborar estadísticas (algunas veces tramposas) para enlodar y atacar al Estado y
las Fuerzas militares y de Policía, y para reducir las atrocidades de las bandas armadas de
izquierda.

Los archivos de las fuerzas armadas no fueron consultados, ningún estudio, ninguna publicación
de la fuerza pública fue consultada. Ningún militar, ningún policía fue entrevistado. Tal actitud
incalificable de los investigadores del Grupo de Memoria Histórica fue denunciada por una
asociación de militares retirados.

Lo más impresionante es que una semana después de publicado el curioso informe, la Fiscalía
anunció que iba a abrir una serie de procesos contra los jefes guerrilleros y paramilitares por las
11.000 violaciones de derechos humanos que ese organismo decía haber recopilado. En
realidad, tal proyecto no avanza. Hasta el día de hoy, en ese marco, sólo 16 personas son
perseguidas por la Fiscalía, y de ellos 13 son paramilitares y tres guerrilleros. Y, además, éstos
últimos podrían beneficiarse de una rebaja de penas a cambio de sus confesiones en el marco de
la ley Justicia y Paz. Peor aún, según la reciente reforma constitucional impulsada por el
Presidente Santos, los guerrilleros y jefes de las Farc podrían ver sus condenas indultadas, o
amnistiadas, o la ejecución de la pena suspendida, una vez sea firmada una vaga promesa de
paz.

El contraste es inmenso entre el cúmulo de atrocidades cometidas por las guerrillas y otras
organizaciones subversivas y la acción judicial que existe hoy en Colombia y la que se está
negociando con las Farc en La Habana.
Todo esto nos permite decir que Colombia está contaminada no sólo por la violencia Farc sino
por la mentira Farc. Esa mentira es

El General Mora Rangel y uno de sus nuevos mejores amigos -además de Sergio jaramillo-
Humberto De la Calle

El General Mora Rangel y uno de sus nuevos mejores amigos -además de Sergio jaramillo-
Humberto De la Calle

cotidiana, sobre todo cuando se escucha lo que gesticulan las Farc en La Habana, lo que dicen
sobre esas negociaciones. Allá, los agentes del señor Timochenko se muestran como víctimas del
Estado y gentes de paz y como los campeones de la democracia. Dicen que ellos, con las
negociaciones actuales, lo que buscan es tratar de “mejorar la democracia”, y que para eso
necesitan toda suerte de concesiones y que les abran las avenidas de la impunidad, aunque
hayan cometido crímenes de guerra, de agresión y de lesa humanidad. Exigen que Colombia
pase por encima de la ley y de la doctrina de la Corte Penal Internacional, la cual prohíbe las
amnistías e indultos para quienes cometieron esos tres tipos de crímenes. Ellos preparan así, con
esas negociaciones, el derrumbe de las instituciones y la parálisis de las fuerzas militares (con la
exigencia de un cese al fuego bilateral), para dar el asalto final al poder.

A pesar de las atrocidades con las que las Farc pretenden reforzar su posición negociadora,
algunos estiman que lo de La Habana es una bendición que debe continuar durante meses y
años. La ideología de la paz a través de concesiones al terrorismo tiene ya varias décadas de
existencia en Colombia, y tiene teóricos, acólitos, propagandistas y hasta una burocracia viajera.
Algunas de esas personas son de buena fe. Pero esa buena fe descansa sobre una creencia muy
particular. Quiero referirme a eso muy rápidamente, pues vale la pena.

Alfonso López Michelsen y Fidel Castro, una amistad que llenó de sangre a Colombia

Alfonso López Michelsen y Fidel Castro, una amistad que llenó de sangre a Colombia

Esos partidarios del diálogo con el terrorismo están convencidos de que el comunismo es, en
última instancia, la “fase superior” de la democracia, la “incandescencia del liberalismo”. Ese
erróneo credo fue instalado en las mentes de importantes jefes políticos del país. Por ejemplo, JE
Gaitán, y su rival político liberal Alfonso López Pumarejo, creían eso en los años 1940, y desde
entonces esa idea ha seguido su camino de forma casi secreta y ha sembrado la confusión más
tremenda en las élites de los dos grandes partidos históricos colombianos.

Esa idea descansa sobre otra impostura: que la democracia es, sobre todo, la igualdad a secas
(no la igualdad de derechos), y que el comunismo, aunque no puede establecer la igualdad total,
suprime la desigualdad ante la propiedad, en la medida en que nadie es propietario de nada en
el socialismo real. Ellos creían, y creen, que la democracia es únicamente el poder del pueblo, y
que para avanzar hacia la anhelada igualdad una parte de ese pueblo, lo que Marx llamaba “el
proletariado”, debe establecer su hegemonía, su dictadura, sobre las otras clases, capas y
categorías sociales, todas caracterizadas como “decadentes”.

Así es como llegan a decir que los problemas sociales del país originaron la violencia comunista y
que esos problemas serán arreglados con el famoso “cambio de estructuras”, con la erradicación
de la democracia y del capitalismo. Esa es la vieja entelequia que las Farc tratan de re-servirle al
país desde La Habana.

Pero esa sociedad otra, indefinida pero igualitaria, que proponen las Farc, y con la que parecen
coincidir en parte los negociadores del presidente Santos en La Habana, nadie la piensa hoy,
nadie la concibe, en ninguna parte del mundo civilizado. Es más, nadie acepta conseguirla
mediante la violencia. En eso las Farc muestran su anacronía y su obsolescencia. Las sociedades
modernas, todas, buscan ir hacia adelante mediante reformas pacíficas, mediante la discusión y
el compromiso. Nadie quiere preservar el statu quo, claro, pero nadie busca superarlo mediante
el chantaje y las bombas.

Sabemos que tales utopías son falsas y que con tales pretextos decenas de millones de personas
fueron exterminadas en muchos países, comenzando por la Rusia soviética. Esos países fueron
arruinados y llevados a un atraso que no conocían antes del comunismo. Durante 70 años esos
países no progresaron, no se modernizaron desde el punto de vista moral, intelectual y
espiritual. ¿Por qué? Porque una parte de esas sociedades, como lo dijo Soljénitsyne, había sido
contaminada por la mentira. Tomemos por ejemplo, para finalizar, la gran mentira de que el
comunismo y el fascismo son corrientes antagónicas.

“El bolchevismo y el fascismo son, en realidad, dos caras de la misma moneda”, decía Alexandre
Yakovlev. El estimaba que eran “la medalla del mal universal”, que el terror bolchevique “tenía
por meta hacer nacer una sociedad sin clases, sin impurezas, como el agua destilada”, y que el
terror hitleriano tenía objetivos precisos: “limpiar toda Europa, en un primer momento, y el
mundo, después, de las razas y pueblos considerados por él como “inferiores”, en primer lugar
los eslavos, los judíos, los “amarillos” y los “negros”.

Lo paradoxal es que mucho antes de que Hitler escribiera al respecto y creara su monstruoso
aparato de exterminación de judíos

FARC, Fracaso de un terrorismo. Libro de Eduardo Mackenzie

FARC, Fracaso de un terrorismo. Libro de Eduardo Mackenzie

en Europa, quien había expresado la idea de erradicar, aplastar, razas y pueblos enteros, quien
había teorizado el genocidio y la limpieza étnica, fueron los padres del “socialismo científico”,
Karl Marx y Federico Engels. En enero de 1848, en un artículo sobre los disturbios en Hungría,
publicado en la revista que dirigía Karl Marx, la Nueva Gaceta Renana, Engels escribió que los
serbios, los poloneses, los eslavos del sur, pero también los vascos, los escoceses y los bretones,
debían ser aniquilados, pues eran pueblos sin futuro, “escorias” de la historia, que jugaban un
papel “reaccionario”.

Ese punto de vista fue reiterado por Marx en otro artículo de 1852, donde condenó a la
extinción a los criollos franceses y españoles de América Central, así como a los “puebluchos
moribundos de los checos, los eslovenos, los dálmatas”, como recuerda muy bien el investigador
británico George Watson. Esos artículos no fueron un accidente, un desliz momentáneo. Otros
jefes de la corriente marxista, como Franz Mehering, biógrafo de Marx y amigo de Rosa
Luxemburgo, los tradujeron y difundieron. Stalin, en su libro “Principios de leninismo”, de 1924,
también recomienda la lectura de esos textos. Esos textos pudieron haber llegado a los ojos de
Hitler por esa vía. Luego la idea de exterminar grupos y razas enteras hace parte del dogma
socialista moderno. El escritor “progresista” Bernard Shaw, también se mostró, en 1933,
partidario de la exterminación de pueblos. Bernard Shaw decía que el Estado socialista tenía
todo el derecho de acabar con todos aquellos que no le eran útiles. Y, mucho antes que los
nazis, propuso que fuera inventado un “gas humanitario” que llevara a la muerte “indolora” a la
gente en caso de guerra y en los conflictos internos.

Bien, termino aquí para que podamos intercambiar opiniones, preguntas y respuestas, en la
media hora que sigue.
Mil gracias."Es impensable que Colombia se vuelva comunista"

Recientemente el senador y expresidente Álvaro Uribe afirmó que Colombia había caído "en
manos del comunismo”. Hablamos con Luis Bosemberg y Renán Silva, dos historiadores, para
saber qué tan coherente es ese planteamiento.

2016/07/19

POR REDACCIÓN ARCADIA

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Tanto el proceso de paz como el futuro papel político de las FARC han causado un revuelo
político en Colombia, al punto de que el expresidente Álvaro Uribe afirmó que el país había caído
en “manos del comunismo”. Luis Bosemberg, historiador con un máster de la Universidad de
Heidelberg, Alemania, y Renán Silva, doctor de la Universidad de la Sorbonne en París, forman
parte del departamento de historia de la Universidad de los Andes. Arcadia habló con ambos
para entender, de manera académica, qué es el comunismo y que cabida puede -o no- tener en
Colombia.

En términos académicos, ¿qué es el comunismo?

Luis Bosemberg: El comunismo es un sistema que se instauró históricamente en Rusia en la


época de la Primera Guerra Mundial bajo unas condiciones muy especiales. Después poco a
poco se extendió a Europa oriental, cuando Rusia avanza durante la Segunda Guerra Mundial, y
después a países como Vietnam. Un gobierno comunista, en sentido estricto u ortodoxo, como
lo fue la Unión Soviética o como lo es Cuba, apunta a una socialización de los bienes de
producción. En el sistema debe haber una distribución de ingreso y todo se hace a partir del
estado. La crítica que hace al capitalismo es que hay una gran apropiación de la riqueza en
manos de unos pocos, quienes controlan el poder económico y, por ende, político. Con esa
visión, para ser una sociedad más equilibrada es necesario golpear a esa minoría y quitarles esos
medios y poder político. El estado del partido comunista controla la economía porque
desaparece el propietario y la propiedad privada, y es el partido comunista, por medio del
estado, el que redistribuye los bienes. No hay educación privada, no hay salud privada, no hay
medios de comunicación privados. El estado, por medio del partido que llega al poder, es el gran
motor, como el ‘gran papá‘ de la sociedad.

Renán Silva: En realidad es difícil ofrecer una definición única, porque ha habido diversas
variedades, que no se pueden reducir a una. En el siglo XIX fue una forma utópica y generosa
que se imaginó, con excesiva confianza en el género humano, una sociedad de gentes
radicalmente iguales, viviendo en una abundancia compartida, en un medio de tanta justicia y
tan abundante recurso a la razón, que hacía posible pensar en una sociedad sin prohibición y
viviendo la posibilidad misma de la felicidad colectiva, y a lo mejor del aburrimiento universal.

Mucho de esa utopía quedó en la imaginación generosa de marxistas y anarquistas que en el


siglo XX intentaron la experiencia del comunismo, bajo un modelo que se tornó luego en
despótico y autoritario, produciendo en la realidad la figura inversa que una imaginación
bondadosa pero extraviada había concebido. El comunismo es pues un sueño generoso del
pasado que puso de presente la verdad de la frase atribuida a Goya, de que la razón –tratando
de imponer la felicidad terrena- produce monstruos, por lo menos en esta oportunidad…

¿Es todavía vigente el modelo comunista? ¿Es decir, es probable que sea adoptado por un país
en la actualidad?

LB: Depende de que historiador responda la pregunta. Algunos de izquierda dirán que se puede
dar. El sistema en realidad no es único, mal que bien existe en Cuba, con los elementos del
modelo tradicional. Ese comunismo es una vertiente más moderada. La pregunta de hoy, y de
hace unos 200 años, es ¿cuál es el papel del estado? ¿Qué tanto debe intervenir en la economía
y en el sector empresarial? Los comunistas ortodoxos dicen que el estado se debe apropiar de
todo y el neoliberalismo dice que no se debe apropiar de nada. Las posiciones intermedias
hacen matices en los sectores de salud, servicios y educación. Yo, por ejemplo, creo que la
educación debería ser toda del estado y no privada.

RS: Desde el punto de vista de la experiencia histórica, tratando de prestar atención a lo que
sucedió en el pasado, con la idea de hacer una observación juiciosa, no tendenciosa, de lo que
constituyó el comunismo, sin intentar esconder los males casi irreparables que produce nuestra
forma actual de vida, ese terrible sistema de anulación de las libertades, de destrucción de la
riqueza social y de anulación de la creatividad humana que se llama “comunismo”, no parece
tener ninguna vigencia. Pero desde el punto de vista del fanatismo, de las ideologías reticentes a
la prueba histórica y refractarias a lo que enseña la experiencia, siempre hay la posibilidad de
que una doctrina de esa naturaleza se reanime, aunque no parece verosímil pensar que luego de
la experiencia totalitaria del siglo XX logre apoderarse de la opinión mayoritaria de la sociedad.
Como modelo, el episodio parece clausurado. Como doctrina, siempre tendrá una posibilidad,
como lo tienen otras doctrinas igualmente terribles como los nacionalismos y los
fundamentalismos religiosos.

Muchas personas parecen usar “comunismo” y “socialismo” como si fueran sinónimos. ¿Cuál es
la diferencia entre los dos términos?

LB: Sí, la gente tiende a confundir socialismo y comunismo, especialmente cuando hablan de la
Unión Soviética. Para simplificar, cuando hablamos, históricamente, del sistema comunista
estamos hablando con el gran modelo de 1917 ruso, al que seguirán después una serie de
repúblicas llamadas popular oriental. Con el estado "gran papá", gran motor, sacaron a las
minorías oligarcas. El socialismo tiene una historia anterior, desde el siglo XIX con unos partidos
en Alemania que reivindican la clase obrera en el contexto de industrialización, el
empobrecimiento de las masas mientras se enriquecía una minoría. En esa disparidad nacieron
las ideas de Marx y Engels, con propuestas parecidas, pero pronto comienzan a dividirse. Todos
esos partidos laboristas se vieron confrontados con dos opciones ante la revolución rusa. La
primera es aprobar el uso de la violencia para llegar al poder y tomar las riendas de la
producción: esos son los comunistas. La segunda opción fue un rechazo a ese acercamiento, y
esos son los socialistas. Mucho más moderados, creen que pueden luchar con el sistema
capitalista desde adentro, que no hay que derrocarlo. Se puede pactar con ellos, existe la
posibilidad de redistribución, participación por partidos en un sistema parlamentario y una
libertad de prensa. Esos partidos todavía existen. En Suecia y Alemania están en el centro
político. Para ellos el estado no tiene que llevarse todo, pero tampoco quedarse con nada,
volviendo a la polémica del papel del estado.

RS: La utopía de una vida buena y plena para todos no tuvo en el siglo XIX una sola versión: el
comunismo es la cara espantosa de lo que es un deseo razonable. Pero existió en toda Europa
una cara más amable de ese sueño: lo que desde esa época se llamó socialismo, una doctrina
sobre el buen vivir posible que recogió los avances de las doctrinas liberales (que el comunismo
siempre negó) y que en el siglo XX se enriqueció con la creación de grandes partidos obreros, y
que mostró a través del sistema electoral y en general de las luchas sociales civilizadas el camino
de reformas del sistema social. La tradición de las ideas políticas ha podido de esta manera,
desde el propio siglo XIX distinguir entre el comunismo, figura por excelencia de la opresión
económica y política, y el socialismo, como intento de reforma más o menos radical, de los
sistemas liberales individualistas, que aferrados a la ganancia y al elogio del mundo de los
vencedores, desprecian lo que en la sociedad debe haber de solidaridad y de reciprocidad. Se
trata, pues, de dos propuestas de sociedad completamente diferentes.

Entonces, ¿existe alguna posibilidad que se instale un modelo comunista en Colombia?

LB: No es coherente con Colombia, no hay posibilidad en lo absoluto. Es tan tonto como cuando
el canal FOX en EEUU dice que Obama es socialista. La verdad esa idea es estúpida. Es una frase
ignorante, que sirve de propaganda para las masas que no conocen. Se aprovecha de la gente
que no sabe lo que es . Eso hacen los uribistas. Son frases de cajón, sencillas, y la gente se lo cree
y lo repite. En la historia de Colombia la verdad no hubo comunismo, o hubo poco, un pequeño
partido, pero nunca un partido comunista de masa y de millones. Uno podría decir que hay una
larga tradición democrática y pseudo-democrática en el país, hasta qué punto puede ser
debatible, pero digamos una democracia en construcción, con todos sus problemas y defectos.
Pero no hay cabida para un sistema, como decían en su momento, totalitario. Solo sería posible
si millones votaran por un programa así. El de las FARC todavía no lo conozco, pero no creo que
proponga tomar todo lo privado y ponerlo en manos del estado, no creo que vaya a ser de ese
tipo de comunismo ortodoxo, y aunque lo fuera no creo que llegaría a millones y millones de
votos.

RS: Ni la cultura política del país en su vida republicana después de 1810, ni la experiencia
política del siglo XX, ni las propuestas políticas actuales permiten pensarlo. Los jefes guerrilleros
que discuten y firman en la Habana aspiran más bien a una serie de reformas compatibles con el
sistema, al amparo de las cuales puedan terminar su vida, como jefes políticos, viviendo con
pensión, con seguridad social, y perdonados por la sociedad, sin mucho tropiezo. El gobierno de
Santos y lo que se puede llamar de manera aproximada el establecimiento civilista dentro de las
gentes de los grandes negocios, quieren una sociedad en donde hacer plata no cueste tanto, en
términos de seguridad para la reproducción del capital y los beneficios privados. Por su parte, las
gentes de la oposición civil y democrática quieren impulsar reformas sociales que son, también,
compatibles con el sistema, que no son radicales, que pueden representar una mejora en la vida
de la mayoría, y un arrastrar más civilizado de las grandes lacras del sistema, cosas razonables, a
su manera metas moderadas sino mediocres, que nada tienen que ver con el estatismo
comunista.
En realidad lo que se llama comunismo (o castro/chavismo) hoy en Colombia es un recurso
político al miedo, a miedos presentes (la situación de Venezuela) y a miedos ancestrales; es un
mensaje que le dice a la gente rica y conservadora que va a perder todas sus propiedades, sus
ganancias y su tranquilidad y que tendrá que irse a vivir su dolor a Miami; que le dice a la gente
pobre del campo, sin educación y conservadora que se encuentra a punto de perder las muy
pocas que ha conseguido y que en adelante le espera un régimen terrible de opresión; que le
dice a las clases medias tradicionalistas de la ciudad que una terrible tragedia nos espera, y que
posiblemente no podremos ir en adelante a Carulla, viajar a San Andrés, comprar la revista Hola
y quién sabe cuántas cosas más…

En 1848 Marx decía que un fantasma recorría el mundo: el comunismo; en 2016 en Colombia la
fracción más conservadora y revanchista de la sociedad, muerta de temor de que las gentes
descubran que se puede intentar vivir de otra manera, y que la paz, con sus innegables e
inevitables horrores es una posibilidad, vuelven a agitar ese fantasma, y a atemorizar a la
sociedad, despertando los miedos sobre una experiencia que será difícil y problemática, pero
que, en cualquier caso, siempre será mejor, que ese pasado de violencia en el que no vale la
pena permanecer.

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