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G l o r ia R o d r íg u e z
Escuela de Antropología
Universidad Nacional de Rosario
E l e n a L. A c h il l i
Universidad Nacional de Rosario
Argentina, 2010
Contra el olvido. A modo de prólogo
Nos piden un prólogo. Con ellos, los seniors suelen apoyar a los juniors que
comienzan su carrera. Otras veces son los discípulos quienes, tras la muerte del
maestro, amorosamente, preparan textos inéditos para publicarlos postuma
mente. Este prólogo no corresponde a ninguna de estas situaciones. Nos piden
a los discípulos que presentemos al referente intelectual de nuestra generación.
No es tarea fácil, y la responsabilidad grande. Pero es una situación interesan
te, porque nos obliga a reflexionar acerca de las razones por las cuales alguien
como Eduardo Menéndez, uno de los escasísimos y grandes teóricos en la
antropología de la medicina actual, y aun de la antropología contemporánea,
haya de ser presentado por sus discípulos. ¿Qué sucede para que una de las
obras más coherentes y con mayor capacidad potencial de influencia sea tan
poco conocida en el mundo de la ciencia social de hablas latinas, más allá de
los cenáculos de antropólogos médicos o de antropólogos de América Latina?
Vale la pena reflexionar, pues, sobre las paradojas de la marginalidad intelec
tual, y sobre el tristísimo panorama del mundo académico latino, incapaz de
reaccionar ante la inteligente operación comercial e intelectual que asegura la
hegem onía-y el bussiness- de los editores anglosajones.
Supimos de Eduardo Menéndez de manera harto accidental. Dolores Ju
liano envió en los primeros años ochenta a Tarragona un manuscrito de un
¡nnigo suyo, argentino como ella, que vivía en el exilio en México. El texto era
fascinante. Abordaba el problema de los grupos de ayuda mutua de un modo
absolutamente novedoso. En el panorama de la antropología de la medicina in-
lernacional de aquel tiempo, su enfoque iba mucho más allá de lo que producía
la antropología de la medicina anglosajona coetánea. El artículo se publicó, y
aprovechando que venía a España pudimos tenerle entre nosotros en un semi
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nario. Como dice él mismo, «la primera vez erais menos de media docena». La
clase fue espectacular. Inolvidable. Eduardo es un extraordinario comunicador
en un aula y participar con él en una clase es una experiencia que jam ás deja in
diferente. Son esas escasas vivencias que, al final de nuestras vidas, continúan
presentes y justifican el hablar de la condición de maestro.
El impacto de Eduardo no fue sólo la presentación «dramática» del discur
so. Para nosotros fue más. Veníamos de tres raíces intelectuales distintas, el
culturalismo norteamericano, la social anthropology británica y las escuelas
estructuralistas francesas, marxistas o no, pero sin que en la incipiente an
tropología española de los ochenta hubiese ninguna idea muy precisa acer
ca del «quehacer antropológico». Por razones generacionales, los catalanes
rechazábamos el culturalismo norteamericano, mientras que los madrileños
nos movíamos entre éste y la social anthropology británica. Pero la identidad
antropológica naciente trataba de diferenciarse a codazos de la historia y de
la sociología, y era escéptica, cuando no hostil, a cualquier antropología que
tuviese demasiadas veleidades historicistas o que encarase demasiado las so
ciedades complejas no «nativizadas». Pensar entonces en la posibilidad de una
antropología de la medicina era entrar en un terreno que se desconocía más allá
del folclore médico o de las relaciones entre magia, medicina y religión. En la
Antropología española, desde finales de los setenta, trabajar sobre manicomios
o drogas o salud era cosa rara de gente rara. Además, esa identidad rara e inclu
so cuestionada-«eso no es antropología»- sobre objetos de estudio raros obli
gaba a plantearse un debate que, salvo algún antropólogo singular, como Ignasi
Tetradas, que entonces estaba en un departamento de Historia Contemporánea,
no era de recibo en la antropología española hegemónica: es el problema del
significado de la historia en los procesos sociales y culturales. ¿Qué historia y
qué significado? Terradas nos contó no hace mucho, en un coloquio, que había
leído a Gramsci en una estancia en Manchester, pero que, al redactar la edición
catalana de su texto, las referencias a Gramsci se omitieron, en cierto modo
porque a finales de los setenta y en los primeros ochenta Gramsci era sostenido
apenas por algunos sectores de intelectuales próximos al PSUC, era una opción
política y no «académica». Sin embargo, el gramscismo más o menos sutil
mente oculto en Terradas encajaba con el abordaje de determinados procesos
históricos que afectaban ios análisis del sector salud en España con unos pro
cesos de cambio muy significativos y en los que los conceptos de hegemonía y
subaltemidad se presentaban como analíticamente muy productivos.
La llegada de Eduardo brindó la posibilidad de legitimación de una prác
L a pa rte n e g ad a de la cultura
T. S. Eliot, 1936
C. Kluckhohn, 1957
H. Lefebvre, 1976
Introducción
En este libro analizo una serie de problemáticas que me han preocupado cons
tantemente, y que reaparecen de una u otra manera en la mayoría de mis tra
bajos, ya que a lo largo de los últimos veinte años las mismas se me imponen
más allá de la especificidad del problema analizado.
El relativismo cultural y gnoseológico, el punto de vista del actor, los
olvidos y negaciones en la producción y uso de saberes, las relaciones entre
representaciones y prácticas tanto a nivel del saber popular como del saber
académico, así como el uso social e ideológico de dichos saberes observado
especialmente a través del racismo cotidiano y del racismo científico, han
persistido como problemas no sólo de tipo teórico, sino sobre todo práctico-
ideológico.
Dichas problemáticas las he descrito y analizado a través de diferentes pro
cesos de salud/enfermedad en los cuales emerge la relación entre lo cultural y
lo biológico en términos de exclusión, negación, integración o deslizamientos,
y donde el racismo o los etnicismos radicales aparecen como una posibilidad
constante no sólo de los análisis académicos, sino también de las prácticas so
ciales. Y es a través de estos y otros problemas que recurrentemente descubro
determinados espacios de la cultura que han sido negados explícita y, sobre
todo, implícitamente por los encargados de describir y analizar-interpretar la
C(c)ultura. En este texto la negación será observada en varios espacios de la
vida académica y cotidiana, pero especialmente en aquellos donde los diversos
conjuntos sociales producen, usan, transaccionan sus saberes sobre la muerte,
la enfermedad, la cura.
En mi quehacer más o menos cotidiano las problemáticas enumeradas no
proceden o se constituyen exclusivamente a partir del campo académico, sino
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talidad han sido repensados y reescritos; así, los tres primeros capítulos cons
tituyen una ampliación del artículo «Definiciones, indefiniciones y pequeños
saberes» (Alteridades, 1(1), pp. 21-32, 1991); el cuarto refiere a «Usos y desu
sos de conceptos: ¿dónde quedaron los olvidos» (Alteridades, 9 (17), pp. 147-
164); el capítulo quinto refiere a «El punto de vista del actor. Homogeneidad,
diferencia e historicidad» (Relaciones, 69, pp. 239-270, 1997), y el último ca
pítulo fue preparado inicialmente para ser presentado en un simposio realizado
en 1998.3
ye ron en torno al «primitivo», pero en la medida en que este sujeto fue mo
dificando y diferenciando sus características socioculturalés, la antropología
necesitó incluir constantemente «nuevos» actores. Y así en la década de 1930,
iidomás de los primitivos, la antropología estudió grupos étnicos y grupos fo
lie;, en los años cuarenta pasó a incluir protagónicamente al campesinado, en
los cincuenta a los marginales urbanos y en los sesenta a diferentes estratos
(clases) sociales.2 Una amplia variedad de procesos sociales condujo a la mo
dificación de los sujetos de estudio de nuestra disciplina; estos procesos van
desde las consecuencias de la migración rural urbana, donde una parte de los
«primitivos» y de los grupos étnicos se convertirán en «marginales urbanos»,
hasta el cambio en el estatus de los sujetos dentro de la sociedad global, donde
una parte de los grupos étnicos pasarán a ser considerados campesinado. Pero
además estos sujetos, que eran pensados en términos locales y más o menos
aislados, se modificaron en función de los cambios operados en el estatus de
las sociedades de las cuales formaban parte, y de sociedades tribales pasaron a
ser sociedades «complejas» y sucesivamente países subdesarrollados o en vías
de desarrollo, países del tercer mundo y más tarde economías (¿naciones?)
emergentes.
A su vez, algunas de estas modificaciones tendrán que ver con el desa
rrollo de especialidades que propondrán sus propios sujetos de estudio hasta
entonces ignorados o incluidos en categorías generales. Y así, por ejemplo, la
antropología médica propondrá como sujetos de estudio a los curadores y a los
enfermos, y desarrollará nuevas unidades de descripción y análisis como el
hospital o las instituciones de seguridad social. Éstos no sólo son cambios de
denominación, sino que implicaron modificaciones en las problemáticas, las
teorías y las técnicas antropológicas.
Simultáneamente, estos cambios suponen - a l menos en algunos contextos-
redefiniciones del sujeto que estudia el antropólogo respecto de la sociedad de
donde proceden los antropólogos, ya que en los contextos africanos o asiáticos
el sujeto pasa de ser un miembro de una sociedad colonizada o dominada a ser
miembro de una sociedad con estatus de independencia política al menos en
términos formales. Este nuevo estatus dará lugar a la modificación de las re
laciones antropólogo/sujeto de estudio a partir de las diferentes situaciones en
3. M is análisis del modelo conjetural y del modelo antropológico clásico los desarro
llé entre 1965 y 1976 a través de cursos, seminarios e investigaciones que dieron lugar
a la elaboración de tres trabajos, pero dada mi salida de Argentina en 1976 debido a la
dictadura militar, dichos manuscritos se perdieron, y sólo quedan «restos» de los mis
mos en los apuntes de clase publicados por los alumnos, los cuales por lo menos hasta
1990 se seguían utilizando.
D efiniciones, indefiniciones y pequeños saberes 43
por otra parte las más marginadas, como las que trabajaron dentro del campo
de la cultura y la personalidad y dentro del psicoanálisis, reflexionaran sobre el
papel de la subjetividad en la investigación socioantropológica. Incluso auto
res como Devereux (1977) centran su reflexión sobre el trabajo antropológico
en el papel de la subjetividad y proponen considerar la relación antropólogo/
sujeto de estudio en términos de contratransferencia; pero hasta fechas relati
vamente recientes los antropólogos no dudaron o no se plantearon el problema
de la objetividad.
Más que la objetividad, al antropólogo le preocupaba la mayor o menor
seguridad en la obtención de información, que generalmente refería a las con
diciones del trabajo de campo, especialmente a su duración y continuidad, que
darían por resultado información más estratégica y de mayor calidad que la ge
nerada a través de otras formas de investigación. Pero el fundamento básico no
estaba en esta calidad diferencial, sino en un presupuesto epistemológico sobre
la realidad a la cual la mayoría de los antropólogos se acercaron en términos
empiristas, y a partir de considerar que la representación social que obtenían
de sus informantes y de su observación era o reflejaba la realidad. Concepción
i|ue, en gran medida, está determinada por su relación con su sujeto de estudio;
una relación caracterizada por la pertenencia del investigador y del sujeto de
estudio a sociedades radicalmente distintas y distantes histórica, espacial y cul-
luralmente. De tal manera que los antropólogos se acercarían a sus «objetos»
de estudio sin cargas valorativas, sin categorías sociales comunes y por lo cual
la diferencia cultural radical constituiría según Lévi-Strauss (1954) el principal
factor que garantiza la objetividad antropológica.
La posibilidad de proponer este distanciamiento como el principal garante
de la objetividad disciplinaria (Leach, 1982) radica en eliminar la situación
colonial o en considerarse inmunes a la misma. De tal manera que las conse
cuencias de la expansión europea y de la constitución de la relación colono/
colonizado, fueron normalizadas a través de un proceso de socialización don
de los futuros antropólogos incluyeron no conscientemente representaciones y
prácticas estereotipadas y frecuentemente negativas hacia el mundo coloniza
do. Pero lo que me interesa subrayar ahora no es recordar que el colonialismo
l úe (?) parte del inconsciente cultural del conjunto de las clases sociales de los
pulses con imperios coloniales o con situaciones de colonialismo interno, sino
recuperar que esta manera de pensar la objetividad se articula con las tenden
cias disciplinarias que consideran la realidad como lo dado; es decir, lo que
está ahí, lo observado, lo narrado por el antropólogo. Si bien la influencia de
46 La parte neg ad a de la cu ltu ra
4. Esta situación la hemos analizado para el alcoholismo, problema respecto del cual
la biom edicina tanto a nivel clínico como preventivo ha evidenciado históricamente su
ineficacia teórica y práctica, sin que ello se haya traducido en una real redistribución de
recursos ni para la investigación ni para la acción (M enéndez, 1990b).
D efiniciones, indefiniciones y pequeños saberes 49
casi exclusivamente al papel del individuo; un individuo que, por otra parte,
genera cambios por estar en contacto con el medio urbano, considerado como
la principal fuente de modificaciones. Estos innovadores, estos empresarios
de la ruptura serán los líderes del cambio a través de sus efectos sobre los
otros miembros de la comunidad (Erasmus, 1961 y 1969). Pese a la orienta
ción práctico-ideológica que tomaron la mayoría de los estudios de cultura y
personalidad y los de antropología aplicada, debe reconocerse que fueron casi
los únicos en incluir al sujeto dada la ausencia de reflexión e investigación
sobre el mismo en el resto de las antropologías nacionales, caracterizadas por
describir, una cultura donde el sujeto era ella, y por homologar el individuo a
su cultura.
En este periodo la antropología social abandona casi definitivamente el tér
mino «primitivo», que comienza a ser remplazado por otros referidos a carac
terísticas culturales y/o productivas, y de los cuales los más extendidos fueron
los de «grupo étnico», «grupo folk» y «campesinado». Correlativamente, du
rante este lapso se incrementa la aplicación de la antropología a las denomina
das «sociedades complejas», que supondrá el trabajo con nuevas unidades de
descripción y análisis, como la comunidad urbana entendida como sociedad de
clases y/o de castas, que implicaran la necesidad de reflexionar sobre las posi
bilidades y limitaciones de la metodología antropológica. Los trabajos de los
Lynd, de Warner, de los Gardner, de West, del grupo británico de «observación
de masas», respecto de las propias sociedades norteamericanas e inglesas, así
como los de Redfield y O. Lewis para Tepoztlán, Mérida y México D. F. o el de
Miner para Timbuctu, constituyen la avanzada de un proceso caracterizado por
su discontinuidad, pero que se constituyo en gran medida durante este lapso.
Pese a estas tendencias el núcleo del trabajo antropológico se realizara
sobre sociedades y culturas consideradas como grupos étnicos y caracteriza
dos por el distanciamiento cultural existente entre antropólogo y nativo, y por
constituir una investigación en el campo del «otro». Más aún, esta concepción
saldrá reforzada después de que una parte de las ciencias antropológicas ale
manas trabajaran con sus propias diferencias culturales, étnicas y raciales, no
solo en términos de trabajo teórico, sino también ideológico-político.
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por Frobenius y que adhirieron a la ideología nazi, así como a través de con
cepciones elaboradas por otros científicos sociales y filósofos del período que
convergieron con esta forma de pensar la cultura.
Su propuesta de la existencia de mitos primigenios que fundamentan la
vigencia y fuerza actual de una cultura, y que, por lo tanto, deben recuperarse
continuamente, se correlaciona con las investigaciones y reflexiones que sos
tienen la decadencia de la civilización occidental (Spengler) o el desarrollo de
un proceso de domesticación en las sociedades humanas que erosiona algunas
de sus principales capacidades adaptativas generando una decadencia de de
terminadas normas conducíales (Lorenz). A finales de los treinta antropólogos
como Gehlen, a partir de reconocer la cultura como parte decisiva de la «na
turaleza humana», consideran que la civilización actual reduce cada vez más
el papel de las instituciones, especialmente de las instituciones de lo sagrado,
que son las que posibilitan un mejor desarrollo cultural. De tal manera que
durante los años treinta y cuarenta toda una serie de autores con diferente ter
minología propondrán explícita o tácitamente «un regreso a la barbarie» como
metodología de la recuperación cultural no sólo alemana sino occidental. Esta
concepción es parte de una variedad de tendencias intelectuales europeas que
en unos casos identifica la decadencia con la sociedad occidental, en otros con
la burguesía, en otros con el judaismo y en casi todos con la hegemonía de la
razón, cuyo predominio expresaría el envejecimiento de las sociedades.5
Toda una serie de autores trabajaron en Alemania en la dirección de la
recuperación activa del mito y de los rituales, como el caso de Hauer, histo
riador de las religiones y militante nazi, que impulsó la institucionalización de
la denominada «fe religiosa alemana» dentro de una concepción racista «que
propugnaba la ritualización de la fiesta de primavera, de la conmemoración de
los muertos, de la juventud, de las bodas, etc., con e! objetivo de “zambullirse”
a través de los rituales “en el fondo originario del espíritu” en el cual encontrar
“la voluntad primordial” del pueblo alemán, lo cual coincidía con el programa
del nazismo» (De Martino, 1953, p. 22).
Esta ritualización fue desarrollada a nivel sociopolítico, ya que los rituales
para los ideólogos nazis y para los teóricos del mito aparecen como uno de los
principales «caminos» de unificación e integración nacional, por lo cual deter
minados rituales fueron impulsados como política de estado: «Para que la pa
labra [del líder] pueda producir su efecto consumado hay que complementarla
con la introducción de nuevos ritos... [En Alemania], cada acción política tiene
un ritual particular, y así toda la vida se inundó súbitamente con la marejada
de nuevos ritos, los cuales eran tan rigurosos, regulares e inexorables como los
ritos de las sociedades primitivas. Cada clase, cada sexo y cada edad tienen su
propio ritual. Nadie podía andar por la calle, nadie podía saludar a su vecino o
a su amigo sin ejercitar un rito político» (Cassirer, 1988 [1946], p. 336).
El ritual y el mito tenían como objetivo articular al sujeto con su comuni
dad, con el Volk, y si bien el nazismo los utilizó para cuestionar la perspectiva
clasista, su propuesta incluía a aspectos significativos para amplios sectores
de la sociedad europea y no sólo alemana, ya que, como señala Kühnl, «No se
puede ignorar que las consignas de la comunidad popular y de la solidaridad
nacional tenían atractivo no sólo para los grupos decepcionados y predispues
tos a la sumisión autoritaria. La demanda de una comunidad efectiva y la su
presión de los antagonismos de clase constituyen la expresión de necesidades
auténticas, de aspiraciones humanas y democráticas profundamente sentidas»
(1982 [1971], p. 151). El mito y sus rituales fundamentaron una comunidad
imaginaria de iguales organizada en tom o a la raza, según la cual todos los
miembros, aun los más humildes, de la comunidad alemana pertenecen a la
l aza aria que los unifica y homogeneiza.
Desde esta perspectiva, los intentos nazis de modificar y, sobre todo, reem
plazar a las iglesias cristianas por nuevas religiones «volkisch» (nacionales/
populares) expresan el reconocimiento del papel de la religión como agente
unificador, integrador y de organización social; como una de las principales
instituciones socioideológicas que promueven la identidad y la continuidad
cultural y no sólo a través de creencias, sino sobre todo a través de rituales.
I ,os nazis promovieron o facilitaron el desarrollo del movimiento «de la fe
alemana» caracterizado por su anticristianismo y por la reinvención de formas
religiosas germanas, así como también promovieron el movimiento de los cris-
lianos alemanes que trataron de germanizar las iglesias cristianas.
En ambos casos se impulsó el desarrollo de rituales en ámbitos públicos y
domésticos, dado que este desarrollo era considerado decisivo en sus objetivos
de «reculturalizar» a los alemanes. El movimiento de la fe alemana trató de
reemplazar las ceremonias cristianas referidas al bautismo, al matrimonio y
60 L a parte n eg ad a de la cultura
i|ue volveremos a encontrar a partir de los años sesenta, pero sobre todo duran-
ic los setenta y ochenta a través de algunas tendencias multiculturalistas que
Nohre todo reiteran -posiblem ente sin saberlo- las propuestas del pensamiento
V la antropología alemana, y también de otras antropologías, de este período.
I'I pensamiento y la antropología alemana en particular desarrollaron una
pinte nuclear de sus propuestas en torno a uno de los ejes constitutivos de
ln antropología, que durante este período se convirtió no sólo en una discu
sión teórica, sino en un eje de acciones políticas e ideológicas. Me refiero a
lu discusión sobre las relaciones entre lo cultural y lo biológico, que conmovió
ni conjunto de los antropólogos, es decir, no sólo a los antropólogos sociales
y etnólogos, sino también y en especial a los antropólogos físicos y, en menor
medida, a los arqueólogos.
La concepción racista como política de estado por parte de Alemania a
partir de 1933, y de otros estados (Japón, Italia, Austria, Hungría, Rumania,
ele.) durante la década de 1930, convirtió en política una discusión teórica e
ideológica que condujo a la ideologización no sólo de las antropologías nacio
nales, sino a la ideologización y politización de nuestra disciplina a niveles no
alcanzados ni previa ni ulteriormente.
Este proceso posibilitó evidenciar que un notable número de antropólogos
participaban de concepciones teóricas racistas y/o etnorracistas, pero no sólo
en los países señalados, sino también en Inglaterra, Francia y Estados Unidos.
I I proceso evidenció, sobre todo en Alemania, la adscripción de gran parte de
imtropólogos - y por supuesto de otros académ icos- al Partido Nacionalsocia
lista Obrero Alemán y/o a las orientaciones ideológico-políticas del estado ale
mán.7 Posibilitó observar que al menos una parte de las investigaciones sobre
rituales y ceremoniales tenían que ver directamente con el impulso dado por
Alemania -Italia, y más tarde Francia y otros países- a la recuperación de la
«verdadera» identidad de los alemanes, al igual que un sector de las investi
gaciones etnográficas, etnológicas y de los grupos folk sobre clases de edades
fue fundamental para las políticas de organización de los alemanes en «grupos
de edades», que supuso establecer «clases» de edades infantil (Jungvolk de
6 a 12 años) y adolescente (H itlerjugend de 12 a 18 años), ritualizando no
sólo las actividades de cada grupo de edad, sino el paso de un grupo de edad
a otro, y cuya culminación era el ingreso en las SS o en las SA a partir de los
18 años. Esta tendencia se relaciona con el énfasis ideológico en la virilidad
del pueblo alemán, la cual debía reforzarse y «endurecerse» no sólo a través
de experiencias peligrosas individuales y, sobre todo, colectivas, sino a través
de una socialización diferenciada de los varones respecto de las mujeres, lo
que condujo a Baeumler a impulsar la institucionalización de las «casas de
varones», las cuales remitían a la tradición monástica medieval, pero también a
los trabajos etnográficos, especialmente los desarrollados en Nueva Guinea, y
a las elaboraciones etnológicas realizadas por antropólogos alemanes respecto
del significado de las «casas de varones» para asegurar un proceso de repro
ducción cultural centrado en el sexo masculino.
Más aún, será la lucha teórica dada en el interior de la antropología, en
particular por una parte de la antropología norteamericana, la que, junto con
otros procesos, organizará el trabajo antropológico en torno a lo cultural es
cindido de lo biológico al colocar el núcleo de sus propuestas en torno a la
diferencia y el relativism o cultural (Benedict, 1934 y 1938); a construir una
noción de la relación sujeto/cultura organizada exclusivamente en torno a la
cultura, proponiendo una lectura de lo biológico como constante y universal,
y de lo cultural como el aspecto que posibilita entender la diversidad y la
diferencia. Será también este proceso el que conduzca a los neoanalistas y a
una parte de la antropología psicoanalítica a eliminar o reducir al mínimo los
componentes instintuales (instinto de muerte) de dicha teoría en su aplicación
al análisis cultural.
En las décadas de 1930 y 1940, antropólogos y psicoanalistas se interro
garon en Estados Unidos sobre ¿cómo desarrollar un tipo de personalidad
que limite el desarrollo de la agresión? En estos autores la eliminación o re
ducción de la agresión, y en menor medida de los conceptos de represión e
inconsciente de la teoría psicoanalítica, tenía como objetivo poder pensar e
impulsar una sociedad cooperativa y no agresiva que redujera o desplazara
I )efiniciones, indefiniciones y pequeños saberes 65
la violencia que caracterizó las décadas de 1930 y 1940, y que colocaba en
la responsabilidad consciente (en el yo) el peso de los actos individuales y
colectivos (Mead, 1957 [1949]).8
Para la escuela durkheimiana, y especialmente para Durkheim, Hertz,
1lubert y Mauss, el cuerpo físico sólo es una base material sobre la cual las cul-
Iuras modelan, transforman, representan sus propias orientaciones y objetivos.
I’ara las escuelas culturalistas norteamericanas la base biológica se caracteriza
¡idemás por su plasticidad, de tal manera que será la cultura !a que construya no
sólo la forma de caminar o de comer, sino las formas de enfermar y de morir;
más aún, la propia muerte y el propio padecimiento son al menos en parte ge
nerados culturalmente. Pero además tanto Durkheim (1985 [1895]) como una
parte del cuíturalismo (Benedict, 1934 y 1938) pensarán lo anormal/patológico
como producidos por la cultura, como expresiones «normales» de la cultura,
de tal manera que estas tendencias desarrollan la concepción de que el proceso
salud/enfermedad/atención, de que las emociones, la orientación sexual o el
cuerpo constituyen procesos (construcciones) básicamente culturales.
Esta manera de pensar, que se convirtió en la manera de pensar dominante
en antropología, radicalizó la importancia de lo simbólico debido al desarrollo
de procesos ideológicos y político-económicos en la sociedad global respecto
de aspectos que eran algunos de los núcleos constitutivos de nuestra disciplina
y, por lo tanto, tratando de diferenciarse de concepciones políticas e ideoló
gicas desarrolladas en particular en ciertos países europeos, que asumieron
explícitamente teorías antropológicas a nivel de estado, incluyendo el racismo
no sólo como principio científico-ideológico de discriminación, sino como le
gitimador científico del asesinato, la esterilización o el confinamiento directo e
indirecto de millones de sujetos en términos de grupos étnicos «inferiores» (ju
díos, gitanos, eslavos), de sujetos considerados «desviados» o débiles (homici
das y violadores reincidentes, esquizofrénicos, débiles mentales), de personas
portadoras de determinadas enfermedades (parkinson, esclerosis en placas) e
incluso de madres jóvenes solteras, prostitutas, delincuentes menores y niños
indisciplinados (Gould, 1984; Rose y Rose, 1979; Schmacke, 1997).
Pero la mayoría de estas acciones fueron fundamentadas y/o aplicadas le-
contrismo radical expresado en las teorías racistas. Lo que hoy queda claro es
que el etnocentrismo no se opone necesariamente al relativismo, sino que de
penderá de los objetivos teóricos y/o político-ideológicos con que son usados
para que desemboquen en formas relativistas o etnocéntricas; las propuestas
de Spengler fueron utilizadas tanto por el etnocentrismo nazi como por los
antropólogos relativistas «progresistas» norteamericanos.
Durante la década del 1960 se desarrolló una situación de crisis cuyos ejes
serán la denominada situación colonial y toda una serie de reivindicaciones
socioeconómicas, políticas, culturales e ideológicas. Tanto a nivel de los países
centrales como de los periféricos las expresiones sociales de esta crisis se dieron
a través del notable desarrollo de movilizaciones basadas en particularismos de
muy diferente tipo, de las luchas político-sociales y armadas desarrolladas en
muy diferentes contextos y de las cuales las más emblemáticas, no sólo a nivel
local sino internacional, fueron la guerra de Vietnam, la guerra de Argelia y la
revolución cubana, que junto con el desarrollo de China comunista aparecían
como las expresiones más radicales del proceso de descolonización desarrolla
do a partir de la conclusión de la denominada segunda guerra mundial.
La década de 1960 emergió como la culminación de un proceso de desco
lonización político desarrollado desde finales de dicha guerra, que tuvo como
consecuencia la desaparición de los imperios coloniales en términos de domi
nación territorial y, por consiguiente, la modificación del estatus de los sujetos
con los cuales trabajaban los antropólogos. Como ya hemos señalado, muchas
regiones del tercer mundo se convirtieron en lugares problemáticos para el
trabajo antropológico; la problematicidad, el peligro y el «compromiso» del
trabajo antropológico no se dio recientemente como parecen sugerir algunos
trabajos generados por antropólogos recientes (Agier, 1997), sino que un sec
tor de los antropólogos de los países colonialistas y, sobre todo, un sector de
los antropólogos de los propios países periféricos iban a vivir su trabajo antro
pológico durante los años sesenta y setenta en términos de peligrosidad. Una
peligrosidad que llevó al encarcelamiento, al exilio, a la desaparición y a la
muerte a muchos científicos sociales en América Latina y en otros contextos
78 L a p arte n eg ad a de la cu ltu ra
13. En el texto compilado por Agier (1997) varios antropólogos reflexionan sobre sus
trabajos de campo que los colocan, según ellos, ante responsabilidades inéditas, al en
frentarse con epidemias de sida, con las luchas indígenas, con situaciones de guerrillas,
etc., en las cuales los actores «estudiados» demandan su involucración. M ás allá de
cualquier otra reflexión, lo notable a subrayar es una antropología que al afirmar lo se
ñalado sigue dando cuenta «inconscientemente» de su propio pasado como disciplina,
ya que estos antropólogos parecen ignorar que los antropólogos-etnógrafos trabajaron
desde el inicio con grupos donde el hambre era endémica, de grupos con tasas de morta
lidad infantil de 200 y 300 niños por mil nacidos vivos; que los antropólogos trabajaron
en situaciones no sólo de guerrillas sino de guerra, como fueron algunas de liberación
nacional o la segunda guerra mundial. Que al menos un sector de los antropólogos na
tivos no sólo fueron llamados a participar, sino que participaron por propia decisión en
conflictos étnicos, clasistas y nacionales.
I (puniciones, indefiniciones y pequeños saberes 79
so enfrentaron al sistema dominante. Más aún, señala que los servicios presta
dos por los antropólogos al colonialismo fueron mucho más significativos que
sus aportes a los pueblos colonizados, para concluir que «pocos se opusieron al
colonialismo; la mayoría de los antropólogos consciente o no conscientemente
aceptaron sin cuestionar sus roles y privilegios dentro del sistema colonial»
(¡bid., p. 420).
La reflexión sobre este y otros procesos condujo durante los sesenta a al
gunos destacados antropólogos como P. Worsley (1970) a pensar en la po
sibilidad de la desaparición de la antropología, que, aunque no se produjo,
generó una situación que dio lugar a la emergencia de un análisis teórico y
metodológico de la disciplina como no se había dado hasta entonces, lo cual
constituyó un cambio respecto de la crisis anterior que prácticamente no fue
«sumida reflexivamente por los antropólogos. Durante este lapso un grupo de
antropólogos repensaron su disciplina desde perspectivas que oscilaban entre
el escepticismo y el m alestar respecto del papel de la antropología y las ex
pectativas suscitadas por los procesos sociopolíticos y culturales que estaban
ocurriendo «fuera» de la disciplina. Autores norteamericanos como Berreman
ejemplifican bien esta situación al recordar que al iniciar su seminario ordi
nario de antropología a mediados de los sesenta, un alumno de licenciatura
comentó que había elegido el seminario porque estaba «enfermo de disertacio
nes», por lo cual Berreman propuso en el seminario repensar colectivamente la
antropología «dado que muchos de nosotros estamos igualmente enfermos de
antropología como aparece ejemplificado en la mayoría de nuestras revistas,
libros y cursos incluidos los perpetrados por nosotros mismos» (Berreman,
1974 [1969], p. 83). Como sabemos, desde mediados de los setenta una parte
significativa de los antropólogos ya no se enfermaría con las palabras escritas
o habladas sino que reducirían su quehacer a juegos retóricos o a la discusión
sobre los juegos retóricos así como a discurrir por las multiculturas dentro de
las violencias de sujetos empobrecidos entendidas como heridas simbólicas.
Dadas estas consecuencias, no tan paradójicas, es importante recordar que el
problema ideológico y ético de la investigación antropológica fue discutido
en este lapso con una radicalidad sin precedentes, y colocó a la antropología
en el lugar más cuestionado respecto del conjunto de las disciplinas sociales e
históricas.14
Más allá de la manera de definir pobreza y marginalidad, así como del tipo
do explicaciones formuladas, lo sustantivo es el reconocimiento por la antro
pología de este tipo de problemáticas hasta entonces negadas o relegarlas. El
desarrollo del marxismo y de una antropología de la pobreza en los medios
i m al y urbano condujeron a la recuperación parcial y momentánea de una di
mensión relacional no centrada en lo local. Si bien las propuestas de Redfield,
desde mediados de los treinta y de los analistas de la sociedad folk, como
I oster, M intz o M iner desde los cuarenta y cincuenta incluían la relación co
munidad local/sociedad urbana como decisiva, tanto que los últimos llegaron
n definir lo campesino básicamente en relación con lo urbano como partes de
In sociedad global. Si bien desde la década de 1950 los trabajos impulsados
por J. Steward proponían la existencia de varios niveles de realidad a nivel
regional pensados de forma interconectada, serán las propuestas marxistas las
que impulsen en términos teóricos una concepción relacional extracomunitaria
y en términos macrosociales.
Debe recordarse que algunos de los antropólogos que trabajaron tanto den-
ln> del análisis del continuum folk/urbano como de las propuestas de Steward,
y me refiero a autores como W olf y Mintz, lo hicieron desde perspectivas mar-
x islas, lo cual se evidencia en sus trabajos sobre la realidad latinoamericana.
No es casual que, dadas las condiciones del desarrollo latinoamericano, fueran
los antropólogos que trabajaran sobre esta región quienes impulsaron más tem
pranamente la articulación entre lo comunitario y lo global.
Los principales referentes teóricos del período fueron Durkheim, Marx y
Weber, quienes aparecen fundamentando las nuevas propuestas teóricas de for
ma conflictiva. Pero debe subrayarse que la notoria presencia del marxismo en
la antropología social durante los sesenta no significó que dicha teoría fuera
importante en el interior de la antropología, salvo tal vez en Francia, en menor
86 La p arte n eg ad a de la cultura
15. Varios años después, otro destacado antropólogo crítico investigó esa área minera y
Uiinpoco dio cuenta de esta situación (Taussig, 1993 [1980]).
90 L a parte n e g ad a de la cultura
an agent o f the enemy into the campo o f the people we study. But we can ally
with the people abroad and at hom -in their struggies to create a new world
where Science can trudy serve the people and not be a tool for their oppresion»
(Stauder, 1993 [1970-1971], p. 426).
Este malestar se expresó y se sigue expresando a través de varios aspectos
que van desde la reflexión sobre el ¿para qué? teórico y práctico del trabajo
antropológico, pasando por la discusión de algunos de los principales núcleos
de identificación disciplinarios, como son los referidos a las características y
significados del trabajo de campo, o a quiénes son ahora nuestros sujetos de
estudio.
Dicho malestar se instala paradójicamente respecto de una disciplina que
al menos en el país que actualmente hegemoniza la producción antropológica,
es decir, Estados Unidos, se caracteriza por la continua inclusión de nuevos
problemas y temas, por el constante desarrollo de nuevas especializaciones,
por el incremento de la visibilidad de la potencialidad de las aproximaciones
teórico-metodológicas para la descripción de la realidad, y por un proceso de
profesionalización que ha tenido notorias y contradictorias consecuencias en el
constante incremento de la producción antropológica.
Los contextos en que se desarrolla este malestar se caracterizan por la crisis
de los sistemas socialistas, por el rápido cambio de la mayoría de ellos hacia
formas capitalistas y/o a una reconstitución de sus estructuras burocráticas en
términos casi exclusivos de mantenimiento del poder. Como consecuencia de
este proceso, asistimos a la quiebra ideológica de tales sistemas como referen
cia de una posible reorganización de la sociedad, y correlativamente al forta
lecimiento de la hegemonía y dominación de los países capitalistas centrales,
sin el desarrollo de otras propuestas alternativas de desarrollo a nivel global. Y
esto articulado con la crisis, reformulación o dudas sobre las posibilidades de
mantenimiento y de expansión del estado de bienestar.
En la mayoría del llamado tercer mundo se desarrollará, dentro de un pro
ceso de continuidad/discontinuidad, una consistente tendencia al incremento
de la pobreza y extrema pobreza, a la acentuación de la desigualdad y polar
ización social en términos económico-ocupacionales, a la instalación o incre
mento de diferentes tipos de violencias como parte normal de la vida cotidiana,
así como a la acentuación de las condiciones de dependencia de todo tipo,
es decir, no sólo económico-políticas, sino ideológico-culturales y científico-
técnicas. Si bien estos procesos existían previamente, a lo largo de este lapso
se dará no sólo un incremento en la mayoría de los contextos, sino también un
I n i m u n id a s ideológicas y el retorno de lo «local» 97
i ruste cada vez más notorio respecto de las expectativas sociales generadas
i Impulsadas por las propuestas neoliberales.
listos procesos económico-sociales van acompañados de una constante
pHplosión de particularidades políticas, étnicas, religiosas, nacionales, de gé-
ii' m, ole., que en su mayoría emergen como opciones societarias específicas
y locales. La crítica y desmoronamiento de proyectos ideológicos y políti-
i un globales de orientación socialista aparece sustituida por el desarrollo de
proyectos centrados en estas u otras particularidades que aun teniendo impli-
>m iones universales (género) están centradas en lo local. Pese a este énfasis
rii las particularidades, se consolida e intensifica el denominado «proceso de
lílobalización», que aparece impulsado funcionalmente desde el proyecto neo
liberal como continuidad del proceso histórico de expansión capitalista.
I ,a quiebra de las ideologías socialistas se expresa en los países centrales a
linvés de un creciente escepticismo o directamente desesperanza sobre el «fii-
iuro» en términos sociales, y por la acentuación de la importancia del presente
vivido, o si se prefiere por la actualización continua del presente. Se desarrolla
mui constante crítica a la sociedad occidental preocupada exclusivamente por
objetivos materialistas y consumistas, que pasa a ser considerada como degra
dada culturalmente, y se recupera la vitalidad de la cultura casi exclusivamente
cu las sociedades no occidentales y/o en determinados sectores subalternos,
lo cual no sólo supone una recuperación del otro «no occidental», sino una
notoria añoranza por formas del pasado «irremediablemente perdidas» y/o
mitificadas muy similares a las concepciones dominantes entre las décadas de
1920 y 1940.
A partir de los años sesenta, pero sobre todo de los setenta, asistimos a una con-
Iinua producción de nuevos sujetos de estudio y a la resignificación de algunos
nntiguos sujetos, lo cual genera la sensación de que todo sujeto social puede ser
parte del trabajo antropológico. Actualmente, no cabe duda de que el énfasis
antropológico en la alteridad se ha generalizado; la alteridad se asume como
un hecho, y no debe argumentarse mucho al respeto, pero para el antropólogo
¿quién es ahora el otro? ¿Cuál es su sujeto de estudio y qué relaciones esta
blece con ese sujeto? La producción antropológica actual evidencia que el otro
98 La parte negada de la cultura
2. Es casi obvio recordar que al menos, una parte de los sujetos sociales anteriores, y
especialmente el «proletariado», o si se prefiere, la clase obrera, afirmaba su identidad
para oponerse, distinguirse o desacralizar la mirada hegemónica, pero lo distintivo ra-
I m miüoncias ideológicas y el retorno de lo «local» 99
Imii it demostrar que son parte «normal» de la sociedad; a mediados del 2000
mui organización de personas discapacitadas solicitó a diseñadores de «alta
i imlura» que hicieran vestidos para discapacitadas con la intención de incluir-
lici on el desfile de la Alta Moda italiana desarrollada anualmente en la plaza
de I ¡paña (Roma). La propuesta no sólo remitía a normalizar la presencia de
dl'ieiipacitados, sino a recordar que éstos no sólo utilizan vestidos, no sólo
Imuden estar preocupados por la moda, sino que además compran y usan di-
i líos vestidos. Las diferencias son acentuadas, al menos por algunos de estos
ni upos, para evidenciar que son parte de la sociedad a partir de sus diferencias,
nnmiue algunos autores señalaron que el reconocimiento de estos actores se
luisa más en el consumo que en su diferencia.
Si bien los más reconocidos de estos grupos son los organizados en tomo
ni f'.énero, a la etnicidad o a la religión, constantemente se producirán nuevos
y,tupos caracterizados por la edad, la orientación sexual, una enfermedad, una
mlicción, una discapacidad o algún otro rasgo, como ser obeso o ser gemelo, a
Inivés del cual se identifican, y les posibilita reivindicar un determinado lugar
dentro de la estructura social y cultural. Esta tendencia se da especialmente en
Lutados Unidos, donde casi cualquier rasgo idiosincrásico pareciera que puede
dar lugar a la constitución de un nuevo sujeto social, pero también se observa
en el resto de las sociedades desarrolladas y en varias de las periféricas.
Los procesos en tom o a los cuales se constituyen los nuevos sujetos son por
supuesto diferenciales, pero las demandas y tipos de acciones que dan lugar a
ln conformación de una parte de dichos sujetos son bastante similares, ya que
luchan por ser reconocidos en su diferencia particular, para que sus caracterís
ticas diferenciales no sean estigmatizadas o den lugar a tratarlos subaltenizada-
mente; en síntesis, tratan de obtener derechos que garanticen su particularidad.
Así, por ejemplo, las personas obesas - y la antropología médica estudia la
obesidad- se han organizado en varios países a través de grupos de autoayuda
y no sólo para dejar de comer o para adelgazar, sino para legitimar socialmente
su obesidad y apoyarse social y psicológicamente en términos de autoestima
y reconocimiento de su particularidad. Dada algunas de sus características, en
ciertos países europeos la obesidad es considerada un handicap negativo para
obtener trabajo, por lo cual el estado apoya económicamente a estos sujetos
como parte del reconocimiento de su diferencia definida en términos de pa-
dica en que la mayoría de los nuevos sujetos se afirman casi exclusivamente a partir de
los rasgos considerados «desviados» o diferentes.
102 La parte neg ad a de la cu ltu ra
ve/ más evidente los resultados del citado proceso migratorio desde el tercer
mundo y desde otros contextos hacia países como Inglaterra, Francia, Alerna-
uiii, Italia, España, proceso que obedece a causas económico-ocupacionales,
pet o también político-ideológicas, de tal manera que grupos étnicos, religiosos
ii nacionales que hasta hace poco eran estudiados por los antropólogos en las
i oinunidades, etnias o religiones localizadas en Zaire o el Caribe, las encuen-
Imn ahora en sus propios medios marginales rurales y urbanos europeos.
Si bien este proceso no es reciente, adquiere características particulares
expresadas en la tensión gestada entre el reconocimiento, convalidación y/o
legalización de los emigrantes en los países donde se asientan; la emergencia
ile diferentes niveles de conflictos ocupacionales, religiosos, raciales y el desa
rrollo de organizaciones y/o formas de vida, por una parte de los inmigrantes,
que tratan consciente y activamente de m antener su identidad.
Este es un proceso que alcanza características vertiginosas y masivas no
sólo en Estados Unidos, sino en varios países europeos, donde en lapsos que
oscilan entre cuarenta y sesenta años la población «blanca nativa» dejará de
ser mayoritaria, pasándolo a ser en términos sociodemográficos las personas
de origen africano, asiático y/o latinoamericano. En el caso de Francia se es
tima que hacia el 2060 no sólo habrá más niños negros que blancos, sino que
la principal religión será la musulmana: «A partir de las tendencias sociode-
mográficas actuales, en el 2060 habrá en Francia 50 millones de musulmanes;
es decir, constituirán las dos terceras partes de la población francesa. Si bien
ésta es una proyección estadística que debe ajustarse, lo más probable es que
en la segunda mitad del siglo xxi el islamismo sea la primera religión en Fran
cia (Gourevitch, 2000, pp. 191-192). Estas tendencias, que suponen el posible
desarrollo de procesos de integración, aculturación y mestizaje, pero también
de resistencia, marginación y conflictos étnico-raciales serán constantes para
los que no sabemos todavía el nivel de homogeneidad o heterogeneidad que
desarrollan en términos religiosos, étnicos, clasistas o de género; serán cons
tantes para la mayoría de los países del centro y oeste europeo al menos hasta
mediados de este siglo, debido no sólo al continuo incremento de la migración
desde el tercer mundo impulsada básicamente por condiciones de pobreza y de
pobreza extrema de los emigrantes, sino también por las necesidades económi
co-ocupacionales de la mano de obra laboral de los propios países europeos.
Pero lo que me interesa subrayar es que estos y otros procesos están dan
do lugar a la emergencia de nuevos sujetos sociales en los países desarrolla
dos y también en los periféricos, y que una parte de dichos sujetos refieren
104 L a parte neg ad a de la cultura
analizado su posibilidad (M enéndez, 1998b), pero considero que como categoría está
escasamente elaborada.
6. De Martino ha elaborado en términos «negativos» la situación de riesgo histórico
I as ausencias ideológicas y el retorno de lo «local» 107
ile las sociedades subalternas, que limitaría o directamente impediría el cambio en di
chas sociedades (1948, 1958, 1961 y 1975).
7, Debemos recordar que el concepto de mestizo tuvo además un uso ideológico-po-
lllico en algunas naciones americanas, ya que dicha categoría expresaba la síntesis de
lu «raza blanca» y la «raza indígena». Esta categoría fue impulsada sobre todo entre
1920 y 1950 por gobiernos de tipo populista, y fundamentada por ideólogos cercanos a
ciertas orientaciones indigenistas.
108 L a parte n eg ad a de la cultura
nicos mexicanos. A mediados del año 2000 se estimaba que habitaban en esta
ciudad 1.300.000 personas definidas como indígenas, de las cuales 64.000 eran
niños menores de cinco años que no hablaban español. La concepción homo-
geneizante de los diferentes grupos étnicos mexicanos como una unidad limitó
pensar en términos multiculturales el desarrollo histórico de las etnias mexica
nas especialmente en su asentamiento en los medios urbanos, y particularmen
te en la ciudad de México, donde se dieron intensos procesos de mestizaje que
condujeron a la emergencia de diferentes sujetos que expresan este intenso y
constante proceso de mestización, hibridación y localización.
Los sujetos híbridos, los inmigrantes, el multiculturalismo fueron las for
mas dominantes en dichos países durante el lapso señalado que, por supuesto,
implicó episodios de muy diferente tipo incluidos episodios racistas y de etno-
centrismo, pero, sobre todo, un intenso proceso de mestizaje y de constitución
de identidades nacionales y regionales, cuyo mayor proceso de socialización
se dio, como hemos señalado, en los medios urbanos.
La concepción de sujeto híbrido contribuyó a cuestionar la idea dominante
en antropología de sujeto monolítico, integrado, auténtico, así como a colocar
el acento en los procesos de cambio más que en los de continuidad. Pero estos
aportes redujeron sus posibilidades analíticas (e interpretativas) debido a la
ahistoricidad, a la exclusión de lo económico-político y a la superficialidad en
la definición y descripción de la subjetividad de los actores sociales. Su énfasis
en la fragmentación, autoensamblaje y capacidad selectiva propone un sujeto
imaginario que tiende a acentuar las diferencias simbólicas, ignorando, o sólo
incluyendo limitadamente, las fuerzas económico-sociales que tienden a la ho-
mogeneización y restricción de las autonomías de estos sujetos en función de
las condiciones de pobreza y extrema pobreza en las que desarrollan sus vidas,
sus migraciones, sus hibridaciones.
De hegemonías y homogeneidades
Hemos observado que a partir de los años setenta la antropología pone cada
vez más énfasis en el estudio de la diferencia y no sólo de la alteridad, lo cual
es correlativo de la desaparición o disminución de las preocupaciones disci
plinarias por los procesos de desigualdad social y económica que se habían
desarrollado desde finales de los cincuenta y especialmente durante los sesenta
y principios de los setenta. Esta orientación resulta paradójica, sobre todo en el
I ir; «usencias ideológicas y el retorno de lo «local» 113
muy escasamente los significados que los sectores subalternos y los hegemóni-
cos dan, por ejemplo, a la pobreza, a la extrema pobreza y a la desocupación,
pero, y lo subrayo, no en términos exclusivamente económico-políticos, sino
en términos de los significados culturales e ideológicos, articulados con los
procesos económicos y de poder. Tengo la impresión que la pobreza y la des
nutrición aparecen para estas corrientes - y para una parte de las tendencias
econom icistas- exclusivamente como procesos económicos o de salud, y no
también como expresiones simbólicas de las relaciones de hegemonía/subal-
temidad; como procesos que podrían explicar al menos parcialmente lo que
suelo denominar las «estrategias del aguante» que caracterizan a determinados
estratos subalternos.
De allí la importancia de recordar que junto a los nuevos sujetos, que afir
man su diferencia en términos autónomos, participativos y/o combativos, la
sociedad dominante sigue también produciendo sujetos o resignificando y
apropiándose de los nuevos sujetos a través de reconocer y trabajar sobre su
«diferencia».
Este proceso es complejo y a través del mismo podemos observar algunas
de las transacciones más interesantes que se desarrollan entre aparato académi
co, las organizaciones no gubernamentales y el gobierno, dado que la sociedad
dominante reconoce la existencia de nuevos sujetos caracterizados por su ex
clusión, con los cuales están trabajando ONG y otros grupos civiles, así como
el sector académico viene realizando investigaciones sobre la mujer golpeada,
los niños de la calle, las «nuevas» prostitutas, las madres solteras o los niños
sometidos a abuso sexual.
La situación de estos sujetos es objetiva y subjetivamente negativa, y res
pecto de ellos se crean programas de acción, se forma personal especializado,
se realizan investigaciones académicas y del tipo investigación/acción, se sub
sidia el trabajo de ONG específicas. El conjunto de estas actividades ha tratado
de reducir el incremento de estos grupos y/o de paliar, mejorar o solucionar
su situación, y todo lo que se haga al respecto siempre será poco, dadas las
condiciones de vida de estos niños, mujeres o ancianos, y a su continuo incre
mento.
Pero más allá de la intencionalidad y eficacia de estas actividades, la ten
dencia dominante es subrayar la «diferencia» en función de la especificidad
de estos sujetos, sin incluir o incluyendo someramente el papel que tiene la
dimensión económico/política en la constitución de estos y otros sujetos, ya
que si bien se asume o se hacen alusiones a la situación de extrema pobreza de
Las ausencias ideológicas y el retorno de lo «local»
estos sujetos, dicha pobreza aparece como una condición «en sí» o referida a
las características de los sujetos pero no a su inserción en la estructura social
y ocupacional.
Al señalar esto no pretendo reducir la marginación de ancianos o la exclu
sión de niños a la dimensión económico/política, sino subrayar dos hechos. Por
una parte recordar que la no inclusión de esta dimensión implica dejar de lado
los procesos que unifican a la mayor parte de estos nuevos sujetos, ya que se
caracterizan por tener las peores condiciones de vida, de ingreso, por carecer
de seguridad social, por estar estigmatizados. Y segundo porque a través del
trabajo de estas organizaciones civiles de ayuda y de las investigaciones aca
démicas se desarrolla y se refuerza un proceso de etiquetamiento de los nuevos
sujetos que tiende a excluir al sistema social dominante de su papel en la cons
titución de estos «nuevos» sujetos. Y así al hablar en términos de negligencia
o de descuido selectivo respecto de las madres pobres (o de las pobres madres)
con hijos muertos, o de acceder a las prostitutas no por su situación social,
económica o subjetiva, sino por el papel que cumplen como grupos de riesgo
de la difusión del sida, se está contribuyendo a constituir un tipo de sujeto
no sólo respecto del mismo sino de la sociedad y del estado, que refuerza las
características de estigmatización ya existentes, y omiten las consideraciones
sobre el papel de la estructura social y de los grupos sociales no sólo en la es
tigmatización simbólica, sino en la constitución de la extrema pobreza y de la
marginalidad que los unifica y caracteriza.
Más allá de la obra positiva generada por algunas ONG y por algunos aca
démicos, lo que debemos asumir es el tipo de identidad que una parte de estas
actividades tienden a constituir «objetivamente» de los sujetos con quienes
trabajan.
En consecuencia, la antropología trabaja en la actualidad con nuevos su
jetos de estudio no sólo caracterizados por la diferencia, sino porque están
localizados en el propio país/sociedad del investigador. Aunque este proceso es
congruente con el desarrollo institucional y profesional de nuestra disciplina,
no lo es tanto respecto de un imaginario antropológico centrado en la alteri-
dad «radical», en la cual no sólo encuentra su objeto de investigación, sino la
legitimidad de su especificidad epistemológica basada en el «distanciamien-
to» cultural. Frente a esta disyuntiva se gestaron diferentes propuestas, pero
toda una serie de factores se potenciaron para impulsar el desarrollo de una
antropología centrada cada vez más sobre la propia sociedad. En este proceso
incidieron no sólo el surgimiento de nuevos sujetos de estudio, sino la orienta-
116 L a pa rte n e g ad a de la cu ltu ra
Schneider, 1980; Gaines, ed., 1992; Hepburn, 1986; Martin, 1992; Menéndez,
1978, 1979, 1980 y 1990b; Menéndez y Di Pardo, 1996). Y si bien el trabajo
unlropológico incidió en otros sectores interesados en el proceso salud/enfer
medad/atención como son por ejemplo las ONG, dicha incidencia se dio sobre
lodo en términos técnicos.
Es dentro de este proceso que la antropología pasa de una crisis de au-
Ioireconocimiento, o si se prefiere, de identidad, a desarrollar una constante
situación de duda respecto de sus funciones y posibilidades. Y esto paradó-
j icamente ocurre cuando la disciplina logra su mayor expansión institucional
y adquiere una notable visibilidad tanto en términos teóricos como aplicados,
l in los setenta y ochenta determinadas características idiosincrásicas teórico-
metodológicas de la antropología convergen con las críticas y propuestas de
tendencias antiteóricas y antimetodológicas desarrolladas como críticas a las
lendencias que prevalecían en otras disciplinas y en el pensamiento social ge
neral, y desarrolladas a través de un aparato de alta sofisticación teórica. Pero
además durante los setenta, y de forma creciente, la metodología cualitativa
y el trabajo de campo antropológico se convertirán en uno de los principales
referentes de los modos de intervención de las organizaciones no gubernamen
tales y de determinados sectores del estado.
Es justamente durante este período cuando la antropología norteamericana
no sólo pasará a ser hegemónica, como hemos señalado, sino que dentro de
la misma se producirá el mayor volumen de producción antropológica a nivel
global, distanciándose cada vez más de las otras antropologías nacionales tanto
en términos de producción, de número de antropólogos activos, de número de
instituciones de formación y de investigación antropológica, como en términos
de variedad y de complejidad de tendencias teóricas y metodológicas.
Este proceso se expresa a través de consecuencias que en parte contra
dicen determinadas concepciones dominantes en la perspectiva disciplinaria;
no sólo la mayoría de la producción antropológica se escribe ahora en inglés,
sino que disminuye sostenidamente en términos comparados la producción en
otros idiomas. La mayoría de los antropólogos en los países desarrollados,
124 L a p arte neg ad a de la cultura
pero también en la mayoría de los países periféricos, sólo leerán y/o escribirán
en su idioma y en idioma inglés, reduciéndose el número de profesionales que
pueden leer en otros idiomas significativos para la antropología como fueron el
alemán hasta los cuarenta y el francés hasta los setenta. Pero además Estados
Unidos se convertirá en el país que forma más antropólogos a nivel de posgra
do procedentes de países del tercer m undo.12
En consecuencia, se da un proceso de hegemonización, pero también de
homogeneización, que según algunos autores conducirá a un proceso de em
pobrecimiento teórico, dada la reducción cada vez más notoria de los centros
de producción autónomos, y ello pese al incremento de las instituciones antro
pológicas en los países periféricos. En términos de metodología antropológica
podemos decir que se reduciría la significación de «los puntos de vista de los
nativos», que en este caso concierne a las diferentes antropologías nacionales,
por lo cual van desapareciendo o reduciendo su significación otras posibles
lógicas (racionalidades) de pensar la realidad.13 Esta orientación es al menos
paradójica, ya que niega en la práctica lo que es parte de las concepciones
dominantes en una antropología que coloca el acento en el multiculturalismo,
en el relativismo, en el punto de vista del actor en lo local, y que sobre todo
subraya el papel del lenguaje en la producción de identidades. De tal manera
que en el momento en que los antropólogos más hablan de diferencia y de
diversidad cultural, su disciplina se caracteriza por un creciente proceso de
homogeneización y hegemonización colocado en un solo país.
Según otras lecturas, este proceso no tendría esta orientación, sino que en
las antropologías periféricas se gestaría el desarrollo de perspectivas propias;
autónomas, críticas, etc., que cuestionarían la visión hegemónica y homoge-
neizante; así, autores como Bibeau (1992) recuperan el papel de los investi
gadores de origen nativo en el análisis y resolución de los problemas de sus
propias comunidades, que suelen implicar un cuestionamiento al desarrollo
impulsado desde las economías capitalistas. Sin embargo, todo indicaría que
dicho proceso se dio sobre todo en los años sesenta y principios de los setenta,
12. Este es por supuesto un proceso que no se reduce a la antropología; en 1997 es
tudiaban en Estados Unidos a nivel de licenciatura y posgrado 457.984 estudiantes
extranjeros, en su mayoría procedentes del tercer mundo.
13. Podría cuestionarse lo señalado respecto de la perspectiva del nativo, dado que
lo que debería utilizarse no es la lengua del investigador nativo, sino la del sujeto de
la investigación, lo cual no siempre coincide. Por ejemplo, en América Latina la gran
m ayoría de los antropólogos no tienen un inmediato origen amerindio.
I ;is ausencias ideológicas y el retorno de lo «local» 125
ateoricidad, y que se reencontrarán en los noventa con las tendencias que tratan
de «volver a la antropología».15
15. Estas tendencias ateórica y empiristas serán reforzadas por las nuevas orientacio
nes académico-administrativas que incluyen de manera prioritaria en sus modos de
investigar el costo económico, los informes urgentes, las presiones productivistas, la
«maquila» investigativa, determinados contratos de servicios con sectores del estado,
privados y ONG; el incremento constante de la concurrencia a reuniones internaciona
les y nacionales de diverso tipo que ha dado lugar a una mente de industria de «papers»
y ponencias, así como toda una diversidad de actividades académicas, que tienden a
reducir los tiempos reales dedicados al trabajo etnográfico y de análisis.
16. Subrayamos lo de esquemático, dado que somos conscientes de que forzamos un
tanto la realidad al presentar las tendencias, ya que la producción de algunos autores
pueden expresar más de una tendencia, y sobre todo a que aplicando otros criterios el
número de tendencias podría ampliarse.
I ns ausencias ideológicas y el retorno de lo «local» 131
17. Utilizamos este concepto porque es usado por las tendencias que estamos analizan
do, aunque el término «positivismo» ha sido erosionado por la continua transformación
de significados otorgados por los diferentes grupos que han defendido y criticado este
concepto, de tal manera que su uso actual es básicamente ideológico.
134 L a parte n e g ad a de la cultura
actor, pero a partir de una concepción que no sólo niega o considera secundaria
toda estructura, sino que tiende a reducir sus preocupaciones a la subjetividad
y frecuentemente al cuerpo subjetivizado. Sus principales conceptos son: suje
to, experiencia, intencionalidad, trayectoria, vida cotidiana, situación, morada,
sentido, significado.18
Esta tendencia cuestiona radicalmente todo lo que emerja como estructura
e incluso como estructurante, como formal, como determinación o condiciona
miento macrosocial. Radica sus objetivos descriptivos en los procesos que se
van constituyendo y en gran medida tiende a recuperar la espontaneidad de las
actividades, a dudar de todo concepto por cosificante y a proponer continua
mente nuevos conceptos que pretenden captar lo inmediato, lo no estructurado,
la experiencia.
Es la orientación que más recupera al sujeto en términos de agente su
brayando el papel del actor en la construcción de la realidad, de ahí que sus
descripciones partan siempre del punto de vista del actor; el actor definido a
partir de su intencionalidad, de su reflexividad y, sobre todo, de su experien
cia vivida. El orden estructural tiene escasa significación para comprender la
realidad si no se lo refiere a la experiencia de los sujetos. Cuestiona la existen
cia de una estructura social y de una estructura de significados previos, o los
considera secundarios y frecuentemente irrelevantes respecto de la experiencia
del sujeto. Para esta tendencia lo que importa es cómo los sujetos y grupos
viven los códigos culturales, cómo los redefinen y actualizan a partir de su
experiencia en situaciones concretas; y así, por ejemplo, frente a las escuelas
antropológicas que buscaban la definición de la enfermedad en términos de pa
trones culturales, esta tendencia propone describir la experiencia del paciente
respecto de su padecimiento.
Por lo tanto, frente a una concepción de la realidad que colocaba el acento
en la estructura, y donde los actores no eran tomados en cuenta o frecuente
mente eran definidos por mecanismos sociales y culturales que los constituía
en sujeto, esta tendencia trata de recuperar no sólo la intencionalidad, sino la
capacidad de elección, de selección, de decisión de los sujetos. La espontanei
dad, la creatividad, la posibilidad de actuar de modo diferente e inesperado es
situada en primer plano. Esta tendencia trata además de recuperar lo inmedia-
La recuperación de lo «local»
todo proceso, por general, macrosocial y abstracto que sea, siempre se sociali
zará a través de las vidas vividas localmente. Este es un hecho obvio que, por
supuesto, no niega la significación, presión, determinación de lo no local.
La recuperación de lo local por parte del pensamiento contemporáneo se
articula y refuerza el tradicional énfasis antropológico en lo local. El nuevo
auge del relativismo, la crisis de la razón totalizante, la pérdida de seguridad
en lo real, etc., se potenciarán, como en otros períodos, para encontrar en la
situación, en lo cotidiano, en la comunidad (morada), en el cuerpo los anclajes
que posibilitan comprender el mundo.
Esta recuperación de lo local favorecerá el retomo de aproximaciones feno-
menológicas, que en parte se expresa a través de trabajos que afirman su posi
bilidad de descripción en función de que el «mundo» resultaría inmediatamen
te familiar y significativo al que lo describe, lo cual es en gran medida correcto,
pero no porque sea el resultado de la abstracción ideativa, sino porque se basa
en conocimientos previos que los investigadores han acumulado mediante la
observación participante de la vida social, como ya señalaban entre los veinte y
¡os cincuenta diferentes autores que, como Timashef, concluían: «Los fenóme
nos que los fenomenólogos pretenden “ver” en la sociedad parecen estar selec
cionados arbitrariamente y hasta con prejuicios. La descripción que Vierkandt
hace de la actitud hacia el grupo por ejemplo, puede expresar con bastante
exactitud el punto de vista alemán, pero difícilmente el de los norteamericanos
o franceses» (Timashef, 1963 [1957], p. 340; véase también Manheim, 1982a
y 1982b [1924], p. 246).
El énfasis de la antropología en el otro, o si se prefiere, el trabajo con gru
pos radicalmente ajenos a la propia tradición cultural, había conducido paulati
namente a los antropólogos al desarrollo de un relativismo cultural que posibi
litaba poner entre paréntesis los propios conceptos, pero la convergencia entre
una antropología que de forma creciente se proyecta sobre su propia sociedad
y los enfoques fenomenológicos han ido generando, al menos en América La
tina, un tipo de producción etnográfica donde el investigador pretende que se
acerca al grupo a estudiar sin conocimientos y presupuestos previos, de tal m a
nera que puede lograr la aprehensión inmediata de los significados culturales
del otro. Esto ocurre incluso con investigadores que han trabajado durante años
en ciertas comunidades, o al menos en una región, y que reconvertidos a la
«perspectiva fenomenológica» proponen que su aprehensión de la realidad es
ahistórica e inmediata, lo cual suele articularse con su anterior (?) empirismo
etnográfico. En otros casos, la capacidad de aprehensión inmediata se traduce
I ,as ausencias ideológicas y el retorno de lo «local» 143
ver con lo que realmente estaba ocurriendo. Este, y otros procesos similares
reforzarán la creciente duda sobre las explicaciones genéricas, y favorecerán
un retom o epistemológico hacia lo local.
La tercera crítica concierne a los autores que proponen no sólo que toda
• realidad social es una construcción social, sino que, dada la expansión de los
medios de comunicación masiva, toda realidad actualmente nos llega cons
truida, de tal manera que la realidad con que nos manejamos es siempre una
realidad construida fuera de nuestro propio «control». Si bien esta propuesta,
en posiciones como las de Baudrillard, reduce o niega el papel del saber local
en términos de autonomía, paradojalmente ha reforzado la postura de los que
encuentran sólo en lo local la posibilidad de experienciar realidades no cons
truidas por otros y de entenderlas a partir de sí mismas. Más allá de aceptar o
cuestionar posiciones como las de Rosaldo o Baudrillard, lo que me interesa
subrayar son los procesos y propuestas que conducen desde diferentes pers
pectivas a reforzar la importancia de la experiencia y del saber local no sólo
de los actores sociales, sino de la necesidad de pensar y analizar la realidad a
partir de problemas específicos, para evitar caer en teoricismos más o menos
universales.
La recuperación de lo local expresa posiblemente más que ninguna otra
instancia la crítica a las propuestas universalistas y generalizadoras que han
ignorado las diferencias, generando no sólo interpretaciones incorrectas, sino
consecuencias negativas en el plano práctico. Esta visión crítica de la relación
local/universal ha sido desarrollada desde diferentes perspectivas de las cua
les seleccionaré dos. La primera que subraya las consecuencias negativas de
políticas sociales aplicadas sin tom ar en cuenta las condiciones locales. Para
Levine y White determinados beneficios y derechos considerados universales
pueden tener consecuencias negativas cuando se aplican localmente, dado que,
en su opinión, el descenso de la mortalidad, la eliminación del trabajo infantil
o los cambios en los estatus de género pueden afectar negativamente determi
nados aspectos sustantivos de la identidad de la comunidad y de sus miembros
si no se desarrollan adecuadamente: «Las oportunidades vitales refieren a la
posibilidad de elección y las ataduras a los vínculos sociales de que disponen
los individuos de una sociedad determinada. La mejora de las oportunidades
vitales en una sociedad local, casi siempre ha sido definida como la ampliación
de las posibilidades de elegir (libertad de escoger cónyuge, un trabajo, un lu
gar para vivir o bienes de consumo), pero sin tomar en cuenta la importancia
de los vínculos sociales que dan significado a la vida y, en consecuencia, al
I.iis ausencias ideológicas y el retorno de lo «local» 147
contextos que no pertenecen a la localidad del sujeto, de tal manera que una
parte creciente de las relaciones más frecuentes y primarias ya no se establecen
con los vecinos, con el ámbito comunitario o con los compañeros de trabajo,
sino con sujetos localizados en una red que constituye una nueva forma de lo
local (M artin, 1994). Pero de esto no hablaremos en este texto, aunque sí me
interesa subrayar que nuestro análisis no niega la importancia de lo local en
sus diversas manifestaciones, aunque sí me preocupa la posibilidad de que se
genere un retorno a lo local reducido a sí mismo, o donde lo no local aparezca
como «contexto» o como anécdota.
19. Si bien N ieztsche en otros textos desarrolla propuestas que cuestionan esta afir
m ación, considero que la tendencia fuerte de su pensam iento plantea a la razón y a la
moral como instrum entos para vivir y, sobre todo, como instrum entos de la voluntad
de poder.
I-as ausencias ideológicas y el retom o de lo «local» 155
conducir a sostener que sólo los miembros de una cultura o de un grupo deter
minado (grupo étnico, grupo religioso, género) pueden realmente conocer su
realidad (véase el capítulo 5). El desarrollo del particularismo cognoscitivo ha
tenido notable continuidad hasta la actualidad y posibilita legitimar las concep
ciones basadas en distintos tipos de «diferencias», incluidas las étnico-racistas
o directamente racistas y sus propios criterios de verdad. Si es una comunidad
interpretativa la que establece los criterios de verdad como parte de su propia
racionalidad cultural, las posturas racistas y étnico-racistas, tal como ocurrió
entre 1930 y 1940 especialmente en Alemania, alcanzan legitimación antropo
lógica, epistemológica y política, dado que pueden constituir también comuni
dades interpretativas de autorreconocimiento, identidad, pertenencia y acción.
J Si bien estas características estaban implícitas no sólo en la metodología
relativista, sino en los procesos políticos y académicos desarrollados entre los
años treinta y los cuarenta, durante los setenta se pasa de un reconocimiento de
la racionalidad de cada cultura y de su verdad, a un relativismo gnoseológico
que convierte todo saber por científico que fuera en interpretación. Dentro del
campo antropológico, y más específicamente de la antropología médica, se
pasa de reconocer la legitimidad cultural de todo saber curativo, desde los tra
dicionales, populares y alternativos hasta el saber biomédico, a concluir que no
pueden establecerse criterios universales de verdad y/o de eficacia, dado que la
verdad y la eficacia dependerán de los criterios construidos y usados dentro de
una comunidad de significación. Concepción, y lo subrayo, que frecuentemen
te se traduce en que tanto una parte de los que impulsan el saber biomédico y,
por otra, los defensores de los saberes etnicistas o alternativos, afirmen fá sic a
mente la superioridad, verdad y eficacia diferencial de cada uno de ellos.
Mientras que para un sector de los construccionistas la cuestión radica en
afirmar que cada saber refiere a cada contexto de interpretación (y de usó),
según lo cual los miembros de un contexto aprenden a saber y a utilizar dichos
saberes y a considerarlos verdaderos; los actores de tales saberes tienden cada
vez más a vivir en contextos de significación en que operan saberes proceden
tes de muy diferentes comunidades de significado, y que los actores utilizan
pragmáticamente. Pero salvo en corrientes minoritarias, dentro del pensamien
to socioantropológico se reitera un modo de pensar la realidad donde las tran
sacciones suelen estar ausentes. Mientras la antropología describió culturas
156 L a parte n eg ad a de la cu ltu ra
20. Como hem os señalado reiteradamente (M enéndez, 1981, 1982, 1984, 1985, f990a
y 1996), los trabajos preocupados por el saber tradicional de los grupos étnicos exclu
yeron describir y analizar el papel cada vez mayor cumplido por los medicamentos pro
cedentes de la biomedicina, de tal m anera que las etnografías tanto generales como las
centradas en el proceso de salud/enfermedad/atención, no daban cuenta o lo hacían en
forma muy reducida del uso, significación y eficacia terapéutica de estos medicamentos
dentro de los saberes comunitarios. Algunos de dichos medicamentos son de los más
usados y los de mayor eficacia respecto de una parte de los principales padecimientos
que inciden en la morbimortalidad de estos grupos. Pero la orientación teórico/metodo
lógica dominante los excluía o secundarizaba en las descripciones etnográficas.
I ,ns ausencias ideológicas y el retorno de lo «local» 157
dado que ésta será impuesta en la práctica de los hechos, aun cuando sea
negada en la realidad de los textos.
A veces pienso que la conversión de la realidad en texto para ser interpreta
do favorece la posibilidad de anular la facticidad o de remitirla exclusivamente
a procedimientos «literarios», de tal manera que la facticidad pasa a ser «la ex
periencia», «el estar ahí», el trabajo de campo a través de los cuales se obtiene
la información para producir textos interpretados en términos de su significa
do, pero sin incluir los procesos a través de los cuales los significados expresan
e imponen uno u otro criterio de verdad en la vida cotidiana.
Si bien sobre todo las orientaciones interpretativas impulsaron la noción
de ideología como sistema cultural cuestionando las concepciones marxistas
que reducían lo cultural a lo ideológico, que consideraban al actor local como
expresando parcialmente las ideas de las sociedades dominantes, que descono
cían o consideraban secundario que las representaciones sociales expresaban
significados culturales que formaban parte de la vida, del saber, de la identidad,
de la experiencia de los sujetos y grupos más allá de quienes las construyeran o
manipularan. Pese a ello sus propuestas tendieron nuevamente a aislar lo local
limitando comprender la dialéctica real de los procesos que estaban analizan
do, y encontrando exclusivamente en lo local la posibilidad de certidumbre.
Condujeron a convalidar toda realidad, por negativa que fuera aun para los
miembros de la comunidad, y a excluir lo ideológico aunque esta dimensión
explicara las funciones de la negatividad.
La reacción antiideológica se dio como un rescate de lo dado, de la manera
de definir, construir y aceptar el mundo por los actores, de recuperar los signi
ficados que éstos dan a los hechos, sujetos y objetos, frente a toda una serie de
críticas desarrolladas durante los años cincuenta y sesenta a la cultura enten
dida como adaptación, conformidad, y que tenía como referencias no sólo al
nazismo y al estalinismo, sino a la «muchedumbre solitaria». Y así se generó
un interesante proceso ideológico según el cual la realidad entendida como lo
que esta ahí, como lo que funciona, pasó de ser cuestionada como conformista
en los cincuenta y sesenta, a ser convalidada como verdad en los setenta.
Los cuestionamientos a la realidad entendida como conformidad y adapta
ción proceden de diferentes corrientes teóricas tanto socioantropólogicas como
psicológicas, y se expresaron tempranamente dentro de tendencias psicoanalí-
ticas y antipsiquiátricas que en gran medida reaccionaron contra una noción de
cultura y de la relación sujeto/cultura que tendía a convalidar lo dado como lo
«normal» entendido como correcto en el interior de un sistema social específi-
I ¡is iiusencias ideológicas y el retorno de lo «local» 159
i o. Desde esta perspectiva, Bastide(1967 [19651) consideraba que la antropo
logía analizaba muy poco los procesos de adaptación social, dado que podían
evidenciar que el sistema cultural tendía a generar sujetos conformistas. Fue
•i través de autores que analizaron la relación normalidad/anormalidad que se
generaron las principales críticas a esta concepción implícita en gran parte del
pensamiento antropológico, y especialmente del relativismo cultural. De ahí
que, por ejemplo, Devereux, analizando problemas de salud mental en grupos
étnicos, concluyera «que la adaptación social no es, desde el punto de vista
psiquiátrico, un signo de salud mental, ya que el conformismo puede adoptar
formas patológicas; y subrayando que la desadaptación es más bien una con
secuencia que la causa de los trastornos mentales poniendo así al descubierto
el postulado oculto del relativismo Cultural: los individuos pueden estar enfer
mos, pero la sociedad es siempre y necesariamente normal» (Bastide, 1967, p.
98; véase también Devereux, 1973).
Considero que las propuestas antiideológicas a través de afirmaciones
parcialmente correctas favorecieron la desaparición de este tipo de proble
máticas, pues tendieron, por ejemplo, a convalidar toda realidad cultural por
«conformista» que fuera. Si bien es correcto afirmar que los sujetos viven,
aprenden, perciben la realidad a través de sus propias experiencias culturales
y locales, y que éstas constituyen sus principios de verdad, así como afirmar
que la realidad y la verdad se define a partir de situaciones específicas, es
decir, que no hay verdad para los actores más allá de lo que ellos viven como
realidad; dichas afirmaciones se ideologizan cuando reducen la realidad a la
descripción exclusiva del punto de vista del actor, que puede ser un sujeto,
una comunidad o una cultura. Reconocer que la realidad significa «verdad»
liara los que la viven nos parece correcto en términos metodológicos e in
cluso de acción, pero siempre y cuando no sacralicemos como verdad dicha
realidad, sino que la refiramos al juego de las relaciones entre los diferentes
actores, incluido el juego del investigador.
Elias genera, a mi juicio, un notable análisis sobre el antisemitismo nazi
que ejemplifica lo que estamos proponiendo, al subrayar que para los nazis y
para parte del pueblo alemán el antijudaísmo formaba parte de su sistema de
creencias culturales y no sólo constituía un fenómeno ideológico. La política
de exterminio judío no fue sólo un medio para obtener resultados inmediatos
en términos materiales o políticos, sino que era parte de la cosmovisión nazi;
y si bien el nazismo desarrolló la mentira intencional respecto de los judíos,
los nazis se caracterizaron por la fuerza y sinceridad de sus convicciones co
160 L a p arte n eg ad a de la cultura
lectivas. «Both the victory and the faillure of the National Socialist movement
remain incomprehensible if account is not taken o f the strongly idealistic
element in their beliefs which often made the Fhürer and his followers blind
to consideration other than those dictated by their creed, occasionally allowing
them to see the world entirely in the light o f their own hopes and wishes»
(Elias, 1996, p. 330). El nazismo trató de convertir al antijudaísmo, incluso en
términos de etnocidio, en «cultura como verdad», montándose sobre caracte
rísticas existentes en la sociedad europea y no sólo alemana.
Pero asumir que las cosmovisiones de un grupo religioso, de un grupo ét
nico o de los nazis constituyen la «verdad» para los mismos, no implica -a l
menos para nosotros- que respecto de ninguno de estos actores asumamos
su verdad como la verdad; y justam ente esto es lo que conscientemente o no
concluyen determinadas orientaciones socioantropológicas, que al excluir la
dimensión ideológica de sus descripciones y análisis o al reducirla a sistema
cultural legitiman exclusivamente lo dado.21
Desde los ochenta el desarrollo de corrientes en las cuales se articulan pro
puestas marxistas, fenomenológicas e interaccionistas simbólicas ha conduci
do a la recuperación de la dimensión ideológica al analizar problemas como
nutrición, sida o esquizofrenia o sobre las funciones de cura y control de la bio-
medicina y de otros sistemas médicos, en los cuales emerge el papel que la en
fermedad puede cumplir en las negociaciones entre los grupos o las funciones
l’ero adem ás durante este lapso se im pulsa el papel de las tecnologías bio
lógicas com o decisivas no sólo para la curación y prevención de enferm e
dades y com portam ientos «desviados», sino para intervenir en aspectos de
cisivos de la producción y reproducción hum ana. Las propuestas y técnicas
biológicas pasan a ser determ inantes respecto del control y/o planificación
de la natalidad, así como para posibilitar la reproducción «artificial» (fe
cundidad in vitro), la posibilidad de escoger el seso del hijo antes de que
nazca, la clonación aprobada por ahora sólo para la producción de em brio
nes hum anos con fines terapéuticos específicos, la posibilidad del cam bio
de sexo a través de varias tecnologías biom édicas com plem entarias, la po
sibilidad de m odificar el cuerpo con objetivos de dem orar la vejez y prolon
gar la juventud o de recuperar la apariencia de sujeto/objeto sexual.
A su vez, las investigaciones biológicas, más allá de que generen ex
plicaciones causales, producen de form a creciente tecnologías que actúan
sobre los com portam ientos individuales y colectivos ya sea como medio
de control de sujetos considerados enferm os m entales, o sobre todo de los
com portam ientos «norm ales» ejercidos en la vida cotidiana. Se increm enta
continuam ente la producción y consum o de m edicam entos contra el dolor,
el sufrim iento, el insom nio, así como de fárm acos consumidos para poder
funcionar cotidianam ente en el trabajo, en el ocio, en la desocupación así
como en espacios públicos de relaciones sociales como en espacios pri
vados de relaciones sexuales. Cada vez más sujetos necesitan consum ir
drogas generadas por la biom edicina para enfrentar duelos, separaciones o
enferm edades.
Las causas biológicas vuelven a ser utilizadas desde finales de los sesenta
para explicar la persistencia de la pobreza, el fracaso educativo y los com
portamientos violentos. Entre la década de 1950 y la actualidad se ha busca
do reiteradamente la causalidad biológica de la violencia, fenómeno que se
expresa en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana, desde las agresiones
realización de investigaciones sobre problemas con altas demandas por parte de los
conjuntos sociales. Es importante reconocer que las líneas de investigación que más
se impulsarán serán las que generen lo más rápidamente posible beneficios financieros
;i los inversores. De ahí que la investigación genética será impulsada hacia problemas
como la enfermedad de Alzheimer o la esterilidad masculina, que pueden tener una alia
rentabilidad a corto plazo.
168 La parte n eg ad a de la cultura
sujetos y grupos lo que debe ser reflexionado para reconocer las consecuen
cias que puede tener la biomedicalización de la enfermedad. Desde fines del
siglo xix se ha propuesto que los nativos americanos tienen una predisposición
biológica que favorece el desarrollo del alcoholismo, y esta propuesta se ha
reiterado a lo largo del siglo xx pese a que también reiteradamente las propias
investigaciones biomédicas reconocen que no pueden demostrarlo. Durante
la década de 1990 especialistas en alcoholismo y cirrosis (Narro et al., 1999)
han propuesto que la cirrosis hepática incide en forma diferencial en grupos
indígenas mexicanos debido a causas de tipo biológico y del tipo de bebida
alcohólica consumida (pulque), aun cuando hasta ahora sólo constituye una
inferencia epidemiológica de tipo estadístico.
Pero más allá de que esta afirmación sea o no correcta, lo que me pre
ocupa es la formulación de explicaciones técnicas que pueden reforzar estig-
matizaciones racistas. Subrayo que la cuestión no radica en negar u ocultar
los hechos, sino en evidenciarlos y no sólo a través de conjeturas que hasta
ahora no pueden demostrarlo. En este como en otros casos, y más allá de la
intencionalidad de los autores, el saber biomédico parece no reparar en que la
formulación de este tipo de interpretaciones pueden ser usadas con objetivos
racistas inclusive por el propio personal de salud.
La enfermedad y la biomedicina constantemente son utilizadas para re-
significar procesos económico-políticos en términos de enfermedad, de tal
manera que tanto la desnutrición imperante en varias regiones de Brasil, y
especialmente en el noreste (Sheper-Hughes, 1997), como la masa creciente de
personas que no tienen vivienda donde vivir en Estados Unidos, tienden a ser
analizados y a encontrar «soluciones» no en términos socioeconómicos, sino
en términos de problemas de salud, inclusive de salud mental, que en el caso
de los sujetos «sin vivienda» aparece relacionado con el proceso de deshospi
talización psiquiátrica (Mathieu, 1993).
Uno de los procesos intersticiales más opacados a través del cual podemos
observar la expansión de la biomedicalización es el que concierne al continuo
aumento de la esperanza de vida en prácticamente todas las sociedades, pero
especialmente en las capitalistas desarrolladas, así como al incremento cons
tante de sujetos que padecen enfermedades, invalidez o adicciones crónicas o
cronificadas. De sujetos cuyos padecimientos son detectados a edades cada vez
más tempranas, por lo cual se amplía constantemente una población caracteri
zada por vivir la mayor parte de su vida con un determinado padecimiento. De
tal manera que un sujeto que a los quince años le detectan diabetes desarrollará
I I cólera: ¿es sólo una m etáfora? _____________________________________________ 1 7 3
Unidos, es decir, no se dio realmente una elaboración propia sobre las relacio
nes entre lo cultural y lo biológico.
Pero respecto de los grupos étnicos no tenemos nada similar, pese a que du
rante los sesenta y setenta, junto con la emergencia y movilizaciones de los
grupos étnicos subalternos, surgen sectores sociales que se asumen como racis
tas o etnorracistas, que generalmente no suelen ser reconocidos y/o incluidos
por los que reflexionan sobre las etnicidades y sobre las «diferencias», cuyas
elaboraciones se centran sobre la identidad étnica o nacional, escindidas de las
propuestas o de los deslizamientos étnico-raciales. Si bien ulteriormente cien
tíficos sociales e historiadores analizarán el denominado «racismo cultural»,
y especialmente toda una serie de estudios culturales recuperará la discusión
sobre el racismo, la referirán casi exclusivamente al racismo «blanco» y escin-
dido de las relaciones organizadas en tom o a la etnicidad y mucho más de los
avances del biologicismo.
Estas ausencias contrastan con toda una serie de procesos organizados en
tom o a las relaciones interétnicas y entre nacionalidades que dieron, y siguen
dando, lugar a situaciones caracterizadas en numerosos casos por la extrema
violencia traducida en masacres e incluso etnocidios -e n varios casos silen
ciados-, en las cuales el cuerpo del otro fue y es cosificado política, racial, ét
nica y/o religiosamente. Si bien algunos de estos conflictos se expresan bási
camente a través de las dimensiones ideológico-política y económico-política
(El Salvador, Camboya), en la mayoría los conflictos y masacres se expresan
a través de problemáticas étnicas, religiosas o nacionales (Palestina, Ruanda,
Burundi, Uganda, Suráfrica, Kurdistán, Indonesia, Bosnia, Kosovo, Cheche-
nia, Afganistán, Irlanda). Más aún, algunos conflictos cuyas características
a nivel manifiesto aparecen como políticos, evidencian, sin embargo, que la
mayoría de la población asesinada, torturada y vejada es la de origen indí
gena, como es el caso de Guatemala. Respecto de al menos algunos de estos
conflictos se ha pretendido que no constituyen fenómenos de tipo racista, pese
a que una parte establece en la práctica una diferencia radica e incompatible
con el otro, traducida en las políticas de «limpieza étnica» propiciadas por
algunos de estos movimientos.
I•',! cólera: ¿es sólo una m etáfora? 177
5. Esto no supone reducir esta situación a los países capitalistas centrales, dado que
asumimos que una parte de las tendencias etnicistas desarrolladas en el tercer mundo,
explícita o a través de sus prácticas, desarrollan actitudes y representaciones de tipo
racista.
178 L a pa rte n e g ad a de la cultura
través de la cultura, lo cual fue por otra parte asumido por el conjunto de los
sectores socialistas y/o marxistas: «La nueva izquierda británica y estadouni
dense posterior a 1968 ha mostrado una tendencia a considerar la naturaleza
humana como casi infinitamente plástica, a negar la biología y a reconocer
únicamente la construcción social. El desamparo de la infancia, el dolor exis-
lencial de la locura, las debilidades de la vejez, todo fue trasmutado a meras
etiquetas que reflejaban las desigualdades en el poder. Pero esta negación de lo
biológico es tan contraria a la verdadera experiencia vivida que ha hecho a la
gente más vulnerable ideológicamente al llamamiento al “sentido común” del
determinismo biológico reemergente» (Lewontin et al., 1991, pp. 22-23).
Esta concepción, como hemos analizado recurrentemente, se expresa en
una antropología que hasta fechas recientes ha podido describir y analizar la
enfermedad y la muerte casi exclusivamente en términos simbólicos y prác
ticamente sin referencias a la mortalidad, al dolor o las consecuencias de la
enfermedad en el sujeto y en su sociedad (Menéndez, 1981, 1990a, 1997a y
1997c). Pero lo que me interesa subrayar es que tanto el multiculturalismo
como gran parte del construccionismo manejarán estas problemáticas sin in
cluir los referentes racistas y biologicistas que eran centrales para los cultu-
ralistas que construyeron el paradigma antropológico respecto de la relación
biológico/cultural entre los veinte y los cuarenta.
Pero además tenemos una segunda tendencia desarrollada desde los sesen
ta, que frecuentemente ha legitimado el etnicismo radical a través de conside
rar que el racismo es una creación unilateral de la sociedad occidental («blan
ca»), contra la cual valdrían todos los medios de enfrentamiento, incluidos los
«raciales», de tal manera que determinadas acciones que van desde el asesinato
individual o masivo de «extranjeros» hasta la violación de mujeres -recorde
mos los escritos y acciones de E. Cleaver durante los sesenta- aparecen legi
timados por ideologías que al menos en parte constituyen reacciones, contra
la sociedad blanca dominante. Estas propuestas, que legitimaron la violencia
antioccidental como respuesta y «superación» de la situación colonial, fueron
desarrolladas por el fanonismo, algunas tendencias del movimiento negro nor
teamericano de los cincuenta y sesenta y ulteriormente por algunos fundamen-
talismos político-religiosos de los setenta y ochenta, y se expresan actualmente
a través de algunas tendencias de los estudios de etnicidad y paradójicamente
de varios de los interesados en procesos multiculturales donde el racismo es
reducido a «racismo caucásico». Así, para autores como Me Laren el racismo
blanco es parte nuclear de la ideología dominante en Estados Unidos, operando
182 L a pa rte n eg ad a de la cultura
Por lo tanto, los procesos y tendencias analizados deben ser relacionados con
el notable desarrollo de las investigaciones sobre el «cuerpo». El cuerpo fue
redescubierto a partir de los arios sesenta en términos de su papel en la vida co
tidiana y en particular como preocupación central de lo que serían los estudios
de género, y a partir de los setenta cobró importancia en las ciencias antropoló
gicas a través de toda una variedad de problemas especialmente los referidos al
proceso de salud/enfermedad/atención, para convertirse en los ochenta en una
de las categorías centrales de la antropología norteamericana.
El descubrimiento del cuerpo a nivel de la vida cotidiana se desarrolla de
forma aparentemente contradictoria: por una parte, se recupera el cuerpo en
términos de salud, belleza, negación del envejecimiento y hasta de la muerte.
Esta revaloración del cuerpo se da en la práctica en términos de la afirmación
de la presencia individual de los sujetos.
Por otra parte emerge una continua devaluación del cuerpo en diferentes
campos, y así se observa la pérdida de importancia a nivel simbólico y eco
nómico del cuerpo en el proceso productivo especialmente referido al trabajo
campesino e industrial. La mano de obra basada en el cuerpo productivo se
reduce constantemente en las sociedades industriales de más alto desarrollo;
no sólo opera una devaluación ideológica del trabajo manual, campesino e
industrial sino que una parte de tales actividades en los países de mayor desa
rrollo capitalista dejan de ser decisivas para el desarrollo productivo. Correlati
vamente, se genera la devaluación del cuerpo que envejece: el anciano no sólo
pasa a ser obsoleto productivamente, sino que pasa a ser el «testigo», a eviden
ciar con su cuerpo procesos que necesitan ser ocultados por los no ancianos
en función de las nuevas ideologías del cuerpo y de la «eterna juventud». El
anciano aparece cada vez más como una carga para el microgrupo doméstico y
para los sistemas de seguridad social, de tal manera que, salvo en determinadas
sociedades de bienestar, tienden a ser excluidos, encerrados o empobrecidos.
Esta devaluación del cuerpo productivo se expresa en el desarrollo durante
los años setenta y ochenta de una antropología y sociología del cuerpo casi
sin referencias al cuerpo de los campesinos, los obreros o los marginados en
términos de clase social, categoría que prácticamente no fue utilizada por la
mayoría de los que teorizaron sobre el concepto de cuerpo (Johnson, 1987;
Sheper-Hughes y Lock, 1986; Turner, 1989), aun cuando existen algunas noto
rias excepciones (Martin, 1992).
El cólera: ¿es sólo una m etáfora? 187
nadas personas y, por lo tanto, Young explícita que su trabajo como etnógrafo
no es negar ese sufrimiento y esos síntomas, sino explicar cómo este síndrome
definido y aplicado por los psiquiatras ha pasado a ser parte de la manera de
enfermar, describiendo los mecanismos a partir de los cuales las concepciones
sobre dicho síndrome penetran en la vida de las personas, adquieren facticidad
y pasan a ser parte del autorreconocimiento de los pacientes y del saber tanto
de los médicos clínicos como de los investigadores: «No dudo sobre la realidad
de este síndrome; mi divergencia con los psiquiatras refiere a los orígenes de
su realidad y universalidad» (1997, p. 6). Es decir, el estrés postraumático tal
como lo utilizan los enfermos, los terapeutas y los investigadores es producido
por las prácticas, tecnologías y narraciones a partir de las cuales se diagnostica
y se tratan los síntomas del paciente, subrayando Young que dichas prácticas,
tecnologías y narraciones corresponden a diferentes intereses institucionales y
grupales.
Así como la psiquiatría construye el estrés postraumático y la pediatría la
hiperkinesis (Conrad, 1976; Conrad y Schneider, 1980), los diferentes sistemas
médicos (etnomedicinas) construyen también nosologías que producen «enfer
medades» y pacientes, lo cual conduce a concluir que en la práctica no sólo
tenemos etnociencias, no sólo tenemos síndromes culturalmente delimitados,
sino que tenemos cuerpos y biológicas locales (Lock, 1993). Y nosotros no
negamos que lo propuesto por Csordas, Young, Lock o Conrad ocurra según
las formas narradas por ellos o según otras formas, lo que subrayo es que estas
propuestas no superan el dualismo cuerpo/mente, sino que siguen colocando el
eje de su análisis en lo simbólico, en lo sociocultural, en la construcción social.
Y además que éstas no son nuevas propuestas, sino que han sido las formas
ile interpretar y/o analizar estos procesos no sólo por la antropología, sino por
una parte de la sociología y de la psiquiatría entre los veinte y los cincuenta.
La principal diferencia radica en que algunas de estas propuestas pretenden ser
nna superación de la dualidad cuerpo/mente a través de un nuevo manejo de las
categorías cuerpo y experiencia.
Es como si el cuerpo haya pasado de ser «bueno para pensar» de la antro
pología cognitiva, o bueno para socializar de la antropología neoanalítica, a ser
«bueno para estar ahí/actuar en el mundo» de las antropologías interpretativas,
que era la forma de pensar el cuerpo de una parte significativa del pensamiento
europeo entre los veinte y los cincuenta. Fanón, como psiquiatra y como negro
de origen latinoamericano, y analizando (su) «piel negra» escribía en 1952:
192 L a p a rte n e g ad a de la cultura
ría de sus causas son sociales como puede ser el cáncer de pulmón en fumado
res, el cáncer de labio y lengua en consumidores de infusiones muy calientes,
o diversas variedades de cáncer relacionados con actividades laborales (trabajo
con amianto). Las consecuencias biológicas expresarían situaciones sociales y
110 sólo simbólicas; el hecho de que la enfermedad incluya vulnerabilidades in
dividuales tanto de tipo psicológico como biológico no reduce la significación
de las condiciones sociales.
Estas corrientes han evidenciado que no sólo hay una distribución desigual
de la mortalidad o la enfermedad según la ciase social o los tipos de ocupación,
sino también una distribución del envejecimiento, de la expresión corporal de
una vejez diferencial. Han evidenciado que el cuerpo del trabajador -q u e fue
uno de los campos más investigados- es modificado, o si se prefiere, consti
tuido dentro de un proceso laboral que transforma o construye sus dedos, sus
manos, sus piernas, su tórax, su espalda o su disposición corporal. Aunque la
mayoría de los autores incluidos en esta tendencia no lo analizaron así, algunas
de sus descripciones posibilitan reforzar las propuestas simbólicas sobre el
cuerpo y la enfermedad.
La mayoría de los antropólogos que trabajan con la categoría cuerpo des
de perspectivas fenom enológicas, por más que proponen superar el dualismo
cuerpo/mente o cultural/biológico, producen sin embargo investigaciones y
reflexiones en las que se excluye la dimensión socioeconómica, o es referida
a experiencias en las cuales se evita dar cuenta de la experiencia laboral en
los cuerpos.6 N o obstante, debe reconocerse que el desarrollo de la antro
pología médica crítica desde los setenta ha dado lugar a la inclusión de esta
dimensión dentro de nuestra disciplina, estableciendo una continuidad con
los estudios desarrollados por la medicina social y otras corrientes en los
sesenta y setenta.
La no inclusión de esta dimensión por las corrientes fenomenológicas
constituye en cierta medida una reacción respecto de corrientes marxistas
y no marxistas caracterizadas por su mecanicismo, biologicismo y acultu-
ralismo, lo cual es todavía observable en trabajos producidos incluso por la
antropología m édica crítica, pero ello ha conducido a dejar de lado una de
las dimensiones donde no sólo se observan procesos cotidianos de construc
cirse trastornos orgánicos crónicos ... Freud demostró además que cuando una
emoción no puede ser expresada y canalizada a través de cursos normales pue
de llegar a ser el origen de trastornos crónicos psíquicos y físicos» (Alexander,
1962, p. 37).
Es justamente a partir del encuentro entre psicoanálisis y determinadas co
rrientes de investigación biológicas que surgirá en los veinte la medicina psico-
somática, que en el campo específicamente psiquiátrico tendrá como principal
influencia las propuestas ffeudianas.
Por otra parte, en el desarrollo de la perspectiva psicosomática intervinie
ron sociólogos y antropólogos a partir de la utilización de marcos referenciales
comunes de orientación psicoanalítica, que posibilitaba tanto a los científicos
sociales como a los médicos superar el dualismo cuerpo/mente, aun cuando,
como señala M. Mead, la medicina psicosomática sólo trataba de integrar cuer
po/mente, mientras que desde la perspectiva antropológica sería decisivo in
cluir la dimensión sociocultural: «El presupuesto de que todo cuerpo humano
está moldeado por la cultura en la que el individuo se ha socializado no sólo
a través de la dieta, de la exposición a enfermedades infecto-contagiosas, de
enfermedades ocupacionales, catástrofes y experiencias traumáticas, sino tam
bién socializado a través de las normas y disciplinas de una cultura específica
debe ser vinculado al enfoque psicosomático», agregando: «En los últimos
quince años la investigación médica ha demostrado que los trastornos cardía
cos, las fracturas, el asma, la hipertensión arterial, la anorexia, la migraña, etc.,
no pueden ser explicadas sólo por procesos biológicos, sino que deben ser rela
cionados con la conducta y personalidad en sentido global» (1947, pp. 63-64).
Pero la medicina psicosomática se reduce a articular cuerpo/mente, dejando de
lado la cultura «cuya comprensión es decisiva para el conocimiento del cuadro
psicosomático individual» (Mead, 1947, p. 74).
Subrayo estas conclusiones de Mead porque se correlacionan con algunas
de las tendencias desarrolladas por la antropología alemana entre 1920 y 1940,
así como con los trabajos interpretativos del cuerpo y del padecimiento gesta
dos por la antropología norteamericana de los ochenta y noventa.
Ahora bien, fue dentro del pensamiento centroeuropeo, y especialmente en
Alemania, donde se desarrollaron desde finales del siglo xix el psicoanálisis,
la psiquiatría dinámica, la psiquiatría fenomenológica, la medicina psicoso
mática y toda una serie de corrientes teóricas y metodológicas en psicología,
biología y antropología que propusieron una visión holística, que tuvo notoria
significación teórica y aplicada durante los veinte y treinta. Estas tendencias
200 L a p arte neg ad a de la cu ltu ra
7. Werner utilizará el concepto de mundo para describir y analizar los «mundos del
hombre primitivo», que «es sobre todo un mundo de conducta, un mundo en el cual
todo es visto como un gesto, por así decirlo fisionómicamente, y donde todo, ya sea re
ferente a las personas o a los objetos, existe en acción. No es un mundo de conocim ien
tos, sino de hechos; no es estático sino dinámico; no es teórico, sino pragmático» (1965,
p. 315). Debe subrayarse que los primeros trabajos de este autor fueron desarrollados en
Alemania a partir de los años veinte.
lil cólera: ¿es sólo una m etáfora? 201
8. Es interesante observar que, sobre todo en obras ulteriores, Gehlen (1993 [1936])
recupera los aportes de la antropología cultural norteamericana, especialmente los de
Benedict y de Mead.
K1 cólera: ¿es sólo una m etáfora? 203
timante ese lapso y durante la década de 1950 dieran un papel decisivo a los
aspectos religiosos (Koberle, 1965 [1958]), que unos expresan en términos de
religiosidad en sí (Muller-Eckhardt) y otros en términos culturales referidos
especialmente a la relación médico/paciente (Maeder, 1965 [1958]).
En países europeos de lengua alemana se desarrolló una biomedicina que
incluía, de diferente manera, elementos culturales, inclusive a través de as
pectos étnico-raciales, que intentaron articular lo demandado por M. Mead,
es decir la relación cuerpo/psique/cultura, pero que los desarrollos ulteriores
fueron eliminando o marginando no sólo por razones de tipo científico, sino
sobre todo para diferenciarse ideológicamente de las consecuencias generadas
por algunas de estas propuestas durante el período nazi.
Debe subrayarse que durante los siglos xvra y xix se desarrollaron propuestas ho-
Iisticas dentro de la medicina académ ica elaborada en varios países europeos, que en el
cuso de la medicina romántica alemana propuso y aplicó profesionalmente una concep
ción del hombre como unidad biocultural, cuyo núcleo integrador estaba colocado en el
«espíritu». Véase Gode von Aesch (1947).
204 La p arte neg ad a de la cultura
medad (Csordas, 1994a; Csordas y Kleinman, 1990; Good, 1994) iban a ser
aplicados en términos étnico-racistas por la biomedicina en la Alemania nazi
y no sólo por los médicos de los campos de concentración. En dicha biome
dicina lo holístico, la prioridad de la práctica, la unidad cuerpo/alma/cultura,
el hombre abierto al mundo, la experiencia del cuerpo como síntesis tanto del
sujeto enfermo como del sujeto sano, etc., iban a ser pensados y utilizados
ideológica, profesional y técnicamente a través de categorías étnico-racistas.
Esta biomedicina asumió que la concepción holística y unificada de la realidad
era característica de la forma de ser aria, mientras que el mecanicismo y el
principio de causalidad eran propios del ser judío, lo cual se tradujo en una
legislación que establecía que los médicos arios sólo debían atender a los arios
y los judíos sólo a los judíos, basado en la existencia, como diríamos hoy,
de biologías y sistemas médicos locales y étnicos diferenciales, lo cual fue
asumido y aplicado por la profesión médica. Académica y jurídicamente esta
concepción del mundo permitió dentro y fuera de los campos de concentración
realizar investigaciones científicas in vivo con sujetos de origen judío, gitano
o eslavo que posibilitó notorios avances científicos respecto de determinados
tipos de tifus, de gangrenas o de problemas hepáticos, así como el desarrollo
de las más sofisticadas técnicas de esterilización desarrolladas hasta entonces,
experimentaciones que concluyeron con la muerte de la mayoría los sujetos
seleccionados ideológica y científicamente para realizar este tipo de investiga
ción (Menéndez, 1971).
La mayoría de los temas y problemas sobre el cuerpo, sobre el dualismo,
sobre la ciencia como etnociencia o sobre las biologías locales que aborda
una parte de la antropología actual fueron desarrollados radicalmente dentro
de la ciencia alemana entre 1920 y 1940, y en menor medida por una parte de
la antropología norteamericana del mismo período como ya hemos señalado.
El pensamiento antropológico intentó superar la dualidad biológico/cultural a
través de dos orientaciones básicas: una que colocó el acento explicativo en
los elementos simbólicos de tal manera que lo biológico constituye una suerte
de punto de referencia a partir del cual cada cultura establece una realidad
particular, como fue la desarrollada por el culturalismo norteamericano y por
la mayoría de las antropologías actuales del cuerpo; y otra que parte de la exis
tencia de una unidad biocultural que también se desarrolla a nivel de entidades
locales y que fue impulsada radicalmente bajo el nazismo y ha sido recuperada
ambiguamente y posiblemente sin saberlo por algunas propuestas de la antro
pología interpretativa actual.
i:i cólera: ¿es sólo una m etáfora? 205
10. Ya citamos el respaldo de Lorenz a las políticas racistas de estado; a su vez, Von
Uexküll, en la segunda edición de su libro Staatbiologia (1933), agregará un capítulo
sobre el peligro de las razas extranjeras y la legitimidad del estado para eliminarlas.
Pero además uno de los más respetados médicos de la posguerra y considerado un
símbolo antifascista com o Von Weiszacker, siendo profesor en Heidelberg, sostuvo
en 1933 en apoyo del nazism o que «Sólo una política popular de destrucción, no sólo
es preventiva sino creativa» (M uller-Hill, 1989, p. 102). M ás aún, según Harrington,
en 1986 se presentó docum entación de que Von W eizacker cuando fue director de la
clínica neurológica de la U niversidad de Breslau (Polonia) entre 1941 y 1945 aplicó
una política de eutanasia a niños de razas «indeseables» (1996, pp. 198-199) Debe
asumirse en toda su significación que éstas no sólo fueron conductas individuales,
sino la m anera de actuar del cuerpo científico alemán. Cuando la Sociedad Científica
206 L a p arte n e g ad a de la cultura
del em perador G uillerm o (actualm ente Instituto M ax-Planck) recibió en abril de 1933
una circular para que los directores de instituto dejaran cesantes a sus colaboradores
de origen judío, sólo un director de instituto, el profesor Haber, rechazó la orden y
renunció a su cargo. Todos los demás, incluidos los directores judíos, acataron estas
decisiones racistas (M uller-H ill, 1989).
El cólera: ¿es sólo una m etáfora? 207
11. En la lucha por la propia identidad algunos sectores del movimiento fem inista y del
movimiento gay encuentran en lo biológico una justificación de su diferencia «natural»,
fundamentándola en investigaciones genéticas y biomédicas. Esto, si bien puede favo
recer la legitimidad de su identidad, posibilita en determinados contextos y momentos
una articulación con propuestas de tipo racista que justam ente fundamentan su diferen
cia en la dimensión biológica.
El cólera: ¿es sólo una m etáfora? 211
quien solían citar la frase: «Cada país desarrolla su propia enfermedad, sus
propias medicinas y sus propios curadores». Es decir, que al menos una parte
de la biomedicina no tuvo que esperar a los antropólogos para cuestionar el
dualismo dominante en la concepción y trato del paciente o en proponer una
visión holística respecto del proceso de enfermar, pero estos descubrimientos
se dieron asimismo en parte a través de concepciones técnico-científicas, de
profesionales y de sujetos que asumieron consciente y/o funcionalmente el
nazismo. Esto, por supuesto, no supone concluir que no debe estudiarse la
relación entre lo cultural y lo biológico o tratar de superar la dualidad cuerpo/
mente, ni mucho menos pensar que hay una relación mecánica entre produc
ción de conocimiento y usos políticos e ideológicos, sino que supone asumir
que el saber, prácticamente todo saber, tiende a ser utilizado a través de fuerzas
sociales que se hacen cargo del mismo, y que ello muy frecuentemente cuenta
con la aceptación intencional o funcional de los propios investigadores, sobre
todo cuando asumen su quehacer en términos profesionales.
En síntesis, la antropología ha investigado la enfermedad, el dolor, el cuer
po de forma intensa desde la década de 1970 y ha desarrollado enfoques que
proponen nuevas interpretaciones sobre estas temáticas, así como superar la
escisión entre lo cultural y lo biológico o entre cuerpo/mente que caracteriza el
enfoque del modelo biomédico hegemónico (Menéndez, 1978 y 1990b). Estas
propuestas antropológicas se desarrollaron dentro de un incremento constante
no sólo de explicaciones biológicas, sino sobre todo de prácticas devenidas de
la investigación biomédica que inciden cada vez más en la vida cotidiana.
Las propuestas de superación de la escisión entre lo cultural y lo biológico
ha retomado la concepción dominante elaborada por nuestra disciplina entre
1930 y 1950 que coloca el acento de la unificación del cuerpo o de la enfer
medad en los aspectos simbólicos, culturalizando lo biológico y reflexionando
escasamente sobre la creciente influencia de las concepciones y productos de
venidos de la investigación biológica sobre la vida cotidiana.
una de las problemáticas que más se desarrollaron dentro de las ciencias socia
les a partir de los setenta, la de la «diferencia».
La recuperación de la diferencia constituye un tema de estudio académico
y, sobre todo, un objetivo de determinados sujetos sociales, y se expresa a
través de un amplio espectro de concepciones ideológico-teóricas que reduci
mos esquemáticamente a dos. Por una parte, aquellas que impulsan una con
cepción multicultural de la diferencia, que asumen la importancia de afirmar
cada diferencia particular, pero como base de posibles transacciones entre los
diferentes sujetos sociales y no como medio de imposición de una forma cul
tural determinada. Y que son los autores que hablan de hibridación, de nuevo
mestizaje; que cuestionan los esencialismos étnicos, de género o religiosos, y
que basan la posibilidad de una sociedad igualitaria en el desarrollo y permi
sividad de las diferencias. Por otra parte están los que impulsan la diferencia
en, términos esencialistas y que pueden adquirir formas culturales, racistas
o etnorracistas, y que también parten de asum ir la importancia de la dife
rencia, pero entendida como diferencia radical, irreductible e incompatible.
Cada grupo afirma su diferencia a partir de características distintivas que son
parte de la identidad de este grupo y que limita o directamente imposibilita
todo proceso de integración más o menos unificada. Estas propuestas tienden
a fundamentar la existencia de «el» blanco, de «el» indio, de «el» negro, y
también de la cultura africana o de la cultura occidental como identidades más
o menos cerradas en sí mismas.
Si bien estas propuestas polares, y las expresiones intermedias, presentan
elementos diferenciales, se caracterizan por determinadas coincidencias de las
cuales las más importantes son la escasez de análisis sobre los deslizamientos
hacia el racismo y el papel de las diferencias étnicas, religiosas, sexuales, etc.,
en la constitución de otros estigmatizados dentro de los distintos sistemas so
ciales, incluida la sociedad capitalista.
La escasez de este tipo de reflexiones adquiere características preocupantes
porque no sólo la observamos en tendencias antropológicas que adhieren a
posiciones más o menos esencialistas. El énfasis en procesos sociales y simbó
licos desprendidos de la significación de procesos económico-políticos e ideo
lógicos favorece descartar o secundarizar en sus interpretaciones el desarrollo
de las explicaciones biológicas y de las prácticas racistas.
Autores como Baudrillard, Savater o Touraine, más allá de sus variantes
personales, coinciden en proponer que la raza en términos biológicos no es
ya un argumento importante en el establecimiento y análisis de las diferencias
214 L a p arte neg ad a de la cultura
que la validez de cada una de estas razas está dada por concepciones culturales
y políticas, tal como puede ser observado en la disputa generada entre los an
tropólogos físicos y etnólogos durante este período. Pero este carácter ideoló-
gico-político adquiere un carácter más transparente a partir del desarrollo de la
segunda guerra mundial, cuando la necesidad de mano de obra para la guerra
y para la producción industrial y agraria se traduce en la creciente disminución
de las investigaciones médicas y antropológicas sobre la herencia biológica, en
la paulatina desaparición de pruebas físicas y de la elaboración de árboles ge
nealógicos que aseguren el carácter «ario», y sobre todo en la cada vez menor
exigencia respecto de la pureza racial de los alemanes y no alemanes, creándo
se instituciones que posibilitan la «infiltración racial» y el mestizaje.12
Es en función de estos procesos que el aspecto que más me interesa su
brayar es que el avance de las representaciones y prácticas biologicistas, así
como los deslizamientos racistas y étnico-racistas son en gran medida posibles
debido a la presencia normalizada en la vida cotidiana de lo que denomino
«biologicismo y racismo intersticiales». La expansión, uso y/o la utilidad de
explicaciones y productos devenidos de la investigación biológica no deben ser
negados, sino que considero necesario describir y analizar la constitución de
maneras de pensar y actuar por los conjuntos sociales que no sólo usan saberes
devenidos de la investigación biológica, sino que lo biológico se constituye en
normalizador cultural de una variedad de representaciones y prácticas sociales
que pueden, en determinados momentos y procesos, legitimar comportamien
tos racistas a partir de la normalización y legitimidad alcanzadas.
Es desde esta perspectiva que hemos enumerado algunos aspectos donde
no sólo las explicaciones (representaciones), sino sobre todo los productos y
técnicas biológicos son parte de la vida cotidiana, en aspectos decisivos y recu
rrentes como el amor, la tristeza, el trabajo, el cansancio, la enfermedad. Desde
esta perspectiva debe asumirse que, si bien a nivel reflexivo el racismo puede
12. En 1944, 1.900.000 alemanes mueren en combate y 1.700.000 son tomados pri
sioneros o considerados desaparecidos; al final de la guerra se estim a que 16.000.000
de varones germ anos están fuera de sus hogares. Correlativamente millones de traba
jadores extranjeros son llevados a Alem ania para sostener la industria y la producción
agrícola. Esto favorece una permisividad racial cada vez mayor, expresada en la bús
queda de «sangre alemana oculta» en los países ocupados que conduce a que millones
de polacos sean redefinidos como alemanes o a la institucionalización de la «esposa
del cadáver» que oficializa desde principios de la guerra el casamiento de una mujer
alemana con su novio muerto en guerra (Conte y Essner, 1995).
El cólera: ¿es sólo una m etáfora? 217
cidentales, de tal manera que la derrota del nazismo, si bien cuestiono públi
camente los usos racistas de la biomedicina,13 no impidió la continuidad de las
concepciones biologicistas en términos académico-profesionales ni el mante
nimiento de los racismos intersticiales en los diferentes contextos donde se de
sarrollaron, dado que la biomedicina nazi fue analizada como si fuera una des
viación psicótica de médicos perversos, y no como una posibilidad intrínseca
del propio saber biomédico. De tal manera que la biomedicina como profesión
y como saber quedó excluida de esta crítica, más aún, el periodo de posguerra
se caracterizó por el incremento contante de la biomedicina en términos de me
dicina privada o de medicina socializada de «masas» a partir de decisiones to
madas por diferentes regímenes políticos, así como un permanente incremento
de la industria químico-farmacéutica donde se potenciaran estado/empresa/
conjuntos sociales para impulsar la biomedicina como la forma de atención
excluyente en términos institucionales y científicos. La hegemonía del saber
biomédico se establecerá durante este periodo, de tal manera que el conjunto
de estos procesos favorecerán la constante expansión de la biomedicalización
y biologización de la vida cotidiana (Menéndez, 1978, 1979 y 1981)
Desde esta perspectiva debemos asumir que la biomedicina en términos
de modelo medico hegemónico es posiblemente la principal productora de
representaciones sociales colectivas respecto de los principales padecimiento
de los cuales se enferma y muere la mayoría de la población en países como
Argentina, España, Estados Unidos o México. Debe asumirse que la noción de
enfermedad utilizada por los grupos de Alcohólicos Anónimos, o la categoría
de dependencia aplicada a los «adictos» (Menéndez, 1990b), pasando por la
reducción cada vez mayor de las diferencias en términos de clase y de etni
cidad respecto del dolor, así como el desarrollo de una representación social
homogénea especialmente para el dolor crónico (Cathebras, 1994) son pro
ducto de las transacciones contantes entre saberes biomédicos y saberes de los
conjuntos sociales por lo menos en ciertos contextos tanto de países centrales
como periféricos.
Si bien sobre todo a partir de los años sesenta se desarrollará una intensa
crítica a la biomedicina, y en los setenta emergerá una continua producción
13. En términos profesionales, los médicos fueron el grupo que tuvo más condenados
en los juicios a criminales de guerra aplicados por los «aliados» a la sociedad ale
mana, y ello comparado con cualquier otro grupo profesional, salvo obviam ente los
militares.
222 L a p arte neg ad a de la cultura
sino el juego de fuerzas sociales. Subrayo que no digo que debiera ser así, sino
como ocurre al menos en los procesos de salud/enfermedad/atención analiza
dos por nosotros, y por diversos investigadores mexicanos.
Para decidir la legalidad, al menos de algunas diferenciaciones, han in
tervenido diferentes tipos de «autoridades» desde religiosas y políticas hasta
científicas. Las condiciones diferenciales de determinados sujetos remitieron
desde mediados del siglo xix a criterios de tipo biomédico, como podemos
observar en la trayectoria de las propuestas técnicas para constituir en legal o
ilegal el consumo de determinadas drogas, y en consecuencia a los drogadic-
tos. Pero además criterios biomédicos pueden apoyar o cuestionar la legalidad
de determinados saberes identificatorios de una diversidad de grupos. A partir
de los setenta surgió en Estados Unidos y Canadá un intenso debate sobre la
conveniencia de la circuncisión masculina, la cual no sólo es una práctica so-
ciorreligiosa obligatoria para los judíos y los musulmanes, sino que a partir del
siglo xix y, sobre todo, durante el siglo xx se extendió como práctica norma
lizada en países como Estados Unidos con el objetivo de prevenir infecciones
urinarias o enfermedades de transmisión sexual. Pero a partir de los setenta
surgieron críticas desde el propio campo biomédico y desde la sociedad civil al
uso biomédico y cultural de la circuncisión, que dieron lugar en algunos países
de lengua inglesa a la creación de asociaciones para la integridad genital que
se oponen a la circuncisión en nombre de los derechos individuales y contra
las tradiciones religiosas pero también, y lo subrayo, contra las recientes «tra
diciones» biomédicas.
Interpretaciones o apropiaciones.
La realidad como texto o como práctica social
grupos feministas, incluidas las ONG; su utilización por la Salud Pública, así
como las prácticas y representaciones ejercidas a nivel de los conjuntos socia
les; dado que asumimos la existencia de saberes específicos en cada ámbito,
pero también transacciones entre los actores de los distintos saberes, que van
modificando tanto los usos sociales, como los usos académicos. Así, podemos
observar que la salud pública, al menos en México, utiliza desde los noventa
crecientemente el concepto de género, pero en la mayoría de los casos resig
nificado como sexo, imponiendo a nivel del sector salud un uso que reorienta
los significados iniciales del concepto. Lo interesante es que esto se realiza a
través de investigaciones epidemiológicas de difusión nacional e internacional
y respecto de procesos de salud/enfermedad/atención que han sido centrales
para el desarrollo de la problemática de género como pueden ser toda una serie
de aspectos organizados a través de la denominada salud reproductiva. Más
aún, mientras que a nivel del discurso, sobre todo internacional, el sector salud
llega a utilizar género en términos de género es a través de las investigaciones
y acciones salubristas donde más se utiliza género como equivalente a sexo.
Nuestro enfoque asume que los conceptos se constituyen para tratar de
interpretar, explicar, dar cuenta de problemas planteados explícitamente. Fren
te a estos problemas se irán formulando y reformulando conceptos según la
perspectiva teórica, práctica y situacional del investigador. Por consiguiente,
asumimos que los conceptos se crean en función de problemas y que, por lo
tanto, a través de ellos se articulan, frecuentemente sin saberlo, concepciones
devenidas de diferentes teorías.
Un segundo punto de partida es considerar que todo concepto es un «ins
trumento» para ser usado y que, en consecuencia, es una construcción provi
sional. Pero este reconocimiento supone dos actitudes: primero, no confundir
provisional con falta de precisión conceptual; y segundo, asumir realmente
que todo concepto es provisional, ya que observamos una constante tendencia
a reificar los conceptos, es decir, a considerarlos como «la» realidad, aun por
aquellos que se asumen como construccionistas. El problema no radica tanto
en proponer enunciados construccionistas -dad o que actualmente casi todo el
mundo parece asum irlos-, sino en la aplicación de los mismos.
Más allá de que los conceptos sean propuestos como construcciones, y más
allá de las tendencias teóricas que los fundamentan, tienden a ser cosificados
como realidades empíricas por quienes los utilizamos, lo cual ocurre incluso
con conceptos formulados en términos dinámicos como pueden ser experien
cia, trayectoria o proyecto. La cosificación no depende del concepto ni de la
Uso y desuso de conceptos en a ntropología social 237
o de las ONG que trabajan con sectores marginales, a través de criterios simila
res, diferentes y hasta contradictorios, pero cuya diferencia realmente se define
en los usos sociales del concepto. Sin negar su importancia, la cuestión central
no radica tanto en los indicadores a través de los cuales se mide la pobreza y
la extrema pobreza, sino en las decisiones institucionales, profesionales y/o
políticas respecto de qué hacer con los pobres, así como en las transacciones
desarrolladas por éstos a partir de la aplicación de las acciones contra la pobre
za. Es decir, de cómo este concepto es usado por quienes elaboran y aplican
acciones respecto de los pobres y por supuesto por los propios pobres, que
entre otras cosas tienen que demostrar que son pobres para recibir los apoyos
de los programas contra la pobreza.
Pero además las críticas a los estructuralismos y a los funcionalismos, y la
propuesta de enfoques procesualistas que posibiliten describir e interpretar la
acción, la espontaneidad, lo contingente, los flujos, las carreras ha conducido a
cuestionar el uso de conceptos, dado que éstos, según dichos enfoques, no sólo
tienden a cosificar la realidad, sino que no posibilitan captar las trayectorias o
las discontinuidades. En consecuencia, proponen no usar conceptos, o produ
cir conceptos «blandos» y/o desechables caracterizados por su imprecisión,
lo cual se correlaciona y articula con la tendencia empirista en antropología
caracterizada por su bajo nivel de conceptualización.
El reconocimiento del conjunto de estos aspectos no invalida ni niega la
obligación metodológica de establecer una definición y un uso claro, preciso y
específico de los conceptos, máxime cuando asumimos su provisionalidad y/o
la intencionalidad de describir e interpretar lo contingente. Todo concepto de
bería ser usado tratando de articular teorización/problema, de tal manera que el
uso del concepto sea realmente intencional en su articulación o en su distancia-
miento respecto del problema planteado. Es justam ente la frecuente carencia
de esta intencionalidad la que conduce a producir información superficial o no
estratégica respecto de las problemáticas estudiadas, limitando la capacidad de
describir e interpretar lo contingente, lo procesual, lo antiestructurante. Más
aún, estamos de acuerdo respecto de que las teorías y los conceptos tienden a
«cerrar» o por lo menos orientar la realidad a estudiar, pero ello es debido no
tanto al concepto, sino justam ente a la tendencia a reificarlo, a no considerarlo
instrumento provisional, a no usarlo a través de una mayor práctica reflexiva.
Esto se observa constantemente en la actualidad a través de la producción de
conceptos como «hibridación» o «flujo», que una vez producidos evidencian
240 L a p arte n e g ad a de la cultura
Mi análisis del uso de los conceptos por los antropólogos surge de tres ti
pos de materiales: surge de trabajos pensados y producidos en un nivel casi
exclusivamente m etodológico y frecuentemente epistemológico, es decir,
elaborados en un alto nivel de abstracción. Estos trabajos pueden referir a
investigaciones empíricas, pero frecuentemente quienes los producen no ha
cen investigaciones sobre la «realidad», o si se prefiere sobre «problemas»
de la realidad, sino que lo que hacen es reflexionar sobre cómo es descrita y,
sobre todo, cómo es analizada la realidad. Al escribir esto estoy pensando en
destacados e influyentes autores como Giddens o Habermas que, hasta lo que
sé, casi nunca han realizado investigación sobre problemas «empíricos», y
mucho menos producido la información a analizar, y que son exponente de lo
que denomino teoría de la teoría.
La segunda fuente la constituyen las investigaciones antropológicas, los es
tudios etnográficos, donde vemos cómo se utilizan los conceptos en la práctica
de la investigación. A través de estos materiales observamos la capacidad de un
concepto no sólo para interpretar la realidad, sino para organizar y orientar la
producción de información. Es aquí donde podemos observar la relación infor
mación/concepto, pero también es en estos materiales donde podemos ver los
procesos de transformación, resignificación, desgaste de los conceptos. Es aquí
donde podemos observar que en la propia producción y elaboración del dato el
concepto evidencia sus posibilidades, o necesita ser reorientado y reconvertido
244 L a p arte neg ad a de la cultura
dario en términos generales, fue y sigue siendo decisivo para mí, no sólo para
tomar conciencia de este proceso, sino para intentar interpretarlo.
El reconocimiento de los procesos de erosión conceptual, y de distancia-
miento entre definición y uso de conceptos, se dio en mi caso en los primeros
años de la década de 1970, al desarrollar una serie de seminarios y cursos
sobre la trayectoria de la antropología social y la etnología entre 1920 y 1960,
y al realizar mis tres primeros trabajos más o menos serios de investigación
antropológica.1
Así, respecto de uno de los conceptos básicos que manejamos los antropó
logos -e l de cultura- pude observar lo ya señalado, es decir, no sólo el número
de definiciones de cultura que no se diferenciaban demasiado una de otra, sino
el notable número de conceptos holísticos que pretendían comprender o anali
zar la realidad como totalidad articulada. Pero la mayoría de estas definiciones,
sobre todo en sus usos etnográficos no eran holísticos, dado que las etnografías
se centraban en determinados aspectos de la realidad, donde la totalidad era un
referente imaginario y/o superficial. La búsqueda de totalidad conducía a pre
sentar una parte de información comunitaria o étnica, que salvo determinados
aspectos -lo s que realmente le interesaban al investigador-, era inevitablemen
te superficial y de muy escasa utilidad. Además, como he señalado en varios
trabajos, detenninados campos de la realidad no eran casi nunca descritos y
analizados en la descripción holística, como son los referidos a la mortalidad,
el sufrimiento o la eficacia real de las terapéuticas (M enéndez, 1997a).
Pero además, y es lo decisivo, la m ayoría de las definiciones de cultura se
produjeron a partir de entender la realidad como sistem a de representaciones.
Así, los antropólogos descubrieron que todo grupo construye «concepciones
del mundo» (w orld view o Weltanschauung)\ que cada grupo desarrolla de
terminados fo c o s o temas culturales; que los hábitos culturales se ritualizan
y expresan sistemas de creencias. Cada grupo étnico, cada ciclo de cultura
o cada configuración cultural desarrollan un paideum a diferenciado y pen
sado como experiencia más o menos única, y cada configuración puede ser
diferenciada en un ethos y un eidos articulados. Los conjuntos sociales se
«su» trabajo, dentro del proceso fabril.3 El marxismo académico -salvo ra
ras excepciones-4 no produjo nada similar, pese a que este tipo de etnogra
fía podía favorecer sus interpretaciones y reorientar su mirada en términos
académicos y políticos. Es importante, pues, recuperar que mientras algunas
corrientes teóricas, en especial de origen norteamericano,5 describían no sólo
las prácticas de los trabajadores, sino que aplicaban criterios de descripción
y análisis relacional, las corrientes dominantes marxistas y no marxistas que
proponían un núcleo teórico fuerte de totalidad relacional no aplicaban esto
a su etnografía ni a su análisis en términos de los actores funcionando en las
instancias concretas de su vida cotidiana. Esto es sobre todo observable en los
estudios estructuralistas.6
La mayoría de las investigaciones no pensaban las relaciones en térmi
nos de actores, sino en términos de «factores» dentro de un esquema que con
variantes refería a las relaciones estructura/superestructura y que analizaban
empíricamente, por ejemplo, a través de las relaciones entre lo económico-
político y los procesos educativos o de salud/enfermedad. Más aún, dominaba
una manera unilateral de reflexionar, donde el eje estaba colocado en los que
explotaban y dominaban o en los dominados/explotados, pero sin describir
las relaciones desarrolladas entre ellos en los ámbitos de la cotidianidad de
la dominación/explotación. Entendiendo por ellos los ámbitos en los que se
expresaban directamente dichas relaciones, y que podían ser la fábrica, los
espacios de adquisición y consumo de «bienes culturales», aquellos en los que
3. Considero que los trabajos de Roy son ejemplares al respecto. La mayoría de los
más valiosos aportes sobre prácticas laborales se hicieron por investigadores q u e-co m o
R o y - trabajaban como obreros, es decir, a través de la observación participante (M e
néndez, 1990 a).
4. Esto no ignora el desarrollo de los trabajos históricos sobre clase obrera im pulsa
dos por E. Thom pson desde los sesenta, y que influyeron en algunos autores latinoa
mericanos.
5. Castoriadis reconoce esta situación paradójica en artículos publicados durante los
cincuenta en la revista Socialisme ou Barbarie. Por otra parte, debo subrayar que mi
descubrimiento de las omisiones y negaciones dentro del campo marxista, deben ser
correlacionadas con el hecho de que hasta entonces, lo que yo veía eran las omisiones
y negaciones en el campo del culturalismo, la fenomenología o el estructuralismo.
6. Si bien una parte de las ciencias sociales, y especialmente la Antropología, tienden
a pensar la realidad en términos relaciónales, dichas relaciones suelen ser referidas a
relaciones entre factores y no entre actores sociales. Tanto a nivel teórico como aplicado
la im portancia de lo relacional es sobre todo impulsado por el estructuralismo y por el
funcionalismo a través de conceptos que no incluyen al actor ni a! sujeto.
Uso y desuso de conceptos en antropología social 249
evidentes desde que formuló dicho concepto, dado que, con este o con otros
nombres, era parte significativa de la trayectoria teórica de las ciencias sociales
y de la antropología, sobre todo en el lapso 1920-1950, donde se dieron toda
una serie de investigaciones y reflexiones en términos de individuo/sociedad
o en términos de cultura/personalidad tratando de superar los dualismos se
ñalados por Bourdieu. Ello condujo a varias de estas corrientes a asumir al
psicoanálisis como teoría central para producir conceptos que posibilitaran in
cluir el papel del sujeto o la relación cultura/comportamiento para explicar la
reproducción cultural, el prejuicio social, el ascenso de los fascismos o la no
Elias (Bourdieu y Wacquant, 1995). Para una excelente revisión de conjunto del trabajo
ilc Bourdieu, véase García Canclini (1990).
ti. Esta tendencia estructurante y centrada en el papel de las clases dominantes es aún
más transparente en Boltansky (1975 y 1977), quien durante un largo tiempo se dedicó
ni estudio de procesos de salud/enfermedad/atención. Subrayo que mi análisis no des
Bourdieu esté bien o mal usado o entendido, sino en que es apropiado por otros
autores en función de sus propios objetivos problemáticos y de determinados
marcos analíticos. Y que además, una cosa es lo que Bourdieu afirma reflexiva
mente respecto de superar el sociologismo y el subjetivismo, y otra la línea do
minante de su marco analítico al construir y usar el concepto de habitus, dado
que sus objeciones se dirigen básicamente hacia las tendencias subjetivistas,
en particular las encamadas por Sartre, y que sus principales recuperaciones
teóricas se dan a través de los sociologistas, en especial Durkheim, y esto no es
correcto ni incorrecto, sino que expresa la orientación dominante de Bourdieu
al describir la realidad de forma estructurada y no como proceso.
Pero además me interesa recordar que la sociología y en particular la an
tropología norteamericanas produjeron una serie de conceptos similares al de
habitus entre 1920 y 1950; la posibilidad de diferenciar el concepto propuesto
por Bourdieu de los usados por Sapir, Linton o Kluckhohn es muy difícil,
al menos para mí. Por ejemplo, para Sapir, influenciado notoriamente por
Freud, los hábitos eran actividades socialmente pautadas que los sujetos de
un determinado grupo podían realizar sin reflexionar. El desarrollo de éste
tipo de conceptos era necesario para autores, que como luego Bourdieu, se
preocupaban por la articulación entre actor y estructura (o cultura) y entre
representaciones y prácticas; y esto era aún más significativo para las escuelas
que se preocupaban por articular cultura y comportamiento, como fue el caso
de varias tendencias norteamericanas. Esto puede observarse, por ejemplo,
en el caso de Linton (1942 y 1945), quien define y utiliza etnográfica y teó
ricamente los conceptos de pauta ideal, pauta real y pauta construida, donde
el elemento diferencial con el concepto de habitus radica no en lo sustantivo
del concepto, sino en el uso por Bourdieu de la dimensión clase social, que
Linton no incorpora, así como la importancia dada por Linton al proceso de
socialización que Bourdieu refiere casi exclusivamente a la existencia de ca
pitales culturales. No obstante, para ambos autores las articulaciones se dan
dentro de un sistema teórico referencial, y considero que el sistema propuesto
por Linton es más dinámico que el de Bourdieu, dado el peso otorgado por el
primero a las pautas reales y construidas y al papel del sujeto. A mi juicio, lo
que propone Bourdieu es una suerte de articulación teórica entre culturalismo
antropológico norteamericano y estructuralismo neodurkheimiano, donde lo
más interesante está en los intentos de articulación representaciones y prác
ticas, como en los mejores productos del culturalismo se daba entre cultura
y comportamiento, pero a partir de su inclusión en una estructura/posición
Uso y desuso de conceptos en antropología social 253
de clase que supera las elaboraciones del culturalismo clasista tipo Warner y,
sobre todo, las propuestas marxistas mecanicistas.
Las concomitancias entre la perspectiva de Bourdieu y de los culturalis-
tas norteamericanos pueden observarse a través de la recuperación que hace
Bourdieu del cuerpo como eje de las prácticas; el cuerpo expresa los esquemas
sociales de un grupo determinado organizados a través de sus habitus: «La
oposición entre lo masculino y lo femenino se realiza en la manera de mante
nerse, de llevar el cuerpo, de comportarse, bajo las formas de oposición entre
lo recto y lo curvo (o lo curvado) [...] Las mismas se encuentran en la manera
de comer [..] en la m anera de trabajar» (Bourdieu, 1991 [1980], pp. 120-121).
Esta y otras descripciones evidencian cómo a través del cuerpo se expresa la
cultura subjetivizada, lo cual era uno de los objetivos centrales de un sector del
culturalismo norteamericano, que podemos observar en algunos de los princi
pales trabajos de M. Mead, especialmente sobre la significación de la forma de
sentarse de los samoanos, que expresa gran parte de los núcleos de su propia
cultura, y sobre todo de su trabajo sobre Bali, donde analiza el significado de la
fatiga corporal en este grupo a través de «la manera cómo se realiza el aprendi
zaje, por la manipulación del cuerpo del niño o por la participación del infante
llevado al ritmo de los actos de la madre [...] del alto grado de hipocondría
acompañado con una gran preocupación a entregarse a ejercicios corporales;
de la manera como un artesano se sirve solamente de los músculos necesarios
para llevar a cabo una tarea dada en forma tal que no tiene necesidad de poner
en juego todo su cuerpo; del valor que dan los balineses a la orientación en el
espacio y su objeción a embriagarse... (Mead, 1957, pp. 837-838). Es decir,
evidenciar cómo los habitus se expresan a través de un cuerpo que subjetiviza
la cultura en aspectos puntuales y referidos a una diversidad de situaciones so
ciales. Pero además tanto para Bourdieu como para los culturalistas los sujetos
se constituyen a través del proceso en los que adquieren sus habitus, cuestio
nando la concepción que considera a los sujetos como meras expresiones de
los discursos institucionales.
¿Por qué un concepto que reitera viejos conceptos, algunos de los cuales
fueron usados intensamente por diferentes tendencias teóricas, tiene tanto
éxito entre nosotros, y para determinados grupos de antropólogos aparece
como un concepto nuevo? ¿Por qué si en la trayectoria de las ciencias socia-
f '
les y antropológicas existían conceptos similares o hasta idénticos, se generó
el olvido, negación y/o renegación de dichos conceptos? Y además, ¿para
254 L a pa rte neg ad a de la cultura
y los cincuenta por toda una serie de aspectos ya enumerados y especialm en
te por estar centrada exclusivamente en lo simbólico, pero junto con esta
crítica negó o relegó el papel de la dimensión cultural, casi redujo la cultura
¡i ideología y contribuyó, con la m ayoría de la producción antropológica, a
excluir al sujeto.
Gran parte de estas críticas fueron formuladas por antropólogos que co
nocían bien a los autores que criticaban, como son los casos de Redfield y de
Foster, de tanta influencia en la antropología mesoamericana. Pero las nuevas
generaciones formadas sobre todo a partir de los setenta prácticamente desco
nocían a estos autores; lo que aprehendieron fueron las críticas frecuentemente
maniqueas hechas a los mismos; por lo cual desarrollaron una lectura ideoló
gica tratando de encontrar casi exclusivamente rasgos funcionalistas adaptati-
vos en sus propuestas. A su vez las generaciones más recientes desconocerán
a dichos autores, y además se formarán dentro de la crisis de las corrientes
marxistas y paramarxistas que los cuestionaban, por lo cual observamos en
un sector de estos nuevos antropólogos no sólo un desconocimiento y/o críti
ca unilaterales al marxismo y al estructuralismo, sino una recuperación y uso
frecuentemente acríticos de Geertz o de Bourdieu muy similar a lo que ocurrió
respecto de los estructuralistas y marxistas en décadas anteriores.
Por lo tanto los usos propuestas teórico/metodológicas como las de Bour
dieu o Geertz que, como sabemos no sólo son diferenciales sino antagónicas en
muchos aspectos; constituyen en parte apropiaciones reactivas que se desarro
llan desconociendo o ignorando el proceso de continuidad/discontinuidad en la
producción y usos de teorías y conceptos. Pero además puede haber otra expli
cación complementaria; las propuestas de estos autores referirían a «nuevos»
problemas o a problemas que hasta entonces eran secundarios o directamente
no eran asumidos por la antropología, y para los cuales estas aproximaciones
constituirían apoyos instrumentales y teóricos. En consecuencia, la recupera
ción de estos conceptos como si fueran «nuevos» sería producto de una modi
ficación en la problemática y/o en la tradición disciplinaria.
Pero estas explicaciones, si bien pueden ser válidas, sólo lo son parcial
mente, como veremos ulteriormente. Considero además que la producción de
conceptos, la reinvención de conceptos o los éxitos momentáneos obedecen
a procesos más generales que, por supuesto, deben ser observados a partir de
condiciones específicas.
Es en función de este presupuesto que hemos revisado el concepto de
habitus, pero no solamente porque reitera el significado de conceptos simi
256 La parte n e g ad a de la cultura
sólo dentro del culturalismo antropológico, sino dentro de la mayoría de las es
cuelas europeas, estadounidenses y del mundo periférico. Su desarrollo como
propuesta teórico-metodológica dentro de nuestra disciplina debe ser relacio
nada con la fuerte tendencia al perspectivismo metodológico desarrollada des
de principios del siglo xx dentro del pensamiento europeo.
Por último, la concepción del sujeto, como descentrado -p o r supuesto que
con otra term inología- es parte de las tendencias teóricas desarrolladas den
tro de las ciencias antropológicas y sociales, en particular desde la década de
1940. La propuesta de un actor caracterizado por una subjetividad no sólo
descentrada, sino disociada, intercambiable, provisional, negociable, etc., es
característica de un grupo de autores entre los que sobresale Goffman (Menén
dez, 1998b y 2000).
Sin embargo, una parte de las «nuevas» propuestas sobre el sujeto fueron
recuperadas por antropólogos y otros científicos sociales, y no sólo de América
Latina sino en especial de Estados Unidos, a través de la obra de autores como
Foucault, Lyotard o Derrida, que tuvieron un espectacular éxito en determina
dos sectores de la antropología norteamericana y de algunos países de América
Latina. Pero este éxito supone dos hechos interesantes: primero, observar que
la recuperación de estas propuestas se dio a través de otras disciplinas, en espe
cial la filosofía (Bibeau, 1986-1987); y segundo, la negación o el olvido de que
una parte sustantiva de lo que estos científicos sociales asumían era, en gran
medida, parte del equipamiento teórico-metodológico de su propia disciplina.
No cabe duda -a l menos para m í- de que parte del éxito de los «nuevos»
conceptos y perspectivas se debió justamente a que se articulaban congruente
mente con las formas de pensar tradicionales de la antropología cultural norte
americana, lo cual supone asumir que esta antropología resignificó los concep
tos apropiados, en función de su propia tradición metodológica.
Lo concluido no niega, por supuesto, que la discusión sobre la subjetividad,
la recuperación del relativismo o la crítica a la idea de progreso correspondan
a problemáticas actuales. No, lo que nosotros proponemos es remitir el uso
de estos conceptos y problemas al proceso de continuidad/discontinuidad que
simultáneamente expresa su relación con las problemáticas actuales, así como
con los procesos de olvido o de negación.
De lo analizado hasta ahora surge que existe una continua producción de
conceptos similares y frecuentemente intercambiables; que la mayoría de los
nuevos conceptos suelen ser propuestos y desarrollados desconociendo a los
anteriores e incluso a los coetáneos, pese a observarse similares caracterísli-
260 La p arte neg ad a de la cultura
cas; que en consecuencia los nuevos conceptos suelen ser usados de forma
ahistórica. Muchos de los autores que utilizan las categorías de deconstrucción
o construcción social aplican esta orientación respecto de los conceptos de
otras corrientes, pero no suelen referirla a los conceptos centrales de su propia
metodología. Así, por ejemplo, los teóricos franceses del sujeto descentrado
parecen ignorar los antecedentes funcionalistas, interaccionistas simbólicos y
sartreanos de la descentración.
En la exposición de esta problemática he propuesto algunas interpretacio
nes que refiero a la vigencia de un proceso de deshistorización de la teoría, al
redescubrimiento continuo de lo ya sabido por «otros», a una necesidad cons
tante de diferenciación aun dentro de la similitud. Pero subrayamos que estas
interpretaciones no son las únicas ni tal vez las más relevantes.
sinónimo tan exacto de la palabra esquema, que las denominaciones esquema cultural
y representación colectiva son equivalentes y se las usa indistintamente en todo este
trabajo» (1982, vol. 1, p. 96). La influencia de Durkheim fue muy significativa en la
antropología norteamericana de los años veinte y treinta.
Uso y desuso de conceptos en antropología social 263
10. Para Gledhiil, el trabajo antropológico se caracteriza no tanto por realizar etnogra
fías profundas, sino por la producción de información estratégica en función de que el
antropólogo reside en el lugar que estudia y se gana la confianza de la población, por
lo cual los datos que produce «no hubieran podido obtenerse de ninguna otra manera»
(1993, p. 21).
Uso y desuso de conceptos en antropología social 265
11. Algunos autores, entre los que destaca ClifFord (1995), han propuesto que la falta
de conocimiento del lenguaje del otro, expresa larvadamente situaciones de micropo-
der, de estigmatización, de subalternización hacia un otro que es investigado sin el
conocimiento de «su» lenguaje. Véase también Hymes (1974).
Uso y desuso de conceptos en antropología social 267
12. El pensam iento herm enéutico alemán refirió la vivencia no sólo a habilidades
intelectuales, sino a una condición de la relación subjeto/cultura que justam ente
posibilitaba la interpretación. Esto es que lo que cuestionan algunos antropólogos
norteam ericanos y lo que trata de superar Geertz al proponer que la interpretación
no refiere a ninguna habilidad especial denom inada vivencia, ya que la posibilidad
de interpretar «proviene de la habilidad que tengam os para construir los modos de
expresión de un grupo, es decir, sus sistem as simbólicos. Y para ello es más impor
tante entender un proverbio, percibir una alusión, captar una brom a que alcanzar
una extraña comunión con éstas» (1994, p. 90). Pero justam ente para la mayoría de
las propuestas herm enéuticas alem anas la posibilidad de com prender un proverbio o
captar una brom a radica en la pertenencia a un determinado horizonte, a una deter
m inada tradición como fue consecuentem ente desarrollado desde finales del siglo xix
hasta las décadas de 1930 y 1940. Desde la perspectiva herm enéutica alemana, Geertz
Uso y desuso de conceptos en antropología social 269
piensa a través de considerar las hipótesis como si fueran las preguntas cerra
das de una encuesta, así como - y es lo que me interesa subrayar- a tener una
¡dea «exitista» de las hipótesis, la idea de que éstas son definitivas, que deben
mantenerse y probarse como sea.
Nosotros consideramos que toda hipótesis debe ser siempre provisional, es
decir, utilizada como una explicación provisoria de un problema y, en conse
cuencia, como un instrumento modificable a partir del trabajo con la realidad.
Pero frecuentemente las hipótesis se utilizan como tesis a evidenciar o -hipoté
tico deductivo de por m edio- a descartar, y no como propuestas provisionales
a observar si ocurren o no. Los trabajos de campo de larga duración, no niegan
la utilización de hipótesis como algunos señalan, sino justamente posibilitan
reformular las hipótesis iniciales a través de la continua producción de nueva
información y de análisis.
Podríamos seguir fundamentando la importancia y necesidad de formular
hipótesis, pero lo que me interesa es observar la congruencia entre la negación
a utilizar hipótesis y el marco teórico del cual se parte, y desde esta perspectiva
considero que los que partiendo de una concepción interpretativa dicen que se
acercan a la realidad sin problematizarla y sin hipótesis están contradiciendo
su marco referencial que define la realidad en términos de significado.
Si yo elijo investigar sexualidad, religión, pobreza o alcoholismo en de
terminadas comunidades, supongo que debe ser porque me interesan dichas
temáticas y en dichas comunidades; debe ser porque las mismas algo me sig
nifican. Si además antes de ir a hacer el trabajo de campo he leído bibliografía
sobre la comunidad y sobre el tema, he hecho cursos y seminarios específicos,
y si en algunos casos ésta es mi segunda o tercera investigación sobre esa
problemática y a veces sobre la misma área e incluso comunidad, como puedo
llegar a afirmar que voy sin significados, sin problematización, sin presupues
tos y sin hipótesis a investigar dicha realidad, cuando incluso es posible que he
desarrollado preconceptos respecto del grupo que voy a estudiar13. Pero más
allá de estas incongruencias, lo que me interesa subrayar es que pretender esta
desnudez metodológica contradice los puntos de partida de algunas tendencias
interpretativas según las cuales toda realidad es significativa para los actores,
13. Los preconceptos respecto del grupo seleccionado ya sea un grupo de enfermos de
sida, un grupo de personas en situación de extrema pobreza o un grupo caracterizado
por sus actitudes racistas remite a valoraciones del investigador de muy diferente tipo,
incluidas las de tipo afectivo. Véase Devereux (1977).
IJso y desuso de conceptos en antropología social 271
14. En mi trabajo sobre Yucatán, así como en trabajos realizados en pequeñas comuni
dades de varias partes de México, pudimos verificar entre 1976 y 1984 el uso y man
tenimiento de conceptos como «debilidad congénita» o directamente «debilidad», asi
como en ios trabajos sobre proceso de alcoholización (1983-1996) pudimos verificar el
mantenimiento de conceptos referidos a «degeneración».
Uso y desuso de conceptos en a ntropología social 273
15. Este concepto acuñado en los setenta, y que frecuentemente se traduce como
«afrontamiento», originalmente refiere a los recursos individuales y colectivos de todo
tipo que tiene un actor para afrontar y resolver un problema determinado.
Uso y desuso de conceptos en antropología social 275
interés tienden a utilizar estos y otros conceptos similares, porque según ellos
posibilitan describir «realmente» la realidad, y porque además explicarían de
terminadas consecuencias que caracterizan a las familias pobres y marginales.
Sin duda, como señala Sheper-Hughes (1984, p. 536), hay niños que
mueren por no recibir los cuidados necesarios para sobrevivir en condiciones
adversas, así como madres de determinados grupos realizan una distribución
desigual de los alimentos y de las medicinas entre sus hijos basada en prefe
rencias culturales por determ inado sexo o en el orden del nacimiento, pero
esas negligencias, descuidos y atenciones selectivos no se explican sólo por
la conducta manifiesta de las madres, sino por las condiciones sociales, eco
nómicas y culturales donde desarrollan esos comportamientos que, sin negar
el papel del actor, no reducen a éste las consecuencias de la negligencia o del
descuido. La orientación dada a estos conceptos por el estado, las institucio
nes internacionales tipo INICEF, fundaciones, ONG y/o académicos conduce
a encontrar las consecuencias, causas y solución de la situación en los suje
tos, opacando o directamente ocultando las causas sociales que determinen
el descuido selectivo, la negligencia o el incremento de niños de la calle, que
pueden ser encontrados en la extrem a pobreza, desocupación y reducción del
papel del estado. Si bien otros factores intervienen, incluido el propio sujeto,
las causas más constantes y decisivas son las de tipo económico-político
(Greenland, 1988; Masse, 1985).
Desde esta perspectiva es importante subrayar que el uso de conceptos aun
reconociendo determinadas problemáticas, pueden contribuir no sólo al opaca-
miento de su causalidad, sino a favorecer el uso de interpretaciones y acciones
que contribuyen al mantenimiento del problema. En la mayoría de los países
de América Latina; y pese a los varios años de trabajo sobre los pobres extre
mos, o los niños de la calle, se incrementa en lugar de reducirse el número de
estos y otros actores sociales caracterizados por su pobreza y exclusión.
En el uso de este tipo de conceptos inciden toda una serie de tendencias
que van desde la capacidad del concepto para describir lo manifiesto hasta la
presión directa o indirecta de utilizar determinados conceptos por institucio
nes financiadoras de proyectos especialmente de intervención, pasando por la
posibilidad de generar acciones puntuales a nivel de sujetos y microgrupos
para problemas generalmente lacerantes, lo cual refuerza la orientación hacia
lo local. El uso sistemático, frecuente y generalizado de este tipo de conceptos
contribuye a subrayar el carácter negligente de los «pobres», así como a expe
276 L a p arte neg ad a de la cultura
más significativa es la que propone que existen escasas alternativas conceptuales para
pensar, definir, organizar la realidad, es decir que respecto de un proceso o problema
determinado sólo pueden desarrollarse tres o cuatro conceptos básicos, pues los mismos
agotan la posibilidad conceptual de definir este problema o proceso. Por lo cual sólo se
producen un número escaso de categorías respecto de un problema específico, y luego
a partir de las mismas se generan otras que generalmente constituyen variaciones o
reiteraciones de las categorías formuladas. Y serían estas situaciones la que conduce a
la constante «reinvención» de conceptos.
280 L a parte neg ad a de la cultura
valorativa en todos los pasos del proceso científico, y del dominio del olvido
como parte de la neutralidad valorativa.
La ciencia se organiza cada vez más como una empresa de producción
de servicios, ya que se busca que todo producto científico se convierta en al
gún tipo de servicio para ser vendido; ello implica asumir que la producción
científica, como cualquier otra producción, dependerá de los grupos sociales
que se hagan cargo de ella, y dado los costos y complejidad productiva sólo
determinados sectores podrán hacerlo. Esta es una tendencia constante, que
no suele ser cuestionada por los propios científicos sino sólo cada vez que
acontece algún hecho que cuestiona la ética de los investigadores, como ac
tualmente ocurre con el desciframiento del genoma humano, que seguramente
será comprado por una o más empresas privadas, pero que por un tiempo dará
lugar a que algunos científicos, intelectuales y algunas ONG cuestionen dicha
compra en nombre de la ética, pero sin incidir demasiado en las decisiones del
«mercado de saberes».
Las fuerzas del mercado parecen atar cada vez más la investigación cien
tífica a la productividad en términos de la producción de cada científico, pero
sobre todo en función de la producción económico-social. Posiblemente sea
en el campo de la investigación sobre salud donde observamos el ejemplo más
impactante de esta orientación, ya que en 1990 se calculaba que el 93 por
100 de la inversión mundial en investigación en salud se destina a problemas
que afectan centralmente a la población de los países de más alto desarrollo
y sólo un 7 por 100 para los problemas de salud de los países dependientes,
problemas que causan la mayoría de las muertes a nivel internacional, y esa
orientación está dada básicamente en función de la capacidad de consumo del
mercado de los países centrales.
Esta tendencia ha existido de forma organizada respecto de ciencias como
la bioquímica desde la segunda mitad del siglo xix, pero se ha convertido ac
tualmente en la tendencia dominante en el conjunto de las disciplinas. Esta
tendencia está siendo impulsada de forma sistem ática a través no sólo de la
producción académica, sino de los objetivos y estilos de vida de los propios
investigadores mediante el desarrollo de toda una serie de estímulos en tér
minos económicos, de prestigio, de micropoder, que en un medio impulsado
por la competencia reproduce los objetivos de las fuerzas dominantes a nivel
de la sociedad académica. Y así observamos el creciente manejo de la vida
académ ica en términos de espectáculo, un espectáculo que, al igual que en
la sociedad global, tiene que ver con la producción y el consumo, ya que el
Uso y desuso de conceptos en antropología social 283
17. Este proceso se expresa por ejem plo en que las ponencias en este tipo de even
tos constituyen una especie de representación/sim ulación compartida, dado que cada
vez se reducen más los tiem pos de presentación, sin la posibilidad de espacios de
reflexión colectiva.
284 L a parte neg ad a de la cultura
19. La duda, que no analizarem os, reside en si la actualización continua del presen
te constituye una característica de las sociedades actuales o constituye una de las
características básicas de toda sociedad, ajeno a que unas sociedades actualicen el
presente a través de mitificar el pasado y otras lo actualicen a través de los medios, lu
tecnología y la ciencia, hacia el futuro. «Ambas» sociedades niegan el pasado como
requisito de su funcionam iento y de su reproducción social.
5.
El punto de vista del actor. Homogeneidad, diferencia e
historicidad
Propuestas relaciónales
términos relaciónales entre los diferentes actores sociales que tienen que ver
con dichos procesos. El enfoque relacional parte además del supuesto de que
en todo proceso de salud/enfermedad/atención siempre operan dos o más acto
res significativos; lo cual implica tomar en cuenta ¡as características “propias”
de cada actor, pero sobre todo centrarse en el proceso relacional que se da entre
los diferentes actores sociales, dado que el proceso relacional constituye una
realidad diferente de la obtenida de la descripción y análisis de cada uno de los
actores en términos particulares y aislados. Más aún considero que las expe
riencias, tácticas, estrategias de un sujeto no pueden ser realmente entendidas
sino son referidas a las relaciones con los otros sujetos con los cuales el actor
está interaccionando.
Lo que estamos concluyendo es casi obvio, pero sin embargo varias de
las características y procesos enumerados tienden a ser escasamente aplicados
actualmente, lo cual vamos a analizar a través de la revisión del denominado
“punto de vista del actor” (de ahora en adelante PVA).
Desde mediados de los 70’ y durante los 80’ y 90’ varias tendencias teórico/
metodológicas así como ciertos grupos, organizaciones y movimientos socia
les y, por supuesto otros procesos que veremos más adelante, impulsaron el
desarrollo de una metodología centrada en el punto de vista del actor (PVA),
a partir de focalizar el papel de un actor social básicamente en términos de
significados y/o de experiencias, frecuentemente excluyendo o secundarizando
los aspectos referidos a la estructura social entendida en términos de relaciones
sociales asi como los aspectos económico/políticos e ideológicos.
La metodología del PVA ha sido de notoria utilidad en muy diversos as
pectos, pero considero que necesita ser redefinida, dado el proceso de erosión
conceptual e ideológico que padece en la actualidad, así como por los sesgos y
omisiones que caracterizan su uso, de los cuales el más significativo para no
sotros es el de “olvidar”, desconocer o secundarizar el hecho de que todo actor
social opera siempre dentro de relaciones sociales. Si bien esta metodología
supone la existencia de diferentes actores ssociales en relación, gran parte de
los que la utilizan, por lo menos para el estudio de procesos de salud/enferme
dad/atención, centran sus descripciones e interprertaciones en un solo actor.
Analizar, interpretar y/o implementar acciones centradas en el actor consti
tuye uno de los rasgos idiosincráticos actuales del enfoque antropológico. Para
la mayoría de los antropólogos es casi un axioma describir y analizar la reali
dad a partir de la perspectiva emic, es decir de cómo los procesos son percibi
dos, vividos, pensados por el actor. Esta aproximación ha sido especialmente
296 La p arte neg ad a de la cu ltu ra
si los grupos sociales sobre los cuales se van a realizar dichas acciones no han
participado con sus propias perspectvas en el diseño y en las acciones, dado
que es casi seguro que dichas acciones fracasarán, como ya lo señalamos pre
viamente.
A partir de los 60’ y durante los 70’ se cuestionan no sólo el énfasis en el
papel de las estructuras sociales y en los procesos que favorecen la cohesión
social, sino que se recupera el papel del actor como unidad de descripción
y de análisis, y tam bién como agente transformador. En lugar de un sujeto
el cuidado y cariño hacia los otros. Lo que ha dado lugar, en ciertos países, a
constituir organizaciones de discapacitados que expresan no sólo las necesida
des sino el punto de vista de estos sujetos.
Varias de las características y procesos que discriminaban a diferentes ac
tores subalternos eran similares, lo que condujo a que los diferentes actores
desarrollaran algunas acciones similares, de tal manera que los grupos étnicos,
los sectores gay o los locos cuestionarán no sólo a la sociedad estigmatizadora
sino especialmente a los expertos que habían contribuido a fundamentar y le
gitimar la estigmatización y/o subaltemización de determinados actores. Este
proceso se dio tempranamente respecto de los expertos en salud mental y en
“desviación social”, desarrollados especialmente por la denominada antipsi
quiatría y por el interaccionismo simbólico y por supuesto por una parte de los
“locos” y de los “desviados” .
Desde esta perspectiva una parte de los que impulsaron esta “metodolo
gía”, especialmente en el campo de la ‘locura’ y la criminalidad, y más tarde
en los que trabajaron con género o etnicidad, lo hicieron porque la misma
podía ser aplicada en términos activos para recuperar la palabra y la acción de
determinados actores y encontrar soluciones a sus problemas. Sólo la lucha a
través de la particularidad de cada actor podía modificar su situación, y sobre
todo legitimar su diferencia. Más aún, descubrieron que trabajar con grupos
caracterizados por una particularidad diferencial fuerte, posibilitaba una ma
yor capacidad de acción y eficacia, en la medida que el grupo se concientice
de sus posibilidades. Y observaron que la mayor homogeneidad de los grupos,
sobre todo respecto de determinadas características de identidad como puede
ser una enfermedad común, generaba una mayor eficacia comparados con
grupos heterogéneos.
El conjunto de estos procesos no sólo supuso el reconocimiento de la exis
tencia de una diversidad de actores cuyas acciones podían modificar algunas
de las condiciones negativas dentro de la cual vivían, sino que favoreció el
cuestionamiento de la búsqueda de un sujeto único de la trasformación social.
En el desarrollo de esta perspectiva se integraron concepciones devenidas
de la antropología funcionalista, del interaccionismo simbólico, de la fenome
nología, del marxismo gramsciano, y de la sociología “individualista” británi
ca, aun cuando generalmente la misma suele ser identificada con determinadas
tendencias fenomenológicas y “postmodernas”. Si bien algunas tendencias tra
bajan con procesos sociales y económico/políticos, la mayoría lo hace con los
significados socioculturales.
El punto de vista de! actor 303
Ahora bien, más allá del reconocimiento de estas propuestas, me interesa re
cordar que si bien el énfasis en el PVA cobra una fuerte visibilidad a partir de
los 70’, la mayoría de dichas propuestas tienen una antigua trayectoria. Más
aún, si bien una parte de los antropólogos suelen remitirlas a las propuestas
emic/etic desarrolladas desde la década de los 50’, lo cierto es que éstas sólo
son parte de una trayectoria mucho más amplia y diversificada.
En términos específicos existe desde por lo menos la década de 1930, una
masa de trabajos sobre procesos de salud/enfermedad/atención que subrayan
el PVA, así como en términos generales contamos con las propuestas teórico/
políticas y la trayectoria de movimientos sociales y políticos que desde el siglo
xix promovieron algunos de los aspectos centrales de esta perspectiva.
Las ciencias sociales y antropológicas documentaron la existencia de pers
pectivas diferenciales respecto de los sufrimientos, las enfermedades o las es-
tigmatizaciones que afectan a diferentes actores sociales. Dichas variaciones
diferenciales fueron observadas entre sociedades o al interior de una misma
sociedad, y fueron puestas de relevancia por los estudios socioantropológicos
respecto del consumo de alcohol, de la causalidad de las enfermedades o sobre
la experiencia del dolor en diferentes grupos sociales.
En diversos grupos etnográficos se describieron no sólo sus concepciones
particulares respecto de la enfermedad, sino respecto del cuerpo en términos de
localización, fisiología y significado de sus órganos y de sus padeceres contras
tándolos explícita o tácitamente con los puntos de vista biomédicos.
Un capítulo especial lo constituye el estudio del rechazo de ciertos grupos
étnicos americanos a por lo menos determinados aspectos de la medicina
'occidental’, lo cual fue unánimemente atribuido a la incompatibilidad de
puntos de vista, entendidos como concepción de mundo o lógicas diferentes
304 L a parte negada de la cultura
4. Dicho proceso no siempre supone rechazo y menos enfrentamiento, ya que los da
tos etnográficos evidencian la frecuente apropiación por el saber popular de prácticas
aparentemente incompatibles con su racionalidad sociocultura!.
Fue el uso de perspectivas a-relacionales el que centró sus conclusiones en la oposición
y no en los procesos transaccionales. Pero además estos estudios partían de una grave
incorrección metodológica, dado que contrastaban el saber de los sujetos pertenecientes
a un grupo étnico con un saber profesional (M enéndez 1981,1990a).
El punto de v ista del actor 305
activo de los sujetos que integraban dicha totalidad se llamen cultura, concep
ción del mundo o mentalidad, conceptos que refieren a totalidades integradas
y cohesivas, donde el sujeto es excluido, no pensado o reducido a las entidades
“cultura” o “etnos”: Lo que realmente me importa al estudiar los indígenas
decía Malinowski, es su visión de las cosas, es su Weltanschauung,e\ aliento
de vida y realidad que respiran y por el que viven. Cada cultura humana da
a sus miembros una visión concreta del mundo, un determinado saber de la
vida” (1975:504).
Y otra desarrollada sobre todo en el campo político y sindical que buscó
discriminar los sujetos activos de la transformación y que se expresó a través
del papel dado al individuo y a los grupos activos por parte de las diferentes va
riantes anarquistas; por el papel dado a los sindicatos como actor activo por las
corrientes sindicalistas o por el papel del partido y de las células de activistas
impulsados por diferentes corrientes, y especialmente por las identificadas con
el comunismo. Las discusiones sobre el papel del partido, de las burocracias
sindicales y políticas, del espontaneismo o del papel de los grupos de acción
directa expresan justam ente la búsqueda de sujetos activos.
La constitución de una perspecti va centrada en el actor como agente se dará
más tarde en las concepciones académicas que en las organizaciones y concep
ciones políticas y sindicales. Pero especialmente a partir de la década de los 20’
observamos el desarrollo de trabajos que desde diferentes perspectivas van a ir
afirmando el papel diferencial de ciertos actores dentro de la sociedad global
Como ya vimos, se describirán las perspectivas que diferentes actores sociales
tienen del dolor, del consumo de alcohol o de determinados padecimientos,
proponiendo en algunos casos la constitución de grupos de acción específicos
como fueron a partir de los 30’ los grupos de autoayuda.
Pero además, la perspectiva del actor fue aplicada durante los 30’ en los
EEUU a la situación y relaciones de clase/casta, y especialmente a los trabaja
dores industriales. Un papel especial cumplió la primera escuela de Chicago al
describir las formas de vida urbana caracterizadas por su “marginalidad”, y de
la cual el trabajo de Anderson sobre los “hobbos” expresa paradigmáticamente
la preocupación de los miembros de esta escuela por describir la (“su”) reali
dad a partir del punto de vista de los actores marginales.
No obstante, fue posiblemente en el área de los estudios sobre el trabajo
donde se observó con mayor continuidad la preocupación por el punto de vista
del actor, inicialmente a través de la escuela de E. Mayo, la cual consideró de
cisivo describir y entender el punto de vista de los trabajadores para compren
308 L a pa rte n e g ad a de la cultura
der las relaciones y conflictos laborales. Si bien esta recuperación tenía como
objetivo mejorar la productividad de la empresa, no por ello debe ignorarse el
intento de reconocer y describir lógicas sociales y productivas diferentes en el
trabajador y en la empresa. Serán sobre todo las investigaciones de Roy o de
Chinoy durante los 4 0 ’ y los 50’ las que describirán con mayor detalle la lógica
laboral observada a través del propio trabajador.
Es importante señalar que los estudios sobre marginales como los hobbos,
así como las investigaciones sobre trabajadores industriales se hicieron a través
de observación participante, es decir tratando de observar la realidad a través
de un estudioso que buscaba -h a sta donde la metodología pudiera- apropiarse
del punto de vista del actor en sus prácticas y no sólo en sus palabras. Y para
ello el investigador trabaja como obrero en un taller o se “convierte” en hobbo
para vivir con ellos y como ellos. Es decir se genera un tipo de investigación
que describe minuciosamente lo que hacen los sujetos, pero a partir de un in
vestigador que vive dentro del contexto propio de los sujetos que estudia.
El desarrollo de estas tendencias se expresa en la acuñación del concepto
“necesidades sentidas”, que tuvo un intenso uso en diversos campos y espe
cialmente en el de la salud pública entre las décadas de los 40’ y 60’, y que
refiere a la existencia de “necesidades” definidas por el actor, diferenciándose
de las necesidades observadas por el personal de las instituciones educativas
y de salud. Este concepto, que sigue siendo utilizado hasta la actualidad es
pecialmente en escuelas de enfermería y de trabajo social, es uno más en la
cadena de conceptos que reconocen la existencia de puntos de vista diferentes,
y que generalmente refieren al punto de vista del paciente o del educando en
tendidos como “necesidades sentidas” y al de los expertos entendidas como
“necesidades objetivas”.
Pero será sobre todo a partir de los 50’ y 60’ cuando se impulse en forma
más acusada y desde diferentes tendencias el interés por el punto de vista del
actor tanto en términos teóricos como aplicados. Dentro del amplio espectro
de prqpuestas me interesa señalar una aproxim ación que será desarrollada
desde el marxismo gramsciano a través del denominado modelo obrero ita
liano, que buscó describir la lógica laboral a partir de la experiencia y racio
nalidad de los propios trabajadores, con objetivos de modificar las condi
ciones de trabajo e impulsar propuestas autogestionarias basadas en el saber
de los trabajadores (Basaglia et al., 1974, Odone et al., 1977a,1977b). Se
trataba que los trabajadores describieran el proceso productivo, y establecie
El punto de v ista del actor 309
ran cuáles podían ser las causas de sus accidentes y padecimientos laborales
a partir de su experiencia de trabajo específico.
Si bien a nivel teórico esta metodología incluyó los significados que los
obreros daban a su trabajo, a su medio laboral y especialmente a ¡as conse
cuencias en sus condiciones de salud, la forma dominante en que se la aplicó,
especialmente en los estudios epidemiológicos realizados en América Latina,
excluyó el orden simbólico para centrarse en datos de tipo económico/político
o epidemiológico, de tal manera que estas investigaciones dan cuenta de una
racionalidad obrera unilateralmente economicista y desprendida de los otros
aspectos de la vida cotidiana.
El uso de esta propuesta evidenció la tendencia de una parte del marxismo
a excluir la estructura de significado de sus objetivos prioritarios, asi como a
dejar de lado la descripción y análisis de los procesos -e n este caso el proceso
laboral- en términos de hegemonía/subaltemidad, pese a que la propuesta de
Gramsci tendía a superar las orientaciones esencialistas y posicionales domi
nantes en el uso de la perspectiva del actor.
La propuesta del modelo obrero italiano se desarrolló dentro de un proceso
que había sido conmovido por el desarrollo de los estudios sobre subculturas
marginales impulsados inicialmente desde perspectivas función alistas críticas,
y, sobre todo, por los estudios sobre desviación social desarrollados a partir de
la década de los 50’ por el interaccionismo simbólico (Becker, 1971), y la teo
ría del etiquetamiento, así como más adelante por el marxismo crítico (Tylor
et al., 1977). Y que se expresaron en Italia especialmente a través del trabajo
de los antipsiquiatras.
En el caso del interaccionismo simbólico, de la teoría crítica de la desvia
ción y más tarde del construccionismo, el punto de partida fue considerar la
desviación como una construcción social en la cual tanto la sociedad a través
de sus grupos sociales como de sus instituciones especializadas (cárceles, hos
pitales, hospicios, correccionales) etiquetan, estigmatizan y frecuentemente
encierran al “desviado” a partir de sus definiciones sociales y profesionales
de las conductas desviadas. Proponen por lo tanto describir la situación del
desviado desde el mismo, para entender no sólo la discriminación y estigmati
zación sino las funciones de las mismas para la sociedad.
Estas tendencias propondrán que la desviación no radica en los comporta
mientos de los desviados sino en la atribución de desviación a dichos compor
tamientos, proponiendo observarlos no solo como construcciones sociales, sino
como expresiones de la diversidad social y cultural. Una parte de estos trabajos
310 L a p arte neg ad a de la cultura
tal manera que durante los 50’ y 60’ varias orientaciones caracterizarán al actor
por su capacidad de producir “caras”, fachadas y/o “apariencias”, de las cuales
una aparece como la que lo identifica ante los demás como tal.
El conjunto de estas orientaciones no sólo describirán y analizaran el pa
pel de las instituciones de “encierro”, incluido el hospital y el asilo y no sólo
el hospicio, sino que evidenciarán el papel cumplido por el saber técnico en
la producción y aplicación de concepciones diagnósticas que justificaban los
encierros y los tratamientos. Y por lo tanto F. Basaglia, E. Becker o los te
rapeutas radicales norteamericanos proponen en los 60’ y 70’ que el cues-
tionamiento y modificación de la situación de los “desviados” pasa no sólo
por soluciones técnicas, sino por el empoderamiento de los mismos, es decir
por desarrollar poderes sociales y personales que les permitan enfrentar a las
instituciones y a los expertos.
Estas investigaciones habían descripto los procesos de medicalización
y de psiquiatrización y una parte de estos estudios se realizaron a partir de
observar dichos procesos no sólo desde el punto de vista de los “ internos”
(equipo de salud), sino especialm ente desde el punto de vista de los “inter
nados” (pacientes).
Ahora bien, posiblemente hayan sido las diferentes corrientes fenomeno-
lógicas las que más hayan impulsado la legitimación teórica y metodológica
del punto de vista del actor ya sea a través de las propuestas de Sartre, Schütz
o Winch y de sus apropiaciones por los investigadores que se interesan por
diversos campos, incluido el campo de la salud/enfermedad/atención, y para
quienes “La acción humana no puede identificarse, describirse o entenderse
apropiadamente si no se toman en cuenta las descripciones intencionadas, los
significados que tienen tales acciones para los agentes involucrados, las for
mas en que tales agentes interpretan sus propias acciones y las acciones de los
demás. Estas descripciones intencionadas, significados e interpretaciones, no
son simplemente estados subjetivos de la mente que puedan correlacionarse
con el comportamiento externo; son parte constitutiva de las actividades y las
prácticas de nuestras vidas sociales y políticas” (Bemstein, 1983:285)
El conjunto de las tendencias enumeradas se caracterizan por su nota
ble y diversificada producción. Desde los 50’ y 60’ contamos con una masa
creciente de estudios donde se describen y analizan el punto de vista de los
pacientes y el punto de vista de los médicos, pero sobre todo se trata de ana
lizar los saberes y/o las experiencias de los pacientes para observar cuáles
son sus necesidades, objetivos y prácticas y como los mismos difieren, se
312 L a p arte n eg ad a de la cultura
a leer, ver, oir y sobre todo a aceptar los productos, necesidades, ideas con las
cuales están previamente de acuerdo.
Esta interpretación del sujeto activo será referida tanto a los medios escri
tos, a la radio, como más adelante a la televisión. Los estudios de las audiencias
televisivas descubrieron que ver televisión no sólo constituye una actividad
que es parte de la vida cotidiana sino que “ los receptores no son consumidores
pasivos” señalando que “ ...el proceso hermeneútico de apropiación constituye
una parte esencial de las formas simbólicas, incluyendo los productos m ediáti
cos” (J. B. Thompson, 1998:227).
Estrechamente relacionada con los últimos aspectos señalados, existe
otra línea de trabajos que frecuentemente no se incluye en el análisis de la
trayectoria de esta metodología, pese a sus aportes y a la influencia ejercida
inclusive sobre el manejo e interpretación de los procesos de salud/enfer
medad/atención. Me refiero a los estudios sobre el consumidor, que tendrán
una notoria importancia en la investigación aplicada, sobre todo a través del
desarrollo de técnicas de obtención de información, en particular los denom i
nados “grupos focales” o “grupos de discusión” que será ulteriormente una
de las técnicas más usadas por los que realizan investigación/acción centrada
en el punto de vista del actor respecto sobre todo de problemáticas de género
o referidas a VIH-sida.
Entre los líderes iniciales de las investigaciones sobre punto de vista del
consumidor había psiocoanalistas y antropólogos que reconocían la impor
tancia del sistem a de representaciones sociales y de las m otivaciones incon
cientes en las orientaciones del consumidor, considerando algunos de ellos
que el elemento más decisivo en la com ercialización de un producto eran los
diferentes puntos de vista existentes en la comunidad. Consideraron que en la
sociedad global existían diferentes puntos de vista, por lo cual distinguieron
tipos de consumidores construidos a través de indicadores sociocupacionales
y de estilo de vida a los cuales aplicaron encuestas y técnicas cualitativas.
Fue en gran medida este tipo de estudio el que comenzó a definir a los actores
sociales en términos de consumo, articulado con criterios de estratificación
social, y que los llevó a diferenciar los consumidores en términos de diferen
tes estilos de vida.
Un aspecto que me interesa recuperar respecto del desarrollo de la perspec
tiva del actor impulsado por las empresas publicitarias, es que el mismo tiene
un objetivo manipulador, ya que buscaban describir y comprender cuales eran
las motivaciones de los diferentes tipos de actores, para trabajar sobre ellas con
316 L a p arte n e g ad a de ia cultura
Es decir que el PVA ha sido utilizado para diseñar campañas que a partir
del punto de vista de los consumidores los orienten hacia ciertos consumos o
por lo menos ciertos productos. Orientaciones similares han sido utilizadas
constantemente para obtener información por parte del SS de ONGs y de la
antropología y sociología académicas sobre técnicas de planificación familiar
o sobre uso de preservativos en las relaciones sexuales, las cuales han sido
cuestionadas en términos de manipulación por parte de diferentes grupos.
Estas críticas recuperan viejos cuestionamientos realizados desde los 30’ a
gran parte de los trabajos de antropología y sociología aplicada, que tratan de
documentar el punto de vista del campesino para orientarlo hacia los valores y
objetivos sociales y económicos de la sociedad dominante; así como los estu
dios sobre satisfacción laboral basados en el punto de vista de los trabajadores
y cuyo objetivo era la manipulación de los obreros. O por las investigaciones
tipo plan Camelot para detectar la perspectiva de la población rural sudameri
cana respecto de la violencia.
Estos usos conducirán a cuestionar el punto de vista de los “expertos”,
sean éstos antropólogos, médicos, juristas, psicólogos, trabajadores sociales,
policías.
Se cuestionan las interpretaciones de los especialistas que consideran a los
campesinos como apáticos, fatalistas y opuestos a todo cambio, inclusive los
que objetivamente les convenían. Así como al personal de salud mental y es
pecialmente a los psiquiatras, por considerarlos creadores de por lo menos una
parte de las consecuencias que sufren los “locos”, incluidos centralmente los
criterios a través de los cuales se los diagnostica y se los encierra.
Gran parte de estas críticas surge del análisis de las actividades y políticas
sobre salud, criminalidad e incluso pobreza aplicadas en los países dominantes,
y especialmente en los EEUU. Subrayando que dichas políticas y actividades
fueron generadas por funcionarios y por profesionales que expresaban el punto
de las instituciones y de la sociedad dominante.
En esta síntesis traté de poner de manifiesto la diversidad de las propuestas,
de los objetivos y de los actores sociales sobre los cuales se trabajó, así como
determinadas convergencias previas al notable auge de la perspectiva del actor
durante los 70’, 8Q’y 90’5, concluyendo que la perspectiva del actor no es una
propuesta reciente, sino que se desarrolló por lo menos desde mediados del
dad respecto del alcoholismo ¿se toma en cuenta el del varón, el de la mujer
o el de ambos? La investigación, incluya o no la acción ¿reconoce y utiliza
ambos puntos de vista, o sólo uno de ellos?
Recordemos que las etnografías del alcoholismo sobre Chiapas, y en par
ticular respecto de toda una serie de grupos étnicos mexicanos, dan cuenta de
que el alcohol es uno de los principales instrumentos de violencia antifemeni
na. Más aun, que esta violencia aparece legitimada culturalmente.
¿Cuál es en consecuencia el punto de vista del actor a tomar en cuenta?
La recuperación de todos los puntos de vista que operan dentro de un grupo
o comunidad caracterizados incluso por su fuerte identidad y cohesión, puede
poner de manifiesto la existencia de situaciones conflictivas, excluyentes y/o
de dominación interna, mientras que la focalización en uno sólo de los puntos
de vista, el del varón en el caso que estamos analizando, posiblemente nos dé
el patrón cultural “oficial” además del dominante. En consecuencia el manejo
de esta metodología cuando reduce el punto de vista del grupo a uno solo de
sus actores, puede conducir a negar o por lo menos opacar problemas graves
que existen al interior de la comunidad en detrimiento de alguno de sus acto
res, o puede considerarlos como parte intrínseca y “auténtica” de su cultura,
como parte de su identidad étnica. Más aun, puede reducir la significación de
las consecuencias más negativas que el consumo de alcohol tiene para algunos
de los actores enjuego, lo cual es relevante por lo menos respecto del proceso
salud/enfermedad/atención. Por otra parte una investigación que incluyera los
puntos de vista del varón y de la mujer respecto del alcoholismo puede cues
tionar determinados aspectos decisivos para el tipo de cohesión y de identidad
dominantes en la comunidad.
Por consiguiente los que aplican esta metodología deberían explicitar cua
les son los posibles actores significativos identificados al interior del grupo o
la comunidad, y cuál es el peso que tienen cada uno de ellos en su etnografía.
Considerar el punto de vista de uno de los actores como expresión única de la
perspectiva de la comunidad hasta identificarla con la misma, puede tender a
anular la potencialidad de esta metodología. Como sabemos, hasta hace poco,
la tendencia dominante en Antropología ha sido describir el punto de vista de
la comunidad como homogéneo, como expresando un único punto de vista,
frecuentemente ignorando los procesos de fragmentación generados a través
322 L a p arte neg ad a de la cu ltu ra
bién utilizan el punto de vista del actor lo cual, como veremos más adelante,
indica que existen variadas y encontradas formas de concebir y utilizar esta
metodología.
El PVA constituye por lo tanto una metodología que posibilita no sólo poner
en evidencia y explicar determinados aspectos de los procesos de salud/enfer
medad/atención, sino también trabajar sobre los mismos en términos profesio
nales y/o políticos con intención de comprenderlos y/o modificarlos. Pero los
usos de esta metodología evidencian ciertos sesgos que necesitamos revisar
para observar sus posibles consecuencias.
Toda una serie de autores pertenecientes a diferentes líneas teóricas, y que
incluso han trabajado con esta metodología han señalado que los sujetos es
tudiados - o como se quiera d ecir- manejan o por lo menos comunican datos
incorrectos, falsos y/o distorsionados de sus propias acciones y de las acciones
de los otros. “Realmente una visión interna puede ser muy engañosa por varias
razones; por una parte la mayoría de la gente tiene una visión muy limitada
y distorsionada de cómo opera un sistema, ya que tienden a verlo desde la
posición que ocupan dentro de él”. Pero además sus interpretaciones están car
gadas de racionalizaciones y de propuestas de “como deberían ser las cosas”
(Kaplan y Manners, 1979:52).
Estos autores están de acuerdo en que un nativo tiene un conocimiento
de su cultura mucho más profundo que un sujeto ajeno a la misma, pero ello
no niega los procesos que acabamos de señalar. Más aún un antropólogo que
como V. Turner (1980) reconoce expresamente la importancia del PVA en su
clásico texto La floresta de los símbolos, sin embargo describe y analiza las
distorsiones del PVA respecto de diferentes procesos, incluidos los procesos
de salud/enfermedad/atención.
En general estos autores señalan un hecho obvio, que sin embargo suele no
ser entendido y menos aplicado, y es que si bien los hechos e interpretaciones
que narra un actor posibilita entender la racionalidad sociocultural del mismo,
ello no niega que este actor maneje información errónea o falsa. Lo cual no
significa desconocer que las mentiras intencionales o los datos equivocados
respecto, por ejemplo, de los padeceres que sufre un sujeto son importantes
El punto de vista del actor 327
social dentro del cual se construye y funciona dicho sujeto. Es decir que las
representaciones culturales o las experiencias que manejan estos sujetos, no
debieran ser desarticuladas de las condiciones económico/políticas que inciden
en la existencia y uso de alimentos, y que han limitado históricamente la posi
bilidad de producirlos y consumirlos, y han ido estableciendo las condiciones
para considerar “normal” los estados desnutricionales11. Así como tampoco
debieran ser desarticuladas de las condiciones simbólicas que operan en las ex
plicaciones locales de las muertes infantiles en términos de brujería, que ade
más deben incluir el sistema de relaciones personales y microgrupales caracte
rizadas por las competencias familiares por recursos escasos (Peña, 2006).
Debemos asumir en toda su significación y consecuencias que si bien los
análisis interpretativos que colocan el eje en el PVA posibilitan entender la
racionalidad social con que operan los sujetos, ello no implica desconocer que
por lo menos una parte de estos sujetos colocan la causalidad de sus experien
cias negativas personales (muerte de hijos, desnutrición endémica) en procesos
y actores que no tienen que ver con dichas consecuencias, sino como parte de
un imaginario subjetivo y social que “elimina”, ignora o secundariza las causas
y procesos que determinan dichas muertes y dichas desnutriciones.
Entre los 50’ y 70’ estos procesos solían ser interpretados en términos de
alienación, falsa conciencia o conceptos similares que prácticamente fueron
eliminados a partir de los 7 0 ’, pese a que tanto estudios intensivos como expe
riencias narrativas evidenciaban la existencia de estos tipos de comportamien
tos. Durante los 50’ W. Burrouhgs escribe “La droga es el producto ideal...,
la mercancía definitiva. No hace falta publicidad para venderla. El cliente se
arrastrará por una alcantarilla para suplicar que se la vendan... El comerciante
de drogas no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su pro
ducto” (1980:7). Es decir que el complejo adictivo desarrollado desde la déca
da de los 20’ y reimpulsado desde los 50’ constituye una especie de paradigma
de la sociedad de consumo. Más aún, uno de los más minuciosos estudios
sobre usos de drogas (Bourgois 1995) concluye que los valores y objetivos de
los sujetos dedicados al narcomenudeo en un barrio de clase baja son similares
a los de los sectores dominantes de los EEUU.
11. Puede ser que el grupo reconozca y/o clasifique la “desnutrición” dentro de otras
referencias de significado que no corresponden a la clasificación biom édica de en
ferm edades, lo cual supone desarrollar un trabajo antropológico para detectar dicho
significado.
líl punto de vista del actor 329
El otro y su investigador
12. Hay toda una serie de aspectos “técnicos” que favorecen el uso de esta metodología,
y de los cuales sólo citarem os algunos como ejemplificación: a) es mucho más fácil
describir y analizar las “narrativas” de un actor que las “narrativas” y las relaciones que
operan entre distintos actores sociales; b) para una mujer es más fácil entrevistar a una
mujer que a un varón en gran parte de los contextos y grupos mexicanos, y viceversa;
c) no sólo es más fácil codificar la información procedente de un actor que de varios
actores, sino que la mayoría de los programas existentes posibilitan sobre todo trabajar
con un actor.
El punto de v ista del actor 335
te ile Iíi conciencia de los actores sociales y a considerar sólo como “auténtica”
la perspectiva de los actores. Pero además reducen la realidad que estudian, a
lo que los entrevistados les dicen o les narran.
Para una parte de los que utilizan esta perspectiva existe un sobreenten
dido generalmente no explicitado de que las representaciones y/o las expe
riencias expresarían isomórficamente a las prácticas, lo cual justifica que las
descripciones etnográficas sean básicamente descripciones de las representa
ciones y de las narrativas experienciales y no de las prácticas de los actores,
por lo menos respecto del proceso salud/enfermedad/atención. Si bien, como
ya lo señalamos, algunos autores plantean que no les interesa la cuestión de
si los saberes y las experiencias corresponden a las prácticas dado que sólo
le interesan los significados. Otros ni siquiera lo reconocen como problema;
es decir, trabajan como si las narrativas de las experiencias equivalen a las
prácticas de los sujetos.
Sin negar la existencia de un determinado nivel de correspondencias entre
prácticas y representaciones o experiencias, estos usos no incorporan los apor
tes de la teoría antropológica, que sostiene la existencia no sólo de diferencias
sino de discrepancias entre representaciones, experiencias y prácticas.
Las representaciones sociales constituyen una suerte de explicación y de
guía para la acción, a partir de asumir que las representaciones se modifican
en la práctica. Las investigaciones epidemiológicas y sociológicas dan cuenta
consistentemente de que los conjuntos sociales suelen tener información (re
presentaciones) respecto de cuáles son los comportamientos que evitarían o
por lo menos reducirían las consecuencias negativas de determinados padeci
mientos, lo cual sin embargo no se observa en las prácticas de dichos conjuntos
sociales, reconocido frecuentemente por ellos mismos.
Y algo similar podemos señalar respecto de la “experiencia”, y así por
ejemplo la descripción de la catrera del enfermo en términos de experiencias
evidencia la dinámica situacional del actor, que generalmente no es captada
por las etnografías culturalistas. Cuando el sujeto, por ejemplo, es interrogado
o narra qué hace frente a determinado problema de salud, indica ciertas activi
dades que se redefinen y modifican cuando solicitamos que describa la secuen
cia de acciones realizadas ante dicho episodio específico, de tal manera que
frecuentemente pasan a enumerarse y/o a tener relevancia acciones y repre
sentaciones que no emergieron cuando sólo se busca la representación general
del proceso de atención de un problema de salud o cuando el interrogatorio es
referido sólo a la situación inmediata.
El punto de vista del actor 339
1111 c-
el sujeto .se hace a sí mismo, que los sujetos resignifican y reinterpretan
la realidad casi hasta el infinito
Además de las señaladas existe, una diversidad de críticas metodológicas;
y así los epidemiólogos señalan que el énfasis en el PVA impide o por lo menos
limita las generalizaciones; mientras una parte de los antropólogos -com o es
mi caso - están preocupados porque muchos estudiosos que utilizan el PVA
sin embargo no manejan el lenguaje del sujeto que estudian, o lo manejan de
ficitariamente, preguntándonos ¿cómo le harán para comprender /entender lo
que les están diciendo sobre todo cuando se trata de temas como violencias de
género, intentos de suicidio o embarazos no deseados?
El mono desnudo
Geertz (1989), cuestiona las propuestas que pretenden negar el papel del
autor, subrayando un hecho obvio, que una descripción etnográfica-com o una
investigación biomédica o epidem iológica- está realizada por quien la realiza
(describe) y no por quien es descripto, por más voz que el investigador le dé al
sujeto subalterno. Consideró que este proceso de desaparición, en gran medida
imaginaria, del autor, frecuentemente olvida reconocer que quien se trasladó
a la comunidad, más allá de lo que hayan “llamado” o 110 , fue el antropólogo
o el epidemiólogo y no al revés. Así como quien escribió el texto, más allá de
que exprese el punto de vista de los nativos, fue un investigador determinado.
Para Geertz la tarea del antropólogo no consiste en dar la voz a los actores
que describe, sino interpretar las interpretaciones obtenidas de los sujetos que
estudia, lo cual expone a través de narrativas. Me interesa subrayar que la
metodología de Geertz no reconoce el papel de los presupuestos; más aún es
uno de los autores emblemáticos en el rechazo de los procesos ideológicos que
pueden afectar tanto al actor como la investigador. Si bien, inclusive algunos
discípulos de Geertz, propondrán la necesidad de rescatar el punto de vista
del actor, que los trabajos expresen el dialogo investigador/actor, la mayoría
termina concluyendo que el texto sigue expresando básicamente el punto de
vista del investigador.
Una última tendencia sostiene que las investigaciones no sólo expresan el
punto de vista del investigador, sino que no pueden dar cuenta del punto de
vista del nativo sino a través de las propias categorías teóricas, culturales y
existenciales del investigador, dado que éste, como dice Gadamer, sólo puede
conocer a través de un determinado horizonte. Como sabemos, esta propues
ta surge de las discusiones de filósofos neokantianos, y especialmente de las
elaboraciones de Dilthey -respecto de que sólo se puede conocer a partir de
la propia historicidad-, articuladas con propuestas heidegerianas. Por lo tanto
esta tendencia sostiene que no sólo se conoce a partir de la propia historicidad
y situacionalidad, sino que además no sólo es imposible sino inconveniente
colocar entre paréntesis nuestros prespuestos, dado que según Gadamer, es a
partir de los mismos que podemos generar nuestros principales aportes. Ahora
bien todo otro conjunto de orientaciones teóricas no sólo asumen la existen
cia de presupuestos en diferentes términos, sino que consideran que el trabajo
epistemológico con dichos presupuestos constituye una de las tareas centrales
de todo proyecto de investigación. Más aún estas corrientes, que no olvidemos
fundamentarán en gran medida lo que se conoce como sociología del conoci
miento, propondrán que no sólo el saber de los actores está saturado de saberes
El punto de v ista del actor 347
13. Uno de los problemas de esta metodología es que en gran medida se ha convertido
en una técnica.
El punto de v ista del actor 349
por diferentes razones, cuestionaron no sólo el punto de vista del actor, sino
que han negado la existencia del sujeto como ocurre con ciertas corrientes
postestructuralistas, y especialmente con las propuestas de Foucault. Más aún,
determinadas líneas metodológicas decidieron no trabajar con el punto de vista
del actor no sólo por varias de las razones ya señaladas, sino porque consideran
-com o en el caso de Verón- que el sentido de lo que ocurre en la realidad sólo
puede ser aprehendido si abandonamos el punto de vista del actor, ya que el
sujeto no sabe realmente cuál es el sentido de su acción. La explicación sólo
puede estar basada en el observador (investigador) quien analiza los discursos
que los diferentes actores formulan para imponer su poder a través del discurso
que dirigen a los otros, siendo lo central observar lo que los discursos tratan de
hacer dentro de las relaciones de poder que establecen con el otro.
Ahora bien, estas propuestas han sido cuestionadas a su vez por autores
como Bibeau (1986/87,1992), quien sostiene que si bien la cultura puede con
tribuir a ocultar y opacar parte de la realidad, el orden de las cosas no se les es
capa totalmente a los actores como suponen algunos antropólogos, ya que los
actores sociales son mucho más capaces de lo que se piensa para decodificar
las dinámicas que están en la base de su sociedad, identificar las contradiccio
nes mayores y vincular los principales problemas a las condiciones específicas
de su contexto de vida.
A su vez Althabe (2006) señala que la negación del punto de vista del ac
tor expresa las concepciones neoestructuralistas y especialmente neodurkhei-
mianas que consisten en eliminar de la producción de conocimiento la co
municación entre el investigador y los sujetos conduciendo en los hechos
a la negación de los actores sociales, a no tom ar en serio el discurso de los
sujetos. Las tendencias neodurkheim ianas están preocupadas por establecer
distanciamientos para asegurar la ruptura entre el investigador y los sujetos
que estudia, lo cual conduce a que el investigador busque información fuera
del contacto con ello.
Para Althabe, pese a que la metodología antropológica se basa en la ob
servación participante de larga duración, así como en la elaboración del sen
tido desde dentro del grupo estudiado, sin embargo los antropólogos tratan de
convertir a los sujetos de estudios en “extraño”, lo cual ha sido impulsado en
el caso de los antropólogos francesces a partir de que estudian cada vez más
la realidad francesa, pero tratando de preservar la mirada antropológica como
parte central de su metodología. Concluyendo que “Generar una situación Inl
-d e extrañam iento- es una manera de introducir una separación con los sujetos
350 L a p arte neg ad a de la cultura
Pero dentro de cada una de estas dos grandes tendencias existen propuestas
diferenciadas, que no vamos a analizar, aunque sí revisaremos algunas de las
que han tenido más usos a nivel latinoamericano14.
Y así, dentro de las corrientes que colocan el peso en el individuo obser
vamos diversas tendencias que tienen en común el cuestionamiento a las pro
puestas estructural istas de todo tipo, así como subrayan la capacidad de agen
cia de los individuos. Pero mientras unas consideran al sujeto en términos de
decisiones racionales basadas en la evaluación de costo/beneficios, otras lo
manejan como “sujetos híbridos” caracaterizados por su descentramiento y
una tercera desde una individualidad casi absoluta desde la cual cada sujeto se
relaciona con el mundo.
La primera, como ya lo señalamos previamente, suele expresarse a través
de un individualismo que niega la existencia de lo social, y por lo tanto sólo
existen puntos de vistas de individuos, lo cual se expresa en gran medida en los
manejos del estilo de vida utilizados por la biomedicina y por el Sector Salud,
y que ya analizamos previamente (ver capítulo dos y tres).
El concepto de sujeto híbrido, desarrollado especialmente por los denomi
nados estudios culturales, tuvo una destacada presencia no sólo en los EEUU
sino en varios países latinoamericanos. Utilizando sus propias palabras, tiende
a considerar al sujeto como nómada, sin subjetividad fija, sin identidad o con
una identidad coyuntural. Cuestiona la idea de identidad monolítica, integrada,
auténtica, y propone un sujeto frágil, fragmentado, provisional, intercambiable.
Considera al sujeto como descentrado en varios sentidos, y subraya su constan
te capacidad de armarse, recomponerse, readaptarse y reinventarse. Más aún
de cambiar con notoria rapidez las diferentes máscaras que van adoptando.
Para una parte de estos autores la identidad y pertenencia iniciales en tér
minos de sexo, religión, familia, estrato social tienen un peso escaso y rela
tivo, dado que las características del sujeto se definen y redefinen a partir de
sus acciones15. En términos teóricos los diferentes autores apelan a propuestas
14. Lo que presentamos constituye una síntesis esquemática de las propuestas de estas
tendencias, reconociendo que la misma puede parecer estereotipada.
15. En términos de actores políticos esta concepción considera que los puntos de par
tida ideológico o de los programas partidarios sólo tienen importancia como referen
tes iniciales, dado que lo decisivo está en los resultados de las transacciones entre los
distintos actores políticos, lo cual puede modificar aspectos sustantivos de sus “pro
gramas” y “objetivos” a través de dichas negociaciones. La mayoría de los realistas
352 L a p arte negada de la cu ltu ra
políticos, pero tam bién de varios multiculturalistas participan de esta concepción, en las
cuales frecuentem ente es difícil distinguir las transacciones de las transas.
16 Recordem os que dentro del pensamiento alemán diferentes corrientes venían su
brayando desde fines del siglo xix la existencia de mundos diferenciados no sólo a
nivel de sujetos humanos, sino a nivel del mundo animal. Los estudios de von Uexküll
proponían que cada especie animal tiene su propio mundo (Umwelt) cualitativamente
específico, concebido de tal m anera que fonna con el animal una unidad completa. Una
de las tareas más importante de la biología moderna es la de establecer las característi
cas específicas del mundo de cada animal (Werner 1965:299).
El punto de v ista del actor 353
del sujeto en los términos señalados y por trabajar casi exclusivamente con
microgrupos y sujetos.
Pero ocurre que,Sartre vivió varias experiencias -especialm ente ía de la se
gunda guerra mundial y la guerra de A rgelia- que reorientaron sus propuestas,
sin abdicar de su énfasis en el papel activo del sujeto, pero dándole un peso
especial a la responsabilidad, al compromiso y a la lucha colectiva pensada en
términos, que si bien siguen subrayando el papel del sujeto, refieren a conjun
tos sociales amplios y no a microgrupos.
Ya en 1951, según S. de Beauvoir, Sartre reconocía que frente a ciertos
procesos “ya no hay entonces ninguna actividad posible, sino sólo la lucha co
lectiva” (1986 (1963):288-89). Más aún, Sartre considera que su acción como
sujeto no tiene sentido sino es una acción que asuma la situación de los opri
midos; será a través de un proyecto colectivo que los sujetos pueden generar
transformaciones.
Más allá de nuestra evaluación de las propuestas sartrianas y de las apro
piaciones de las mismas generadas por diversos autores, lo que me interesa
subrayar es el papel decisivo dado al sujeto por dichas propuestas y apropiacio
nes. Pero observando que las apropiaciones difieren en el interés y en las consi
deraciones que tienen respecto de la relación sujeto/estructura, en las maneras
de considerar la significación de los microgrupos y de las luchas colectivas, y
en la forma de integrar el compromiso/responsabilidad del “investigador”, lo
cual considero decisivo para el uso de la metodología del PVA.
Posiblemente las corrientes con mayor presencia teórica y etnográfica
son las que utilizan centralmente el concepto del sujeto como agente. Como
tantas otras cuestiones este concepto de agencia arranca de meditaciones
neodurkheimianas a través de Bourdieu, Giddens o Touraine. Esto lo subra
yamos porque parte de los que impulsan la idea de “agencia” en términos de
individuos lo harán cuestionando las propuestas neodurkheiminanas e inte-
raccionistas simbólicas.
Considero que esta relación dialéctica - o tal vez de interacción negociada-
entre neodurkheimianos de segunda y de tercera generación podemos obser
varla en forma privilegiada a través de las propuestas de A. Long, debido a que
es uno de los autores que mejor han fundamentado la metodología del PVA, y
que en gran medida lo hace a partir de su cuestionamiento de las propuestas de
Giddens que, como sabemos, es uno de los sociólogos que más fundamentó e
impulsó el concepto de agencia.
Long considera que el concepto de agencia en Giddens refiere a la sociedad
354 L a pa rte neg ad a de la cu ltu ra
los alcohólicos estudiados por él, ya que tanto de sus entrevistas como de sus
observaciones surge que los alcohólicos en recuperación aplican a sus vidas lo
que los textos “canónicos” describen y proponen sobre la vida de los alcohó
licos ya recuperados. A través de la articulación de su propia vida con dichos
textos, estos sujetos pasan a formar parte de una determinada comunidad,de
una determinada trayectoria colectiva. Y esto se obtiene a través del trabajo de
sujetos dentro de microgrupos.
Otros autores que recuperan al sujeto, cuestionan especialmente los con
ceptos de rol y de representación social por imponer una concepción de pa
peles predeterminados y por considerar la vida de los individuos en términos
de reproducción social. Cuestionan pensar al sujeto como cumpliendo normas
preestablecidas, y subrayan el papel activo del mismo en el uso, modificación
y creación de normas
La mayoría de estos cuestionamientos y propuestas son importantes, pero
no puedo entender por qué los mismos suelen ser planteados en términos de
exclusión respecto de propuestas que tienen otros intereses y otros objetivos y,
valga la palabra, otros puntos de vista en tanto sujetos. Pero además, y más allá
de sus aportes etnográficos, sus trabajos no toman demasiado en consideración
ciertos hechos que les ocurren a los sujetos, pero que simultáneamente les
ocurre también a millones de sujetos presentando por lo menos varias caracte
rísticas básicas similares, como veremos más adelante.
Estas propuestas, por otra parte, analizan y critican ciertos conceptos des
prendidos de los usos dados, por lo menos por una parte de los investigadores
que los manejan. Realizan una lectura teoricista y poco etnográfica de los con
ceptos que cuestionan, ya que parecen no observar las maneras en que dichos
conceptos son aplicados. Una lectura atenta de toda una serie de interaccio-
nistas simbólicos, funcionalistas críticos o de estudiosos de la desviación que
utilizan concepciones neomarxistas, evidenciaría la importancia dada al sujeto
más allá - o tal vez por eso - de que nos hablen en términos de rol, representa
ción, normas sociales o control social. La mayoría de los datos inciales y más
significativos sobre el trato que las instituciones especializadas dan a discapa
citados, enfermos mentales o sujetos simplemente hospitalizados surgieron de
estudios, que si bien utilizaban algunos de los conceptos cuestionados, ponían
en primer plano al sujeto, tanto así que algunos trabajos descubrieron y descri
bieron como el castigo psicológico pero también físico era parte del tratamien
to de los discapacitados, por lo menos en ciertas instituciones.
La lectura de autores de la importancia de Lemert o de Goffman posibilita
356 L a p arte neg ad a de la cultura
ría observar que si bien nos hablan de normas, de roles y de desviaciones, des
criben como los sujetos modifican las normas y las representaciones y cómo
los sujetos manejan el rol en términos de sujetos. Y dichas descripciones y
análisis lo hicieron utilizando los conceptos cuestionados.
Lo que señalarnos ocurre no sólo con los diferentes conceptos que critican,
sino también con algunos que estas orientaciones consideran como los más
idóneos para poner de manifiesto al sujeto como agente. De tal manera que
recuperan conceptos como experiencia o vida cotidiana, pero sin ninguna refe
rencia a los usos de estos conceptos por autores marxistas como E. P. Thomp
son (1979,1981) o H. Lefebvre (1967), quienes los aplicaron para describir
la experiencia de la clase obrera inglesa y la vida cotidiana urbana de grupos
franceses respectivamente. Estas omisiones no sólo instalan reiteradamente
oposiciones en lugar de articulaciones, sino que impiden a estas orientaciones
apropiarse de maneras de definir y utilizar conceptos que podrían favorecer las
propias descripciones e interpretaciones de los investigadores que las omiten
o las desconocen.
Como ya señalamos uno de los conceptos que más cuestionan estas co
rrientes es el de rol, pero sin referirse nunca al uso que, por ejemplo Goffman
-p ero también Pirandello-, dan a este concepto, ya que para estos autores el
trabajo de rol, es sobre todo un trabajo de sujetos. Por lo cual sería recomenda
ble que estos críticos por lo menos leyeran y reflexionaran sobre Enrique IV de
Pirandello para observar como la teatralización de la locura, a partir de normas
sociales establecidas, constituye un trabajo subjetivo.
Esta exclusión del concepto de rol utilizado por Goffman se entiende aun
menos, dado que este autor, al igual que varios autores pertenecientes a esta
tendencia, centran sus afanes en la vida cotidiana y considera que el sujeto
no tiene rasgos duraderos, sino que se define en cada situación. Si bien todo
actor construye “caras”, dicha construcción constituye un trabajo del sujeto, y
justam ente uno de los objetivos de Goffman fue describir las estrategias de los
sujetos: “La imagen de la sociedad que surge de los trabajos de Goffman y de
la multitud de investigadores que de un modo otro lo imitan o dependen de él,
es la de una continua oleada de tácticas, trucos, artificios, “faroles”, disfraces,
conspiraciones y grandes fraudes, en la que los individuos y las coaliciones de
éstos se refuerzan en participar en enigmáticos juegos cuya estructura es clara,
pero cuya finalidad no lo es tanto” (Geertz 1994 (1983):38).
Si bien otros autores señalan que a Goffman le interesa sobre todo la es
tructura, lo que no cabe duda es la minuciosidad de sus trabajos a partir de la
El punto de v ista del actor 357
observación de los sujetos que actúan. Y es a partir del trabajo del sujeto que
Gofftnan se encuentra con una estructura que no niega sino con la cual trabaja
junto con roles, representaciones y sujetos, concluyendo que una de las ca
racterísticas más necesarias de las subjetividades actuales es la “simulación”,
coincidiendo con las propuestas teatrales de Pirandello y de toda una serie
narradores cuyos trabajos se caracterizan por indagar las características de los
sujetos en sus relaciones con otros sujetos.
Considero que la reificación de los conceptos de rol, representación, nor
mas, negociaciones y por supuesto de sujeto, generada por autores que sostie
nen el concepto de agencia no sólo evidencia un manejo incorrecto de los con
ceptos que cuestionan, sino que sobre todo limitan la posibilidad de entender
realmente para qué sirven dichos conceptos. Pero además algunas de sus afir
maciones fuertes parecen desconocer por lo menos una parte de importantes
aportes etnográficos y teóricos. Y así, por ejemplo, estos autores cuestionan la
descripción de rutinas y sobre todo la existencia de rutinas, señalando que los
sujetos producen constantemente estrategias diferentes y creativas, y propo
niendo la existencia de trayectorias de enfermedad no sólo sumamente diferen
ciadas, sino casi infinitas en su número. Pero ocurre que investigaciones minu
ciosas basadas en la descripción de sujetos como son las de Bourgois (1995)
referidas a adictos, de Conrad sobre sujetos hiperactivos, de Farmer (1992,
2003) referida a personas con VIH-sida y tuberculosis broncopulmonar o de
Roth y Conrad (1978) sobre personas con padecimientos crónicos, evidencian
rutinas y trayectorias similares, así como la existencia de un reducido número
de estrategias utilizadas por los sujetos para vivir con estos padecimientos.
Como señala Goffman “Las personas que tienen un estigma particular tien
den a pasar por las mismas experiencias de aprendizaje relativas a su condición
y por las mismas modificaciones en la concepción del yo. Tienen una “carrera
moral” similar que es, a la vez, causa y efecto del compromiso con una se
cuencia semejante de ajustes personales” (1970:45). Toda una serie de trabajos
realizados en México sobre diferentes procesos de salud/enfermedad/atención
y que no sólo focalizan las actividades de los sujetos, sino que los describen
minuciosamente llegan a conclusiones similares respecto de las trayectorias
de enfermedades, de los procesos de embarazo, parto y puerperio o de las re
laciones médico/paciente (Mendoza, 1994, 2004; Osorio, 1994, 2001; Ortega,
1999). Y es por estas constataciones que un investigador como Farmer, que
se caracteriza por realizar uno de los más extensivos y profundos trabajos de
etnografía y de intervención referidos a población pobre con VIH-sida, si bien
358 L a p arte n eg ad a de la cultura
donde reside la mayoría de las personas que han muerto y sobre todo que van
a morir por VIH-sida? ¿Cómo explicar el notable descenso de la tasa de natali
dad en México, que ha pasado de seis hijos por mujer a mediados de los 70’ a
dos hijos por mujer en la actualidad?
Respecto de estos y otros procesos, no cabe duda que el sujeto tiene que ver;
que sus deseos, motivaciones, necesidades, gustos personales están operando
para que una mujer decida realizar los controles propuestos por el programa
del niño sano o para que un sujeto migre fuera de su comunidad y/o de su país.
Pero no tengo muy claro que los sujetos deseen tener diabetes, morir por VIH-
sida, ser secuestrados o perder la lengua que han hablado ancestralmente17.
¿Cómo explicar además que estos deseos, necesidades o motivaciones
emerjan de golpe en el comportamiento de millones de sujetos? Y que además
dichos sujetos se caractericen por desarrollar comportamientos muy similares,
y donde gran parte de sus diferencias se basan en las características y posibili
dades sociales, económicas y culturales de sus grupos de pertenencia.
Los enfoques centrados en el PVA tienden a desconocer uno de los proce
sos que caracterizan por lo menos nuestras sociedades actuales, y es el hecho
de que -p o r más “agencia” que som os- cada vez más nuestros comportamien
tos constituyen reacciones respecto de los que la sociedad nos impone como
hechos consumados. No somos cada uno de nosotros los que decidimos actuar
respecto de hechos generados por cada uno de nosotros, sino que cada uno
de nosotros actuamos/reaccionamos ante hechos que se nos imponen. El in
cremento del precio del pasaje o de los alimentos en los diferentes países, y
especialmente en los países pobres, no son decididos por los pobres, sino que
son hechos que les imponen a los pobres. El incremento del precio de los medi
camentos o la reducción del porcentaje de camas de hospitalización en el IMSS
no son decididas por los que compran los medicamentos o se tienen que hospi
talizar. Lo cual por supuesto no niega que los pobres, los enfermos y también
los suicidas actúen como sujetos al ir al médico, al comprar medicamentos o
cuestionando el incremento del pasaje en términos individuales o colectivos.
La mayoría de los procesos de salud/enfermedad/atención incluyen el papel
activo de los sujetos, pero también refieren a procesos y actores sociales que
van más allá de cada sujeto o de los microgrupos. Una cuestión es cuestionar
el papel omnímodo de la estructura y la negación del papel del sujeto, y otra
proponer que el actor es siempre quien decide, que el sujeto es pura agencia,
que es él quien crea las estructuras.
Muchos de los que impulsan esta metodología en términos individualistas
parecen pensar que hay un número casi infinito de formas de actuar y de estra
tegias de acción respecto de los mismos problemas y procesos. Más aún pare
cen creer que los sujetos tienen no sólo un infinito número de posibilidades de
acción, sino también de interpretación. Lo cual indudablemente remite a una
teoría del sujeto de un individualismo casi absoluto.
En los últimos veinte afios se ha estudiado intensivamente los grupos de
AA a través de técnicas estadísticas y especialmente de técnicas cualitativas; se
han estudiado cientos de grupos de AA y miles de alcohólicos en recuperación
incluidas sus trayectorias alcohólicas y sus acciones de recuperación, y lo que
surge de estos estudios es la notable similaridad que caracterizan las trayec
torias y las acciones de recuperación. De tal manera que las mismas pueden
reducirse a un puñado de posibilidades.
Desde principios de la década de los 60’ S. Milgran (1974) realizó uno de
los estudios que más me impactaron, y me siguen impactando, dado que dicha
investigación fue realizada alrededor de veinte veces y en diferentes contextos
por el propio Milgran, y otras tantas veces por otros investigadores desde en
tonces hasta la actualidad, dando siempre los mismos resultados.
Según estos estudios más del 50% de los sujetos que participaron en los
mismos, obedecieron a las órdenes criminales que los investigadores les sugi
rieron, con un bajo nivel de sujetos que se resistieron a cumplir dichas órdenes
criminales. ¿Cómo explicar esta unifonnidad en las acciones que los sujetos
deciden realizar, implicando obediencia a órdenes criminales, que dichos su
jetos “ejecutan”?
Este estudio tuvo como punto de partida inicial lo ocurrido en la Alemania
nazi donde millones de sujetos fueron exterminados por centenares de miles
de sujetos que obedecieron a órdenes criminales. Este tipo de datos no sólo
cuestiona ciertas interpretaciones mecanicistas y más o menos felices respecto
del papel del sujeto como agente, sino que nos plantea la necesidad de referir
dichos procesos no sólo al sujeto sino a la estructura social y de significados
dentro de las cuales operan los sujetos. Más aún si no incluimos dichas estruc
turas en términos de relaciones sociales de diferente tipo, lo único que nos resta
362 L a p arte n e g ad a de la cultura
ñas propuestas el conocimiento “verdadero” respecto del grupo sólo puede ser
producido por los propios miembros de dicho grupo y no por investigadores
“externos”.
Como ya lo señalamos en diferentes momentos, el punto de vista de los ac
tores sociales subalternos, marginados excluidos fue considerado por Becker,
Foucault o Matza, como el punto de vista correcto o por lo menos el que debían
adoptar. Sartre, por ejemplo,a fines de los 40’ había llegado a la conclusión que
“el verdadero punto de vista sobre las cosas es el del más desheredado. El ver
dugo puede ignorar lo que hace, pero la víctima siente de manera irrecusable
su sufrimiento, su muerte. La verdad de la opresión es el oprimido” (Beauvoir,
1986 (1963): 18). Es decir que desde diferentes posturas se impulsó esta con
cepción sobre el lugar de la verdad.
Durante los 60’ asistimos, especialmente en los EEUU, a una explosión
de particularidades de muy diferente índole: “En nuestra época, está iniciando
un cambio social muy evidente que se está canalizando en una variedad de
movimientos sociales. Éstos son formalmente iguales en cuanto a sus objeti
vos de lograr una mayor conciencia colectiva, una solidaridad más profunda y
una nueva y renovada fidelidad primaria o total de sus miembros hacia ciertas
identidades, status, grupos o colectividades sociales” (Merton, 1977:159).
Al analizar estos movimientos centrados en lo étnico, la religión, la edad,
el género o la raza, M erton señalaba dos características básicas complemen
tarias.
En estos movimientos la pertenencia y reclutamiento de los miembros se
basa en identidades adscriptas y los mismos consideran que sólo los miembros
de dichos movimientos podían llegar a comprenderlos, por lo cual desarrollan
una epistemología particularista, según la cual el dato estratégico no sólo es
el que surge de la perspectiva del actor, sino que sólo éste puede producirlo e
interpretarlo. Más aun, en el caso norteamericano, una parte del movimiento
negro sostiene que sólo los etnólogos negros pueden comprender la cultura
negra, y en el caso del movimiento indio que solo los antropólogos amerindios
pueden comprender a los nativos americanos.
Respecto de esta propuesta ya hemos presentado varias críticas, siendo
tal vez las más notorias las que señalan que una cuestión es experimentar la
discriminación o la opresión y otra saber cuáles son las reales causas de las
mismas, así como al señalamiento de que por lo menos una parte de las ex
plicaciones sostenidas por los sectores subalternos constituyen explicaciones
formuladas por las clases, instituciones y/o tendencias ideológicas dominan
364 L a p arte negada de la cultura
7. Toda una serie de prácticas culturales trasladadas por inmigrantes fueron no sólo
resignificadas sino consideradas como excentricidades personales. En el caso de una
fam ilia de origen vasco entrevistada por nosotros, el «abuelo» que inició la migración
estaba considerado «loco», dado que su defecación la envolvía diariamente en papel de
periódico y 1a colocaba a secar en el techo de una «chabola» que había construido en
el fondo de su casa. En su propia narración recordaba su pasado campesino en el cual
se usaba la defecación de toda la fam ilia como abono, lo cual resultaba incomprensible
para una familia de clase media dedicada ahora a fabricar y vender muebles en la comu
nidad de la provincia de Entre Ríos estudiada por nosotros.
D esaparición y olvido: las posibilidades de la m em oria 377
Es un proceso que dura hasta la actualidad, y a través del cual observamos una
tendencia hacia la homogeneización de las diferencias.
Asi como en la provincia de Entre Ríos pudimos observar que la «sociedad
argentina», lo considerado por sus habitantes como sociedad local era la cultu
ra producida por los inmigrantes e hijos de inmigrantes italianos y españoles,
en un estudio realizado en la provincia de Misiones a principios de los setenta
pudimos observar que la sociedad local estaba también constituida por los in
migrantes e hijos de inmigrantes polacos, suecos, alemanes, etc., en términos
de sociedad oficial, pero que zonas específicas del estado estaban constituidas
básicamente por población de origen brasileño y paraguayo, de tal manera que
en dichas zonas prácticamente la totalidad de la población «argentina» tenía
ese origen, pero que al igual que los otros inmigrantes se caracterizaban por
su proceso de argentinización expresado sobre todo en términos de lenguaje
(Menéndez e Izurieta, dirs., 1971).
Lo que me interesa subrayar es que este proceso constante de «argentiniza
ción», de olvido y/ó resignificación de los saberes culturales de los inmigrantes
-d e todos los grupos inmigrantes8- expresa a través de una nueva entidad, lo
argentino, un proceso de homogeneización, de eliminación de las diferencias
y, sobre todo, un doble proceso de desaparición. Los inmigrantes, y lo subra
yo, son en su mayoría «desaparecidos» respecto de sus sociedades locales y
regionales; sólo una minoría -com o lo demuestran las investigaciones sobre la
«gran m igración»- siguió manteniendo vínculos directos y constantes con las
mismas, pero la mayoría, al irse constituyendo en la nueva sociedad, realizó
un efecto de desaparición respecto de su cultura originaria dado que mezcla
dos, integrados, hibridizados con miembros de otros grupos -frecuentemente
una gran variedad de grupos étnicos y nacionales- fue generando una nueva
identidad que, por supuesto, incluía las diferencias, pero como producto de los
nuevos procesos y no sólo de las diferencias previas.
Este proceso de olvido/desaparición no sólo se produjo en los que emigra
ron, sino también en los que no emigraron y permanecieron en sus países de
origen, es decir, la mayoría de la población española, italiana o alemana, y en
los cuales parece haberse desarrollado un efecto de negación incluso de su más
o menos reciente pasado personal y/o familiar. Mi padre, en los últimos años
9. El caso actual de los emigrantes argentinos hacia los Estados Unidos y hacia Euro
pa constituye una estrategia de vida, que no sé todavía si es parte o no del proceso de
aparición/desaparición que estamos analizando.
D esaparición y olvido: las posibilidades de la m em oria 379
14. Me refiero al militar represor apresado en México, y que puede llegar a ser extra
ditado a España para ser juzgado por la tortura, desaparición y asesinato de ciudadanos
de origen español.
384 L a pa rte n eg ad a de la cu ltu ra
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