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campañas sobre la contaminación del aire, de los mares o de los ríos. A medida que
la conciencia medioambiental crece, se habla cada vez más de la necesidad de proteger
los bosques y cuidar de la biodiversidad. Pero hay un recurso del planeta, igual de
finito y muchas veces igual de maltratado, cuya degradación afecta a todos los
anteriores. Y sin embargo, casi siempre es olvidado por casi todos: el suelo.
"El problema es que en todos los sectores, incluso en la agricultura, vemos el suelo
solo como un soporte, como una plataforma sobre la que construir o cultivar", lamenta
Raúl Zornoza, investigador de la Universidad Politécnica de Cartagena y secretario
de la Sociedad Española de la Ciencia del Suelo. "No lo vemos como un recurso que,
además, no es renovable a escala humana: estamos degradando algo que es esencial
para producir comida", añade. Solo en Europa hay 340.000 terrenos contaminados
que requieren acciones para sanarlos. En China, el 19% de la tierra cultivable está
contaminada con sustancias como cadmio, níquel o arsénico.
Pero el mayor problema, coinciden los expertos, no son estos preocupantes datos, sino
la falta de ellos. Especialmente en los países en desarrollo. "Hay países con gravísimos
problemas de contaminación en los que ni existe información", apunta Zornoza. La
FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura) ha publicado este
miércoles un informe en el que alerta de la "realidad oculta" que es la polución de los
suelos.
Los sistemas de irrigación de los arrozales en Bangladés, por ejemplo, añade más de
1.000 toneladas de arsénico a la primera capa de tierras, según el investigador
británico Steve McGrath, quien ha indicado que en varias regiones de China la
concentración de cadmio y otros elementos químicos están llegando al límite marcado
por las autoridades medioambientales como admisible: según el estudio, hasta 12
millones de toneladas de cereales se tienen que descartar cada año, con un coste de
unos 2.570 millones de dólares para los agricultores chinos. Los niveles de cadmio en
algunas zonas del país han aumentado hasta un 250% en los últimos 30 años. Y un
exceso de metales pesados, señala el documento, puede además afectar al
metabolismo de las plantas y reducir su productividad y la calidad de sus frutos.
Cuestión aparte son sus efectos sobre la salud humana. Para Marco Martuzzi, de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), hay muchas evidencias al respecto, pero
todavía cuesta relacionar ciertos efectos negativos de los químicos con su presencia
en el suelo. "Hay estudios respecto a cómo la presencia de químicos afecta al
desarrollo cerebral de millones de niños en todo el mundo", ha apuntado. Martuzzi ha
señalado además cuestiones de justicia social: "Lo cierto es que los grupos más
vulnerables suelen vivir en las zonas más contaminadas".
No todos estos elementos que ensucian los suelos son culpa del hombre: muchos ya
estaban ahí o se generan de forma natural. Pero el preocupante aumento, según el
estudio, sí es achacable a la actividad humana. Por eso, insisten, la prioridad debe ser
dejar de contaminar. "En Europa, por ejemplo, hay pasos aceptables, pero se ha
descartado elaborar una directiva para proteger los suelos como la que se hizo para
cuidar las aguas, en esa línea de olvidarse de los suelos", critica Zornoza.
Hay distintos tratados y convenciones internacionales, pero su efectividad es limitada.
En muchos casos, porque los países ni siquiera tienen datos ni capacidad efectiva para
hacer cumplir las regulaciones al respecto, o para tratar las basuras y vertidos
correctamente.