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Implicación material Conectivas Signos del vocabulario del lenguaje de la

Lógica proposicional.

Consecuencia lógica relación inversa/conversa de la implicación lógica y viceversa.

-La consecuencia lógica es una relación entre un conjunto de premisas y una oración.
Vamos a tener una serie de pares ordenados de la forma 〈φ, Γ〉, donde φ es la conclusión y Γ son las premisas. Esta
conclusión φ es una consecuencia lógica de este conjunto de premisas Γ.

Como la relación de consecuencia lógica es conversa a la de implicación lógica surge la


propiedad φ es una consecuencia lógica de Γ si y sólo si Γ implica lógicamente a φ. Aunque la relación de
“ser padre de” y de “ser hijo de” no son sinónimas en el lenguaje natural, tienen una relación muy estrecha que se
puede expresar del siguiente modo “a es (un) progenitor de b si y sólo si b es (un) hijo de a”.

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Noción intuitiva de consecuencia lógica en términos modales
Establecía que es imposible que las premisas sean todas ellas verdaderas y la conclusión falsa; no es posible que las
premisas sean todas ellas verdaderas y la conclusión falsa.
También se puede formular en términos de necesariedad: necesariamente, si todas las premisas son verdaderas la
conclusión también lo es.
Se puede decir que esta noción ya aparece en Aristóteles.
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Otra caracterización intuitiva de la nocion de Consecuencia lógica está basada en la noción de
significado.
En este sentido intuitivo, φ es una consecuencia lógica de Γ si, dado el significado de las expresiones que aparecen
en Γ y en φ, no es posible que todas las oraciones de Γ sean verdaderas y φ sea falsa. Es decir, en virtud del
significado de las expresiones que aparecen en el argumento, la verdad de las premisas garantiza la verdad de la
conclusión.
Ejemplo
Juan es casado.
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Por lo tanto Juan no es soltero.
Si el argumento es válido, si hay consecuencia lógica, la conclusión está contenida en las premisas. Contenida
quiere decir que en virtud del significado de los términos que aparecen en el argumento no es posible que las
premisas sean todas ellas verdaderas y la conclusión falsa. Si las premisas son
verdaderas la conclusión también lo es. A la caracterización en términos de contención se la suele llamar
“consecuencia analítica” y a veces se le niega el estatus de consecuencia lógica.
- La caracterización de la noción de consecuencia lógica para la lógica proposicional, tal como esta en el Gamut,
suele presentarse bajo dos formas, una sintáctica y la otra semántica. suele simbolizarse Γ├ Ω Consecuencia
sintáctica
Γ╞ Ω Consecuencia semántica
+Caracterización de noción de consecuencia sintáctica
Γ├LP Ω
Esta expresión es una afirmación metalingüística y lo es porque aparece en esta expresión un signo ├ que pertenece
al metalenguaje respecto del lenguaje de la lógica proposicional. Es una afirmación existencial que dice que existen
determinadas entidades de un determinado tipo.
Si esta afirmación es verdadera, tiene que suceder que existe por lo menos una derivación de Ω a partir de Γ , es
decir que existe por lo menos un conjunto ordenado y finito de fórmulas de la lógica proposicional tal que cada uno
de los miembros de ese conjunto ordenado es o bien un miembro de Γ, es decir una premisa, o bien un supuesto
provisorio o bien una fórmula que se obtiene de una o más fórmulas anteriores en la secuencia mediante el uso de
una regla de inferencia, y tal que el último miembro de la secuencia es Ω, la conclusión. Lo que se hace cuando se
escribe una derivación es mostrar que existe ese conjunto ordenado finito de fórmulas, etc., es decir, se muestra que
Ω es derivable de Γ.
+ En la definición de la noción de consecuencia semántica cuyo símbolo aparece en Γ╞ Ω . Nuevamente tenemos
una afirmación metalingüística que afirma que Ω es una consecuencia semántica de Γ en LP.
En términos intuitivos o pre-formales tenemos una caracterización modal que dice que no es posible que todos los
miembros de Γ sean verdaderos y Ω sea falso; o que es imposible que todos los miembros de Γ sean verdaderos y Ω
falso; o que necesariamente si todos los miembros de Γ son verdaderos, entonces Ω también lo será. Son todas
caracterizaciones intuitivas equivalentes que utilizan conceptos modales: posible, necesario, imposible.
+Para caracterizarlo en términos matemáticos se eliminaran los conceptos modales y se usara un concepto
matemático que es el concepto de valuación proposicional. Las valuaciones son funciones de un tipo particular que
asignan a cada fórmula bien formada del lenguaje uno y sólo uno de los valores de verdad 1 y 0. Entonces decimos
que Ω es una consecuencia semántica de Γ si y sólo si para toda valuación del tipo adecuado se da que si hace
verdaderos a todos los miembros de Γ —y esto quiere decir que otorga el valor 1 a todos los miembros de Γ—
entonces hace verdadera a Ω, es decir otorga el valor 1 a Ω . Es un enunciado condicional cuantificado
universalmente: para toda valuación se da que si hace verdaderos a todos los miembros de Γ también hace verdadera
a Ω.
+Se puede caracterizar la noción de consecuencia lógica no solamente para la lógica proposicional, sino
generalizarla de manera que abarque toda la lógica de primer orden.
Γ╞LPO Ω
Γ├LPO Ω

¿Hay acuerdo entre la relación de consecuencia lógica de la lógica formal con la noción intuitiva de
consecuencia lógica?
-Tarski “Sobre la noción de consecuencia lógica” donde se propone partir de lo que él considera que es la noción
intuitiva de consecuencia lógica y tratar de recoger de esa noción intuitiva la mayor cantidad de rasgos posibles para
hacer una teoría matemáticamente precisa de la consecuencia lógica.
A este proceso se lo suele llamar “proceso de elucidación de conceptos”. Es decir, uno tiene un concepto que puede
ser vago, puede ser impreciso, etc., y quiere precisarlo.
-¿Qué quiere decir que esta oración es consecuencia lógica de este conjunto de premisas? Uno tiene una cierta
noción intuitiva o preformal de la noción de consecuencia lógica: en general, acordaríamos que, por ejemplo, “Hay
sol” es una consecuencia lógica de “Hoy hay sol y es miércoles”.
-Hay una polémica persistente sobre si hay o no hay problemas con esta caracterización de Tarski. Esa polémica se
reaviva sobre todo debido a un autor norteamericano, John Etchemendy, que afirma que Tarski hizo muy mal ese
proceso de elucidación. Es decir que su caracterización del concepto de consecuencia lógica, que es la que da origen
a las caracterizaciones de la noción de consecuencia para la lógica de primer orden, en realidad no refleja
adecuadamente la noción intuitiva.
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"Consecuencia lógica, modalidad y generalidad irrestricta"
En un célebre artículo de 1936 Alfred Tarski presenta sus ideas sobre la noción de consecuencia lógica, discute
distintas dificultades conectadas con ella, y señala que una definición formal aceptable de este concepto debe
traer luz sobre la noción intuitiva de consecuencia. Con respecto a este último punto –y recurriendo a una
observación metodológica de su artículo de 1944 sobre la verdad–, las ventajas o desventajas de cualquier defi-
nición en el campo de la semántica teórica deben examinarse desde dos puntos de vista: se podría mostrar que es
formalmente incorrecta (por ejemplo, que engendra paradojas) o bien materialmente inadecuada (que excluye
casos que son considerados ejemplos intuitivamente claros del concepto a definir). Tarski argumenta a favor de la
corrección formal de la teoría que él defiende, pero se muestra cauto con respecto a su adecuación material.
En cuanto al primer punto, Tarski propone dos definiciones relevantes para la discusión posterior. Una (F), que
sólo puede considerarse como una condición necesaria, usa las nociones de verdad y sustitución de la siguiente
manera: supongamos que queremos establecer cuándo una oración X se sigue lógicamente de una clase K de
oraciones. Entonces debemos mostrar que si, según toda sustitución posible, reemplazamos todas las constantes
no lógicas en X y K por constantes no lógicas y obtenemos respectivamente la oración X' y la clase de oraciones
K', si todas las oraciones de K' son verdaderas, X' también debe ser verdadera. Obsérvese que necesitamos una
definición de verdad (algo que la teoría semántica de Tarski nos podría dar) y una distinción de constantes en
lógicas y no-lógicas. Si intentáramos hacer de (F) una condición suficiente, tendríamos que hacer frente a
objeciones relacionadas con que tal distinción no puede establecerse con independencia de las características de
un lenguaje particular, como lo percibe muy perspicazmente no sólo Tarski, sino también Quine en Dos dogmas
del empirismo. Eso implicaría que la noción de consecuencia que buscamos definir no sería lógica, sino material.
La segunda definición recurre a las nociones de satisfacción y función proposicional, que son respectivamente los
ancestros de las nociones de verdad y oración. Si las constantes no lógicas de una oración son reemplazadas por
variables adecuadas, obtendremos una función proposicional para cada oración, y cada secuencia de objetos que
satisfaga cada función proposicional de una oración es su modelo. Entonces X es consecuencia lógica de K, si
cada modelo de K es modelo de X. Según Tarski, esta definición captura la noción intuitiva. En sentido estricto,
esta segunda tesis usa la cuantificación sobre modelos, y no explícitamente conceptos modales.
En relación con el segundo punto –la adecuación material–, el artículo de Tarski ha generado diversas críticas. La
más conocida es la de John Etchemendy, quien ha intentado mostrar que, desde el punto de vista intuitivo, la
noción de consecuencia lógica involucra conceptos modales y no cuantificación sobre estructuras: decir de X que
es una consecuencia lógica de K, no es más que decir que es imposible que todos los elementos de K sean
verdaderos y X falso, una tesis más cercana a (F). Pero, en cierto sentido, uno podría mostrar que, en contra de la
opinión de Etchemendy, la imposibilidad puede ser traducida a lenguaje nomodal: podríamos decir que "imposible"
simplemente significa lo mismo que "no hay una interpretación de… según la cual…". Esto implicaría que la noción
de Tarski no necesita enmienda alguna, y que la versión de consecuencia lógica en términos de modelo es
admisible, aunque con esta noción de interpretación se introduzcan elementos que no estaban en su propuesta
(por ejemplo, Tarski sólo considera en ese artículo un dominio de interpretación y no una cierta forma de
interpretar en la que a cada modelo corresponda un dominio diferente).
El profesor Barrio reconstruye con precisión los argumentos a favor y en contra de la pretendida reducción de la
noción de posibilidad a la de interpretación, y muestra las dificultades técnicas involucradas en ese proyecto, en
particular la idea generalista de que podemos cuantificar sobre interpretaciones intuitivas de los términos no
lógicos. Estas dificultades técnicas son importantes en el proyecto de adecuación material, porque una
interpretación intuitiva debería permitirnos una reconstrucción analítica aceptable de una noción intuitiva de
consecuencia. Pero la propuesta generalista tiene algunas dificultades que no deberíamos pasar por alto.
En primer lugar, parece suponer que toda interpretación intuitiva es representable en términos conjuntistas, y ése
es un resultado del que algunos comentaristas dudan en tanto depende de que restrinjamos nuestro lenguaje a
uno de primer orden donde valga el teorema de completitud. En segundo lugar, hay una dificultad más seria con
respecto a la estrategia de los generalistas. Si se supone que podemos cuantificar sin restricciones sobre modos
de interpretar, entonces podemos generar predicados diagonales que generen paradojas, como, por ejemplo, una
interpretación que establece como condición de aplicabilidad de un predicado a un individuo el que ese predicado
no sea aplicable a ese individuo.
Podemos resolver esta dificultad impidiendo la intrusión del metalenguaje en el lenguaje, e introduciendo un
cuantifi- cador especial para referirnos a las interpretaciones del lenguaje. Pero en ese caso podríamos construir
otro predicado diagonal de un orden lógico superior con el mismo resultado. Parece que el problema reside en que
las formas de interpretar son funciones de un lenguaje a una secuencia de objetos y, por argumentos conjuntistas
conocidos, la cardinalidad de esas funciones es estrictamente superior a la de la secuencia de objetos. Hay más
funciones que objetos y, por eso, dado un lenguaje, no podemos expresar en ese lenguaje todas las
interpretaciones posibles para los objetos. Para cada lenguaje de cardinalidad arbitraria podemos obtener el
mismo resultado. Así que referirnos a todas las interpretaciones intuitivas posibles es solamente una forma
descuidada e incorrecta de hablar. Esto nos confronta con el verdadero problema, en mi opinión, de encontrar un
análisis de un concepto intuitivo de interpretación en términos de una batería de conceptos formales. Si la
definición de consecuencia lógica depende del concepto de interpretación, entonces podemos tener serias dudas
de que la adecuación material pueda conseguirse.
Hay algo en lo que el profesor Barrio insiste a lo largo de su artículo: el que haya dificultades expresivas
conectadas con la noción de interpretación no significa que no haya preservación de verdad de K a X, es decir, no
significa que haya contraejemplos genuinos a la de- finición de Tarski. Luego lo que está en juego no es un
conflicto entre la noción intuitiva y la formal, sino una limitación expresiva de la formal con respecto a la intuitiva.
Así que uno no debería preocuparse demasiado por la corrección de la definición, sino por las dificultades técnicas
que involucra su aplicación a los casos intuitivos. El profesor Barrio ha seguido esta línea de argumentación para
mostrar que los críticos generalistas de Etchemendy no tienen una posición tan sólida como uno esperaría, pero
esta línea deja de lado otro tipo de dificultades conectadas con los aspectos epistémicos o semánticos, por
considerar que esas di- ficultades tienen que ver con el contenido de un argumento y no con su forma. La
definición de consecuencia lógica deja de lado el contenido y se concentra en la forma, toda vez que la lógica es
una ciencia de la forma y no del contenido. Pero tal vez uno pueda sostener que si la lógica quiere usarse como
mecanismo de análisis de nociones intuitivas, deberíamos reconsiderar la idea de que el contenido no juega
ningún papel, y replantearnos la conexión entre forma y necesidad deductiva. En el caso de la matemática estas
sugerencias pueden estar fuera de lugar, pero son pertinentes para el caso de la aplicación de técnicas y
conceptos formales al lenguaje natural. Tal vez la característica de la consecuencia lógica que queremos
preservar, y aquí incluyo al profesor Barrio, es que no está sujeta a contraejemplos, y la estrategia más socorrida
es hablar de la forma para justificar la infalibilidad. Acepto que la consecuencia lógica no tiene contraejemplo; no
acepto, sin argumento adicional, que esa característica se explique en el lenguaje natural únicamente recurriendo
a la formalidad. Creo que sustentar este punto podría llevarme muy lejos en una discusión de varios tópicos
importantes acerca de la relación entre lógica y lenguaje, así que me limitaré a dar unas observaciones
esquemáticas a la espera de ser desarrolladas con más rigor.
Un lenguaje se relaciona con una estructura mediante la tan mentada noción de interpretación. La atribución de
una cierta forma lógica depende, en parte, de las necesidades impuestas por la estructura, y en parte por las
características propias del lenguaje en la que la representamos, punto en el que me concentraré.1 Una vez se
establece el concepto de interpretación, podemos definir el de satisfacción, a partir de él la noción de verdad, y a
partir de ésta última la noción de consecuencia lógica. Éste es el camino tradicional. Pero si aceptamos ese
camino, una tesis que afecte la interpretación afectará la consecuencia lógica. Creo que se puede mostrar que la
interpretación en el caso del lenguaje natural es fundamentalmente incompleta, si se asume la forma como criterio
único y que, por esa razón, la formalidad no es un análisis completo de la consecuencia lógica. La dirección del
análisis de una expresión P establece condiciones suficientes cuya verdad se requiere para la verdad de P;
sostengo que la forma es sólo una de esas condiciones. La interpretación no descansa únicamente en la forma,
como lo comprueban varios resultados conocidos de la filosofía del lenguaje. Por ejemplo, la distinción entre
"necesario" y "a priori" formulada por Kripke para mostrar cómo funciona la interpretación en el caso de los
nombres propios, se apoya en consideraciones tanto epistémicas como formales. De hecho, podría decirse que el
que ciertos teoremas modales resulten o no adecuados como análisis del lenguaje común, depende de quiénes
entran como instancias de sustitución en esos teoremas –depende también del contenido–; si sustituimos las
variables por descripciones definidas con alcance mínimo, el teorema que le interesa a Kripke en Identidad y
necesidad, por ejemplo, no es válido; pero si las sustituimos por nombres propios o por identidades teóricas, sí lo
es. Otro ejemplo de esta simbiosis es la idea griceana de que la forma establece condiciones generales de
satisfacción, pero no explica la correlación entre palabras y estados de cosas en la que entra en juego la noción
de intención y objeto intencional. Tal vez en este caso podríamos encontrar algunas claves para tratar con el
problema de la proliferación de interpretaciones, porque de todas las correlaciones lógica o extensionalmente
posibles, sólo es necesario considerar algunas: las que resultan relevantes como condiciones de satisfacción de
un estado intencional expresado en el enunciado que estamos evaluando. Si pudiéramos hacer esto, entonces
tendríamos un buen argumento para discutir el problema de la interpretación intuitiva y, así, el de la adecuación
material de la consecuencia lógica.
Ambos ejemplos señalan una dirección metodológica en el uso de un concepto formal como análisis de un
concepto intuitivo: una vez completado el ejercicio del análisis y como producto de él, podemos establecer la
siguiente relación entre la verdad de P (la consecuencia lógica en este caso) y la formalidad (una de sus
condiciones de análisis): si P es verdadera, entonces la formalidad tiene que ser verdadera (pero también las
condiciones epistémicas e intencionales). Esta relación es un caso de consecuencia lógica, y funciona una vez
que el análisis se ha efectuado exitosamente. Una explicación más completa de la carencia de contraejemplos de
la consecuencia lógica en el lenguaje natural debería tener en cuenta el funcionamiento de los conceptos
epistémicos e intencionales, y ése examen no es únicamente formal. Esa es mi principal observación al texto del
profesor Barrio, por demás elegante y preciso.
Mi propia tesis es que no podemos tener una posición acerca de los argumentos formulados en el lenguaje natural
sin prestar atención a cómo funciona ese lenguaje. No podemos presuponer una distinción nítida entre términos
lógicos y no lógicos, y, por lo tanto, no podemos aceptar de entrada la idea de interpretación intuitiva que
mantenga la designación de los términos lógicos, mientras hace variar la de los términos no-lógicos.
En conexión con este problema, el trabajo que está desarrollando entre nosotros David Rey acerca de los niveles
de profundidad me parece estar en la dirección correcta. Su idea básica es que una lógica puede representar un
lenguaje a diferentes niveles. Puede expresar consecuencias de tipo estoico con los conectivos proposicionales
como constantes lógicas, o bien puede expresarlas en términos de relaciones de primer orden con los
cuantificadores como constantes lógicas adicionales, o bien, y éste me parece el aporte más importante, puede
expresarlas en términos de tiempos, lugares y personas con los indexicales como nuevas constantes lógicas.
Como me lo ha hecho notar, él no comparte mi crítica a la formalidad como criterio único; intenta, más bien,
extender la noción de forma para que pueda captar nuevos argumentos lógicamente válidos. Pero el punto es que
la decisión de qué cuente como una constante lógica para un lenguaje, y, consecuentemente, de qué
consecuencias cumplen con la condición (F) de Tarski, depende del poder expresivo de ese lenguaje, como el
propio Tarski sostiene. Por supuesto, la posición de David puede generar críticas de parte de lógicos ortodoxos
acerca del carácter material y no formal de la noción de consecuencia para el lenguaje natural y, sobre todo, del
límite para un nivel de profundidad. He sugerido cómo hacer frente a la primera crítica, pero reconozco que no
tengo un argumento para responder con firmeza a la segunda. De hecho, al incluir los indexicales entre las
constantes lógicas del lenguaje natural, deberíamos tener un argumento para mostrar que no todo caso de
designación rígida es un caso de constante lógica, para no caer en la extraña posición de que los nombres propios
también son constantes lógicas.2
Hasta el momento no sé cómo sería ese argumento,2 aunque lo considero de la mayor importancia para una
discusión completa sobre constantes lógicas en el lenguaje natural. Sería significativo que la relación explicativa
se invirtiera y, como resultado de la discusión de criterios para constantes lógicas en el lenguaje natural, uno
pudiera aventurar hipótesis sobre el lenguaje formal. En ese caso creo que tendríamos una buena explicación del
carácter normativo atribuido a los conceptos de la lógica en general, y al de consecuencia lógica en particular.
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La relación de consecuencia lógica/Jorge Felipe Novoa Gastaldi

A menudo la lógica clásica se orienta al estudio de aquellos principios que permiten distinguir los argumentos
correctos de los incorrectos. Al menos es esto lo que la mayoría de los manuales de lógica tienen escrito en sus
primeras líneas. En principio, podemos decir que la tarea de la lógica es esa; no obstante, el lógico (o al menos el
lógico teórico, aquel individuo dedicado al cultivo de la lógica) tiene aún una tarea más amplia: la de esclarecer y
dejar totalmente explícitas las nociones básicas que nos orillan a afirmar que tenemos principios que regulan y
prescriben los argumentos. Y es aquí cuando surgen los problemas. Nos dicen cómo debemos argumentar, cómo
construir con rigor un sistema axiomático o presentar con ese mismo rigor y elegancia una ciencia bajo el
encadenamiento lógico, pero pocos manuales intentan esclarecer nociones tan básicas que operan en el proceder
lógico como la llamada “relación de consecuencia lógica” y, unidos a esta relación, los conceptos de verdad,
verdad lógica, forma lógica y necesidad. No digo con esto que nadie haya pretendido aclararlo alguna vez. Los
grandes creadores de la lógica (por ejemplo, Aristóteles, Frege y Tarski) intentaron teóricamente esclarecer esas
nociones básicas. En este sentido, el objeto de este artículo es simplemente académico: rescatar lo básico que se
ha dicho en torno a la relación de consecuencia lógica, algo que olvidan muchos manuales que sólo muestran a la
lógica desde el punto de vista práctico, olvidando ese lado teórico. Además, pretendo mostrar un problema para
poder definir esta relación.
Desde la filosofía ática (más precisamente, desde Aristóteles) y hasta hace algunos años, el concepto de
consecuencia lógica fue caracterizado bajo dos atributos: modalidad y formalidad. Por lo menos, Aristóteles –quien
fue el primero que intentó dar una definición a tal relación – caracterizó al concepto de esa manera.
Posteriormente, hasta el siglo XIX, Frege logró un avance sustancial en el esclarecimiento de dicha relación desde
el punto de vista formal.
Intuitivamente, existe una definición de consecuencia lógica. En general, la consecuencia lógica es una relación
entre un conjunto de oraciones (eventualmente un conjunto unitario) que funcionan como premisas, y otra oración
que es sostenida como conclusión de esas premisas. Aún más, decimos que esa relación es una relación de
consecuencia lógica cuando no es posible que la conjunción de todas las premisas sea verdadera y la conclusión
falsa; en otras palabras, si la conjunción de las premisas es verdadera, entonces necesariamente la conclusión
debe ser verdadera. Tomemos como ejemplo el siguiente:
Juan es hombre.
Luego, Juan no es inmortal.
Este argumento es intuitivamente correcto; si la única premisa que tenemos es verdadera, se sigue
necesariamente la verdad de la conclusión. No hay problema en afirmar con verdad esta relación. La conclusión
se sigue necesariamente de la premisa. Pero no se sigue lógicamente. ¿Por qué?
Desde sus comienzos, la lógica fue diseñada como un organón de las ciencias. La lógica es un simple método sin
objeto alguno más que sí misma. Por ser un simple método, no tiene algún objeto de estudio en particular, y su
tarea es prescribir cómo se debe estructurar una ciencia. Dicho de otro modo, la tarea de la lógica es la de
construir armazones sin tomar en cuenta el contenido de esos armazones. Análogamente, así como a la gramática
no le interesa el contenido sino el orden de las palabras (pues el contenido es tarea de la semántica), la lógica se
orientó desde sus orígenes a la tarea de ordenar, no de determinar el contenido de lo que ordenaba (la tarea de
las ciencias era determinar ese contenido).
Así, es posible que en el ejemplo anterior haya una conexión inferencial entre ambas oraciones; incluso es posible
que esa conexión se dé necesariamente, pero lo es por el significado de dichas oraciones. De la verdad de “Juan
es hombre” se sigue necesariamente la verdad de “Juan no es inmortal”, pues el hecho que Juan tenga el atributo
de ser hombre, y este atributo se defina con exclusión de que los que lo cumplan trasciendan más allá de la
muerte, apoya la conclusión de la falsedad de que Juan tenga el atributo de inmortalidad.1 De este modo, la
conexión de ambas oraciones es necesaria (dada por definición), pero no lógica.
El ejemplo anterior muestra la falta de un elemento que determina a dicha relación y que le da a la lógica la
calidad de herramienta de orden: la formalidad. Desde Aristóteles, se trató de orientar a la lógica a partir de este
atributo que, en teoría, es lógicamente independiente del atributo de modalidad, y que se define como sigue: si en
un argumento una oración es consecuencia lógica de un conjunto de premisas, entonces cualquier argumento que
tenga la misma forma es un argumento en el que la conclusión es una consecuencia lógica de las premisas. Pero
un argumento puede tener más de una forma posible para examinar; en este caso, basta que dicho argumento
tenga la misma forma de una forma lógicamente válida para que sea un argumento correcto. Si se cumple lo
anterior, es un argumento en el que la conclusión es consecuencia lógica de sus premisas en virtud de su forma.
Reexaminemos el ejemplo anterior. En símbolos, proponemos la siguiente forma2 de dicho ejemplo:
x es H.
Luego, x no es I.
donde “x” representa en este caso un lugar vacío en el cual colocamos únicamente constantes nominales. O bien,
en lenguaje proposicional, proponemos el siguiente:
p
Luego, ¬q
En estos ejemplos de formas, basta con un ejemplo de sustitución para mostrar que dichas formas no garantizan
que una oración sea consecuencia lógica de otra(s):
Thom es animal.
Luego, Thom no es caballo.
Este ejemplo sigue las dos formas antes explicitadas, y aunque pueden ser verdaderas ambas oraciones, no hay
una conexión lógica entre ellas; ninguna de esas formas muestra alguna conexión lógica (en este caso, porque no
es necesario que si se da la premisa, se infiera la conclusión). Supóngase que estas son las únicas formas que es
posible obtener de tales ejemplos. Luego, si ninguna forma del argumento asegura que la conclusión se siga
lógicamente de la(s) premisa(s), entonces el argumento es incorrecto.
Con esto notamos que la relación de consecuencia lógica es distinta de la relación de consecuencia en sentido
general, pues tiene los atributos ya mencionados, no así las demás. Por ejemplo, hay consecuencia cuando una
teoría, de acuerdo a lo que postula, predice ciertos acontecimientos. Decimos que esos acontecimientos son
consecuencia de los principios intrínsecos de la naturaleza que han logrado representarse en dicha teoría.
Supóngase que en estos momentos cae el capitalismo. Desde el punto de vista de la teoría marxista, este suceso
es consecuencia de la teoría marxista. Sin embargo, estos ejemplos no muestran una característica que es
necesaria para definir la consecuencia lógica, a saber, la formalidad (aunque desde el punto de vista modal o
definicional se cumpla).
Hay casos en los que se cumple o bien necesidad o formalidad, pero no ambos. Desde el punto de vista clásico,
estos no son casos de consecuencia lógica. No hay formas o modalidades que garanticen por sí solas la
consecuencia lógica. Supóngase el ejemplo: “Si todo hombre es soltero, entonces todo hombre es no casado”.
Naturalmente, diríamos que dicha inferencia es correcta. No obstante, formalmente no se sigue la conclusión de la
premisa. Esto se muestra con el siguiente ejemplo de sustitución: “Si todo pájaro es un animal que vuela,
entonces todo pájaro es no vivíparo”. Formalmente:
Si todo H es S.
Entonces todo H es no C.
En la sustitución del segundo ejemplo no se cumple que si se da lo primero, se sigue lo segundo. Así, esta forma
no es un caso de consecuencia lógica, pues en algunas de sus instancias no se cumple la modalidad de la
necesidad: que de premisas verdaderas necesariamente se sigue una conclusión verdadera. De esta manera,
ambas condiciones son condiciones necesarias para que se dé la consecuencia lógica.
Bajo la definición mencionada en la introducción de este artículo, la lógica clásica es considerada como una
herramienta de orden, sintaxis pura, reguladora del proceder argumentativo y limitada en el tema de la verdad o la
falsedad de las oraciones. Trata sobre los argumentos y su corrección, no sobre las partes de los argumentos y su
contenido. Empero, lo anterior se tornó en un prejuicio que atenuó durante un tiempo la investigación de los
supuestos semánticos teóricos que sostienen a la lógica. La lógica es formal, pero se olvidó a menudo que hay
una teoría referencialista de la verdad en la cual se funda la lógica que puede poner en duda su calidad puramente
formal.
Toda oración en modo indicativo es una oración susceptible de ser verdadera o falsa, y todo argumento está
compuesto por al menos dos oraciones: una (o más) que es base para afirmar otra. Si son argumentos
lógicamente correctos, entonces cumplen con ser argumentos modal y formalmente correctos y, por tanto,
argumentos en los que la conclusión es consecuencia lógica de las premisas. Para evaluar los argumentos
necesitamos reglas lógicas que, por un lado, sean formalmente correctas, y por otro, que preserven la verdad de
las premisas en la conclusión. Surge entonces la cuestión: ¿cómo determinar qué reglas son modal y formalmente
correctas para evaluar los argumentos?
La teoría referencialista de la verdad es, en términos sencillos, un caso de teoría correspondentista. Cualquier
oración tiene sentido si y sólo si refiere algo real. Si no refiere, es un sinsentido. Esta postura la tenían los filósofos
del Círculo de Viena allá en los años veinte. En particular, Wittgenstein fue más lejos en su Tractatus: inventó las
tablas de verdad. Estas tablas presuponen que los componentes de los argumentos, las oraciones, son
verdaderos o falsos en virtud de su referencia. A partir de los componentes determinamos el valor de los
conectores del argumento y verificamos si el conector principal termina evaluado como una tautología o una
verdad lógica. Como ejemplo, la regla llamada modus tollens:
P Q [(P→ Q)^¬Q ]→ ¬P
VV VVVFFVF
VF VFFFVVF
FV FVVFFVV
FF FVFVVVV
La tabla de verdad muestra que el conector principal tiene asignación verdadera para cualquier interpretación.
Esto quiere decir que 1) si tenemos un enunciado como ese, formalmente es una verdad lógica; 2) en sentido
argumental, si tenemos “(P→Q)” y “¬Q”, entonces se sigue, en virtud de esa forma y necesariamente, “¬P”, 3. En
sentido argumental, en ninguna de las asignaciones se da el caso de que todas las premisas sean verdaderas y la
conclusión no.
Retomemos el sentido argumental de la tabla de verdad. Tenemos una justificación para determinar qué reglas
hay que usar como reglas que aseguran que, en un argumento, la conclusión es consecuencia lógica de sus
premisas. Los manuales de lógica justifican de esa manera qué reglas son usadas para proceder lógicamente3.
Llegados a este punto, no es difícil notar un problema semántico en la tan fastuosamente llamada lógica formal.
Problema, porque no existe algún otro método que no sea semántico (sólo las tablas de verdad) para elegir entre
una regla y otra. Sólo a través de la valoración –en este caso, de la valoración veritativa (en otros cálculos, la
valoración puede ser n-valente y no necesariamente veritativa)– elegimos entre una forma de los argumentos y
otra, mientras los manuales nos dicen que la lógica, por ser formal, no tiene algún fundamento no sintáctico, es
decir, semántico.
Este problema semántico se relaciona con uno de los atributos de la relación de consecuencia lógica, a saber: la
modalidad. Recordemos que este atributo remite a la preservación de la verdad: de premisas verdaderas se sigue
necesariamente una conclusión verdadera. En teoría, la forma y el modo de un argumento son condiciones
lógicamente independientes para determinar su validez. Al ser así, no dependen una de otra, y si tienen
fundamento, este no es el mismo: no se obtiene uno a partir del otro. No son interdefinibles, en todo caso. Pero lo
que muestran las tablas de verdad es que para determinar si una forma es válida y se utilice como una posible
regla de derivación, se necesita verificar que de premisas verdaderas se siga necesariamente una conclusión
verdadera; es decir, para determinar la forma tenemos que examinar el modo en como se da la relación de
consecuencia. Y al examinar primero el modo en como se da, examinamos las partes y su valor veritativo. Por
tanto, un argumento cuya forma es válida lo es porque preserva la verdad de las premisas en la conclusión de
manera necesaria.
Pero entonces, ¿así se define la relación de consecuencia lógica? Si sólo tiene un atributo básico, que es la
modalidad, y la formalidad se determina por aquél, entonces la lógica ¿no es pura herramienta de orden?
Entonces, ¿se fundamenta en la verdad y, por tanto, en la semántica? ¿Será posible, en consecuencia, una
definición sintáctica de consecuencia lógica? ¿Pero cómo, si sus reglas se determinan semánticamente, si las
formas se determinan por los modos? Aún en la actualidad es este un problema.
Se cree, por lo pronto, que una definición sintáctica de consecuencia lógica es equivalente a una semántica y hay
pruebas matemáticas de ello: la prueba de correctud, que señala que todo argumento es válido si y sólo si es
derivable. Pero fuera de la prueba matemática, parece que la intuición o el sentido común nos muestran que esa
correctud es falsa; que es posible un caso en el cual un argumento sea válido, cuyas premisas impliquen
necesariamente su conclusión, y que sea un caso de consecuencia lógica, pero que no sea derivable, es decir,
que no existan reglas formales para derivar la conclusión.
Supongo que, como individuos racionales, preferiremos la prueba matemática. Pese a ello, quizás sea necesario
reexaminar estas nociones básicas, reformularlas o redefinirlas, de tal manera que se supere este problema y
podamos hablar de una lógica “realmente” formal, o reconocer el lastre semántico que se tiene y dejar de pensar a
la lógica como pura sintaxis.
1 Otra manera de decir esto es que, por definición, la conclusión se sigue de la premisa.
2 La forma se obtiene al sustituir constantes no lógicas por constantes no lógicas de manera uniforme. Por lo que
las constantes lógicas (los conectores, cuantificadores o cualquier elemento que solo tenga una una interpretación
fijada) son insustituibles.
3 De esa manera se justifica el uso de las reglas del cálculo proposicional, en particular. Las reglas del cálculo de
primer orden no se justifican en las tablas de verdad, pero al examinar la manera como se usan, podemos
determinar que tienen también un lastre semántico. Por ejemplo, para validar la regla de especificación universal,
necesitamos verificar que, en efecto, todos y cada uno de los elementos que son alcanzados por el cuantificador
universal cumplen con lo que se predica tanto en la oración universal como en cada especificación enunciada en
cada oración singular. De esa manera, de la premisa inferimos lógicamente su conclusión si verificamos que la
verdad de la conclusión es preservada. Y se justifica así la corrección de esta regla formal.

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