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Crítica a los críticos, por

Carlos Meléndez
“Vizcarra intenta no ser anti ni pro; procura acuerdos
puntuales con Fuerza Popular”.

CARLOS MELÉNDEZPOLITÓLOGO

(Foto:Congreso)

Carlos Meléndez09.06.2018 / 11:29 pm

En las últimas semanas hemos coleccionado un álbum de críticas


al gobierno de Vizcarra. No hay novedad en los adjetivos
empleados (desde pusilánime hasta pecho frío). Se lo caracteriza
como demasiado débil políticamente y falto de ambición
reformista. Aunque tales diatribas bien pudieron reprochárselas
a Kuczynski desde sus primeros meses de mandato, pocos lo
hicimos. A PPK le gritaban que se pusiera el alma; a Vizcarra le
atribuyen un espíritu pequeño. A nuestra casta opinológica le
resulta más fácil criticar a un gobierno “provinciano” que a uno
“de lujo”. No se deje pisar el poncho, presidente.

No voy a enfocar mi análisis solo en el Ejecutivo, sino que incluiré


también a quienes están en la acera de enfrente. ¿Se ha
preguntado, estimado lector, cuál es la magnitud de la oposición a
este gobierno? ¿Cuáles son sus mecanismos de presión, sus
reclamos e intereses? Si bien se le puede cuestionar al gobierno su
carencia de plan de vuelo, ¿proponen sus detractores alguna
alternativa?

Casualmente, las críticas más férreas provienen de voces


antifujimoristas: principales opositores al gobierno, carentes de
representación orgánica, pero con presencia mediática. Reprochan
a Vizcarra su aversión al enfrentamiento con el fujimorismo –ahí
radicaría la falta de calor en sus pectorales–, cuando la principal
lección que nos legó la caída de PPK es no radicalizar,
innecesariamente, una pugna entre poderes. Vizcarra intenta no
ser anti ni pro; procura acuerdos puntuales con Fuerza Popular –
partido de mayor peso parlamentario–, pero el antifujimorismo lo
entiende como subyugación total. A estos últimos no les satisface,
siquiera, la promesa del presidente de acatar, sea cual fuere, el
fallo de la Corte IDH sobre el indulto a Fujimori (en teoría, la
razón de ser del antifujimorismo).

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La derecha y su tecnocracia piden mano dura en reformas
económicas y con la conflictividad social. Este sector, a diferencia
del antifujimorismo, expone más razones que pasiones; es
ideológico. Quizás los profesionales capitalinos estemos perdiendo
de vista algo que dos ex presidentes regionales,
como Vizcarra y Villanueva, saben reconocer en el manejo de las
presiones sociales. ¿Acaso no ha sido este estilo negociador, de
mesa de diálogo, el que logró la ampliación de Toromocho? En
estas idas y vueltas, de aparentes derrotas –como la devolución de
los impuestos a los camioneros–, tal vez haya una racionalidad
que la neblina limeña no nos permite distinguir. Antes de
etiquetarlo de populista, prefiero el beneficio de la duda.

Debemos entender que las deficiencias del actual gobierno –y de


su oposición– son estructurales, por lo cual no debemos
endilgárselas –tan laxamente– a esta administración, improvisada
para completar el término de un gobierno fallido. El establishment
partidario, tecnocrático y empresarial cayó con Lava Jato y
Kuczynski. El fujimorismo lidia con sus demonios, mientras la
informalidad y la corrupción nos carcomen día a día. Toda la clase
política ha perdido legitimidad. Es el peor escenario de
gobernabilidad desde el 2001. Hagamos críticas –el Gabinete no
cuaja como equipo, es una suma de personalidades–, pero
pongamos los argumentos en contexto.

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