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"ES BUENO PROCLAMAR Y PUBLICAR LAS OBRAS GLORIOSAS DE DIOS" (Tobías

12,7): 150 AÑOS DE LA IGLESIA PARTICULAR QUE PEREGRINA EN MEDELLÍN.

“Es hermoso sentarse a contemplar el paso de la Divina Providencia por nuestras vidas”,
afirmaba un obispo colombiano, ya fallecido. Y ese marchar providente a lo largo de 150
años ha estado caracterizado por innumerables desafíos con sus creativas respuestas, por
diferentes procesos de evangelización, caminar que debe provocar un reconocimiento de
la historia vivida y una ferviente acción de gracias a Dios por los logros obtenidos, acciones
que deben conducir a estar atentos a los nuevos “signos de los tiempos” con sus
apremiantes retos y a confiar todavía más en que el futuro y la proyección en éste, el
continuar escribiendo una innovadora historia, serán bendecidos desde el cielo. 150 años
de historia que deben inspirar un cariño y un amor por nuestra Iglesia; 150 años vividos,
los cuales “nos presentan un estimulante panorama de acción y pujanza religiosa en la
arquidiócesis, realizado, desde luego, bajo los signos de la peregrinación que, de suyo, nos
trae angustias y alegrías, preocupaciones y esperanzas, sombras y luces, espinas y rosas,
muerte y resurrección. Así es el camino del cielo; así son los pasos de la redención; así es
la Pascua del Señor” (arzobispo Tulio Botero Salazar, en sus 20 años de episcopado en
Medellín, 1978).

El territorio de lo que hoy es la arquidiócesis dependió eclesiásticamente durante la mayor


parte de la época de la Conquista y Colonia de la diócesis de Popayán, creada en 1546
(algunos otros territorios de la actual Antioquia lo habían sido de las sedes de Bogotá y
Cartagena, sin olvidar la jurisdicción primitiva de la primera sede episcopal continental
americana, Santa María la Antigua del Darién, erigida en 1513 y cuyo centro geográfico se
localizaba en lo que es hoy el municipio chocoano de Unguía, en la región selvática de
Urabá, diócesis que fue trasladada a la ciudad de Panamá hacia 1524, pocos años
después de su fundación).

La primera diócesis erigida en el territorio de nuestro departamento fue creada en 1804 y


tuvo como sede Santafé de Antioquia, ciudad que había sido capital de la gobernación
desde la fundación de esta última en 1569. La sede episcopal sólo empezó a tener vida
propia en 1828, ya en época republicana, con la llegada de su primer obispo, fray Mariano
Garnica. A éste le suceden en la sede antioqueña los obispos Juan de la Cruz Gómez
Plata y Domingo Antonio Riaño.

Mientras, la villa de Medellín, fundada en 1675, iba adquiriendo un gran auge a partir de la
declaración como “ciudad” en 1813 y su designación como capital de la gobernación en
1826. Las continuas y argumentadas peticiones por el traslado de la silla episcopal desde
el tórrido poblado santafereño al fresco Valle del Aburrá fueron escuchadas por el papa Pío
IX quien el 14 de febrero de 1868 -habiendo fallecido dos años antes, desterrado en Quito,
el prelado Riaño- suprimió el episcopado de la “ciudad madre” y erigió el de Medellín,
trasladando a esta ciudad la sede de la nueva jurisdicción pero conservando su nombre
como diócesis de Medellín-Antioquia, destinándose igualmente el templo de La Candelaria
como iglesia catedral mientras se construía uno nuevo, al cual se le asignó en el mismo
decreto de ejecución de la traslación (primero de agosto de 1968) el título de La
Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María (actual “Catedral
Metropolitana, la cual empezó a fungir como tal desde 1931).

El primer prelado del recién trasladado obispado fue el marinillo Valerio Antonio Jiménez,
quien inauguró la sede el 8 de diciembre del mismo año de 1968, trasladando el Seminario
conciliar del Sagrado Corazón de Jesús desde Antioquia a Medellín. Monseñor Jiménez,
durante los cuatro años que gobernó la diócesis, logró organizarla debidamente, habiendo
reunido el primer Sínodo, ordenado cerca de 50 sacerdotes y creado dos nuevas
parroquias y siete viceparroquias (cuando inició la sede episcopal, contaba con alrededor
de 120 presbíteros y unas 80 parroquias esparcidas prácticamente en todo el territorio de
lo que hoy es el departamento de Antioquia y el denominado antiguo Caldas); igualmente,
decretó el inicio de la construcción de la nueva catedral en el sector de Villanueva. Al
primer prelado le correspondió además aprobar el restablecimiento de la antigua silla
episcopal de Antioquia en 1873, quedando la sede únicamente con el título de diócesis de
Medellín y habiéndosele desprendido un total de 18 municipios, todos en el Occidente
antioqueño (un poco más adelante se le adicionarán otras 26 parroquias; de este extenso
territorio saldrán posteriormente las diócesis de Santa Rosa de Osos, Jericó y Apartadó).

Como sucesores del obispo Jiménez figuran el rionegrero José Joaquín Isaza, rector del
Seminario y el nacido en Medellín, Ignacio Montoya Palacio. Un dato curioso es el de
recordar que estos dos prelados sirvieron como vicarios generales durante el episcopado
de monseñor Jiménez y, posterior a la muerte de ambos, el mismo Jiménez, ya bien
entrado en años, será vicario capitular en los dos períodos sucesivos mientras se
nombraba obispo sucesor (función que desempeñó por espacio de unos 31 meses totales).

A los tres prelados de origen antioqueño, cuyos episcopados estuvieron caracterizados por
la persecución política por parte del gobierno nacional, le sucede otra serie de tres obispos
de origen bogotano: Bernardo Herrera Restrepo, futuro arzobispo de su ciudad natal,
Joaquín Pardo Vergara, a quien le corresponde el cambio de centuria y la separación de la
diócesis de Manizales (1900) como también la promoción de la diócesis al título de
arquidiócesis (1902); y, finalmente, José Manuel Caicedo, quien ha sido el prelado de más
larga duración en su episcopado (29 años). En todo este período de unos 50 años,
Medellín adquiere un gran desarrollo como ciudad y la Iglesia, gracias a una cierta
tranquilidad a nivel político, asume un papel relevante como presencia del reino de
Jesucristo y como pueblo de Dios que camina en la Historia: la creación de un buen
número de instituciones educativas y de asistencia social, para lo cual se incorporan varias
congregaciones religiosas y se estimulan las visitas pastorales de sus obispos a lo largo de
toda la extensión de la arquidiócesis y la creación de nuevas parroquias. Ante el avance de
ideas antieclesiásticas y secularizantes que cundían ya desde los inicios del siglo XX, los
pastores debieron promover acciones de defensa de la doctrina católica y de las sanas
costumbres.

Vendría luego un período de unos 40 años, durante los cuales gobernaron la arquidiócesis
otros tres obispos de gran empuje pastoral: el granadino Tiberio de Jesús Salazar y
Herrera (el “arzobispo de la educación”, quien funda en 1936 la Universidad Católica
Bolivariana -posteriormente con título pontificio), el bumangués Joaquín García Benítez,
quien convoca el segundo Sínodo diocesano y aprueba la separación de la diócesis de
Sonsón; y el manizalita Tulio Botero Salazar, al cual le corresponde toda la aplicación del
Concilio Vaticano II y su ideal de reforma en todas las dimensiones, sobre todo a nivel
pastoral y litúrgico, impulsando todos los movimientos eclesiales y sociales. Al obispo
Botero Salazar le correspondió ser anfitrión de la Segunda Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano cuyas sesiones se llevaron a cabo en las instalaciones del
Seminario Mayor en Las Palmas (1968) como también la convocatoria del tercer Sínodo
diocesano (1976) el cual todavía rige los destinos de nuestra Iglesia particular; creó
además 124 nuevas parroquias a lo largo de sus 21 años de pastoreo (sólo en 1961 creó
50 de éstas), período en el que se ordenaron además 203 nuevos sacerdotes para la
arquidiócesis.

La etapa final de este peregrinaje de la Iglesia de Medellín, en los últimos 40 años, ha


estado inmersa en la agitada vida de Colombia y del mundo con sus múltiples retos y
desafíos ante la globalización y el auge de las tecnologías, la proliferación de la violencia
enmarcada en el conflicto generado por los movimientos de izquierda y la reacción
paramilitar, como también la irrupción de las bandas delicuenciales y los carteles del
narcotráfico, con la consecuente llegada de nuevos habitantes a la ciudad por los temas de
desplazamiento; el incremento del comercio y uso de las drogas: la respuesta de la Iglesia
se ha caracterizado por hacerle frente a toda esta dinámica desde el Evangelio y la
Doctrina Social, dentro de un ambiente de renovación jalonado por el Concilio. Al tolimense
Alfonso López Trujillo, elevado a la dignidad cardenalicia en 1983, le correspondió ser
anfitrión de la primera visita de un sucesor de Pedro a la ciudad (Juan Pablo II, 1986) y la
segregación de las diócesis de Caldas y Girardota (1988); fue además un pastor
preocupado por la formación de los futuros sacerdotes por lo que creó la Casa de la
arquidiócesis en Roma para la preparación de formadores y docentes y fundó el Seminario
Juan Pablo II para profesionales, como también aprobó la fundación del Redemptoris
Mater.

Al cardenal López Trujillo le sucede el santandereano Héctor Rueda Hernández y


posteriormente el manizalita Alberto Giraldo Jaramillo, actualmente arzobispo emérito, a
quien le corresponde la celebración del gran Jubileo convocado por el papa Juan Pablo II
por la llegada del siglo XX.

Desde el año 2010, y hasta el presente, rige los destinos de esta porción de la Iglesia
Universal el entonces obispo de Sonsón-Rionegro, monseñor Ricardo Tobón Restrepo,
noveno arzobispo metropolitano y decimotercer prelado diocesano, nacido en el municipio
de Ituango (Norte del departamento), a quien le ha correspondido sacar adelante la Gran
Misión promovida por la Conferencia de Aparecida, como también la aplicación de
reformas conducentes a una mejor práctica de las estrategias pastorales de la Nueva
Evangelización, el diseño de un futuro nuevo Sínodo diocesano. Un último evento reciente
fue la de ser anfitrión de la visita del papa Francisco (septiembre de 2017) y el
nombramiento de Nuestra Señora de la Candelaria como nueva patrona de toda la
arquidiócesis (en reemplazo del anterior título de Santa Bárbara, virgen y mártir).
Convocará monseñor Tobón Restrepo el Jubileo arquidiocesano por la celebración de los
150 años del traslado de la diócesis: “Llegar a este significativo aniversario es una gracia
de Dios que debemos saber aprovechar dentro del proyecto de salvación y de
evangelización que somos. Por tanto, es necesario empeñarnos en una debida valoración
de nuestra historia y en una fructuosa celebración de estos acontecimientos” (Carta circular
de arzobispo Ricardo Tobón Restrepo sobre la celebración del sesquicentenario de la
arquidiócesis de Medellín).

150 años de historia: ¿muchos o pocos? ¿anciana o joven Iglesia? “Aunque nos parece
callada, muda, sorda, en el fondo está escuchando una voz interior que le susurra palabras
de vida eterna. Cuando nos parece ciega, en realidad tiene los ojos entornados hacia
dentro, hacia el Señor, su Esposo que le da fuerza, le da su Espíritu para que no se
desanime, no decaiga, no pierda la esperanza, para que aprenda a vivir nuevos tiempos”
(Víctor Codina s.j.). Afirmaba el arzobispo Botero Salazar: “Aunque se agoten los cuerpos,
no envejecen los espíritus, ni las fuerzas de la fe y del amor”.

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