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Recensiones

Amor y justicia neidad o en insidiosas proclamas relati-


vistas. Observemos, simplemente, como
el amor cristiano, concepción occidental
Autor: Paul Ricoeur y con vocación universal, puede inte-
Editorial: Ed. Trotta, Madrid 2008 ractuar con la justicia. En consecuencia,
el autor deberá acudir a los textos cris-
tianos, ya sean del Nuevo o el Antiguo
Amor y justicia. Un título simple for- Testamento, para “aislar los «contenidos
mado por dos términos profundamente normativos de base» que al amor cristia-
complejos. Ricoeur no retrocede ante la no o ágape «le son atribuidos sin consi-
magnitud de aquéllos. No cabría esperar deración de las circunstancias»” (p.33).
de un filósofo, quizás, que se arredrara Se interna, de este modo, en el método
frente al término justicia o el término hermenéutico que presidirá todo el estu-
amor. Individualmente considerados, to- dio de la cuestión.
dos, o casi todos, han cavilado en mayor La referencia es obligada. Cómo des-
o menor medida sobre ellos. No radica embarazarse de la desproporción inicial,
en ese punto, por tanto, el desafío. Su de la lejanía, que inaugura la relación
relación, en cambio, lejos de ser pacífica, entre amor y justicia, sin caer en los ex-
asusta un poco. ¿Puede el amor ser fuente tremos (exaltación/trivialidad). Habrá
de la justicia? ¿Tiene el amor un estatuto que atender a las formas de discurso que
normativo similar al imperativo cate- toma el amor. Así encontramos, entre
górico kantiano? En definitiva, en esta ellas y en primer lugar, el vínculo entre
obra, Paul Ricoeur afronta el estudio de el amor y la alabanza. Propio de los him-
cómo se relacionan ambas realidades y nos, de los macarismos y las bendiciones,
en qué medida pueden ayudar la una en observa el amor como un objeto eleva-
la otra y, específicamente, el amor en el do y admirado. Así aparece en las Bien-
desenvolvimiento de la justicia. Aunque aventuranzas. En segundo lugar, más
también se encarga de estudiar cuestio- desconcertante, se nos presenta el amor
nes menos jurídicas, nos centraremos en como mandamiento («Amarás al señor
el análisis de las primeras, por su eviden- tu Dios y al prójimo como a ti mismo»).
te interés para el campo de la Filosofía ¿Es posible un imperativo similar al kan-
del derecho. tiano que exija el amor? Se entiende,
En primer lugar, debemos enmarcar entonces, que el mandamiento «Áma-
la clase de amor que baraja Ricoeur. No me», que dirige un amante a su amado,
se trata de un ejercicio de análisis ex- precede a cualquier Ley por cuanto “el
haustivo del concepto amor, sino que, mandamiento de amar es el amor mismo,
más bien, se trata de una premisa nece- mandándose a sí mismo” (p.38), objeto y
saria para el entendimiento del conjunto sujeto a la vez. Concluye Ricoeur la im-
de la obra. Ricoeur contempla para su posibilidad de reducir este mandamiento
estudio, tan sólo, el amor cristiano. No a un imperativo moral por su cercanía al
entraremos en juicios acerca de su ido- amor como alabanza anterior. Se trata,

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nº 89 mayo-agosto 2013, ISSN: 1889-7045
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más bien, de un imperativo poético. En sitivistas o utilitaristas, sino que centra


último lugar, encontramos el amor como el ejercicio de la justicia en la figura del
sentimiento. Se trata de un proceso me- juez, no así el legislador. Esta restricción
tafórico que funciona, según Max Sche- conmutativa no puede sino derivar en
ler, como un campo de gravitación de una confusión de los extremos de la dis-
afectos interconectados por una espiral cusión. Se reduce, no ya el derecho, sino
ascendente y descendente que nos per- la misma justicia a una “parte de la acti-
mite conectar unos y otros por analogía. vidad comunicativa” en la que “se solici-
Ya en este punto observamos como ta a una instancia superior resolver entre
Ricoeur desafía, no en solitario, muchas reivindicaciones de partes portadoras de
de las premisas clásicas que rodean al intereses o derechos opuestos” (p. 42).
amor. Dentro de este amor como sen- No es de extrañar, por tanto, que acabe
timiento, no duda en localizar el amor donde otros empezaron, en la importan-
erótico, el êros, pero, inmerso en esa di- cia de la espada que porta la justicia, en
namicidad espiral entre afectos lo consi- la fuerza, la coerción frente a la amalga-
dera relacionado y tendente a un amor ma social. Y ante ese final del camino,
mucho más valorado por la filosofía clá- redirije su trayectoria. Se ve obligado a
sica: el ágapē. Los antiguos eran muy cla- acercarse a la justicia distributiva, a tras-
ros a la hora de diferenciar entre el amor cender el mero conflicto de las partes,
espiritual y el amor sexual; sin embargo, mediante una lógica inductiva no poco
para Ricoeur, el Cantar de los Cantares deudora de un nominalismo reductor, y
no deja de señalar una suerte de amor a implicarse en la «querella de los uni-
más allá del mero amor erótico. No será versales». Accede por tanto a las nocio-
este su único desacuerdo con los clásicos, nes de igualdad proporcional, lejos de la
como veremos (cf. p. 41). igualdad idealista, para seguir definiendo
Pero, ¿cómo casa su discurso del amor los rasgos de la justicia antes de confron-
con la justicia? ¿Cómo pueden entrela- tarla, finalmente, al amor.
zarse de algún modo cuando, de hecho, Quizás, podemos, en este punto, ir
parecen contraponerse? “Ni las circuns- distinguiendo, en cierta medida, la lógica,
tancias de la justicia ni sus vías son las en cierto modo dialéctica, que preside el
del amor” (p. 42). discurso del autor: parte de una concep-
Sin embargo, en este punto, Ricoeur ción de la justicia lo más alejada posible
comete un acierto y un error intencio- del amor, esto es, de la justicia como con-
nado que el mismo sabrá captar y en- flicto entre dos partes, lo conmutativo,
mendar parcialmente. Habla de justicia para luego ir perfilando en sentido ascen-
en su sentido de práctica social mientras dente el concepto acercándolo no sólo a
explica sólo el derecho, y un tipo muy una concepción mucho más tradicional
concreto de derecho, a saber lo que lla- de la misma sino también a su conclusión
maría Aristóteles justicia conmutativa, final y a las sinergias con el amor.
más bien derecho conmutativo. Sin em- Sin embargo, una vez más, Ricoeur
bargo, no cae en errores modernos, po- llega dialécticamente a su conclusión.

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Tras dibujar la justicia aristotélica, no conocido: “amad a vuestros enemigos”


duda en desdibujarla con aportaciones (Lucas 6, 27). Por su parte, la Regla de
modernas nominalistas y reduccionistas Oro tampoco nos es ajena: “lo que que-
para acabar tergiversando la conclusión ráis que os hagan los hombres, hacédselo
precedente, de modo que convierte la vosotros igualmente” (íbid. 6, 31).
sociedad, que Aristóteles entendía como En principio, para Ricoeur, la prime-
el lugar de amistad imperfecta en el que ra supondría una regla del amor mientras
se desarrolla el derecho, en un entorno que la segunda se corresponde con una
donde el aparato judicial tiene la fina- regla de justicia. En cuanto a esta regla
lidad “de mantener las pretensiones de de amor, el autor la sitúa, con acierto,
cada uno en límites tales que la libertad en lo que llama una supra-ética una con-
de uno no invada la del otro” (p. 45). De ducta más allá de la ética que sólo puede
modo que lo que fuese una justicia bien fundarse en la economía del don que en-
entendida desemboca , de mano de John contramos en los textos bíblicos, desde
Rawls, en otra capaz de generar una so- el don de la vida que nos es dado; pa-
ciedad en la que “el sentimiento de de- sando por la propia ley, que también nos
pendencia mutua quede subordinado al sería dada por Dios, una ley moral (o su-
del mutuo desinterés” (p.45). Sin em- pra-moral); hasta el don de la última ve-
bargo, a Ricoeur, esta construcción le ha nida, el de la esperanza. En este sentido,
valido para estructurar una sociedad más el don se erige en fuente de obligación
cercana al concepto de amor pero en y porque nos ha sido dado, debemos dar.
contraposición dialéctica con él. Bastará Esta lógica de la sobreabundancia se opone
con darle la vuelta para transformarla. a la lógica de la equivalencia que preside la
Prontamente alcanza, a nuestro en- ética cotidiana y, en última instancia, la
tender, el punto álgido la obra. Ha llega- regla de la justicia (cf.p.49).
do el momento de la comunión del amor Como observábamos, por otra parte,
y la justicia, una vez definidos éstos. Vea- la Regla de Oro señala una cierta reci-
mos cómo la opera el Profesor Ricoeur. procidad entre las partes que nos remite,
Hemos estudiado como tanto el amor directamente, a la justicia, quizás más
como la justicia requieren de la acción, bien conmutativa, pero, en cualquier
que, sin embargo, parece contraponer- caso, opuesta a la supra-ética ya enun-
se, a priori, en su sentido la una frente ciada. Sin embargo, el propio Jesucristo
a la otra. Es entonces cuando el autor parece desautorizar esta Regla y confi-
despliega el estilo hermenéutico de una narla a los extremos de la Ley del Talión
manera clara y hábil. Mediante la exé- en Lucas 6, 32-34. ¿Cómo pueden con-
gesis de los textos bíblicos elaborará su vivir ambos mandatos? ¿Cómo podrá la
discurso. Así, distingue netamente dos justicia, equivalencia proporcional por
mandatos: el mandamiento nuevo y la definición, casar con este nuevo man-
Regla de Oro, ambos extraídos del Ser- damiento? ¿Podría una ley, teóricamen-
món de la montaña en Lucas y en Ma- te consagrada a la justicia, prescribir la
teo. El mandamiento nuevo es de sobra compensación por la víctima al ofensor?

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¿Cabría repartir los honores de modo querrá esto decir que, sin él, la justicia
que aquél que menos mereciese recibiese como equivalencia proporcional en los
más? ¿No sería esto encaminar lo supra- honores, derechos y cargas sólo respon-
moral hacia lo in-moral? de a una lógica de individuos contra-
Ricoeur esgrime el argumento a con- puestos orientados a la maximización
trario. Precisamente, para elevarse por de sus placeres. El Prof. Ricoeur, sin
encima de estas interpretaciones perver- querer, pervierte su propia concepción
sas, es por lo que la Regla de Oro vie- de justicia para encajarla en su esquema
ne a matizar el mandamiento nuevo y hermenéutico sin entender, a nuestro
viceversa. La Regla de Oro, entendida humilde parecer, que, desde el principio,
por Ricoeur, es una máxima utilitaria: ha mezclado el trigo con la cebada. No
dar para recibir. Haz lo que quieras que puede culpársele. Es un error tan común
te hagan a ti. Sólo incluyendo el man- en nuestros tiempos que ya casi ha de-
damiento nuevo, a través de la lógica del jado de considerarse tal y, desde luego,
don, puedes sustituir este para, finalista y de identificarse fácilmente. Se trata de
utilitario, por un porque. Da porque te ha una cuestión de fines, que, como ha que-
sido dado (cf. p. 49). Así deben enten- dado evidenciado, era de lo que, desde
derse las palabras de Cristo censurando el comienzo de la obra, estaba tratando
la Regla de Oro, no en cuanto a la equi- el Profesor Ricoeur. La cuestión radica
valencia, sino en cuanto a la razón de tal en que se confunde derecho y moral.
equivalencia. Asumiendo tácitamente la separación
Siguiendo este mismo principio, el kantiana entre reglas autónomas y he-
Profesor Ricoeur, pretende matizar la terónomas, el Profesor Ricoeur esgrime
regla de justicia tornando la mera com- el derecho con un fin claro: orientar la
petencia entre intereses rivales en una conducta de las personas. Por eso llega
cooperación por la determinación de lo a hablar y entrelazar de forma dinámica
que es justo. Es de este modo, como la la moral, incluso supra-moral (¡!), con el
justicia se convierte en “el medio nece- derecho y la justicia. Es posible que ope-
sario del amor” (p. 53) porque siendo el re esta confusión, precisamente, por el
amor supra-moral, sólo puede entrar en concepto empleado de justicia.
el sentido práctico a través de la regla de Aunque Ricoeur parece definirla en
la justicia. En palabras de nuestro autor: un último momento desde una óptica
“Diría incluso que la incorporación te- aristotélica y rawlsiana, es decir, según el
naz, paso a paso, de un grado cada vez autor, una justicia distributiva y conmu-
mayor de compasión y de generosidad tativa tamizada por la técnica moderna
en todos nuestros códigos constituye una de la maximación; lo cierto es que, des-
tarea perfectamente razonable, aunque de un comienzo, a la hora de bosquejar
difícil e interminable” (p. 54). su camino comunal para la justicia y el
Si el do ut des como Regla de Oro amor, está manejando un concepto de
desemboca en una regla de justicia utili- justicia mucho más amplio del que pa-
taria sin el concurso necesario del amor, rece admitir. En realidad, al tratar en

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el mismo plano la justicia y la moral y se confunden, bienintencionadamente,


entrelazarlas, el amor viene a modular la los conceptos y se trata de combatir la
justicia por cuanto se trata, precisamen- enfermedad del utilitarismo inoculando
te, de una justicia general. No se está un nuevo germen, más cercano al iusna-
refiriendo, por más que así lo exprese, a turalismo moderno de lo que cabría espe-
la justicia cuyo fin es, según el Digesto, rar. Este germen, más benigno quizás, no
«la constante voluntad de dar a cada uno deja de ser, sin embargo, un agente ex-
lo suyo» (Digesto 1,1, 10), el suum cui- traño, incómodo y ajeno, al fin y al cabo.
que tribuere, sino que, desde su método Con la guía de la justicia, en senti-
hermenéutico, partiendo de las lecturas do clásico, al menos en derecho, se hace
judeocristianas, le añade el honeste vive- innecesario pretender de las partes que
re y el alterum neminem laedere. De este sean más que partes. No se espera de ellas
modo opera el sutil pero no impercepti- comportamientos irrealizables y utópicos
ble cambio que permitirá el dinamismo que sólo pueden llevar a la frustración.
entre campos ajenos. Pasa, de este modo, Las partes siempre serán parciales y será
a incluir dentro de la virtud de la justicia el juez, por tanto, el sujeto del derecho.
(particular) el resto de virtudes morales Sabrán que el amor, nada tiene que ver
(prudencia, templanza y fortaleza), al con el reparto de bienes exteriores en
menos de forma velada, para, finalmen- una sociedad. El papel del amor, con to-
te, someter a tal transmutación también das las características que define Ricoeur,
a las virtudes teologales (fe, esperanza y, se despliega a partir de ahí. Es posterior a
sobre todo, caridad). Acerca e introduce la atribución de bienes exteriores y tras-
esa supra-ética dentro de la justicia cali- ciende éstos. Sólo de este modo, puede
ficada como particular. Así, su concepto hallarse el valor neto de la caridad (ex-
de justicia enmascara y amalgama mu- presión del amor respecto de los bienes
cho más de lo que aparenta. exteriores) evitando desvirtuarla como
La cuestión radica en que no es nece- un mero antídoto ante un mal práctico y
saria esta titánica operación para escapar cotidiano, salvable por otras vías, cuan-
de las garras utilitaristas del modernismo do es, en realidad, virtud del que ha de
benthamiano. No es necesario acudir a aspirar a la santidad cotidiana. Cuestión
la moral, menos aún a la supra-moral, supra-moral y, en cualquier caso, tam-
para ello. Con independencia de que se bién supra-jurídica.
pueda alcanzar un resultado más o menos
satisfactorio, no deja de, en sus propias Efrén Pérez Borges
palabras, “desorientar para reorientar” Alumno Colaborador del
(p.53). Es en esta desorientación donde Área de Filosofía del Derecho

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